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Dunkle Bär El Oso Oscuro
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dunklebar · 5 months ago
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El Barón (parte 1)
El Barón, como solía hacerse llamar, descendió de su BMW deportivo con porte seguro. Vestía una camisa azul marino, abierta hasta el tercer botón dejando ver su pelo en pecho negro; pantalones blancos, ajustados en la cintura y de caída recta; mocasines marrones a juego con su cinturón, y unas gafas de sol Prada, que dejó en el vehículo antes de entregarle las llaves al valet e ingresar al restaurante.
Adentro lo esperaban los directores y gerentes de la farmacéutica donde trabajaba como Director Comercial. Pero antes que ellos, estaba Renato, el Presidente de la compañía, quien lo observaba con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo que sus arrugas bronceadas se arrepollaran aún más, sin importar cuántas cirugías plásticas se hubiera hecho. Renato parecía impaciente por la llegada del Barón; apenas podía contener las ganas de abrazarlo.
¡¿Y cómo que no me tení un copete, weón?! —le dijo el Barón antes siquiera de acercarse a saludarlo—. ¡Con el negocio que te cerré, deberías haber sacado tú los hielos de la bandeja!
¡HIJO DE PUTA! —Renato abrazó la enorme espalda del Barón y le dio palmadas como si fuera un abrazo de Año Nuevo—. ¡Te crié muy bien, weón! Estoy feliz por lo que este cliente va a significar para la empresa y, al mismo tiempo, orgulloso por ti… pero más por mí, porque todo es gracias a…
¡Seeeeee! ¡Ya! Sigue, y llamo al weón de ESEBÉ (S.B.) ¡para que se metan el contrato por la raja! Ahora, ¿dónde está mi piscola?
Ambos rieron y entraron abrazados a la recepción del restaurante, que había cerrado sus puertas al público exclusivamente para el equipo ejecutivo de la farmacéutica. Los directores y gerentes, al ver al Barón, lo recibieron con una ovación enérgica. Las operaciones de aquella farmacéutica nacional estaban a punto de expandirse por todo el continente americano, todo gracias al Barón. Por ello, esa noche la comida y la bebida serían de dimensiones apoteósicas, según exclamó Renato al cerrar su discurso de agradecimiento a su Director Comercial y su equipo.
Terminada la cena, Renato y los miembros de mayor edad de la plana ejecutiva se retiraron a sus domicilios. Sin embargo, el grupo más joven, desde los 28 años de Karen —la gerente de marketing y la más joven de los invitados— hasta los 45 de Charlie, el gerente de recursos humanos y recientemente divorciado, decidió extender la celebración en una discoteca ubicada en Apoquindo.
El Barón aceptó la cordial invitación de un trago por parte de Karen, quien lo miraba con ojos eufóricos y deseosos. Observaba su metro ochenta y cinco de estatura y su contextura de jugador de rugby, fantaseando en cómo sus delicadas manos acariciarían la calva cabeza del Barón, que reposa en su cuello de musculoso trapecio, mientras su barba raspaba sus mejillas maquilladas con suave rubor que se aplicaría.
El Barón sonrió y, antes de aceptar, pidió uno también para Francisco, el gerente de informática, su infaltable compañero en celebraciones que siempre se extienden hasta altas horas de la noche. Karen, ya en un estado de intemperancia leve tras los pisco sours y el vino de la cena, accedió con una sonrisa y se dirigió a la abarrotada barra.
¿No te da pena? —le dijo Francisco con un dejo de humor—. La pobre aún no cacha que no te gustan las minas.
¡Ah, ese es problema suyo! —respondió sarcástico el Barón—. Si tiene mal radar o nunca ha tenido un amigo gay oso, no es culpa mía. Además, esto nos da tiempo para ir a… ya tú sabes.
Le lanzó una mirada de travesura que Francisco ya conocía bien.
¿Trajiste?
Para el Director que aseguró el bono del próximo año, soy capaz de ir a buscarla a Colombia y embolsarla yo mismo.
Ambos se dirigieron al baño. Francisco sacó una pequeña bolsa blanca y se la entregó al Barón, quien entró a la cabina. Con la ayuda de dos tarjetas de crédito—una para sostener el contenido y otra para darle forma—, alineó dos estrías de polvo blanco, brillante, impalpable. “De la buena”, murmuró lujuriosamente.
Tomó un trozo de bombilla[1] que había cortado en el restaurante, inclinó la cabeza, aspiró y elevó la mirada al techo, sintiendo cómo el clorhidrato se adhería a su mucosa, envolvía su alma y disparaba la euforia por todo su enorme cuerpo de oso rugbista en sus 42 años. Sonrió e imitó el sonido de un beso, señalando a Francisco que la calidad era impecable. Dejó la tarjeta sobre la tapa del inodoro junto a la bombilla y salió de la cabina, cediéndole el paso a su amigo de parranda y vicios.
La noche transcurrió entre alcohol y drogas. Un grupo de gerentes y directores millennials celebraba en una discoteca del sector oriente de Santiago como si fueran rockstars de Lollapalooza.
El Barón se mantenía siempre en el centro de la celebración, pidiendo más piscolas, llevándose a Francisco nuevamente al baño y regresando con mucha sed y aún más ganas de seguir bebiendo. Bailaron con la directora de finanzas y la gerente de logística, ambas casadas, pero no muertas, según ellas. Charlie terminó besándose con la gerente de logística, ya que con el Barón no tenía ninguna posibilidad. Finalmente, este último tuvo que decirle a Karen, que no se rindió en querer abordarlo en toda la noche, que no habría futuro entre ellos y la razón de porqué. Ella respondió con una sonrisa, intentando disimular la enorme vergüenza que sentía, y se excusó al baño. El Barón no la vio por el resto de la noche después de esa conversación.
La música en la discoteca comenzó a volverse más letárgica, señal de que el cierre era inminente. Pero el Barón no tenía intenciones de dar por terminada la celebración. Le pidió a Francisco un refuerzo para el resto de la noche, y este le entregó dos bolsas y media del polvo blanco. Como ya le había pedido a Renato que se llevara su auto, no le quedó más opción que pedir un Uber.
Durante el trayecto, le escribió a Roger por WhatsApp:
Hola, ¿estás disponible?
Buenas noches, papi. Sí, claro, a sus órdenes.
¿Está tu amigo disponible?
Sí, papi, los dos activos
¿En cuánto pueden estar en mi casa?
En 20 minutos, rey.
Súper, los espero.
Se bajó del Uber frente al edificio de arquitectura moderna y saludó a Armando, el conserje de la noche, quien ya lo había visto llegar en peores condiciones y con compañía de moral cuestionable. Entró al ascensor de espejos y notó en su ropa manchas de piscola y cenizas de cigarro. Se miró a los ojos, buscando algún indicio de su ebriedad, pero la euforia la disimulaba bien. Solo veía reflejada la imponente su figura estupenda de Director Comercial y oso rugbista.
Entró al departamento y encendió la luz del pasillo que llevaba a su dormitorio. Dejó el contenido de sus bolsillos sobre la cómoda y caminó hacia el walk-in closet, donde se quitó toda la ropa y la dejó en un canasto dentro de un pequeño armario diseñado para la ropa sucia. Luego, se dirigió al baño y entró a la ducha de puertas de vidrio. Abrió el agua fría y dejó que cayera directamente sobre su cabeza, refrescando la euforia de la noche.
Tomó una de las toallas negras del mueble junto a la puerta de la ducha y, después de secarse, se puso su bata de baño negra con bordes geométricos laberínticos característicos de Versace, junto con sus pantuflas negras adornadas en el empeine con un gran caballo dorado de Ralph Lauren. Y justo cuando recogía las dos bolsas y media de la cómoda, sonó el citófono.
“Roger y compañía”, dijo Armando con un tono de voz neutro, como si buscara evitar emitir cualquier juicio al pronunciar “y compañía”. El Barón respondió sin dudar: “Que suban”. Luego se dirigió al living-comedor, un amplio espacio sin cuadros en las paredes, amueblado con un sitial y un sofá de auténtico cuero café arena en capitoné. Frente al sofá una mesa de centro, de gruesa estructura de acero negro con una base y cubierta de vidrio igual de densos que la estructura de madera, sostenía una variada colección de enciclopedias, casi todas sobre movimientos de arte contemporáneo, junto con pequeños adornos en forma de osos hechos de cerámica, plástico, vidrio y otros materiales, obsequios de sus amigos en distintos cumpleaños.
Contra una de las paredes, un mueble con tornamesa y vinilos compartía espacio con un potente parlante Bose, capaz de hacer vibrar las ventanas de thermopanel a volumen máximo. A un lado, una estilizada lámpara de pie, que a simple vista parecía solo una varilla negra, escondía en realidad un sistema LED de alta potencia capaz de proyectar luces en varios colores.
Activó el parlante con una suave música electrónica de estilo house y fijó la luz led en un color blanco cálido y a tenue intensidad, lo gusto para apreciar a quien tienes en frente pero bajo como para crear intimidad. Justo entonces se escucharon los golpes en la puerta. El Barón abrió y ahí estaban Roger y Chris, dos mulatos venezolanos que ya formaban parte de sus contactos frecuentes. Ambos medían un metro noventa y tenían cuerpos imponentes, esculpidos en el gimnasio, sobredimensionados por esteroides y bendecidos por la genética caribeña. Si el cuerpo del Barón era el de un oso rugbista, los de Roger y Chris parecían sacados de esas competencias de los hombres más fuertes del mundo.
No eran hermanos, pero lo parecían a simple vista. Uno llevaba la barba frondosa, el otro la usaba a ras. Sus labios eran gruesos, sus cuellos anchos y sus pechos, hombros y espalda estaban inflados y con el pelo afeitado. Ambos tenían pequeñas tetillas morenas ubicadas en los vórtices opuestos de sus geométricos pectorales.
Ya conocían la rutina: apenas entraron, se quitaron la ropa hasta quedar solo en sus colaless. Mientras ellos se desvestían, el Barón servía tres vasos de whisky y preparaba seis líneas de cocaína sobre un pequeño espejo. Aspiró una completa y tomó un sorbo de su whisky.
Muchachos, hoy estoy celebrando – dijo con aire grandilocuente y una pequeña mueca en su mandíbula.
¿Qué celebra, papi? —preguntó Roger.
Algo muy bueno… y que los beneficia a ustedes también.
Roger y Chris no siempre iban juntos, ni siquiera todos los meses. La última vez había sido Chris solo, porque el Barón procuraba alternarlos para evitar celos entre ellos. Sin embargo, la última vez que fueron los dos había sido diez meses atrás, cuando él recibió el bono de desempeño del año anterior. En aquella ocasión, se fueron bien remunerados, por lo que ahora veían la situación como una buena señal.
Y como nos beneficia, rey? – preguntó Chris mientras frotaba sus tetillas
Porque voy a premiar con una transferencia de 200 lukas a quién me haga el mejor baile.
Los mulatos se miraron y sonrieron.
Como usted guste, rey —dijo Roger.
El Barón tomó asiento en su sofá, con un cigarro en una mano y un vaso de whisky en la otra. Subió el volumen del parlante y activó la lámpara LED en color rojo fuerte, tiñendo las paredes del departamento, y dejando sonar una música electrónica más pesada y rápida.
Los cuerpos de ambos morenos empezaron a quebrarse con los beats, como si fueran esculturas de chocolate. Pasaban las manos por sus pechos, apretaban sus tetillas y contraían los músculos abdominales. Roger tomó los tirantes de su colaless, se dio vuelta y metió toda la tela entre sus nalgas morenas y musculosas. Chris se dejó caer al suelo, apoyando las manos, bajando el pecho hasta tocar el piso y elevando su culo, igual de definido, moviéndolo con pequeños espasmos.
Roger soltó las tiras y flexionó sus enormes brazos, exhibiendo sus gruesos bíceps y su espalda llena de músculos. Pasó la lengua por ellos mientras se hincaba, dejando al Barón con una vista privilegiada de toda su carne morena. Chris se puso de pie frente a él. Roger deslizó sus manos por el cuerpo de su compañero, como si lo estuviera adorando.
El Barón acercó el espejo con las rayas de cocaína y aspiró una, sintiendo una felicidad plena. Dio un sorbo a su whisky y le hizo un gesto con la mano a Chris para que se giraran. Sin levantarse, Roger giró sobre su eje y quedó de lado al Barón, con la entrepierna de Chris frente a su cara.
El pene de Chris era más grande que el de Roger, y el de Roger ya estaba muy bien dotado para los estándares tradicionales. Chris estaba erecto y su verga morena sobresalía por la escasa tela del colaless. Roger la sacó y se la exhibió al Barón como un sommelier ofrece su mejor vino.
El Barón pareció complacido. Bebió otro sorbo de whisky e hizo un gesto con la mano que Chris y Roger conocían bien.
Chris se acercó y, sin decir palabra, sacó su kilo y medio de verga, dejándola a disposición de su patrón. Roger, aún en el suelo, tomó la verga de Chris, que, a pesar de su dureza, caía por su propio peso. La levantó, dejándola perpendicular al cuerpo del mulato.
El Barón tomó una de las bolsas y dejó caer una hilera de polvo blanco sobre la vergota. Luego, con una bombilla, aspiró la línea de cocaína. Sintió el olor del pH de Chris subiendo por su nariz. Pasó la lengua por toda la verga, limpiando cualquier rastro de polvo blanco.
Roger se puso de pie y sacó su propia vergota. Esta vez, Chris se arrodilló y sostuvo el pene de Roger mientras el Barón jalaba otra línea desde él.
Terminada la ceremonia, ambos se dieron vuelta, se quitaron el colaless agachándose y dejando sus culos en la cara del Barón. Luego se irguieron, se giraron de nuevo y, de frente a él, exhibieron sus vergas morenas, erectas y jugosas.
El Barón sostuvo ambas vergas con sus manos mientras permanecía sentado en su sofá de cuero, contemplando los cuerpos inflados y definidos de esos dos dioses caribeños que estaban completamente a su disposición.
Juntó ambas vergas y las olió profundamente, inhalando la mezcla de sudor humedecido y cocaína. Luego, levantó la mirada y ordenó:
Bésense.
Sin dudarlo, los venezolanos unieron sus carnosos labios, como dos caracoles danzando. Se exploraron con las manos, recorriendo sus tetillas, sus músculos, sus pectorales. Uno flexionaba los bíceps y el otro se los apretaba, todo para el placer del Barón, que los tenía bien sujetos por la verga. Ahí residía el placer para el Barón, tener el control de dos cuerpos esculpidos por los dioses a su entera disposición.
Soltó la verga de Chris y tomó la de Roger para chupársela. Se la metió entera en la boca, deslizándose suavemente por su tronco. El mulato comenzó a gemir y entonces cambiaron de posición: Roger se sentó en el sofá mientras el Barón seguía devorándole la verga.
Chris se arrodilló detrás del Barón y comenzó a penetrarlo.
El Barón ahogaba sus gritos en la verga de Roger mientras sentía cómo el kilo y medio de carne de Chris le abría el culo. Roger gemía y su verga soltaba jugo, llenándole el fondo de la garganta, mientras el Barón hacía todo lo posible por contener las arcadas.
La sensación era abrumadora, como si le estuvieran metiendo un brazo. Su culo parecía a punto de reventar. El sudor de Chris empezaba a caer sobre la espalda del Barón, que, a pesar del placer tortuoso, mantenía su postura firme y su enorme espalda arqueada.
Chris lo sujetaba por la cintura con sus manos grandes, apretándolo con fuerza. Le nalgueaba el trasero con palmadas sonoras, mientras el Barón ahogaba sus gritos con la verga en la boca. Chris se detuvo y retiró su miembro descomunal, dejándolo dilatado y lubricado con su jugo.
Roger se levantó y se arrodilló detrás del Barón, sintiendo cómo su verga entraba con facilidad gracias a la dilatación que había dejado Chris. Este, por su parte, le puso su vergota en la cara, pero el Barón la detuvo con la palma de la mano, jadeando:
No puedo, no puedo.
Una rutina conocida por los mulatos. Chris lo tomó de la nuca y, con los labios gruesos y apretados, murmuró:
Tiene que lavarla, papi.
Acto seguido, tomó uno de los vasos de whisky—el que tenía más contenido—y metió su vergota dentro. El vaso se inundó con la carne del venezolano, mezclando los líquidos con olor al interior del Barón y el Etiqueta Roja que Chris disponía especialmente para ese fin.
Sacó su verga y el Barón abrió grande la boca, mientras sentía las embestidas de Roger, que lo nalgueaba con fuerza. Se devoró la carne macerada con Johnnie Walker, sintiendo el ardor en el bigote, como suele hacerlo el whisky. Lo ahogaba, lo atragantaba, pero no se la sacaba de la boca. Las lágrimas rodaban por su rostro, algunas entraban por sus fosas nasales y reactivaban pequeños rastros de cocaína, que comenzaban a solidificarse en la parte baja de su nariz.
Chris le agarró la cabeza calva y la pegó a su pelvis, hundiendo toda la verga en las fauces del Barón, que ya sentía que el cráneo le iba a estallar. Ambos mulatos se miraron y, al mismo tiempo, retiraron sus penes de los orificios del Barón, quien quedó temblando de rodillas, como si le hubiesen arrancado el esqueleto de cuajo.
Se pusieron frente a él. El Barón volvió a afirmarse de sus vergas, pero esta vez no como señal de control, sino buscando apoyo para no caer al piso.
Bueno, rey —dijo Roger, con la respiración agitada—. ¿Quién ganó?
El Barón, eufórico, sostenía en cada mano una verga venezolana: duras, calientes, sobredimensionadas. Saboreaba la mezcla de whisky, cocaína y un ligero toque de mucosa nasal, combinada con las lágrimas que se deslizaban entre su barba. Sonreía con los ojos achinados. Los mulatos lo observaban: su piel de oso rugbista estaba teñida de rojo de la lámpara, decorada con manchones dispersos de vello en la espalda y rizos en el pecho.
¿Ustedes… quieren saber… quieeeen ganó? —La quijada del Conde se quebraba en una mueca al hablar, su cuello se sacudía en ligeros espasmos. Los mulatos ya conocían esos gestos.
Sí, papi —respondió Chris, estirando sus labios gruesos en un puchero, mientras movía la cadera hacia adente y atrás para que su verga se deslizara suavemente en la mano del Barón.
Ehm… yo les… voy a decir… quién… ganó… ¡LOS DOS GANARON! —Y se llevó ambas vergas a la boca para besarlas.
Rey, usted es tan bueno con nosotros —dijo Roger—. ¿Verdad, pana?
Sí, papi. Muy bueno. Así que vamos a ser buenos con usted.
Roger se alejó, tomó el iPhone del Barón, activó la grabación de video y lo apoyó contra la botella de whisky en posición horizontal.
Al día siguiente, el Barón, con dolor de cabeza y un millón de pesos menos en su cuenta bancaria, miraba en su celular cómo los venezolanos lo follaban a diestra y siniestra. Recordaba fragmentos de la noche con los mulatos, el amanecer asomándose y los bajos retumbándole en la cabeza mientras la verga de Chris lo llenaba como si su cuerpo fuera un guante.
Sus gemidos se volvían más estridentes, sobre todo en la parte en la que Chris hacía las contracciones de la eyaculación para preñarlo. Bajó el volumen del celular—estaba viendo el video en el balcón y podía escuchar las voces de los vecinos del piso de abajo. Bloqueó la pantalla y miró la hora: 15:45 de un sábado.
Aquel día de diciembre prometía ser caluroso, así que bajar a la piscina era mandatorio. Se dio una ducha fría, se puso la sunga Versace que había comprado en su último viaje a la Costa Amalfitana, tomó la toalla y buscó la bata de baño de la noche anterior. Pero tenía olor a cigarro y estaba manchada de alcohol, así que la dejó en el canasto de ropa sucia y tomó una bata blanca de Calvin Klein. Lentes de sol en mano y celular en el otro, bajó a la piscina, completamente desocupada, y se lanzó de piquero.
Al sumergirse, dejó atrás todo lo que lo atormentaba: las bolsas de cocaína vacías sobre el mesón de la cocina, las botellas vacías y cajetillas de cigarro, las transferencias de quinientos mil pesos a cada uno, la cara de Karen al sentirse utilizada—sobre todo después de todos los favores y mandados que había hecho por él, no sólo en la discoteque sino en el día a día en la oficina.
Avanzó por la profundidad de la piscina, sintiendo que se perdía en el azul del metro setenta de profundidad. Se impulsó con los pies hasta la superficie. La piscina seguía desocupada. El Barón seguía solo.
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dunklebar · 2 years ago
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Gym Daddy
El día de piernas tiene que ser el peor, precisamente por el dolor que le sigue en los próximos días que te hace odiar el mundo entero, y bajar una escalera de 3 peldaños podrían ser fácilmente subir 20 pisos. Lo bueno que, como ya lo había hecho costumbre, a pesar del sufrimiento, los resultados se hacían notorios y el dolor tenía su recompensa: piernas gruesas, pantorrillas hinchadas y el culo grande y duro, tanto que me calentaba conmigo mismo cuando me miraba en el espejo. Por lo mismo me había puesto más atrevido en el vestuario al hacer esta rutina, cambié los shorts que me llegaban a la pantorrilla por unos que sólo cubrían la mitad de mi muslo, con la costura abierta a los lados de estilo setentero, y abajo, a fin de enviar vibras a los machos de mi gimnasio, un jockstrap para que cuando hiciera sentadillas, la tela se metiera entre mis cachetotes. Sin embargo, ya habían pasado meses y las vibras no le habían llegado a nadie más que a la niña de recepción que me piropeaba en modo de ¡YAS QUEEN! Todos los machos del gimnasio parecían más preocupados de tomarse fotos, flectar sus músculos frente al espejo o coquetear con twinkies y musculocas, en vez de mirar al gordito peludo que terminaba todo sudado, rojo y destruido. Supongo que sólo yo veía mi atractivo y nadie más.
Luego de terminar la rutina que me dejaría lisiado por tres o cuatro días, me fui a las duchas. Había escogido el horario de la noche porque va menos gente y tengo las máquinas y pesas a mi disposición. Considerando que esta sucursal contaba además con piscina, suele tener una atendencia que puede volverse desagradable y claustrofóbica. Ya se acercaba la hora de cerrar, por lo que había sólo un puñado de nosotros ahí y los sonidos de agua chapoteando se habían calmado.
Mientras secaba el sudor que corría por frente y cuello, caminé al camarín y vi a un hombre, con la impronta de un dios griego entrando antes que yo. Empecé a apurar el paso para poder verlo un poco más cuando se cruzó otro hombre que iba camino a la piscina, era mayor, como cincuentón e iba solamente en speedos y sandalias, un verdadero daddy: canoso completo del cabello, barba, pecho en pelo y hombros, todo blanco como la nieve, robusto y grueso sin ser de muscularuta definida, en comparación con el dios griego al cual estaba stalkeando. Pasó sin mirarme y se perdió en el acceso con aroma a cloro.
Cuando entre al camarín no había nadie más que el dios griego: cuerpo esculpido, musculoso, ligeramente peludo en pecho, ojos claros y pelo negro. Estaba en ropa interior Calvin Klein blanca, completamente mojada de su sudor, al igual que sus abdominales, por los que caían gotas de su transpiración; bajo él slip se veía su verga traslucida en la tela, grande y cargada hacia un lado como si le fuera a dar vuelta la cintura. Tuve que controlarme para no abrir la boca y sacar la lengua, porque así me imaginaba, bebiendo cada gota que adornaba sus pectorales cuadrados e hinchados y su six-pack en el que se podía rallar queso. Sin embargo, él ni siquiera notó mi presencia, puso su toalla sobre uno de sus hombros redondos como melones y enfiló a las regaderas. Me desvestí rápido y tomé mi toalla, shampoo y sandalias, apresurado, pero tratando que mis pasos no sonaran ansiosos en el piso del baño. Ocupé la ducha a su lado, escuchando como él ya estaba bañándose, y dejé la puerta abierta, esperando que lo notara, que saliera de su casilla y entrara a la mía, pero nada, seguía sintiendo como sus manos enjabonadas recorrían su cuerpo como yo quería hacerlo. La situación se había hecho bastante calentona, a pesar de que seguía sólo en mi ducha, por el morbo de pensar que podía entrar y porque sentía mi cuerpo hinchado, mis piernas duras, mi culo firme mientras esparcía la espuma del jabón. Empecé a masturbarme ligeramente, prendido al haber estado haciendo ejercicio entre hombres deliciosos e inalcanzables, con las hormonas revolucionadas por la actividad física. Me metí un dedo en el culo, estaba duro, corriéndome lento, pero intenso, disfrutando de mi cuerpo, había olvidado que la puerta estaba abierta cuando me doy vuelta y veo pasar al daddy de la piscina, él miró hacia mi ducha y siguió caminando hasta el final del pasillo. Me quedé congelado un segundo pensando si se habría dado cuenta de mi acto de onanismo. Me asomé y estaba quitándose el speedo muy lentamente, como si quisiera que lo vieran. Se irguió y pude ver su verga flácida, no circuncidada y carnosa, giró su cara hacía mí, mirándome fijo sin sonreír y entró a la ducha sin quitarme la vista y sin cerrar la puerta. Tomé todas mis cosas y me fui rápido a la ducha del fondo frente al daddy. Él estaba de espalda esparciendo espuma sobre su piel bronceada y cubierta en pelaje plateado, mojado y apegado a su robusto cuerpo de hombre maduro. Se dio vuelta hacia mí, tenía el pene agarrado con una mano, flectando el bíceps y el pecho por el que rebotaba el agua caliente. Crucé el pasillo, entré y cerré la puerta, empezamos a besarnos. Sus labios carnosos y suaves me devoraban la boca, apretaba mis tetillas y presionaba su verga dura contra mi pelvis. Con una mano abierta me tomó un pecho y lo empezó a comer como si estuviera amamantando, mientras que con la otra me metía un dedo en el culo. Yo le tocaba los hombros carnosos, musculosos y suaves, pasaba mis manos por su espalda y levantaba una pierna para que pudiera sentir lo gruesos de mis muslos y pudiera agarrarme las nalgas. Nos seguíamos besando, yo seguía erecto, mojado, apretado contra una bestia que quería destrozarme, encendidos por el morbo de que alguien podría descubrirnos. Con ambas manos me giró hacia la pared, abrió mi culo y empezó a follarme. ¡Yo no lo podía creer! Una de mis fantasías sexuales más grandes estaba ocurriendo con un daddy exquisito que mientras me penetraba, me agarraba los pechos a manos llena y pasaba su lengua por mi oreja, haciendo que los vellos de mi cuerpo se erizaran a pesar de que estábamos empapados. Sentía el agua corriendo por mi espalda mientras me embestía, presionando su cadera contra la mía, introduciendo su carne cruda dentro de la mía. Yo seguía erecto, sintiendo como me salía juguito preseminal y se mezclaba con el agua de la ducha. Quería gritar de placer, gemir por la manera que me tenía dilatado y los orgasmos que me estremecían al violentar mi próstata.
Los embistes del daddy se hicieron más fuertes, haciendo eco en las paredes de la sala de duchas, salpicando agua que se disparaba por todos lados cuando chocaba su cuerpo contra el mío, me detuve y le hice el gesto de que había que guardar silencio. Se despegó de mí, sentía como mi ano quedó caliente y dilatado, provocando un escalofrío en mi cuerpo entero. Me di vuelta y me agaché para chuparle su verga que seguía durísima. Él se masturbaba rápido, flectando los músculos de su torso y brazos. La perspectiva desde donde estaba era maravillosa: su cabello y barbas blancas mojadas, por las que corrían hilos de agua, su boca abierta y sus labios hinchados,  su mirada fija en mí, el pelo blanco de su pecho pegado a su cuerpo fuerte y carnoso, su firme musculatura, su piel morena bronceada, por al menos cinco décadas, reluciente bajo el chorro de la ducha. Su respiración se hizo más profunda, me puse de pie y moví los labios sin hablar pero diciéndole “préñame”, me di cuenta y le puse mi culo, abierto con una mano, mientras me masturbaba con la otra, y de un sentón lo metió hasta el fondo y se fue dentro mío. Yo sentía su leche entrar mientras tenía estertores mudos con su cabeza pegada a mi espalda, enterrando sus dedos en mi cintura y mi hombro, presionando más y más fuerte en mí culo hacia él, sintiéndolo aún en contacto con mi próstata, hasta que yo mismo acabé, enmudecido, pero queriendo gritar. Un chorro de semen chocó con la pared y él murmuró un “ufff” en mi oído, de a poco detuve la presión que tenía en él, haciendo contracciones y soltando el ano para exprimirle hasta la última gota. Su respiración se calmó y sin salirse me abrazó, acariciando suavemente mis tetillas. Sacó su carne chorrando leche de mí, sintiendo como si yo fuese una abeja y me quitaron la lanceta desde las entrañas, ahogando un gemido y mordiendo mi brazo. Me volví hacia él y nos besamos muy suave y tierno, habiendo ya ahogado nuestra pasión y morbo. Él salió primero, asegurándose de que no había nadie. Esperé unos segundos, estiré mi brazo para tomar la toalla, cubrí mi cintura y mientras iba saliendo hacia los camarines, el dios griego salió de su ducha, con su verga gigante y flácida, pasé por su lado, sonrió coquetamente y me mostró una pocita de leche en su palma. Abrí mis ojos de sorpresa pensando en que seguro lo escuchó todo.
Ya en los vestidores, terminaba de secarme y estaba solo, ni el daddy ni el dios griego aparecían. Quedé desnudo tratando de subirme el pantalón, cuando aparece el daddy de los urinarios, tomó su bolso y, mirándome, guiña un ojo y me tira un ligero beso, para desaparecer por la salida. En ese momento un poco de su leche escurrió de mi culo. Procuré no pisarla y terminé de vestirme. El gym ya estaba cerrando, la mayoría de las luces estaban apagadas y en la puerta, la chicha de la recepción no me quitaba la mirada o la sonrisa mientras me acercaba a la puerta.
Espero que hayas disfrutado tu ejercicio, bebé – sonreía casi aguantando la risa.
¡No sabes cuánto! – le respondí con un dejo de alivio y felicidad.
Creo que me puedo hacer una idea ¡nos vamos mañana bombón!
Salí del gym con una sensación de satisfacción impresionante y si me hubiesen pillado y cancelado mi suscripción ¡habría valido tanto la pena!
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dunklebar · 2 years ago
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Bellagio
- Los hechos en este relato son ficticios, exacerbados por el morbo de quien los describe - 
Se subió a su auto y encendió el motor. Antes de echar a andar el vehículo se preguntó ¿qué acababa de pasar? ¿Había sido real? ¿Se había dejado llevar de tal forma? Entre todas sus preguntas algo era cierto, lo pasó increíble. Esta experiencia tiene que trascender, se dijo y llamó a su mejor amigo, sin darse cuenta que eran casi las una y media de la madrugada.
 ¡Ah que bueno, estás despierto! – su voz de entusiasmo, mezclado con un dejo de cansancio, asustó a su amigo.
¿Estás bien, te pasó algo?
¡Sí, estoy bien! Y sí, me pasó algo.
¿Tengo que ponerme cómodo? – la pregunta tenía un sabor a morbo y posible sospecha de lo que le iba a contar.
 A ver si te puedo contar todo antes de que llegue a casa.
¡Maneja despacio y cuéntamelo TODO!
Ok, pero es de alto impacto.
¡Mejor!
¿Has tenido esos días donde ninguna wea te resulta y todo sale como el pico?
Constantemente.
Bueno, este fue un día así, hasta que llegué a casa y me di una ducha pa’ sacarme todo el día culia’o de encima ¡estuve como 30 minutos! Salí y ni hambre tenía, hoy todo el mundo me wevió: mi jefe, colegas, gerente, clientes, como si la luna se les alineó a todos y yo era el único weón para weviar - la exasperación en su tono de voz fue disminuyendo en la medida que se desahogaba.
Ok, entiendo, día pal pico, gente pal pico.
Sí, salí de la ducha y me puse a ver el celular, cuando un hombre con el que hace rato nos estamos reaccionando llamitas subió una foto y se veía bastante potable. Lo saludé y me recordó que teníamos una junta pendiente, le dije si tenía planes, y como yo, estaba libre. “Dame 20 minutos y vente”.
¡Aaaaaaaaaah! O sea te dijo “ven y dámelo papi”.
Algo así, pero menos caribeño – ambos rieron – Y yo no llegué con nada más que un cañito.
Igual hay que llegar con algo cuando se va de visita, tu madre te educó mejor que eso.
(…) Bueno, preparado para desquitarme por el día, perfumado, con ropa halagadora: una polera ideal para mostrar los brazos, ajustada en el pecho y de escote sinuoso para que se asomaran los pelos del pecho; shorts de esos que el poto se ve levantadito (aunque sabía que no lo iba a ocupar) y cortitos para que se vean los jamones peludos; calcetines blancos y largos con rayas horizontales negras; y zapatillas de plataforma alta que me hacen ver de un metro ochenta y dos.
¡Ah, sacaste a la maraka del closet y te la pusiste!
Tú me conoces bien – ambos rieron.
Llegué y nada po: abrió la puerta, entré y nos damos un beso de esos que, cuando lo estás dando, el mundo se detiene, dejas de escuchar el ruido de la calle, se te erizan la piel y se acelera la respiración, de esos en que se muerden los labios y succionas las lenguas y todo tiene un sabor y textura delicioso. Nos empezamos a pegar de a poco, él puso sus manos abiertas en mi pecho y presionaba suavemente con sus yemas la tela; juntó un índice y un pulgar para acariciar circularmente una de mis tetillas; yo lo tomé de la cintura y lo acerqué hacia mí, nuestros bultos empezaron a rosarse, nuestras panzas se pegaron, la respiración de ambos se hizo más profunda y la ansiedad de quitarle la ropa se hizo más grande. Bajó la mano con la que me acariciaba el pecho hasta la panza, levantó con un dedo mi polera y suavemente me jugó con los pelos en mi ombligo, noté que sonrió al hacerlo, y después siguió hasta mi paquete, lo agarró con la mano llena y dijo “¡ufff…!”. Yo lo tomé de su cintura, y mis dedos sintieron bajo su pantalón cuando lo sentí: ¡un jockstrap!
¡Ah pero iba listo para la batalla también!
Seguí avanzando hacia el centro de sus cachetes pero se separó de mí, afirmándome del cuello de la polera, mordiéndose los labios, con la mirada como si la tuviera nublada por la calentura del momento y dijo, con voz profunda y ronca: “Rico beso, oso”.
¡EEEEEEEEEEELLA! ¡La oso!
¡Obvio! Yo le ponía cara de macho-activo-dominante, él sonreía sensual y pícaro como un niño que está por hacer una maldad. Nos sentamos en el living, nos fumamos el cañito y conversamos, de la vida, lo humano y lo divino, sus ojitos se empezaron a volver chinitos y me dijo “Te tenía tantas ganas, weón” y yo no aguanté más. Me tiré encima de él, nos seguimos besando, pero más intensamente, las poleras salieron volando, los shorts igual, él quedó en jockstrap y yo en slip, nos apretamos todo, nos sobajeamos enteros, me lamió las axilas y respiró hondo en medio de mi pecho, entre los pelos como si quisiera drogarse con mí aroma. Lo tomé de la cara apretando con mi mano sus mejillas para que abriera la boca, mirándolo dominante le tiré un escupo en la boca, puso los ojos blancos y gimió como si estuviera en el desierto y mi saliva era lo más parecido al agua.
¡Ew! Pero me encanta que la gente sea cochina.
Nos seguimos besando, le tiraba más escupo y él feliz, hasta que le dije a su oído “muéstrame ese culito tan rico” y de un salto se puso en cuatro apoyando sus manos en el brazo del sofá, le abrí los cachetes peludos, era un túnel de pelos y carne, y le metí la lengua entera dentro del ojete; se puso a gemir y yo vuelto loco comiéndolo, el sabor de su carne era exquisito, su aroma de macho me tenía eufórico, todo impregnado en mi boca; hacía contracciones para apretarme la lengua y ¡más ganas me daban de ir más y más adentro! Le estrujaba las nalgas, se las mordía y nunca se quejó del dolor, yo subía la intensidad y me subía el morbo, me sentía durísimo; con una mano tocaba su espalda viajando desde sus omoplatos hasta el coxis; con la otra, su panza y tetillas por debajo de su torso robusto y moreno; puse mi brazo a la altura de su coxis, para que sintiera que con mi bíceps lo tenía a mi disposición y lo empujaba hacia mi cara para poder chuparlo más adentro. Me paré, él seguía en cuatro, me puse frente a su cara y me mordió suavemente el pico por encima del calzoncillo. Bajó el slip con ambas manos y se lo llevó entero a la boca. Yo estaba mojadísimo, se me había hecho una mancha y la tela se había pegado .
Siento que estoy entre asqueado y excitado – dijo mi amigo, quien realmente estaba más excitado de lo que podía admitir.
Yo lo miraba mientras me lo mamaba, él a veces también me miraba, su cara se veía brillante gracias a una delgada capa de sudor; lo tomaba con la mano, chupaba la cabeza, estiraba el cuerito con los labios, lamía las bolas y gemía cada vez que lo agarraba de la nuca y le daba una embestida hasta el fondo. Su cuerpo entero brillaba y al verlo en cuatro parecía un caballo musculoso, con pelaje fino y color caoba, sedoso, fornido en su musculatura pero atlético y definido. Acaricié su lomo, desde las posaderas levantadas hasta sus hombros robustos y fibrosos, cada centímetro de su afiebrada piel se estremecía con mi tacto. Lo agarré del culo, metiendo un dedo en su ano, como si lo quisiera levantarlo del sofá. Separé mi pene de su boca, él quedó con las fauces abiertas y la lengua afuera, le sostuve la mandíbula, dejé caer un bolo de saliva que lo recibió moviendo su colita como un cachorro feliz, y le volví a meter el pico en la boca, pero no se lo saqué, y se lo metí hasta chocar con sus amígdalas y lo dejé ahí, y le pujaba y pujaba más adentro, hasta el fondo sin soltarle la quijada, dándole palmadas cortas, firmes y duras, él hacía arcadas pero no se despegaba, le follaba la cabeza y le decía, con la misma voz profunda: “aguante perrito, aguante el pico del oso” ¡y empezó a mover el culito como si hubiese dicho la palabra clave!. Le saqué el pico, hizo una arcada fuerte y me miró para arriba con los ojitos llenos de lágrimas e hilos de saliva que aún estaban conectados a mi glande. Iba a metérselo de nuevo, pero se inclinó a la mesa de centro y tomó un frasquito de Popper, jamás noté que estaba ahí hasta que lo tomó. Le dio una buena jalada por ambos lados de la nariz y se volvió a meter el pico a la boca, esta vez él se mantenía solito con toda la carne adentro y algo empezó a pasar, porque sentía como si la verga se expandiera dentro de su boca, como si la estuviera inflando con un bombín. Yo estaba loco, no estaba seguro de lo que sentía, pero parecía que mi verga le rellenaba todo el hocico. Me dijo que me sentara en el sofá, se puso de rodillas en el piso y entre mis piernas, volvió a jalar y fue como verlo en cámara lenta, con su boca bien abierta devorándome por completo. No me di cuenta pero estaba gimiendo super fuerte con él enterrado su cabeza en mi ingle. Se separaba con hilos de saliva que cada vez se veían más gruesos y espesos, me sonreía y dijo “¿Te gusta?” y yo “¡Me encanta!”. Lo hizo varias veces más, me agarraba la panza y el pecho con sus dedos. Yo no le hice, pero sentía el aroma que subía hacia mí y creo que me drogó también.
Bueno, la expansión de tu (…) cosa, lo provocaba el popper.
¿Tú crees?
Sipo, porque si lo jalaba seguro botaba el aire por la boca con tu pico adentro, así que te dilataba los vasos sanguíneos.
¿Y tú cómo sabes eso?
(…) ¡Sigue con tu historia no más!
Bueno, entonces yo estaba sentado como Cara Cortada, con expresión de macho caliente, las piernas abiertas y el miembro apuntando al cielo, mientras se apegaba el frasquito negro y me lo chupaba y chupaba. Llegó el punto que ya no aguanté más del morbo, lo tomé de los brazos, nos pusimos de pie, juntamos nuestros cuerpos y nos besamos, yo sentía el sabor de mi pico en sus labios y el aroma del Popper en su bigote. Lo empujé hacia el sofá y cayó en sus rodillas con la espalda arqueada mirando la ventana y su culito moreno y peludo presentado hacia mí. Me mojé con saliva el pico y de a poquito se lo fui metiendo. Él gemía, decía “¡oh que rico, dame tu pico de oso!” mientras entraba de a poco. Se retorcía, agarraba el respaldo del sofá como si quisiera destripar el relleno bajo la tela, pero no opuso resistencia o expresó dolor, se lo comió como un campeón. Me alejaba de él, sintiendo como mi carne salía lubricada y volvía a fundirme con sus glúteos, mientras me deslizaba dentro y fuera de su cuerpo, sintiendo que mi verga se ponía viscosa. Veía en el reflejo de la ventana como se mordía los labios o levantaba la mirada al cielo con la boca abierta. Volví a metérselo y él movió su cintura de un lado a otro pegando su culo bien a mí. Empecé a darle más fuerte, más duro, yo sentía como me apretaba la verga haciendo contracciones con el ano; lo nalgueaba, le mordía la espalda, le metía dedos en la boca, y apegaba mi panza a su espalda para que me sintiera. Le empecé a dar más duro, yo ya estaba sudando mucho y las gotas de mi frente le caían en la espalda, gemía más fuerte cuando sentía la espalda mojada y lo embestía más fuerte. Me separé de él, saqué el pico entero y vi como estaba todo abierto, le volví a metí la lengua. Si los vecinos nos escucharon, yo creo que pensaron que lo estaba matando porque gritó super fuerte. Volví a meterle la verga y darle y darle y darle. Me separé porque llevaba como media hora de puro darle y estaba medio deshidratado. Tomamos agua y me miraba sonriendo, así como cabro chico malo y dijo entre su respiración agitada “¡que culiai rico oso!”. Igual ya como que sabía que le gustaba.
Claro, como no, con la gritadera que tenía.
Me dijo ¿vamos a la pieza?
Y yo lo seguí. Entramos a su pieza y me llamó la atención que la cama sólo tenía la sábana de abajo...
¿Cómo?
Así como te digo: no había cobertor, cojines, frazadas, sólo la sabana que se apega al colchón.
¿Sólo la que tiene los elásticos?
Sólo esa.
Esto me huele mal…
La pieza estaba iluminada roja y una pared estaba cubierta en espejos cuadrados grandes, como si fuera un mosaico, nos veíamos reflejados pero los cortes entre espejos nos distorsionaban. Él tenía algo en las manos y me lo extendió diciendo “Póntelo”.
¿Qué era?
Un singlet, un traje de luchador azul con los bordes blancos.
¡Ah pero el amigo estaba bien preparado!
¡Sí! Me lo puse y, casualmente, tenía puestos mis calcetines blancos con rayas azules que combinaban con el traje. Me miró de pies a cabeza y con cara picarona me dijo “¡Uff, qué oso!”, tomó uno de los tirantes del traje y me acercó a él. Nos acercamos sin besarnos, juntando nuestros ombligos, los pelos de los dos se concatenaban como el velcro, nos echábamos el aliento en la boca del otro, yo metía mi dedo en su culo agarrando la nalga con la otra mano, él me agarraba el pico debajo del traje y su otra mano la tenía enterrada en los pelos de mi pecho, era como si nos estuviéramos follando pero de frente y sin penetrarnos. Saqué de golpe mi dedo de su culo, gimió y lo agarré de los brazos, lo di vuelta y en cuatro a la cama. Me arrodillé frente a su culo, abrí las nalgas, tenía el ano super dilatado y olía a carne fresca, metí mi lengua entera y hasta el fondo afirmándome en sus cachetes. Lo escuchaba gemir y veía como apretaba las sábanas en sus manos. En el reflejo de los espejos veía su boca abierta gimiendo, a veces se mordía los labios y a veces sacaba la lengua y jadeaba como un perro. Me levanté y movía mi verga, que la asomaba por sobre la tela azul del traje y entre sus nalgas peludas, acariciando su ano que pedía más, golpeándolo con mi carne dura como luma. Sus ojos estaban negros como la noche afuera, su labio caía, estaba rojo, mojado, hinchado de tanto morderse. Se veía hermoso en cuatro, con su piel morena brillante como si hubiese estado nadando en el mar, cubierto en pelo, atlético pero robusto, ancho de piernas, aún tenía puesto el jocktrap que era de esos blancos con la parte de adelante como de toalla, los clásicos; hacía que sus piernas se vieran más gruesas. Brazos fibrosos, no hinchados como los míos, sino con musculatura natural, varias veces se los mordí y estaban duros. Bajé mi cara a su culo sin quitarle la vista en los ojos y tiré un escupo justo al medio, gimió suavecito, con ese nivel de estímulo el cuerpo se vuelve tan sensitivo, que podría haberle hecho cariño en el lóbulo de la oreja y se hubiese vuelto loco. Vi como mi cabeza, roja y mojada, entraba en él, luego el tronco por completo, su culito se veía hermoso pegado a mí, mi panza lo rozaba y podía ver que lo disfrutaba como si fuera un tierno cariño previo a la violencia que le iba a desatar. Empecé a embestirlo suave, como si estuviera iniciando un vals, me tomaba un segundo de más antes de metérselo para crearle ansiedad y que lo deseara más, ponía los ojos blancos cuando entraba con más fuerza y hacía rebotarle las carnes. Sentía como mi verga jugaba con sus entrañas y el calor de su carne comiéndome en su interior. Eso duró un par de minutos hasta que me entró la bestia y empecé a culiarlo como bestia, no me quitaba los ojos del torso y el pecho que sobresalía entre los tirantes del traje; el sudor hacía que los pelos se me apagaran y yo mismo brillaba con el reflejo rojo de la pieza, me decía “¡Que oso más rico! ¡Dame pico oso rico!” y lo nalgueaba fuerte mientras le seguía metiendo fuerte el pico. Me separé de él, me bajé los tirantes que estilaban de lo mojados, y lo puse patita al hombro, su ano seguía dilatado así que le metí la lengua entera, miró al cielo y gritó de placer, tenía un sabor que me puso como animal, entre su carne y el olor a su piel. Me levanté y le metí el pico fuerte, estaba todo sudado y las gotas caían en él mientras lo embestía, él habría la boca para que le callera alguna. Puso sus manos en mi torso y revolvía los pelos que ya estaban pegados por la humedad a mi piel. De pronto dijo algo como “¡Voy a acmerrrarr!”.
¿Qué? – me preguntó mi amigo.
“¡Voy a acmerrrarr!” – le repetí textual.
¿Y qué significa eso?
Yo pensé que me había dicho “voy a acabar” y le dije “¿Qué…?” y quedé con la pregunta en la boca porque empezó a hacer lo que me había dicho.
¿¡Qué hizo!?
¿Te acuerdas de que te dije que su jock era de esos clásicos, como de toalla?
Sí…
Bueno, de ahí empezó a salir agua como que fuera la fuente del Bellagio ¡Y MUCHA!
Mentiiiiiiiiiiiiiiiraaaaa…
No, se estaba meando escandalosamente.
Yo me habría ido de ese departamento en ese preciso momento.
¡Ah! ¿Estás loco? Yo ni me detuve, seguí dándole duro y sentía como me apretaba mientras se seguía meando, no era mi casa, no era mi cama así que seguí dándole mientras los dos nos mojábamos. El pipí no tenía olor ni color, era pura agüita y salía y salía. Tenía el abdomen firme, como si estuviera forzando para seguir meándose, la panza se levantaba dura y redondita, estaba mojada y le empecé a dar palmadas ¿te acuerdas cuando vimos ese espectáculo de tambores y pinturas de color neón en luces ultravioleta?
Sí, sí.
Bueno, así mismo estaba manchado sólo que no era pinturas, sino que era una combinación de orina, saliva, precum y sudor.
¡Qué asco!
¡Yo estaba en la gloria! Al medio de un torbellino de gemidos, placer, fluidos y morbo. Seguí dándole y dándole duro, la cama estaba toda mojada y una aureola se formaba a su alrededor en las sábanas. Me acerqué a él sin dejar de follarlo y lo besé, sentí el sabor a todo en nuestras lenguas, estaba a mil y le dije “te voy a preñar” – “¡lléname el culo, dame lecheeeeeee…!” y me fui dentro de él, puso los ojos blancos, echaba su cuello para atrás y enterraba la nuca en la cama, yo sentía escalofríos sobre la piel que la tenía caliente y mojada. Dejé que saliera hasta la última gota le mientras lo seguía embistiendo hasta que me detuve. Nos quedamos abrazados en silencio, sólo se escuchaban los autos y la locomoción a lo lejos por la ventana: la petite morte. Lo miré y se veía hermoso, todo mojado, el cabello pegado a su frente y expresión de cansancio y placer en su rostro. Me separé de él, me saqué el traje para estar sin nada y me ubiqué en la parte seca de la cama (no soporto estar acostado en algo mojado). Nos pusimos a conversar, él me contaba del placer que le producía mearse mientras le estaban dando, “es como un orgasmo muy prolongado”. Nos dimos una ducha después y me despedí con un besito y la promesa de volver a vernos, y ahora voy en el auto contándote esto.
(…) ¡Bueno! Me alegro de que hayas tenido una noche productiva, yo lavé ropa sucia de las últimas dos semanas.
 El vehículo se perdió en la noche acompañado de la risa de dos
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dunklebar · 5 years ago
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Cumpleaños
El ambiente en casa se hacía insoportable, las paredes me ahogaban y el ruido del tránsito llenaba el silencio entre nosotros, como una vez lo hizo la conversación y la risa. Pero ahora no quería conversar, no quería arreglar nuestros problemas ni agachar el moño. Había explicado mi caso, di mis razones y expliqué mis actos y emociones, pero fue como hablar con una pared. Me había agotado, necesitaba respirar, me subí al auto y raudo manejé al parque más cercano.
Era un día soleado de septiembre, los árboles comenzaban a llenarse de verde, las mantas de picnic abundaban y las marcas de incontables bicicletas surcaban los senderos, mientras que la risa de familias y amigos, las arengas de grupos de personas haciendo deporte y el beat de algún parlante lejano, le daban música al aire primaveral.
Me senté bajo la sombra de un árbol, esperando que la frustración se disipara con el humo de mi caño, el cual se colaban entre las ramas del jaracandá que me servía de refugio. Me recosté apoyando la cabeza en su base, expulsé otra bocanada de humo, vi las olas grises surfeando en cámara lenta por el aire, tosí ligeramente. Me acompañé de mis audífonos y ritmos en lo-fi para serenar mis pensamientos.
Treinta minutos después de haber meditado acerca de mis problemas bajo el meloso sopor del cannabis: luego de deconstruir los discursos de ambos lados, armar la escena, desarmarla, armarla de otra forma, el resultado era el mismo. Sólo quedaba volver y tratar nuevamente de solucionar las cosas. Miré mi celular, tenía mensajes de él:
Tengo que ir a trabajar Lo más probable es que esté hasta tarde No quiero que estemos enojados Tal vez hay cosas que debo cambiar Hablémoslo a la noche, besitos Tqm
Parece que mis palabras llegaron a sus oídos y había luz en el túnel. Cuando iba a responderle en el mismo tono cariñoso, entró otro mensaje. Esta vez era de mi amigo Pedro:
Hola amiguita, buen día Esto es de súper última hora Le celebraré el cumpleaños al gordo Un asado, así que trae a tu gordo Lleguen a partir de las 14 horas, porfa Te quiero!
Eran las 12.30, tendría que ir sólo a un cumpleaños donde suelen ir muchos osos, algunos conocidos y otros por conocer. El universo me estaba dando las señales: pelea con resultado favorable para mí, libertad por el resto del día, coincidentemente me había duchado, perfumado y vestido bonito; era cosa de pasar por una caja de chocolates a una gasolinera y estaba listo para un cumpleaños. Pero tenía que resolver mi cabo suelto. Le respondí a mi gordo:
Hablemos tranquilos a la noche Yo también tqm Pedro me invitó al cumpleaños de Miguel Estaré allá Besos
Súper Páselo bien y me saluda a los chiquillos Tqm
Dos horas después, me estacionaba frente a la casa de mi amigo. Me bajé, chocolates en una mano y botella de vino en la otra. Pedro me esperaba afuera. Me abrazó y besó ligeramente en los labios, podía sentir el olor a humo de carbón en su delantal parrillero y el aroma de humo de mariguana en su bigote. Entramos a su casa de dos pisos, sus muebles la mayoría restaurados de la casa de sus abuelos, con colores caoba, esmeralda, terracota, vainilla, aguamarina, burdeos, cuadros antiguos, papel tapiz con diseños rococó y grandes fotografías de retratos en blanco y negro. Siempre me sentido dentro de una película de Almodóvar cuando estoy ahí y me encanta.
Salimos al jardín trasero y en el quincho estaba el cumpleañero con su acostumbrada sonrisa picarona al verme (hemos hecho travesuras en el pasado); a su lado un par de amigos los que reconocía de carretes previos, todos me resultaban bastante simpáticos; y un gordo, que estaba sentado dándome la espalda, pero que al escuchar el “¡Miren quién llegó!” de Pedro, se puso de pie. El gordo, un oso venezolano de mi altura (178), grande, moreno, panzón, con amplia espalda y pechos que se apegaban a su polera; piernas y culo gordos, propios de los caribeños, que casi hacían reventar la tela de sus shorts azules. Me saludó con familiaridad, me abrazó y apegó a su tremenda y cálida anatomía. Intenté disimular el hecho que no recordaba quién era. Su voz sí se me hacía conocida, las palabras al salir de sus gruesos labios tenían una melodía que antes había escuchado. Me apartó de él, pero sujetándome de los brazos, muy servilmente me dijo “¿Le traigo algo, gordito: cerveza, vino, champán, bebida, agua?” ¡ya sabía quién era! Alejandro. Había engordado desde “la cita” en que nos conocimos. Nos ubicamos por Growlr y, una hora después, había llegado a mi departamento. Aquella vez fácilmente pudo habernos interrumpido mi conserje pensando que estaban matando a alguien, y la verdad es que casi lo hace. Por cerca de tres horas Alejandro me recorrió el cuerpo con su boca, me comió el culo en 5 posiciones diferentes, me folló con la fuerza de un gorila del Congo y su verga gigante me dejó inhabilitado por toda una semana. Días después, me compré un dildo y lo bauticé con su nombre. Aunque siempre he pensado que no le hace honor.
Estático en los brazos del Alejandro de carne y hueso, en presencia de mis amigos, me congelé por cinco segundos y dije efusivo “¡Shampán!”. “Sale una champán heladita, con hielo”, le dio unas palmadas a mis brazos, frotándolos ligeramente con sus pulgares y me guiñó el ojo. Al retirarse, Pedro puso su brazo en mis hombros y dijo “Yo sé cómo va a terminar esto…” y rió picaronamente mientras nos sentábamos en uno de los sillones del quincho. Alejandro llegó con una copa grande se espumante con hielo.
Los invitados comenzaron a llegar: parejas, amigos que llegaban solos como yo, otros conocidos recurrentes en los almuerzos y carretes de Pedro y Miguel, y el heterosexual de todo carrete gay, en este caso un compañero de colegio del cumpleañero y la hija de 14 años de su pareja, Isidora. Hermosa y sociable con todos sus tíos gais. Educada, conversadora y sonriente, de esa clase de niñas que eran amigas de todos en el colegio. La conversación se amenizaba en la medida que la comida y los caños aparecían. Ceviche y cannabis son una excelente combinación para esperar un asado. Todos fumaban salvo Isidora que se reía de las conversaciones de sus tíos volados.
Dos copas más de SHAMPÁN con hielo después y no podía quitar los ojos del bulto en entre las piernas regordetas de Alejandro. Su panza descansaba sobre ellas, a veces se la acariciaba sabiendo que lo estaba mirando. Me tenía hipnotizado la viruta de vello negro que se asomaba por sobre el escote y su cuello grueso y moreno. De repente me lo topaba con los ojos y me guiñaba, me ruborizaba y no sabía si era por mi deseo al oso caribeño o por el alcohol, que de a poco nublaba mi juicio. Sentía la risa de los invitados difusa entre nubes de espumante y cannabis. De pronto Alejandro refregó su cara con ambas manos, movió la cabeza expulsando aire por sus labios como si saliera bajo el agua y dijo “Estos muy ebrio y vola’o… iré a estacionarme un ratico”, sin que nadie le diera atención. Se puso de pie y enfiló hacia la casa. Refugiado en mis lentes de sol, lo seguí con la mirada hasta que entró por la puerta de la cocina. Conté hasta diez y me puse de pie, queriendo ser invisible, fuera de la atención del cumpleaños. Nadie dejó de conversar y me alejé de la algarabía logrando pasar desapercibido.
Al entrar por la cocina escuché la puerta del estudio de Pedro abrirse. Crucé la cocina, el cuarto de estar y comedor, en una vorágine de candelabros de lágrimas, papel tapiz con diseños tripofóbicos y muebles con manillas de bronce dorado, un túnel por la decoración almodovariana de mi amigo; hasta llegar al estudio, decorado con papel tapiz azul con patrón de flores de elís doradas; un espejo gigante de marco de roble oscuro con tallados a mano en los bordes que cubría gran parte de la pared del fondo, en la cual también descansaba un seccional marrón. En el pequeño corredor desde la puerta al estudio, estaba la puerta a un baño privado, con ducha incluida. El estudio también tiene acceso al exterior a través de una ventana que da a un pequeño jardín aislado, con una fuente de piedra de un niño gordo que orinaba el agua. Desde ese jardín, por un camino de piedras y un pequeño parrón se llega al jardín principal, donde está el quincho y al cumpleaños. El jardín pequeño era un refugio cubierto de enredaderas, mosnteras, mantos de Eva y flores de buganvilias.
Cerré la puerta del estudio y avancé entre los tambaleos del espumante, Alejandro orinaba en el baño, pero notó mi presencial. Me dejé caer en sofá, entre los cojines y mantas que lo decoraban. Alejandro salió del baño refregando sus manos por la barba, sonrió mientras caminaba y dijo “Hola gordito”, con la ternura de su acento caribeño y desplomó a mi lado. Acercó sus labios carnosos con los ojos cerrados y devoró mi boca. Sus manos estrecharon mi cuerpo, apegándolo a su torso, enterrando sus enormes dedos en mi espalda y mi culo. Bajó sus fauces a mi cuello, mordiéndolo suavemente, enterrando sus colmillos en mi garganta, succionando mi piel. Se puso sobre mí y con sus ojos entrecerrados me volvió a besar, intensamente, quitándome la respiración, abriendo mis piernas con las suyas; rodeé su cintura con mis piernas y enganché mis pies para no soltarlo. Tomó mi polera, la sacó de golpe y quitó la suya. Su cuerpo enorme cubierto en pelo me cubría por completo, la gravedad de su peso me cortaba la respiración, su piel cálida, firme, dura y áspera era la de un macho que buscaba alimentarse de mí. Mis manos buscaban ansiosas por su verga que pujaba dura por sobre su short. Metí la mano bajo su slip para sentirla, larga y gruesa como la recordaba, pero me la sacó y susurró “No, yo lo llevo”. Con su fuerza de gorila me hizo girar y me dejó boca abajo, enterrado en los cojines. De un solo tirón bajó pantalón, bóxer y zapatillas, me vi completamente desnudo y a su merced. Tomó mi culo con ambas manos, lo levantó, hizo temblar mis nalgas y con dos fuertes palmadas lo abrió y enterró su cara en él. Una descargar eléctrica sacudió todo mi cuerpo mientras su lengua alcanzaba los más profundo de mí, golpeando mis cavidades, humedeciendo y dilatando mi interior. Sus manos gigantes desgarraban mi culo, su lengua mojaba mi carne, sus dientes se enterraban en mis glúteos peludos, sus labios succionaban mi ano como si quisiera absorber el aire en mi interior, mientras que mis gritos los ahogaba en los cojines del seccional.
Sin dejar de devorar mi culo, sus manos se deslizaron bajo mi cuerpo, apretó mis tetillas y agarró con sus palmas mis pechos, su estimulación aumentaba mi deseo porque me invadiera. Levanté el culo para su lengua su lengua completa dentro mío, pero con un impulso se levantó a mi altura, puso su panza sobre mi espalda y deslizó el tronco de verga entre mis nalgas. Comenzó a embestirme suavemente jugando con su verga en mi culo mojado con su saliva. El morbo me consumía mientras pensaba en que había un cumpleaños afuera, por más que las puertas y ventanas estuvieran cerradas.
Se puso de pie y dejó caer su ropa. Caminó al otro lado del sofá, donde estaba mi cabeza y acarició mi nuca. Levanté la vista, su verga me miraba, erecta, enorme, mojada. Me tomó del cabello, me empujó el mentón hacia abajo con un pulgar y metió lentamente su carne en mi boca. Sentí cada centímetro de piel, cada vena sobre mi lengua y entre mis dientes, hasta que su glande tocó el fondo de mi garganta. Me ahogué y con una arcada quise expulsarla, pero dijo “No, entera” y la metió nuevamente hasta que mi nariz se enterró en su pubis y mi frente en su panza. Sentí golpeaba mis amígdalas mientras una lágrima caía con orgullo por mi mejilla. Me volví a ahogar, más sonoro, como si fuera a vomitar, pero sólo me la alejé un poco, para volvérmela a tragar. Repetí varias veces ese movimiento entre sus gemidos. Estaba deliciosa. Me la saqué entera de la boca y vi como un hilo de baba mantenía conectada mi lengua con su verga morena. Lo miré hacia arriba con los ojos llenos de agua, él tenía sus ojos entrecerrados y los labios estirados, “Muy bien gordito”, me felicitó. Chupe su cabeza sin dejar de mirarlo, eso lo hizo gemir y gruñir con más furor. Una vez más me tomó del cabello y me abrió la boca sosteniendo el mentón, rápidamente movió su pelvis y me cogió la boca, yo se la recibí sin oponerme, disfrutando que usara mi cabeza como objeto masturbatorio. Cada vez metía más profunda su verga en mi garganta, sentía el olor de su pubis invadiendo mi nariz y su bolas chocando con mi mentón. Alejandro movía la cabeza de un lado a otro,maravillado con mis habilidades orales, gimiendo con los labios estirados, extasiado por el placer que le daba mi boca.
Se volvió a poner detrás mío, esta vez arrodillado en el sofá y con la verga en 90 grados. Levantó mi torso y lo apegó al suyo, me estrujó los pechos y mordió mi cuello; yo le movía el culo jugando con su verga, le acariciaba el cabello con una mano y con la otra apretaba el grueso brazo con el que me abrazaba. Presionó su carne en mi ano mojado de su saliva, ansioso por entrar en mí. De un golpe me empujó y me tiró en cuatro de vuelta al sofá. Me tomó de la cintura con ambas manos y empezó a penetrarme acercando mi cuerpo hacia él; no era que él estaba entrando en mí, era que él estaba usando mi cuerpo como funda para su pene. La presión era abrumadora y exquisita, Mi carne se abría a su paso sin que pudiera detenerlo, sentía que la cadera se me iba a separar, que se me iban a salir los ojos. Llegó hasta el fondo, su pelvis estaba pegada a mis nalgas, aguanté quejidos y gritos, con ojos y dientes apretados, el dolor y el placer se conjugaban en forma exquisita, todos los vellos de mi cuerpo estaban erizados. Me había abierto a su voluntad y sin que pudiera oponerme. Traté de separarme, pero no me dejó, me jaló más hacía él y caí sentado en sus piernas sin despegarme, era suyo y no podía escapar. Me abrazó la panza, besó mis hombros mientras sostenía mi cuello con su otra mano, como si en cualquier momento pudiese estrangularme, pero manteniéndome muy cerca al calor de su cuerpo. Ya no me dolía, mi anillo abrazaba su verga y mi culo gozaba al sentirse relleno por el gorila.
De pronto me embistió con fuerza y volví a caer en cuatro en el sofá. Su cuerpo comenzó a arremeterse contra el mío: sus piernas gruesas chocaban contra mí, sus bolas golpeteaban mi pirineo, me sujetaba de los hombros con fuerza y me decía con la respiración agitada “Gordo ricoooo…”. El placer se incrementaba, mi ano lo recibía sin oponer resistencia, dejándolo entrar con toda su fuerza. Me aferré al sofá, presionando mis rodillas en él para aumentar mi resistencia, eso provocó al macho que impulsaba su cadera como si quisiera dividirme. Agarró mi cabello, empujó mi columna hacia abajo con una mano para que mi culo estuviera aún más levantado y me dio con un ritmo distinto, más rápido, más duro y sacando casi toda su verga para volverla a meter ¡que delicia! Mi cuerpo se estremcía cada vez que chocaba con él, yo sentía como bombardeaba mi próstata, le apretaba el culo y él gozaba, me daba más duro y yo me estremecía.
Me miraba en el reflejo del espejo: mi cuerpo peludo y acalorado, la espalda doblada y el culo levantado para soportar a la bestia que me follaba, 130 kilos de macho caliente, peludo, carnoso, tetón, que se saboreaba cada vez enterraba su verga en mi culo. Yo me ponía duro, firme, y más duro me follaba, le pedía que alimentara mi culo con su carne, que le diera fuerte a mi próstata para electrocutar mi cuerpo.
Cegado por el morbo del momento, me volví a admirar en el espejo, recibiendo el placer que el macho me daba y en el reflejo, parado junto a la puerta del estudio estaba Miguel, el cumpleañero, pantalones abajo masturbándose con el espectáculo que tenía para el solo. Se acercó con su verga erecta y no dudé en comérmela ¡estaba en la gloria! Tenía una verga en la boca mientras otra me rompía el culo. Miguel sacó su miembro, se lo frotó duro mientras yo le mordía y chupaba las tetillas, aumentó la velocidad hasta ahogar un grito y tirar su leche directo en mi barba y pecho. Le lamí el semen de la verga mientras el gorila me seguía cogiendo. Miguel se retiró al baño para limpiarse y el macho nunca se detuvo. Ya limpio, Miguel siguió viendo como Alejandro me daba, pero de pronto entró de golpe al baño. Alejandro se detuvo sin sacar su verga. Voces se escucharon por la ventana al jardín, hasta que la figura de Isidora y su padrastro aparecieron en el estudio. Entraron mirando la puerta del estudio hacia la casa, por lo que por un segundo no nos vieron, hasta que Isidora da vuelta su cara para vernos como dos perros montados en el jardín de su casa y gritó ¡tomé una de las mantas del sofá y grité PERDÓN! su padrastro le tapó los ojos y de un tirón, salieron del estudio.
¡Era la vergüenza más grande que había tenido en mi vida! Alejandro trataba de calmarme, sin salir de mí y Miguel, que trataba de aguantar el ataque de risa, decía “no se preocupen, iré a ver”. Me tomaba la frente con las manos, avergonzado de haber montado tal show en la casa de mi amigo. Eso no pareció afectarle a Alejandro que de a poco siguió embistiéndome. “No se preocupe gordito, no se preocupe” me decía mientras acariciaba con su verga mis interiores. La vergüenza pasaba, el placer volvía. Las manos de Alejandro agarraban mis pechos mientras su verga me pegaba fuerte por dentro. Se separó de mí, me volvió a dar vuelta, esta vez boca arriba, y sujetó mis piernas en el aire para penetrarme. Su panza masiva chocaba entre mis muslos y mi cuerpo rebotaba con cada ola que su empuje daba. Algunos eran suaves, otros eran duros y me hacían morder los labios para no gritar.
Erguí mi torso y lo empujé contra el sofá. Tomé su verga con una mano y me senté en ella. Alejandro agarró mis pechos mientras yo lo cabalgaba. Movía mi cadera rápido y corto, sintiendo el placer de su carne llenando mi culo. Miguel volvió a aparecer por la puerta “Sigan no más, todo está controlado”. Le guiñé uno ojo y se retiró. Giré dándole la espalda sin separarme del macho, apoyé mis piernas en el piso y le di sentones en su cuerpo gigante. De un golde se puso de pie conmigo, mis manos se apoyaron en la pared que tenía en frente y Alejandro se tomó de mis caderas para follarme duro, más duro que en toda nuestra deliciosa sesión. Mis gemidos se intensificaban, sus gemidos se convertían en un alarido, enterró sus dedos en mi culo, su verga se sentía gruesa y caliente, yo mantenía resistencia sin ceder, su verga penetraba duro y con fuerza, sentía que me iba a desgarrar, empezó a gritar y yo a sentir su leche llenando mi culo, su verga engrosada botaba semen, el sudor de su frente me caía en la espalda, su embiste se detuvo pero su cuerpo convulsionaba, su verga no se rendía y buscaba ir profundo dentro de mí.
Me erguí sin separarme de él, me abrazó y nos caímos al sofá. Se despegó y se acostó a mi lado. Llevó su boca a una tetilla y una mano a mi culo, metió sus dedos en mi ano para sentir su leche. “Gordito rico, rico, rico” decía mientras mordía mis tetillas. Yo tenía mi verga erecta y mojada. Me corrí mientras sentía sus dedos jugaban con la viscosidad en mi ano, sus dientes mordiendo mi pecho, su cuerpo sudado pegado al mío. La leche saltó al cojín en el que tenía la cabeza y cayó a la altura de mi ojo, otro disparo llegó a mi barba, pecho y panza, donde cayó la mayoría del semen.
Ambos respirábamos profundo, tirados en un mar de pelos, sudor y semen. Lo besé entre respiros. El sonido del cumpleaños se hacía cada vez más presente en la medida que el momento de calentura pasaba. Me acordé ¡tengo que verle la cara a esa gente nuevamente!
Luego de ducharse Alejandro se vestía en silencio y sonriente. Yo aún cubierto en vergüenza y fluidos corporales, me flagelaba mentalmente e ideaba la forma de salir a mi auto y volver a mi casa sin que nadie me escuchara, pero era imposible. “Gordito dúchese y nos vemos arriba” dijo el gorila antes de besarme rápidamente y desaparecer por la ventana del estudio.
Agradecí el que mi amigo tuviese una ducha a mano y con toallas a limpias a disposición. Quise imaginar cuántos más se habrán duchado aquí en la misma situación, pero el morbo del follón con un oso vergón, la cara de Isidora gritando, la cara de Miguel mirando caliente, la dulce leche de Alejandro escurriendo de mi cuerpo, la cara que pondrán los demás invitados cuando me vean llegar ¿estará enojado mi amigo? Dejé que la ducha fría enjuagara esos pensamientos y refrescaran mi piel. Me vestí con calma, ordené el seccionar, respiré hondo y salí al jardín.
Todos seguían en el quincho. El asado ya estaba servido y varios platos vacíos o con restos se apilaban en la mesa central. La conversación nunca se detuvo, con copas de vino fueron incontables, caras de satisfechos, ebrios y drogados en los comensales dara como resultado un triunfo del asado. Alejandro se acercó, plato con trozos de carne y ensalada de papas en mano, me lo entregó con cubiertos y me guiñó el ojo. Nadie salía de su conversación, nadie parecía notar mi ausencia. Isidora y su padrastro me miraban sonrientes como si no me hubiesen visto recibiendo verga hace 30 minutos atrás. Miguel puso su brazo en mi hombro y me susurró al oído “No te preocupes, no alcanzaron a ver nada”, me dio un beso en la mejilla y se sentó junto a ellos. Pedro, de pie junto a la parilla, con los ojos fatigados, rojos y un dejo violeta oscuro en sus labios, me miraba con las manos en la cintura meneando su cabeza de un lado a otro, pero sin dejar de sonreír. Me acerqué y le dije “hola amiguita”, mientras comía un poco de ensalada de papas y fingía casualidad. “¿Qué te digo poh amiguita?”, rió con ganas y me abrazó “No sé si te conté, pero una vez tuve a travestis que se prostituyen en Valparaíso de visita ¡y ellos se portaron mejor que tu!”.
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dunklebar · 5 years ago
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Adivinene quién comenzó a escribir nuevamente 🖤
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dunklebar · 6 years ago
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El Traspaso
José se había prometido nunca más volver a trabajar un sábado, lo hizo durante los primeros 10 años de su vida laboral. Pero ahora era el Gerente de Administración y Finanzas en una nueva compañía y los horarios de CFO’s no son para mortales: sus cabezas funcionan en todo momento, 24/7, vacaciones y feriados. Seguro se vendrían más sábados de trabajo, pero éste sería especial: el gerente anterior le haría entrega de su cargo. Toda la semana trabajaron en dejar el hand-overde la gerencia, quedándose hasta tarde con todos en el área, de corrido y sin almorzar. El viernes en la mañana, los gerentes antiguo y nuevo, decidieron trabajar ese sábado para arreglar los últimos detalles, sin complicarse mayormente. José pensaba en el lado positivo: estaría sólo con Gabriel.
Gabriel era de esos hombres que encantan con su personalidad. Su forma de hablar, de sonreír con los ojos, su buena educación y sentido del humor, hacían que cualquiera se sintiera especial en su presencia, como le pasaba a José. Desde la primera entrevista que tuvo con él hasta ese sábado, el ángel de Gabriel lo había hecho sentir que toda la experiencia, por agotadora que fue, resultara gratificante.
José llegó primero, la oficina se encontraba desocupada así que aprovechó de sentarse en su nueva silla, de alto respaldo, cómodas reposeras para los brazos, aroma a cuero y gran capacidad de inclinación para admirar la majestuosa cordillera que se lucía en su ventanal. “Te queda bien la silla” dijo Gabriel apoyado en la entrada de la oficina, sorprendiéndolo y provocando que tambaleara en ella del susto. A pesar de ser sábado, ambos vestían trajes y corbatas, acordaron que sería un buen detalle tomarse una foto haciendo el cambio de mando para las noticias corporativas. Gabriel tomó asiento frente a él y bromeó simulando ser un pasante que llegaba a una entrevista de trabajo, rieron relajados en la compañía del otro.
José lo observó toda la semana: corpulento pero con panza, la que hacía tensar los botones de su camisa al sentarse y se le ajustaban en el pecho, brazos y espalda; peludo como un oso, con vellos que se le escapaban de los puños y por sobre la corbata; su barba tupida y brillante con manchones canosos, combinaban con el tono gris de su cabello. Trató de disimular la forma en que lo examinó toda esa semana, pero varias veces tuvo la impresión de que Gabriel también se le quedaba mirando, pero al verlo de vuelta siempre estaba leyendo un informe, buscando un taxi en la calle o mirando a otra persona que después saludaba. Pero ahora estaban los dos solos, probablemente no se verían fuera de un contexto como algún seminario o congreso, por ende, la ocasión era propicia para conversar más relajadamente y poder conocerlo un poco más.
¿Estás casado Gabriel?
Lo estuve, hace mucho tiempo – miró por la ventana – éramos muy jóvenes ¡estábamos en la U!
¡Ah! Fuiste precoz – con un dejo de picardía en su tono
¡Bastante!Lo mejor que obtuve de serlo fue mi hija.
¿Qué edad tiene?
La suficiente para dejar a que su viejo tenga más… libertades.
¿Libertades? – trató de no mirarlo a los ojos y de que su tono fuese lo más casual posible.
Poder salir los sábados en la noche, por ejemplo: no salía desde que mi ex me dijo que estaba embarazada hasta que la guatona chica cumplió 13, eso fue hace cinco años, ahora sólo quiere al papá para estudiar, llevarla al mall los sábados y después de la once me da un besito y me despacha... después de eso, papá sus fechorías” – rio picaronamente aflojando su corbata y moviendo su cuello, que de grueso impedía abotonar la camisa hasta arriba, estiró los brazos y el pecho, haciendo que éste sobresaliera increíblemente a los ojos de José y tomó una postura más cómoda.
José sentía mucha curiosidad, la confianza con la que le contaba sobre de su vida hacía que quisiera saber más pero ¿sería prudente actuar así o había un propósito para ello? Parecía casi obvio. “¿Qué tipo de fechorías haces?” le dijo mientras se soltaba la corbata y el primer botón de la camisa. Gabriel lo miró cerrando levemente los ojos, como si ya hubiese descifrado sus intenciones, se sentó derecho, juntó sus manos y las estiró en el escritorio “¿Esto significa que dentro de mis labores habrán tareas de carácter sexual?” dijo simulando un tono inocente mientras ladeaba su cabeza. José se sonrojó y rió nerviosamente. “¡Es broma!” y ambos rieron. Se mantuvieron el silencio mientras se miraban a los ojos hasta que el celular de Gabriel los sacó del momento. “Salvado por la campana” le dijo antes de ponerse de pie y salir hablando de la oficina. José se acaloró de los nervios, no sabía qué tanto se había expuesto, qué tan evidente había sido. Sin embargo, se detuvo en el actuar de Gabriel porque no reflejó sorpresa de que haber descubierto que él fuera gay, sino de que José descubrió su atracción por él.
Podía verlo por la pared de vidrio en su oficina que hablaba sin moverse de su lugar. La curiosidad de José seguía en aumento y lo hacía estar con la vista clavado en el oso mientras se preguntaba ¿es posible que fuera gay también? Le daba la espalda sin moverse hasta que de pronto, se da vuelta, mira a José y le guiña un ojo ¿sería gay? Y de ser así ¿qué clase de hombres le gustarían, estaría él entre ellos? JOSÉ también lucía barba, azabache y brillante como su cabello, cuerpo macizo pero delgado, con porte atlético; en su fuero era interno, era un cazador y osos como Gabriel eran su trofeo.
Siempre tuvo un trato muy afectivo con él, José pensaba que era cortesía profesional. No podía negar la atracción que sentía por él, una parte vibraba cada vez que Gabriel lo miraba al hablarle o cuando entraba a la oficina, impregnado a perfume que lo hacía pensar en su piel después de la ducha y la fragancia a madera cayendo despacio entre su pecho y los pelos que lo cubren.
Entró a la oficina mientras se despedía por el teléfono y cortaba la llamada. El Gerente General lo llamaba para decirle que le había enviado una checklistel cual debían completar y firmar para finiquitar el traspaso. Revisaron las preguntas durante dos horas y completaron cada respuesta. Discutieron sobre algunos temas, llegaron a ciertos consensos y terminaron exitosamente el formulario. Estaban conformes con el trabajo realizado y José confiaba que recibía una compañía en buena forma de parte de Gabriel. “Sólo queda imprimir y firmar” dijo José, presionando un botón del teclado que inició la sinfonía de engranes moviéndose y hojas apilándose, hasta que el histérico bip de la impresora y una luz roja en ella interrumpieron el concierto. José se puso de pie para revisar la impresora.
Papel atascado.
Ojalá te acostumbres, tiene una maña y había olvidado comentarte. – dijoGabriel al pararse de la silla y ubicándose junto a José.
Trató de abrir una de las bandejas de papel mientras José miraba la impresora por arriba. La bandeja se resistió hasta que cedió súbitamente, provocando que Gabriel perdiera el equilibrio y cayera sobre José, que lo detuvo afirmando sus brazos, quedando con su cara pegada a la espalda del oso. Se quedaron inmóviles y con el bip de la impresora interrumpiendo el silencio. José no soltaba los brazos concentrando toda sensación en las yemas de sus dedos, pasaron casi 30 segundos hasta Gabriel empujó hacia adentro la bandeja y el papel comenzó a salir nuevamente. José bajó sus manos sin moverse, Gabriel se dio vuelta y lo miró a los ojos como no lo había hecho antes. “Estás muy rico” le dijo. José no pestañeaba, sentía toda la sangre en su cara y un leve temblar en sus rodillas. Gabriel se acercó despacio hacía él, cerrando los ojos hasta hacer contacto con los labios inmóviles de José, que mantenía la vista fija, casi asustado. Podía sentir el olor de su cabello y la firmeza de sus labios, el bigote lo acariciaba suave y de a poco la lengua fue penetrando su boca, invadiéndolo. Tomó la corbata que colgaba del cuello del oso para acercarlo más, se besaron con intensidad y como si quisieran devorarse. Gabriel le abrazó la cintura levantándolo a su altura apoyándolo en su pecho. El aroma de José lo intoxicaba, la firmeza de su torso pegado al suyo, la calidez en su interior que provocaba sacarle la ropa y tocarle su piel, el sabor a café de la saliva que bañaba su lengua, la respiración que atravesaba su barba, todo hacía desearlo como la primera vez que estrechó su mano.
Gabriel retrocedió sin despegar sus labios y se dejó caer en su antigua silla, sus manos viajaron desde la cintura hasta la barba de José. Tocó su torso, sentía su pulso y respiración acelerados, lo presionó más a su cara devorándole la boca. Le dobló la cabeza con la mano y como un vampiro se fue al cuello, lamiéndolo, mordiéndolo intensamente, el sabor en su piel le pareció delicioso. José gimió, su piel se erizó, la ropa lo sofocaba, se sacó la chaqueta y se desabotonó la camisa. Gabriel deslizó sus manos bajo la tela, sentía las costillas del cazador hinchándose por la respiración, el calor en su piel, la suavidad del pelo de su pecho. Apretó sus tetillas suavemente, José se quitó la camisa, dejando la corbata puesta, y el oso lo abrazó de la cintura para acariciarle el pecho con su rostro, sentir la suavidad y olor de su piel, además de comerse sus tetillas sin poder saciarse de ellas. José lo apretaba fuerte contra su cuerpo, enredando sus dedos entre sus cabellos, sintiendo la caricia de su barba y sus dientes y lengua jugando en sus pezones.
José lo empujó hacia el respaldo de la silla y le besó el cuello. Le abrió la camisa para revelar el bosque de vellos negros y canosos que imaginó toda la semana, enterró su cara entre ellos sintiendo su suavidad y el perfume a madera que aún permanecía en él. Con sus manos juntó ambos pechos para que le apretasen la cara, como si quisiera sofocarse entre ellos. Bajó hasta su panza acariciando su cara con la alfombra que la cubría, la sujetó firme, agarró el cinturón y lo soltó, desabotonó el pantalón y bajó el cierre, quedó de frente al bulto que tenía un pequeño círculo en el bóxer formado por la humedad. Con la punta se su lengua tocó el círculo y con la boca se devoró el bulto. Gabriel pujaba dentro de la boca de José, hasta que bajó la pretina y tuvo la verga sólo para él. Lamió la cabeza causando la tensión en el cuerpo de Gabriel, la chupó con su boca, bajó por el tronco lentamente para que el oso sintiera la presión de sus labios en su carne. José se extasiaba al mamarlo, la verga en su mano estaba firme y se mojaba, el oso gruñía cuando se la tragaba entera, verlo a los ojos cuando la tomaba y la golpeaba con su lengua, restregándosela por la cara, le estaba dando placer y eso lo excitaba aún más.
Gabriel puso sus manos bajo las axilas de José y se levantaron juntos mientras se besaban, panza peluda y torso firme, vellos encadenándose al otro como el velcro. Gabriel se quitó la camisa y lo agarró de la corbata, le dio una vuelta a su puño y lo acercó con rudeza hacia su cuerpo, mirándolo con sus ojos entrecerrados. Las riendas de José estaban tensas y él disfrutaba en darle su control para el placer, sería la víctima y disfrutaría cada momento. Soltó el cinturón y bajó bóxers y pantalón juntos. Sus vergas se tocaban, se mojaban una a la otra. Agarraron la del otro y se masturbaron suavemente, mirándose a los ojos, sensibles al tacto de los dedos mojados del otro, jugando en el frenillo, desplazando el prepucio, tocando con el centro la palma el glande que ardía en deseo.
Gabriel agarró con ambas manos el culo mientras le besaba el cuello, sintió la firmeza otorgada por las subidas al San Cristóbal en bicicleta, colmando sus palmas en carne y pelos. Lo besó con pasión, anhelando estar dentro de él. Con uno de sus dedos tocó su ano que se contrajo al sentirlo. Escupió la yema de su índice y lo llevó al culo, José comenzaba a gemir suavemente en la medida que se dilataba a su tacto. El oso enterró sus manos en los glúteos y apegó el cuerpo de su amante al suyo. José sentía que era abrazado por un gigante y quería entregarse a él. Se dio vuelta y apoyó su espalda en el pecho de Gabriel, que lo abrazó lamiendo su oreja y cuello.
El oso comenzó a bajar desde la nuca, hinchando sus dientes en piel y músculos, jugando con su lengua en zigzag por el surco central que dividía la espalda triangular de José, hasta llegar a sus nalgas redondas, peludas, morenas y firmes. Arrodillado en el piso, amasó con fuerza la carne, las abrió y se sumergió entre ellas, el sabor de su culo era exquisito, la fragancia propia de él lo volvió loco, las mordió fuerte, lo escupió, lo penetraba con su lengua, parecía un león devorando su presa, embarrando su cara su propia saliva que estaba perfumada a José. Respiró profundo y entró fuerte para comer. José, apoyado con las manos en el escritorio, levantaba su cola resistiendo el ímpetu voraz de Gabriel, consumido por el morbo de la barba raspándole, los golpes a sus nalgas, la baba que lo humectaba y la lengua que llegaba cada vez más adentro.
Gabriel se puso de pie y con su verga entre las nalgas de José frotó rápidamente apretando sus nalgas con ganas de destrozarlo. Escupió en su mano abundante saliva y la esparció en movimientos circulares con su verga. La tenía durísima, caliente, hambrienta. José arqueó su espalda, dejándolo a la altura del glande de su amante invitándolo al placer. Comenzó a entrar lentamente, ocultando su espada en las carnes de su víctima, dándole vida con cada centímetro que desaparecía entre las curvas peludas de su culo. El placer aumentó de golpe hasta convertirse en dolor, agudo e insoportable. Se despegaron, José respiró en alivió pero en su cuerpo el hambre persistía. Gabriel bajó para meterle la lengua y escupirlo nuevamente. José gemía al sentir al oso como una babosa que bailaba en su ano, preparándolo. El oso se incorporó entrando más en él, afirmándose de su cadera, sintiendo la calidez interior, excitándose por la presión de tan delicioso culo.
José aguantó la respiración para dejar que la carne avanzara dentro de él hasta llenarlo, hasta que el dolor volvió al placer, hasta que la panza del oso se apoyó en su espalda invadiéndolo en todos sus sentidos. Lo tomó de los hombros ejerciendo presión con sus manos y su pelvis, comprimiéndolo, “Bien adentro” le dijo al oído y José no daba más, sentía que su culo se agrandaba con el bombeo de la sangre, ahogó un grito y presionó sus glúteos contra las piernas del oso que gozaba en su interior.
Gabriel se separó lentamente, José sintió alivio el que terminó cuando Gabriel volvió a embestirlo y sin poder restringir los alaridos de placer, sentía la verga dura y caliente soltando jugo dentro de él, lubricándolo, dándole más velocidad al entrar y cada vez más duro. Lo tenía de la cintura y lo nalgueaba cuando sentía el escalofrío de la sensibilidad en su glande al contacto de las carnes de José, que gemía con desenfreno, acalorado por el ritmo de Gabriel y su peso chocando contra él. Su piel erizada se mojaba con el sudor que caía del cuerpo del oso, agua perfumada por sus pelos.
Gabriel lo tomó del mentón, le abrió la boca y escupió dentro de ella, le metió la lengua y lo besó mordiendo su barbar y mentón, le tiró el cabello y aumentó la fuerza de sus embistes. José cerró los ojos dejando que su cuerpo se abriera para que el oso lo follara duro. Se mojaba, sentía como el jugo salía de su verga y quedaba sobre el escritorio, esparcido por él mismo cuando el oso lo cogía. Otra nalgada y los movimientos de Gabriel se hicieron más cortos e intensos, José apretó para sentir el pene del oso entrar con más fuerza, pasó su brazo frente al pecho para acercarlo a su cuerpo que estilaba sudor, le mordió la oreja, se la quería arrancar del éxtasis. Sentía como su verga se hacía más gruesa, como el culo de José lo apretaba para hacerlo acabar. Se vio en el reflejo de la ventana pegado al cazador y las cosquillas subieron desde las bolas, por el tronco, hasta la cabeza, liberando leche que hizo gritar a José. Gabriel tiritaba sin despegarse, arremetiendo contra el culo asegurándose que hasta la última gota, hasta que el último orgasmo saliera de su cuerpo y quedara dentro de su sucesor en la gerencia.
La verga salió aun erecta, un poco de leche se escurrió al piso. José sentía que le dolía todo, pero se dio vuelta para ver a Gabriel, transpirado entero, tratando de mantener los ojos abierto y respirando bocanadas de aire. Lo abrazó y apoyó su cabeza entre los pechos del oso, que aún trataba de retomar la respiración. La gravedad en é comenzó a hacer efecto, lo que tenía adentro comenzaba a moverse y se apuró para ir al baño.
José volvió a la oficina y Gabriel miraba su celular sin ponerse aún la camisa. Se veía muy bien, aún conservaba el brillo del sudor en su piel, el cabello lo tenía húmedo y desordenado y se había colgado la corbata al cuello, José tomó una foto mental de ese momento. No dudó en acercarse y darle un pequeño beso en los labios. “Estuvo muy rico” le dijo sin obtener una respuesta. El oso lo miró fijo como si no entendiera y asustándolo con su reacción, ante eso Gabriel sonrió, lo tomó de la cintura y lo acercó a su cuerpo  que aún olía a sexo, juntó su frente a la de su cazador: “Estuvo maravilloso… y espero que se repita”.El corazón de José se aceleró sin poder decir nada, sólo asintió.
La foto salió perfecta, el antiguo CFO entregaba el mando a un sonriente sucesor con la vista de Sanhattan de fondo en un soleado sábado de marzo.
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dunklebar · 7 years ago
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Natación
Sonó la campana y los varones del 8vo básico salieron de la piscina con la algarabía de una frenética manada, dejando lagunas en su camino hasta las duchas. No corrí con ellos y preferí permanecer sumergido, gozando la compañía del agua y sintiéndome pequeño en el gigante infinito azul de tranquilidad. Me impulsaba con los pies en las paredes y giraba sobre mi eje como un torpedo nuclear disparado de un submarino; nadaba a ras del piso imaginando que era una mantarraya, hasta tocar con mi panza la cerámica azulina de la piscina.
Lentamente ascendí y asomé mis ojos y orejas como un hipopótamo. Al despejarse el agua de las gafas, noté la silueta de mi profesor de gimnasia que me miraba a brazos cruzados. En ese entonces tenía casi cincuenta, robusto y atlético con vellos asomándose por el escote de su polo, melena como Burt Reynolds en sus años de zorro plateado, shorts azules, polerón amarillo y piel bronceada por todas las mañanas veraniegas de trote en la playa. Esperé un regaño de su parte al no estar cambiándome, pero su mirada estaba serena y su bigote grisáceo no estaba contraído como cuando me regañaba por no correr más rápido, tal vez era por verme disfrutar del único deporte en el que no tenía que insistirme con el silbato. Me comunicó que mi madre había llamado al colegio y se demoraría una hora en venir por mí, así que podía permanecer en el agua un tiempo más. Con un rápido gracias volví a jugar en la olímpica que tenía para mí solo.
Los ojos comenzaron a arderme y los dedos comenzaban a parecer gyosas al vapor. Era un viernes por la tarde y el edificio de la piscina estaba en completo silencio, salvo por el zumbido de los motores filtrando el agua de la piscina. El camarín estaba vacío pero se escuchaban las duchas corriendo, había alguien más. Con mucha calma me saqué la zunga, la estrujé, calcé las sandalias y con la toalla a la cintura caminé a las regaderas. Con sigilo abrí unos centímetros la puerta de la sala de duchas, sólo para que me permitiera espiar, y entre las nubes de vapor divisé la efigie de mi profesor de gimnasia lavando su cabello.
Su cuerpo, musculoso y definido, estaba cubierto en su torso por vellos grises que mojados se apegaba a su piel decorada con diásporas de jabón y burbujas. Con los ojos cerrados masajeaban su cabellera cubierta en espuma. Tomó una barra de jabón y la restregó por sus axilas, brazos y hombros, la llevó hasta su abdomen y pecho en movimientos circulares que dibujaban remolinos con sus pelos. Bajó con la barra por sus piernas hasta los pies, doblándose hasta tocar el piso, y al enderezarse tomó con una mano su verga y con la otra esparció el jabón por ella, estirando su cuero, echándolo para atrás para que el glande se atestara en espuma al igual que sus bolas. La limpieza le provocó una erección de la que sacó provecho para limpiarse el tronco y masturbarse levemente. Seguro sabía que lo estaba mirando ya que comenzó a golpearse el pene en la palma de su mano, como una policía con su bastón. Se dio media vuelta para quedar frente a la chorro de agua y enjuagarse del champú y jabón. Su espalda, a diferencia de tu pecho, carecía de vellos y abundaba en surcos por su musculatura, dándole forma triangular y por la que bajaban caudales de agua con vestigios de espuma. Sus manos entraron en su culo con agua y jabón, abriendo sus nalgas cuadradas y carnosas, dignas de profesor de gimnasia.
Me puse duro, mi corazón latía rápido y no quitaba la vista sobre el hombre cuarentón que acariciaba su cuerpo de atleta griego. Con mis dedos temblorosos sujeté el marco de aluminio de la puerta y entré. El ruido y mi presencia no causaron reacción alguna en él. Dejé la toalla en un gancho y me ubiqué a dos duchas de distancia. Sin mirarme y mientras enjuagaba su cabello, me pidió que me acercara y usara la ducha a su lado, su tono de voz asimilaba completa normalidad en la circunstancia. Con el corazón acelerado, caminé lentamente entre las regaderas hasta llegar a su lado. Me miró como si no fuese su alumno, el agua caía de su frente a su nariz y bigote salpicando mi cara que aún estaba seca. Su verga aún seguía dura, no la miraba pero sabía que estaba apuntando a mi pecho. Levantó una mano y echó para atrás la casquilla mojada que caía en su frente. ¿Qué quieres hacer? Bajé la mirada a su pene, doblé un poco mis rodillas y mi cara quedó a su altura, la sostuve con una mano, cerré los ojos y sentí como ese cuerpo duro entraba en mi boca. Él miró el cielo y cerró sus ojos en señal de placer. La carne no tenía sabor, salvo por el agua y la resequedad del jabón que aún quedaba en el, era abundante, firme y gruesa. Golpeaba su glande con mi paladar, sentía que me atoraba, me la sacaba de la boca, contorneaba la cabeza con mis labios y me la volvía a comer No sabía si lo que estaba haciendo estaba bien, pero sus gemidos se volvían más sonoros, así que succioné con más fuerza, la apreté con los dientes sin morderla y presioné duro su punta con mi lengua, como si quisiera entrar en su pene. Abrí grande para tomar aire y cubrírsela completa, él juntaba sus labios y emitía un delicado y profundo uffff, mientras yo me lo devoraba hasta chocar con mis amígdalas.
Dejé de sentirme pequeño a su lado. Saboreaba su verga y le estaba dando placer en la medida que yo también lo recibía. Aferrado a sus piernas, sus bolas mojadas se aplastaban en mi mentón y mi frente aplaudía con la piel bajo su ombligo. Miraba hacia arriba y me encontraba con sus ojos ¿habrá pensado en mi mirada y en cómo me veía mamándoselo, lo habrá excitado más? Toqué mi pene y seguía duro, empecé a corrérmelo como él lo estaba haciendo esperando que las cosquillas que sentía acabaran pronto.
Empezó a masturbarse con más fuerza mientras aún se la estaba mamando. Contrajo todos los músculos de su cuerpo, endureciéndolos e inflándolos. El agua rebotaba en su pecho como lluvia en el concreto y me moría de ganas de apretarle los pezones que se veían duros y apuntando firme al norte. Había perdido terreno a su mano y sólo me limitaba a lamer y tocar su cabeza con los labios. Sostuvo mi cara con sus manos y yo mantuve firme mi mandíbula para que follara más duro mi cabeza de 13 años. Él sabía que estaba gozando, le excitaba porque arrugaba más su frente y su cuerpo estaba tenso por el ansia de llenarme la boca de semen. Gruñó, retuvo un grito entre sus dientes y la leche recubrió mi lengua y paladar, formando una barrera viscosa y gruesa que causó mi primera arcada, rompiendo el arrullo de las duchas entre las nubes de vapor que vagaban por la cerámica blanca.
Escupí una parte y la otra bajó, saboreando lo único de él que llegó profundo en mí. Aún seguía erecto y él limpiaba su pene suavemente mientras miraba el mío. Su cuerpo, mojado y relajado después del orgasmo era perfecto, no dejaba de admirarlo. Dándose cuenta de mi admiración, flectó sus brazos inflando sus bíceps con los puños cerrados; apretó sus pezones estirando sus labios y entrecerrando sus ojos; hinchó su pecho, se dio media vuelta y volvió a flectar sus bíceps, todo como si estuviese en una competencia de fisicoculturismo. Se volvió y al ver que aún me estaba corriendo, sonrió. Tomó su toalla, se la colgó al cuello y salió de las duchas. Quedé solo en las duchas, con la mandíbula cansada pero con ganas de más. Me concentré en la sensación de su verga en mi boca y en su complexión de escultura romana y eyaculé sintiendo su sabor en mi lengua, dejando tres chorros de leche estrellados en la cerámica.
Guardé la ropa mojada en una bolsa dentro mi mochila y salí del edificio el cual seguía igual de silencioso. Corrí al estacionamiento para encontrar a mi madre conversando con mi profe. Ella sonrió al verme y preguntó cómo me había ido. ¡Mejor que nunca! Dijo él. Nos subimos al auto y desde la ventana agitaba la mano para hacerle saber que el próximo viernes lo volvería a ver.
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dunklebar · 7 years ago
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Lenguaje Universal
El portugués en un idioma hermoso aunque escrito es más fácil de entender que cuando se habla. Pero hablar se hace innecesario cuando tienes en frente a un osito de cara redonda y linda, barba corta, crespa y tupida, pelo en pecho grueso y brillante como el petróleo, culo carnoso, apretado y levantado. Will entró a la habitación de hotel, la saludó como un niño saluda al sol, y se volvió para desabotonar mi camisa ansioso como si fuera Navidad. Pasó sus manos por la alfombra en mi pecho dejando escapar un sonoro ¡woof!. Dijo un par de cosas en portugués al sentir los vellos entre sus dedos y me besó suave y letárgico, al principio; su barba se enredaba con la mía, sus labios gruesos cubrían mi boca, su lengua con sabor a agua de mar y aceite de coco bailaba entre mis dientes. Me miró con sus pequeños ojos azabaches, acarició la tímida chasquilla que descansa en mi frente sin decir nada, porque yo no entendería y porque cualquier esfuerzo en traducir arruinaría la ternura en su mirada.
El arrullo de las olas se sentía como un susurro en la noche. Will se quitó la polera y pegó su panza a mí, sentía su cuerpo acalorado por la testosterona de un hombre que desea a otro. Mis manos cruzaron su espalda bronceada, adornada con algunos vellos y pecas, hasta la abundancia y turgencia carioca de sus nalgas, marcadas suavemente por delgadas estrías, como huellas de serpiente en dunas desérticas. Lo desnudé sin dejar de besarlo: sus tetillas estaban duras y eran de color chocolate, la piel en sus costillas era suave y mis dedos no podían percibir imperfección alguna en ella, sus piernas gozaban de carne que se arrepollaba en su entrepierna decorando su verga que chocaba con la mía estirando un hilo entre ambas. Se estiró en la cama boca abajo y desnudo, parecía una isla volcánica en el Atlántico. Me sumergí entre sus montañas y comí de la delicia de su valle. Su fragancia aumentaba mi hambre y voracidad, como un salvaje que busca desmembrar las carnes de su presa. En la medida que me alimentaba, golpeaba sus nalgas dejando mis manos impresas en rojo. Will gemía y empujaba su culo contra mi cabeza, como si quisiera que yo viviera en su cuerpo.
Manteniendo la posición en cuatro, Will se dio vuelta y me besó, el aroma de su culo estaba impregnado en mi barba y ambos podíamos sentirlo, aumentando la intensidad de nuestros besos, esparciendo con los labios y lenguas su fragancia por mi cara. Me puse de pie y mi verga quedó frente a él, mojada y dura. Will la tomó con una mano, grabando para siempre la imagen de él en cuatro patas, mirándome deseoso antes de saborear mi pene atrapado en su mano, haciéndolo desaparecer dentro en sus fauces como si no hubiera un mañana. ¡Que deliciosa su lengua, que deliciosos sus labios fluminenses! Agarraba su pelo, presionaba su cabeza, se ahogaba, tomaba aire y continuaba, me aferré con ambas manos a su culo, lo abrí, lo azoté y él mamaba con más ganas.
Me recosté en la cama y Will se abalanzó sobre mí para comérmela fuerte mientras levantaba su culo, tentándome, excitándome. Mis yemas acariciaban su ano, estaba tibio y dilatado. Sus manos iban y venían al acariciar con intensidad mi panza, tiesa por el placer que corría por mi sangre. Abrió grande la boca y liberó mi pene . Quedamos mirándonos, "gostoso" dijo y sus manos descendieron desde mis hombros a mis brazos, "eres delicioso". Sonreímos y nos besamos con hambre.
Su cuerpo chocaban fuerte contra mí y yo embestía duro su culo que me hacía rebotar y entrar con más fuerza, Will gemía, enrollaba las sábanas en sus manos, arqueaba su espalda, apretaba su espalda, me miraba de reojo hasta que una gota le caía al ojo. El sonido de la playa en la noche era opacado por el aplaudir de nuestras piernas y gruñir de los osos.
El sudor tenía su cause desde la fuente en su nuca hasta la laguna que se formaba en su espalda baja y escurría por mis dedos que se enterraban en su cintura, empapándolos para saborear su exquisita salinidad. Se separó de mí, dio un salto a la cama y acostado en su espalda levantó sus piernas e invitándome entrar en su carnes. Estaba tibio y húmedo, dilatado pero me apretaba, los pelos y la transpiración formaron escamas en su panza, estiraba sus manos para agarrar mi cadera, para revolver mis vellos que estilaban agua y caían sobre él como lluvia en el Corcovado. Su verga estaba erecta y mojada, escupí mi palma y lo esparcí en movimiento circulares sobre su glande, sus gemidos se volvieron gritos. Lo seguí corriendo desde su base, Will gemía en ahogos, sudaba, recibía y se mojaba. Sus carnes se estrecharon, iba a acabar así que le solté primero la leche en su interior, abrió los ojos sosteniendo un grito que culminó en su eyaculación disparada hasta su cuello, su pecho, su ombligo y lo último que le estrujé entre su panza e ingle. Se veía hermoso: sudado y rojo, con manchas plateadas y espesas decorando su torso, llamando al aire para que entrara en él mientras me deleitaba de la cálida viscosidad en su interior. Me separé, bajé sus piernas con cuidado y caí sobre él, mezclando pelos, sudor y semen como amalgama de carne de osos.
"Você é ator pornô, certo? Você veio para fazer pornografia, certo?" No supe que me dijo, pero se escuchaba como un alago. Nos besamos mientras el aire caliente de la noche carioca perfumaba la habitación.
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dunklebar · 7 years ago
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Microcuento - Sauna
Se recostó en la cabina boca abajo y se quitó la toalla. Levantó el culo para abrir la invitación. Varios pasaron mirándolo pero no se sintieron tentados. El frío y los gemidos aledaños tensaban su carne y encendían su hambre. Una sombra cruzó el umbral dejando la puerta abierta, sólo distinguió su pene en perpendicular a su cuerpo. Al igual que a él, la sombra no buscaba conversación ni un nombre, sólo placer. Recibió la verga como regalo del cielo y como tiburones a la sangre, otras sombras llegaron al escuchar sus gemidos y lo rodearon, algunos se acercaban a su boca, otros acariciaban su piel erizada por la penetración, otros se masturbabab acabando sobre él, y otros sólo miraban desde afuera aquel sórdido espectáculo, excitándolo aún más en los toreos que estremecían su cuerpo. La sombra gruñó por última vez, las otras le siguieron y de a uno se retiraron de la cabina. Rodó sobre la colchoneta, estampando en su piel los charcos que se formaron en ella y se dirigió a las duchas, a su ropa, a su argolla y a su señora e hijos.
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dunklebar · 7 years ago
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Microcuento - Vergüenza
La luz comenzaba a bañar los cerros de Valparaíso, iluminando sus casas, llenándolas de color. Entre ellas, una sombra caminaba abatida y torpe, con una mano en la cabeza y el alma llena de culpa; el estrago de la resaca retumbándole y la fetidez a cigarro aferrada a él, como la mochila en su espalda.
La noche llegaba en relámpagos: la música, una mirada, besos con sabor a whiskey, la caminata a un lugar que no conocía, el cuerpo entrando en él con dolor y a carne viva ¡A CARNE VIVA! Apretó, retuvo con fuerza y tomó el primer bus que vio, para alejarse del puerto y de su vergüenza.
No aguantó más, algo escurría de él.
Se bajó en Viña, lejos de la bohemía que ahora le causaba dolor corporal, y una servicentro acudía a su rescate. Humillado y en la privacidad del oxidado baño, dejó caer el regalo que una noche de despecho lo hacía calcular el próximo exámen.
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dunklebar · 7 years ago
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Microcuento - Mi mejor amigo
Entró a la habitación mientras me quitaba el trajebaño. Las cortinas cerradas nos aislaban del caluroso verano que tenía a todos disfrutando la piscina. Me examinaba creyendo que desconocía de su presencia. Me di vuelta y sin sorprenderse me dijo "se te fue la panza, te ves muy bien". Tomé la toalla para cubrirme y al verlo, se había ido. El fue mi amante, luego mi mejor amigo.
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dunklebar · 7 years ago
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Una escala y un trío - Parte 2
Jorge y Daniel no hablaron de Manuel sino hasta el martes en la noche, después de hacer el amor. Se confesaron que durante todo el acto imaginaron que el joven estaba entre ellos. El miércoles hablaron de las impresiones que el muchacho había dejado en ellos, varonil, maduro, caliente, ubicado, fueron términos que ambos acuñaros. El jueves dieron con él en redes sociales y pusieron me gusta a todas sus fotos. El viernes, y a raíz de lo anterior, lo invitaron a almorzar y antes de sentarse a la mesa, follaron con la misma intensidad del sábado, esta vez en el living.
 Durante un mes, la rutina consistió en que Manuel llegaba al departamento los viernes: cenaba con sus tíos (como les decía con cariño) follaban, los ayudaba en las labores de la casa, follaban, iban de compras, follaban, veían películas, follaban, jugaban carioca hasta terminarlo y follaban. Los lunes en la mañana, cuando Manuel los dejaba, la pareja sentía su ausencia más allá de lo sexual. El joven los entretenía y llenaba un vacío que ambos ignoraban. No lo negaron y adminitieron la nostalgia que sentían durante los días que no estaban. Sin embargo, no llegaron a los 40 sin toparse con más de algún tercero que vio en ellos el beneficio de un techo y una cama donde anidarse, viviendo a expensas de entregar su cuerpo. Nunca les interesó adoptar a nadie, pero la idea de tener a Manuel todos los días no traía consigo sospechas, principalmente porque el joven se veía genuinamente interesado en ellos, más que en cualquier cosa, más que en su departamento y en el estilo de vida que tenían. Les hablaba de sus propios sueños y aspiraciones, viajar por el mundo, tener su propia casa (arrendaba con un amigo) y rechazaba cualquier atención que le trataron de hacer que, en sus palabras, no pudiesen disfrutar los tres: le quisieron regalar un celular que no tuviera la pantalla quebrada y se negó rotundamente; le regalaron un jockstrap y lo aceptó feliz. Era una verdadera bocanada de aire fresco la que traía el muchacho, se decían entre ellos, sin desmerecer el amor y la vida que han formado.
 Marzo había llegado a la capital con sus automovilistas fanáticos de la bocina y sus escolares con cabellos de colores más diversos. Jorge y Daniel ignoraban la neurosis de la ciudad desde su hogar, el cual tomaba colores distintos los viernes, pero un ensombrecido Manuel había reemplazado al niño que se abalanzaba sobre sus tíos el segundo que se abría la puerta. Les contó que su jefe, el director de un colegio opus dei, había dado con su Instagram y, explicado que sus fotos en ropa interior constituían un comportamiento poco apropiado para un profesor de básica, lo despidió. Venía de hablar con su roommate para decirle que dejaría el departamento, el costo era elevado porque estaba cerca del colegio, y en vista que ya había empezado el año escolar y que no podría dejar de referencia el lugar donde trabajó por cinco años, prefirió cortar por los sano. Ellos lo escucharon atentos, tratando de identificar en su lenguaje corporal alguna señal que dejase en evidencia las intenciones de convertirse en su hijo adoptivo, como a tantos otros que les contaron historias igual de desafortunadas para luego pedirles alguna ayuda. Pero Manuel terminó de hablar y haciendo de cuentas que no había pasado nada, preguntó qué iban a comer. Jorge y Daniel permanecieron en silencio por unos segundos, le preguntaron qué iba a hacer y les respondió que irse a Talca, a la casa de su madre, hasta encontrar trabajo. No se resistieron a ayudar a quien les había brindado tanta felicidad y los hacía sentir tan cómodos. No fue un arrebato de un par de viejos calientes, sino un acto de querer agrandar su familia brindándole más amor.
 Pasaron todo el sábado trayendo las cosas y arreglando la pieza de invitados para convertirla en el dormitorio de Manuel. Celebraron follándose mutuamente todo el día domingo en la cama de plaza y media del joven. Conversaron sobre los acuerdo de convivencia y, a pesar de que Jorge y Daniel no le impidieron salir con otros hombres, Manuel dijo que sólo quería estar con ellos. Se abrazaron y durmieron apretados sin sentirse incómodos. Al cabo de un mes, Manuel encontró trabajo en otro colegio. La pareja estaba contenta pues tenían en su vida un hombre hermoso, dispuesto a ayudarlos, a darles placer y a hacerlos feliz. Ellos siguieron sin que la presencia de Manuel alterase su relación, inclusive hacían el amor cuando él no estaba. Lo consideraban en asuntos domésticos y lo llevaban a todos lados, presentándolo como un amigo, pero aquellos más cercanos a la pareja sabía la nueva naturaleza de la relación.
 Llegó el invierno a Santiago y el trío estaban en perfecto aislamiento. Daniel no tocaba el piano desde hace tres años, principalmente porque Jorge ya no lo acompañaba y tenía intereses que lo llevaban a otros recodos en la casa. Sus dedos se deslizaban en las teclas como si fuesen las piernas de un grácil patinador en hielo. La melodía brotaba armónica por la madera, sin equivocaciones o pausas en la tonada, como si nunca hubiese dejado de tocar. Jorge, desnudo y con una copa de vino en su mano, miraba desde el sofá  el cuerpo desnudo de Daniel, robusto y sereno, sus amplias manos se movían parsimoniosamente, acariciando el costado del animal musical que en su goce gemía una hermosa balada. Manuel, a su lado y sin ropa, contemplaba atento cada movimiento en las falanges de Daniel. Jorge miraba como sus piernas estaban pegadas y como el codo de Daniel acariciaba el pecho y el torso de Manuel. Jorge podía sentir ese suave roce entre ambas pieles, pues conocía muy bien la textura de ambos. Quería verlos besarse, quería que Daniel tomara a Manuel y lo follara duro, apoyándose en el piano, mientras que sus embestidas provocaran que el rugbista golpeara el teclado, mezclando sus gritos y gemidos entre graves notas musicales. Despertó de su sueño, húmedo, y sus maridos seguían ahí, desnudos uno al lado del otro, rodeados por la atmósfera de la tonada que Daniel les regalaba a ambos.
 La primavera comenzaba a estrenar sus colores a fines de septiembre. Los días se hacían más largos y la vestimenta de la población era más estival. Era octubre y faltaban pocos días para el cumpleaños de Manuel. Jorge y Daniel lo acosaron en preguntas acerca de cómo quería celebrarlo y qué quería de regalo, a lo que respondió, “follarme rico a los dos y una pizza con cervezas en casa, los tres”. Les pareció razonable y muy propio de él, pero se rehusaron a no hacerle un regalo. Tomaron en cuenta que Manuel una vez por semana va donde su mejor amigo a jugar Play, o algo parecido. Le regalarían uno.
 La pareja caminaba por el mall, tomados de las manos y con el regalo de Manuel hermosamente envuelto y en una bolsa. Daniel lo llevaba en su mano y lo miraba sonriente. Por primera vez le expresó a Jorge que desde hace un tiempo no podía evitar sentirse paternal con Manuel, lo cual no restaba el deseo sexual que lo invadía al verlo desnudo, y que cosas como hacerle un merecido regalo, lo hacían feliz y sentía que eran una verdadera familia. Jorge percibía eso y culpaba al reloj biológico de su pareja, quien desechó la idea de tener hijos al segundo año de pololeo, pero nunca lo vio muy convencido. Daniel levantó la mirada y vio en la vitrina de una tienda de ropa deportiva, una chaqueta color rojo igual a la que ellos tenían en azul y verde. Se acercaron al vitral y Jorge  imaginó en el maniquí la cara de Manuel vistiendo la chaqueta, visión que se mezcló con el reflejo de la cara de Daniel en el vidrio, ambos rostros se conjugaron y eran idénticos, diferenciados sólo por el paso de los años. Jorge soltó la mano de su pareja y le dijo que tenía que ir al baño. Al alejarse se dio vuelta y vio a Daniel, frente a su reflejo que era Manuel.
 La celebración tenía todo lo que Manuel quiso, los tres comiendo pizza y bebiendo cerveza. Los regalos lo abrumaron hasta las lágrimas. Jorge trataba de sonreír disimulando la duda que nublaba su mente pero que le había abierto los ojos. El parecido no era obvio, pero ahí estaba: su pareja y su amante sentados uno frente del otro, como quien se ve en el reflejo del agua. No quería pensarlo p con en su cabeza con ganas de gritarlo, agarrarse la cabeza y echarse al suelo.
 Los miró como tantas veces, desnudos, acostados en la cama, abrazados y besándose, mordiéndo sus pieles. La misma escena, que antes hacía imposible que se mantuviera fuera de ella, ahora le daba asco. Todo este tiempo, todo este tiempo, seguía repitiéndose en su cabeza. Daniel mordía como un vampiro a Manuel, quien se retorcía en sus brazos de placer. Una mano la colmaba la carne de sus nalgas y con sus dedos le abría el culo; con la otra le apretaba el brazo sin poder hundir sus yemas en los bíceps. Podía ver la verga de Manuel dura y presionada entre el torso de ambos, asomando una brillante perla trasparente que se convirtió en un hilo de plata al contacto con la piel de Daniel. El joven miró a Jorge de pie frente a ellos, su mirada decadente y calentona, y entre gemidos le dijo “Tráeme tú verga, papito”. El pene de Jorge se erectó, apuntando a la boca de Manuel, y con la mente en blanco, se fundió con el cuerpo que sus amantes formaban.
 La mañana siguiente estaba gris. Uno de esos días que el invierno dejó de sobra donde el viento norte recuperaba bríos. Daniel se fue más temprano que de costumbre a su oficina. Jorge tomaba café pensando en qué haría y en cómo lidiar con las consecuencias, reprochándose lo mucho que él quería que Manuel llegase a su relación, sintiéndose más culpable aún. Daniel no se lo perdonaría y él no tendría cómo alegar inocencia ya que otro se hubiese dado cuenta de inmediato: el trato que le tenía, la forma en que dormían, la alergia a las frutillas, como se peinan y como gruñen cuando acaban dentro de él. Sentía que el racconto del año pasaba frente a sus ojos y cada mes que retrocedía, se enterrando más en su tazón.
 Manuel apareció en el living, su piel blanca lo hacía ver cómo una estatua de mármol en un museo gris y sin visitas. Jorge lo miró desde el comedor sin poder ocultar sus emociones, su desaprobación ante la presencia del joven. Sus cejas gruesas parecían ser una sola y su mirada era dura y castigadora. Ya habían tenido momentos así, travesuras del joven que habían tenido alguna consecuencia: una ensaladera rota, la pata del sofá rota, su camisa recién comprada manchada con salsa. Jorge siempre lo descubría y Manuel se daba por atrapado. Pero esta vez era distinto, había odio en su mirada, como si fuera un intruso irrumpiendo en su casa. Él bajó la vista, había sido descubierto y conocía de su pecado, tampoco tenía excusa. Jorge miró le ventana, no sabía qué decir o qué hacer, no quería que estuviera ahí, pero tampoco lo quería afuera. Quería golpearlo y llorar aferrado a su pecho. Se tapó la boca con una mano y cerró los ojos. Cuando lo abrió, ya estaba solo.
 Al cabo de unos minutos, Manuel apareció vestido y con la misma mochila que, aquella tarde de sábado, entraba a la vida de Jorge y Daniel entre besos y fanfarrias. Caminó hacia la puerta con ganas de acercase y besarlo, pero miedo de que lo rechazara. Sostuvo el pomo de la puerta, miró a su tío y dijo “Quería conocerlo y terminé enamorándome de los dos”. Abrió la puerta y con el aullido del viento y el golpe de la puerta, el joven desapareció. El departamento quedó en silencio, pero no la cabeza de Jorge que buscaba alguna respuesta para darle a su pareja.
 Daniel cruzó la puerta y se topó con la mirada triste de Jorge. Antes de decirle hola sonó su teléfono: “Mi nombre es Ramiro Collao y estoy llamando de la clínica Indisa. Esta mañana atropellaron a un adulto de 26 años llamado...”. El celular se desprendió de Daniel y cuando cayó al piso ambos pudieron escuchar “muerto”.
 Nunca conocieron a nadie de la familia de Manuel, para ellos él nunca dejó el departamento de su amigo. Jorge y Daniel entraron a la iglesia en sigilo, como sombras deslizándose entre santos de yeso y vitrales de colores. Daniel estaba destruido y luchaba por no llorar a gritos. Jorge le apretaba la espalda con fuerza y le besaba la sien. Los sollozos de Daniel comenzaron a hacer eco en mitad de la liturgia. Jorge sacó de su chaqueta un Rize y se lo dio a su pareja. Le besó la mejilla y le dijo “váyase al auto, esto no le hace bien y él no quiere verte así”. Daniel asintió y se retiró. Hablaron amigos y colegas, todos destrozados porque la vida les había quitado un líder, un guerrero, un compañero de armas. Jorge quería hablar y contarles sobre el verdadero Manuel, el que pocos conocieron, el ángel que llegó a sus vidas llenándolas de alegría, para luego quitárselas con dolor, agudo dolor. Una señora de pelo rubio tomó la palabra desde el púlpito. Era igual a Manuel: sus ojos, su forma de torcer el labio al hablar, el tono de piel, pero Jorge ya había la había visto antes, en un álbum de fotos: Daniel en su graduación y del brazo con una niña, ambos de 17 años, igual a la señora que trataba de hilar oraciones, entre sus llantos y el desgarro de haber perdido a su único hijo.
 El cajón iba sobre tíos, primos y amigos. Todos subieron a Manuel a la carroza para comenzar su último paseo por este mundo. La madre iba acompañada de otras mujeres, llorando desconsolada, apoyada en ellas. Jorge no se atrevió a acercarse y vio, desde la puerta de la iglesia, como Daniel dormía en el asiento del copiloto. “Nosotros también te amamos” dijo antes que cerraran la puerta de la maleta. El cortejo se dirigió al cementerio mientras que un solitario automóvil volvía apesadumbrado a Santiago.
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dunklebar · 7 years ago
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Una escala y un trío - Parte 1
Jorge y Daniel se conocieron cuando tenían 32 y 30, hace 14 años. Luego de vivir sus veintes marcados por relaciones que nunca llegaron a puerto, hombres tóxicos y cuánto naufragio tuvieron en la búsqueda de uno mismo, los ríos de sus vidas confluyeron a un océano enorme y maravilloso. Enfrentaron las mareas y los azares de la vida en los treinta; tuvieron años arduos y de escasez, como los tuvieron de alegría y abundancia. Nunca se rindieron y le hicieron frente a cada bola curva que les tiró el destino, tomados de las manos y mirando siempre al futuro. Se apoyaron en locuras y caprichos, celebrando cada logro de uno por el otro.
Se prometieron fidelidad, pero pronto se dieron cuenta que luchaban contra una fuerza superior. Comprendieron que el mundo y las relaciones había cambiado, vieron como todas las parejas que los rodeaban vivían en engaños consecutivos o terminaban en divorcio a causa de los mismos. Probaron abrir las puertas de su casa y compartieron la intimidad de sus sábanas con cuerpos que les brindaron placer, reforzando la idea que juntos eran una potencia mayor que todos aquellos que sólo buscaban socavar la perfección de lo que habían construido.
Se compraron un departamento en la calle Merced, frente al parque forestal. El lugar aún conservaba impecable su piso de parquet y sus muros se elevaban muy por sobre sus cabezas, y de cualquiera que los visitaba, generando un amplio espacio para respirar en pleno centro de Santiago. Un piano vertical negro, muebles color gris oscuro y plantas de interior adornaban el living, mientras un modesto comedor de madera blanca servía de anfitrión para las enjundias con que deleitaban a sus amigos. En la habitación de los dueños de casa imperaba una cama king cubierta de ropa blanca y una ventana, con un pequeño balcón de medio metro y baranda de fierro forjado, que tenía vista al muro ciego del edificio contiguo, brindándoles completa privacidad.
Una tibia noche, a fines de enero, salieron del confort de su departamento en dirección al cumpleaños de un amigo que celebraba su entrada a los 40 en Fausto. Habían pasado al menos seis años desde que ambos no ponían un pie en aquella discoteca y luego de mucho cuestionamiento, y un par de discusiones, se predispusieron pasar una noche como las que tuvieron cuando a penas se conocían.
Todos los ambientes del club estaban repletos y en cada uno de ellos se toparon con amigos que no veían hace mucho tiempo. Entre reencuentros, risas y conversaciones a toda voz, por sobre la estridencia del lugar, se sintieron felices y bailaron eufóricos, cantando y apenas coreografeando antiguos pasos de baile entre las multitudes que atestaban e incineraban las pistas de baile.
Alrededor de las 4 de la mañana, Daniel esperaba que Jorge se fumara su último cigarro, entre ebrios que buscaban llevarse alguna cara linda con quien despertar, grupos de colas que miraban disimuladamente a otro grupo rival, las típicas musculosas que se paran solas esperando que alguien las vaya a saludar, porque ellas son muy ricas como acercarse a alguien, y el cumpleañero, al lado de la pareja, que parecía estar buceando en la boca de su pololo de turno. Cuando finalmente se despegó de su acompañante, levantó la vista y le hizo señas a alguien para que se acercara. Un joven de veintitantos lo abrazó deseándole felicidades, su amigo lo presentó como Manuel y estrechó energéticamente la mano de los cuarentones que lo miraban sorprendido.
Manuel tenía 25 años, jugaba rugby y su cuerpo parecía esculpido por los dioses, vestía una polera roja que se ajustaba a cada bloque de músculos que adornaban su anatomía de figura de acción. Shorts blancos se afirmaban a su cintura sin la necesidad de una correa y cuando levantaba sus brazos, los senderos de sus oblicuos eran visibles para quienes lo miraban de lejos en el sector de fumadores.
El joven demostró sentido del humor al referirse al entorno en que estaban. Jorge y Daniel reían de sus bromas, maravillados por su belleza romana, su desplante varonil al hablar, el tono de voz grave que les provocaba un ligero tambaleo de rodillas y una aparente madurez al hablar, impropia a su edad.
Se apagaron las colillas, se dejaron vasos vacíos de lado y todo el grupo retornó a la pista de baile. Se abrieron paso entre miradas y codazos hasta ubicar un claro entre la efervescencia. Jorge y Daniel quedaron frente a frente y Manuel se ubicó entre ellos. Intercambiaban miradas y risas, hacían coro de las canciones que conocían y bailaban con la comodidad de una antigua amistad. La idea de secuestrar al joven era tentativa y los calentaba, así como los movimientos que Manuel derrochaba en su baile, tocando su abdomen, levantando los brazos, agitando su cadera. Daniel, aprovechando que Manuel miraba al Dj, le guiñó un ojo a Jorge y se retiró de la pista. Al notar su ausencia, el rugbista le preguntó a dónde había ido y Jorge le respondió “está en la salida esperándonos, para que los tres nos vayamos a nuestra casa”. Manuel entornó los ojos en señal de sorpresa, pues pensó que serían menos directo, pero era lo que quería así que respondió ok. 
Daniel lo invitó a ponerse cómodo y le ofreció algo para beber, mientras el joven entretenía su vista en la decoración del departamento. Jorge se sentó en el sofá y Manuel lo imitó. Esperaron en cómodo silencio hasta que Daniel llegó con bebidas y se ubicó en el sillón contiguo al diván, dejando al invitado preso entre los cuarentones. Jorge le pidió que les contara algo de él, a lo que respondió con una sonrisa, se puso de pié y se quitó la polera. La pareja admiró sonriente la perfecta complexión de Manuel y la armonía de su abundante masa muscular. Preguntó dónde estaba la cama. Jorge se puso de pie y enfiló al dormitorio. Daniel se quedó sentado viendo a su marido llevarse al joven, que entraba a su habitación como un novillo entra al matadero.
Las manos de Jorge se deslizaban por la espalda de Manuel y arrastraban a su paso la humedad que brotaba en diásporas de brillante transpiración. Daniel disfrutaba ver la cara de goce de su marido al sentir como su pelvis chocaba con el culo del joven, quien arqueaba su espalda entregándole un apoyo para sus manos con sus nalgas. Los dedos de Jorge apenas se enterraban en la firmeza de las carnes del rugbista, quien se veía bloqueado en sus gemidos de placer y dolor por la verga de Daniel, que la tenía agarrada con una mano y con el bíceps flectado. Daniel le aferraba firme la nuca y le apretaba el brazo con la otra mano, apenas cubriéndolo, excitándose por el contacto de su piel mojada. El culo de Manuel se mostraba frente a la panza como un pálido corazón, en contraste a la piel morena de su pareja y las embestidas causaban terremotos en la espalda del joven, empujando su garganta a las carnes de Daniel. Jorge gruñó y gritó, afirmado con sus manos a la cadera de Manuel, que presionaba sus nalgas para sacarle y gozar hasta la última gota. Daniel se despegó de la boca de Manuel y se ubicó al lado de su pareja, lo besó intensamente mientras recuperaba la respiración y trataba de abrir los ojos entre los ríos de sudor que caían por su enardecida cara. Cayó de espaldas al lado de Manuel, que aún guardaba su posición sobre la cama, y lo besó agradecido de tanto placer. Daniel entró en el joven y comenzó a arremeter, no duraría mucho pues estaba ardiendo y creía poder sentir la leche de su marido lubricando su sexo. Manuel levantó tu pecho mojado en señal de éxtasis, apoyando sus brazos que parecían columnas de músculos, gimiendo al sentir que Jorge pellizcaba sus pezones y Daniel usaba su cuerpo, hasta que éste sintió una dolorosa cosquilla en su glande y el disparo de la leche en la anatomía de su amante. Manuel se levantó en la cama y se dejó caer boca arriba, su verga, gruesa, roja y venosa, se alzaba como tótem y los cuarentones acudieron a ellas con sus bocas hambrientas. Sus labios y lengua chocaban mientras chupaban el falo jugoso de Manuel. Cuando uno la tenía completa dentro de su boca, el otro le lamía las bolas y ambos recorrían con sus manos cada músculo en el cuerpo del joven, que disfrutaba pleno con la cabeza enterrada en la cama y los ojos cerrados. Apretó los dientes y expulsó a borbotones la leche que aterrizó en las barbas de Jorge y Daniel. Lo besaron manchándole la cara, mezclando en sus lenguas el sabor del sudor y el semen.
Jorge despertó a la mañana siguiente, solo y enredado en la ropa de cama que la noche anterior había sido testigo de una batalla donde todos salieron ganadores. Las voces de Daniel y Manuel se colaban desde la cocina. Cuando llegó allá, Manuel se cubría sólo con un delantal de cocina y revolvía huevos en una sartén. Daniel, sentado a la mesa, lo miraba sin notar que su pareja había llegado y con un buenos días lo sacó del transe en que lo tenía el pecho de Manuel, que rebosaba por sobre la pechera del mandil. Café caliente, pan y frutas frescas ocupaban la mesa del desayuno, decorada al medio con un jarroncito, que no parecía reconocer, y un margarita rosada. El joven presentó el sartén con huevos con orgullo y luego de un disfruten, tomó asiento. Daniel explicó que Manuel se había levantado temprano y les quería dar esta sorpresa. Jorge tenía sus reservas, aunque sí recordaba que no había nada en el refrigerador para hacer desayuno, y le extrañaba lo cautivado que se mostraba su pareja, sin embargo, hace tiempo que no lo veía así de sonriente una mañana, los besó a ambos en la boca y tomó asiento. No pudo negar que todo estaba delicioso y agradeció el gesto de Manuel, quien se mostró satisfecho de su obra.
La mayoría de las veces, cuando Jorge y Daniel invitaban a terceros (y cuartos) a su cama, nunca tomaban desayuno con ellos, inventaban algún quehacer para quedar solos y lavaban toda la ropa de cama. Todo era distinto: el desayuno estaba delicioso, la conversación con Manuel los tuvo sentados a la mesa dos horas después de haber terminado, sin que se dieran cuenta del paso del tiempo, y una vez concluidos, volvieron a la cama.
La piel lechosa del joven mantenía el aroma del sexo de la noche y a la luz de la mañana los vellos colorines que cubrían su cuerpo le daban un resplandor mesiánico. Los tres cuerpos se entrelazaban en besos, caricias y el hambre voraz que se tenían. Afuera se escuchaban los sonidos de la ciudad que despertaba un sábado de verano y adentro, los gemidos de Daniel hacían eco por todo el departamento, mientras recibía la verga de Manuel. Jorge lo besaba, caliente al ver el pene erecto de su pareja dando brincos sobre el torso de quién lo embestía, sosteniéndole las pantorrillas en el aire, chocando con sus muslos al compás del ritmo sus carnes. La espalda de Manuel era una maravilla, llena de músculos que comenzaban a la altura de sus orejas y se conectaban con sus omóplatos, hasta descender por la curva de sus caderas que se ampliaba a la redondez de sus nalgas. Jorge acercó piel morena y pelaje gris a Manuel, empapándose de su transpiración, absorbiendo cada gota de agua. Lo tomó de los brazos, de los mismos que tenía aferrado a Daniel mientras lo penetraba, presionando con sus dedos en la carne de acero del rugbista y buscó sus labios. Giró su cara para besar a Jorge, él no despegaba los ojos de su pareja que gemía y refunfuñaba al sentir la verga del veinteañero invadiendo su cuerpo en dolor y placer. Jorge sentía los orgasmos de Daniel, sentía el calor de Manuel y se acopló a su movimiento, abrió sus nalgas e introdujo su verga en el joven. Los tres estaban conectados y en perfecta alineación, como una escala de naipes: Daniel sentía como la fuerza que lo follaba se había duplicado y abría cada vez más su cuerpo para que entraran los dos; Manuel se confundía en qué placer era más fuerte y se sentía abrumado entre los cuerpos de los cuarentones; y Jorge abrazaba el abdomen de Manuel, acariciando su firmeza y las masturbando a su pareja. Los gemidos de los tres resonaban en el departamento, el sonido se colaba por las ventanas y la puerta, escandalizando a más de algún vecino. El calor, el sudor, el placer y el dolor se mezclaron en los tres como si estuvieran en un sólo cuerpo. Daniel apretó el culo, reteniendo la verga de Manuel y eyaculó fuerte, disparando leche entre los pectorales del joven y su propio cuerpo. Manuel acabó a agritos y dentro de Daniel, sintiendo que lo llenaba. Jorge tumbó a Manuel encima de su pareja, apoyó su mano en su espalda y acabó tan fuerte que el semen rebalsó su culo. Nadie se besó, nadie se limpió. Los tres amantes buscaban oxígeno mirando hacia el cielo, incrédulos de ser merecedores de tanto placer y consciente de que algo había cambiado.
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dunklebar · 7 years ago
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120 Best Gay Themed Movies (1974–2017)
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dunklebar · 7 years ago
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Microcuento: Laberintos
En la oscuridad, y gracias a la humedad del vapor, todos parecíamos sombras hechas de onix y deseo. En andar y andar alguien se tocaba, alguien gemía, alguien mamaba. Cuerpos sin cara, caricias sin dueño, el placer para todos. En el laberinto el morbo se respira y la carne es generosa, recibe la mía, aguántala y gózala, porque fuera de las sábanas es más sabrosa.
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dunklebar · 8 years ago
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Frutos caribeños
La puerta se abrió y adentro un morenazo de fornidos brazos sujetaba con firmeza el volante como si fueran los bríos de un corcel. Un grave y meloso acento venezolano preguntaba por mi nombre y, pensando en que me pedía pololeo, le respondí que sí. Cerré la puerta del auto y comenzamos el viaje.
“¿Cuánto tiempo llevas aquí?” es siempre una buena forma de ligarse a un extranjero y la soledad de la inmigración los vuelve ansiosos de relatar sus historias. No había anillo ni fotos en su celular con alguna novia que dejó en su trágica y hermosa Venezuela.
Le comenté de mis visitas a su tierra y de lo deliciosa de su comida. Le  declaré mi amor por la cachapa y el queso guayanés, palabras que parecíeron arrancarle felicidad de su nostalgia. Sus dientes le brillaban como perlas de río entre sus labios caribeños y su pequeña nariz caféconleche se expandía como si buscara el aroma de aquellas frutas y verduras en el viento santiaguino que entraba por la ventana.
De pronto, el edificio donde vivía interrumpió la conversación con mi piloto. Salí del trance en que me tenía cautivo su voz y su mirada, que evocaban suaves mareas al atardecer y el murmullo al viento de chascones árboles de plátanos. No me bajé y lo quedé mirando, buscando la forma de retenerlo. Sus ojos amables reposaban en la hermosa jungla de sus facciones latinas y su figura de animal selvático me impedía quitarle los ojos de encima. Antes que le dijera algo, él apagó el motor. El espacio que nos cubría quedó en penumbra, ya era ‪de noche‬ y nada se movía afuera. Nuestros ojos se buscaban en la muda oscuridad que nos rodeaba. Quiero tenerte, quiero sentirte.
Sus labios envolvían mi boca como masa de buñuelos y su lengua bailaba como dulce de lechosa. El sudor de su pecho brillaba almibarezco y caía denso por su barriga hasta su verga, cuya mira apuntaba amenzante a mi cara. La humedad de su espalda se escurría por mis dedos, ansiosos de penetrar en la abundancia carnosa de su culo, duro como pulpa de melocotón. El amor del venezolano era intenso y profundo, sin vacilaciones al mamarme, sin miedos ni complejos, casi agradecido. Sus carnes se abrían a mi paso y me dejaban saborear el dulce gozo de sus orgasmos. Levanté mi torso y enterré la cara entre sus pechos exudados en caramelo, intoxicado por el aroma de un país guardado bajo su piel canela. Lo abracé con fuerza y su calor me invadió, el calor de un sol inclemente sobre un paraíso revolucionario, el calor de una soledad puesta a su fin por un pasajero igual de solitario que él.
Me empujó, apretó su culo y con un grito ahogado liberó un perfumado chorro de leche que chocó con mi mentón, luego otro y otro hasta formar una laguna plateada en mi panza. Me quedé mirándolo mientras su cara se descomprimía entre caudales que bajaban por su sien. Me miró sonriente y con ternura, ternura que desapareció cuando lo embestí levantando mi cadera por sobre la cama. Su cuerpo rebotaba gozoso sobre mi y podía sentir como el sabor de sus entrañas pedía mi éxtasis a gritos. Estiró sus manos y aterrizó en mi pecho, apretándo y estrujándolos entre los vellos y el sudor. Su cintura aceleró los engranajes de la máquina de placer que nos habíamos convertido. Ahogué un grito, me besó en la boca y mordió mi labio sitiendo como la viscosidad empañaba de blaco su interior.
Sus gotas de sudor caían mientras nuestra respiración recuperaba su ritmo. El venezolano se acurrucó a mi lado y me cubrió con su brazo, inhalando el perfume de nuestras pieles, buscando anidarse en el centro de mi pecho. Lo abracé fuerte y le besé el cabello, nos quedamos en silencio alargando la intimidad del momento lo más posible, conscientes que la soledad nos había impulsado a este momento, más que el deseo carnal. Y entre el calor de las sábanas nos volvimos uno.
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dunklebar · 8 years ago
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Microcuento: Subway
Lo conocí en el Metro, tenía 20 años menos que yo. Vestía sudadera y shorts blancos, venía del gimnasio. La ropa se le apegaba a su abultado físico. Entró a mi vagón, clavó su mirada en mí y se afirmó del mismo fierro del que yo me asía. Me miraba en forma intensa, como si quisiera morderse los labios. Me recorrió el cuerpo con su ojos. De pronto el vagón se llenó de gente y, escondido en la multitud, dejé caer mi mano dentro de su shorts. Avanzamos un par de estaciones y mis dedos morbosos jugaban con sus bolas y su verga, la que logré poner dura. En mi fuero saboreaba el tenerla en la boca, él no me miraba para lograr disimulo. En la tercera estación me sacó la mano, me guiñó un ojo y se bajó sin mirar hacia atrás. Me devolví a la oficina con el olor de su verga entre mis dedos. Lo volvería a ver.
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