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Valeria NOIR
Ciudad de luces infinitas. Noche tras noche. Siempre el mismo reflejo.
Valeria se miraba en el espejo, como cada noche antes de salir. No por vanidad, sino porque era la única forma en que sabía si seguía allí. Su rostro, pulido por la rutina del maquillaje, parecía decirle: "Sigue siendo tú, aunque nadie lo sepa."
Bajo la piel perfecta y el vestido negro brillante, había grietas invisibles. No por falta de afecto externo, sino porque nadie lograba atravesar las capas que ella misma construyó. El amor, para Valeria, era un idioma que entendía pero ya no hablaba.
Hasta que llegó Elías.
Un fotógrafo de mirada tímida y lentes empañados, que parecía ver algo más allá del escote y el carmín. No trató de salvarla, ni de entenderla. Solo la observaba. En silencio. Con una paciencia que la desarmaba más que cualquier confesión.
—“¿Por qué me sigues mirando como si fuera real?”, le preguntó ella una noche, con un tono entre ironía y miedo.
—“Porque no estás rota. Solo estás escondida”, respondió él.
Ella no supo si lo amaba o lo odiaba en ese instante. Pero por primera vez, no sintió la necesidad de huir.
Esa noche no se maquilló tanto. Ni posó frente al espejo. Se sentó junto a él, descalza, en el suelo de su apartamento iluminado solo por la ciudad que nunca dormía. Él no sacó su cámara. Solo la escuchó.
Valeria no se curó de inmediato. El amor no era un final feliz. Pero por primera vez, no fue una máscara. Fue un espejo donde no se vio perfecta… sino humana.
Fue la gran descripción de una imagen entre lo surrealista, donde la sociedad nos a venido dictando el como debemos de vernos vestirnos, actuar y que emociones podemos externar y cuando no son las que podamos demostrar.
autenticidad o imagen social aceptable.
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