marwithm

[marwithm]

De pronto, me sentí como si estuviera en un sueño en el que todo a mi alrededor era de color blanco. No había nadie salvo mi hermana. Estaba de pie frente a mí con una expresión neutra en la cara. Ni de alegría ni de tristeza. Era como si no estuviera en este mundo, como si se encontrara perdida en sus propios pensamientos, sin poder escapar de ellos. Intenté llamarla, pero no podía hablar. Intenté alcanzarla con la mano, pero no podía moverme. No podía oler. No podía parpadear. Solo era capaz de ver su figura, que iba difuminándose en un océano de niebla... hasta que desapareció por completo.

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—Es solo que... —se calló, como si de pronto le costara hablar—. Nos vamos a hacer daño. Lo preveo. Yo tengo una familia horrible en la que vivo un infierno cada día. Tú... arrastras un gran dolor del pasado, has sufrido mucho y no me puedo ni imaginar lo que has tenido que pasar... y sigues pasando. —Se mordió el labio—. No creo que debamos seguir siendo amigos. Somos como dos centrales nucleares a punto de colisionar y explotar. Me quedé en silencio, meditando sus palabras. «Nos vamos a hacer daño.» ¿Se puede dañar algo que ya no siente?

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Miré al cielo, como hacía con ella y como seguía repitiendo casi cada noche desde que me había mudado a Crescent City. —De esto no teníamos apenas en Sacramento —murmuré, casi sin ser consciente de que lo había dicho en voz alta. A veces, en Sacramento se veían las estrellas por la noche, pero no había comparación con aquel lugar. Mirar hacia arriba era como contemplar una danza de luces que campaban a sus anchas salpicando el cielo nocturno. Él me imitó, y estuvo unos segundos sin decir nada. —Es curioso como a veces no nos damos cuenta de lo que tenemos porque lo damos por hecho. Sean estrellas... o sea una familia normal —susurró Liam.

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Aproveché que mi hermana se dio media vuelta en la cama para ponerme de pie sin que lo notara y caminé hacia la ventana, sin perder de vista el cielo. Busqué la luna, pero no la encontré por ninguna parte. Era una noche de luna nueva. En ese momento me di cuenta de que, como la luna no inundaba con su luz el cielo, las estrellas parecían brillar más que nunca. Las miré como si nunca me hubiera fijado en ellas, percibiendo la luz que irradiaban, incluso siendo mucho más pequeñas que la luna. Titilaban con suavidad, como si en cualquier momento fueran a apagarse para siempre. Fui consciente de que el cielo era una especie de representación de mi vida, y me sentí identificada con él. Mi hermana Aria era la luna y yo, las estrellas. Cuando estábamos las dos juntas, solo destacaba ella, y yo únicamente era un complemento más que adornaba su noche.

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“Yeah. Okay. How are you?” I asked, to be polite. Why did you ask him a question! I chastised myself. Stupid Southern manners.

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I fell silent. I had braved the biggest storm of the year—many years—I had fallen into a frozen creek, and my parents were imprisoned... and he still couldn’t talk to me? But... he had had a long night, and it seemed a waste to force my story on him when he was half asleep. People can’t really sympathize with you properly when you’ve woken them up, and I needed him at 100 percent for this.

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“Well, you can’t control who your children are, but you can certainly support them, am I right?” Principal Maldonado’s earrings sparkled in the auditorium light.

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«Iseo», leía el hombre, «tú y yo somos como la madreselva que se enrosca en el avellano. Juntos pueden vivir largos años, más si alguien pretende separarlos, muere el avellano enseguida y la madreselva también. Igual es nuestro destino: ni vos sin mi, ni yo sin vos».

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Me gustaría encontrar unas palabras que te aliviaran, que nos aliviaran a todos. Creo que las he encontrado. Están en un libro que me gustaría que leyeras dentro de unos cuantos años. Se titula 'Diario de un mal año', lo escribió J. M. Coetzee. Dice así: «Los nuevos teóricos de la vigilancia dicen que no va a haber más secretos, (…) que la era en la que los secretos contaban (…) ha terminado; nada que merezca la pena conocerse no puede ser descubierto en cuestión de segundos, y sin demasiado esfuerzo; la vida privada es, a efectos prácticos, cosa del pasado. Lo que sorprende de semejante afirmación no es tanto su arrogancia como lo que revela sin querer sobre la concepción de un secreto que predomina en los centros oficiales: que un secreto es un ítem de información, y como tal entra dentro del campo de la ciencia de la información, una de cuyas ramas es la minería, la extracción de vestigios de información (secretos), de toneladas de datos.  Los amos de la información se han olvidado de la poesía, donde las palabras pueden tener un significado totalmente distinto al que dice el léxico, donde la chispa metafórica va siempre un paso por delante de la función decodificadora, donde siempre es posible otra e imprevista lectura».

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¿Te acuerdas de cuando fuimos a Argentina? Tu maleta era un desastre. Tuviste que ponerte una prenda encima de otra para no quedarte helado. Con el calor que hacía cuando preparaste el equipaje, te costaba hacerte a la idea de que podía llegar a hacer tanto frío allí.

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Desde que María empezó a pensar en la novela, la bola de palabras que de vez en cuando le cortaba la respiración, ese horrible recuerdo de todo lo que habían dicho, desapareció. María lo había descubierto por fin: los recuerdos están hechos de palabras; la vida está hecha de palabras. No puedes cambiar lo que te ha pasado, pero puedes escoger las palabras para contarlo. Puedes decir: «He tenido la desgracia de que me atropelle un coche», o puedes decir: «He sobrevivido a un atropello». Elige las palabras y elegirás la calidad de tus recuerdos. Tú decides si es un buen o mal recuerdo. Mejor aún, tú lo transformas. Porque las cosas te suceden; algunas las provocas tú y otras escapan a tu control. Pero hay algo que solo tú controlas: las palabras que eliges para contarlas. Eres tú quien cuenta la historia, tu historia. ¿Y sabes lo mejor de todo? Siempre, siempre estás a tiempo de cambiarla. Este es el auténtico superpoder de todo ser humano.

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«Jorge y María se quiere, y tú tendrás cosas mejores que hacer que mirarlos. Por ejemplo, querer a alguien»

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Se sentía tan poderosa… Es la sensación que embarga a los dueños de los relatos. Hay narradores omniscientes, que lo saben todo, y otros que no lo son. Pero todos, en el momento de contar, son omnipotentes. Porque cuando cuentas, haces que exista algo que antes no había. Decidir, cuándo, cómo y a quién contar una historia es jugar a ser Dios.

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mirándome

Hay alguien mirándome, mirándome en el espejo. Me mira y segundos después gira la cabeza, No quiere verme, me ignora. Cuando se queda mirándome sin voltear la cabeza, me grita, dice cosas que me hacen poner molesta, Me odia, me lo ha dicho. Y me lo demuestra, me dice que no soy quien digo ser, Pero, ¿A que se refiere? Yo la trato bien, es una buena amiga. Pero, ¿Que le sucede? ¿Porque me dice eso? esa soy yo, pero al mismo tiempo no lo soy, me reclama el estar encerrada ahí, quiere salir mas no sabe como, pero, algún día eso cambiara, y seremos buenas amigas...

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Se pueden alternar los códigos después de cualquier constituyente en el discurso siempre que éste no sea un morfema ligado.

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Los nombres son cosas poderosas. Actúan como un marcador de identidad y una especie de mapa, localizándote en tiempo y geografía. Más que eso, pueden ser una brújula.

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... su primer pensamiento fue acerca de cómo nombrar a su hijo. Ella tenía la sensación que en América los nombres no significaban nada, no como en Corea. En Corea, el nombre de la familia es primero y cuenta toda la historia de sus ancestros. En América, al nombre de la familia se le llama apellido. Dae Hyun dijo que demostraba que los estadounidenses piensan que el individuo es más importante que la familia.