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Soy muy diferente al resto, y por esa misma razón me terminarás odiando.

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Odio.

Odio con la calma de quien ha llorado tanto

que ya no le quedan lágrimas,

solo un eco sordo que repite:

“no era amor… era necesidad”.

Odio que hagas cosas que no te nacen,

odio que me cantes como quien tira migajas

a un alma hambrienta de verdad.

Tu voz, dulce y vacía,

es como una canción que promete abrigo

pero deja frío.

Odio cuando me llamas “preciosa”,

como si el adjetivo pudiera remendar lo roto,

como si la palabra bastara

para tapar la grieta de tu ausencia emocional.

Me dijiste que había conexión.

Conexión…

como si el alma se enchufara por capricho,

como si se pudiera fingir la electricidad del amor.

No, amor no se finge.

El deseo sí.

Y tú lo hiciste bien.

Odio que seas tan tierno… tan falso.

Como esos poemas de amor barato

que huelen a copia y no a entraña.

Odio que forces un cariño

que no nace del pecho, sino del ego.

Como un actor que se sabe el guion

pero jamás ha sentido el personaje.

Odio que digas que no quieres obligar a nadie,

cuando ya lo hiciste,

cuando ya moldeaste mis límites con silencios,

con promesas diluidas en tus ganas.

Me convertí en espectadora de mi propio dolor

mientras tú hacías de director y guionista.

Y yo actuaba… creyendo que era verdad.

Odio eso más que todo:

haberme creído la escena,

haber apostado el alma

en un guion que no era mío.

“Tú no tienes la culpa de no amarme,”

diría Sabines,

“yo tengo la culpa de amarte.”

Y eso duele.

Eso deja cicatriz.

Eso hace que cada vez que escucho tu voz

me duela el pecho,

como si una parte de mí aún esperara

que fueras real.

Pero no.

Eras solo un espejismo.

Y ahora…

solo queda este odio

que se parece tanto

a lo que antes llamé amor.

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20/05/25

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Me quedé viéndolo… y él también me miraba, pero no como quien observa: me miraba como si esperara algo de mí, como si mi saludo fuera el único aire que necesitaba ese día.

Sus ojos tenían esa luz suave, esa ternura inesperada en alguien que siempre me había hecho temblar por otras razones. Esperaba mi saludo, quieto, paciente, como si estuviera suspendido solo para mí. Y entonces, cuando sentí su mirada atravesarme toda, le dije con una voz suave, casi temblorosa:

—Hola, buenos días.

Y lo saludé con una sonrisa cargada de picardía, como si nuestras miradas ya se hubieran dicho lo que las palabras apenas empezaban a pronunciar. Luego seguí caminando… o al menos eso intenté. Porque estaba tan nerviosa que olvidé cómo hacerlo.

Esa sensación absurda, como si mis piernas dejaran de recordarme que son mías. Como si el corazón hubiera tomado el control de mi cuerpo.

Me temblaban las manos, me ardían las mejillas… y sentí que por dentro se me deshacía algo. No sé si fue deseo, miedo o emoción, pero me quedé suspendida en ese instante como si no existiera nada más.

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Al final la chica con bloqueo emocional volvió a sentir algo por alguien.

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Y es que así cautivaste mi corazón, mi alma, mi mente, mi cuerpo. Me provocaste reacciones tan fuertes que mi ser solo pudo formular: Estoy profundamente enamorado de ti. Yo te entregaré por siempre todo lo que soy yo, amor mío.

Créditos al dueño de la foto.

@yeltia 🌟

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Créditos:Auramentalglow

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Tantas drogas y yo siendo adicto a la nostalgia.