Tumgik
9915 · 9 years
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Relatos Cortos para insomnios largos.
Capítulo 1. Ser, estar y perecer. Lo cierto es que no. No estoy bien y a veces sí. Aunque a veces no. Es un ir y venir, un equilibrio temerario que de cuando en cuando se vuelve enemigo. Camino y me digo que un pie tras otro avanzaré siempre que los pasos marquen los tiempos. Un control del tiempo y de los pasos; de las fases: a fase cumplida, no hay por qué temer un atraso. Otro más. Lo cierto es que si me preguntas cómo, yo te digo: no lo sé. No sé cómo estoy. ¿Acaso estoy? ¿Tú crees que esté? Yo me busco, pero no sé si estoy. Todo el mundo está, pero dudo que todos sepan cómo. A mi últimamente me cuesta estar cuando duermo. Me cuesta mucho. Y vienen a acompañarme cuando lo intento, y no se callan. No hay manera. Seguramente, si me preguntaras entonces, cuando lo intento, te diría: estoy acompañado. Me acompañan y me dan ideas, una tras otra, encadenadas y en círculos. Y entre círculos, deambulo. Bebo agua, a veces té, otras nada. A veces deseo que algo enorme entre dentro de mi, y me haga olvidar por completo el trayecto circular. Que me follen tan fuerte y con tanto desprecio que no me encuentre cuando se hayan marchado. Y entonces, si me lo preguntas, te diré: estoy agotado. Pero no tengo esas cosas tan grandes cerca estos días, y no me entretengo en buscarlas ni comprarlas, que bien podría, pero no. Porque últimamente me cuestan los espejos, me pesan en el vientre, y prefiero no escucharlos. Pudieran pensar los espejos que me he enamorado, pero no saben nada de mi, como no saben nada de muchos, que ni se reflejan, ni saben cómo están. Se vuelve blanda la fruta, cuando está madura, y en cambio los frutos secos tienen cáscaras muy duras. Si me preguntaras ahora, te diría: no sé qué soy, si cáscara o seco. ¿Sabes tú cómo estás?
Capítulo 2. Gastos de comunidad. Encuentro líquido en mi interior. Oleoso, ligero, alcalino. Del color del gasoil en el agua, del olor de la cáscara madura en el interior de la fruta. Y se derrama. Habrá quien lo vierta al exterior, pero yo lo contengo. Contener es algo precioso. Como el conllevar. Todo lo que empieza por ‘con’, de contigo, es bonito. Esto muchos no lo saben, pero se construye igual en alemán: del bringen (llevar) al mitbringen (llevar contigo). Pero ellos lo usan siendo fieles a su construcción, a la literalidad de la suma. Ahora que me cuesta contener, tomo Lexatín como refuerzo. La química levanta los diques que nuestra fuerza no consigue mantener erguidos. Siempre pensé que erguido se escribía con h, pero si el autocorrector no se ha aventurado a corregirme, mantendré en silencio mis sospechas. Estar callado te mantiene a salvo. ¿Quién asume las derramas internas?—se preguntaría Joaquín Sabina al inicio de la nueva canción que compone. Él no lo sabe, pero hacerse esa pregunta es estar en su cabeza, manejar su retórica. Por eso, ahora que nos has invadido con tu lírica, Joaquín, te pregunto: ¿Qué comunidad de vecinos asumirá los costes de esta derrama? ¿Qué soledad crediticia nos fiará estos arreglos? ¿Y qué intereses tendremos para con la vida en comunidad? No hace falta que contestes, Joaquín. Sigue fingiendo que no te drogas, y no habrá más preguntas.
Capítulo 3. Hiérase. Hier asé, del francés, lo asé ayer. Dejar que brille y que vibre una cámara en tu cuenca, es más complicado que darle al botón de ‘subir’ en el Youtube. A dónde, que se escribe indistintamente junto o separado, ¿adónde querrán subir los que deambulan en el Yo del tube? ¿Qué anhelarán, con h, tener que no tuvieron cuando lo alcancen? No logro entender qué necesitan. Me esmero en este círculo, pero no lo entiendo. ¿Y cómo lo hacen? ¿Cómo consiguen que no les vuelvan todas las preguntas que lanzan con sus respuestas? ¿Cómo el ser asertivo no cae muerto al suelo, desangrado de certeza? Es una caza en la que no logro ver a la presa. Quizá no exista. ¿Cómo sabe el cazador que el jabalí es su presa? ¿Quién le dijo que disparara ahí y no al aire? Es la sangre, la que vocea dónde se ha de atacar, para que duela. Youtubers, boomeranes sin retorno, en perpetua herida hacia la grandeza.
Capítulo 4. Con su paja mental, no eyaculará la tristeza. Monte su empresa, razone aquí. Monte, su empresa razone, aquí. Mon tesuem presa raza one aquí. Montes uempre sara zoneaqui. Es que sigo sin ver el cómo, por más que combino las letras. ¿Quién quiere ser a través de su empresa? ¿Por qué hemos de ser empresa? ¿Quién demonios le dio formato a la acción humana? ¿Quién y cómo acuñó este término? ¡Demonios! ¡Empresa! ¿Por qué?
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9915 · 9 years
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Tengo tanto miedo, que voy a comerme otro yogur.
Querida Annia, querida Sondrea,
Son las 2:30 am. Acabo de comerme media bolsa de frutos secos, un sandwich de queso y mermelada, y dos onzas de chocolate crunch. No es necesario que te diga que estoy ansioso. He cometido un error: no saber qué ver antes de dormir y ponerme “Madrileños por el mundo”. Y ahora tengo la cabeza llena de preguntas. Y tengo miedo. Mucho miedo. Un pavor, terrible.
Se acerca un final de ciclo para mi, y me angustia no saber qué hacer, si quedarme, si irme, si perros o hijos; si ser un nini toda la vida. Tengo el fantasma de Alemania a mi espalda, que más que fantasma es una prueba fiel de supervivencia, que no fue súper, pero sí vivencia (findelchiste); y con esto me doy cuenta de que en Madrid el frío no me asusta, y tampoco lo hacen los días cortos de invierno. Tengo un miedo que me congela cuando pienso en la soledad en otra ciudad, cuando aquí vivo sólo sin problema. Después de 24 años sentado en un sofá, he conseguido ir dos meses seguidos al gimnasio, y ahora voy sólo la mayor parte de las veces: hoy casi he intuido mis abdominales, que mañana ten por seguro, ya no estarán ahí. En Madrid tengo ahora mismo la mejor vida que he podido tener nunca antes, y estoy rodeado de gente en la que me apoyo continuamente, y que espero lo hagan, que lo hacen, también en mí.
Hay una fantasía en mi cabeza, la de irme a una ciudad donde todo sea mejor, fácil y bonito; y cuando veo Madrileños por el mundo, y las caras de esa gente que echa de menos su Madrid, hay una tristeza tan profunda, que igual está sólo en mi cabeza, pero que en ese momento entiendo y comparto como si hubiera parido a esa veterinaria anestesista de alpacas, hija de americana y español que se fue a Portland; que me tiemblan las piernas. Y luego pienso en los inviernos europeos, y en sus jornadas laborales en las que entras a trabajar denoche y sales demiedo, que yo no sé. No sé si aguantaría esto. Y pienso también en que no tengo pareja, que ahora mismo ni la quiero, pero maldita sea, todas esas parejas de Madrileños que se fueron por amor a la conchinchina. ¡¿Dónde está mi hombre que quiere llevarme a su Conchinchina por amor, para tener perros e hijos en una casa de 300.000 euros en un barrio tranquilo de Eindhoven, cuna empresarial de Phillips y muchas otras empresas tecnológicas?! ¡¿Dónde?!
Y entonces es cuando pienso en Madrid. En quedarme aquí, en vivir aquí. Es una ciudad única, que tiene tanto, que no me cabe. Salvo una cosa, empleo, en apariencia. Pero estoy un poco harto de pensar así. Creo que faltan ideas, que hay que dar en la clave con una buena y empezar algo, aunque sea modesto y pequeño. Y luego pienso en la fantasía excitante de lo desconocido y en que soy joven y, o bien viajo ahora, o no lo haré nunca; y en sabe dios qué hombres con perros e hijos me esperan en sabe bien Él, qué Conchinchina; y me muero de miedo aunque creo que voy a comerme un yogur.
Os quiero siempre,
9915
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9915 · 10 years
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El pulsar del editar
–El silencio
–¿Me merecía eso?
–Eres
–¿Tú crees?
–Y tú.
–¿Yo?
–¿Qué es poesía?
–Mira, esto es lo que tengo.
–La vida.
–Vale, échale un vistazo.
–El amor.
–No veo que tengas ninguna 
aplicación llamada “amor”
–Son tantas y tan pocas 
las cosas que me quedan.
–Creo que no te entiendo.
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9915 · 10 years
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Es Raúl.
Es la hora del zoom in y del zoom out, en el fluir hecho ruleta de las cosas bonitas. De insignificancia y de resultados, eregida la empresa, moderna. Yes we trust in what we have, no podremos seguir barajando las incredulidades de este mundo mod, mod, mod, moderno. Cubierta de rosales color melocotón, y de melocotones de piel rosada. Pieles y colores de texturas suaves y amigables, que te dan la mano y te invitan a su fragancia. Suena un timbre, es Raul, el melocotón de las frutas que no maduran.
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9915 · 10 years
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Hoy me voy a dormir acordándome de lo paralizante que es el miedo. Por eso me duermo más agazapado que nunca, porque peor que el sentir sólo es el recordar lo sentido. Uno cree estar inmerso en lo que siente, cuando tan sólo tiene la vista nublada de recuerdos. Una masturbación que teme ir tras el placer, atrofiada de nubarrones blancos, triglicéridos feroces que avanzan y morbidizan a su paso. Una incapacidad extrema que acerca la muerte a la vida sin que ninguno de sus nombres se mencionen. Un tránsito acompañado en una región, sin alcanzar sus extremos.
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9915 · 10 years
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9915 y el joven Narciso, arquitecto: Te contaré un cuento corto. Érase una vez un joven arquitecto llamado Narciso, que enamorado de su imagen, dejó de mirar su reflejo en el agua para hacerlo en un espejo de Ikea, al que podía tocar y manipular. Llegado el momento, la garantía de calidad/precio de la multinacional sueca llegó a su fin y el espejo se deshizo en astillas afiladas. El arquitecto, convertido sin querer en hipster barbudo por el paso del tiempo y muy frustrado por ver su imagen desaparecer en añicos, comenzó a masturbarse con un trozo de vidrio hasta amputarse el miembro viril y morir desangrado. Fin.
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9915 · 10 years
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Hola Paqui,
Hola Paqui,
Hoy he venido a venderte un textil inteligente y a escribirte una novela, para luego abandonarte y que jamás seas concluida, ni terminada. Caerás en el olvido, Paqui, y nadie querrá ni podrá salvarte. ¿Cómo te hace sentir eso?
Estás fría, Paqui; helada. Quién diría que no te tocan en mucho tiempo. Ni un mal amago de rozarte si quiera. Quería decirte muchas cosas y espero que no se me pase ninguna. En primer lugar, gracias por las galletas. Las que mandaste hace quince días con la niña. Me las tomé mojadas en cocacola. Riquísimas, deberías probarlas. La niña me insistió en que lo hiciera, y yo pensé que si de algo podía saber la criatura era de echarle refrescos a las cosas. Me tiene muy preocupada, nena. Yo ya no se si ese trabajo suyo le hace bien o qué. Llega a las tantas todos los días, y cómo huele la ropa cuando la lavo, nena, a tabaco y a de todo lo que entra en ese bar.
Llevo fatal la dieta. Pero fatal, fatal. Paqui yo no se de dónde sacas tú la fuerza para tener la boca cerrada tanto tiempo. Si es que a mi me gusta de comer. Si es que no lo puedo de evitarlo ya. Y mira que procuro no comprar de nada de lo que no me deja el doctor mateo, pero digo yo que la niña tendrá que comer de algo, que cada día me viene más delgada. El otro día le dije que el botox se lo tenía que poner, pero no en los pechos, sino en los mofletes, porque hija mía, es una pena, con lo recobrada que ella estaba y mírala; que parece una muerta. Pero eso ahora por lo visto es tendencia, que ella está muy enterada en estas cosas.
Quería decirte, además, que no sólo no sigo la dieta, sino que me lo como todo. Todo, Paquí, todo. No hago excepción. Lo mismo da que me da lo mismos. Que cojo una lechuga, que un tomate, que un trozo de queso, que las gasas del botiquín. Me lo como, Paqui, me lo como. No lo puedo de evitar. Me entra un un un ansia y una desazón que se me aprientan las mandíbulas y lo único que quiero es masticar y tragar, masticar y tragar y volver a masticar. Nena, que sin razón y qué sin sentío.
Pero eso sí, nada como las latas de chipirones en su tinta. Y muy concretamente las que me venden en el Carrefour express de aquí al lado. Que es de entrar a por el pan y ya me las tienen preparadas en la caja. Un chico sudamericano, muy atento, eso sí. Y es que no hay nada igual. Nada. Que yo llego a casa, y no hay nadie, y pienso en los chipirones y me da un no se qué por dentro. Que aunque no tenga hambre ni nada, me abro una lata. Y no son baratos presizamente Paquí, pero a mi ya me da igual. Si no fumo, ni bebo, ni hago de nada! Algún capricho me tendré que dar yo también, digo yo. Pues eso, que abro la lata y ya el olor... ¡Ay nena qué olor! Que ni los pies de un hombre, nena, ¡qué hambre me da! Y los ves ahí en su tinta, negra como la noche y naranja como las naranjas. Todos juntitos, que a cualquiera le daría asco de comerse algo tan negro, nena, pero eso es que no se han atrevío a probarlo, que yo siempre he sido de lanzarme yo primero antes que nadie. Y son una cosa muy pequeña, redonditos y suaves, pero cuando los muerdes y sueltan toda esa tinta negra dentro de la boca, eso sabe a gloria bendita. A veces me gotean por la barbilla y me limpio con la servilleta ese aceite naranja y negro tan rotundo y tan flagrante, que pienso en coger el líquido que sobra y embadurnarme todo el cuerpo, toda esta carne que tengo y que no se va con ninguna dieta. Y me imagino a un grupo de tíos grandes ahí en mi salón comedor, sin camiseta y descalzos, mirándome mientras mastico chipirón tras chirpirón sin preocuparme de si me mancho o si chorreo mientras me desnudo paulatinamente y froto todo ese aceite que huele a mar y a marinero, por unos pechos que no caben en las manos de un humano.
Y eso es en lo que pienso, Paquí. Y es que no lo puedo de evitar.
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9915 · 10 years
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Querida Paqui,
Querida Paqui, 
Te escribo ahora para pedirte disculpas por lo sórdida que fue mi carta de ayer. Tanto, que para acallar esta voz que tengo por dentro he tenido que enseñársela a mucha gente para que se riera conmigo, afianzando una postura que tanto tu como yo sabemos que no es sincera.
Paqui, la única verdad en todo esto, es que me siento sola. Y cuando digo sola, quiero decir sólo. Porque soy un hombre. Un hombre que está en soledad. Y en este estado del ser y del estar en el que transcurro tanto tiempo de mis días, no hay niñas, ni perros, sólo hay un espacio en silencio lleno con cosas. 
Lo que me molesta no es estar sola. Sola llevo toda mi vida, Paquita, pero no siempre he estado triste. Y aunque llevaba un tiempo sin acordarme de la tristeza, de cuando en cuando me visita, y tengo que dejarla estar y ser conmigo. La escucho, la dejo pesar en el pecho, como quien deja que un hombre le apriete la mano hasta que duela. Porque esas son cosas que una debe hacer. Hacer y dejar hacer. 
Me costó terriblemente quitarme el olor a chipirones de los senos, pero a veces me cuesta mucho más olvidarme de la tristeza, y sin que huela ni nada. Hay olores que molestan menos aunque no dejen de acompañarte. Recuerdo la vez en la que tuve que rebuscar mi alianza entre las heces de Ricardo, el perro de Maluca. Fue una hazaña, nena, menos mal que me puse guantes, aunque aún así traspasaba el olor.  
Te mando un abrazo fuerte, de tu sobrina Conchi, que te quiere.
Conchi.
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9915 · 10 years
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Hola Paqui, cariño,
Hola Paqui, cariño,
Estas son las cartas que no te escribo. Las que en mis compungidas noches me guardo para mi y estrujo contra mi aliento. Hacía tiempo que no me hacían el amor de esta forma. Y ha sido todo tan rápido, Paqui, que no creerías haber conocido a un extraño y al momento siguiente estar preguntándole su nombre mientras desliza sus dedos en tus profundidades. Un hombre no muy bien parecido, pero es un hombre, un hombre fuerte con ansias de amar a una mujer. Un hombre que bien podría llamarte por el de pila, que una Concepción, que una Francisca no te apartan la mirada de él.
¡Y qué manos, las suyas, Paquita! Esas manos han labrado campo y mujeres y a mujeres en el campo. Y van a tajo parejo, nena, que ni un arado, ni de la rueda el molino, no se dejan un resquicio cuadrado en de este cuerpo sin remover. Cuánto disfruto este placer de la carne, de mi carne agitada por un vaivén truculento, una marcha militar exacerbada, un caminar y un rugir de mil leones sobre mi espalda y mi vientre. Lamiendo mis senos en un humedal de primaveras que no se callan mis quejíos, qué dulce néctar, nena, qué cosa más buena, qué éxtasis al que Santa Teresa ni mirar de poder quisiera; que ha hecho de mi dentro todo mi fuera. Y sacaba a mi mente de este cuerpo recio y empacado y me miraba delgada y lacia desde el techo.
Ay nena, no sabría decirte, no sabría explicarte, me se sale una cosa de aquín, del pecho, que no sé, este calor... ¡Ay, nena, ni aliviarlo puedo!
Y ahora, en silencio, no a oscuras, pero tranquila, noto el tacto de sus fluidos sobre los míos y en mi cuerpo, secos. Y me revuelvo entre las sábanas con su olor, de de de recuerdos y de pálpitos y olvidos. Ay, nena, ni palabras tengo, para contarte esto.
En estas cartas, que no te envío, te confieso mi amor profundo, Paquita, y mis respetos.
Tu sobrina Conchi, más calmada ya, que te quiere,
Conchi.
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9915 · 10 years
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Adiós, Paqui.
Querida Paqui:
Muérete. Te dije que te abandonaría y esto mismo hago ahora. Jamás serás nada. Tu precio no superó los 100 euros, y tu vida jamás pasará a la historia. Además de gorda, serás insignificante.
Púdrete en el infierno con este punto y final. 
Tu sobrina, que te quiere, Conchi. 
Conchi.
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9915 · 10 years
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Hay cuencos vacíos, 
sobre espejos curvos cóncavos, 
sobre cáscaras de yeso fino, 
sobre ovoides de fibra de vidrio aligerada, 
sobre huesos curvos y huecos, 
cúspides de hojas secas, 
cántaros de una loza fina y vacía. 
Y debajo, estoy yo. 
Y a la vez los piso.
Son cestas con lazos de un tergal muy fino, 
cisternas de ramas y agujas ácidas de las pináceas. 
Y se clavan y no duelen, 
y se quiebran y sus lascas 
no cortan, y no se pulen sino se agrietan. 
Se desmembran en grumos y añicos, 
que se encarnan y no duelen, 
que permanecen y no quedan. 
Y así encuentro mi rostro a veces. 
Roto, pero unido, seco,
aunque compacto, firme,
aunque disperso. 
Un huir de las agujas, que no pinchan, 
pues son puñales, que no cortan, 
pues son espadas, que no matan 
porque son de plástico. 
Y se deshincha el pecho y se arruga, 
en esmirriada folie o papelina, 
de un polímero chicloso 
y recalentado al sol de un sol 
que no se pone. 
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9915 · 11 years
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En ese momento pensé que la vida en el primer mundo era a veces tan absurda como complicada. Y por un momento tomé percepción de mi mismo, desde la cámara antirrobo con la que a veces me enfoco desde el techo de mi mente. De pie, intentando orinar sin ganas frente al retrete de algún lugar en Madrid. Queriendo no acabar y sin poder comenzar. El aseo era un respiro breve y temporal, fuera de él, me esperaba alguien con quien debía hablar. Hablar como cuando se habla en las relaciones, con un “tenemos que hablar”. Era un hablar de esos de los que se tienen que. Miré los azulejos y pensé en el obrero que los había alicatado, en el mortero de cemento, las juntas ya no tan blancas y en la norma UNE-9000 del plan de calidad de la empresa que los había colocado. Las mismas normas UNE que a día de hoy sigo sin saber lo que son ni su verdadera utilidad, a pesar de haberlas copiado y entregado en varios trabajos de la universidad. Qué gran farsa la universidad. Y la UNE, vacía copiada y repetida una vez por azulejo, me rodeaba. Lo hacía junto al perder de mi tiempo, en un baño alicatado de tristeza y de desencuentro. 
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9915 · 11 years
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Lo hay en la belleza de un hombre
que no lo encuentro en otro.
No habría que hablar del blanco ni del intenso,
ni del brillante, suave y enroscado.
No habría que mencionar los rosas,
ni los verdes moteados de amarillo,
ni lo terso ni lo firme,
ni lo que es nuevamente intenso. 
Ni mencionar querría las horas, ni la perdición, ni las profundidades.
Ni el regazo mencionarme quiero.
Querría negarte de un punto al otro, entero.
Querría que no fueras.
Para no haberte sido en mi cabeza.
Querría no pensar no saber no hablar no entender
qué son estas letras en mi cabeza.
Tenvertir un nuevo lenguaje que prender diena supiera.
Para deshacerte punto a punto y dispersarte
y no encontrarte más unido. 
En tu inexistencia estará toda mi fuerza,
y del no haberte sido en mi cabeza,
naceré de nuevo.
Tenero. Eterno. Entero. 
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9915 · 13 years
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Se despertó y sólo podía ver el exterior enmarcado en negro a través de una pequeña rendija, como quien graba en video con un angular muy estrecho y vertical. En su extremidad izquierda el picor le hizo ver una anilla en la que el número 042 estaba inscrito. Alguien o algo le estaba llevando a algún lugar. Por el vaivén del movimiento, se lo figuraba bípedo y erguido; homínido casi con certeza. A ratos se le hacía borrosa la visión y las figuras perdían su contorno en un haz de puntos bidimensional. Al fondo, el eco de unos niños hablando y riendo; al frente, sombras ajetreadas que se cruzaban de uno a otro lado. El olor a fruta del puesto de zumos a la salida del metro. Pronto, una calma desconocida era sustentada por las escaleras mecánicas hacia el exterior. Y mucha luz. Demasiada luz. Tanta que todo se teñía de un blanco doloroso.
La primera imagen del exterior: un Apple Store y una tienda de Rolex. Un abarrotado paso de cebra junto a una señora anciana, vestida en holgado rosa pálido, cabello graso y boca entreabierta y bocerosa; con dos implantes baratos en la arcada superior. Por un momento se pregunta si esa es toda la compañía que encontrará en adelante, ya que nadie le mira. No parecen advertir su presencia. En esta ciudad no son tan cálidos, piensa para sí. Parecen distantes y atareados, caminan veloces, dejando una estela de color que se pulveriza en la lente de la cámara. En la esquina, un Carlino con pedigree le guiña un ojo y gira la cabeza para comprobar que nadie se ha percatado. Pronto se aproximan al extremo del puente y lo dejan a un lado. Los ladridos del Carlino se escuchan a su espalda, parecen advertirle de algo. De nuevo otro anciano de pelo plateado y figura contemplativa advierte su presencia. Comienzo a pensar que sólo los ancianos pueden ver a las aves. Me parece algo romántico pensar que sólo a una determinada edad vemos ciertos animales. Pienso entonces si lo que hay en este recipiente ya no es un cisne sino un cisne y ocho cachorros de Schnauzer que sólo los niños del metro han podido ver; o 22 pequeños galápagos que a nadie interesan por ser galápagos. Puede que haya también 19 agapornis híbridos multicolor o incluso un somnoliento mono araña. Puede que se trate de un fragmento de ecosistema amazónico repleto de vida. 
Me alegra pensar que en el espacio de un ave pueda haber cientos de ejemplares. Pero ahora lo pienso y veo que es una tontería. No puede haber ocho cachorros de Schnauzer, ni si 19 quiera agapornis híbridos multicolor, porque el único destino de este recipiente es el agua del Alster. Y lo es ahora, en la abarrotada salida de metro de Jungferstig, en un día soleado del octubre de una ciudad en su mayoría nublada. Por lo que, de ser así, el portador del paquete no sería otra cosa que un canicida que arroja sin piedad pequeños cachorros al lago. ¡A plena luz del día, y sólo ante la presencia de unos niños! Demasiado frívolo y retorcido para un día soleado, por lo que es probable que sólo haya un cisne en el recipiente. Me entristece decirle adiós al Amazonas.
Todo gira 90 grados y entre las rendijas ahora horizontales se enmarca una preciosa panorámica del lago Alster, precedente al sonido de una cremallera. Alguien desconocido ha abierto una puerta y de nuevo hay demasiada luz. Sin dudarlo despliega majestuoso sus alas y se precipita controladamente hacia el agua. Puede que 19 agapornis hayan estallado a su vez en colorido vuelo y 22 pequeños galápagos hayan derivado del salto en altura a la natación sincronizada. Abierta la maleta, el Amazonas extiende su manto verde marino en este insalubre charco donde habitaban hasta hoy cisnes y patos. Hay ahora delfines que saltan de uno a otro lado del puente y peligrosos caimanes como en tantas otras ciudades; y perros o incluso personas a las que vieran por última vez un día paseando a orillas del lago.
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9915 · 13 years
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El sonido seco del papel sesgado por la cuchilla que empuñaba mi mano trajo consigo el cambio. Aquella línea negra, escasamente gruesa y tenazmente recta tenía materia. Era vector y papel y tinta a un tiempo. Y al aislarla quedó herida y privada de su imperfecta rectitud, enroscada en un rizo de dolor que se sumaba al de mis dedos. Todo estaba claro. 
Quiero deteneros ahora, como yo me detuve entonces, sordo ante el papel; mirando sin ver mis manos hacia el infinito de los impresos sobre la mesa. Esa línea tenía la materia que no tenía. La misma que tienen los píxeles de la pantalla que son en una vez luz y cristal líquido. Ese vector que sostenía, tenía por coordenadas las de su origen y su extremo prendidos entre mis pulgares. Y lo mismo eran seis sencillos dígitos los que situaban sendos puntos en el espacio ante mis ojos, como cambiaban en un segundo a ecuaciones más complejas. Había espesor y superficie; ambos transitables por cualquiera lo suficiente y precisamente pequeño y humilde para hacerlo. Me deshice del enfoque macro con el que encuadraba esta línea, y acerté a situar con uno más amplio a todos aquellos resquicios de papel y cadáveres de tinta negra que yacían enroscados, dejando un panorama bélico y desolador que no había sido en vano.  
Me preguntaba instantáneamente si aquello que había impreso sobre los planos era algo más que química sobre celulosa. El plotter situado a mi espalda se vestía intermitentemente de alguna clase de chamán tribal y tecnológico capaz de dar vida, de digerir intenciones intoxicadas y orinar los efectos de estas sobre los medios de impregnación de los que disponía. Era el blanco del papel el estado basal previo a cualquier agente psicotrópico, la lucidez mental anterior a la ingesta de aquel ácido. Serían aquellos momentos previos a la impresión, un ritual preparador que resultaba lento y agotaba nuestra paciencia, porque requería del poder de un cuerpo resistente para reunir las naturalezas dispares de la luz y el cristal líquido en un orín cromático disociado en cian, magenta y amarillo. Era el negro un corrector, capaz de calibrar los efectos anárquicos del compuesto, un apaciguador e intensificador medido; los mililitros exactos de una sustancia desconocida. Corrían los depósitos sobre el carril emitiendo un sonido inexplicable. Acuñaban su voluntad dos veces sobre una misma trayectoria en el espacio de un inacabable A1 expandido. 
Y ahí estaba sin que yo la hubiera puesto, en mi cabeza, la capacidad de entender lo impreso como otra cosa distinta de la geometría que representaba. Había otras cosas donde antes eran vectores y degradados de color. Comprendía entonces cuánto me ataban las palabras a todo lo ya convenido con y para ellas; lo limitado de este mensaje debido al código con el que es transmitido; lo prefijado en las mentes de quienes me leen ahora por haberse servido incansables veces de los mismos significantes para innumerables y peculiares significados. Ahora se descodifican todos los “te quiero”, todos los “perdóname”, todos los intentos de expresarme reclutados y homogeneizados en un léxico negro sobre blanco, que bien puede emplear el papel o los bits para resistir a los años, que nunca podrá, bajo su axioma, matizar la inmensurable precisión de un sentimiento. Serían los ocres suaves ahora el confort del regazo materno, las redes de puntos y los sombreados a linea del 0,02, los grises inseguros previos al avance hacia un logro incierto. Tendrían ahora la intensidad y saturación adecuados los gemidos de una noche de sexo. Conocerían la ira los libros de color del Adobe Illustrator. Nos convertiríamos en un plotter humano que escupe papel e inyecta tinta por los incisivos. Produciríamos grafismos únicos a cada momento, como únicos son cada una de nuestras sensaciones y juicios. Caerían del aire los mensajes al papel y el olvido quedaría desierto. Se agrandarían nuestros ojos y comprenderíamos de una vez por todas a Jackson Pollock y la ausencia de música en ‘Los pájaros’ de Alfred Joseph Hitchcock.
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9915 · 13 years
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Vicent respira ahora sin notar ningún alivio, mientras camina próximo al mar. Tiene en su cabeza el eco de una frase que afirma que madurar es tirar la toalla, es tirar la toalla...
Y se queda perplejo, con la boca pequeña y los labios ligeramente planos; los ojos abiertos. Camina despacio y se acerca al espigón donde termina el Passeig Marítim y con él, su camino. Piensa en este momento en su hermana que sin llegar a la treintena ya tiene su primer hijo. No puede evitar pensar que eso sí que es tirar la toalla. Vicent ama a su pequeño sobrino, pero siente cierta presión en la nuez al contemplar la idea de tener hijos. Él no es consciente de este momento en el que traga saliva y abre sus ojos, de naturaleza rasgada, quedando ahora almendrados.
Él es joven, más joven. Y el mar es tan plano cuando amanece, que se convierte en el vidrio que refleja su imagen sin a penas perturbaciones. Su piel limpia y sus ojos sin rastro de bolsas o surcos nos lo dicen. La fluidez de sus mejillas hacia la comisura de sus labios, no tiene apenas signos en su topografía que nos indiquen una discontinuidad, más que el color, de un pantone no numerable y cambiante a cada milímetro. Escribe con su sonrisa las letras de lo estacionalmente perenne y su anatomía, delgada y dúctil, pero firme, es un manifiesto de lo eternamente adolescente.
Mira ahora al horizonte, con cierto aire inquisidor y ceño recto, sin dejar ver rastro de melancolía. Se reconoce en la planitud de la línea inexistente que separa cielo y mar. Baja la mirada y se siente parte del agua en calma y del aire quieto que encuentra a su alrededor. Entiende en ellos la instantánea de su vida de la que quiere deshacerse cuanto antes. Quién sabe si es su trabajo o los hombres que le acompañan, los que le alzan firme la vista hacia el punto impropio en el que se disuelven los azules. Ni si quiera él lo sabe.
Le asaltan pensamientos inconexos y fugaces. Intenta esclarecer los límites completamente fundidos por el Mediterráneo, con la intensidad infatigable de quien abre una zanja buscando que brote agua de la orilla. Necesita esclarecer una trayectoria, un camino, una región matérica por la que transitar. Se sabe perdido en este instante, en el extremo de un pavimento finito y ante una superficie líquida e inestable que no le deja avanzar.
Está indignado e insatisfecho a la vez, por haber terminado sus meses de becario en un estudio levantino cortando planos con cuchilla y regla en mano. Le repugna haber hecho esa mierda de trabajo, por el que se repite que es necesario pasar. Ha tenido unos jefes angustiados por la perfección, que le ordenaban rebanar las láminas en dos sin dejar rastro de la línea de corte. Una línea negra, continua y no demasiado gruesa, que manifiesta su existencia a través del dolor y las primeras durezas de sus dedos. Una línea infinita que parecía no acabar nunca, sin espesor apreciable, sin una función más allá de lo auxiliar y efímero. Con un destino marcado y dramático.
Traza sobre el horizonte esta línea negra con la mente, que a ratos aparece y desaparece. Se hace presente, densa, continua e infinita; dispersa, discontinua, segmentada, inexistente.
Vicent camina por esta línea entre la madurez y lo prematuro, lo no aprehensible, la inmaterialidad de un tiempo que se le hace joven; el colágeno de unas células que no disminuye. Se detiene por un segundo acariciando las yemas con las yemas de sus dedos. Siente rugoso el pensamiento y se sonríe ante la idea de no pertenecer a un tiempo, de ser invisible a los ojos comunes. Se desvanece su rumbo junto a las líneas rectas y paralelas que fugan en un punto. Se calla y se hace un instante la sorpresa en su mente, ante el hallazgo del negro consistente entre los azules.
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9915 · 13 years
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Soy probablemente algo más ‘suavito’ de lo que me gustaría y menos de lo que alguno de mis amigos podría soportar, pero es algo que llevo bien, con la alegría y ligereza de la vida temprana en el hogar. Soy mucho menos masculino de lo que trato de fingir o al menos no lo soy en la proporción en que lo son los hombres que me atraen. Y hay una serie de cosas que me gustaría haber hecho o haber sido con tranquilidad, de manera natural y espontánea, como surge el hacer las cosas por uno mismo. Al igual que te levantas un día decidido a apuntarte a clases de baile, de teatro o al gimnasio, después de horas mirándote en el espejo. Tal y como dirían en el norte: ‘hacer las cosas, sin más.’ Sin más miramientos, porque te apetece hacerlas o porque sientes la necesidad de hacerlas sin hacerte más preguntas.
Es por esto que nunca he sido marinero. Y me hubiera gustado con rotundidad continuar la tradición que un día como este, u otro que desconozco, iniciara mi padre alistándose a la Marina. Hubiéramos compartido la actividad, salvando las distancias en objetivos y gustos sexuales, por suerte o por desgracia.
Y surcar así las procelosas aguas del Atlántico, disfrutando de una mujer en cada puerto, un hombre cada noche, y un matrimonio en la distancia. Quién sabe si me hubieran ascendido en pocos meses, llegando a ostentar con el tiempo el título de Teniente-Coronel en excedencia, como tantos otros.
Hubiera disfrutado de unos años deliciosos de disciplina, sin preocupaciones más allá de mi barco, mis mujeres y mis roces. Años de esfuerzo físico y bronceada piel; ambos remunerados y traducidos a un torso definido y firme y a una cuenta corriente que aumenta cada mes. Años de llanura mental levemente ahondada en conversaciones sobre temas que distan del dinero, la política o el deporte, en alguna que otra noche de navegación y contemplación del cielo estrellado en mar abierto. Puede que años de lectura y enriquecimiento cultural en noches desveladas que se interrumpen por turnos de trabajo a cama caliente.
Nunca sabré con certeza lo ceñido o cómodo que es su uniforme, como nunca aprenderé a llevar una camiseta a rayas con la sobriedad con la que alguien asume su puesto de trabajo. Ni si quiera conoceré si las camisetas a rayas no son más que un delirio erótico con el que Jean Paul Gaultier nos ha envenenado en su perfume. El deseo de compartir unas duchas, como la incomodidad de compartir el retrete, no serán más que suposiciones que mueran en este punto. El sabor dudoso de la comida en alta mar, los amaneceres y puestas de sol que nazcan y mueran de uno a otro lado del horizonte en días de navegación mar adentro. Nunca sabremos del todo qué esconden estos, nuestros barcos de la Marina, que atraviesan sin descanso las aguas de uno y otro país.
(...)
Y no haber dejado nunca esa dichosa pelota a la que persiguen con deseo. No haber cambiado el fútbol en el colegio por la comba o el pilla-pilla. Todo hubiera sido distinto. Al fin y al cabo es una decisión que acarrea cambios químicos en el organismo. Todos sabemos que jugar al fútbol con otros hombres no es otra cosa sino una forma más de acelerar los cambios que produce la testosterona. Jugar al fútbol implica una mayor masa muscular, una uniforme y fina capa de tejido adiposo subcutáneo, un pene de mayor talla y una voz más grave. Es una manera sólida de confirmar que lo que tienes cerca, los cuerpos nítidos, acelerados y sudorosos de tus compañeros, no es lo que te gusta. Una forma de heterosexualidad manifiesta, que aunque no se confirme en todos los casos, al menos dota de una masculinidad afianzada y de una seguridad en tí mismo y en tu físico. Es así como lo deben de concebir los cientos de docentes y clérigos que forman parte de los claustros de tantos y tantos colegios adscritos a la Obra en nuestro país. Los mismos de los que con el paso de los años no salen más que meapilas, maricones o descerebrados, por experiencia contrastada. Y que Dios me perdone.
Por eso, si dudas de tomar un rumbo claro y si aceptas un consejo, alístate a la marina, mantén relaciones homosexuales con tus compañeros de viaje, cásate con una mujer, forma una familia sólida e inscribe a tus hijos en un colegio adscrito a la Obra. Y luego, nos lo cuentas.
Para que podamos así conocer la diferencia entre ser todas esas cosas y pensar haberlas sido.
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