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boca de beso
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Isabel Serra Pascual
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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epílogo (o prólogo)
Si hay una afirmación que, en esta industria (la de la moda, se entiende), se dice con la boca cada vez más pequeña es que la moda es arte. “La moda es poesía, una forma de contar una historia, de decir algo en este mundo ”, dijo en una entrevista joven el diseñador marsellés Simon Porte Jacquemus. “Ya, pero la moda también es un negocio”, se apresuró a contestarle el periodista. “Totalmente, yo vendo poesía”, sentenció el francés.
Como si el arte no fuera un mastodóntico catalizador de dinero. Como si no vendiera. Pero aquí, en este blog y en esta asignatura, vamos por otros derroteros. Si la moda no es arte en cuanto a forma y función, sí lo es en cuanto a procesos, discursos y conceptos. En cuanto a aproximación a la belleza. La moda tiene una iniciativa creativa, un proceso, la impronta personal (o coral) de un (o varios) creador. La moda puede ser sublime, cuando trasciende su objetivo más puro (vestirnos); también bella, momentánea, placentera, interrogativa.  Puede ser banalización, pura copia revisionaria de referentes sin análisis ni reflexión. ¿Alguien dijo Kitsch?
La moda puede autocuestionarse y, en el devenir de esa metaconversación, avanzar. Puede testar qué le aporta lo feo, lo diferente, lo amorfo. Puede convertir a Blancanieves en la bruja y hacer de la bruja un objeto de deseo. 
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Y cansarse de ella, y volver a la belleza más obvia (la que place y complace desinteresadamente).
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Me repito: la moda está viviendo (¿sufriendo?) su propio siglo XX. Disrupción, revolución, cambios y ritmos nuevos pilotan la nave de esta industria hacia un futuro incierto donde pocos saben con certeza qué aspecto tendrá la belleza. Quizá ahí esté la cuestión: en ésta será poliédrica o no será.
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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Adiós al demiurgo de la moda
Podríamos decir, con poco margen de error, que nunca la moda fue tan poliédrica como hoy. Podríamos decir, también, en una analogía discursiva, que la industria vive hoy su particular siglo XX. La unicidad y la soberanía de las marcas de siempre (Christian Dior, Chanel) está obsoleta, eclipsada por la proliferación de marcas cuya razón de ser es, precisamente, ir en su contra, ser su antítesis. También en moda los grandes relatos de Jean-François Lyotard desaparecen, aunque con unos cuantas décadas de retraso. Por otra parte, aparecen con cada vez más frecuencia marcas corales, pensadas, creadas y materializadas a dos, a cuatro o a ocho manos. Valga como ejemplo para ambos cambios la firma más controvertida y popular de los últimos dos años, Vêtements, un proyecto comunal de 15 personas con idéntica autoridad. ¿Su objetivo? Luchar contra la imagen demiurga del diseñador único, del director creativo todopoderoso. “La democracia es la forma más eficiente de trabajar”, comenta la firma.
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Esta coralidad se refleja en la moda a través de todas sus caras, también más allá del diseño. Lo hace en su representación: atrás quedo el monopolio caucásico. Según datos del respetado foro The Fashion Spot, casi un 40% de las modelos que participaron en la Semana de la Moda de Nueva York no eran indoeuropeas, además de contar con una batería de maniquíes transexuales, ‘curvy’ y discapacitadas.
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La moda, representada en la “colección de moda”, se desdibuja en tendencias aparentemente esquivas e incluso contrarias: lo más castizo con lo más revolucionario, la fantasía con el feísmo. Es el ojo educado (con un gusto y una sensibilidad propias) quien conjuga esos fragmentos caóticos para, si no ordenarlos, sí para interpretarlos. 
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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La reflexión feísta
Calibra Immanuel Kant que la belleza es, además de desinteresada, reflexionante. Es decir, para el filósofo alemán, la belleza place porque invoca un deseo (una necesidad, incluso) de aprehensión y entendimiento en su sentido más transversal: desde el cuándo hasta el cómo y el por qué. Aplicando estos parámetros estéticos a la moda de hoy en día creo, como ya va siendo común en este blog, que Kant se sorprendería. En la actualidad, la categoría que con más virulencia incita la reflexión es lo feo.
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A estas alturas ya no le resulta extraño, a un ojo entrenado, el flirteo constante de los creadores de moda con la estética feísta. Nada nuevo en territorios de creatividad: los fauvistas de principios de siglo o Picasso y su primitivismo tamizado por la estética de las vanguardias… O, en las fronteras de esta industria, la mismísima japonesa Rei Kawakubo y su disruptiva colección de 1981 para Comme des Garçons, que sacudió todas las categorías estéticas que París llevaba décadas imponiendo en la moda. Éstas remitían a una moda femenina y sofisticada orientada a resaltar el cuerpo de la mujer, a favorecerlo y a exibirlo. Hacia la ruptura con todo esto pilotaba la diseñadora japonesa: darle a la moda un enfoque más feminista -o, cuanto menos, desterrar el sexismo-, oponerse a la ornamentación y a su carácter esteticista y hedonista. Quería liberar a la moda de la dependencia de Occidente: romper un canon y establecer otro. Lo hizo apropiándose del feísmo: vestidos rotos, patrones desproporcionados, incluso amorfos. Con ello consiguió que la industria se parara a preguntar por qué, a buscar qué estaban haciendo mal.
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Hoy son otros nombres quienes continúan con esta saga rupturista: la marca Vetements o el trabajo del georgiano Demna Gvasalia en Balenciaga. Este último presentaba el año pasado una bolsa idéntica a la más típica de Ikea, pero con unos 2000 euros de diferencia. ¿Qué hacía? Llamar la atención de la industria a través de lo absurdo sobre el endémico problema de las copias y falsificaciones. Frente sus colecciones uno se plantea: ¿broma o filosofía? En el mero hecho de plantearnos un por qué está la obsolescencia de la teoría de Kant: lo bello hoy no genera, necesariamente, reflexión. Sí lo logra su antónimo, lo feo.
Su vía de expresión favorita: la ironía. En su obra Víctimas de la moda, Guillaume Erner reflexionaba: “la moda apela a todas las funciones de la ironía”. Para el sociólogo, entre los códigos de lo irónico la moda se siente “menos sola”. Se siente, añadiría yo, más crítica, más intelectual.
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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Zara es Kitsch.
Nunca hasta leerme el texto de Inmaculada Murcia Serrano, La belleza, el agrado y la seducción. Para una estética de la moda y el Kitsch, me había planteado que pudiera existir, ni remotamente, un nexo entre la moda pronta y el Kitsch. De hecho, nunca hubiera federado esta aproximación a la moda con ninguna etiqueta que tuviera algo que ver con el arte.
Después de leer a Murcia Serrano, la conexión se hace evidente. Se teoriza. La moda marcada, hoy, por “el gusto ininterrumpido por lo diferente“, un gusto que va alcanzando ya velocidades cósmicas y en el que el concepto de lipovetskiano de “hiperactualidad” va quedando incluso obsoleto. Lo que enlaza la moda rápida con lo Kitsch es la copia irreflexiva y su voluntad efectista.
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 El vestido fluido con manchas azules que Zara oferta es, aunque sólo un ojo educado lo detecte, una copia vacua de la propuesta conceptual que la diseñadora Phoebe Philo diseñó para Céline, inspirándose en la obra performática del artista francés Yves Klein que conoció, quién sabe, en una galería de arte del Soho neoyorquino o en una conversación de viernes por la noche. En una analogía entre el “Hight Art” y su versión Kitsch, es harto evidente quien ocuparía cada trono. En el segundo, en Céline, hay inspiración, interés, investigación, síntesis.
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En el primero, sólo copia o, en palabras de Murcia Serrano, “repetición, banalidad”. No hay en ella la “profundidad histórica” de la que hablaba Calinescu. El Kitsch, en la moda rápida, es la ley del ‘me gusta’ de Byung-Chul Han pero monetizada. Es decir, logra muy bien el efecto que persigue: que la sociedad de masas entre en su bucle de consumo.
Por último, aunque la copia o versión low cost aspire alcanzar la categoría de “Moda”, siempre se queda, simplemente, en la casilla de “Ropa”.
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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Lo sublime no puede entenderse, sólo admirarse.
El sistema de la moda es uno de los ecosistemas donde la belleza de lo sublime (¿puede lo bello ser sublime?) se perfila mejor.  Lo sublime, en su sentido más puro, es aquello que nos trasciende, cuya imposible aprehensión nos conduce al irremediable placer de admirarlo. En catalán hay una palabra muy bonita que evoca el sentimiento -siempre visceral- que provoca lo sublime: “basarda”. La “basarda” es aquel sentimiento de desamparo que atrapa a quien se siente en presencia de algo que le conduce a pensar en posibles peligros contra los que se siente indefenso. El escritor catalán Joaquim Ruyra titulaba uno de sus sinestésicos cuentos en Marines i boscatges con ese sentimiento, hablando de un “miedo de nada, miedo de mujeres y criaturas”.  Lo sublime no puede entenderse, sólo admirarse. 
En la moda del último lustro, lo sublime se ajusta a los patrones de creadores como Alexander McQueen, Iris van Herpen o, aquí en casa, Leandro Cano.
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Quedémonos en Leandro Cano. La moda de este diseñador jiennense habla de muerte y de religión, de añoranza y sangre castiza. Su moda no es agradable, es potente. Su moda no es pequeña, es mayúscula. Su moda no está engalanada, es sincera. Ahondando más en esta línea kantiana, Leandro Cano no gusta, conmueve. No infunde encanto, sino respeto. No es bella, es sublime. Lo es porque se escapa de los códigos de practicidad que se entienden inherentes a la ropa (que no moda): un vestido armado y confeccionado en madera cual epifanía divina no puede encorsetarse en los límites de lo bello. Lo trasciende.
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La moda de Leandro Cano afina notas de melancolía y eso, tanto para Kant como para mí, es propiedad de lo sublime.
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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Lo bello no es un brillo momentáneo
“Lo bello no es un brillo momentáneo, sino seguir alumbrando en silencio”, reflexiona el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro “La salvación de lo bello” (Herder. 2015). En esta obra, Han estructura una queja en torno a los tempos acelerados de la sociedad contemporánea, argumento que hilvana su defensa de una belleza más pausada. “La belleza es el acontecimiento de una relación. Le es inherente una temporalidad peculiar. Se sustrae al disfrute inmediato, pues la belleza de una cosa sólo se manifiesta más tarde, a la luz de otra cosa, como reminiscencia”.
Esta visión, aplicada al sistema de la moda, sólo tiene cabida en la esfera del lujo, que el filósofo defiende con vehemencia en más de una de sus obras (”Psicopolítica”, por ejemplo). El lujo lleva implícito un tiempo más dilatado y meditado que se justifica en su voluntad de eternidad aunque ahora este precepto se haya diluido por la inmediatez que impone el sistema. “No hay tiempo para crear y eso se ve en la moda, que parece demasiado arrogante hoy en día”, se quejaba el recién desaparecido Azzedine Alaïa. Esa moda efímera e inmediata que aborda Alaïa se agota, como el arte que critica Han, en el “wow”.
 Sin embargo, hay creadores que se empeñan en mantener vivo ese espíritu del lujo más primitivo: Josep Font apuesta, en Delpozo, por ofrecer los bordados más impecables y oníricos, valiéndose de las mejores manos y sin temer a dedicar más de dos semanas de trabajo a la confección de estos.
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Para Han, “lo bello es un fenómeno del lujo”, afirmación que cierra la tríada que más le interesa: verdad-lujo-belleza. Y es que el lujo, sea en el sector que sea, aspira a ser eterno y serlo de verdad. En el término verdad está otra de las razones de ser de éste, pues el lujo se aleja de lo falso y se agarra a su propia autenticidad. También Heidegger consideraba que la belleza era un fenómeno de la verdad. y, otro personaje más contemporáneo como Enrique Loewe sentenció en una entrevista que la belleza era una de las cosas por las que vale la pena hacerse persona. La razón de ser de una persona no puede ser otra cosa que una verdad.
Al hilo de la frase del coreano sobre la manifestación o apreciación tardía de lo bello, también se establece una conexión con el ángulo más lujoso de la moda. La maestría técnica de un vestido de los años veinte de Madame Grès es hoy todavía más lujoso que antaño, ejemplo de que el tiempo no hace más que ensanchar la belleza del vestido.
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bocadebeso-blog · 7 years ago
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Cuando la belleza se pierde en el camino.
Mencionábamos en la segunda clase, hablando de cómo influye la distancia en la percepción de la belleza, que qué papel tienen hoy los museos en relación a la propia belleza de las obras de arte que lo integran. Mientras las salidas profesionales de graduados en Humanidades agonizan en el sistema laboral actual, algunos museos nacionales como el Prado o el Louvre contabilizan visitas estratosféricas, generan colas con sus exposiciones temporales y, en sus salas, una telaraña de turistas se pelea por conseguir el mejor plano de La Gioconda. La Tate Modern de Londres, por ejemplo, llevaba en 2010 más de 45 millones de visitas, cantidad que podría haberse doblado en estos 7 años.
Sirvan los desfiles de moda como analogía. Suzy Mankes, la editora de moda más prestigiosa del mundo, describía en una metáfora impoluta el ambiente previo a esos desfiles como un circo. Móviles, fotógrafos, muchos flashes y estilismos estrafalarios que diluye el verdadero propósito de esos acontecimientos: la moda. Lo mismo acontece dentro de los desfiles: muchos móviles, muchas cabezas gachas. Ese es el mismo interés que provoca fuera; mi (sucinta) experiencia como redactora me avala para afirmar que, en todos los medios especializados en que he trabajado, las crónicas de pasarela son los contenidos que menos tráfico registran. Todo el mundo quiere estar, pero nadie parece saber por qué. 
Todo el mundo quiere ver Los Girasoles de Van Gogh, pocos mirarlos. Todo el mundo quiere estar en el desfile de Valentino, pocos saber qué manos bordaron la fantasía de la undécima salida ni cuál es el tacto de la seda italiana del vestido rosa más compartido en Instagram. 
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En la moda, muchas veces, la belleza se pierde por el camino.
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