Tumgik
chenoem · 5 years
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Un no tan extraño caso de ghosting
A veces no me caliento, no tengo ganas, prefiero otra cosa, mirar una peli, tomar un té de tisana o salir a comprar pimiento y quedarme hablando con el verdulero. Ayer, por ejemplo, cuando Mateo, que había llegado a casa un rato antes, entró a la habitación y se acercó para besarme.
En esos momentos algo me pasa, una especie de subdivisión de mí misma. Una parte de mí cede, la otra quiere matarse por culpa de la que hizo y deshizo de mí así, sin preguntar. Y cuando todo acaba, o más bien, cuando Mateo acaba, con mi cuerpo desnudo y tendido entre las sábanas, no evito sentirme asqueada, enojada, inundada por una profunda tristeza: la de saber que me traicioné.
Mateo entra y gime. ¿Te gusta mi verga, te gusta?, pregunta, y me chupa una oreja, y muerde mis pezones. Hoy no me muerdas que me duelen, estoy sensible, me está por venir, le digo.  Ay, perdoná, me responde con voz normal, saliéndose del libreto del gran ponedor. Y después sigue, entrando y gimiendo.
Me esfuerzo. Me esfuerzo por sentirme ahí, conectada con el deseo de Mateo que me nombra, como invocándome, como tratando de traerme desde el inframundo del no sexo en el que me encuentro. Lo intento un buen rato, me muevo distinto, me muevo furiosa. Mateo exclama ¡qué concha devoradora que tenés!, y la cara se le hace otra de placer.
Me hace ghosting. ¡La pija de Mateo me ghostea!, no la siento. Vuelvo a esforzarme, me convierto en Dora la exploradora buscándola, pero nada. Me rindo. Si si…go, aca…bo, anuncia Mateo. Acabá, dale, rompeme la concha, cogeme, dale, le ruego, y a los segundos, se detiene.
Ay, dice, la respiración desacelerándose, la cabeza buscando la almohada. Me mira. No puedo disimular el estado melancólico en el que acabo de entrar, mis gestos no escatiman en hacerlo sentir miserable. ¿Estás bien?, pregunta.  Sí, le respondo, mirando las lucecitas colgadas del otro lado de la habitación . Bueno, voy al baño, dice.
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chenoem · 5 years
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Despedirme de vos es un monstruo bajo mi cama
Estoy escribiendo para despedirme. Despedirse es un proceso largo. Ufffff. Se me escapan unas lágrimas y estoy viajando de noche en colectivo, no quiero que prendan la luz. 
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chenoem · 6 years
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Un sueño chino
Son las tres de la tarde y corro por la calle de mi casa en Salta buscando algún negocio abierto donde me vendan una caja de preservativos. El barrio entero parece haberse convertido en un gran mercado chino donde hay hasta tigres que pasean como perros entre la gente, menos un negocio donde me vendan una mísera caja de preservativos.
Mateo me espera en mi habitación, logré convencerlo para que se quedara después de unos besos que le robé, y ahora temo que no me espere y se vaya si no consigo el artículo en cuestión,todo esto mientras esquivo a unos niños que corren con galletas de la fortuna entre las manos.
Mateo me espera en mi habitación, y realmente fue una situación forzada lograr que se quedara. No quería hacerlo para nada, tampoco besarme, pero yo terminé rodando en mi cama con él en brazos insistiéndole que me amara un rato más. Conmigo arriba, no pudo resistirse más y me dijo: “me encanta verte así”. Y fue en ese momento, cuando -decidido a cogerme sin más reparo-, le pregunté si tenía forros. Me dijo que no, así que salí toda apresurada a buscarlos. 
Fue en vano porque no los conseguí, y en plena aflicción preservatoriana, desde una esquina y entre faroles de papel rojos con símbolos chinos, pude divisar a Mateo yéndose en bicicleta.
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chenoem · 6 years
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Tal vez Jim Carrey tiene razón
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El dos mil diecisiete fue un cóctel. 
Todavía me acuerdo de la noche del 31 de diciembre de 2016. Viajé al pueblo para pasarla con mis abuelos,  un tío parco que hubiese preferido no verme, mi hermano mayor, que siempre pone cara de traste en las fiestas de fin de año, su novia, que es una santa en todo el asunto, y una de mis tías llamada Claudia, la más estimada por mí en esta familia de cóctel que el barba me dio.
¡Qué manera de tomar champagne barato y escuchar a Adele en el canal local del cable! La noche me estaba besando tristemente, pero yo me resistía a no reír. Porque a veces hago eso, río y le busco la vuelta a ciertas situaciones para tornarlas un poco más alegres y hacer que jueguen a mi favor. Capaz me engaño, sí, y esa alegría no es más que una anestesia de corta duración, pero qué más da, creo que se ha convertido en mi forma de sobrevivir. Y no, no es que sea una persona optimista.
Apenas se escucharon los estruendos de los primeros fuegos artificiales, mi hermano y su novia brindaron, desearon un feliz año nuevo y se borraron de la escena familiar. Mis abuelos no duraron mucho más y al rato decidieron que era mejor irse a dormir. El tío parco cargó una botella de cerveza bajo el brazo, se despidió y desapareció con las sombras de la calle, rumbo a cierta reunión con otros tíos parcos, probablemente, así que sólo quedamos Claudia y yo.
Decidimos entonces que era mejor salir a la vereda, con las sillas, las copas, un par de botellas, nuestras cuerpas y nuestra habla, que es tan singular como ninguna, empezando porque es sólo nuestra.
Pensamos que tal vez podríamos salir a caminar, pero al final nos quedamos allí conversando hasta el fondo blanco de las copas. Miramos las estrellas y la luna, no había mucha luz artificial alumbrando las calles. Mi tía Claudia todavía no me versaba sobre Dios, la importancia de la confesión y las acciones que nos pueden llevar al cielo o al infierno. Y yo era tan virgen como el alba de un nuevo año.
Me recuerdo satisfecha en mi vestido corto de color celeste viejo. Deseaba sentirme observada por algún muchacho que apareciera y me dijera “qué hermosa estás, ¿querés bailar?”, pero obviamente los planes de salir fueron descartados por mí desde el inicio de ese día, no sé por qué, quizá porque en el fondo no deseaba ser observada por nadie de ese mundo exterior que para mí estaba conformado por todos los amigos y compañeros con los que me rodeé durante mi adolescencia.
Entradísima la madrugada, Claudia buscó su bolso, me abrazó maternalmente y se fue a su departamento a media cuadra de la casa. Entonces entré las sillas y las copas vacías.
Terminé abrazada a una botella de champagne en la puerta de la casa, con la mirada fija en la calle, sonriendo y diciendo en voz alta “este es el último fin de año que la voy a pasar soltera”. Y ni siquiera tenía en mente a una persona en particular, tampoco tenía intenciones de plantearme al noviazgo como un objetivo del 2017,que de hecho no lo fue. Lo que me sorprendió fue la convicción con la que pronuncié aquellas palabras, casi como rompiendo con una maldición que durante años me había impedido concretar una relación amorosa real y sincera con alguien. Quizá sólo al momento de decirlo me lo permití.
En mayo del año pasado apareció Mateo, que ahora es una voz clara que me nombra y me hace existir en el fuego ambivalente de su palabra. Yo lo abrazo, y lo beso todo, porque todo Mateo es una isla para mí donde bebo de los cocos, me desnudo al sol y habito sin miedo a la soledad.
Quería escribir algo sobre mis vivencias del año pasado, contar, por ejemplo, que hice teatro por primera vez  y disfruté como nunca de mi histriónica yo, pero terminé hablando de Mateo, qué pesada.
Igualmente, como soy una adoradora de lo permanente oculto en todos los momentos fugaces que nos ocurren, aquí traigo otro video mundano con muchas de las historias y personas de mi 2017. 
¿Y saben qué?, tal vez el Jim Carrey tiene razón, quizá sólo debamos animarnos a pedirles deseos al Universo, Dios, o al Buda, pero desear más al fin, y estar convencidos, por supuesto, de que los milagros también nos pueden ocurrir a nosotros, y dejar que pasen. 
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chenoem · 7 years
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Mateo a las 22.30
Tengo que parar de pensar en Mateo y en todo lo que tenga que ver con sus gustos por el café con leche, las novelas cortas, Lamberti, las mermeladas y dulzuras para untar conservadas fuera de la heladera, la taza de asa marrón que “tomó prestada” de casa de sus padres, el agua a temperatura ambiente, el vino sin hielo en su copa y las notas de Juan Forn para Página 12.
Mateo me dice que el jueves pase a buscarlo por la Tecnoteca a las 22.30, y que no me esconda, que lo espere en un lugar visible, que él a esa hora ya sale del trabajo. Es la segunda vez que me dice que no me esconda. Me pregunto si creerá que no quiero que me vean esperándolo como un perro hambriento. Que no me escondo, le digo.
La primera vez que fui a buscarlo simplemente no vi a nadie en el lugar, así que marché para otro lado. Es verdad que no entré y sólo me quedé afuera convenciéndome de que él no podría seguir ahí, después de todo ya eran las 22.40. Esa noche lo encontré en otro sitio cercano, el Centro Cultural Leonardo Favio. Estaba esperándome apoyado en su bicicleta violeta mientras conversaba con un amigo. Días más tarde me comentó que había tomado frío esa noche, que tuvo que ir hasta el Centro Cultural para enganchar wi-fi y escribirme desde allí para saber dónde estaba, que ya se habían hecho las 22.40. “Perdón”, le dije. Supongo que el chico pronto se dará cuenta de que mi llegar tarde a todos los lugares es algo patológico, entonces me dirá cosas como “sos un peligro, mejor paso a buscarte por donde estés”. Y yo lo esperaré, como un perro hambriento.
Fue una noche de esas también, en la que le dije a Mateo que no íbamos a tener sexo después de la cena. Él pensaba que mi sola aparición brindaba una respuesta positiva a su invitación (enviada durante la mañana vía whatsapp): “Querida N., ¿querés quedarte en casa esta noche? En tu sí o en tu no estará contenida toda respuesta posible”. Esa noche, lo primero que dijo al verme fue: “siento que tenés algo que decirme”. Fue como si de repente le hubieran arrojado un balde de agua fría. 
Fueron unos momentos tensos de conversación los que se sucedieron después en los que yo le explicaba absurdamente a Mateo mis razones. Que necesitaba sentir más confianza en él para finalmente hacerlo; que me parecía que él me estaba presionando y yo así no podía avanzar; etcétera, etcétera. En situaciones así siento que una parte de mí no está más, y  la otra no entiende nada. Así que no sé muy bien qué decir acerca de cuáles fueron sus respuestas, porque la que ahora escribe de seguro es la parte que se quedó ahí y no entendió nada.
Pero sí recuerdo que me dijo: “No sé, N., parecieras que buscaras demasiadas garantías, y yo no me voy a ir. Como ya te dije, quiero conocerte, a vos, porque no es que también me estoy viendo con B, C, D, en caso de que con A no funcione. Yo te estoy viendo a vos, la chica que me interesa es N., y conocernos implica también la parte sexual, y si no puedo vincularme con vos -perdoná que suene mal o algo-, me voy a terminar vinculando con alguien más… soy un ser humano”.  Y fue después de eso que en algún lugar entre mis silencios desconcertados, me preguntó “¿estás bien?”. ¿Lo estaba?
Seguimos caminando y llegamos por inercia hacia el mismo lugar, Pizza Bemba. ¿Qué van a llevar, chicos?- ¿Llevamos lo mismo de siempre, N.?- Dale, empanadas.- Bueno, entonces cuatro de vegetales y cuatro de queso y puerro. -Listo, las calentamos y ya están -Gracias, esperamos acá.
Esperamos, y esta vez se sintió algo raro estar ahí sentados diciéndonos poco, mirando el televisor que hay en el lugar.
Al salir caminamos media cuadra y grité “¡Mateo, tu bici violeta!” - “¡Uy, cierto, gracias!”. Se la estaba olvidando en la vereda de la pizzería. Lo esperé con la caja de empanadas en las manos hasta que regresó a mí y me dijo “no es violeta, es lila”.
Esa noche en su casa, Mateo ni siquiera tuvo la intención de abrir un vino, así que sólo tomamos agua a temperatura ambiente y comimos, yo creyendo que entonces no tendríamos mucho para decirnos si en primer lugar no existía el entusiasmo de compartir un tinto. Por suerte otra cosa pasó, y conforme el número de empanadas en la caja se reducía, una palabra dio nacimiento a la otra y de repente Mateo estaba hablándome de su relación con Dios antes de decidir no creerle más.
Hay algo en la forma en la que Mateo habla de Dios, pero sobre todo de la ausencia de un Dios actualmente en su vida, que lo muestra como un niño profundamente triste,  solo y abandonado. Su Padre, el que prometía amarlo y acompañarlo por siempre, no le da sentido ni abraza más sus días, y ahora Mateo lo busca y lo nombra sin darse cuenta por las noches antes de dormir, cuando parece que está por decir algo, pero no dice nada.
“Soy incapaz de imaginarme un vacío de ese tipo”, le confesé más tarde en su cama, respecto del espacio en blanco que había dejado Dios en su vida. Pero Mateo probablemente ya pensaba en mi cuerpo tibio entregándose al suyo sin inhibiciones ni rodeos por lo que sólo contestó con el sonido de un “uhm”, para hacerme creer que en realidad estaba pensando en lo que le acababa de decir y no en otras cosas.
Esa noche también tocamos la guitarra y cantamos despreocupadamente desafinados. Mateo me dijo: “Estás linda hoy, me gusta la forma en la que tu pelo cae por el lado derecho de tu cara”. Y en algún momento a mí me salió decirle “te escribí una canción”, así que tomé la guitarra y le canté.
Mateo me dijo que le encantó y que le había cumplido el deseo de que alguien le escribiera una canción. Él, como escritor de poesías y demás, sabe lo que es escribirles, de alguna forma, a otras personas que son sustento de su inspiración, así que supongo que estar del otro lado de la pluma esta vez se debe haber sentido bien. Yo no conozco ese lado, porque creo que nunca nadie escribió pensando en mí, o para mí.
Tal vez no tenga aptitud de musa, y quizás ni Mateo pueda escribir nunca sobre mí, al menos no cosas tan hermosas como las que escribió para todas las mujeres que no lo amaron pero a quienes él sin dudas amó. Sobre todo para la última, a quien describe en algunos de sus textos como la novia imaginaria. 
En fin. Eso ocurrió mucho antes de que Mateo y yo, un jueves a la noche sin vino, sin sexo, y con Dios de por medio, compartiéramos una intimidad muy parecida al amor.
Mateo me dice que yo le gusto y que soy la única chica que le interesa ahora. A mí me cuesta creerle a veces, y la sombra de la imaginaria se me aparece repentinamente al costado de su cama cuando intento dormir, y entonces me encuentro desesperadamente deseando que Mateo me ame lo antes posible.
La otra noche mientras permanecíamos abrazados en su lecho, yo con mi cuerpo sobre el suyo, Mateo me dijo: “puedo escuchar el latido de tu corazón”. “Y yo el tuyo”, le dije. “No, en realidad también estás sintiendo el tuyo, escuchá bien”, contestó. Y sí, era verdad, sólo se escuchaba al mío sonar tum, tum- tum, tum- tum, tum. “Entonces ya sabemos quién tiene puesto el corazón en esta relación”, comenté apartándome despacio. Y es que no puede ser que siempre me pase esto de ser la que se enamora primero.
“Mateo, yo ya te quiero”, se escapó sonoramente de mí una vez. “Yo también”, me respondió. Pero hasta la suposición de que Obama sea en realidad un alienígena me pareció más creíble. De igual modo intenté pensar que estaba siendo honesto,  y no sintiéndose presionado a responder exactamente eso, lo cual quizás fue así. Además, porque intenté pensar que estaba siendo honesto fue que aquella vez (también una noche de jueves)  bailamos Vals poético con la luz tenue de una lámpara que nos llegaba desde su habitación, nos besamos y Mateo en un momento me dijo que estaba emocionado, y a eso sí se lo creí. “Estoy emocionado”, me dijo, y su voz que tanto me gusta parecía estar a punto de desaparecer en una inundación de gotitas de lluvia llanto.
Mateo emocionado, emocionado conmigo, se sentía como un sueño.
“Nunca uso los nombres reales de las personas sobre las que escribo, así que decime,  ¿cómo querés que te llame en mis relatos?”, le pregunté noches más tarde, abrazándolo por la espalda mientras él agregaba crema a la salsa.
“Mateo”, me dijo sonriendo.
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chenoem · 7 years
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C'est fini
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La fotografía es de mi autoría. 
He oído que muchas mujeres tienen miedo de decir que son solteras.
Yo no puedo temerle a un hecho tan concreto como ese: estoy sola, es una verdad irrefutable, nadie calienta mi cama por las noches excepto un gato blanco y anaranjado,  pocas veces amigable, que se duerme a mis pies y se queda allí como una bolsa de agua inmóvil.
Mi cena de esta noche es un alfajor de chocolate de dudosa procedencia, estoy sentada en una alfombra, envuelta con una frazada, a  medio metro de la estufa. Y sí, muerdo un bocado y pienso: estoy sola, y el alfajor sabe asqueroso.
Estoy sola, incluso en esta casa, donde todos duermen, excepto mi hermana menor que no está nunca de noche, si no es en lo de su novio. Más sin embargo, aquí estoy yo, a mis veintidós años, sola, escuchando un disco de Ryuichi Sakamoto que se llama “Ryuichi Sakamoto playing the piano 2009- Out of noise”, que es de una sensibilidad increíble, y que yo contenta dejo me atraviese el pecho como una espada con  su tremenda exquisitez para los sentidos de mi estar sola, tan sola, tan conmigo misma, y tan sin mí a la vez.  
¿Estará mal escupir mi sentirme sola?, les pregunto, y de paso les cuento que la estufa no calienta la habitación ni una mierda, y que el alfajor se acabó, como lo mío con el fulano. Todavía no lo entiendo. Fue tan corto su amor que no terminó de nacer, para cuando me di vuelta, simplemente, ya no estaba allí. Muy precavido guardó cada una de sus palabras y promesas de siestas enteras abrazándonos las fibras, para luego arrancar cuanto vio delante de sus ojos dejándome nada más que un “mañana tal vez”… tal vez te escribo, tal vez te busco, tal vez te quiero, que no me sirve más que para sentirme abismal e irremediablemente sola, y lo que es peor, engañada.    
Estoy sola, y lo más raro es que la idea no me asusta en lo más mínimo. Tampoco me aflige que este sentimiento me visite otras noches más, como una eterna repetición de la pieza “Women without men” (“Mujeres sin hombres”), también de Sakamoto. 
 Algunas noches como esta, la sensación sólo me introduce en una especie de letargo insoportable, saben, como si me hiciera falta un corazón más para lidiar con tanto sentimiento de ausencia de un alguien, o un algo. Es  un saber concreto, también, de que al día siguiente despertaré otra vez con el peso de mi propio cuerpo en una cama de una plaza, haciéndome cargo nada más que de mí misma, mis emociones, mis glorias, y mis estupideces, en resumen, haciendo lo que mejor sé hacer, que es estar sola en un mundo donde la soltería está profundamente subestimada, y todos le huyen como los chetos a la Sube en Buenos Aires.  
Es la una y media de la madrugada, estoy sola, y no escapo hacia ninguna parte, más bien permanezco sintiéndome así, como si esta emoción perteneciera a mí desde siempre, ¿qué puedo hacer ahora mismo más que aceptarla? 
Estoy sola, soy una mujer sin hombre, soy la única lágrima que basta para inundar mi cara, y soy el pañuelo que la seca. C'est fini. No quiero hablar más del tema. 
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chenoem · 7 years
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Todo sobre olvidarse de él o ella
Manual de simples instrucciones para cuidar tu salud mental en casos de abandonos o desapariciones amorosas repentinas
Volver a escuchar con saudade los lindos y alegres audios que alguna vez te envió por whatsapp puede llegar a ser una bombita de autodestrucción terrible de la que te conviene mantenerte alejado/a si no estás interesado/a en iniciar terapia intensiva con el analista. Por tu  propio bienestar psicológico, apártate de esas mierdas de conversaciones pasadas.
No, si te hubiese querido escribir o hablar, ya lo hubiese hecho, y no lo hará sólo porque refresques la página de facebook unas quinientas veces para ver si te aparece un nuevo mensaje suyo. Así que empecemos a actuar civilizadamente otra vez, ¿puede ser? Entras a facebook y navegas como una persona normal dándole likes a los memes que te causen gracia, reaccionando a las fotografías de tus amigos o compartiendo algún video musical con indirectas válidas de vez en vez, pero por nada del mundo refrescas la página o miras hace cuántos minutos se desconectó, ¡ni entras a su biografía! Mucho menos te fijas a qué le dio like o stalkeas los facebooks de las chicas o chicos que agregó últimamente.
Stalkearlo/a ahora que ha desaparecido de tu vida es un veneno que sólo te generará una patética adicción a sentirte miserable y solo/a mientras descubres todo lo que hace sin vos. Te mereces algo mejor que reducirte a ser una cosa que sólo piense en él o ella y en toda su maldita –y que encima es mucha- actividad en las redes sociales. Cómete unas palomitas de maíz para alimentar al dragón de tu nostalgia mientras miras una película que te distraiga (al menos unas tres horas) del tic de seguir su rastro virtual. Eso, o comienzas el gimnasio.
Por lo que más quieras, que tu lista de reproducción en YouTube no incluyan por el momento las canciones Everybody’s gotta learn sometime, de Beck; o la versión extendida de 10 horas de la composición Song on the beach, que forma parte de la banda sonora de la película Her. Una persona te acaba de pasar por encima como un tractor, y ahora tenés todo el cuerpo lleno/a de moretones; creeme que no estás para el golpe de un par de canciones tristes.
Al fin y al cabo se puede ir al carajo, y él o ella se lo pierde, y este es el argumento del que te debes convencer. Mirálo de este modo: si él o ella estaría con vos ahora mismo, juntos podrían ver documentales abrazaditos y decidir que mañana domingo se la van a pasar todo el día en la cama.
Al fin y al cabo se puede ir al carajo, repítelo hasta que te lo creas.
Deja a los Santos y las Virgencitas para causas urgentes (catástrofes naturales, enfermedades incurables, resfriados, pobreza, gobiernos de derecha), rezarles no servirá esta vez. 
Él o ella no va a volver, ni aparecerse en la puerta de tu casa con un “lo siento, nunca más me voy a ir sin antes consultarlo con vos” entre los labios. Lo único que puedes esperar de esa persona, es que con el tiempo la olvides. Que lo que escuches en boca de otras gentes no te recuerde a cosas que él o ella diría, que su cara no sea más que una nebulosa en tu mente y que todas las  promesas de los días que te hizo se vayan por el desagüe de la ducha.
Todo para que un día, con suerte, te despiertes sin darte cuenta de que te has olvidado de él o ella, y descubras, por fin, que el tren pasa muchas veces en la vida, y no sólo una como nos hicieron creer los temerosos del amor. Y que ahora otra persona te quiere como sos, y vos la querés como es, y que lo único que deseas hacer, es recordarla toda.
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chenoem · 7 years
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Visión de una tarde
En una bicicleta con canasto de mimbre voy a pasar a buscarte. Ya me veo arribando a tu encuentro, toda iluminada por la luz de una tarde de verano, llevando como ofrenda el corazón en una caja de bombones. Y ya sé que la misma voz me dijo muchas veces que no te lo entregara, pero el muy capricorniano siempre hizo lo que se le vino en gana, así que era de esperarse que terminara por envolverse solito. Miralo, hasta un moño se puso.
Dichoso vendrás, como yo sé que lo harás.
Y ya no seremos extraños.
Y ya no estaremos lejos.
Y ya no habrá poesía que merezca ser recitada.
Porque hasta los Dioses se sonrojarán al vernos y la profecía de los desencuentros ancestrales entre tu alma vieja y la mía será finalmente vencida, querido.  Te lo digo yo, que ya fui y volví del futuro muchas veces, hastiada del pasado.
Creeme cuando te hablo. Creeme cuando te escribo: en una bicicleta con canasto de mimbre voy a pasar a buscarte.
Que si ya estamos aquí, es porque yo te invoqué primero.
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chenoem · 7 years
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Pasó anoche
Siento que me equivoqué de cuerpo. Para olvidarlo, esta tarde hice una pastafrola, pero inevitablemente me puse a pensar en ese cuerpo todo exaltado y deseoso, y en su boca estampándose a quemarropa en la mía, durante la noche anterior.
Acostados en su cama, un brazo de ese cuerpo descansó por debajo de uno de mis senos breves. Traté de contener la respiración por unos momentos para ver si el brazo mostraba intención de moverse, pero no, parecía empezar a sentirse cómodo ahí, como si mis lugares se trataran para él de una reminiscencia.
Giré un poco para animarme a mirar la cara de ese cuerpo, que roncaba muy bajito y fingía desentenderse de su brazo. Me encontré con su barbilla que mis dedos exploraron un rato, hasta que el cuerpo dio un respingo que me tensionó. El cuerpo me dijo que sólo estaba soñando, y que no me asustara.
Aproveché que el cuerpo me habló y le hablé. Le conté sobre mis primeros libros que fueron como mis primeros amantes. Le confesé de Wilde y de mi enamoramiento lésbico en la adolescencia con Jane Austen, y de cómo descubrí, tiempo más tarde, que en realidad Elizabeth Bennet se da cuenta de su amor por el Señor Darcy cuando conoce una de sus propiedades.  El cuerpo en algún momento se rió, y no sé por qué, después dijo “gracias”. “De nada”, le respondí.
El cuerpo giró para mirarme de frente y se incrustó en mi cara. No pude ver nada. “Me podría quedar así toda la noche”, exclamó. Pero yo ya no estaba allí. Tan vacía de sentimientos de amor, antes de que terminara la frase, tomé mis cosas tanteando en la oscuridad de la habitación y me fui.
Sentí vergüenza por no haber podido corresponder a ese cuerpo, por la frialdad de mis manos, y hasta de las medias en mis pies. Y después, al llegar a mi casa, saludar a mi gato, ponerme el pijama y refugiarme en mi propia cama, sentí ineludiblemente la ausencia de mi cuerpo, que al verse impedido de venir conmigo, se quedó despierto todo el rato en una habitación extraña de la casa 1414 hasta que sonó el despertador.
Volvió a mí más tarde, mi cuerpo, cubriéndose la boca con una bufanda. 
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chenoem · 7 years
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Un día cualquiera
Sólo quiero que vengas a mí, un día cualquiera, con ese libro de las Poetas Japonesas bajo el brazo. Ya te veo moviendo los labios, preguntándome “¿está bien si te leo unos haikus?”, y desprendiéndome después el vestido estampado con flores de ciruelo, antes de que termines el tercer verso.
Vení, hablame de Lacan cuando tengas ganas, y de Sophie entregándole su pierna a Hans a escondidas de su prometido. Vení, citame sin normas APA, contame por qué tenés miedo de hablar con las paredes.
Sé que algunas veces puedo parecer más fría que cubito de hielo en la nevera, pero es que nunca antes me sentí así, y está más que claro que es pura armadura esto de hacerme la segura. Sólo quiero que vengas a mí, que te me aparezcas en mi jardín de luciérnagas, o me digas “en el parque, mañana, a las 18.30”.
Vení, que estoy lista y ya lo pensé: quiero dejarte entrar, cerrar la puerta para que no entre frío y descubrir la cortina para que amanezca la luna. Dejemos que nuestros cuerpos hablen solos, ellos sabrán cómo besar mejor cada una de nuestras imperfecciones. 
Sólo quiero que vengas a mí, un día cualquiera, pero que vengas. 
Vení, vení, vení, vení...
Consumime con tu 
lenguaje abrasador, 
que ya siento que envejezco más rápido
aguardando
tu aparición. 
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chenoem · 7 years
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La promesa del horizonte
Nunca nada me animó a confiar en mí, pero siempre creí en la promesa del horizonte. Tan ficticia como mis talentos, tan lejana como sueño de otro.
Caminé hacia ella hasta donde mi cabeza pudo imaginar, y varias veces llegué a visualizarme bajo el claro de luna convertida en lo que siempre había querido: ahí estaba yo al cerrar los ojos, hecha de millones de partículas de ensueño; pero también estaba ahí al abrirlos, sumida en la densa hostilidad de una noche sin claro ni luna.
De otros, será de otros, la posibilidad de volverse aquello que cultivaron desde la primera quimera, más por mi parte ya voy creyendo que estrellada he nacido. Sucedió este pensamiento cuando mi madre me habló sobre conectar mis cables a la tierra y dejar de ser como yo: “madura de una vez, los hobbies vendrán después”. Humedecí mi camisa de paño llorando un poco como respuesta, hasta que dije en voz alta que me olvidaría de mis ideas sobre alcanzar un día cualquiera aquella línea indescifrable. “Si no tienes madera para triunfadora, deberías ser profesora”, fue lo que me aconsejó una vecina, y se me grabó a fuego aquella sensación posterior, mezcla de tristeza e indignación. Pude haberle destruido con argumentos cada una de sus palabras, pero no me quedó fuerzas más que para llorar en mi almohada.
Estoy empezando a creer que esta realidad me supera y que en cualquier momento me llamarán por mi apellido para decirme que  para todo ya  estoy demasiado vieja. “Señora, está llegando tarde, nuevamente”, “usted no cumple los requisitos”, y en el centro mi madre diciéndome otra vez “los hobbies vendrán después”.
No diré que ya no sigo pensando en la promesa del horizonte, a veces todavía me acecha el recuerdo de caminar como brújula perdida hacia uno no sabe dónde. Creo porque al final del día me gustaban más esas lágrimas de saberme peregrina de un destino no escrito, pero lleno de profecías, tan ficticias como mis talentos, tan lejanas como sueño de otro.
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chenoem · 7 years
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Captain Fantastic (2016)
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chenoem · 7 years
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En algunos momentos vivimos para siempre
Entre los cerros de Purmamarca alguien grita que hacia el final de nuestros días no somos menos que los recuerdos que construimos desde que nos levantamos sin abrir los ojos, tropezándonos con todo lo que se nos cruza por delante hasta sentir el peso de nuestro propio cuerpo adolorido y empezar a llorar como primer signo de que nos queremos quedar acá, naturalmente. Una larga frase para ser recibida y comprendida en la integridad de su veredicto a través de los aires, pienso, pero el viento aquí es noble y cada palabra es transmitida en su perfecta armonía.
Nos reinventamos a través de los días, responde el eco, mientras que una paisana muy anciana que pasa -y que parece también oír las voces- se detiene para acercarse a mí, que espero sentada a la sombra de una casa de barro, y me dice: en algunos momentos logramos vivir para siempre, porque hay recuerdos a los que nos aferramos con tantas ansias y sed de existencia que la muerte se asusta, y se va.
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Nuevo Video Mundano con mis momentos favoritos grabados durante enero de este año. La mayoría de las personas que aparecen aquí y en el anterior video son mis familiares y  amigos, significan muchísimo para mí ; desearía que ustedes  piensen en los suyos y en esos millones de momentos que se van y que a veces subestimamos estando cerca de ellos.
Creo, como la paisana, que en algunos momentos podemos vivir para siempre. Seamos entonces valientes de construir nuevos, infatigablemente. 
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chenoem · 7 years
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Los reyes de las juntadas caretas
Está entre los eventos indeseados que, al volver a tu pueblo a pasar unos días y visitar a tu gente amada, de repente te agreguen en un grupo de whatsapp personajes que no te hablaron en tu fabulosa vida antes ni después de que te fuiste, y para colmo de males, que en ese mismo grupo estén incluidos otros seres que no te caen ni un pelo de bien. Se arma una mezcolanza de gentuza que no te querés cruzar ni en la caja del súper chino, todos bajo el singular nombre de “Juntada”, más un emoticón con anteojos de sol y el dibujito de un vaso con cerveza.
Seguramente alguien te hizo el hermoso favor de integrarte a la comunidad de la gilada, para que no te deprimas solo en tu casa cuando afuera hacen cuarenta grados de calor. “Vení, no te ortives, sumáte que te queremos presentar al Juancito, mirá de lindo que se puso”. Pero no,  la cara del Juancito no era lo que estaba mal, era su idiotez casi contagiosa lo que preocupaba. Guarda, que uno puede ser un estúpido muchas veces, pero al menos se controla y rescata delante de la gente, che.
El asuntillo de trasfondo es que todos quieren saber qué tan penosa es tu vida, porque convengamos que vas a querer verles las caras forzándose para fingir alegría si les decís que te va de maravillas, con una carrera universitaria a punto de terminar con honores y  que encima ya te contratan, apenas pongas un pie afuera; que en el amor te has vuelto el más afortunado; “¡es que es casi de no creer lo bien que te va en todo!”, te dirán antes de beber un sorbo del alcohol más fuerte que haya sobre la mesa.
Porque también a todos les interesa chequear con sus propios ojitos si la genética tardíamente por fin te ha bendecido con algo de belleza, como si con los años que pasaron la nariz se te fuese a hacer más pequeña, o de repente, un día te despertaras transformada en la hermana gemela y perdida de Lana del Rey.  Como si eso te cambiara en algo significativo tu vida.
Bastó una vez que fuiste a reunirte con ellos -cuando todavía te daba culpa no asistir si te invitaban o no tenías suficiente estima para decir “no, la verdad es que no me quiero acercar a ustedes ni como entidad virtual en una jugada de League of Legends”-, para darte cuenta de que eran personas que no iban con vos, con tu onda, tu forma de pensar, o lo que fuere. Entonces, ¿por qué serías tan masoquista de ir ahora nuevamente a un lugar que no te agrada con gente que no te aporta nada nuevo para ser mejor, ni te interesa tener algo que ver?
Capaz por mera diversión, para despabilar la bocha un rato y tomarte unos tragos, pero bueno, yo no puedo ser así. Será por eso que para contar los amigos que tengo me alcanzan los dedos de una mano. Será que soy una antisocial, el grinch de los encuentros cada dos años, será que soy la maldita perra que sale de todo grupo cuyo nombre comienza con jun y termina con tada cuando la estación de la caradurez comienza.  
No sé, quizás soy un montón de cosas que todavía no sé, pero sí sé que no soy una cosa: parte de los reyes de las juntadas caretas que andan agregando en un grupito choto de whatsapp a personas que no les importan los 365 días anteriores sólo para reunirse durante el verano y tener fotos  que publicar en facebook rodeados de alcohol y risas, para que todo el mundo mire qué bien la están pasando con el millón de amigos que tienen. 
¡Basta de hipocresía, que “nunca es buena, mata el alma y la envenena”! Ay, necesito empezar una petición en change.org cuanto antes, esto es cosa seria. 
Pie de página: También puede producir amnesia y distorsión de la realidad. (Leerse esto último con la voz que se escucha cuando se “explican” las Bases y condiciones de un concurso lanzado por una marca en radio o televisión). 
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La adorable María Elena. 
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chenoem · 7 years
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Como aquellos días sin Junior
Recuerdo que cuando era una niña de cinco años hacía cosas que luego nunca más me animaría a realizar. Tenía un amigo llamado Junior que vivía en la cuadra frente a mi casa con el que solía jugar todos los días y con quien además compartí la misma escuela primaria, aunque allí nunca nos dábamos ni la hora.
Fue una relación extraña la mía con Junior, puesto que a su lado yo creía que era otro varón más, o a lo mejor esta cuestión de los estereotipos por género en verdad son cosas impuestas por la gente grande que se olvidó que en algún momento nos hemos sentido todos iguales con los otros, ahí, en el juego ingenuo de niños, resultando para nada extraño que yo me comportara como quise.
El asunto es que yo me vestía muy parecido a Junior, con algunas ropas que a él ya no le andaban y a mí me gustaban como aquella remera azul y blanca con los personajes de Pókemon,  o esa gorra vieja de San Lorenzo.  Volvía desastrosamente sucia a mi casa, trepaba árbol que tuviera en frente como jamás lo volví a hacer y comía mandarinas y mangos en su patio sin parar hasta que ambos sentíamos la panza a punto de estallar. Y entonces nos quedábamos durmiendo la siesta en la hamaca paraguaya de su madre, que era –y de seguro sigue siendo- policía, y que para ironía probablemente, casi nunca nos prestaba atención, porque si no estaba trabajando estaba preocupada, y si no estaba preocupada, estaba durmiendo o haciendo cualquier otra cosa. Igual mi madre, aunque ella era maestra y contaba con la presencia de Alberto, mi fastidioso padrastro de aquel entonces, y mis cinco hermanos incorregibles.
Junior fue mi primer invitado oficial a la fiesta de la chocolatada caliente que hacíamos algunas veces con mi hermana menor Melina, que era apenas una beba de tres años. Una imagen viene a mi mente de aquella tarde: la mesa era pequeña y rosada y las tazas igual, Junior preguntó si podíamos jugar a ser los padres de Melina.
Tiempo después nos besamos inocentemente en la vereda de una vecina, porque supongo que todavía jugábamos a que éramos los padres de Melina. Junior me dijo que debíamos cerrar los ojos, pero afuera ya era de noche y a mí me daba miedo, así que yo los dejé abiertos como faroles coloniales.
Esa noche,  unas amigas de mi hermana mayor justo pasaron por aquella vereda y nos vieron asombradas y casi riendo, pero no nos dijeron nada. Igual sabíamos que en algún momento nos delatarían, porque en el fondo sentíamos que estábamos haciendo algo extraño digno de una reprimenda. Entonces Junior dijo algo sobre continuar el juego de besarnos pero escondidos en alguna parte y señaló un salón de comidas situado en la esquina de enfrente llamado El fogón. Nunca solía verse demasiado movimiento por allí, con el tiempo se empezó a decir que esa esquina estaba embrujada, y que negocio que abrieran quebraría con el correr de los días, y así sucedió con El fogón, y con todos los emprendimientos que se alzaron allí después (ahora venden comida para mascotas, y los vecinos ya hacen sus apuestas).
Corrimos entonces para El fogón y nos escondimos bajo una mesa y allí nos besamos de nuevo, y creo que lo seguimos haciendo por dos o tres días hasta que un mozo se dio cuenta de nuestra presencia y nos sacó gritando porque pensaba que nuestra intención era robar el pan de las canastas sobre las mesas. Imaginen entonces nuestro aspecto de niños a la deriva.
Después nos olvidamos un poco de todo esto y nuestra máxima aventura pasó a ser tirar al techo pedazos de muñecas barbies de una vecina que nos caía muy mal llamada Carla. Le pedí a un tío que me cortara el cabello súper corto y pasé a ser casi indistinta al lado de Junior. Seguíamos haciendo las mismas cosas, y todo se potenció cuando le regalaron una bicicleta con asiento trasero. En el barrio los vecinos no nos volvieron a escuchar durante las siestas por un buen tiempo, para su suerte.
Hasta que un día mi familia se enteró de los besos ingenuos por las buchonas amigas de mi hermana mayor. Entonces mi madre empezó a no dejarme salir con Junior y recuerdo muy bien la cara de mi amigo de la infancia mirando hacia la ventana de mi habitación (todavía no llegaba en altura como para observar bien a través) y llamándome para ir a jugar durante varias tardes seguidas; mi padrastro-como era de esperarse- me prohibía levantarme de la cama y me exigía dormir la siesta, qué estupidez.  
Con Junior nunca volvimos a jugar y mi vida desde entonces creo que ha sido extremadamente aburrida, porque ya no estaría hablando sólo de mi niñez, verán, a veces, creo que si vuelvo sobre mis pasos intentando preservar la huella puedo descubrir un montón de causas por las que ahora soy esto y no otra cosa.
Tampoco volvimos a charlar en el colegio secundario donde también nos cruzábamos, y si nos mirábamos era preferible simular que no nos conocíamos y seguir con nuestras cosas. Como si hubiéramos decidido nosotros mismos arrancarnos.
Por un buen tiempo me volví desconfiada y temerosa, me encerré en mi misma y a más nadie dejé entrar e inmiscuirse en mis asuntos por miedo a que en algún momento algo querido me fuese arrebatado.
A veces mi vida continúa siendo insípida como aquellos días sin Junior y me siento insoportablemente sola, pese a que aprendí desde temprana edad a convivir con la ausencia de alguien o algo y puede que, por lo tanto, no siempre me signifique una molestia.
Pero ahora, en estos días de verano, nuevamente en casa de mis abuelos para vacacionar -que es más bien venir por unas semanas y sentir que no soy una nieta indiferente-, el hastío estaría consumiendo mis órganos vitales.
Deseo reencontrarme con esa fuerza para trepar árboles, correr, escalar un cerro y gritar, divertirme más y animarme a vivir una vida que no incluya dormir la siesta tan seguido. ¿Es que me he convertido en una persona seria?
Todo el año me la paso yendo a la universidad y volviendo, con amistades que ya no están cerca geográficamente como para amenizar tanta rutina. En el medio algunas distracciones por las que debo sentir gratitud, de acuerdo, sí, algunas emociones buenas y dichas, Ernesto, las canciones, la sonrisa de mi madre, mis abuelos que siguen aquí como bendición primera.
El colectivo, la cama, el techo sobre mi cabeza, mi sobrina que el 8 cumple 9, los te quiero, un abrazo largo como una avenida, los sueños con los ojos abiertos, las ideas y las comidas. The walking dead, Murakami a las diez y Junior recostado sobre el pasto en alguna parte,
 recordándome. 
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chenoem · 7 years
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Fin de año
vimeo
Video de algunos momentillos de mis días que se me ocurrió recopilar para esta nueva sección del blog llamada: ¡Videos Mundanos!
Pensar en el fin de un año siempre es una nostalgia garantizada cuando uno menos la necesita. Son muchas las cosas que uno deja atrás y seguramente será  poco lo que llegará a recordar de estas en los años venideros, así  que yo, que soy una masoquista de antaño, me pongo excesivamente sentimental por estas fechas y no hay forma de que sentarme a mirar el reflejo anaranjado del ocaso sobre los árboles de mis vecinos no me den unas ganas tremendas de pegarme un tiro.
Nunca me gustó tener que irme tantas veces, y regresar al punto exacto desde el cual partí, mutar, cambiar de piel, escribir planes en la agenda de mi cabeza que sé que tendrán un ochenta por ciento de probabilidades de quedarse allí, en mi cabeza. Cabeza grande y redonda como una tortilla mexicana que no sé adónde quiere llevar a mi cuerpo perezoso que siempre se le queda atrás.
Afuera, miro, el sol nace y muere unas millonésimas de veces y en el medio -seamos conscientes o no de ello- nosotros también nos vamos con los días, prendidos de pequeños destellos de luz, momentos y gotas de lluvia llanto.
Adentro, alucino, el mismo sol muere y nace mientras  a lo lejos Sakamoto grita que una flor no es una flor, y que nada es lo que parece. Pero, ¿y qué es? Camino, entonces, porque Sakamoto no contesta y desde las entrañas algo me dice  que siempre es mejor andar que esperar a que caiga del cielo un GPS corriendo el riesgo de que encima nos guíe para la mierda.
Y así voy, como todos ustedes, hacia algún lugar, que no es ningún lugar, pero que es algo, o está por ser.
Veremos.
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chenoem · 7 years
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Saudade
Una imagen mental en donde parezco otra, cierro los ojos y floto en el agua de un estanque verde de algas.
Un acorde en do sostenido y el suplicio de una gárgola muriendo.
Una sombra sentada en un parque de Chicago que se espera.
Un piano, Yann Tiersen y La plage como banda sonora de la vida de alguien.
Una caminata antes de estrellar en la noche interminable.
Un hueco en el asiento de al lado que desprende todavía calor corporal ajeno y lejano.
Una persona que antes conocías y ahora no.
Un chico que escribe poesías de amor desesperado y sueña con dormir un domingo la siesta junto a la chica que le gusta.
Una chica que se duerme escuchando los pronósticos románticos de su horóscopo para el día siguiente.  
Un foco en el baño que enciende a medias.
Una llamada que no sucederá de nuevo.
El agua en la ducha que cae sin nadie abajo.
Saudade en todos lados. 
Nostalgia por lo perdido.
Melancolía del no saber.
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