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Ladrones de bicicletas (1948) de Vittorio De Sica

Pequeñas historias que ocurren lejos de los campos de batalla, las batallas diarias para sobrevivir. El horror de la guerra en lo cotidiano, en el día a día. Las manos ásperas de las mujeres trabajadoras, la soledad de los niños, las miradas desesperadas de los hombres, la carencia, los trabajos y los días. Siempre me conmovió esta escena, cuando ya no hay nada más que vender, que empeñar. Se me eriza la piel cuando veo a ese hombre trepando por estanterías repletas de sábanas, cada juego de sábanas representa la desesperación de una familia y el fracaso de la historia. La ilusión casi infantil al recuperar la bicicleta porque algo tan simple puede salvarnos, porque es una esperanza. Los objetos unidos a las sensaciones, los objetos están vivos. 

Varios años después de conocer el neorrealismo italiano conocí a la escritora Natalia Ginzburg, y la quise inmediatamente cuando encontré esta frase en un diario:

“Una vez que se ha padecido, la experiencia del mal ya no se olvida. Quien ha visto derrumbarse las casas sabe demasiado claramente cuán frágiles son los jarrones con flores, los cuadros”. 

De alguna manera me pareció que se establecía un diálogo con estas películas, que había algo común en esa experiencia. Ser consciente de la fragilidad. La fragilidad que se vuelve fortaleza. Construir a partir del derrumbe, de los escombros, de los restos, de las cicatrices, de lo cercano y cotidiano, sin duda es un gesto de resistencia profundamente conmovedor. 

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At land (1946) de Maya Deren

Ayer fue el aniversario de nacimiento de Maya Deren y quería hacerle un pequeño homenaje. 

Si bien es considerada la madre del cine experimental estadounidense creo que nunca ha sido lo suficientemente valorada. En muchos textos de cine se le dedican unos pocos párrafos. Al cine experimental no se le han dedicado muchos capítulos en los libros de historia del cine más tradicionales. Y al tratarse de una mujer y extranjera ese espacio ha sido incluso menor. Es tiempo de volver a revisar su cine. 

At Land fue la primera película que vi de Maya Deren, y me inquietó muchísimo. Me gusta la sensación de no sentir que se pisa una superficie firme como espectador (algo a lo que estamos tan habituados, donde hay tantas seguridades). Sentir que todo es pantanoso, flexible, difuso y cambiante para mí implica una gran experiencia como espectadora. Y creo que ahí radica la fuerza del cine de Deren. A la vez que me anima a construir desde el misterio, desde la incertidumbre. Por eso creo que fue muy necesaria en mi recorrido.

Hoy, al volver a ver estas imágenes no podía dejar de vincularlas con Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector. Es la primera vez que estas dos obras me aparecen mezcladas, y me encanta que esto suceda. 

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Moderato Cantabile (1960) de Peter Brook.

Hace poco descubrí que mis recuerdos casi siempre están vinculados con el cine. Tengo el recuerdo muy presente de ver esta escena y sentirme absolutamente identificada con las palabras de Jeanne Moreau. Comprendí muchas cosas al verla. Creo que el cine tiene el poder de interpelar de una forma directa. Estas palabras en boca de Jeanne Moreau me hicieron conocerme más profundamente. Y no es casual que hayan sido escritas por la pluma de Marguerite Duras, mujer que siempre comprendió y puso en palabras los sentimientos más profundos y contradictorios, con tanta fuerza y sinceridad. Algo de esta fuerza sentí cuando estaba enfrente a esa pantalla, cuando Marguerite Duras a través de la voz de Jeanne Moreau puso en palabras algo que yo pensaba y sentía pero que hasta ese momento no había podía verbalizar. Así quedé sola frente a una gran pantalla, en la que Jeanne Moreau me interpelaba. De alguna manera habían desaparecido Belmondo y la gente que me rodeaba en la sala.

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Bleu (1993) de Krzysztof Kieślowski.

Hay una frase, que hasta hace unos momentos, siempre se la había atribuido a Silvina Ocampo, pero que no pude volver a encontrar en mis libros subrayados: “se había lastimado a propósito para poder llorar”, seguramente la frase no era así exactamente, y a lo mejor ni siquiera pertenece a un cuento de Silvina, pero sí me llevó hasta frase de Alejandra Pizarnik: “Sólo buscaba un lugar más o menos propicio para vivir, quiero decir: un sitio pequeño donde cantar y poder llorar tranquila a veces...” en este caso puedo asegurar que la autoría es de A.P, porque es una de las tantas frases que he subrayado y atesorado. 

Realmente no sé qué fue primero, si la película de Kieslowski o los poemas y cuentos de Alejandra y Silvina. No estoy segura. Pero sí estoy segura de que las grandes películas se entrelazan con lo que hemos visto, leído, escuchado y sentido alguna vez. Y es así como se va formando un tejido, una red, donde todo se entremezcla, se confunde, donde no hay límites claros ni precisos. Yo disfruto perderme en esas redes, en esos caleidoscopios.

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La caída (1959) de Leopoldo Torre Nilsson.

Como buena seguidora de los melodramas de Torre Nilsson protagonizados por Elsa Daniels  me alegré enormemente con esta escena. 

Luego de una lista larguísima de sufrimientos e injusticias experimentadas y padecidas por Elsa Daniels en otras películas, oprimida- como toda heroína melodramática- por una sociedad absolutamente conservadora y patriarcal. En La caída Elsa dice basta y ubica al hombre. Luego de está película aún le tocaría sufrir en otros melodramas, pero yo nunca olvidaré este momento, así es como elijo recordarla, como una mujer fuerte que dice lo que piensa. 

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Los frutos prohibidos del paraíso (1970) de  Věra Chytilová

La vi por primera vez en el MALBA, ya conocía a Chytilová por su película Locas margaritas. Siempre agradeceré al profesor que la incluyó en su programa de cursada. Había quedado tan fascinada con esa película que fui corriendo al cine cuando me enteré que daban una retrospectiva de Chytilová.

Es muy distinto ver por primera vez una película en pantalla grande, me apena que ya sea una costumbre- y la única posibilidad en muchos casos- de ver películas en pantallas pequeñas. Por lo menos en mi caso, la película proyectada en una gran pantalla siempre impacta de una forma diferente, con mucha más fuerza. Y eso es lo que sucedió con Los frutos prohibidos...

No puedo, ni quiero analizar esta película de forma objetiva- si es que eso es posible- prefiero decir que es una película que me hubiera encantado hacer y que Chytilová es para mi una gran inspiración, en verdad, la más grande.

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Trenes rigurosamente vigilados (1966) de  Jiří Menzel.

Con esta película comenzó mi amor por el cine checo. El cine de los 60, desde mi punto de vista, siempre vale la pena.

Trenes... combina las vicisitudes adolescentes con el contexto histórico. Del entramado que enlaza lo personal con lo histórico, lo individual con el colectivo, radica, en gran parte, la fuerza del cine. 

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El prado de Bezhin (1937) de Serguéi Eisenstein.

Me resulta difícil elegir escenas de películas de Eisenstein, porque son muchísimas las que vienen a mi memoria. Eisenstein siempre logró que me comprometa con lo que aparece en la pantalla.

Hay varias versiones sobre qué sucedió realmente con El prado..., lo cierto es que solo llegaron hasta nosotros fotos, que por suerte alguien se encargó de compaginar. 

La elijo una y otra vez porque tiene una fuerza enorme. Me encantan las escenas con símbolos religiosos y la deconstrucción de mitos y creencias. Creo que en gran medida el encanto de Eisenstein radica también en su parte más lúdica y en su sentido del humor. 

Confieso que me da mucha satisfacción el hecho de que Eisenstein sea tan irrefutable incluso para los que no comprenden o no se atreven a confesar la grandeza del cine soviético. 

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La felicidad (1934) de Aleksandr Medvedkin.

Una perlita del cine soviético. Medvedkin narra el antes y el después de la revolución rusa en la vida de una pareja de campesinos. Temática fundamental del cine soviético. Lo particular del caso, es que este campesino no puede adaptarse a los nuevos tiempos y tampoco quiere volver a su modo de vida anterior.

Por suerte, y como en todo el cine soviético, la mujer lleva la delantera y es la que defiende los nuevos tiempos.

Pero no solo es una rareza por su tono y por ser silente, sino porque es del año 1934 cuando Stalin ya había impuesto el realismo socialista, que implicó un gran retroceso estético y poético en el cine. Es un poco inexplicable como esta película llegó a ver la luz pero por suerte sucedió. 

Esta escena quedó grabada en mi memoria. Antes de la llegada de la revolución el campesino decide morir. El zarismo no solo lo condena a una existencia miserable sino que tampoco lo deja cumplir su voluntad de acabar con su vida. A la construcción de su ataúd le sigue un desfile de miembros de todas las instituciones de la ley y el orden del zarismo para impedir su deseo. 

También queremos a Medvedkin por su cine tren, aquí cuenta su historia:  https://www.youtube.com/watch?v=RAyKd8YEfjg  y agradeceremos siempre a Chris Marker que se dice rescató y difundió La felicidad en occidente.

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Jules et Jim (1962) de François Truffaut

Hace años, creo que en un día caluroso, prendí la televisión. En la pantalla apareció una película en blanco y negro. Una mujer se vestía de hombre y salía a la calle junto a dos hombres. En un puente jugaban una carrera. Apagué la televisión, solo años después pude recuperar la imagen y saber el nombre de la película y su director. Creo que esta encuentro casual me permitió intuir que el cine podía ser otra cosa, años después decidí estudiar cine y estoy segura que en parte se lo debo a este breve momento. En parte se lo debo a Truffaut que en ese momento no era nadie para mi, y a Jeanne Moreau que la veía por primera vez.

El azar siempre haciendo de las suyas.

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Siempre me deslumbraron los álbumes familiares.  El álbum de tapas azules de mi abuela y su gesto casi de coleccionista. Con precisión ha señalado fechas y lugares. Con esmero ha colocado los esquineros en las fotografías y pegado a un papel que alguna vez habrá sido blanco. Ese es el único album organizado que hay en mi familia, los otros no siempre mantienen una lógica lineal. Muchas fotos ni siquiera forman parte de un álbum. Pero mi abuela también tiene fotos- muchas de mis preferidas- sueltas en una lata de alfajores de Havanna de varias décadas atrás. La belleza de la lata es bastante dudosa. De todas formas siempre la amé. Si bien pronto llegué a conocer todas las fotos al estar sueltas siempre me sorprendía el orden en el que iban sucediéndose. Esa carencia de lógica y la casualidad fueron para mí, pienso ahora, una primera aproximación a lo fragmentario. Hay en esa caja una historia no lineal, y siempre hay fotos que- aún hoy- tengo la impresión de ver por primera vez. Hoy en día me debato entre esas dos formas de atesorar recuerdos, por un lado la meticulosa y documental del álbum de tapas azules y por el otro la del  azar y lo inesperado de la lata con fotos.  Entre lo lineal y lo fragmentario.  Probablemente nunca me decida por ninguna, y siempre intente de alguna manera descubrir una síntesis ente ambas, una forma que sea propia.  ¿Pero qué sucede con las imágenes en movimiento? ¿Cómo se atesoran?  Es por eso que me propuse realizar mi propio album audiovisual, un espacio donde pueda atesorar esos pequeños momentos que en principio parecen ser más volátiles que las fotografías debido a su materialidad- o a su falta-.  Sueño con un álbum en el que pueda ver una y otra vez los pequeños y mágicos fragmentos que me ha regalado el cine y que nunca olvidaré.