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#tecnología homogeneizadora
anadelacalle · 1 year
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La inteligencia artificial: desafío y resistencia.
En otras ocasiones -hace incluso cinco años atrás- he abordado la cuestión del transhumanismo y el posthumanismo[1]. Ahora, entiendo que ese período en el que se auguraba que surgiría un ser que tal vez ya no sería propiamente humano, no puede indagarse sin tener en cuenta la Inteligencia Artificial (IA). El término fue usado por primera vez en 1955 por el matemático J. McCarthy, momento en el…
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jgmail · 3 years
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Entrevista a Albert Cortina sobre su nuevo libro ¡Despertad! Transhumanismo y Nuevo Orden Mundial
Albert Cortina es abogado y urbanista. Ensayista y experto en transhumanismo, posthumanismo y ética de las tecnologías exponenciales. Director del Estudio DTUM. Master en Estudios Regionales, Urbanos y Metropolitanos. Consultor en planificación urbana y territorial. Promotor de una ética aplicada al urbanismo, la ordenación del territorio y la intervención y gestión del paisaje. Impulsa un humanismo avanzado para una sociedad donde las biotecnologías exponenciales estén al servicio de las personas, de las redes de vida y del bien común. Docente, investigador y autor de diversas publicaciones relacionadas con estas materias. Coautor y coordinador de la trilogía de libros ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano (2015), Humanidad infinita. Desafíos éticos de las tecnologías emergentes (2016) y Singulares. Ética de las tecnologías emergentes en personas con diversidad funcional (2016). Autor del libro Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica (2017).
En esta ocasión profundiza en su último libro ¡Despertad! Transhumanismo y Nuevo Orden Mundial, un trabajo imprescindible para conocer dos de los temas que cada vez están más de actualidad y que nos conciernen a toda la humanidad.
¿Por qué un nuevo libro sobre transhumanismo, esta vez relacionado con el Nuevo Orden Mundial?
Porque el transhumanismo/posthumanismo es la ideología emergente de la globalización y de la actual sociedad biotecnológica. En el presente siglo XXI esta nueva utopía/distopía pretende liberar al individuo de su naturaleza y condición humana mediante la hibridación con la inteligencia artificial y a través de la modificación genética.
En el libro ¿Humanos o posthumanos? publicado en el año 2015, el científico Miquel-Àngel Serra y yo abrimos un debate entre distintas disciplinas y puntos de vista sobre la singularidad tecnológica y el mejoramiento humano. En el año 2016 con los libros Humanidad infinita y Singulares, planteamos los desafíos éticos de las tecnologías exponenciales emergentes y los cambios disruptivos que estamos viviendo en el presente y que se incrementaran en el futuro. Finalmente, en el año 2018 propuse una alternativa a la ideología transhumanista/posthumanista con el libro Humanismo avanzado fundamentado en el desarrollo integral de la persona, en nuestra misión de custodios de la naturaleza y de las redes de vida que forman parte de la creación, y en una concepción trascendente del ser humano compuesto por cuerpo y alma, que tiene plena libertad y una dignidad singular ya que está creado a imagen y semejanza de Dios.
Ahora, con el libro ¡Despertad! pretendo que el lector tome conciencia de los graves acontecimientos que se están produciendo y acelerando con el llamado “Gran Reinicio” del mundo. Este reset del sistema conlleva una agenda para la construcción de un Nuevo Orden Mundial centrado en la globalización homogeneizadora, se caracteriza por tener un importante déficit democrático y su implantación puede causar una grave brecha de desigualdad en la humanidad. Esta “nueva normalidad” que se nos propone/impone va a suponer la aceptacón progresiva de las tecnologías exponenciales invasivas de mejoramiento humano y la ideología del transhumanismo/posthumanismo.
Sin embargo, lo fundamental de este nuevo libro es que propone una serie de claves desde la convergencia de saberes (ciencia-tecnología, filosofía-ética y teología- espiritualidad) que permiten interpretar los signos de los tiempos - incluso desde el conocimiento profético- ofreciendo un mensaje de paz para nuestros corazones, en estos momentos de gran confusión y tribulación, renovando la confianza y esperanza en el ser humano y en el futuro de la humanidad. Y es que la esperanza es un mensaje universal.
Vayamos por partes, según usted, ¿quién tiene que despertar y cuál es el sueño?
Tenemos que despertar todos los ciudadanos. El sueño que hemos vivido - al menos en Occidente- se ha sustentado en una fe ciega depositada en el progreso ilimitado derivado de los avances científico-tecnológicos, en la entronización exclusiva de la razón, así como en una ilusión o espejismo de bienestar basado principalmente en una cosmovisión materialista del ser humano, de la naturaleza y del universo.
Buena parte de la sociedad, en estas últimas décadas, ha vivido centrada en el consumo y en sus problemas cotidianos - que son múltiples y acuciantes - sin ser demasiado consciente de lo que se estaba fraguando de forma discreta y poco democrática. Y es que en estos últimos años se ha ido construyendo la arquitectura de un incipiente Nuevo Orden Mundial, basado en una gobernanza global, y dirigido por unas élites financieras y tecnocráticas codiciosas de un poder total sobre la población mundial. Y al parecer, este proceso se ha acelerado con la crisis sanitaria de la pandemia por la Covid-19.
En efecto, según mi opinión, las élites globalistas han acelerado sus propuestas de “salvación” para la humanidad basadas en la ideología transhumanista/posthumanista, las tecnologías exponenciales invasivas y la sustitución de la democracia basada en la soberanía de los ciudadanos y de los países por una cibercracia global que supera en influencia a la tecnocracia de los organismos supranacionales y a las burocracias corporativas tradicionales. De este modo, Silicon Valley, a nivel icónico, es ahora mismo el centro del poder mundial de esa cibercracia, junto con el poder financiero de Wall Street que lo sostiene: principalmente los megabancos y las gestoras de fondos de inversión. El ciberespacio no solo son las redes sociales, sino la industria del software y programación, de los algoritmos, la ciencia de datos, la inteligencia artificial, los servicios de hosting y el sector del entretenimiento, ocio y psicología de masas.
No obstante, a esa cibercracia occidental hay que sumar actualmente la cibercracia oriental. Asia, y concretamente China, está librando una “guerra mundial híbrida” por la hegemonía del mundo, del ciberespacio, del espacio ultraterrestre y por el control de la mente humana, es decir, por la conquista de nuestro cerebro.
En su libro afirma que debemos despertar y entender que tenemos que escoger entre la libertad y la dignidad de la persona, o bien, asumir la esclavitud y obsolescencia de los seres humanos no mejorados biotecnológicamente, así como la deshumanización progresiva de nuestra civilización. ¿A qué se refiere?
A esa élite globalista que tiene sueños posthumanos, le gusta el biopoder. No tiene suficiente con la riqueza y el control geopolítico y económico. Quiere ejercer el poder absoluto sobre todos los aspectos de la vida humana y dominar la totalidad de las redes de vida del planeta. Quieren modificar la condición y naturaleza humana para ser mejores, ampliar sus capacidades físicas y cognitivas, incluso para salir del confinamiento del planeta Tierra. Los gurús más místicos del posthumanismo prometen a sus fervorosos creyentes tecno-entusiastas la inmortalidad cibernética. En realidad, esa élite global y los transhumanistas practican una nueva “espiritualidad universal” fundamentada en un gnosticismo biotecnológico que afirma que la evolución del ser humano avanza hacia la desmaterialización y la desconexión de la mente respecto al cuerpo biológico. Esa es su visión de la trascendencia. La migración de la mente hacia otro soporte que no sea el cuerpo biológico, incluso a un estado “angélico” u holográfico.
Dicha cosmovisión resulta muy alejada, en sus fundamentos, a la cosmovisión cristiana que defiende el libre albedrío y la dignidad intrínseca de la persona. El cristianismo no cree en una mera inmortalidad de la mente sino en la inmortalidad del alma y en la resurrección del cuerpo glorificado para la vida eterna.
Por lo tanto, se plantea para un futuro no muy lejano una importante encrucijada en la que deberemos escoger de forma responsable, utilizando nuestra libertad, entre adoptar la antropología transhumanista/posthumanista que fomenta la desigualdad entre los seres humanos con capacidades físicas y cognitivas ampliadas y los seres humanos obsoletos que no hayan sido mejorados biotecnológicamente, y una antropología adecuada, propuesta por el humanismo avanzado y por la espiritualidad cristiana, que defienden la preservación de la naturaleza humana compuesta por elementos permanentes y universales, el desarrollo humano integral y la dimensión trascendente de todas las personas, que gozan de plena dignidad, precisamente por ser hijos e hijas de un Dios que es Amor.
¿A eso se refiere cuando comenta en su libro que resulta preocupante la emergencia de un nuevo ser con inteligencia artificial, que en un futuro pueda adquirir una superinteligencia o incluso algún nivel de autoconsciencia? Parece que poco a poco vamos siendo conscientes de que con nuestra pasividad estamos dejando crecer un totalitarismo cibernético. No obstante, usted afirma que si despertamos y adoptamos una actitud proactiva, podemos construir la civilización del amor a la cual la humanidad está destinada. Por lo tanto, ¿el mensaje fundamental del libro es una invitación a la esperanza?
Efectivamente, el despertar a esa nueva realidad tan compleja y preocupante no debe hacernos perder la paz interior ni la esperanza. ¡DESPERTAD!, por otro lado, es una llamada urgente a la conversión espiritual del corazón. En múltiples capítulos se explica cómo debemos ser conscientes que en estos tiempos tan confusos y llenos de tribulación, se está produciendo una efusión extraordinaria del Espíritu Santo que ilumina nuestras mentes y nuestros corazones. Es precisamente esa iluminación de las consciencias la que, desde mi punto de vista, mejora al ser humano, aumenta sus capacidades y potencia su naturaleza plenamente humana.
Frente a la proclamación de la Superinteligencia artificial como la nueva divinidad del posthumanismo, los cristianos y los hombres y mujeres de buena voluntad tenemos al Espíritu Santo, que mediante sus dones (sabiduría, entendimiento, ciencia…) nos inspira y guía para ser personas nuevas, transformadas por imitación a Jesucristo.
Por otro lado, ante la construcción de un Nuevo Orden Mundial claramente alejado de los ideales cristianos - incluso podríamos definirlo como un sistema claramente anticristiano- la inspiración del Espíritu Santo, abundante en estos tiempos de la Salvación, permite no desanimarnos frente al dragón en el que se ha convertido la serpiente antigua. Este Ciberleviatán, quiere que construyamos una nueva Torre de Babel precisamente, sobre la base de la religión secular del hombre, engañando de nuevo al género humano con la vieja tentación del “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. De este modo, Lucifer pretende ofrecernos el viejo y nuevo engaño de alcanzar la condición de Homo Deus.
Es por ello que, en mi opinión, los signos de los tiempos apuntan hacia un nuevo Pentecostés, donde el Espíritu Santo inspira con fuerza a los hombres y mujeres de buena voluntad, para que juntos, seamos constructores de la civilización del Amor a la cual la humanidad esta destinada.
Uno de los capítulos del libro se titula “Carta a Jesús: Gracias”. Recuerdo que en su día cuando la leí me conmovió ya que usted se dirigía a Nuestro Señor con mucha naturalidad, cariño y amistad. ¿Por qué esa carta escrita en pleno confinamiento ocasionado por la Covid-19?
Los últimos artículos recogidos en el libro fueron escritos durante los primeros meses del confinamiento, entre marzo y agosto del 2020. Aquellas semanas las recuerdo como muy duras. No se pudo celebrar la Cuaresma, la Semana Santa ni la Pascua. Las personas morían completamente solas en los hospitales y en las residencias de ancianos. Las familias estaban aisladas en sus domicilios. Las ciudades estaban desiertas y el mundo completamente paralizado.
Durante los primeros meses de ese año, en todas las iglesias católicas del mundo no se podía celebrar la Santa Misa ni el resto de los Sacramentos. Recuerdo con especial conmoción la bendición urbi et orbi del papa Francisco frente a la Plaza de San Pedro completamente vacía en un atardecer lluvioso, gris y silencioso del mes de abril.
Fue en esas circunstancias cuando comprobamos con humildad la fragilidad y la vulnerabilidad humana frente a las utopías del transhumanismo, Y por ello, quise dar las gracias a Jesús por estar siempre con nosotros, acompañándonos con su ternura en el sufrimiento, ofreciéndonos su misericordia y también dándonos motivos de esperanza.
Y es que la ausencia del Bien, la Verdad y la Belleza en el mundo, extiende las sombras y las tinieblas y nos hacen conscientes del vacío y la soledad existencial del ser humano cuando aparta su corazón y su mirada de Dios.
Somos custodios de la creación y necesitamos una explosión de fraternidad en nuestro mundo herido que tanto anhela el bienestar y la salud del cuerpo y que tanto necesita la sanación del alma para su Salvación.
Por todo ello me dirigí a Jesús aquel día de confinamiento y tribulación y le dije: GRACIAS.
En distintos capítulos del libro se exponen aspectos propios de las profecías de las Sagradas Escrituras e incluso de las revelaciones particulares y apariciones marianas reconocidas por la Iglesia Católica. ¿Cómo se explica ese enfoque escatológico y profético en un libro aparentemente tan alejado de esas temáticas?
Precisamente esa es la singularidad del libro ¡DESPERTAD! A través de los 45 artículos de opinión publicados en Frontiere, Rivista di Geocultura, escritos entre el mes de agosto de 2016 y el 15 de agosto de 2020 (festividad de la Asunción de la Virgen Maria, fecha en la que se concluyó el libro) se van cruzando las distintas miradas sobre la realidad desde la perspectiva científica y técnica, filosófica y ética, jurídica y política, social y cultural, así como teológica y espiritual. Todo ello con un lenguaje claro, sencillo y divulgativo. No he pretendido realizar una publicación académica, ni un ensayo de marcado carácter intelectual. Es un libro escrito desde el corazón.
En ese cruce de miradas y en un dialogo abierto entre los distintos saberes para comprender nuestra realidad, me pareció adecuado incorporar al análisis de los signos de los tiempos, el conocimiento profético, así como especialmente, las inspiraciones que el Espíritu Santo - si somos dóciles y estamos atentos- siempre otorga al intelecto y a nuestro corazón.
Me ha llamado la atención esas referencias al título de una conocida ópera: ¡Nessun dorma! (¡Que nadie duerma!) tanto en el párrafo inicial de la contracubierta del libro como en uno de los capítulos centrales del mismo. También me ha llamado la atención el primer punto del apartado de agradecimientos donde expresa su gratitud a Dios por una experiencia espiritual que usted describe como la causa principal que ocasionó la publicación de este libro. ¿Nos puede contar un poco más sobre esa experiencia y cómo la ha relatado y puesto negro sobre blanco en el texto?
Nunca resulta fácil explicar y relatar con rigor y sinceridad ese tipo de experiencias sobrenaturales. Menos aún, en un libro donde lo que abundan son artículos de opinión con contenidos tecno-científicos, de pensamiento filosófico, geopoliticos, geoculturales, de reflexión ética y sobre los derechos humanos. Sin embargo, como ya hemos comentado, la mirada espiritual es el eje central de este libro.
A través de ese gran mensajero del Cielo que es el Arcángel San Gabriel, siempre en misión entre los seres humanos, comprendí que no debemos tener miedo ni al transhumanismo, ni al Nuevo Orden Mundial, ni al Gran Reseteo, ni a la pandemia ocasionada por la Covid-19 o cualquier otro virus que pueda venir, ni a la Tercera Guerra Mundial híbrida, ni al misterio de la iniquidad, ni al Anticristo, ni a nuestra fragilidad, vulnerabilidad y mortalidad.
Imitando al Fiat (“Hágase en mi según tu palabra”) que la Virgen María dio a la Santísima Trinidad en la Anunciación, tenemos el verdadero camino a imitar. Nuestra Madre nos protege, el Espíritu Santo nos inspira y Jesús nos acompaña hacia el Padre que es un Dios de Amor. ¿Cómo no vamos a tener confianza, paz y esperanza si despertamos a esa maravillosa realidad? Y es que en realidad, vivimos Tiempos de Misericordia donde sobreabunda la gracia santificante. ¡Aprovechemos esas circunstancias para evangelizar la globalización!
En la dedicatoria del libro, les muestro a mis hijos Anna y Àlex la siguiente frase del papa emérito Benedicto XXVI:
“No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.
Por Javier Navascués
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jeanne-jimenez · 4 years
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¿Quién persiste?* | Por Carmen Alicia Di Pasquale/Proyecto Eco y Narciso
«…una pintura tenía que llamar a alguien, atraerlo para detenerlo enfrente de ella y retenerlo allí como si estuviera encantado y fuera incapaz de moverse». El deseo de las pinturas, en resumen, es cambiar su lugar con el espectador, subyugar o paralizar al espectador, convirtiéndole a él o a ella en una imagen para la mirada de la pintura, en lo que puede ser denominado «el efecto Medusa». 
Michael Fried/W.J.T. Mitchell 
Si las constelaciones se forman con cuerpos e imágenes, una exposición de pintura es una constelación. Como tal, reúne lo que no es necesariamente similar generando, así, líneas de fuerza —o relaciones—, que incluyen en ella a aquellos que entren en su proximidad. En La imagen persistente. Pinturas de Rafael Arteaga, Hecdwin Carreño, Jeanne Jiménez y Paul Parrella, esa reunión de cuerpos diversos de pintura, carente de alguna ideación curatorial homogeneizadora, construye sus proximidades en torno a una voluntad de reflexionar sobre un oficio que ha producido imágenes en estructuras temporales tan diversas, como la de los trescientos años de la historia del arte o la más remota y arcaica forma de inscripción del paleolítico. La pintura entendida como imagen persistente puede abarcar, tanto el uso que se le dio para la creación de alguna forma ilusoria de tiempo, como el gesto inicial que separa a los seres humanos del resto del mundo, pero preservando la complejidad y el desbordamiento que le es propio a cada evento. 
La huella hecha con la mano acaba de alcanzar un nuevo registro inicial en torno a los 44 mil años, mientras que lo que conocemos como «historia del arte» coincide con la construcción lineal y moderna del tiempo, construcción para la que fue fundamental la invención de escuelas y estilos pictóricos que se sustituían unos a otros en una suerte de ilusión de avance de la percepción, y de esta manera alimentó el camino progresista de la ciencia como modo de comprender al mundo. Lo común a estos momentos pictóricos tan disímiles, es el uso de la herramienta como forma de mediación entre la mano y la huella; pero también es común al arte y a la inscripción ancestral, los modos en que la imagen misma es capaz de construir la temporalidad. 
La pintura puede ser, entonces, más que una forma antigua o caduca de arte, una imagen anacrónica y, por tanto, persistente. Desde el ya conocido concepto del anacronismo de las imágenes, se instaura, así, una vigencia que ya no depende de la última tecnología o de la más reciente presentación ferial, sino de lo que no es ya lo último o lo más actual. Sería la renuncia a un tiempo estructurado que hace posible la simultaneidad de la obra y del evento, y que puede albergar la significación de lenguajes distintos como los del objeto-fetiche, las propuestas conceptuales, la creación de dispositivos, las instalaciones y los performances… 
La pintura ya no es pasado porque es puro anacronismo. Ya no es estilo porque es imagen. Y en la medida en que contiene un discurso, es práctica artística pero con el tiempo que queda establecido en la producción de una marca temporal —un archivo o una huella—, más que como una modalidad de avance o de actualidad. Si la pintura ha de producir sentido, lo tiene que hacer, entonces, dentro de un campo mucho más difuso que afecta tanto a la práctica pictórica como a sus modos de recepción o consumo. Ello implica, no solo dejar a un lado el estilo artístico, sino ver la manera de sumarse a la construcción de una nueva forma de tiempo, más cercana a la simultaneidad o la heterocronía que a linealidad de las actualidades y las sustituciones. 
De este modo reflexivo, La imagen persistente… se detiene, desde la propuesta de Jeanne Jiménez, en temas tan relevantes como el surgimiento del parergon (el límite, el margen, el contorno o el borde), tanto como en una exploración de la imagen personal a través del cuerpo atomizado y los campos semánticos de los productos de belleza, quizás para estudiarlos pausada o sutilmente como lo anuncia el propio rasgo material de su pintura. También La imagen persistente… piensa la representación en plena era de la post-representación, de acuerdo al rapto y la transposición del lenguaje fotográfico en la obra antropológica y realista de Hecdwin Carreño, como una suerte de metáfora visual de las maneras intrincadas en que es posible construir la verosimilitud (o la realidad) desde el lenguaje. La imagen persistente… subraya la condición aleatoria de la memoria actuante a partir de las perturbadoras photographie trouvée que utiliza Rafael Arteaga como referencias, para sumarles capas de sentido que en algunos momentos coinciden con una suerte de restauración imposible de los recuerdos familiares arrojados al olvido. O conduce al desvanecimiento de un registro inicialmente fotográfico en función de las propias estructuras de la forma, produciendo manchas de apariencia aleatoria pero de realidad sistemática y metódica, como si de un rito materialista se tratara, en la pintura de lenguaje abstracto y expresionista de Paul Parrella. 
Son estas cuatro propuestas una pintura que se sabe fuera del tiempo de la historia del arte, pero también parte una tradición local que reúne en la práctica pictórica buena parte del desarrollo de la sensibilidad visual del país, aportando así peculiaridades a ese nosotros que también persiste como espacio reflexivo y simultáneo en medio de una cotidianidad trastocada. Este conjunto de imágenes pictóricas, son parte de la fragilidad de una trayectoria historiográfica en crisis y desde allí construye un espacio para convocar la atención más amplia, y por ello más difusa, en torno a algunas líneas de fuerza que se cruzan en una imagen que es superviviente al abismo abierto en la memoria colectiva del país o al afán de actualidad, tal y como ha preferido enunciarlo George Didi-Huberman. 
Pero en cambio, si como dice Mitchell, cada imagen es un síntoma, la pintura como imagen es un síntoma de algo que ya no es ni categoría ni resistencia a los modos de producción mecánicos o digitales: un síntoma de la historia recurrente y sin dirección conocida de la percepción y de la propia tecnología. Por otro lado, dado que la imagen está siendo abordada con preguntas tan radicales como las del deseo que ella contiene, no es poco lo que la tradición estrictamente pictórica le puede aportar a esas inquietudes: de modo que trescientos años de oficio especializado, suponiendo que fue entonces cuando surgió como práctica consciente, le provee a la pintura experiencias desde las cuales se puede voltear a ver con una sonrisa, la perplejidad de preguntas tan vibrantes como las que suponen en la imagen una energéia propia que las hace ser, por ejemplo, atrayentes en sí y por sí mismas: peligrosas. 
A juzgar por el estado de la teoría, el efecto Medusa que mencionan Fried y Mitchell y que elegimos como inicio de estas líneas, continúa intacto. Pero la práctica pictórica conoce bien los mecanismos de perturbación de los que son capaces las imágenes, mecanismos que son imposibles de domesticar mediante la palabra, y que por ello vuelven impotentes para su comprensión, a las herramientas lingüísticas como la semiología o el análisis comparado. Las imágenes, y entre ellas las pictóricas, parecen no estar dispuestas a ser reducidas a los términos del lenguaje ni tampoco elevadas a la condición disciplinaria del arte. Más bien piden ser enunciadas con la polisemia, la complejidad y la temporalidad difusa de una contemporaneidad saturada de imágenes tecnológicas y desgastados reclamos (en el caso de la pintura) sobre la condición inmaterial del arte contemporáneo. 
Si tal y como es posible pensar desde La imagen persistente…, la tradición pictórica es capaz de aportar respuestas a la pregunta sobre el deseo de las imágenes, la pintura pierde su condición marginal a la que alguna vez la condujo la validación cultural de ímpetu lingüístico (que postuló el conceptualismo como modalidad del arte contemporáneo) y de este modo, continuaría nutriendo de especulaciones interesantes las relaciones con el espectador, llegando, incluso, a merodear la ontología de la mirada como no puede hacerlo ningún otro medio de (re)producción visual. 
Quizás en alguno de estos señalamientos agolpados en tan poco espacio, se encuentre una pista del auge de la pintura por el cual nos preguntábamos al comienzo de este ejercicio sensible y reflexivo los que nos reunimos en esta constelación, a la que quedan invitados a aproximarse —como espectadores—, con más preguntas que respuestas. 
Carmen Alicia Di Pasquale/Proyecto Eco y Narciso
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La imagen persistente. 
Pinturas de Rafael Arteaga • Hecdwin Carreño • Jeanne Jiménez • Paul Parrella 
GBG Arts. Caracas, Febrero 2020/Covid 19
*Texto de la exposición
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jorgemengia · 4 years
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Aguantando la escuela
           Pasan las épocas y cambian las costumbres, las viejas instituciones se transforman o desaparecen, pero la escuela permanece intacta, inmutable, inconmovible y parece que estará aquí como estuvo antes, para siempre.  El pizarrón y la tiza, con los cuales dictaba clases Sarmiento, todavía hoy se resisten a ser reemplazados por la pizarra digital o el marcador al agua. Las tecnologías de la información y los medios digitales amenazan con desplazarla como fuente de toda verdad y conocimiento y con demoler su viejo edificio de ladrillo y cemento en pos de una educación virtual, más laxa y menos disciplinaria. Como escribió un amigo: nadie la juzga y todos la reivindican como la solución a la pobreza, la desigualdad y la decadencia de los valores.
               A pesar de su aparente permanencia invariable, los roles de la escuela se han ampliado desde sus comienzos hasta nuestros días. Hoy es una institución multifuncional. A finales del siglo XIX, educaba al soberano, disciplinaba al nativo y al inmigrante difundiendo la argentinidad en clave asimilacionista y homogeneizadora. La educación pública alfabetizó y dispersó identidad nacional en todos los rincones del territorio y su éxito, sin dudas, fue contundente. En la actualidad, en la vida moderna, donde nadie sabe qué hacer con sus hijos, los clubes barriales desaparecen y la calle ya no es lo que era, la escuela parece ser la solución, como depositaria y contenedora de esos niños indefensos de quienes ya nadie sabe o puede ocuparse. Por eso la escuela está en crisis y lo está desde hace mucho tiempo. Como todo lo instituido, una vez que se instala, tiende a la reproducción y a aislarse del contexto en que actúa. Es cierto que, con el tiempo, la escuela tiende a hacer mejor las cosas, pero no se la puede hacer responsable de no cumplir con todas las expectativas que la sociedad deposita en ellas.
          Es notable como en otra época, el docente egresado de la escuela normal, con una formación no muy amplia y casi nulo conocimiento de las corrientes didácticas y pedagógicas contemporáneas, haya sido un referente del conocimiento y la disciplina escolar, mientras que hoy, miles de egresados de institutos de formación, profesorados y universidades, versados en las más aggiornadas estrategias didácticas y un conocimiento más riguroso, estamos dedicados a dar amor y contención más que a instruir en los conocimientos de nuestra disciplina. Ni hablar de ser una figura de autoridad o de prestigio.
               El docente que antes representaba la autoridad e impartía conocimientos ahora es un sujeto dedicado a brindar contención a un grupo de niños desamparados, con padres que están afuera todo el día, en el trabajo, en espacios de ocio o con su otra familia. La sociedad cambió, la familia cambió, el adulto responsable cambió, la escuela permanece ahí, aguanta.
               A partir de la segunda mitad del siglo XX, varias tecnologías amenazaron con derribar los muros escolares. Primero la televisión. Nunca en la historia de la humanidad un artefacto había cuestionado tanto la autoridad de los padres y la escuela. El saber comenzó a difundirse de otra manera, lo límites simbólicos, materiales y legales entre la infancia y la adultez se desvanecieron y ambos mundos comenzaron a equipararse. El secretismo típico del mundo adulto se rompió y ahora los niños podían acceder a una gran cantidad de conocimientos sin la intervención de sus familias y sus maestros.
       Digamos que con la televisión sola no alcanza para derrumbar un edificio tan sólido como la escuela y los valores tradicionales. Los cambios culturales de las décadas de los 60 y 70 contribuyeron en gran medida a socavar los valores y las costumbres en los cuales se sostenía la autoridad de los adultos. La televisión fue el medio principal por el cual esos nuevos valores se hicieron conocer. Y de la mano de los cambios culturales y la televisión, comenzaba a configurarse una nueva identidad infantil y una cultura centrada en lo juvenil como nuevo modelo a imitar, su ropa, su música, sus costumbres.
      ¿Qué hizo la escuela para afrontar los nuevos desafíos? Poco y nada. No le hizo falta. La televisión, que se proponía desde algunos ámbitos, no sólo como recurso didáctico sino como nuevo agente de enseñanza y socialización, entró a la escuela pidiendo permiso. No reemplazó al docente, ni a los libros escolares, no reemplazó al pizarrón ni a la tiza. Digo “entró” en sentido figurado. No hace falta que el aparato físico esté en la escuela para disputarle el lugar al docente. En la escuela la televisión es un aparto vetusto al que se le da uso al final de año para matar el tiempo en las vísperas del cierre de notas. La tele se convirtió en competidora de padres y maestros directamente desde la casa de cada estudiante y allí su ventaja. Difundió nuevos valores, reemplazó lecturas, transmitió conocimientos antes vedados y se convirtió en un férreo competidor por la autoridad y la legitimidad del conocimiento.
      Pero como la televisión nunca tuvo como finalidad educar al ciudadano sino al consumidor, la escuela nunca se preocupó demasiado. Décadas después, casi sin darnos cuenta, nos encontramos que en la escuela ya no se trata sólo de educar al ciudadano, al sujeto de derechos, sino también al niño y al adolescente que consumen. Un nuevo rol se ha sumado a la escuela. En algunas, pareciera ser que ese es el rol preponderante.
       Con el fin del siglo y la irrupción de las nuevas tecnologías, la escuela se enfrentó a un nuevo y más tenaz competidor. El desarrollo de Internet y las pantallas digitales vinieron a cuestionar como nunca la autoridad de la escuela como educadora principal de las infancias y adolescencias. Aquí aparece un nuevo y polémico concepto, el nativo digital. Donde, al parecer,  los docentes y los padres no tenemos nada más que hacer. Somos inmigrantes digitales en un mundo que los infantes y adolescentes manejan a la perfección. Hoy en día, no obstante, este concepto ya fue discutido y casi descartado por varios motivos.
        En primer lugar, por su carácter esencialista. La idea de que un niño sabe manejar mejor que un adulto una pantalla sólo porque nació con ella es, además de optimista, ingenua. El niño en soledad, no puede aprender nada y de forma instintiva tampoco. Aprende a fuerza de prueba y error y a dedicarle una gran cantidad de ineficiente tiempo a descifrar mecanismos. El adulto es más metódico, pero también menos paciente, en parte, porque se niega a abandonar su antigua forma de hacer las cosas. Si logra ser paciente, puede aprender a manejar un aparato, sea digital o no, más rápido y mejor que un niño. El adulto tiene, lo que en educación llamamos, conocimientos previos. Además, considerar que estos jóvenes van a saber aprovechar el enorme potencial de estas tecnologías en su desarrollo como personas y en el progreso de nuestra sociedad de forma casi instintiva, sin que tengan el apoyo de la familia y sin que diseñemos y apliquemos planes educativos al respecto, es un disparate.
       Y en segundo lugar, ya no se puede hablar de infancia como antes nos referíamos, sino a infancias. En este caso, los cambios económicos producidos por décadas de neoliberalismo o, si se quiere, ese capitalismo que surge a partir de la crisis del Estado de Bienestar, configuraron, por un lado, una infancia hiper conectada con total acceso a las pantallas y al consumo y, por otro, una infancia casi completamente desconectada o desenchufada con problemáticas sociales como la pobreza y la falta de escolarización. La brecha material entre las infancias también es digital, y esto hace más difícil la inserción de los desconectados -los pobres- en la cultura, el mundo laboral y  el de la información.
En medio de todos estos cambios persiste la escuela. El docente ya no tendrá la autoridad del conocimiento, tal vez tampoco se reconozca como un adulto al estilo de sus antecesores y se sienta más cercano a los niños que tiene que educar.  Y los niños ya no lo verán como el referente de la verdad sino como un igual que los guiará en sus gustos y elecciones de consumo.
https://www.facebook.com/estodeladocencia/
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