Tumgik
#gente di Turro
ottimismocinico · 1 year
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Nello studio di Emilio Isgrò per Museocity.
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claudiaphuego · 5 years
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1.
Estoy en la casa en la que me crié y pasé los primeros dieciocho años de mi vida. Hay algo en el oxígeno pampeano que me sobresalta y hace cosquillas ahí donde me duele. 
Me gusta, me hace gracia y me pregunto
¿Será el recuerdo intenso de la soledad de sentirme la única rara en todo el pueblo, mejor dicho en el mundo y no exagero, porque así se sentía cada vez que los activistas de lo normal mutilaban las ideas que querían viajar más allá de mi pensamiento, lejos de la depresión geográfica o pozo de tristeza en el que se emplaza esta comarca de la desesperanza? 
¿Será la noticia fresca de que mi padre abusó sexualmente, en esta misma casa, de mi mejor amiga, mientras compartíamos cama después de una pijamada, cuando teníamos trece años?
Tal vez los recuerdos de la adolescencia. Caminar las calles del pueblo esquivando las esquinas en donde ranchaban esos adolescentes malos que cuando me veían tenían la obligación moral de decirme o hacer algo para no ser maricones, porque yo era un maricón. Esquivar las piedras. Esquivar las palabras que eran como piedras. Tardar media hora más en llegar a mis clases de inglés o a lo de una amiga porque el camino se transformaba en un laberinto lleno de trampas. Esquivar las trampas. Sudar frío. Caer en la trampa. Llorar a escondidas. Sentir la soledad, otra vez.
Me encuentro sentada en el comedor, por la ventana se ve el río, que está justo al frente, cruzando la calle. Río Colorado, dicen que se llama así porque antes era de ese color, tenía mucha arcilla dicen, pero cuando construyeron no se qué represa río arriba eso se esfumó, y ahora el agua que a veces parece negra, tal vez por las manchas de hidrocarburos, perdió todo el color que solía tener. Me gusta pensar que la naturaleza se acopla al entorno que la habita, la acromatopsia del agua no es más que un reflejo de la humanidad que habita a su alrededor: insípida, desteñida, triste, añeja, contaminada y podrida. Sí, soy una resentida.
Ahora tengo casi veintitrés y la capacidad de no solo recordar con rencor las heridas del pasado, cicatrices que entiendo también son parte de mi y las acepto, sino también de visualizar aquellos refugios en los que me pude resguardar, pequeños oasis que supe construir para sobrevivir, para incubar y no dejar morir a esa que era yo, que estaba en mi interior, pero durante dieciocho años no tuvo permiso de salir, lo eligió, no existir, esperando el momento adecuado para (re)nacer.
Esas reminiscencias que diluyen lo amargo de la memoria y suavizan la pena. Poder razonar que lo que pasó también fue el pie para lo que sucede ahora, que aunque tenga sus defectos, me agrada bastante. Pisar este territorio me llena angustia pero también me reconforta, me fortalece y me pregunto:
¿Será el recuerdo nítido de esos mediodías de verano en los que me quedaba sola? Mamá y papá trabajaban. Yo de vacaciones. En la habitación de mi madre había encontrado un par de stilettos negros y viejos que me recordaban a los que usaban los bailarines del videoclip de Alejandro. Abría de par en par las ventanas que dan al río, lleno de gente metida en el agua. The Fame Monster a todo volumen. El comedor tomaba forma de escenario y pasarela. El techo de chapa, que hervía calentando toda la casa, se transformaba en el fervor del estadio, los reflectores que me apuntaban hacían brillar las gotas de sudor en mi rostro, y me seguían, mientras bailaba recorriendo el espacio como entrando en un trance, sin dudar un movimiento de cada sonido en Bad Romance al mismo tiempo que saltaba, giraba, caía al suelo, I want your love and I want your revenge, I want your love, I don’t wanna be friends y Lady Gaga era yo y los turros, sentados en la vereda, que después de darle un trago a la caja de vino hacían algún comentario sobre mi performance lo sabían muy bien. Mis little monsters. 
Serán las noches de la infancia en la que dormía en casa de mi tía, familia matriarcal llena de primas, con las que inventábamos juegos de roles. La oficinita o la familia, o jugábamos al elástico, o nos contabamos chismes, o las más grandes nos daban una clase de gimnasia en las que hacíamos sentadillas para poner dura la cola, tan alejada de los varones que me golpeaban con puños y puteadas cuando obligada a jugar al fútbol no podía nunca atinarle a las pelotas, que siempre terminaban golpeándome la cara y hasta el día de hoy me dan fobia, a menos que me golpeen el culo, o bueno, la cara también. 
Tal vez las amigas, cada una de ellas, porque todas fueron las mejores, con las que compartía los dolores y secretos de ser adolescentes, a pesar de la brecha que generaba nuestras diferencias de género y los prejuicios que eso acarreaba en un pueblo. Mariliendras de fuego, que incineraban a cualquier chongo que se pasara de vivo conmigo y cuando salí del closet no reaccionaron de ninguna manera , y esa fue la mejor reacción. El cariño después era el mismo, siempre me habían querido entera, toda, el pack completo de maricón patagónico. 
Tal vez las noches de cinefilia y melomanía, tres o cuatro películas por noche que ordenaba en una carpeta por año desde 1900 hasta el 2014. Discos completos de los más variados géneros que me inducían a viajes introspectivos en los que encontraba un alivio para el estado constante de ansiedad que genera vivir en una jaula. Arte e internet. Un video de susy shock, recitando una poesía que meses después me llevaría a hacer mi primer viaje de verano, a un lugar en el que finalmente me di cuenta de que no estaba sola en el mundo, y el pueblo no era una jaula, sino una instancia burocrática, que tenía que tramitar para poder dejarlo atrás. 
Seguro el amor de una madre que me espera siempre con los brazos abiertos, probablemente la única de todas las razones que me hace volver, que a pesar de no entender muchas de mis ideas que le parecen de un exotismo incomprensible, hace fuerza por aprender. Bichos raros nos dice a mi y a mi novia mientras nos ve sentadas en la mesa charlando sobre temas que le parecen tan ajenos. Pero me gustan estos bichos raros nos dice y nos abraza como tratando de ponerle límites a nuestro dolor. Tal vez porque sabe lo que es el dolor, habiendo vivido ella desde temprana edad tantos sufrimientos que la marcaron, lesiones llevadas a cabo por lo general por hombres malos o por otras personas que también sufren, y tienen su génesis en los horrores sistemáticos de la humanidad. Capaz otro día tenga la oportunidad de contárselos. Tal vez porque aunque nos separen un océano de diferencias irreconciliables, y cuando era adolescente nos hayamos matado tanto porque ella no entendía que yo estaba lastimada y yo no entendía que ella tambien, y ahora tengamos concepciones de la vida totalmente opuestas, nos une algo tan fuerte como compartir el haber vivido durante mucho tiempo de nuestra existencia, una gran represión.
Estoy acostada en la cama de la que fue mi habitación, los primeros dieciocho años de mi vida. A un lado mi novia, princesa que siempre me acompaña, al otro lado, mi primer peluche, que mi mamá hace unos días sacó de uno de sus armarios y no lo puedo dejar de abrazar, cada vez que le miro a los ojos, encuentro en sus tremendas pupilas de plástico dilatadas, un poquito de paz. 
Cada viaje es un reencuentro
un enfrentamiento
a veces, un crecimiento
revisar dónde quedó la herida abierta
para suturar.
Mi nombre es Claudia Phuego
y un Phuego, no es cualquier fuego.
Esto no es una autopsia 
Es una cirugía, a corazón abierto.
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corallorosso · 6 years
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La strage dei bimbi di Gorla Gorla è un quartiere di Milano, posto nella periferia nord - orientale della città. La data della strage è nella memoria di molte persone, purtroppo non tutte: 20 ottobre 1944. Quella mattina dall’aeroporto di Castelluccio dei Sauri, nei pressi della città di Foggia in Puglia, decollarono 36 bombardieri B-24 della 451 Bomb Group, al comando del colonnello James B. Knapp. Il compito assegnato alla compagnia 451 Bomb Group? Distruggere gli stabilimenti della Breda a Sesto San Giovanni. In contemporanea i bombardieri della 461 Bomb Group e della 484 erano diretti su Milano, con l’obiettivo di radere al suolo gli stabilimenti dell’Isotta Fraschini e dell’Alfa Romeo. Una pioggia di bombe attendeva il cielo di Milano, e la sua gente. L’operazione iniziò poco prima delle 8,00 in Puglia. Gli aerei si alzarono in volo per raggiungere gli obiettivi. La fine arriva dal cielo. Splendido cielo azzurro. Le officine della Breda devono essere distrutte. L’attacco è ripartito in due ondate, per non essere facili bersagli per la contraerea. La prima ondata non centrò l’obiettivo prefissato a causa d’errori nella procedura di lancio del materiale bellico: le bombe sganciate in anticipo colpiscono l’aperta campagna. La seconda ondata – a causa di probabili errori di trascrizione delle coordinate – si trova fuori posizione rispetto all'obiettivo. Non è possibile tornare alla base con le bombe innescate. Devono essere lanciate. Il comandante decise di liberarsi immediatamente del carico. I resoconti ci narrano la possibilità di cui disponeva chi guidava l’attacco: sganciare la morte che arriva dal cielo in aperta campagna, sulla rotta per Cremona. Questo non avvenne nonostante le favorevoli condizioni atmosferiche permettessero una chiara distinzione tra obiettivi militari ed abitazioni civili. Alle 11,27 i bombardieri americani vomitano morte dal cielo. Alle 11,29 gli abitati di Gorla e Precotto sono investiti da un quantitativo enorme d’esplosivo. L’inferno sulla terra di Milano. Case, negozi, officine e scuole diventano bersagli. Urla. Lacerazioni. Morte. Dolore. Milano non sarà più la stessa. Le bombe investono la scuola elementare Francesco Crispi uccidendo 184 scolari, 20 insegnanti ed altri 18 piccoli bimbi, portati in braccio dalle madri accorse sul luogo di morte al primo allarme con l’obiettivo di portare in salvo i figli che frequentavano la scuola. Un’intera generazione scomparsa. Quel giorno Milano contò oltre 600 vittime dei bombardamenti. Dalle macerie furono estratte diverse centinaia, se non migliaia, di feriti. "Sono Ambrogina Sironi, sorella di Ambrogio, nata nel 1946. Dai miei genitori ho saputo che quel mattino per mio fratello sarebbe stato il primo giorno di scuola. Aveva 7 anni ed avrebbe frequentato la seconda elementare. Era appena tornato dalla Valtellina, dove era sfollato presso una zia. Quel mattino però, Ambrogio non ne voleva proprio sapere di andare a scuola! La mamma l'aveva preparato e visto che abitavamo proprio di fronte alla scuola all'orario di inizio delle lezioni l'aveva mandato da solo.Nel frattempo il papà era intento ad effettuare le consegne con il suo carro e cavallo. Arrivato a Turro un signore l'ha avvertito che aveva un bambino nella cesta del fieno sotto il carro. Era il piccolo Ambrogio, deciso a bigiare la scuola. Il papà la pensava diversamente. Girato il carro e tornato a Gorla ha accompagnato mio fratello a scuola. Per sempre. Ora anche lui riposa nella cripta ossario, sotto il monumento. Io porto il suo nome, il nome di un piccolo martire!". Nessuno fu chiamato sul banco degli imputati, malgrado si conoscano i responsabili. La storia dovrebbe insegnare. Francesco De Gregori cantava:"la Storia non ha nascondigli, la Storia non passa la mano, la Storia siamo noi." Dovremmo essere pronti a riscrivere la storia. Ci hanno liberato ma questo non significa perdonare l'orrore. Fabio Casalini
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