Text
Variaciones sobre un poema de Gabriela Mistral
(con todo el respeto)
“Todo es ronda”
“Los astros son rondas de niños
jugando a la tierra espiar
Los trigos son talles de niñas
jugando a ondular…, y a ondular…
Los ríos son rondas de niños
jugando a encontrarse en el mar
Las olas son rondas de niñas
jugando a la Tierra a abrazar”
quince millones de olas
quince millones de repeticiones de olas
tratando de tocar la punta de tus pies
cada vez más cerca
y yo sin poder ver
doce millones de astros, tres millones de esos repetidos
nueve millones de niños arrodillados,
tratando de tocar la punta de tus pies
cada vez más cerca
tratando de tocar la boca de tu estómago
y yo sin poder levantarme
seis millones de flores
tratando de abrazarte tratando de tocar la boca de tu estómago
cada vez más, cada vez más cerca
y yo sin poder levantar los brazos
y yo mirando desde lejos, desde hace tiempo
confabulando a las olas
confabulando a las flores
cinco millones de espigas, tres de ellas más oscuras que las otras dos,
vibrando a tu paso,
sensibles a tu ritmo
tratando de coordinarse,
tan frágiles a tu voz
tratando de armarse
formando una ronda
tratando de tocar tus rodillas, de alcanzar tus rodillas
y yo ahí sentado en la arena,
con ansias de levantar los brazos hacia el Sol
en conversaciones con las piedras, con intenciones de adquirirlas para mis intenciones
con las manos hundidas en el silencio
las manos hundidas en la oscuridad
las manos hundidas en el frío
ocho millones de personas en Santiago,
quince cafés,
tres camas,
dos espías de la Inteligencia se dan cita en un café
y yo en silencio, confabulando
con temor
con miedo a perder más
a que mis planes se derrumben
a que todo sea en vano
con el cuchillo soplándome en el cuello desde lejos
cada vez más cerca
con temor a perderte
a que te fundas en el silencio del cuaderno, de este cuaderno
y ya no te encuentre
retomo.
doce millones de astros en el cielo,
pintados en el más desentendido de los azares,
cinco tipos de flores en los 14 de febrero, tres falsos
dos vírgenes de mármol, una ciega después del tanto ver y el poco recibir
cuatro gotitas de flores bajo la lengua,
veinticinco amigos, dos reales y cuarenta falsos,
cuatro tipos de licor, uno real
dos bicicletas
eternos, eternos perros
muchísimos perros
un florero, con una espiga de trigo, una hortensia y un clavel, pintados,
una amiga,
un café nuevo cada día,
y yo ahí, frente a todo eso,
en medio de todo esto
buscándote en silencio
esperando que me busques
con las manos heladas, hundidas en tu silencio
con el pelo más corto
haciendo la cama
leyendo, esperando por fin leerte a tí
vibrando en silencio
esperando no esperar en vano
que el cuchillo no te sople a ti también
que podamos salir de ésta
que yo pueda levantar los brazos
que me veas
que te toques las rodillas
en quince millones de repeticiones
cada vez más cerca de ti
confabulando cada día
cada vez más cerca de mí
materializando flores del aire
que las cuatro gotitas debajo de la lengua sean de tus flores
que me obligues a leer
y hundir las manos completamente
en el silencio más entendido
desde la intención más primigenia
desde el acuerdo tácito de las miradas
desde el descubrimiento,
por parte tuya,
de todos mis planes
de todos los involucrados,
de los millones de segundos que miré desde lejos,
cada vez más cerca.
y que no me levantes,
no me levantes tan rápido.
mejor ven tú,
pero no vengas en silencio,
ven con la boca cerrada,
y con los ojos cansados
después de leer este poema.
0 notes
Text
1
I always envied your lack of fear. Of fear of the city. But more than that, I envied the naturality of your movements in the streets, as if you were connected to something superior to your hands and legs, as if you were dancing in water, whilst I was behind, always behind, convoluted with your movements, always assuming that each movement had to be calculated, in order to not to die between traffic lights and coffee shop tables. Furthermore, I used to have in a high place the concept of “good manners”; to be respectful, to be a good citizen, which unavoidably involved walking in the street like a good man, without unexpected shifts and keeping always a good rhythm.
But you were convulsing. You were the result of an undetermined number of spasms, the most femenine spasms, as though you were alone in the street, leaving every person on the street at that midday that you passed by with a stunned, upset or annoyed expression on their faces.
But the more I envied you, the more I admired you. Some would I say I was in love, but I was actually paralyzed. In this negligible time together, I had seen some signs that led me to the conclusion that you connected me with something I had never felt before, and you weren’t conscious at all. Or so I thought.
As you walked by the street, always up ahead, I felt for an insignificant second that strange and miraculous sensation, that filled my chest with warmth and oddness, a combination so sublime that it couldn’t last more than a second. And for some reason, I couldn’t help but relate this feeling to a religious one, almost like an ecstasy, maybe too much infatuated with the idea that ecstasy couldn’t last more than a few seconds. And you just bumped into a table, where two business-men were drinking two identical espressos, immediately disgusted by your sudden appearance, and as you tried to get away from them and the embarrassment (my real embarrassment, you were hysterically laughing), you stepped on the tablecloth of the next table, crashed with a waiter and his tray full of dishes and a series of the most ridiculous scenes, as you tried to reach the corner of the street. I, always behind, walked slower, mumbling “sorry”, more to myself than to the people watching. It was in these moments that I considered you really stupid, I found you spectacularly immature, trying to call everyone’s attention with your twists and jumps and little screamings. But the more I spited you, the more I felt unable to blame you.
What really frustrated me was your apparent blindness, your incapability to see the bliss you made me feel. Worst of all, you achieved it without effort at all; it was practically a game, one of your games, one you always won.
And I’d find you finally, resting at a lamp post in the corner of the street, sweating, laughing at me.
0 notes