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Si pensás venir a Argentina, hay algunas cosas que tenés que saber. Primero, respirá hondo. No por la bruma de la ciudad, sino por lo que vas a vivir. Argentina no se entiende ni se explica. Se disfruta.
Acá nada es lo que parece, y todo puede pasar. La inflación cambia más rápido que el clima. Lo que hoy cuesta 2 mil, mañana cuesta 3 y pasado vuelve a 2 mil con 40% de descuento en una app que nadie entiende. ¿Lógica? No. ¿Magia? Tampoco. Bienvenido al realismo mágico financiero.
El dólar no es una moneda, es una herida cultural con cotización paralela. Hay más tipos de dólar que excusas para no ir a terapia. Y si preguntás el valor, te responden: “¿Blue, MEP (Mercado Electrónico de Pagos), tarjeta o contado con liquidación?”. Traducido: ¿viniste a comprar chicles o a entrar a la Bolsa?
Acá se come con emoción, no con hambre. El asado no es solo una comida. Es el aplauso dominguero al asador. El dulce de leche es básicamente una caricia en cucharadas. Y la milanesa con papas fritas no se cuestiona: se respeta.
Tenemos empanadas que dividen provincias, choripanes que definen campañas políticas, y helado artesanal que podría ganarle una estrella michelin a cualquier postre europeo. El Fernet con Coca no se discute. Se toma. Y ni se te ocurra ponerle Pepsi. Aunque la primera vez es lo más cercano a desinfectante estomacal.
Los barrios no son zonas: son personajes. Palermo es el influencer, Caballito es la tía piola que te cocina ñoquis, Villa Crespo es el alternativo que ahora está de moda, y Once y flores es un multiverso donde podés conseguir desde una toalla a $200 hasta una identidad falsa (pero eso no se dice en voz alta).
En el interior, el mate se comparte hasta con desconocidos, la cumbia es religión de todos, y el humor es más ácido, más seco, pero igual de efectivo.
En lo social, somos puro corazón y cero filtro. No saludamos con “hola”. Saludamos con besos, abrazos, palmadas, y un “¿cómo andás, boludo?”.
Nos cuesta lo superficial. Si te queremos, te lo decimos. Si nos caés bien, te invitamos a comer. Y si te llevamos a un asado… te adoptamos. Nos besamos en la fila del banco, nos abrazamos en la calle, y lloramos por historias que no vivimos pero sentimos propias. Hacer fila es parte del folclore urbano. Hay fila para todo: pagar, quejarse, protestar o simplemente porque alguien paró y otro se puso atrás. Y si la fila no se mueve, se socializa. Vas a sacar un turno y salís con dos opiniones políticas, una receta de brownies locos y el teléfono de la prima de alguien que alquila barato.
El argentino no se cae: se reinventa, factura, emprende y, si todo falla, hace memes. Podemos perder el trabajo, el bondi, el turno médico y el colectivo pero jamás el sentido del humor. Y si es con sarcasmo, mejor. Hay dos religiones no oficiales: el asado y la Scaloneta. Dios es argentino, pero está disfrutando en Dubai porque le da paja la inestabilidad Argentina. Y si ganamos el mundial, argentina está de fiesta, en las calles no se puede caminar, la gente canta, la vibra ganadora se contagia y durante años vamos a seguir diciendo que somos los ganadores. Y segundo, Francia.
Vivimos al borde, pero con Flow, que antes era Fibertel. Es como bailar tango sobre un puente que se está cayendo, con inflación en una mano y esperanza en la otra. Y, aunque a veces tambaleamos, seguimos.
La calle es más que tránsito: es escenario. Está el vendedor de panchos con frases filosóficas, el músico ciego del subte, y un señor que ofrece 3 pares de medias por $5000 mangos mientras te pasa una murga por al lado. Y entre todo ese ruido, encontrás belleza.
Porque sí, Argentina es ruidosa.
Pero ese ruido también es vida.
Y la política no se entiende: se sobrevive. Cada elección es una miniserie. Hay internas dentro de internas. La izquierda es más de derecha que la derecha, y la derecha a veces se viste de centro para disimular. ¿Confundido? Tranquilo. Nosotros también.
Las emociones acá no se administran, se viven. Nos enamoramos como si fuera la última vez. (o la primera, quién sabe) Chamuyamos por deporte, dramatizamos por herencia y nos enojamos como si al mundo se le acabaran los turnos para terapia. Pero si te abrazamos, no te soltamos más. Nadie odia más a Argentina que un argentino… ni la ama tanto. Nos quejamos, puteamos, nos queremos ir. Pero lloramos con la camiseta, nos emocionamos con un tango, y defendemos este suelo como si fuera nuestra abuela. Porque aunque no tengamos estabilidad, tenemos alma. Y aunque nos duela, sabemos hacer de cada día una obra de teatro sin guion, pero con ovación.
Así que si venís,
no te olvides de traer algo más que ropa:
Traé corazón.
Y traé espacio en el alma.
Porque si Argentina te toca…
no vas a querer irte.
Fer, una orgullosa Argentina.
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¿Me amarías con la misma intensidad aun sabiendo lo inestable que pueda llegar a ser?
-chipnervous.
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