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#matrimoniadas
conbuenhumor · 6 years
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Fallece Marisa Porcel
CHRISTIAN MORALES CLARASÓ
El mundo de la interpretación se tiñe de negro una vez más. Marisa Porcel, reconocida por el gran público por su papel de Pepa en la tira cómica de José Luis Moreno, falleció la noche del 15 de agosto a los 74 años de edad. La actriz permaneció ingresada en el hospital durante su último mes de vida. La mujer de Pepe Ruiz en la ficción se encontraba muy enferma.
María…
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mmorales211 · 8 years
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Nicely done. Cool to watch. 👼🏼ƸӜƷ✫✫✫ #ArgentineanComedy #IMarriedADumbAss #CineArgentino #Matrimoniadas #HolyM atrimony #MeCaseConUnBoludo 👼🏼ƸӜƷ✫✫✫ (at Mari's Rainbow)
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veranoatchus · 5 years
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Barrizada: Guzmán el Bueno 2019
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A un globero de Almería mételo por arena de esa blanda de rambla o de duna, que no le asusta; o dile de dar pedales un día de ventarrón, que no tiene problema ninguno en coger la bici aunque el viento doble las palmeras. Pero un globero almeriense no sale con lluvia. Total para dos veces que llueve al año es tontería mojarse, no habrá días… ¿Y el barro?, ni sabe lo que es. Si acaso hay algún charco en un camino, pues se esquiva y santas pascuas. Y claro, cuando nos sacan de nuestro territorio luego pasa lo que pasa.
Digo esto porque el pasado seis de abril nos plantamos en la MTB Guzmán el Bueno con toda la ilusión del mundo de hacer una ruta con fama de bonita, divertida y, sí también, algo dura. Y nos encontramos metidos de lleno en una encerrona de frío, lluvia y barro que no sabíamos si continuar pedaleando o hacer botijos con el barro que llevábamos en las bicis.
Las app del tiempo, malditas todas
Ya se barruntaba algo desde días atrás cuando en los grupitos de whatsapp la gente iba poniendo predicciones de lluvia para la carrera. Pero entre que en Almería las app del tiempo fallan más que las escopetillas de  feria y que, según el día y la app en cuestión, la predicción variaba bastante, no les hice demasiado caso. Es más, el jueves decían que no iba a llover en la carrera y el día de antes apenas daban un posible chispeo casi inapreciable. Por si las moscas eché el chubasquero en el equipaje. Menos mal.
Velando armas
Llegamos a Córdoba la noche antes. Con la gran ventaja de que Felipe –el gran experto en Almería en organizar rutas de MTB llenas de sorpresas y ‘bicheos’– nos había recogido los dorsales. Gracias maestro. Con las bolsas de corredor en mano, nos fuimos a cenar al Panzamorena, un sitio de pasta para cargar el cuerpo a tope. Muy de pros. Incluso restringimos el número de tercios de cerveza (todo un sacrificio tratándose de un viernes por la noche).
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Hacia la salida con visita turística
El día de la carrera teníamos previsto madrugar para entrar en el cajón de salida de los primeros y evitar así los tapones que se forman en las carreras tan multitudinarias. Pero claro, del dicho al hecho… Madrugar madrugamos, pero entre las cacas de última hora y que nos perdimos por la ciudad para llegar a la zona de salida (más de media hora tardamos desde el centro de Córdoba hasta la zona de la carrera), nos colocamos más o menos en la mitad del cajón. Bueno, tampoco estaba tan mal… y de propina una ruta turística por el Guadalquivir.
Va a faltar ropa
Ya en la espera en el cajón nos dimos cuenta de que la cosa iba a estar bien pasada por agua. No paraba de llover ¿Pero no decían que iban a ser cuatro gotas de nada? Así que nos calzamos toda la ropa que llevábamos: perneras, manguitos, chaleco, chubasquero y porque no había traído paraguas, que si no me lo ato a la chepa.
Neutralizada pero desmelenada
Cuando se dio la salida tardamos más de cuatro minutos en pasar por el arco con el crono y a partir de ahí… la desbandada. Se suponía que el tramo urbano era neutralizado, pero nadie quería quedarse atrás y pillar embotellamientos, así que o apretabas un poco el ritmo o te pasaban por encima.
Hasta que se pasó de una calle urbana y ancha a un camino de tierra estrecho. Y, claro, llegó el primer tapón. Pero me zafé bien de esos primero tapones porque la gente no quería manchar su bici de barro –ay, ilusos– y pasando por algún que otro charco prácticamente no tuve que pararme.
Gran parte de los primeros kilómetros transcurrían por una pista junto a un canal. Seca habría sido un paseo, pero el chup, chup, chup que hacía la rueda al rodar ya te daba una idea de que estaba costando más de la cuenta avanzar.
En el primer avituallamiento no paré, habían sido unos 20 kilómetros prácticamente llanos y a ritmo tranquilo –y tan tranquilo, me pasó ciento y la madre en la zona del canal–.
Después del avituallamiento el terreno tampoco era demasiado duro, incluso el Sol hizo el amago de salir. Muchos aprovechamos para quitarnos el chubasquero. Pero ojo, cometí un error importante, al quitármelo en marcha se le dieron la vuelta las mangas. Luego me arrepentiría de ese detalle…
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Postal en Arrastraculos
Más o menos por el kilómetro treinta y cinco empezaba el primer puerto, y el más largo. Primero por un camino con rampas bastante duras que se fue estrechando hasta convertirse en senda con algunas zonas de escalones de roca en los que había que poner pie a tierra. Bueno, algunos pusieron lomo a tierra al no salírsele la cala.
Después otro tramo de subida por asfalto. Y para finalizar la famosa rampa ‘Arrastraculos’. En los escalones del principio había un cola para pasar. No sé si se podrían hacer montados pero, desde luego, con la gente andando en fila india era imposible. Eso sí, el compañero Pebels (y yo con él) tuvimos los reflejos suficientes para montarnos en la bici en el tramo final y poder lucir como pros en las fotos (dientes, dientes).
Qué ricos los pastelitos
En el segundo avituallamiento sí que paramos. Ya había hambre y cansancio acumulado (y solo llevábamos la cuarta parte de subidas). Mención especial a los pastelillos de cabello de ángel, me los metía de tres en tres en la boca.
Saboreando los paluegos de los pastelillos vuelta a dar pedales. Entrada en la base militar de Cerro Muriano y otra vez lluvia. En un tramo de asfalto (pero con socavones) me fui a poner de nuevo el chubasquero en marcha, pero al estar las mangas vueltas me tiré un buen rato pedaleando sin manos y esquivando socavones. A punto estuve de escenificar el chiste de “mira mamá zin dientez”. 
Menos mal que me lo pude poner a tiempo de una bajada por pista bastante pronunciada y divertida, la verdad. Eso sí, al final de la bajada comenzaba el segundo puerto largo con unas primeras rampas de aupa (quien dice aupa dice 18% de pendiente).
En esa zona ya se veía mucha gente con problemas mecánicos. Cincuenta kilómetros de barro habían hecho mella en las transmisiones y los cambios de las bicis sonaban como los de las Harley-Davidson. Roturas de patillas y cadenas por doquier. Incluso contemplé una escena curiosa en la que un hombre intentaba arreglarle el cambio a una mujer, entiendo que sería su pareja, mientras le regañaba: “¡Madre mía, pero cómo has podido meter la patilla dentro de los radios!”. Ya veis, escenas de matrimoniadas en plena ruta de MTB.
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La visita de Viernes
El segundo puerto lo pasé más o menos bien, pero a partir de ahí había un tramo de bastantes kilómetros con continuas subidas y bajadas por pistas de tarquín hecho lodo. Lloviendo más fuerte, calado hasta los huesos, con frío y sin ver ni pijo porque llevaba las gafas empañadas y llenas de barro… recibí la visita del amigo Viernes:
– ¡Pero dónde te has metido, loco! – Pues ya ves, aquí intentando hacer esta carrera. – Déjate hombre, que no merece la pena. – Es que me hace ilusión. – Te vas a poner malo, la pulmonía no te la quita nadie. – Pero ya que estoy aquí, llevo la mitad… – Ni ilusión, ni leches, que el lunes, enfermo, no vas a poder trabajar. – Le he prometido a mi hijo llevarle la medallita finisher… – ¡Paparruchas!
Veredas al rescate
Y en eso estábamos Viernes y yo, cuando llegamos al tercer avituallamiento. Pude limpiarme las gafas con agua y volver a ver –detalle que se agradece bastante cuando vas en bicicleta por la montaña–. Me llevé otros buenos puñados de pastelitos a la boca –¡madre mía, qué ricos!– y me repuse un poco.
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Viernes erre que erre, seguía dando la matraca, pero al poco de volver e retomar la marcha entramos en una zona de veredas:
- Abandona la carrera piltrafilla, que te va a dar un amarillo… - Uy, qué buena pinta tiene esta senda... - La bici te la vas a cargar con tanto barro, lo sabes, ¿verdad? - ¡Anda a la mierda, Viernes, que estas veredas están de puta madre!
¿Qué tendrán las veredas que se nos quita a todos el cansancio y la fatiga cuando nos lanzamos por ellas? A partir del kilómetro setenta la ruta se ponía mucho más bonita y divertida
Había sendas de todo tipo. Algunas más o menos fáciles y rápidas. Otras con sus pequeños repechos en los que había que apretar el culo para subirlos. Algunos pasos técnicos, una senda era particularmente difícil con mucha roca resbaladiza (por la lluvia y el barro que habían dejado las bicis), pero no tuve ocasión de comprobar si se podía hacer montado porque había una fila india de corredores andando. La última vereda era una ensalada de piedras, con algún paso algo más complicado pero que se hacía sin poner pie.
Eso sí, entre senda y senda había un montón de repechos rompepiernas que parecía que no se iban a acabar nunca. Aunque los de la organización se empeñaban en animarte diciendo que acababas de hacer la última subida y ya todo era bajada. Mentiras muy poco piadosas que te hacían mirar con odio a todo el que llevara un peto o una señal en la mano.
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Llegada y a por el rancho
Los últimos metros, como no, tocaba acicalarse y lucir el maillot sin chubasquero ni chaleco para salir guapo –ejem, o menos feo– en la foto ¡Uf, prueba superada!
Después del palizón los militares nos dieron un buen rancho. Macarrones, filetes, ensalada y yogurt. Lástima que no hubiera cerveza, solo Cruzcampo. También había servicio de limpieza de bicis, pero la cola era de más de una hora y con la que estaba cayendo dejamos el lavado para otro momento (tres veces he tenido que lavar la bici y todavía le sigo sacando barro).
En resumen, la Guzmán el Bueno (al menos esta edición) es una carrera muy bonita por el entorno de Sierra Morena. El primer tercio de carrera es facilón, aunque sirve para ordenar el pelotón; la segunda parte es la que tiene los puertos más duros; y el último tercio, con mucha subida y bajada rompepiernas, está plagado de veredas divertidísimas. Pero con la lluvia, el frío y el barro, hubo más sufrimiento que disfrute. Pero bueno, si te gusta la bici es que tienes algo de masoca, ¿no?
Texto: Víctor
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tuseriesdetv · 8 years
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‘Santa Clarita Diet’: Drew Barrymore quiere nuestro corazón
Os vamos a proponer un planazo para este fin de semana. Una de zombies. Pero de zombies bien, con sustancia y entretenimiento, no sólo en los principios y finales de temporada. La última comedia de Netflix se llama Santa Clarita Diet y no, no es la respuesta yanki a la dieta de la alcachofa. Ésta sí que te va a funcionar a la vez que la disfrutas, siempre y cuando no le metas muchas palomitas. El sudar ya lo pones tú.
Santa Clarita Diet es la historia de una pareja compuesta por Drew Barrymore y Timothy Olyphant. Dos agentes inmobiliarios anulados por la crisis de la mediana edad en el típico barrio residencial de la América de clase media alta. Hasta aquí, una comedia normal. Salvo por el hecho de que Barrymore se muere y resucita en mitad del primer episodio con unos instintos caníbales bastante entretenidos.
Esta comedia negra auna la frivolidad del “vamos a ver a quién me como esta noche” y el encanto del clásico entorno familiar. El elemento de la ciencia ficción que, a fin de cuentas, no es más que la capa extra de texto que gira la tuerca de la matrimoniada de toda la vida, se presta más como una excusa para el desfile de chistes y situaciones sui géneris que para construir una trama de incógnita.
A Sheila y Joel se les unen en el reparto una hija con demasiadas luces y demasiado cinismo como para no sumarse rápidamente al carro de mami zombie, un vecino enamorado de nuestra nueva adolescente favorita, y un reparto de secundarios extravagantes que terminan de poner la guinda al pastel de esta sencilla, pero efectiva serie. Todo ambientado en la siempre agradecida e idílica California de ensueño, sector acomodado donde la apariencia siempre oculta un eterno recuerdo a Desperate Housewives.
La nueva de Netflix es la primera incursión de una de esas eternas de la gran pantalla que por fin se pasan a la gran streaming. La Barrymore hace gala de por qué todos sus trabajos en televisión se han limitado a la producción ejecutiva de reality shows. A buen entendedor, pocas palabras basta y no vamos a recordar los Razzies tampoco porque no son lo nuestro.
Santa Clarita Diet no busca el triple tirabuzón. Está claro cuál es la intención: escribir una comedia inteligente, muy agradable de ver y que se preste a un maratón propio de la casa. Lo que prometen es lo que han servido de principio a fin. Y últimamente no está el panorama para no dar gracias cuando no nos venden humo, ¿verdad? No vamos a apuntar a nadie.
Simpática, ocurrente, con el equilibrio adecuado entre buenrollista y ácida. En resumidas cuentas, que aprueba de largo, pese a que temamos que no vaya a agitar masas ni a convertirse en un fenómeno pasadas dos semanas. Disponible la primera temporada desde hoy viernes en Netflix.
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larahera · 11 years
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Parece que pretendo ahogarle con la almohada, pero nada más lejos de la realidad. Sólo quiero despertarle...
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