Escribo lo que soy, pero no soy lo que escribo; hablo de cosas absurdas, porque la realidad me agobia.
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Queriditos, hice una playlist para brunchear moviendo discretamente el bote; por si quieren aprovechar.
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Dreams do come true y de cómo anoche viví uno.
“Well it harms, it harms it me, it harms, I’ll let it in”.
Muchas veces me imaginé cómo sería ver a Justin Vernon en vivo y hasta bromeaba sobre las pocas posibilidades que tendría de hacerlo, a menos que persiguiera sus giras en Canadá o Europa; nunca me imaginé que de verdad vendría a México... en la semana de mi cumpleaños.
El pasado fue un año vertiginoso, lleno de curvas sentimentales y de retos. Cuando se anunció la fecha del 22, A Million en México pensé que tal vez era una buena señal sobre cómo comenzaría mi 2018; tuve un reencuentro con la Marietha de la universidad, con la hispanista, con la de mohawk; le expliqué que por fin vería a su artista favorito y que no tendría que viajar para hacerlo. Todas las que me habitan se alegraron, porque si en algo se pueden poner de acuerdo las Mariethas es en el profundo amor que le tienen a la música de Bon Iver.
La música del “buen invierno” es -por lo general- acogedora, de vez en vez abrumadora, pero invariablemente es como se musicalizaría la palabra “hogar”. Es la fogata a la que uno vuelve después de la ruptura, en donde se refugia del mundo y de las confusiones, el lugar en donde el más solitario se siente a salvo, y el más alegre se encuentra ecuánime. Aunque me lo presentaron hace cinco años -cinco después de su nacimiento-, cada vez que lo escucho le encuentro cosas nuevas; me descubro sintiendo algo diferente a lo que sentí en 2012. Es absurdamente mágico; y anoche fue delirante.
Claro que esperaba corear Skinny Love, cuyo ‘And I told you to be patient, and I told you to be fine, and I told you to be balanced, and I told you to be kind’ parafraseo en mi tercer tatuaje; pero todas las canciones tuvieron un timing exacto para hacer llorar a quienes presenciamos la magia de Vernon. El escenario a media luz se iluminaba cuando la batería lo necesitaba, mientras que tanto cada uno de los instrumentos nos recordaron cómo se siente en verdad la melancolía.
Dejó lecciones valiosas con pocas palabras, nos recordó que debemos ser valientes; que tener miedo es una absurda pérdida de tiempo y nos exhortó -aunque yo creo que ya lo sabemos- a difundir amor. Todo el 22, A Million está lleno de significado sobre la incertidumbre, sobre qué sabemos de nosotros mismos, qué hacemos con el tiempo que nos queda, cómo nos aprendemos y cómo aprehendemos. Para mí, Bon Iver es un atento y constante recordatorio sobre la fragilidad y el amor; no es un romántico, no es cursi; es real y exacto.
Nos regaló “Holocene” y “Perth”, del álbum que -para mí- es el más nostálgico; nos hizo mover los pies con “33 ‘GOD’” y, al menos los tapatíos detrás de mí y yo, lloramos con “00000 Million”, para terminar con la reafirmación de que “It might be over soon”, que cada quien le dé el significado que necesite. Terminamos con el principio, y que 2018 nos regale la capacidad para entender lo que eso significa.
Es muy posible que crean que exagero en la cursilería que viene, pero anoche cumplí uno de mis sueños; lo viví sola, muy de cerca y sin celular -porque entre tanta felicidad del fin de semana, hasta que me robaran la bolsa pareció ser parte de una lección-; llegó después de años impacientes y valió completamente la espera.
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Todos tenemos forma de agua.
Unable to perceive the shape of You, I find You all around me. Your presence fills my eyes with Your love, It humbles my heart, For You are everywhere...
Le he dado muchas vueltas a lo que me dejó La forma del agua, más porque no sé qué tanto me estoy dejando llevar por lo vivido recientemente, que por miedo al fracaso en la reseña. Lo cierto es que llegué a una conclusión: todos tenemos un monstruo propio, la oportunidad de amar a quien mejor nos parezca y, de vez en cuando, un encuentro cercano con los prejuicios más absurdos.
Para mí, Guillermo del Toro abre la puerta a que abramos los ojos sobre lo que pensamos del amor. Nos dio un cuento de hadas que no tiene hadas, pero sí un final hermoso. Pensando en estereotipos, nos pone en primera plana minorías, cuya amistad sensibiliza sobre lo que, desde hace no poco, se hace respecto a la discriminación; de lo poco que hemos avanzado. Vuelve a ponernos de frente a la básica love is love, que no es tan básica porque muchos la pasan por alto.
Me gusta pensar que hay más de una forma de ver lo que pasa en Baltimore; me gusta pensar que puede ser también una historia de amor propio, en el que cada quien decide enamorarse de sus demonios, verse- como dice la danzante protagonista-, por lo que se es, plenamente; sin prejuicios. Empezar a aceptar nuestras cicatrices, para respirar a través de ellas.
No descubrí el hilo negro, pero nunca está de más darse cuenta de que puede encontrarse el amor en los lugares más inesperados, para quien merezca lo que hay más allá de la nariz. Digo, que pensando en que uno es imperfecto, que está incompleto y que es un manojo de defectos; está bonito toparse con una historia de amor entre quienes deciden solo sentir, comunicarse a través de miradas y -ahí voy con mis cosas- de la música.
Tal vez deberíamos dejar de preocuparnos por lo que nos hace ‘menos valiosos’ y concentrarnos más en lo que hace valiosos a quienes nos rodean. Más allá de las líneas políticas que marca la película, se habla de apertura, de abrir panoramas a los que no estamos acostumbrados, de volver a dudar todos los días sobre lo que creemos cierto, de poner en tela de juicio lo que somos, lo que es, lo que amamos; porque eso asegura convicciones y determina personalidades.
Todos, con nuestras características, somos agua; a gotas, inconstantes, impredecibles, inundamos la mente de quienes nos piensan. Todos somos esa memoria después del final, depende de nosotros la historia que se cuente, de lo que hicimos por otros y con otros, de la forma en la que amamos y nos comunicamos; de la música que nos hizo bailar, del poema que se entona en nuestra historia de amor.
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¡Viva la vida y que vivan nuestros muertos!
“Habría de tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir”. Jaime Sabines.
A mí la muerte me ha tratado muy raro. No le tengo miedo, no acostumbro a pensar en ella, más que cuando pienso en la mía. Yo, como Jaime, creo que habría que dejar alguna puerta abierta para que nuestros muertos regresen a platicar; no sé si se sienten tan solos como nosotros sin ellos, ni si entre muertos ya no hay distinción y platican artistas con indigentes; pero creo que dejan un vacío que sería bueno llenar no solo una vez al año en el panteón.
Todos hemos experimentado pérdidas y cada quien las vive a su manera. Yo apenas le preguntaba a la Nena si ella también pensaba que si Poncho no se mataba ese abril, se habría muerto de cualquier modo; y tanta añoranza mía de hacer Judas con él y conocer a sus hijos de todas formas existiría. No recuerdo a mi abuelo, pero sé que esa partida le duele mucho a los míos; los escucho hablar de él y numerar sus múltiples aficiones y mañas y siento como si lo conociera. Eso pasa a veces con los muertos; comenzamos a hacer nuestra idea sobre lo que era, los recuerdos se hacen borrosos y a veces hacemos los propios.
Están los muertos que no son míos, pero que son de la gente que más quiero, esos duelen también. Esas muertes me aterran, porque siempre siento que no seré lo suficientemente acertada cuando deba consolarlos. Probablemente la inseguridad se resume en que el miedo es de lo que queda, de nosotros, los que tenemos que vivir todos los días con recuerdos que no pueden mejorarse, ni repetirse, ni platicarse. Con un vacío constante y la esperanza de un regreso.
Lo que hacemos en México me parece hermoso, conmemorar a quienes se adelantan, dejarles por noches sus cosas favoritas y platicar con ellos; creo que todos lo hacemos y no solo en noviembre. Todos los días cuando como en la vajilla de mi tía es como si platicáramos todo lo que no platicamos cuando vivió. También hay veces en que siento que Poncho está fumando cerca, que incluso alcanzo a oler el cigarro; o cada fiesta en la que se escucha Daft Punk bailo como si mi compita estuviera ahí al lado, recordándome lo que valgo.
Cada muerte es enseñanza, nos da una perspectiva sobre lo que debemos valorar. La familia, los lazos, los momentos.
Yo quiero que me entierren y escuchen música y bailen mucho. Quiero que cada uno sepa que llegó en el momento adecuado, y que si nos vamos, lo hacemos también en el momento adecuado. Creo saganianamente que si viviéramos para siempre, no sería bonito; que cada uno de nosotros ya es polvo de estrellas; que la vida después de la muerte es en serio ilusorio, pero que exactamente por eso, nos toca vivirla como queramos, conmemorar a nuestros muertos y bailar también con ellos.
¡Viva la vida y que vivan nuestros muertos!
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Es Día Internacional de la Niña y yo quiero hablar de eso.
Definitivamente sueño con el momento en que conmemorar el Día Internacional de la Niña no sea necesario, porque eso significaría que desde la niñez es evidente la igualdad a nivel mundial y que las mujeres, desde pequeñas, conocen su poder ante el mundo y a pesar de él.
He hablado de cómo mis papás me educaron para sentirme poderosa ante el mundo, casi casi que invencible ante los obstáculos; muy probablemente por eso ahorita me esté enfrentando a este terrible miedo a fracasar, sin embargo, estoy agradecida porque, al menos en mi casa, el Día Internacional de la Niña parecería absurdo. Somos tres mujeres -contando a mi Bambi- y las tres estamos conscientes de lo que somos capaces de hacer. Estar empoderadas y alzar la voz es algo que constantemente nos recuerdan la Nena y Don Armando que debemos hacer, ejercer nuestros derechos y no dejar que nadie reprima lo que somos. Si tan solo todas las casas fueran iguales.
Me da mucha ansiedad pensar que Ivanna está creciendo en un mundo en el que, con avances tecnológicos and shit, todavía necesita que le recuerden que las niñas son invencibles, que no son objetos y que no es que ‘sirvan’ para todo (porque qué es eso de servir), sino que pueden lograr todo lo propuesto, aunque todavía se tengan que superar prejuicios, mitos y misoginias.
He tenido serios momentos de bajoneo pensando en que la sociedad se hace daño solita, no enfrentando los juicios que entre nosotros mismos tenemos. Eso de ‘siéntate como señorita’ o ‘las niñas no deben hacer esto’, ‘las niñas son débiles’, ‘pídele ayuda a un niño’, ‘no juegues así porque traes falda’, ‘no deberías de juntarte con puros niños’; o que ya todo el mundo tenga entendido que ‘las niñas’ saben cocinar, servir café y ‘comportarse’ (qué es eso de ‘comportarse’); todas esas cosas me hacen pensar en el avance tan triste que tenemos. Tengo conocidas que hablan mucho sobre empoderamiento y feminismo, pero insisten en que “lo mínimo que pueden hacer por su novio es servirles”... digo, ¿poooor? Y no digo que cada quien haga su vida y no se apoye en los demás, nada de eso; creo mucho en las parejas, en los equipos, en el romance; pero no creo que ser romántico o pedir apoyo signifique dar lugares distintos a cada uno de los involucrados. Cada uno puede ser como le plazca y eso no debería significar ‘ser más débil’.
Tengo constantes debates sobre por qué le enseñamos a las niñas que las traten como princesas, pero esperamos que sean auto suficientes. Hombre, parecería que el discurso del príncipe azul que “rescata” ya se agotó, pero definitivamente no. Porque todavía hay niños que hablan de sexo débil, de vulnerabilidad en las mujeres y se expresan de ellas como objetos. No me digan que no, ustedes también lo escuchan diario.
Creo que deberíamos educar a las niñas, desde chiquitas, a tomar responsabilidad sobre lo que quieren y lo que hacen para conseguirlo, sin medirnos por distinciones de género, sin ceguera; y sin la discriminación positiva que de plano no comprendo.
Cada uno puede hacer lo que quiera, dándole lugar al otro. Ese es el punto, pues, de lo que digo. De la manita y amándonos, sin distinciones, sin poner obstáculos. Ya de por sí la vida está medio feita como para hacérnosla más difícil sugiriendo que por ser niña o niño no se puede ser tal o cual cosa. Invertir en la educación de las niñas como seres humanos conscientes de sus derechos es invertir en el futuro, queridos.
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Pasó septiembre.
Siempre me pasa que me siento ridícula por sentir de más, algo así me pasó el 19 del noveno mes.
Estaba en la oficina cuando sentí que mi silla se movía como cuando pasan camiones cerca, pero más fuerte y por más tiempo; entonces empezó a sonar la alarma. Mientras caminaba por el pasillo sí pensé que en cualquier momento el techo se caería encima de mí, pero seguí caminando hacia las escaleras de emergencia. Ya abajo y a salvo mandé mensajes a mis personas, y me di cuenta de que en verdad son estas situaciones en las que topas a tu círculo más cercano; después de ver los daños alrededor supe lo afortunada que fui y no quise ni quejarme por el susto que me había llevado.
Ni me quedé atrapada, ni se cayó nada en mi casa, ni mis familiares o amigos estuvieron en una situación caótica. Digo, dos amigos fueron evacuados de su casa, pero no hubo mayor problema. Sin embargo, el corazón se me hizo chiquito al ver la dimensión de lo que había pasado.
Yo no estaba ni en los planes de mis papás cuando el sismo del 1985, nunca había vivido una situación de desastre similar; jamás había visto un antes y después como el que vi cuando pasé por la zona cero de Álvaro Obregón, ni me había preocupado por lo que encontraría cuando llegara a mi casa. Tampoco había visto de lo que somos capaces como mexicanos cuando se trata de ayudar.
Casi todos mis amigos se movilizaron para dar el apoyo necesario; sin pensar dos veces, cada uno hizo lo que pudo desde donde se encontraba, y me sentí orgullosa de tenerlos cerca, de ser parte de esa comunidad. Sobraban manos para teclear información, preparar comida y acarrear víveres. Sobraba corazón.
Han sido semanas reveladoras, aunque se escuche como cliché; pero definitivamente creo que debo de empezar a ver las cosas diferentes.
Una semana después del sismo hubo un choque terrible a una cuadra de mi trabajo, y vi los coches destrozados en la misma calle en la que camino cuando tengo ganas de una baguette; el corazón se me volvió a hacer chiquito, porque es una zona que frecuento, tanto como mis amigos, y tuve miedo de que a alguno se le hubiera ocurrido caminar por ahí a esa hora. Luego pensé, fatídicamente, en lo frágiles que somos en verdad.
Hace cuatro años ya había pensado en eso y lo hablé con mis papás, pero no conmigo. Este mes pensé seriamente en que necesito dar información sobre mis papeles, tener un número de emergencia a la mano, dejar claro qué quisiera que hicieran con mis cosas si un día me pasa algo; y valoré muchísimo a quienes están cerca sin estarlo.
No solo con las malas rachas se aprende, pero las lecciones en los días tristes son innegables. Mantener a los seres queridos cerca y repetirles lo importantes que son a veces parece una tontería, algo innecesario; pero no lo es. Yo ya no quiero dar por hecho que mis mejores amigos saben que los quiero, y trato de hacérselos saber siempre. Tampoco estoy interesada en guardar rencores por cosas viejas; creo que somos mucho mejor que eso, que todos merecemos las oportunidades necesarias.
Ya sé que siempre digo lo mismo, pero después de este mes me parece importante repetirlo: hace falta más amor. Hace falta que todos los días, sin necesidad de tragedias, nos amemos más y con más fuerza. Que dejemos de hacer lo que no nos gusta pensando que ‘ya habrá tiempo’, porque no lo hay. Hoy es lo que tenemos y tenemos que acogerlo.
Hace poquito me hice un corazón para dejarme claro todos los días que el amor es en lo que creo; y que no importa lo triste que me sienta a veces, soy parte de una sociedad que, cuando se necesita, ama sin medida. Ojalá entendiéramos que siempre se necesita.
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Esta ansiedad de ya no querer querer que me quieras, cariño.
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Stop waiting for Monday, January first or anything else. Start now.
No es que crea que ya estoy vieja, al contrario; creo que estoy en la edad exacta para empezar a tomar mejores decisiones para mí y por mí.
Cuando cumplí 25 años lloré durísimo y no quise soplarle a las velitas porque sentí que habría fracasado masivamente, que estaba decepcionando a la Marietha soñadora que entró a estudiar a la UNAM sólo porque le gustaba muchísimo la lengua española. Sentía que haberme convertido en funcionaria era fallarle a mi politóloga -qué ironía- y que todo lo que hiciera de ese momento en adelante solamente incrementaría la infelicidad. Está de más decir lo equivocada que estaba.
No voy a mentir jurando que estoy en la cúspide de mis decisiones y que en año y medio he madurado duro ni nada de eso; pero los hechos recientes han provocado que cambie mi manera de pensar. Por ejemplo, en el último viaje que hice a Guadalajara estuve acompañada de un gran, gran amigo -que no topaba como uno de mis mejores hasta después de ese viaje-, porque cinco horas en la carretera con alguien te abren panoramas y él dijo dos o tres cosas que me cayeron fuertísimo: que somos jóvenes, con todo y lo que me gusta dramatizar, tiene razón; que vale la pena intentarlo y que no estamos solos en el viaje.
Por no aburrir no voy a profundizar en cómo llegamos a esas conclusiones, pero la cosa es esa: que es justo en estos años que tengo la oportunidad de decidir dejar atrás toda la basura que traigo cargando (el unfuck yourself del que tanto estoy convencida), incluyendo la basura de la infancia, o la que sembré sola por necesidad de estar en drama constante. Creo que ya estuvo bueno de la mente caótica y que es momento de buscar las cosas que me hacen bien.
Todos estamos a tiempo de reencontrarnos con lo que en realidad somos y amamos de nosotros mismos. Potenciar esa costumbre de ir sola al cine que me hace tan feliz, volver a ver tantas películas como necesite para sentirme mejor, escribir, leer, rodearme de personas que tengan cosas bonitas qué decir, hablar, comer más sano, comprar electrolitos, relajarme de una vez por todas.
En un lugar igual de importante pongo el evitar las cosas que me bajonean, por ejemplo, creo que me voy a despedir unos años de Closer -por mucho que sea mi película favorita, no me hace bien estar en bombardeo constante de peripecias amorosas-; creo también que en un buen rato no voy a escuchar el Ten y el Vitalogy, porque uno no puede andar por el mundo sintiendo que el corazón se rompe cada que escucha a Vedder; en lo que resuelvo los issues de Pearl Jam y Tiny Dancer, debo dejarlos descansar.
Tomar decisiones para estar mejor -por ilógico que parezca- de verdad necesita de algo más que ganas. No despierto todos los días motivada para ponerme leggings y entrenar, la verdad es que solo estoy motivada como un día a la semana, sin embargo, es más un asunto de fuerza de voluntad y de convencerme de que tengo que hacerme esos hábitos para después no estar culpándome por no haberme levantado. Sé que me siento mejor cuando lo hago, que acabando vale la pena y que el esfuerzo paga. Eso pasa con todas las decisiones; cuando no tengo ganas de arreglarme y empiezo a convencerme de que no necesito ponerme guapa para ser quien soy, vuelvo a verme en el espejo y recuerdo lo bien que se siente gustarme.
Hay días en que lo único que quiero son papas y Closer, bueno, entonces le hablo a mis amigos -a los que cuento con la mano y con los que estoy agradecida de forma indescriptible porque me han soportado en mis peores días, en los que estoy molesta con todo, irritable, en las malas noches de Pearl Jam, en las de excesos y reclamos; siempre-.
Después de haberme inscrito en la app de entrenamiento, entendí que tanto choro que me doy de que llegar al cubo y sentirme sola es cosa mía, que no hay necesidad de estar en estos dramas. Soy mejor que eso... y ustedes también.
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De la bruja cósmica y lo que aprendí ayer.
Solía escuchar a Janis como parte de mi vida cotidiana, porque Don Armando tiene un crush rudo con ella y porque, cuando era pequeña, íbamos a casa de unos amigos de mis papás y el señor era el mayor fan de Janis que he conocido; siempre había un punto de la tarde en que escuchaban Maybe mientras le daban sorbos a su vaso lleno. Con ellos -y con el amigo Esteban- aprendí lo que es escuchar de verdad.
En mi casa, cuando se ponen los álbumes se hace para escucharlos en serio, seguro por eso ahora me resulta molesto que si estoy escuchando una canción que me gusta, alguien se ponga a platicar (estoy exagerando, depende de quién sea el que platique y de qué sea la plática). Anyways, antes, Don Armando se reunía cada año con sus amigos para ponerse al corriente de los lanzamientos y de lo que cada uno había descubierto; pero siempre regresaban a sus básicos. Se sentaban en un cuarto ambientado con una luz tenue, y se disponían solo a eso: a disfrutar de la música.
Tal vez por eso ahora es para mí tan normal poner un álbum completo y sentarme en el sillón a ver a la nada mientras escucho la secuencia en la que, siempre he pensado, el artista se concentró para armar a fin de que el álbum fuera escuchado en el orden exacto. Por eso no escucho los álbumes en aleatorio.
La idea principal de esto no es cómo me educaron a ver la música como algo que da sentido a lo que soy y hago y tengo y me gusta; sino cómo a veces uno no tiene ni idea del contexto; pero lo disfruta.
De pequeña, cuando escuchaba a Janis sentía mucha melancolía -aunque yo no sabía que así se llamaba lo que sentía-, pero me gustaba (ahí tengo los inicios de mi música de elevador deprimente); sin embargo, no tenía ni idea de cuál era la historia de esta mujer, ni sabía lo joven que era cuando ya era un símbolo y recientemente eso cambió. Sí, apenas.
Me enteré, gracias a Netflix, de que Janis siempre había sentido que no pertenecía; se vestía diferente, se veía diferente, pensaba diferente; y las circunstancias la fueron acomodando al lugar en donde tenía que estar: con la música, con el blues, con amigos que pensaban lo mismo que ella: que no hay necesidad de segregar, porque todos somos iguales y porque hay un momento en el que la música logra conexiones inimaginables entre personas desconocidas. Ella no estaba cómoda con lo que era, buscaba aceptación y era insegura; y hoy me resulta increíble que así fuera, porque conozco a quienes están enamorados de ella aún, porque yo lo hubiera estado, porque siempre la he visto guapísima, y porque quién no ama ese tipo de talento. Pero así somos; tenemos mil virtudes y nos esmeramos en pensar que los defectos las opacan. Resulta que hasta los más virtuosos sienten eso, y no solo la Joplin, sino bastantitos de los que me he ido enterando con los años.
Y apenas ayer tomé conciencia sobre como ella tenía mi edad cuando andaba rompiendo la pista con su voz aguardi-hermosa; y es real que no logro dimensionarlo. No me imagino cómo sería que te consideren un símbolo femenino, que lo que haces tenga tanto efecto en la gente... teniendo 25 años. Digo, yo pasé los 25 como fantasma, sin vicio ni beneficio.
Apenas ayer entendí “Work me, Lord” y me deprimí con ella; sin embargo, estaría buenísimo que alguien ahora se atreviera a sentir tanto como ella sintió.
Entre más tiempo paso conmigo, analizando a profundidad -según yo- las cosas que me gustan, más descubro lo que conecta todas mis aficiones: la pasión. Me vuelven loca los personajes que se apasionan por lo que hacen y que no podrían imaginar su vida sin ello. Janis vivía para la música, para amar el amor y describirlo como mejor sabía: cantando. Como ella encuentro ejemplos diario y acojo cada vez más la formación que tuve. Está buenazo haber crecido entre pura gente apasionada, porque -para mí- solo así tiene sentido la vida.
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“Nostalgia” Un comic sobre otra clase de fantasmas para este domingo, espero les guste :) Y el recordatorio: Vamos en el 291% en la campaña de Kickstarter!! El libro ya es un hecho, pero si lo adquieren en la campaña tendrán aparte un parche, pin metálico y libreta de regalo!! (y recuerden que el envío en México es gratis). Quedan 20 días!!: https://www.kickstarter.com/projects/623630590/the-mountain-with-teeth-historias-de-piedra
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Tú me llueves - Yo te cielo, Frida.
Iba en segundo de primaria cuando en la clase de inglés nos hablaron de Diego Rivera y su esposa, Frida Kahlo; una embarradita sobre dos famosos pintores mexicanos. Llegué a mi casa y en la comida pregunté cuántos años tenía de muerta Frida Kahlo. No estoy segura de qué fue lo que me llamó la atención, pero un año después encontré su diario en un estante del supermercado y le pedí a mi papá que me lo comprara. He did.
Había muchas cosas que no entendía, muchísimas; me gustaba ver los dibujos y noté faltas de ortografía; me encantó su letra. Me gustaba releer la página en la que prueba los lápices de colores: <<azul = electricidad y pureza; verde= hojas, tristeza, “Alemania entera es de este color”>>. Lo que más me gustó fue descubrir a la poeta más allá de la pintora, a la amante más allá de la víctima, a la mujer, más allá de la esposa. Entre tantas cartas y amores entendí que yo veía el mundo de una forma similar, y aunque constantemente recibo críticas sobre cómo no debería de tomar como ejemplo a una mujer tan dañada; creo que todos deberíamos de tomar como ejemplo a alguien que salió avante incluso con tanto obstáculo (físico y emocional).
Sobre el arte he discutido una y mil veces, que si está sobre-valorada, que si no refleja lo que ‘debería’, que por qué se le hace tanto alarde si ni pintaba tan cool; que si engañó a Diego, que si le gustaba victimizarse, que si aprovechó la fama del esposo, que si su enfermedad y la sufridera; que si esto, que si lo otro. No la admiro, no quiero ser como ella, pero me encanta desde que tengo 9 años; a veces encuentro respuestas en sus letras y sigo sintiendo un hoyo en el estómago cada que veo Unos cuantos piquetitos, El ciervo herido y la parte del diario sobre Yo soy la desintegración.
Cuando cumplí 15 años pedí ir a la Casa Azul, no la conocía y me atrapó. Decidí que quiero algo así para mi casa, que quiero así mi cocina y me enamoré de los Judas de la entrada (tengo grandes planes para hacer unos y ponerlos en mi casa). Y desde ese día, procuro ir al menos una vez al año, en días cercanos a mi cumpleaños -si se puede-.
No, no es mi pintora favorita; prefiero a Remedios Varo, por ejemplo. Pero algo tiene que me atrapa cada vez que la pienso, que hace que me repita el “No dejes que le dé sed al árbol del que eres sol” y que una de las líneas de su diario sea mi cita favorita: “Nos alamos en lo irracional, en lo mágico, en lo anormal; por miedo a la extraordinaria belleza de lo cierto”. Me gustaría acoger tanto como ella la idea del amor, de darse sin esperar nada; de aceptar que amas y dejar que te lleve a donde tengas que llegar, porque de eso se trata.
Ella es de mis personas favoritas y hoy cumpliría 110 años. Viva la vida, Frida.

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Tal vez uno necesita rendirse tantito para volver a empezar.
Llegué a la conclusión de que tocar fondo no siempre requiere de dramas y borracheras drásticas, no tienes que estar todos los días en la cama y llorar en posición fetal para darte cuenta de que no estás bien y necesitas hacer cambios en tu vida. A veces el momento en que te juras frente al espejo que estás tomando las mejores decisiones es cuando algo más profundo te confiesa que vienen días difíciles; pero no insuperables.
Hay que estar consciente de las decisiones tomadas -aunque te convences de que no sabías lo que estabas haciendo- para hacer algo al respecto.
Creo que me he estado adelantado, creyendo que dar fast-forward hará que duela menos lo que decidí dejar ir hace cinco años. Es extraño que siempre se piensa en el mal de amores y el fracaso de relaciones; pero no es todo. Muy seguido me siento a pensar en la carrera de hispanista que dejé en pausa, que podría retomar si lo decidiera, pero que algo -ojalá supiera qué es- no me deja; y hay días en que por más que intento concentrarme, no puedo terminar mis libros porque mi mente está en otro lugar. Ya no leo como antes, ni me apasiono como antes por la pintura y los poetas.
Llené vacíos con el cine. Voy sola, veo lo que tengo ganas de ver, a veces hago dos funciones en un día y regreso a casa a ver una más. Proyecto mis issues en los diálogos de Allen y Almodóvar, después, me imagino qué podría sentirse encontrar un soulmate como el de las cursilerías que luego me aviento.
Y no, ni creo que esté mal, ni siento que debería de ser juzgada por disfrutarlo. Pero quiero enfatizar ese punto en el que creo que me he estado distrayendo como puedo para evitar pensar en lo que eché a perder en 2013; y esa distracción me llevó a involucrarme en algo dañino y tóxico por un par de años más. Me sentí insuficiente casi cuatro años y hoy no tengo la menor idea de qué se tratan los días que sobrellevo mientras veo por enésima vez Angel-A y tomo una copa de vino.
Cada quien tiene su forma de pasar los días, su compañía perfecta y su manera de engañar día tras día a las malas noticias y la depresión constante. Porque no me vengan a decir que nunca se sienten tristes, que nunca extrañan al ausente y que nunca piensan en qué sería de su vida si no hubiera decidido lo que decidieron hace 3 o 10 años. Humanos somos y en el camino nos encontramos.
Vivir acá, en algo similar a un cuarto de 4x4 pero que me gusta porque tiene un tapanco, ha resultado bonito mientras quiero escucharme reprochar cosas en mi mente. Sin embargo, hay días en que de verdad me gustaría que mis mejores amigos vivieran a menos de una hora de distancia y pudieran visitarme más seguido. Y aunque poquito a poquito he mejorado mis habilidades sociales, y el cosmos me regaló hace tres meses gente bonita que me escucha y me soporta, creo que no es suficiente. Hasta que esté bien conmigo y deje de caerme mal por haber dejado la investigación, por no estar salvando el pellejo de la ENCUP como quería cuando estudiaba, por haberme tropezado tan caóticamente en octubre de 2013; no va a ser suficiente. La única salida es uno mismo.
Las etapas de duelo no solo existen para las relaciones fracasadas. A veces uno se pelea tan fuerte con su propio yo que necesita un duelo de sí mismo. Al menos ya lo sé y me atrevo a hablarlo. Al menos ya no ceno papas con salsa y cerveza, porque sé que lo mejor para mí será levantarme temprano a correr. Yo no sé si sea madurez, si sean los años que siento que ya se me caen encima, si sea todavía la Marietha universitaria que me habla al oído. Pero estoy cambiando, y es bonito, y está bien.
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Lo bonito de refugiarse en la música.
Así como películas para la depresión, tengo bandas para los momentos de incertidumbre; y es bonito y está bien.
Hablo mucho de mi rockola matutina, de la canción con la que mi mente empieza a cantar en cuanto despierto. A veces me sorprende con algo de Selena o con Te Aprovechas, de Grupo Límite; otras veces se pone muy fancy y me sugiere un álbum completo de Sigur Rós, o -en melancolía- quiere escuchar a Peter Gabriel cantando Blood of Eden. Pero una cosa es con qué despierto y otra bien distinta es lo que necesito escuchar para darle rienda suelta a mi estado de ánimo.
Hay días difíciles (todos los tenemos, no se hagan los optimistas perpetuos) y hay formas de pasarlos. Algunas veces me dan ganas de combatirlos y me distraigo bailando Me Rehúso todo el día; otras -las veces de masoquismo inútil- tengo todo un repertorio para bajonearme. Casi siempre ese repertorio incluye el OK Computer, Trouble Will Find Me, Turn On The Bright Lights o -uno de mis favoritos- el homónimo de Bon Iver; ya si ando muy malita, me dosifico Lady in Red de Chris De Burgh sin parar.
Estos meses he descubierto en la música un refugio muy interesante, el más acogedor de todos. Más que el piojito fantasma o que un té en la cama. De por sí se sabe que no puedo estar tranquila si no escucho algo de música -aunque sea en mi cabeza-, que los silencios en mi mundo no existen, que me tarareo para sentirme bien; pero acoplar mi estado de ánimo a mi selección musical ha resultado increíble. He vuelto a encontrarme con mis álbumes favoritos y con mis canciones de la infancia. Otra vez tengo guardado en el botiquín musical a los ¡Qué Payasos!, que no se molestan si los junto con el Fijación Oral Vol. 1 de Shakira y arman algo tremendo con el Plastic Beach.
Y sé que suena incongruente y que hay quienes no comprenderían que me sepa todas las canciones de los inicios de Gloria Trevi, pero esté enamorada de Rhye. Incluso hay quienes se preguntan cómo mis aficiones musicales han cambiado tanto en tan poco tiempo, porque antes ‘les manejaba lo que venía siendo’ el Devil Doll y Lacrimosa en mood intenso; de esa época me quedé con poco. Hoy sé que soy bien lounge ft. R&B ft. pop noventero ft. un poquititito de grunge ft. rock de Don Armando y un muchito de cursilería.
Hay un punto en el que uno se conoce tanto -melódicamente- que no hay agüite si de pronto dan ganas de escuchar a José Luis Perales. En mi cabeza no hay prejuicios, se vale bailar con la misma pasión si suena Jamiroquai o Flans; todo depende de la Marietha que se anime a salir a la pista.
La música, pues, es mágica. Medicina pura, les digo.
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The Sugarhill Gang - Rapper's Delight (Official Video)
Party hard like you just don’t care.
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Love is Love, a propósito del #MesdelOrgulloLGBT
Con temas así de controversiales casi siempre prefiero mantenerme al margen, pero hace poquito determiné que sería bastante cobarde de mi parte no hablar sobre mi apoyo a los derechos LGBT y quedarme viendo cómo -al igual que con la violencia de género- la gente a mi alrededor normaliza conductas discriminatorias hacia personas con preferencias sexuales distintas a las que ‘estamos acostumbrados’.
No sé de términos, no tengo mucha idea sobre las especificaciones de esta comunidad; pero lo que creo es que ni siquiera debería de haber distinciones, ¿me explico? Todos somos seres humanos y todos tenemos derecho a sentir lo que se nos venga en gana, por quien mejor nos parezca. Ese es el punto, que amor es amor, en la talla y la presentación que sea; amor es la base y amor es el fin. No debería de restringirse el derecho a amar solo para los heterosexuales, es una tontería defender los derechos de ‘solo algunos’, porque los cánones sociales no nos dan para más, porque no vemos más allá.
Tengo el orgullo de ser amiga de personas de esta comunidad, y déjenme les cuento que todos ellos me han hecho feliz en cada una de las etapas que han vivido conmigo. Uno de ellos me enseñó a ser valiente, a acoger lo que soy y amarme por lo que tengo y pienso; fueron tan valientes que dejaron de fingir y decidieron ser felices. Luego, fui testigo de cómo dos amigos se enamoraron y los he visto quererse de manera desmedida, sin importarles lo demás; y no sé ustedes, pero yo envidio tanto amor que tienen para dar y que les corresponde.
Tengo familia que integra esa comunidad y me siento orgullosa de ellos, de cómo se enfrentan a un mundo tan intolerante, incluso dentro de su círculo más cercano; y desde aquí, que no es lejos ni es cerca, los aliento a que sigan luchando, hasta el punto en que demostrar que también tienen derechos sea absurdo, porque todos lo sabremos.
No concibo el mundo sin amor y tolerancia; y me duele todos los días encontrarme con discursos discriminatorios que normalizan la agresión. Creo que ya fue suficiente de estereotipos, de pensar que un look andrógino está mal, que dos personas del mismo sexo no pueden hacer una vida juntas, ya fue suficiente de sentir vergüenza, ya basta de sentir pena por la familia de un miembro de la comunidad LGBT; no se sufre, se vive con ellos, se aprende a amar y a ser valientes; a tomar riesgos y a ser lo que uno es, porque no se puede de otra forma.
Que, así como la del feminismo, la lucha por los derechos LGBT no se acabe hasta que se acabe, hasta que no quede rastro de la intolerancia. Merecemos más que estar atascados en prejuicios.
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I promise
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