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- Cariño, hoy vamos a probar algo nuevo. Te presento a Astrid.
Le vendaron los ojos y le ataron a la cama boca arriba con los brazos en cruz antes de que pudiese ver quién era Astrid, pero confiaba totalmente en su esposa e introducir fantasías para matar la monotonía era algo que ya habían acordado, con lo que se dejó hacer.
Las dos mujeres, o una sola, tocaban su cuerpo. A veces suave, otras rudo. Mordían y calmaban lamiendo y besando. Sintió una fusta que le castigaba y una caricia mitigando el ardor.
Le fue fácil reconocer las manos de su mujer en su pene y la boca que tantas veces había penetrado, tan cálida y ajustada a su tamaño. Con sus dedos rodeando su base, ella tenía todo el miembro a su merced. Lo dominaba con la lengua, con los labios le succionaba y apretaba en el punto justo para que siguiese el ritmo adecuado. La otra mano estaba dedicada a mimar sus testículos y los muslos. Todo junto era una delicia.
Astrid se sentó en su cara regalándole su sexo y sin posibilidad de verlo el hombre lo probó, cuando su amazona le sujetó las rodillas y le separó las piernas.
La esposa continuaba con la felación. Los dedos que antes acariciaban los muslos ahora se desplazaron hacia su perineo. Eso era nuevo….
La boca se sustituyó por otra mano, y una lengua exploró toda la zona desde el glande, tronco, base, pasando por los testículos y lamiendo hasta el ano. Y ahí se concentraron los labios y saliva.
Volvió a sentir su pene entrando en la boca de su mujer, y ésta cambió la lengua que mimaba el ano de su marido por un dedo, entrando en él con cuidado. Rozaba su interior despertando sensaciones extrañas y placenteras que nunca había probado.
Desde su trono Astrid indicaba a su compañera cómo tenía que moverlo y localizar la próstata para estimularla, y la esposa seguía sus instrucciones al pie de la letra.
El hombre pensaba que estaba en el cielo, con su cara inundada por los jugos de Astrid, la boca de su mujer amando su pene y ese dedo diestro abriendo un nuevo mundo de experiencias deliciosas.
Adiós rutina, hola mente curiosa…
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Despierto desnuda en nuestra cama, una melodía suave se mezcla con la luz ténue que entra por la ventana. Alargo instintivamente mi brazo hasta su lado y lo encuentro vacío, debe estar ensayando en su estudio.
Sin vestirme, me levanto y avanzo por el pasillo, las notas de la música se van haciendo más claras conforme me acerco a la puerta. Giro la manilla despacio para no distraerle y me asomo un poco.
Está sentado frente a su piano negro, su bien más preciado. De vez en cuando hace alguna anotación en la partitura y vuelve a acariciar las teclas. Sus dedos son largos, fuertes y varoniles, pero a la vez delicados. Sólo lleva el pantalón gris del pijama y su pelo está alborotado, con el flequillo ligeramente largo, lo que hace que cuando enfatice alguna nota caiga sobre su frente.
Le gusta tocar con los ojos cerrados, suele decir que es para que la música esté cerquita de su corazón. Me encanta verle así, creo que no puede haber una imagen más erótica.
Entro en el estudio, sigue concentrado y no se da cuenta de mi presencia hasta que me apoyo en el piano. No deja de tocar, sólo me sonríe y observa de arriba a abajo mi desnudez.
Sin dejar de mirarle, mis manos se deslizan por mi cuerpo, me acaricio como lo hace él con sus teclas, tocando el punto justo con la fuerza adecuada para sacar la mejor melodía, sintiendo con las yemas de los dedos cómo se eriza mi piel.
Mi respiración es cada vez más agitada y los pezones se endurecen. Mi boca, antes seca, se hace agua.
Él aparta sus manos del teclado y se levanta. Sin mediar palabra nos besamos profundo, saboreándonos. Las manos que antes rozaban con delicadeza, ahora agarran mi pelo y me dan la vuelta, contra el piano. Hace que me incline sobre él y que abra las piernas, me aprisiona con su cuerpo mientras cubre de besos mi espalda y mi cintura.
Tengo la boca de mi pianista favorito entre las nalgas, lamiendo y mordiendo mi sexo. Mi orgasmo se derrama en sus labios, y en ese momento se incorpora y me penetra, sujetando mis caderas y clavando en ellas sus dedos.
Golpea duro, hasta el fondo, creando una unión perfecta, igual que sus piezas.
Jadeo sobre la partitura y puedo leer escrito a lápiz “Melodía para Mi Niña”….
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A las 6:30 monto en el AVE muerta de sueño y localizo mi plaza. Dejo mi bolso de mano y descanso un ratito.
Más tarde voy al baño y al volver a mi asiento veo una nota “Dirígete al vagón 2 y quédate en el pasillo”.
Mi lado racional me pide que tire la nota pero el lado aventurero dice otra cosa, y yo soy muy de seguir cualquier idea absurda.
Así que me voy al vagón 2 y me quedo de pie en medio de un pasillo vacío.
A mi espalda oigo un susurro “No te vuelvas y cierra los ojos”. Obedezco. Noto una tela que me tapa y un nudo atándose en la parte de atrás de mi cabeza.
Unas manos que no conozco me hacen una inspección general y me empujan ligeramente contra la pared, donde quedo apoyada.
Si fuese una persona sensata, huiría o me defendería, pero como ya he comentado hago muchas tonterías. Prefiero esperar, además me está gustando esto.
Le pregunto cómo se llama, ya que estamos según parece en confianza, y me responde ���Shhhhh, compórtate” con una voz grave.
Los botones de mi blusa se desabrochan y el desconocido libera mis pechos y los lame con hambre. Me muerde y como respuesta inmediata mi cuerpo humedece mi ropa interior.
Me levanta la falda y percibo que está a la altura de mi sexo, su aliento se vuelve fresco a través de mi lencería mojada.
Apartando la fina tela chupa y succiona bebiendo de mí.
Soy incapaz de moverme, sólo puedo poner mis manos en su cabeza para que no se vaya.
Pero a mi desconocido no le debe gustar que le dirijan y se aparta dejándome jadeando.
En un movimiento brusco me da la vuelta y me inclina, arrancándome el tanga, y de una estocada entra en mi interior.
Agarra mi melena rizada en una coleta y lo único que me queda es arquear la espalda y gozar con él.
No puedo reprimir los gemidos y él tampoco, a ninguno de los dos nos importa que alguien pueda oírnos.
Llegamos juntos a un clímax brutal y quedamos inmóviles intentando recuperar el aliento.
En un segundo, mi desconocido sale de mí, me quita el vendaje de los ojos y desaparece, sin darme la opción de ver su cara.
Estoy sola en ese pasillo, vagón 2.
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Todos tenemos fantasías sexuales que anhelamos realizar.
Esa noche K iba a hacer la suya realidad, sería un trío con dos hombres bisexuales. Para ello investigó en internet y se citó con ellos en un hotel discreto un sábado cualquiera, en la habitación 203.
A las ocho en punto se abrió la puerta del ascensor, nerviosa buscó la llave en su bolso.
Entró en la habitación y se encontró con dos hombres vestidos con traje y corbata, uno moreno y otro pelirrojo, que la esperaban ansiosos.
La sonrisa de K fue presentación suficiente. El pelirrojo se acercó a ella y la besó posesivamente. El moreno se situó a su espalda acariciándola y besando su cuello, mientras la despojaba de su ropa.
El pelirrojo cedió el turno de besos al moreno y se entretuvo en repasar con los labios su espalda y tomar en las manos sus pechos, masajeando los pezones con maestría y arrancando de K gemidos que caían en la boca del moreno, que se apartó unos centímetros para explorar el cuerpo femenino que tenía delante y descender hasta su vientre. Y aún más abajo, cercando su sexo con boca y manos.
El pelirrojo le facilitó el camino separando un poco los muslos de K , exponiéndola a él, y su compañero la saboreó con la lengua. Con cuidado al principio, exigente después.
Lamía el sexo de aquella mujer como quien degusta su postre preferido. Inspiraba su olor y le soplaba suave en el clítoris, chupaba, succionaba. Se ayudaba de sus dedos paseando por sus labios y entradas.
El pelirrojo la sujetaba desde atrás por los pechos apoyándola en su torso. En medio de su agitación K notaba cómo crecía su erección.
El orgasmo llegó en forma de sacudida brutal.
Los dos hombres aprovecharon el rato en el que ella recuperaba el aliento para besarse y rozarse, desnudándose mutuamente.
K se sentó en un sillón y observó alucinada la escena, era algo que siempre había soñado.
Dos hombres adorándola y amándose ellos después, brazos fuertes entrelazados, cuerpos imponentes y masculinos revolcándose en una cama.
Volvía a estar tan excitada que puso una pierna en el sillón y comenzó a tocarse.
El moreno se percató y así sentada como estaba la penetró de una vez profundamente...........
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Te invito a seguir las líneas de mi sexo.
Puedes usar manos, labios, lengua, mirada, fusta...lo dejo a tu elección.
Adornan cada pliegue de los labios trazando el dibujo de mi vulva.
Siguiendo esas líneas tendrás la oportunidad de ascender por el monte de Venus y bajar por cualquiera de los flancos, adentrarte entre las cordilleras y encontrar el nacimiento de mi placer.
Si permaneces un rato en ese punto comprobarás cómo esas líneas quedan convertidas en arroyos. Te ofrezco calmar tu sed en ellos y penetrar en mi interior.
Prometo guiarte por el mapa de mis trazos si tú prometes ser un buen explorador.
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Entro nerviosa a una especie de garaje y resulta que por dentro es un bar oscuro, y un señor enorme en la puerta me pregunta el color. “Morado”, respondo, y me conduce a una puerta. Entre los nervios y el metro y medio de espalda que tiene no veo nada, pero enseguida se aparta y descubro una habitación con una cama en el centro, sofá, una cruz rara de madera grande y más cosas que no reconozco. No sé mucho de decoración, pero todo eso no pega.
En el sofá está mi amigo Paco, que es el que me ha convencido para ésto, pero quiere que le llame “Z”. Me presenta a Hulio, que debo llamar “H”. Pues ya estamos todos.
Para romper el hielo se me ocurre desnudarme y Z me ordena que pare. Se ha puesto serio.
Acercándose uno por cada lado empiezan a acariciarse y a cogerme del pelo. No me dejan hablar y me está gustando la situación. Ahora me quitan con poco cuidado el vestido y Hulio (perdón, H), se sienta en el sofá.
H – Desabróchame el pantalón.
Yo - Claro.
H - Sí, Amo.
Yo - Sí, Amo.
Le desabrocho el pantalón y descubro una erección como pocas he visto.
H – Chúpala.
Yo – Sí, Amo.
La chupo con mucha dedicación, porque una buena felación es un arte, y me la meto entera en la boca, saboreando. Así estoy un par de minutos hasta que H me coge la cabeza y me obliga a meterla más. En un principio intento parar, pero encuentro que me gusta la sensación de llegar a la arcada.
Z – Levántate.
Yo – Sí, Amo.
Nos levantamos del sofá y me conducen al mueble con forma de X. Tiene como argollas y cinchas y las usan para atarme. Ahora estoy expuesta con las piernas y brazos separados y excitada como nunca. Me tocan y lamen, cuando Z saca unas pinzas que me pone en los pezones. Al principio duele, pero pronto cambia a placer. No sabría describir una impresión tan extraña. Z se desliza entre mis muslos y me pasa la lengua por el sexo llenándose la cara con mis fluídos. Dios, estoy a punto de tener un orgasmo.
Z - No se te ocurra correrte, no tienes nuestro permiso.
Yo - Sí, Amo.
Fácil de decir, complicado de cumplir. Y más cuando H acerca un vibrador a mi clítoris. Es demasiado.
Yo - Por favor, Amo, yo con todo ésto junto no puedo, pido permiso para explotar.
H - Puedes correrte.
....
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Gotas de sudor recorriendo su cuello, el calor invade y se concentra en su bajo vientre. Y aún más abajo, en su sexo.
La niebla mental no deja pensar, sólo sentir la forma en que su cuerpo se abre a recibir cada momento de placer.
Los pezones a punto de reventar, y por alguna razón no puede calmarlos.
Sólo sentir, sólo esperar. Esperar que esa sensación asfixiante y placentera la cubra por entero, que no deje un poro libre por saciar.
Con la respiración entrecortada y gimiendo como un animal explota en un orgasmo exquisito que se derrama en sus muslos y en sus sábanas. Tan fuerte que le hace abrir de repente los ojos, despertar y dudar sobre dónde está realmente.
Benditos sueños mojados…..
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Otra reunión aburrida a la que Marta no pudo negarse.
Aunque ésta vez algo iba a cambiar....
Entró como de costumbre a la sala y miró a su alrededor, buscando la persona idónea. Y allí estaba, en el último rincón, el nuevo becario. Un chaval tímido con gafas y peinado con cuidado, nada llamativo y al parecer bastante gris. Le entregó el pequeño mando y le indicó que apretase el botón como quisiera, pero que no parase, pues era para un tema de las luces de la sala. Luego se sentó en la esquina opuesta a él y esperó a que empezase la junta.
Cuando el aburrido gerente comenzó a hablar, el becario apretó el botón y un latigazo impactó en el interior de Marta. Apenas pudo contener el respingo que dió en la silla, pero intentó que no se notara.
Otra descarga, ésta vez más larga.
¿De qué iba la reunión?
¿A quién le importa?
Ver las caras grises de sus compañeros y sentir como se hunedecía su ropa interior valía la pena, excitarse y que los demás no supieran nada.
Y otra descarga....
Más vibración, más intensidad.
Y es cuando se percató de algo. El becario tenía los ojos fijos en ella, con una sonrisa de lado y mirada de cazador. Había captado la situación desde el principio y le siguió el juego gustoso, excitándose como y con ella.
Las personas alrededor hablaban de sus cosas y ellos se miraban, él con una erección cada vez más evidente y ella con un mar entre sus muslos. Las sonrisas cómplices, lamiéndose y mordiéndose ligeramente los labios...
A los quince minutos (o veinte, quién sabe) el gerente gris dió por terminada la junta y todos salieron de la sala. Todos menos ella y el becario, que cerró la puerta tras el último compañero gris, se quitó las gafas y apoyó a Marta en la mesa de trabajo. Le levantó la falda y apartó su ropa interior calada, introdujo sus dedos en ella y sacó la bala vibradora, chupándola después.
La penetró una y otra vez, una y otra vez, tapando su boca y silenciando sus gemidos.
¿De qué iba la reunión?
¿A quién le importa?
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Una noche cualquiera, volviendo a casa sola después de unas horas de fiesta, un poquito chispada y con las pestañas pegadas, no os vais a creer lo que viví…
Pasaba por un callejón oscuro y en un portal ví a dos hombres sentados. Uno moreno enorme y otro rubio más normal, que parecía tener problemas para sostener la cabeza levantada. Como soy un amor me acerqué a ver si necesitaba ayuda. El moreno enorme se levantó y se puso delante, como si yo, con mi metro sesenta, fuese una amenaza. Le dije que se tranquilizase, que sólo quería saber si el rubio estaba bien y...espera… ¿¿ese es Brad Pitt?? Pues sí, era el actor, borracho, con su guardaespaldas. Como una cuarentona normal él es el amor de mi vida, junto a Tom Cruise.
Saqué del bolso una botella pequeña de agua y se la ofrecí. El guardaespaldas hablaba fatal castellano, mi inglés se limita a pedir una cerveza, y Brad sólo balbuceaba cosas raras.
Estuvimos más de una hora los tres sentados. Yo hacía preguntas, el moreno las traducía, y el rubio respondía lo que podía.
- Creo que va siendo hora de acostar a la estrella.
Levantó a Brad como si de un muñeco se tratase y anduvimos hasta un cochazo con las lunas tintadas. Nos puso a los dos en el asiento trasero, el rubio se apoyó en mi hombro y empezó a roncar. Casi tengo un orgasmo ahí mismo.
Llegamos a un hotel de lujo, hasta su suite, con una cama King en el centro, y allí lo tumbó, en un lado. Entre los dos le desnudamos y, disimuladamente, pasé mis manos por toda su anatomía, era un sueño hecho realidad.
El moreno me ofreció quedarme a descansar, así que nos echamos al lado de la estrella. Y como descansar está sobrevalorado, el enorme guardaespaldas y yo nos besamos como locos y nos arrancamos la ropa. Me lamió entera como si fuese un caramelo de su sabor favorito y me apretó con sus millones de músculos. Susurró en mi oído cosas sucias que apenas entendí, pero que me excitaron igual, y me penetró tan duro que pensaba que iba a partirme en dos. Sudamos y gemimos como animales, le cabalgué, me poseyó, me azotó...
Y ahora puedo decir que Brad Pitt es un aburrido, y que me quedo con su guardaespaldas.
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En la terraza de la cocina, fumando un cigarro y viendo cómo caía la lluvia, no era una mala forma de empezar el sábado.
Entretenida mirando las otras casas notó una presencia detrás, y rápido supo de quién se trataba y lo que debía hacer.
Era su Dom, y venía a tomar posesión de ella, su Sum.
Quedó inmóvil mientras unas manos rodearon su cuello apretando un poco, y una voz le ordenaba agacharse. Obedeció sin girarse. La confianza que depositó en su Dom desde un principio hacía que no hubiese dudas ni miedo en ella.
Para el común de los mortales la dominación-sumisión implica una especie de humillación y algo que no es del todo correcto. Pero para ellos significaba la forma más sublime de entrega mutua y cariño.
Con ese pensamiento, y así agachada, de desnudó de cintura para abajo y dejó que su Dom la contemplara.
Acariciándole los glúteos, mitad suave mitad con fuerza. Abriéndolos para ver su sexo expuesto. Le pasó los dedos por los jugos escondidos en sus pliegues y los subió hasta su ano, presionándolo un poco más.
Entonces su Dom escupió en él e introdujo un dedo hasta el fondo. Sum, inconscientemente, levantó un poco los cabeza y su Dom la obligó con su mano libre a volver a su posición, bien agachada.
Volvía a meter el dedo en el ano y lo sacaba, volviendo a recoger toda su esencia y repartiéndola por todo su sexo.
Ahora eran dos dedos los que estaban en su interior, cuando escupió por segunda vez y los sacó.
Sum estaba preparada para recibir lo que él quisiera darle, y con placer y obediencia acogió su pene dentro de ella.
Su Dom embestía mientras sujetaba su cuello y su cadera.
Este momento era para él, para los dos. Sentirse penetrada no sólo físicamente, sentir que esa persona entra en el alma.
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.. Acércate, quiero verte.
.. Si, Amo.
Con los ojos vendados sigo la dirección de la voz que me habla con autoridad, y me paro frente a él, esperando ansiosa y deseando aprender.
.. Date la vuelta y levántate el pelo, voy a probarte tu nuevo collar y quiero que te quedes quieta hasta que yo te lo mande.
.. Si, Amo. Gracias por mi nuevo collar.
Le obedezco. Noto el tacto del cuero y el metal en mi cuello, y un escalofrío de excitación recorre mi espalda llegando hasta mi sexo, sintiéndome a la vez diosa y sumisa.
.. A partir de ahora soy tu señor. ¿Estás preparada, Sum?
.. Lo estoy, Amo. Sólo quiero complacerte.
.. Ahora vas a seguirme.
Tirando suave de la correa me dirige hasta un punto de la habitación, sólo oigo, huelo y toco, lo que hace que esos mismos sentidos se amplifiquen.
.. Quítame la chaqueta.
Palpo con mis dedos la prenda, adivino un traje de calidad y olor a colonia de hombre, a maderas, debajo lleva una camisa sin corbata. Dejo caer su chaqueta al suelo con un movimiento lento, cuando sus labios se abren paso a través de los míos. Me besa profundo y con actitud dominante y segura, lo que provoca que me entregue con total confianza y sin reparos.
Igual que llega, desaparece.
.. Detrás de ti hay una cama, apóyate en ella con las manos y las rodillas, a cuatro.
.. Si, Amo.
Obedezco de inmediato y por un segundo no se donde está él, no se donde estoy.
.. Abre la boca, Sum. Quiero que pruebes a tu señor.
La abro y me preparo para recibirle. Es suave, cálida y está erecta. Me siento bien sabiendo que le proporciono ese placer, así que la disfruto con todos mis sentidos. La lamo, saboreo, acojo, quiero notarla entera, hasta que toque mi garganta y se me salten las lágrimas.
Pero he de ganármelo, y la prisa me ha podido.
.. No te he mandado recrearte en ella, Sum. No has esperado mis órdenes y te tengo que reprender.
.. Lo siento, Amo, no pude evitarlo. Pero aceptaré el castigo que consideres.
Otra vez desaparece, hasta que oigo su voz grave detrás de mí.
.. Te daré cuatro azotes en los glúteos. Te arderá y tú vas a decirme que quieres recibirlos. ¿Estás preparada?
.. Si, Amo. Por favor, dame
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Le gustaban los espejos.
Entrar al baño y observarse, mientras iba quitándose la ropa. Una prenda tras otra iban cayendo y recorría con sus dedos las zonas de piel que quedaban descubiertas. Porque el erotismo ella lo concebía en líneas del cuerpo, no en las formas o en algo bonito. La línea de la mandíbula, la de su sonrisa de lado cuando se excita, el pómulo, los hombros, el hueso de la clavícula, la línea curva de su cadera, la exterior de su pecho, la que hace frontera entre el vientre y su sexo. Cada línea recorrida con sus dedos mientras se miraba era excitante.
Frente al espejo y desnuda pasaba sus dedos suave por todas esas líneas. Y mirándose se los lamía para acariciar sus pezones, primero suave hasta verlos endurecer y después pellizcándolos para calmarlos otra vez. Hasta que notaba el sexo contraído y bajaba por su costado y vientre hacia el pelo rizado de su pubis. Entonces podía comprobar lo excitada que estaba, y separando los labios extendía su propia humedad desde el clítoris hasta el ano, y volvía al clítoris para jugar con él presionando y acariciando. Con la otra mano subía hasta un pezón y lo masajeaba. Metía un dedo en su interior para acompañar al que se centraba en el clítoris y se lo llevaba a la boca, probándose, mirando su reflejo. Le gustaba ver las reacciones de su cuerpo, de sus ojos, y siempre descubría un gesto involuntario nuevo que la hacía sentir que el erotismo no es algo fijo, no es algo que se da por sentado, son detalles, momentos, miradas, líneas que cada uno recorre con sus dedos como siente y como quiere.
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