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tasta · 7 months ago
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Eric Yahnker (American, b. 1976)
Smoking Teapot, 2020
Colored pencil on Stonehenge
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tasta · 7 months ago
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tasta · 1 year ago
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Diários de Nova
Desempleada en Manhattan
Ya lo decían sin reparo, mis amigos estaban HARTOS de mi miedo constante a ser despedida. Por años los ahogué con la cantaleta corporativa, esa en la que ni siquiera se entiende en qué trabaja uno realmente. Solía decir cosas como: "Los líderes del equipo están muy callados, estoy segura de que se viene una reorg y esta vez me va a tocar a mí", algo que claramente diría una persona atrapada en una secta alienígena. Lo que comenzó como un temor temporal se convirtió en un modus vivendi; siempre estaba "por suceder" y yo siempre estaba "en alerta". 
Mi relación más tóxica es con Corporate America™; ser despedido es lo más común y en una década he visto a los mejores corporate millennials de mi generación ser echados, como un rito de paso hacia la iluminación o la desintegración profesional. 
Por supuesto luego sucedió: me despidieron. El miedo que había estado martillando a mis pinches amigos simplemente desapareció, como si ellos lo hubieran absorbido y desechado por mí. Me sentí liberada. Agradecida porque la empresa me pagó para que me fuera, no cancelé mi (ahora sinsentido) próximo viaje laboral a Nueva York. ¿Por qué desperdiciar boletos de avión y hospedaje? Preferí el calor ácido de Manhattan al aguacero ácido de la Ciudad de México. Hice las maletas con mi nuevo tiempo libre, la liquidación y un resfrío incipiente. A la mierda todos, nadie quiere vivir en un post de LinkedIn.
A través de la ventana del hotel en 31a y 5a, en pleno junio derretido, vi lo esperado; cualquier momento podría ser b-roll de Broad City o Spiderman. Noventa fahrenheit allá afuera y los que caminan tienen esa jeta de hastío neoyorquino, pero con sudor. Estoy en Midtown solo porque la (ex) oficina está a 15 minutos caminando y, en algún momento, pareció una buena idea. 
Pensar en el número de aires acondicionados que están encendidos a la vez en la isla me genera ansiedad, una ansiedad casi imperceptible porque la Paroxetina es la conductora designada. Había dejado el verano lluvioso y frío de la Ciudad de México y ahora estaba danzando en este ardiente skillet. Mi resfriado incipiente estaba siendo alimentado en un on and off de frío y calor que, claramente, todos aman sentir en este pedazo de hierro erróneamente llamado sólo America.
Así que desempleada, acalorada, sintiendo que tengo todo y nada para hacer en esta ciudad, salí a la calle a buscar my heart desire. Una siempre tiene que ir tras lo que realmente desea, o al menos eso dicen todos esos posts rancios de Instagram que se creen muy vergas.
Pre-Roll Drought
The heat bounced off the pavement in midtown like it had a vendetta. It was that sticky, relentless kind of day. Fresh off JFK and barely getting my bearings, my first order of business? Score some porro. I guess my real most toxic relationship is this one instead. 
So, I wander into this CBD joint and sidle up to casually drop the THC question. Turns out, I'm not the only one on the hunt; this other dude's there, same vibe. "Most places in midtown are shut tight," he sighs, "seems they forgot to tick some permit box." 
Mi amiga latina behind the counter, blasting reggaeton that's all about sucking ass, shuts the door with a solid click after pulling a box from under the counter. Inside, a few packs of mota. I quickly snag the last hybrid while the other dude resigns himself to indica. 
"Any pre-rolls?" I ask, hoping for a gift. "There's a 'pre-roll drought' in full swing," she says, before hooking us up with RAW cones and a grinder. So, we're rolling our own right there on the counter and as I'm busy “crafting”, I catch the guy eyeballing my hybrid with that mix of envy and resignation over his indica choice. "Wanna dip outside and light these up?" I suggest.
Outside, we hit the sidewalk, passing my freshly rolled hybrid back and forth. Amidst the city's haze and hustle, the convo starts flowing. "So, what's your take on this city?" I ask, taking a hit and passing the joint. He takes a drag, the smoke swirling. "Man, it's a grind, you know? Always hustling for the next gig" He pauses, exhales slowly. "But getting canned, it's like a wakeup call. Makes you think about what really matters." I nod, while my mouth is getting dry mixed with the city air. 
"Yeah, life throws curveballs. Sometimes, losing a job feels like the universe pushing you toward something bigger," I say, grinning. He laughs, passing the joint back. "Exactly. Like a chance to reset a videogame.”
The city's pulse gets louder and in the whirl of the dying sun I feel wonderfully lost. My dreams and disappointments are just blurbs in the wind. “This is me” he stops walking, “thanks for the hits, have a good one” he’s then lost in the crowd going down to 34 St-Herald Sq station.
I stood there, lingering in a mix of pleasure and pain. Why should I figure things out? 
Workday Access
Revisar la bandeja de entrada, no sé si catalogarlo como ansioso o simplemente básico; básicamente ansioso sounds about right. Ahí estaba el correo: Workday Temporary Access, mi ex (empleo) me había escrito para dejarme saber que –si así lo deseaba– podía pasar a recoger mis cosas a su casa. Entiéndase por cosas, recibos de pago y cualquier tipo de documento. Ni un lamentable meme de payasos generado con IA me describía, había asistido a la luna de miel de mi boda cancelada. Seguía derritiéndome en Midtown tratando de “turistear” mientras mis (ex) colegas estaban reunidos a unas cuadras. 
Temía encontrarme con ellos y evité la zona oficinista durante días, “nadie quiere vivir en un post de Linkedin” cacareé cuando decidí venir, y es por eso que las frases que me digo a mi misma deberían de pasar un riguroso proceso de calidad. La intención no era ser mi propia tirana, pero saberme desempleada luego de más de una década era como abrir las puertas y ventanas de una casa que no ha visto sol ni sentido viento correr en un buen tiempo. 
Deambulando en Hell's Kitchen, mirando los tristes caballos de Central Park, barajando discos obvios en Rough Trade, haciendo bola en High Line, la fachada de turista escondía mis flashbacks de emails, videollamadas y performática corporativa. ¿Habrán logrado la meta del proyecto? ¿Qué habrá pasado con mis proveedores? ¿Habrá sucedido la tan esperada nueva reorg? La secta alienígena aparecía en mis pensamientos, uninvited but somehow longed for. 
El acceso temporal a Workday se había extendido desde la compu hasta mis caminares, las personas en la calle se parecían a Tess, a Darnell, a Dario, a Whitney y a todas esas floating heads que hace no mucho veía todos los días en el monitor. GET THE FUCK OFF ME OR I’LL SMASH YOUR FACE IN THE GROUND, gritó de pronto una mujer con la ropa hecha jirones y los pelos parados, mientras destripaba unas bolsas de basura sobre la banqueta. La ciudad zumbaba como una máquina que arrulla, me recordó dónde estaba, estaba lejos, muy lejos del Company Town Hall.
On and off Broadway
¿Resfriado incipiente? Era una puta tos, una sneaky throatfucker. Mi lenguaje era toser, ir a lugares y hablar en tos. Toser tanto como respirar. En la ciudad donde nadie te mira, algunos me glanceaban con un dejo de flashback de pandemia. Calor, tos, sudor. El aire acondicionado es una maldición con cara de promesa. El aire del metro, el aire del Foot Locker, el aire de la habitación, el aire del CVS, una sistemática aparición de aires artificiales que me hacían toser. Antes de huir de Manhattan, tenía que ir al teatro. ¿A qué? A toser. Porque el aire del teatro, por supuesto, también era una trampa.
¿Cómo puede alguien atreverse a no salir si se está en La Ciudad? Esa caminata por Broadway hasta cruzar la 7ª era tan falsa como el aire acondicionado, tan falsa como yo, pothead empedernida y quejosa profesional de aires. Evité a toda costa cruzarme con Times Square, aunque su glow se escabullía entre reflejos; sus luces y bullicio barato me hacían sentir como un pedazo de envoltorio de Shake Shack que intenta elevarse en el aire pero fracasa y queda atrapada en una rendija de drenaje.
Stereophonic en el Golden Theater. Adjmi, Aukin, 1976. Había llegado barrida, justo a la hora en la que suena la musiquita de la última llamada, y en la oscuridad del teatro, mi tos comenzaba a gestarse con una leve comezón en la garganta. Butler resonaba en el ambiente reciclado, los personajes en su maraña de egos y expectativas buscaban el sonido perfecto para su banda pedorra mientras respiraban el mismo aire enrarecido que yo.
Mi tos había aguantado dentro de mis pulmones durante tres actos, estaba por estallar. Sarah Pidgeon no podía cantar, no alcanzaba una nota alta. Todos en la audiencia la mirábamos, yo tragaba saliva. La tensión en escena era sostenida por el silencio y la expectativa de alcanzar una nota, mi urgencia por toser era inminente. ¿Por qué me senté tan adelante? Sarah intentó la alta nota una vez más, mi garganta se cerraba, el teatro quedó en silencio, la seguimos mirando, no pude más. New York, I love you, but you’re bringing me down.
Mientras el público aplaudía, yo tosía huyendo a lo largo de la alfombra del pasillo. Salí del Golden, afuera el aire era irreal, mezclado con imecas y sueños rotos. ¿Qué chingados estaba haciendo aquí? Sólo me hacía falta un pretzel caliente, gigante y salado en la mano para ser una completa estúpida en medio de Influencers in the wild. Estaba lista para salir de Manhattan y respirar otro aire viciado. Pero antes, tenía que ir al teatro. A toser.
Bed-Stuy Green Goddess 
Conocí a Elena en una videochamada, pero realmente conheci a Elena una noche lluviosa en la Ciudad de México; tomamos alguns cocteles en la Roma y conforme passaram os meses, nuestras vidas foram se conectando a nosso favor. Las amizades que conservo à distância suelen ser longevas y profundas, ¿será que o espaço ajuda? Los quilômetros são buenos preservadores de carinho, al parecer.
Elena se había mudado de São Paulo a Nova York hace relativamente poco tempo. Quando le conté que estaría en la cidade, su primera reacción foi ofrecerme un lugar para dormir en su departamento de Bed-Stuy. Acepté feliz, depois de várias noites en un hotel caro e sem graça, la idea de un calorzinho hogareño sonaba muy bien.
El trayecto a Bed-Stuy foi rápido, con un silencio apaciguado en mi cabeça, sin complicaciones; caminando sobre Myrtle la vi, Elena caminando hacia mí. Saqué mi Yashica y la enfoqué enquanto ela se aproximava. Mucho antes de Charli XCX, el verde neón ya era parte de ella; tenía un estilo de la moda único, una mistura de elegância y modernidade que destacaba en cualquier multitud.
A través do lente, seu cabelo brillaba bajo el sol, capturé sus sonrisas y la alegría de vernos novamente. Me sentí afortunada; su presencia llenaba el aire y nos fundimos en un abrazo de hermanas. Amigaaaaaa, bem-vinda, exclamó. Vamos pegar um ciggi and then we walk home, dijo mientras apuntaba un Deli en la contraesquina.
Siempre he admirado a determinação de Elena para ser una diosa 24/7, con la elegância y el estilo do M&M verde já se movía en Brooklyn como una local. Como era de esperarse, nossos días começavam, se mantenían y se coronavam con longas charlas que, embora insistíssemos em chamá-las de sessões de chisme, me cobijé en nuestro portunhol/inglês para sentir-me um poco más yo.
Me adueñé del sofá de Elena para dormir en meio do seu santuario finamente decorado, mientras que durante el día funcionaba como nosso espaço de conversa. The Modern Men marketing campaign is SO outdated, them hermanos need a good new manager, se reía cubierta por uma leve nube de Vogue smoke luciendo su athleisure. 
Fuckboys, situationships como loopholes from hell, freelances vs la vida corporativa, viver sola vs a vida em casal, exclusividade sexoafectiva ¿es uma fantasia?, poliamor com estranhos ¿resposta ao tédio generacional? Todos los temas quería y quiero hablar con Elena, todas nuestras palavras mientras montamos el G train, cruzamos el Hudson en el ferry, pasamos ao lado dos projects, tenemos brunch y vemos el skyline.
Un DIA en Beacon
To go out. Verbo intransitivo. Acto de huida momentánea de la urbe. Cuando los citadinos, agobiados por el smog, el bullicio incesante, y el estrés acumulado, sienten la necesidad imperiosa de escapar, de desconectar de esa vida que construyeron sobre cimientos de asfalto, neón, y café para llevar. Es una búsqueda de aire fresco, de verde, de espacio, aunque sea por un breve respiro... para después, inevitablemente, regresar.
Qué glamour ese de llegar a Grand Central Terminal y sentirse parte de una forzada película romántica, de esas donde la chica —a pesar de no ser hegemónicamente bella— tendrá suerte con el chico guapo. En esta ocasión no pasaría nada de eso; éramos Elena y yo buscando snacks para tomar el tren hacia Beacon. Un paseo al museo Dia parecía sensato, demure.
Caminamos por los vagones del Metro-North Railroad hasta encontrar asientos vacíos, donde nos dejaríamos mecer durante diez estaciones. Mordisqueábamos baby pickles y crackers innecesariamente caros pero complacientes, mientras las amplias ventanas convertían las calles de Yonkers en el río Hudson: un espejo del cielo azul del verano, bordeando las Palisades.
Esos días había estado leyendo Kitchen Confidential, a pedacitos entre el flat white y los flashbacks de Corporate America™. En su primer libro, Bourdain contaba cómo tomaba este mismo tren para llegar al Culinary Institute of America, siempre en busca de probar que la cocina era su lugar, y la comida, su única verdad. Me lo imaginé ahí, tranquilo en un vagón hasta Poughkeepsie, casi como un ritual de reafirmación. Qué envidia, qué ganas de esa claridad.
Nos bajamos en Beacon. Poughkeepsie y las certezas no estaban en el plan. El museo Dia estaba a una pintoresca caminata de distancia de la estación. Beacon has boring hetero vibes, amiga, bromeaba Elena mientras lideraba la caminata. El aire ya no olía a concreto caliente ni a pretzels tristes, sino a césped recién cortado, césped con algunos privilegios. El privilegio del silencio, por ejemplo.
No es una palabra en español la que bautiza a este museo. Elena me aclaró que Dia significa "luz" en griego, una metáfora sobre la iluminación que el arte puede traer a nuestras vidas. Pagamos 20 dólares y me dediqué a deambular por aquellos bodegones que albergan caprichos de Warhol, esperando encontrar esa revelación o momento de entendimiento, tratando de recuperar la inversión.
Caminamos tranquilas por todas las esquinas de la ex fábrica de Nabisco, ahora museo, logrando esa pausa que tanto buscábamos al salir de La Ciudad. Supongo que las paredes de concreto ya me habían regalado toda la claridad que les fue posible… Estaba lista para regresar, y Elena estaba lista para prender un cigarrillo.
Hermana, volvamos a GCT, we need oysters, dijo mientras hacía un círculo en el aire con su dedo índice, apuntando al cielo.
El regreso fue más rápido que la ida —una playera que diga— y las luces neón, el sonido de otros trenes, el aire tóxico y toda esa basura que amamos comenzaron a reaparecer para nosotras. El bullicio, ese estómago ruidoso de La Ciudad, hervía de nuevo mientras subíamos las escaleras para llegar al Grand Central Oyster Bar. Después de tres tipos de ostras, sparkling water y papas fritas —siempre—... ¿por qué nos sentimos en casa? Le pregunté a Elena. Porque, respondió mientras encendía un cigarro, Bourdain tenía razón, hermana: What is an oyster if not the perfect food? Me miró, soltando el humo con una media sonrisa.
Dyke March
It’s all buzzing, humming. We’re on our way to the Dyke March, and Elena's friends are here too, all dressed in a mix of glitter, rainbows, and attitude. I don’t identify as a dyke, neither does Elena, but everything—and everyone—was already waiting for us. We’re a loud, mismatched blend moving as one, taking up space.
We’re crossing from Brooklyn into Manhattan. Elena strides ahead of me, in ripped shorts and a razor-sharp gaze. See? she says, as if the city's chaos proves some invisible point. The march kicks off at Bryant Park, making its way down Fifth Avenue to Washington Square Park, no permits, no fences. This isn’t your usual rainbow parade, okay? Her voice has that edge, both warning and warm.
I smile at the signs people are carrying, loaded with messages about reproductive justice, equal rights—all the fight they’ve got packed into just a few words. One of them reads, “Queer as in f*ck you.” And then there’s Elena, threading her arm through mine as she pulls me into the beat of the drums pounding down Fifth Avenue. That sound ricochets off the buildings, like it’s calling out every rebel spirit within a mile’s reach. I lose track of the blocks, of the crowd around us, just following Elena’s sharp eyes and smirk.
With every step, we’re pulled into laughter, the spontaneous chants echoing off the streetlights, something raw and alive that feels half protest, half celebration. For once, this city, so indifferent most days, feels warm, like it’s holding us.
After a few blocks of dancing, chanting, and just blending into the night, Elena turns to me and sighs—the kind of sigh that says, “Alright, that’s enough activism for one night.” She pulls me close and says, deadpan, Hermana, we need to go to the temple. And I know exactly what she means: Trader Joe’s, all things edible and affordable. 
Back at her apartment, after the night winds down, we put together a simple dinner and settle into the kind of quiet that only shows up late. We’re talking about new freelance gigs, the kind that keep us afloat and even make us smile, little reminders that we’re carving out our own path, on our own terms.
I think of my own plans, my flight back to Mexico City the next day, where the looming ghost of corporate work somehow doesn’t feel so terrifying anymore. The night fades as we talk, laughter echoing through the small apartment, with the city outside still pushing forward—subways rumbling faintly, voices floating up from the streets. But here, in this moment, on the cusp of something, somewhere between certainty and possibility, this is all I need.
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