UN 2017, NUTRICIONALMENTE HABLANDO.
Cada inicio de año estamos llenos de propósitos, sueños, metas, objetivos, etc, etc… Casi nuuunca me propongo algo para un año nuevo y generalmente ruego por salud, felicidad y tener cubiertas mis necesidades básicas.
El año pasado fue uno de esos “casi nunca” y me propuse perder peso. El 2016 fue un año algo turbulento y yo siendo ansiosa me llevó a ganar unas libritas. No me había dado cuenta de esto hasta finales de ese mismo año cuando nos fuimos al lago con mi esposo a celebrar nuestro aniversario. Me tome una fotito algo reveladora y me mostro lo que realmente le había sucedido a mi cuerpo. Es así como ese mismo diciembre decidí empezar a cambiar mi estilo de vida.
Podrán pensar: ¿Pero, si ella es nutricionista? ¿Cómo llegó a eso? Pues, como toda humanoide cometo errores y pues… el estrés, el pesimismo y el estrógeno me atacaron.
Y así fue como empecé por reducir todas mis porciones de alimentos a la mitad. Quité carbohidratos de mis tiempos de comida – en especial en almuerzo y cena-. Había llegado al punto de comerme la mitad de una baguette entre mi esposo y yo y cada mordida llevaba la respectiva untadita de mantequilla. Y para no tener tanto remordimiento, era mantequilla sin sal. Lo peor es que muchas veces hacíamos esto junto con un plato de pasta. En mis desayunos, llegaba al punto de hacerme un smoothie -recetas que aportan entre 200 a 350 cal- y aparte me hacia un sándwich o un burrito con huevo o de frijol con queso – que aporta unas 300 cal más-. Además, iba solo 3 veces por semana al gym y no llevaba un orden en mi entrenamiento. Todo esto fueron factores que me llevaron aumentar 15 libras.
Ahora que recuerdo todo esto, no me asombra el aumento de peso, es más, me asombra que no haya sido mayor. Y bueno, empezó enero 2017 y me comprometí conmigo misma -y me lo guarde como mi mayor secreto- y empecé por ir 4-5 veces por semana al gym, deje de hacer pesas y me enfoque en ejercicios cardiovasculares- HIITs, trotar, saltar cuerda-. Fueron 3 meses intensos. Digo 3 meses, porque fue hasta el tercer mes que realmente empecé a ver resultados. La gente a mi alrededor empezó a ver resultados. Frases como: “que cinturita!”, “se ve delgada”, “¿has bajado de peso?”. Y pues, cuando empecé a ver que mis jeans ya no me sacaban el rollito en la espalda fue como ganar el paraíso en la tierra. De hecho, dejé de usar un boyfriend jeans porque me termino quedando demasiado flojo.
A parte de haber reducido a la mitad mis porciones, aumentar el ejercicio cardiovascular y reducir la ingesta de carbohidratos hice unos cambios bastante significativos en mi dieta. Quise empezar una dieta más limpia, más orgánica y un poco vegetariana. Los unicos productos de origen animal que me permito son pescado, camarones, huevos y queso. Pollo solamente cuando es gallina india.
Soy amante de la leche, pero empecé por dejar la leche de vaca, el pollo, la carne roja -esta no me costó mucho porque casi no me gusta a excepción de las hamburguesas- y los embutidos – estos si me costaron muuuuchoo-. Algo que marco mi antes y después fue el documental de What the Health. Pero de esto les hablo en otro blog.
Y es así como me mantuve durante el año. Un tipo de alimentación que mantenía a excepción de cuando estaba de viaje que lo hacía bastante difícil en especial, cuando te acompaña un hombre más carnívoro que un neandertal. Por suerte eran viajes de 1 semana y a mi regreso le daba reboot a mi dieta con una détox.
En el mes de agosto decidí por irme con una dieta ovolactovegetariana – solo me permitía agregar queso a mis recetas- luego de ver el documental que les comente anteriormente. A pesar de que el queso no es de los mejores productos de la industria, es un alimento del que realmente disfruto. Sigo el Instagram de @veganasv de Enriqueta Ramirez y lo hace ver tan natural y fácil y pues, me inspiró. Logre hacerlo por unas 2 o 3 semanas pero a mi organismo no le hizo muy bien. Empecé a comer más cantidad de carbohidratos para sentirme saciada y mi cuerpo se estaba volviendo un poco flácido y sentí haber ganado peso. Así que volví a mi dieta inicial.
La verdad es que cada cuerpo es diferente y debemos identificar que nos cae bien y que no. En mi caso, necesito proteína animal para sentirme saciada por lo que una dieta vegana no es lo mío. Es por eso, que siempre agrego queso a mis recetas.
Aún me falta mucho por lograr tanto física y nutricionalmente hablando. El 2017 fue pérdida de peso y volumen principalmente, el 2018 quiero más. Este año me he propuesto definir músculo. Esto significa bajar porcentaje de grasa – una reducción saludable y a un límite saludable- sin aumentar volumen por musculo. Verme musculosa no es lo mío. Veremos que tal me va.
Aún tengo mis pecaditos….me gusta la pizza - cuando como trato de que sea la margarita-, las pastas son mi debilidad, el pan dulce artesanal – zemita, suspiros, orejas, quesadillas….- logran que olvide mis metas. Casi nunca tengo antojo de carne roja pero, a veces me dan ganas de una hamburguesa en especial la que sirven en la Pampa Argentina. Y mejor no sigo porque me ha dado hambre jajaja.
El 2017 me ayudo a CONFIRMAR que las pérdidas de peso son procesos lentos y se deben disfrutar. Eso de querer bajarlo para semana santa o la boda de una amiga un mes antes no funciona. Se necesita tiempo y sobre todo INTENCIÓN de lograr una versión más saludable de cada uno de nosotros.
¿Y ustedes #quickbiters? ¿Lograron sus propósitos en el 2017?
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