xxxhenryxxx88
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Henry
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Liturgia de los días yertos.
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xxxhenryxxx88 · 3 months ago
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“Martes en la garganta del tiempo”
El martes llega sin querer ocupar lugar, como quien entra a una sala de espera y olvida porqué vino. No trae promesas ni tragedias: es sólo la respiración tenue de un animal que aún no ha sido nombrado. Nadie celebra los martes, porque son el pliegue en la espalda del calendario, una pausa muda entre el grito y el susurro, entre la deuda y el olvido. El mundo ya no corre, tambalea: los cafés se enfrían en escritorios impíos, las miradas se extravían en hojas de cálculo como náufragos sin bandera. Yo aún no toco tu nota. Sigue en el refrigerador como una enfermedad dormida, como una reliquia encontrada bajo el polvo que uno no sabe si quemar o encuadrar. “No supe cómo decírtelo”, ¿y quién sabría? El martes tampoco dice nada, sólo se desliza en la garganta del tiempo, rasposa, morosa, sin propósito. Vi a la misma madre del lunes, hoy sin maquillaje, sin prisa, sin esperanza. Sus ojos eran dos calendarios vencidos, sus dedos, pájaros quebrados en el volante. Y el trabajador nocturno —el mismo, o tal vez otro— dormitaba en un banco de la estación, su boca entreabierta como si estuviera a punto de pedir perdón por estar vivo. No hay furia en el martes. Sólo una indolencia sagrada, una tristeza que no tiene nombre porque ya no necesita uno. Y yo, yo sigo aquí, viendo cómo los días me cruzan sin que nadie se detenga.
Enrique Pardo.
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xxxhenryxxx88 · 3 months ago
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“Exvoto de un lunes anticipado”
Ya cruje el domo estelar del domingo, como un caparazón de cáscara vieja que se deshace en la hornacina de una hora sin nombre. En el cristal del reloj se marchita la tregua, el tiempo se infla como un párpado a punto de reventar, y cada segundo es una esquirla que se entierra entre las costillas del alma. El lunes se arrastra ya en la médula de las avenidas: caravanas de latas vencidas, madres en fuga con el alma en la axila y el desayuno hecho escombro en la lonchera. Sus labios escupen mandatos mientras maniobran la rutina, cual náyades exhaustas de un delta sin orilla, y los hijos, aún empañados de sueño, resisten el mundo como se resiste la fiebre. En la orilla opuesta del insomnio, el trabajador nocturno, con los ojos empedernidos de quietud no cumplida, repta por la acera como un vestigio. Su espalda es un andamio de días y su sombra, un relicario de horas que no supieron cómo terminar. Pero lo más árido no es el tránsito ni la fatiga, sino ese papel adherido al refrigerador con la grafía ausente de tu adiós: sólo decía “no supe cómo decírtelo”, y un dibujo de un pez con las branquias abiertas. Desde entonces, la nevera emite un zumbido sepulcral, como si recordara tu risa atrapada en el freón, y el eco de tu perfume se disuelve en la leche agria. No supiste cómo decírmelo —y yo, aún no sé cómo vivirlo—. Los domingos no se acaban, se arrastran bajo la piel como nostalgia larval, y cada lunes es un cadáver más que cargo sin haberlo conocido.
Enrique Pardo.
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