Mi cuerpo, ese que parece saberlo todo, siempre encuentra la manera de hacer las cosas por mí, como si en el fondo supiera más de lo que creo. Cada vez que le enseño algo, se lo apropia. Se toma su tiempo, es cierto, pero una vez que lo aprende, lo hace solo, sin que yo intervenga. Tocar la trompeta es el mejor ejemplo. Es el cuerpo el que me pide estudiar, el que sabe cuándo algo no está bien, que hace sonar la alarma en piloto automático. Tal vez todo esto sea un desatino, una explicación torpe, pero siento que mi cuerpo toma las riendas por mí. Cuando mejor toco es cuando no pienso en nada, cuando dejo de ser y me vuelvo pura música.
Hace unos días, Enric Alegre, ese saxofonista que tanto admiro, me dijo algo que no he dejado de rumiar: "Piensa poco, pero con calidad". En ese momento no lo entendí del todo, pero luego, mientras tocaba, se me reveló: al tocar no hay apoyo, no hay respiración, no hay flexibilidad, no hay ataque. Todo eso son palabras, ideas que flotan en el aire, pero no son la música en sí. Es el ego el que busca demostrar su técnica, que quiere ser visto y oído. Pero el cuerpo, ah, el cuerpo solo quiere que la música salga, que fluya, que se derrame sin control.
Johnny, en "El Perseguidor", lo decía: "¡Qué bronca esto de querer explicar! No se puede explicar, pero de pronto yo estaba tocando y empecé a ver todo esto que pasa en el cuarto del ascensor... la música que sube y sube, que me deja seco y entontecido…Mientras toco, no hay hipoteca, no hay facturas, no hay problemas, solo está el presente el ascensor y el saxofón ". Creo que me he inventado un poco pero es algo así lo que dice Charlie, o más bien Johnny o Cortázar o quien sabe quién es el que lo dice.
En esos momentos sublimes ni siquiera estoy yo; hay algo más, algo que va más allá, que me trasciende, que se apodera de mí y me convierte en otra cosa, en otra persona o en ninguna. Es verano, y solo estoy yo, y esta niebla que me envuelve, que se convierte en mi única compañía cuando me abandono. Me rindo, sí, pero es una rendición pacífica, como quien cierra los ojos y deja de luchar contra la corriente. Aunque sé que no durará mucho. Siempre hay algo que me arrastra de vuelta.
¿Será que siempre estoy perdiéndome? ¿O será que no hay nada que encontrar? La niebla se espesa y lo envuelve todo, y yo, perdido entre sus pliegues, me entrego a este olvido dulce, a este no saber que me deja en suspenso. La música fluye, pero ni siquiera sé si es mía o de algo más que se filtra a través de mí. En esta niebla de agosto, me dejo ir, como quien se abandona a un sueño sin retorno, sin saber si, al final, despertaré o seguiré flotando entre sombras.