Tumgik
#buscate
starlitskvaderart · 8 months
Text
Tumblr media
Midori One Day One Page 10!
I want to see the Buskitten short...
Commissions | Ko-Fi | Etsy
20 notes · View notes
asterrisms · 4 months
Text
I also think its really funny 😁 the degree [white] fandom ppl agree anne rice was the devil for not liking fanfic like i remember a million posts circulating on here back in the day saying u should never interact with her work on any level bc she opresses innocent fans everywhere meanwhile no amount of bigotry will be enough to divest from a creators work. Stares.
9 notes · View notes
milanesa42 · 7 months
Text
Momento hater: odio a la gente que usa pijama. Tan importante vas a ser que tenés ropa exclusivamente hecha para dormir? andá hacerte ortear
8 notes · View notes
quatregats · 7 months
Text
He fet un intent de traduir-lo al català :')
Wittgenstein va girar la barqueta i va poder dirigir-la cap enrere fins que xoqués contra el moll. L’Esteve s’aixecà, dubtà un segon, es llençà a un amarrador amb un sergent dret al costat, i no va poder agafar-lo. Va caure entre el moll i la barqueta, i en tornar a sorgir, va cridar en catala: —Traieu-me d’aquí. Cagoendena. —Ets català? —va exclamar el sergent, sorprès. —Marededeu, i tant que ho soc —reblà l’Esteve—. Treu-me. —Quina sorpresa —va dir el sergent, i es quedava allà parat; però dos caporals del costat van llençar el fusells a terra, es van ajupir, i van agafar l’Esteve de la mà per treure’l de l’aigua. —Gràcies, companys —va dir quan ja tocava a terra, i al seu voltant hi va haver una gran clamor de veus que li demanava que d’on venia, que què feia aquí, que si algunes noves de Barcelona, de Lleida, de Palamós, de Ripoll, que si el vaixell portava res, que si portava vi—. Ara digueu-me, on és el Coronel d’Ullastret?
15 notes · View notes
sainz · 1 year
Note
Mucha gente dice que es ella quien está detrás de la cuenta de la Sainzfamily, porque habla principalmente de ella y da datos de familiares que la gente no conoce, cosas que sólo gente cercana a ellos sabría. Espero que no sea verdad porque me daría un cringe que para que.
El problema que tiene Isa es que siempre va a ser la novia de, no importa lo mucho que quiera separar su relación con Carlos de lo demás. En todos los artículos lo acaban mencionando a él. No me voy a poder olvidar nunca de hola usando el Tag Carlos Sainz en un tiktok de Isa en el que todos los comentarios eran del palo, pero que no es su propia persona o que, que tenéis que usar el nombre del novio.
El podcast parece estar seguido mayoritariamente por fans de Carlos, solo hay que ver que el insta de madrilenialsinmadrid tiene muchísimos más seguidores que el insta del podcast 😅
No te digo que no se vaya a convertir en un podcast importante en el futuro pero ahora mismo no lo es. Sólo que en las revistas no van a decir que no es popular. Y totalmente de acuerdo contigo en lo de comunicar, tiene una voz demasiado monótona, parece que tenga horchata en las venas.
Por favorisjdkss no creo que sea ella, no???? eso sería caer bajísimo😭😭
Yo esq no entiendo con lo q le gusta a carlos hacer el bobito cuando esta en un ambiente relajado, cómodo etc como puede estar con una chica que se le ve taaan superficial y sosa!! no entiendoooooo
4 notes · View notes
mantecol · 1 year
Text
some personal stray kids opinión that I hope it never touches the skz tag cause I feel I'm gonna get murdered:
they need to dare more when it comes to music. yes, they do different things but altogether is the same for me. we get it, make noise, be noisy and annoying but coherent and sometimes cohesive. but .... but is the same. been doing the same for god knows how much and im NOT telling them that what they're doing is bad cause everyone can see chan and everyone working equally as hard but ..... they need to step out of their comfort zone. oddinary onwards is ...... is just low-key the same but changing some things and I mean it as someone who sat down and listened to everything after oddinary including the mini-album and everything felt like it belonged to the same album
2 notes · View notes
brainfondue · 4 months
Text
Que me vengan al inbox a pelearme tan inmaduramente es re random para mi, yo paso la mayor parte de mi tiempo onda "no tengo enemigos" es un re cago de risa para mi
1 note · View note
sweetsweethate · 11 months
Text
mañana voy a tener que almorzar en mi escuela :/
1 note · View note
dickggansey · 11 months
Text
la novia de mi hermano se fue al viaje de egresados a la costa que regala el municipio y le cortó a mi hermano DESDE ALLÁ. coward ass. i better not run into her.
1 note · View note
saturnismo · 1 year
Text
saqué entradas para un show para ir sola: fighting anxiety!
0 notes
gauchopower · 1 year
Text
estoy hace UN MES APROX tratando de llegar al rojo 6.66 PERO NI UN ROJO PUDE CONSEGUIR EN MI PELO NI UN ROJO y no puedo loco me quedo en el ciruela dale DALE POR FAVOR no puede ser q por haber nacido con el pelo negro tenga q estar condenado a no poder tenerlo ROJO en la peluquería me arrancaron la cabeza d la peor forma posible y volví a mi casa con el pelo CIRUELA OSCURO 🫥 me vieron la cara sabes q deja me lo hago yo
0 notes
sudaca-swag · 1 year
Text
Ba estan re locos en general los yanquis creo que volvieron a agregarle plomo al agua la verdad
7 notes · View notes
Text
Clujenii au cucerit Muntele Basmelor, în minivacanța de Sf. Maria
Tumblr media
View On WordPress
0 notes
milanesa42 · 11 months
Text
Me voy de vacaciones el mes que viene y me adelantaron uno de los vuelos 😭 ahora voy a tener que hacer una escala de 9 horas en vez de 3 diosssss.
1 note · View note
estereotomico · 2 years
Video
youtube
Oh oh, I’m not missing you like I’m supposed to!
Missing You by SG Lewis 
1 note · View note
deepinsideyourbeing · 3 months
Text
Delirio de Condenados
Tumblr media Tumblr media
Cap I. Cap II. Cap III. +18! MeanDom!Mati, SoftDom!Enzo, Sub!Santi & Sub! Reader. Age gap, begging, biting, choking, degradation, face slapping, fingering, penetración doble, (hints of) Possessive!Mati, sexo anal, sexo oral, sexo con/sin protección, (alusión a) subspace. Uso de español rioplatense.
Matías coloca el plato de medialunas frente al rostro de Santiago y juega con sus rulos dorados para molestarlo. No podés precisar si el movimiento que percibís es producto de los dedos de tu novio tirando del cabello del rubio o si este último persigue el contacto físico.
-Dale, agarrá que no estás comiendo nada.
-Matías- decís entre dientes-. Santi, ¿querés otra cosa? Te puedo preparar…
-No- dice rápidamente-. No, está bien, gracias.
Matías hace una mueca a sus espaldas y deja el plato sobre la mesa. Toma asiento junto a Santiago –en su rostro una sonrisa para nada inocente que no se molesta en ocultar- y cuando enciende la televisión comienza a cambiar de canal con rapidez, bebiendo de su taza y fingiendo no notar el nerviosismo de su amigo.
Intentás concentrarte en tu propio desayuno e ignorás las miradas furtivas que te dirige Santiago o la forma en que Matías se aclara la garganta cada cinco minutos, consciente de que el sonido sólo empeora la tensión en el aire. Ignorás también los pasos de Enzo y el ritmo dubitativo de estos cuando llega a la habitación y contempla el panorama que le espera.
-Buen día- dice con voz ronca, sentándose en la silla ubicada junto a la tuya.
Los secretos son un peligro, ¿no? Enzo escondiéndose detrás del árbol, el semen de tu novio escapando de tu interior cuando ambos regresaron al jardín, el intento de ambos hombres por calmarte cuando llorabas desconsolada en las cerámicas frías del baño, con la mente alterada por las endorfinas y la adrenalina y angustiada luego de saber que Santiago los había visto.
Una sucesión de imágenes de la noche previa cruza tu mente y un escalofrío sacude tu cuerpo con fuerza; tus dedos se vuelven débiles y la pequeña taza de porcelana que sostenías cae sobre la mesa, rompiéndose y permitiendo que el líquido caliente en su interior se escape. Tu cerebro tarda en procesar la situación y tu reacción parece desarrollarse casi en cámara lenta.
-La concha de la lora.
-La boca- advierte tu novio cuando se pone de pie, molesto por tu lenguaje-. No lo agarres con la mano, boluda, ¿te querés volver a cortar…?
-Matías- interrumpe Enzo-. Traeme algo para limpiar la mesa, por favor… ¿Vos estás bien?
Intentás ignorar la mirada en los ojos de Matías cuando abandona la habitación y observás los labios del mayor cuando repite esa pregunta que no estás segura de comprender. ¿Habla de la taza, de la noche que compartieron, de Santiago, de Matías corrigiéndote frente a ellos? ¿No preguntó lo mismo hace menos de ocho horas, cuando se quedaron solos unos minutos?
-Estoy bien.
Tus palabras no son convincentes y aunque Enzo sabe que hay algo molestándote, también sabe que no sería correcto cuestionarte o dirigirse a Matías –porque él debería saber cómo y cuándo actuar si sus sospechas son ciertas, ¿no?- para tratar el asunto. Decide centrarse en Santiago, quien jamás le devolvió el saludo y no se atreve a mirarlo, sólo para encontrarlo inmóvil.
-Maleducado- bromea para sacarlo de su trance-. No me dijiste ni hola y ahora no ayudás.
Santiago ríe  y ese simple gesto basta para cortar la tensión. Coloca el resto de tazas y la comida en el extremo opuesto de la mesa, ayudándose de unas servilletas de papel para tomar los trozos de porcelana rota y ofreciéndote –todavía sin hacer contacto visual- un par de las mismas para que puedas contener el líquido que amenaza con caer de la mesa.
Matías regresa y te aleja del desastre.
-Buscate otra taza- señala la puerta como si desconocieras el camino y, para mayor humillación, agrega:- Y no la rompas.
Tu rostro se transforma en cuanto volteás -sólo porque sabés que no puede verte- y te dirigís hacia la cocina en silencio para encontrar allí la cafetera de nuevo encendida y esperándote. Tu taza, esa que Matías te regaló cuando te mudaste con él, está aún sepultada bajo tantas otras en el fregadero: permanecen allí desde la tarde del día anterior y creés recordar cuál utilizó Rafael y cuál peligró en manos de Felipe, así como tantos otros detalles de la velada.
Tomás otra taza que jamás habías visto, completamente negra por fuera y blanca por dentro, y esperás que el café esté listo para servirte más. Mientras oís la conversación que llega desde el comedor y la carcajada estrepitosa de Enzo, provocada por algún chiste que no captaste, el líquido caliente ayuda a revelar la imagen oculta en la taza. ¿Es una foto? ¿Es lo que creés?
Te mordés el labio, molesta por pensar que Matías todavía conserva un objeto relacionado con su ex y también molesta por sentirte celosa por algo tan insignificante. Es sólo una taza, ¿no? Beber de ella no debería generarte tanto conflicto, repetís una y otra vez para convencerte, aunque de todas formas tomás otra del fregadero para llenarla con tu bebida.
Unas gotas queman tu mano y en un movimiento más que calculado dejás caer la taza con la foto al suelo, deshaciéndote de la imagen en ella. No debería tener importancia, ¿no? Quién sabe cuántos años tenía y nadie la habría encontrado de no ser porque no había más opciones secas.
Los pasos de tu novio y de los invitados no tardan en llegar a tus oídos y por un momento planeás fingir que fue otro accidente, pero en cuanto los ojos de Matías encuentran los tuyos tomás un sorbo de café y alzás ambas cejas. Sus ojos van de tu rostro hacia el desastre en las cerámicas y su mandíbula se tensa tanto o más que sus labios apretados.
-Arriba. Ya.
-Todavía no desayuné.
-No te lo voy a decir dos veces.
Cuando pasás a su lado no esquivás su cuerpo y lo golpeás, molesta y sin importarte las miradas que los otros presentes en la habitación te dirigen. Te gustaría fingir que tu enojo es más grande que el temor que sentís y que tu cuerpo no se sacude cuando cerrás la puerta de la habitación.
Ignorás qué explicaciones estarán oyendo los invitados y no estás segura de querer saber, solamente pensás en cómo vas a disfrazar tus gritos cuando tu castigo tenga lugar.
Esperás a Matías de pie junto a la cama con tus manos entrelazas en tu espalda y cuando abre la puerta te sobresaltás más que cuando la cierra de un golpe. Tu mirada permanece fija en el suelo mientras se acerca a tu figura inquieta y tus ojos arden cuando comienza a estudiarte; una única lágrima cae por tu mejilla cuando se agacha para quedar a la altura de tu rostro.
-¿Me vas a decir qué pasó?
-Fue un accidente.
-Ayer, seguro- toma tu mandíbula entre sus dedos-. Y en la mesa fue un descuido, ¿pero esto último…?
-No sé por qué lo hice.
-No sabés…- repite y te suelta de manera brusca, haciéndote retroceder un par de pasos-. ¿Estás segura?
-Sí.
-Cuidadito con mentirme.
-No te…
Te interrumpen sus dedos cerrándose sobre tu garganta y presionando para privarte del oxígeno. Tomás su muñeca y tirás de su brazo para que te libere pero no cede, como era de esperarse, porque espera sacarte la verdad y es así como lo logra cuando es necesario. Mirás la puerta, todavía cerrada y sin rastros de oyentes del otro lado, y sabés que no tenés salida.
-Tenías una foto con…- tosés-. ¿Por qué la tenías?
-No sabía que estaba ahí.
-¿Te pensás que soy boluda?
-¿Y vos te pensás que porque hay gente no voy a hacer nada?- su rostro está a milímetros del tuyo y sus ojos son más oscuros de lo usual-. ¿Te pensás que podés romper todo y que no te voy a hacer nada?
-Ah, entonces te importaba…
-No, pelotuda- con su otra mano golpea tu mejilla-. ¿Qué te pasa?
Sólo cuando lo empujás te deja ir y permite que te recuperes un poco. Espera oír cualquier explicación que tengas para ofrecerle y ruega porque la palabra que le permita comprender tu comportamiento no sea celos, porque eso significaría que es él quien merece un castigo por hacerte sentir insegura.
-Te fuiste a la mierda- reclamás- Me trataste como una pelotuda en frente de…
-Si necesitás usar una palabra de seguridad lo vas a hacer ahora- cruza sus brazos-. Porque ya sabés lo que va a pasar si esto es un berrinche, ¿no?
Tus labios permanecen sellados y cuando Matías deshace la distancia entre ambos el pánico se apodera de tu cuerpo e intentás retroceder, aterrada, pero él es mucho más rápido que vos y te atrapa sujetando tu cabello.
Tira de tu ropa y te esforzás por permanecer quieta, respirando lenta y profundamente mientras sus dedos se adentran en tu ropa interior para acariciarte. Sentís las yemas de sus dedos deslizándose entre tus pliegues húmedos y evitás sus ojos cuando escanean tu rostro.
-Matías, no…
-Yo sabía- te empuja contra la cama-. ¿Cómo era eso que dijiste anoche? ¿Qué no querías que Santiago piense que hiciste algo malo?
Rebusca en los cajones de la cómoda y te preguntás cuál será el objeto que escogerá para tu castigo: pueden ser las cuerdas, con suerte alguna mordaza, tal vez utilice el vibrador que detestás por la intensidad y los patrones que siguen las vibraciones o el pesado cepillo de madera.
Cuando por fin voltea, revelando nada más que el lubricante en su mano, arrugás las sábanas entre tus palmas.
Ocupa el espacio libre en la cama y con un gesto señala su regazo para indicarte que te recuestes. Obedecés inmediatamente, ya que lo último que querés es empeorar las consecuencias de tu mal comportamiento, pero cuando acomodarte sobre sus piernas se te dificulta sus dedos se enredan en tu cabello para facilitarte el trabajo.
-Ya sé que hablamos muy poco de esto- se deshace de tu ropa y acaricia la parte posterior de tus muslos-, así que si tenés miedo podemos hacer otra cosa.
-¿Va a doler?
-Es un castigo.
-No me digas.
Te sacude por el cabello.
-No va a doler más de lo necesario- promete-. ¿Confiás en mí?
-Sí, pero…- volteás a verlo-. Van a escuchar.
Presiona tu rostro contra el colchón y escuchás el sonido del lubricante cuando lo abre.
-Sí- deja caer el producto frío sobre tu piel y temblás cuando cae hasta tus pliegues-. Ese va a ser tu castigo.
Te llevás una mano a la boca cuando sentís sus caricias sobre tu intimidad, mezclando tu excitación con el lubricante y manchando también tus muslos. Convencida de que Matías va a ser compasivo suspirás, entre aliviada y agradecida, cuando traza círculos sobre tu clítoris y posiciona su pulgar sobre tu entrada, pero el alivio y placer duran sólo unos segundos.
Deja atrás tu centro y se dirige hacia tu otra entrada sin vacilación, rodeándola delicadamente y ejerciendo una presión casi inexistente con su pulgar. Suspirás, recordando aquella conversación que tuvieron hace tiempo y en la cual recalcó la importancia de estar relajada en este preciso momento, pero resulta más sencillo decirlo que hacerlo.
Confiás en tu novio, por supuesto que sí, porque sabés que ya conoce tu cuerpo mejor que vos. Sabe cuando detenerse en caso de que seas incapaz de comunicarlo, sabe cuánto dolor podés soportar y jamás toma el riesgo de cruzar esa línea, es consciente de hasta qué punto puede humillarte, con qué hacerlo, y también sabe cómo cuidarte para evitar que esas hirientes palabras no permanezcan en tu cerebro más de lo necesario.
Su pulgar juega sobre tu pequeño agujero mientras sus dedos medio y anular se deslizan entre tus pliegues, sin otorgarte alivio y mucho menos placer. Intentás mover tu cadera en busca de más contacto y sólo comprendés que es un error cuando su otra mano golpea tu piel con fuerza, haciéndote ahogar un grito en la palma de tu mano.
Continúa con su juego durante largo rato y aumenta la presión sobre tu entrada de manera progresiva, entreteniéndose con tus suspiros y tu cuerpo tembloroso, deleitándose también cuando baja un poco más la mirada y ve tus pliegues brillando más y más. Tus músculos comienzan a relajarse luego de muchos minutos y es entonces que susurra:
-Respirá.
Tomás aire hasta que continuar haciéndolo te es imposible y cuando exhalás la punta de su pulgar logra penetrar en tu interior sin mucha dificultad. La ausencia de dolor te sorprende y volteás a verlo con una pequeña sonrisa de satisfacción, contenta por estar recibiendo tu castigo con tanta facilidad. Cuando Matías imita tu expresión no parece compartir del todo tu entusiasmo y creés que le molesta tu falta de lágrimas.
-No duele- decís sólo para restregar tu victoria en su rostro.
No habla pero aún así su voz resuena en tu cabeza (“Vos no aprendés nunca, ¿no?”) cuando en un arrebato introduce el resto del dígito entre tus músculos, tensos por la incertidumbre que provocó su súbita acción. La sensación es extraña, ligeramente incómoda, pero aún no hay indicio de dolor y de tus labios escapa un gran suspiro de alivio.
Mueve su pulgar con lentitud mientras ambos fingen que su erección no golpea tu costado y cuando un particular sonido resuena en tu garganta en su rostro se dibuja una sonrisa. No es exactamente un gemido y vos no estás segura de sentir placer, pero… ¿Por qué de repente necesitás descansar tu frente en tus brazos y cerrar los ojos? ¿Y qué es eso que está deslizándose más allá de tus pliegues y mojando tu piel? Seguro es sólo el lubricante.
-Así, ¿no?
Tu respuesta es un sí debilitado por las reacciones involuntarias de tu cuerpo, las cuales empeoran cuando Matías decide ocupar tu otra entrada –que resplandece con tu excitación- con sus largos dedos. Tu gemido es escandaloso y sentís tu rostro en llamas por la vergüenza que te genera pensar que Enzo o Santiago, sobre todo Santiago, pudieron haberlo oído.
Mordés tu brazo para evitar que los sonidos de tu boca sean todavía más evidentes que los sonidos de tu cuerpo y a tu novio parece no agradarle del todo: tira de tu cabello hasta que tu espalda se arquea en un ángulo doloroso y se inclina sobre vos lo suficiente para poder ver todas las expresiones que transforman tu rostro. El placer y la vergüenza que encuentra en tus facciones, combinados con el pánico, no hacen más que empeorar su erección.
Sus dedos comienzan a atacarte con mucha menos suavidad que antes, en movimientos rápidos y cortos que te roban la respiración y amenazan con hacerte gritar. Matías te suelta y caés sobre el colchón de manera brusca, quejándote y luego jadeando con fuerza. Te aferrás a las sábanas en un intento de contenerte pero, Dios, ¿cómo podrías cuando todo tu interior quema?
-Es mucho.
-¿Color?- pregunta sin dejar de abusar de tu cuerpo.
-Verde, pero…
-Callate entonces.
Tu lamento se mezcla con un gemido y cuando este último se prolonga como resultado de las acciones de Matías, morder tu brazo vuelve a ser tu única opción para apagar tus gritos… pero es inútil, porque no hay nada que pueda amortiguar todos esos sonidos indecentes que surgen en tu boca y tampoco detener la saliva que corre por tu piel.
Tu respiración agitada es ruidosa y tu cuerpo se mueve en busca de más, ignorando que tu cerebro parece rehusarse a tolerar tanto placer y que tu mente quiere obligarte a batallar con el autor del mismo: en algún lugar de tu ser todavía hay algún pequeño remanente de coherencia y te permite saber que estás hecha un desastre, completamente a merced de Matías, pero tu orgullo aún no te permite admitirlo.
Cuando su pulgar se libera de tu interior la sensación de vacío te hace suspirar y te esforzás por recuperarte mientras podés. Sólo un par de pulsaciones más tarde tu novio decide conducir sus otros dedos, que hasta entonces habían permanecido enterrados en tus paredes imposiblemente húmedas, hacia tu entrada.
Esta vez sí duele y aunque intentás disimular para no darle la satisfacción, tu cuerpo tensándose te delata.
El sonido de la puerta los distrae a ambos.
-¿Quién es?- pregunta Matías.
Es innecesario oír la voz del otro lado para saber de quién se trata y pronto te encontrás sacudiendo la cabeza en negación, volteando para ver a Matías y hacerle saber que estás en contra de que alguien te observe en este catastrófico estado. Su sonrisa de satisfacción, ya sea por tu vulnerabilidad o por la imagen que le regalás, te hace temblar más que la confirmación de tus miedos cuando oís:
-Enzo.
Matías está dándole la espalda a la ventana y es por eso que no encontrás explicación a la luz que ilumina sus ojos, resaltando el color miel en ellos y también la malicia que oculta su mirada cuando mueve los labios –junto con sus dedos- para contestar.
-Pasá.
Evita que abandones tu posición y cuando Enzo abre la puerta ocultás tu rostro entre tus brazos, avergonzada por los sollozos y los espasmos que recorren tu cuerpo cuando tu novio logra que tu entrada ceda para dar más lugar a sus dedos. Pateás el colchón cuando continúa presionando, deteniéndose sólo cuando sus segundas falanges están por desaparecer dentro tuyo.
-¿Qué querés?
-Santiago…- es lo único que contesta el otro.
Ante la mención del rubio dejás tu escondite y centrás tu visión nublada en Enzo. No parece sorprendido en lo absoluto por la escena que lo recibió cuando abrió la puerta, aunque sí se ve afectado, pero es un detalle que ignorás para concentrarte en su palma, la cual mantiene extendida hacia Matías para permitirle apreciar lo-que-sea que brilla en ella.
-Qué pibe- reniega tu novio- Andá, decile.
Está a punto de marcharse para comunicar quién-sabe-qué al cordobés, pero se detiene antes de cerrar la puerta.
-¿Y acá cómo estamos?- pregunta, deslizándose dentro de la habitación y acercándose a la cama. Se arrodilla para quedar cerca de tu rostro y toma tu brazo cuando nota las marcas de tus dientes, acariciándolas con su pulgar para calmar la irritación-. Mirá cómo te marcaste.
-No fue mi culpa, no…- te interrumpen tus propios gemidos-. Enzo, no fue…
-¿Por qué rompiste la taza? ¿Y si te lastimabas otra vez?
-Tenía una foto…- otro gemido y la brutalidad de los dedos de Matías entorpecen tus palabras-. Por favor, Enzo.
-¿Qué querés? ¿Qué necesitás?
-¿Me besás?
Antes de que tenga oportunidad de tocarte Matías te aleja de él, arrojándote sobre tu espalda contra las almohadas y posicionándose entre tus piernas: sus labios se adhieren a tu piel y sus dedos regresan a su lugar para continuar preparando tu entrada. Se deslizan en tu interior, ignorando la resistencia de tus músculos y haciéndote gritar.
Tus lágrimas caen libremente mientras Matías curva sus dígitos y muerde tus muslos sin piedad. Ante tu desesperación Enzo decide recostarse a tu lado y te entretiene rozando tu labio inferior con su pulgar, tirando suavemente hasta que permitís que lo introduzca en tu boca y lo deslice sobre tu lengua. Notás un sabor particular y lo mirás, entre confundida y curiosa.
-De Santi- explica.
Tu gemido oscila entre la excitación y la sorpresa. Succionás con entusiasmo y tu lengua acaricia descaradamente su yema poder probar mejor la esencia del otro, pero esto molesta a Matías y vuelve a morderte con más fuerza que antes, sin limitarse a un solo lugar para hundir sus dientes: tus muslos tiemblan por el dolor y cuando se contraen son tus pliegues los que se transforman en el blanco de sus mordidas.
-Duele.
-No pasa nada- intenta convencerte Enzo. Te ofrece su palma aún manchada por la excitación de Santiago y no hace comentarios cuando tus manos aprisionan su muñeca o cuando tu lengua humedece aún más su piel-. ¿Qué decís? ¿Querés que él también suba?
-Sí, sí, sí.
Otra mordida, otra falange y otro grito.
Los contornos de tu mente se desdibujan más y más y tu sensibilidad en aumento, combinación de todas tus terminaciones nerviosas encendiéndose gracias a tu novio, te lleva a buscar consuelo en el mayor: sostiene tu mano con firmeza y besa tu frente para contrarrestar el agresivo ataque de Matías.
Tu piel sufre con otra mordida y cuando te quejás notás en el rostro de Enzo una mueca de hartazgo, breve pero lo suficiente obvia para que aún en tu alterado estado te preguntes: “¿Es por vos?” y “¿Le molesta que grites?”. Tus ojos se llenan de lágrimas y no estás muy segura de cuál es el motivo que hace que acompañes tu renaciente llanto con un puchero en tus labios.
Cerrás los ojos con fuerza cuando Enzo toma tu rostro y te sorprenden sus labios rozando los tuyos con algo muy similar al cariño antes de besarte, las palabras que susurra para calmarte y el calor de su piel cuando descansa su frente sobre la tuya. Acomoda tu cabello despeinado y acaricia tus mejillas ardientes con sus nudillos una y otra vez para distraerte del dolor.
-Tranquila- dice sin dejar de mirarte a los ojos-. Ya va a terminar, ¿sí?
La risa del otro presente en la habitación llama la atención de ambos y voltean a verlo. Como si no fueran suficientes la burla y la mirada en sus ojos para dejar en claro lo que Matías quiere comunicarles, se asegura de acentuar sus intenciones mordiendo peligrosamente cerca de tu clítoris.
Negás y el miedo en tus ojos es la única motivación que le hace falta para arrojarse sobre tu punto más sensible, sin dejar de mover sus dedos con rapidez. El sonido que deja tu garganta es indescriptible.
Entrás en pánico cuando las manos que te ofrecían contención abandonan tu cuerpo y llorás con fuerza cuando Enzo se aleja de vos, pero tu inquietud no tarda en disiparse una vez que entendés el motivo por el cual se dirige hacia Matias. Lo aleja de tu centro tirando de su cabello, acerca su rostro al suyo y tu novio, sin palabras, lo mira a los ojos con una actitud desafiante.
-¿No te cansás de ser tan forro, pendejo?- pregunta Enzo.
-¿No te dije que traigas a Santiago?
La insolencia de Matías es retribuida con un golpe en la mejilla que resuena por toda la habitación y hace arder tu piel por pura simpatía. Te llevás una mano a la boca y mordés tus uñas, confundida y también ansiosa por la escena desarrollándose frente a vos.
-¿Y yo no te dije que seas más delicado, pelotudito? Mirá como la tenés.
-Para que aprenda.
Otro golpe, esta vez más fuerte. Matías masajea su mejilla adolorida.
-Vos tenés que aprender- asegura Enzo-. Voy a ir a buscar a Santiago y cuando vuelva no te quiero ver haciéndola llorar, ¿está?
-Seh, andá.
-Contestame bien- ordena tomándolo del cuello-. ¿Estamos?
-Sí, Enzo.
La puerta se cierra a espaldas del mayor y soltás una risa nerviosa que se desvanece en el aire cuando Matías fija sus ojos en tu rostro, sus cejas arqueadas mientras espera otra reacción de tu parte y sus dientes capturando el interior de sus mejillas como señal de ira reprimida. Temblás y estás a punto de disculparte, ofrecer alguna explicación, pero sus movimientos no lo permiten.
Intentás escapar pero es más rápido que vos y sus dedos capturan tus tobillos: te arrastra sobre el colchón y aprisiona tu cuerpo con el propio, dirigiendo sus dedos nuevamente hacia tu entrada para continuar con su trabajo. Tus gritos no son producto del dolor pero sí del sorpresivo y abrumador placer que logra cegar el resto de tus sentidos por unos instantes.
Matías muerde con fuerza tu hombro y esta vez tu grito es agudo, propio de una presa.
-Duele.
-Callate- ordena-. Esto no es nada comparado con lo que te voy a hacer cuando estemos solos otra vez.
-No es mi culpa que...
-¿No? ¿Y de quién es?- pregunta mientras deja caer más y más lubricante. Contenés la respiración cuando sentís tres dedos entrar en tu cuerpo y tus párpados se cierran con fuerza por el ardor-. Ya vas a ver cuando se vayan.
Lo mirás por un segundo y sabés muy en lo profundo de tu ser que tu siguiente acción sólo va a empeorar la situación. Los invitados se marcharán y tendrás que enfrentarte a uno, dos o tres mil castigos para compensar la humillación que vivió tu novio a manos del uruguayo, pero hasta entonces tenés un protector y no hay motivo para desaprovecharlo.
-¡Enzo!
Es una tormenta de emociones la que cruza los ojos de Matías.
-Qué puta que sos- se posiciona sobre tu cuerpo y escupe entre tus glúteos sólo para humillarte. La lubricación extra le permite alcanzar más profundidad en tu interior y ahogás un grito contra las sábanas arrugadas-. Dale, llamalo ahora.
Todo lo que lográs es balbucear un hilo de palabras rotas e inconexas que sólo interrumpís cuando la puerta vuelve a abrirse. Enzo arrastra a Santiago dentro de la habitación y el rubio, con las mejillas rojas y una mancha de humedad en los pantalones, no suelta su mano en ningún momento. Gemís por todo y por nada a la vez y ocultás tu rostro, pero Matías tira de tu cabello para evitar que te escondas.
-Andá- ordena Enzo antes de conducir a Santiago hacia la cama y hacer un gesto en tu dirección. Luego toma a Matías por la ropa y sin dar importancia a sus protestas agrega:- Vení vos, serví para algo.
Contemplás, en extremo aturdida, la nula dificultad con que maneja su cuerpo y lo deja sobre sus rodillas mientras se deshace de su cinturón para arrojarlo no muy lejos. Matías permanece en el suelo, para sorpresa de todos, y cuando Enzo toma su mentón entre sus dedos lo mira fijamente y sin hacer ningún comentario.
Buscás apoyo en Santiago y sujetás con fuerza su mano mientras tu novio acepta que el otro guíe su erección a sus labios, golpeándolos y delinéandolos con su punta goteante y desesperada por atención hasta hacerlos brillar bajo las luces de la habitación. Matías no parece sorprenderse por las acciones de Enzo y tampoco muestra duda alguna cuando lo recibe en su boca, ambos aún sosteniéndose la mirada.
Santiago tira de tu brazo para llamar tu atención y, cuando por fin apartás la mirada del espectáculo protagonizado por los otros dos hombres, te encontrás con su sonrisa casi pícara y sus ojos resplandecientes. Acariciás su mejilla y él imita tu acción, explorándote de manera tímida y temerosa.
Te ayuda a recostarte sobre las almohadas y aún sin mediar palabra se arroja sobre el colchón para situarse entre tus piernas, separándolas de manera delicada y tomando una muy profunda respiración cuando divisa  tu intimidad brillante. Te mira provocativamente y cuando su lengua entra en contacto con tu clítoris gemís, permitiéndole ver una de las muchas expresiones que también presenció desde su escondite durante la madrugada.
Tus dedos se pierden entre sus rulos dorados y sin ser consciente de ello comenzás a tirar de su cabello para obtener más contacto con su boca, que pronto cubre por completo tu centro: sus gemidos desesperados, que son una mezcla entre placer y el dolor provocado por tus manos, estimulan aún más tus nervios y en pocos minutos ya estás jadeando.
Santiago se ve y también es un ángel, estás segura desde que lo conociste, pero lo confirmás luego de sentir que uno de sus dedos recorriéndote suavemente para luego deslizarse por tu entrada húmeda. Estudia tus reacciones y cuando tus labios se separan para dar paso a un suspiro sonríe contra tus pliegues, feliz de poder complacerte con tanta facilidad.
En algún lugar de la habitación la boca de tu novio está aún ocupada y sólo lo recordás cuando  una voz grave resuena entre las cuatro paredes. Matías parece perdido en su tarea, con su saliva corriendo por su mentón y sus pestañas brillando con lágrimas que sólo pueden ser resultado de la humillación que siente o del ardor que los dedos del mayor generan en su cuero cabelludo.
-¿Por qué vos no te portás así con tu novia?- pregunta Enzo-. ¿Por qué siempre la hacés llorar?
Mueve sus caderas sin consideración, golpeando repetidamente con la punta de su miembro la garganta de Matías, ignorando cuando este araña sus muslos para rogarle que se detenga y su piel enrojeciéndose por la falta de oxigeno. Jamás habías visto a tu novio tan indefenso y vulnerable, pero mentirías si dijeras que no te excita verlo doblegarse ante Enzo.
Regresás tu atención al cordobés entre tus piernas y él te premia con otro de sus dedos. Su lengua dibuja figuras rápidas en tu clítoris y sus yemas acarician tu interior con movimientos circulares, rozando una y otra vez el punto que te hace arquear la espalda y sacudir la cabeza por lo intolerable del placer, magnificado por la espera y la tortura previa.
-¿Mati…?
-Sí- contesta Enzo en su lugar-, podés.
Esperar otro segundo o buscar en el rostro de tu novio más confirmación te resulta imposible. No estás segura de cuál es la última imagen que te empuja hacia tu orgasmo: los ojos azules de Santiago y su devoción hacia tu cuerpo evidente en sus embestidas contra el colchón o Enzo apartando los cabellos del rostro de Matías y las lágrimas de sus ojos mientras aún está utilizando su boca despiadadamente.
Tu visión se nubla por el placer y Santiago, en un intento de prolongar tu orgasmo, te inmoviliza rodeando tu pierna con un brazo: sus movimientos no fallan ni por un segundo y sólo se da el lujo de bajar el ritmo una vez que tus uñas arañan sus hombros en señal de advertencia. Está tentado a continuar y Dios, adoraría hacerlo sólo para verte luchar contra el placer, pero conoce a la perfección lo desesperante que es la sobre estimulación y no quiere someterte a algo así.
Cuando las últimas lágrimas que inundaban tus ojos caen, humedeciendo tus mejillas y todo lo que encuentran en su camino, te permitís respirar lentamente para calmar tus pulsaciones. Te llevás una mano al pecho y por unos instantes jurás que en lugar de sentir tus latidos los oís, pero se trata del sonido rítmico producido por otro cuerpo.
Otros, mejor dicho.
Matías golpea las piernas de su amigo hasta que este se detiene para permitirle respirar y cuando lo libera ambos permanecen conectado por varios hilos de saliva. En un gesto casi dramático, ante el cual el otro pone los ojos en blanco, tu novio se deja caer y se lleva ambas manos al cuello mientras tose y respira de manera agitada.
Preocupada y también menos coherente de lo que te gustaría admitir saltás de la cama para auxiliar a Matías. Tus piernas carecen de la fuerza necesaria y cuando caes a su lado él te atrapa entre sus brazos, permitiendo (y disfrutando, aunque no va a decirlo en voz alta) que tus manos recorran su rostro para asegurarte de que se encuentra bien.
-No pasa nada- intenta calmarte e ignorar el sonido de las prendas ajenas cayendo sobre el suelo-. Andá a la cama, dale.
-Pero…
-Estoy bien, de verdad.
Creerle es difícil porque su respiración todavía suena rápida y superficial, pero cuando Enzo te toma por los brazos y te lleva de nuevo hacia la cama no tenés más opción que permanecer allí. Regresa por Matías y su trato más es delicado cuando lo ayuda a ponerse de pie, sosteniéndolo por la cintura e ignorando todos los fluidos en su ropa cuando la retira para descubrir su cuerpo.
Una extraña sensación de celos te ataca cuando observás que se toma el atrevimiento de tocar a tu novio, llenando su cuello de besos húmedos y masajeando su miembro con una lentitud que hace temblar sus rodillas. Matías se muerde los labios para contener algún que otro suspiro, aferrándose a los hombros del más alto para no desmoronarse y permitiéndole continuar su recorrido hasta que este último decide que es suficiente.
El hormigueo entre tus piernas se reaviva con la escena y también tu excitación manchando tus muslos. Las manos de Santiago se aventuran nuevamente sobre tu figura, acariciando tus pechos sobre tu camiseta mientras frota su bulto contra tu espalda baja y sus dientes rozan tu oreja, sacándote un gemido que llama la atención de tu novio.
Cuando se separan Matías sonríe, estúpido por la situación, y se dirige hacia la mesita de luz para buscar algo. Es un momento que Enzo decide aprovechar mimándote, besando tus labios hasta que ambos se quedan sin oxígeno, acariciando tus mejillas y peinando tu cabello como si intentara así recomponer tu apariencia desaliñada. Luego juega con los rulos de Santiago y le regala, sumados  a unos besos en la mejilla, varios cumplidos sobre su buen comportamiento.
Te acomoda sobre su regazo y su erección más que húmeda roza tu centro, sensible por tu interminable necesidad y por la estimulación que recibió hasta hace algunos minutos: gemís y él sonríe, luciendo calmado e inamovible como siempre, mientras una de sus manos acaricia tu cadera y la otra el bulto de Santiago, que comienza a gemir con la primera caricia.
El colchón se hunde con el peso de Matías, que se posiciona a tus espaldas y besa tu hombro mientras le arroja –entre divertido y un poco molesto por tener que compartirte otra vez- los preservativos a los otros dos.
-Acordate- dice contra tu piel:- si tenés que parar, paramos.
-Y vos acordate también- tocás el envoltorio sobre su palma-. Soy tuya y de nadie más.
Su erección palpitante te golpea y es la única orden que necesitás para dejarte caer sobre Enzo. Buscás apoyo en su pecho mientras él sostiene tu cintura y guía su miembro hacia tu centro, su punta jugando con tu clitorís y deslizándose repetidamente entre tus pliegues antes de hallar su lugar definitivo en tu entrada. Su tamaño te hace gemir y arañar su piel.
Santiago se acerca a tu rostro, tocando la comisura de tus labios y dejando un rastro tráslucido de líquido preseminal en tu mejilla, y estás a punto de recibirlo en tu boca cuando la mano del mayor los detiene a ambos.
-No querés que te muerda, ¿no? Aguantá un poco.
Santiago suelta una risa tan encantadora como su expresión y pronto Enzo también comienza a reírse. Por su parte Matías, que está aislado de los otros dos pero siempre en contacto con vos, intenta contenerse al ver la forma en que tu entrada trasera se contrae sobre la nada misma con cada nuevo centímetro de Enzo que tu interior acepta. No comprende cómo puede encantarle tanto verte de esta manera con su amigo, pero…
-Respirá.
Masajea tu cadera con una mano mientras con la otra conduce su erección desnuda hacia tu entrada. Sentís su glande ardiendo contra tu piel y te esforzás por dejar de lado el terror y los nervios que desestabilizan tu cuerpo y tu respiración, pero el arduo trabajo deja de ser necesario cuando los primeros centímetros son muy bien recibidos y te relajás.
Luego de unos segundos la figura temblando bajo la tuya llama tu atención y abrís los ojos: Enzo se muerde el labio con fuerza, tiene los párpados cerrados y su expresión cuando arroja la cabeza hacia atrás parece ser ocasionada por un dolor inexplicable. Estás a punto de gritarle a Matías para que se detenga pero te interrumpe un gemido gutural y grave, claramente de placer.
Un par de centímetros más y en tu cuerpo también se desata un tremor incontrolable. Matías es cuidadoso y los movimientos de su cadera son lentos, prácticamente imperceptibles, pero eso no evita que te estremezcas violentamente cuando la mezcla de placer y dolor comienza a superarte. Tus dedos comienzan a jugar con tu clítoris para aliviar tu desesperación.
Matías jadea a tus espaldas y arranca el mismo sonido de tu boca cuando arroja más lubricante sobre su miembro, permitiendo con sus embestidas que el producto se deslice por tu entrada y hacia las profundidades de tu cuerpo. Tus labios se separan para dar paso a una infinidad de sonidos y también al hilo de saliva que cae por tu mentón hasta llegar al pecho de Enzo.
Santiago, que hasta entonces esperaba pacientemente y recibía las ocasionales caricias del Enzo como una bendición, emite un sonido de protesta para llamar la atención de quien sea que esté dispuesto a escucharlo. Lo mirás sin dejar de gemir y resulta ser un error, ya que toma tu mentón y penetra tu última entrada disponible.
Un río de lágrimas corre por tu piel y la esencia de Santiago por tu boca, sus ojos se mantienen firmes sobre los tuyos y no comprendes el origen de la sonrisa que adorna sus labios. ¿Disfruta verte en esta posición, con tu cuerpo a merced de todos ellos y tu consciencia resquebrajándose? ¿Es un tierno intento de calmarte, pretende transmitirte un poco de su usual serenidad? No podés saberlo.
Es una locura. Todo esto es una completa locura, todos están locos, pero eso no detiene a ninguno de tus acompañantes. Tampoco a vos.
Santiago utiliza tu boca, deleitándose cuando tus gemidos vibran en torno a su extensión y sosteniéndote por la mejilla para mantenerte firme en tu lugar; Matías continúa empujándose hacia tus profundidades, llenándote hasta que jurás no poder tomar más, y volviendo loco a Enzo en el proceso, cuyas uñas dibujan formas en tu cadera.
Para cuando tu novio se detiene, regalándote un momento para permitirte acostumbrarte a la sensación, ya es tarde: no podés controlar los gemidos que mueren en tu boca y estos provocan que te ahogues con el miembro de Santiago, tu garganta contrayéndose sobre él hasta que lo llevás imposiblemente cerca de su orgasmo.
Tus músculos se contraen con tu clímax, arrancando maldiciones de todo tipo de los labios ajenos y especialmente de los de Matías, para quien tu entrada hasta ahora desconocida e imposiblemente apretada resultaba ya demasiado. Intenta darte el tiempo y la quietud que necesitás para disfrutar de tu inesperado orgasmo, de verdad lo intenta, pero su cuerpo lo traiciona.
El primero en ordenarle detenerse es Enzo, abrumado por el placer que siente cada vez que Matías se desliza en tu interior, y cuando te separás de Santiago también se suman tus gritos, mezclados con gemidos rotos y sollozos desesperados. Matías los ignora se y ríe, disfrutando utilizar tu cuerpo y también de poder vengarse de ambos.
Tus brazos pierden la fuerza y te derrumbás: el nuevo ángulo, muy lejos de traer alivio para tu cuerpo o para tu mente cada vez más nublada, provoca que ambos te penetren con mayor profundidad y rocen todos los puntos necesarios para hacerte delirar.
Gritás con los movimientos de Enzo, que siguen un ritmo opuesto a los de Matías, y llorás sobre su pecho mientras él besa tu frente. Sus palabras pueden ser tranquilizadoras o alentadoras, no lo sabés ya que jamás llegan a tus oídos y todo lo que percibís es tu llanto descontrolado junto con los quejidos de Santiago.
Cuando estirás tu brazo para consolarlo cierra la boca, satisfecho, pero es un silencio efímero. Lo masturbás con movimientos rítmicos y girás tu muñeca de vez en cuando, no tenés dudas de que le brindás el placer que merece, pero lo que en realidad logra hacerlo suspirar y gemir es la mano de Enzo ubicada entre sus piernas, más específicamente su dedo medio deslizándose dentro y fuera de su entrada.
Te girás para poder observar a Matías y la visión que encontrás te deslumbra: está luchando para no dejar caer sus párpados, pesados por el placer que lo ahoga, porque no quiere perderse ni un segundo del show que estás protagonizando. No sos consciente de cómo se ven tus pequeños agujeros, brillantes y en extremo dilatados, tampoco de cómo se ven en esta posición los ángulos y las curvas de tu cuerpo, así que sólo te dedicás a tomar lo que te ofrecen.
No cree que haya una palabra para describir cuánto ama poder verte de esta manera, completamente ida y presa del placer, la coherencia abandonando tu mirada y tu cuerpo entregándose más y más a la condena que te fue impuesta.
Sin dejar de mirarte lleva su pulgar a sus labios y lo humedece con su lengua para luego acercarlo a tu entrada en un gesto amenazante.
-Sos una putita, ¿no?
Tu respuesta es un gemido, patético y desesperado, propio del porno.
-Decilo.
-No…
Ejerce presión con su pulgar y gritás, aterrada; sabés que da igual si tu cuerpo no resiste más, Matías va a encontrar la forma de hacer que eso que él desea suceda de todas formas.
-Decilo- te sorprende la voz de Enzo y su respiración golpeando tu piel-. Decí que sos una putita.
Escondés tu rostro en su pecho, empapado con tu saliva y tus lágrimas, y cumplís con lo que te piden. Tu voz es apenas audible y estás segura de que Matías -tan sádico como siempre- te ordenará que lo repitas, pero en su lugar hace otra pregunta que acentúa con una fuerte embestida:
-¿De quién sos?
-Tuya.
-¿Sí?- y golpea tus entrañas.
-Sí, tuya y de nadie más- asentís-. Por favor, amor, por favor.
-¿Qué querés?
-Llename toda.
No se molesta en ocultar el efecto que tienen en él tus palabras y tampoco oculta el sonido animal que brota de su pecho cuando se derrama en tu interior. Su miembro palpita con fuerza y su semen caliente que te marca, reclamando el último lugar intacto de tu cuerpo, te arroja hacia otro desgarrador orgasmo que llena tus ojos de cristales. Cubrís tu boca con tus manos, creyendo que servirá de algo, pero todos te oyen caer de ese precipicio.
Los espasmos de tu cuerpo son incontrolables, crueles e intensos, tan agresivos que provocan también el orgasmo de Enzo. Busca tus labios desesperado, los movimientos de sus caderas empujándote dificultándole el besarte, y cuando logra llegar a tu boca te muerde hasta que ambos saborean en sus lenguas tu sangre.
No se detiene hasta que tus paredes reclaman la última gota de su liberación ardiente… y luego se da el lujo de continuar abusando de tu entrada con movimientos lentos que sólo se extinguen cuando sus respiraciones se estabilizan.
-Nos olvidamos de un detallito, ¿no?- dice Matías, ya recuperado de su orgasmo, con un tono despiadado. Se posiciona detrás de Santiago, que no deja de tocarse con movimientos frenéticos y desacertados, y aparta su mano de un golpe para encargarse del rubio-. Te gustó ver a mi novia, ¿no? Te gustó que te la chupe y que te toque.
Santiago arroja la cabeza contra el hombro de Matías. Sus mejillas están rojas y muerde sus labios con fuerza, pero lo que más te impresiona es ver cómo entierra sus dedos en la carne de sus muslos para no desfallecer por el súbito placer que los movimientos expertos de tu novio le hacen sentir.
Estás rodeada por el cálido y reconfortante abrazo del uruguayo, tus músculos protestan y tu mente todavía le pertenece a alguien más, pero eso no impide que estires un brazo y dirijas tus dedos cuidadosamente hacia la entrada del rubio. Su gemido de sorpresa y sus ojos azules mirándote con una intensidad sofocante son tu recompensa.
Su entrada cálida no opone resistencia alguna y sospechás que la lubricación que encontrás allí son tus propios fluidos. Deslizás un único dígito en su interior para no abrumarlo o herirlo, sin saber hasta dónde llegó Enzo, y su reacción es inmediata. Tiembla entre los brazos de Matías antes de llevar sus dedos hacia su cabello.
Una mano bronceada toma tu muñeca y gira tu brazo.
-Así- explica Enzo-. Ahora con la punta del dedo hacé…
Santiago grita, incapaz de tolerar el placer que vos y tu novio provocan con sus manos, y en un parpadeo los hilos de semen que brotan de su punta caen sobre tu rostro y tu cabello. Continuás moviendo tu dedo contra su próstata hasta que se queja por la sobre estimulación y tus dedos lo abandonan junto con las manos de Matías.
-La próxima lo tenemos que tratar mejor, ¿no?- sugiere tu novio, plantando besos húmedos en el hombro del rubio y deslizando sus dedos por sus rulos despeinados. La carcajada de Enzo resuena entre las cuatro paredes y se lleva una mano al rostro-. No te rías, boludo, es verdad…
Abandonás tu lugar sobre el mayor y te sentás en el colchón, desorientada, con una expresión que hace sonar las alarmas en el cerebro de Matías. Toma asiento a tu lado y acaricia tus muslos con fuerza, estudiando tus reacciones.
-¿Qué pasa?- sigue tus movimientos cuando bajás la mirada, observando los fluidos que caen desde tus entradas y oscurecen las sábanas-. No pasa nada, ¿sí? Ahora nos bañamos y después limpiamos todo.
-Sí.
Matías le dirige una mirada a sus amigos, haciéndoles saber que necesita unos minutos sólo con vos, por lo que ambos abandonan la cama rápidamente y toman la ropa que arrojaron por ahí muchos minutos atrás. Santiago besa tu mejilla cariñosamente antes de dirigirse hacia la puerta.
Enzo intenta no entrometerse, sabe que no le corresponde, pero aún así no puede evitar tomar tu mentón y buscar tu mirada. Te sonríe y cuando le devolvés el gesto besa tu frente, susurrando:
-Lo hiciste bien.
Ambos abandonan la habitación y una vez en el pasillo el mayor arrastra a Santiago en dirección al baño, ignorando sus protestas y explicándole que tiene que asegurarse de que también se encuentra bien.
-Estás bien, ¿no?- pregunta Matías.
-Sí, tonto.
-Y Enzo tiene razón, ¿sabés?- besa tus labios-. Lo hiciste bien, muy bien.
-¿De verdad?
-De verdad.
Jugás con sus dedos y sonreís.
-No fue un castigo.
-No- te sonríe con dulzura-. Para castigarte voy a esperar a que no haya nadie que pueda ayudarte.
Me hace inmensamente feliz haber concluido la historia de esta forma y... nada, no sé qué decirles, vayan todas a la iglesia el domingo porque seguramente después de leer esta película porno lo necesitan más que nunca. Muchísimas gracias por leer este capítulo y también los otros si es que vienen siguiendo toda la historia, soy extremadamente feliz sabiendo que pude entretenerlas un ratito 🫶🏻❤️
Mención honorífica a @recaltiente porque sin ella no habría encontrado la hermosa foto de los chicos para la portada y además soportó leerme con mis millones de ideas para la historia y todos mis desvaríos. Te adoro infinitamente nena.
taglist: @madame-fear @creative-heart @chiquititamia @delusionalgirlplace @llorented @lastflowrr. Si alguien quiere que la agregue a la lista me avisa ♡
103 notes · View notes