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Gresca en la cima de la pirámide

En España tenemos un problema con el cine. Los cineastas se quejan de la falta de financiación y una parte de la sociedad ve a los cineastas como chupópteros del estado, como quejicas izquierdosos. Los primeros piden, los segundos no les darían un céntimo, pero, no depende de estos últimos, así que solo rabian en las redes o en las sobremesas. La agitación generada en las redes tras las declaraciones de Eduardo Casanova en la pasada gala de los Goya o el polémico y reciente mensaje de Vox, son ejemplo.

Es curioso, porque la gran mayoría de nosotros adoramos los éxitos, todos apreciamos los avances de la ciencia, la belleza de la cultura o las victorias deportivas, pero parece que hemos olvidado que para alcanzar tan admiradas metas hace falta, entre otras cosas, dinero. No sólo los artistas reclaman dinero, otro ejemplo de quejicas son los científicos. El talento y trabajo que requiere la ciencia funciona mejor con dinero. También es verdad, al igual que la cultura, que la ciencia básica no siempre revierte ese dinero en beneficios económicos directos, y curiosamente cuando consigue hacerlo, entonces, suelen llevárselo siempre los mismos. Sin embargo, el beneficio científico, más tarde o temprano, revierte en la humanidad, alarga nuestra vida, palia nuestro dolor, nos une y nos mejora. Ahora que hay un desastre producido por una cadena de RNA encapsulada y empeñada en dividirse dentro de nosotros, todos nos acordamos de la medicina que no es otra cosa que ciencia aplicada, a veces por grandes artistas.

Ahora piense en las películas que le hicieron pensar, sentir, que permanecen en su memoria. Vale, estamos hablando de España, estoy seguro de que encontrará en el cine de Berlanga, Garci, Almodóvar o Amenábar, por poner un ejemplo, historias y personajes que le emocionaron. Piense, por un momento, en las comedias que le hicieron reír, en los dramas que le hicieron llorar o en los personajes creados desde Landa a Bardem, desde Morgan a Cuesta. Al igual que la ciencia, la cultura revierte en la humanidad, nos une y nos mejora. El cine, en particular, crea mundos paralelos a la realidad, a partir de lugares, épocas, vivencias, personajes e historias que compartimos entre todos, y que, de forma única, cada uno de nosotros integra en su mente. La maravilla es que al integrar las historias cambiamos, nuestras neuronas responden, nuestra realidad, o al menos nuestra forma de ver la realidad se transforma.

Puedo entender que el cine en España parece estar polarizado, aún cuando habrá cineastas de derechas, apolíticos o sencillamente sensatos, sólo emerge una constante facción encapsulada en los eslóganes y tendencias progresistas del momento, posiblemente faltos de reflexión y autocrítica, no dejan espacio a nada más. Deberían reflexionar sobre su principal labor social, crear cultura y sobre el poder económico de su entorno.

Comencé a escribir este texto el 26 de enero, parece tan lejano, no lo pude terminar entonces, ahora ha llegado la crisis producida por el virus del COVID19, y una parte de la sociedad está matando (o ganando) el tiempo con series y novelas, mientras otros están sufriendo y confiando en la sanidad, por lo que sólo puedo reafirmarme en la importancia de ambas actividades de creación y descubrimiento, arte y ciencia.

Y mientras tanto, siguen los mismos, haciendo lo mismo. Vox, al criticar a la élite del cine español, se está criticando a sí mismo. Porque artistas y políticos son lo mismo. Forman parte del mismo estrato social, si comparamos artistas y políticos con un agricultor o un ganadero, como el citado Tweet de vox, ambos, son igual de irrelevantes para el funcionamiento básico del país, y, ambos, están igual de alejados socialmente de los trabajadores.

A la hora de la verdad no nos diferenciamos en rojos o azules, sino en nuestra posición en la pirámide social, formada por muchos jornaleros y parias en la base y privilegiados en la cima. Desde milenios ha sido así, gobernantes, militares, pensadores y artistas de éxito han formado parte de la cima, de la élite, mientras que la gran mayoría los nutría y mantenía. Lo aceptamos como sociedad porque no nos queda otra y, además, porque consideramos que nos ayudan y nos cuidan, que enriquecen nuestro acervo cultural y que, en definitiva, mantienen la estabilidad y el bienestar de la pirámide.

Termino de escribir, en un instante de preocupación, donde pienso en todos los que esperan los resultados del SARS-CoV2 y en la evolución de sus familiares, entre ellos amigos míos, y también pienso en esos miembros de la élite que siguen aprovechándose de su posición en la cima mientras no hacen, ni hicieron, su trabajo. No os merecéis estar ahí.