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Bienvenidos a mi epitafio.
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Abróchense el cinturón, no hay paracaídas, hay salidas en todas las direcciones; no dude en saltar ♡ @_andreasaurus_ / Bogotá, Colombia
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mi-epitafio-es-un-blog · 2 years ago
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Y entonces se siente que la tristeza te cubre, a veces es muy lento casi que no la percibes llegar y en otras ocasiones es tan abrumadora que ahoga. Independientemente de la forma en que llegue siempre se queda, permanece con tal fuerza que se arraiga a las raíces más profundas. Luego nos queda mantenerla, hace todo gris y a veces cuando se duerme nos deja ser felices a ratos, pero casi siempre dificulta tener una rutina, ella solo quiere dormir, ella solo quiere descansar, dificulta vivir bonito. Y sacarla? Imposible, ya hace parte de mi.
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mi-epitafio-es-un-blog · 2 years ago
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Y si, te amo desde que te conocí con lo más profundo de mi alma, predominantemente lo irracional y ante situaciones presentes solo me queda decirte que el amor puede ser eterno pero la espera no. Así que no tengo más razones para quedarme, por el contrario tengo más razones para irme. Y soy consciente de que me dijiste que no te esperara y yo, en vano y terca como bien sé serlo, me quedé esperando a que la nada se acabara. Así que eso es todo. Adiós amor bonito, espero todo nos salga mejor en otra vida.
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Con ojos vidriosos y un alma fragmentada, pienso nuevamente en irme, en dejarlo todo tal cual está, no esforzarme, ni siquiera intentarlo; rendirme. 
Por favor no me extrañen, ahí seguiré, en los días cambiantes, en los días estáticos. Estoy en el tiempo que fue, el que es pero no en el que será. Una parte de mi le pertenece a este mundo, a la Naturaleza. Así que piensame, y siénteme en la brisa que refresca la piel, en los rayos inesperados, en el viento que despeina. En las hojas que caen inesperadamente, en las ramas de los árboles que se quiebran, en los frutos que se pudren en el suelo y en los que se convierten en semillas y eventualmente florecen. Encuéntrame en el agua, en el expandir de las ondas, la que quita la sed, la que limpia el alma, la lótica, la léntica, la pura. Encuéntrame en el dormir y despertar del cielo, en la luz del firmamento, en las formas de las nubes y los colores que siempre admiré. 
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Hasta ahora encuentro las palabras para volver, aunque no regreso igual porque perdí un pedacito de mi. 
Siempre creí que estaba vacía hasta hace poco. 
No sabía lo que era el verdadero dolor, ni el verdadero vacío. 
Aún así, vuelvo un poco menos por un poco más. 
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Tengo el corazón roto, desde hace años, pero hace tiempo que no sentía los pedazos. Perdí una parte de mi felicidad, una de las razones por las que no logré suicidarme. Kira, mi perrita, era mi corazón, mi alma entera, mi bebé, mi tengo la ropa llena de pelos: ella era esos pelitos, ella era los ronquidos en la mañana, las garritas venir corriendo hacia mi. Tengo que aprender a vivir otra vez, pero esta vez sin ella, con memorias intactas intentando a su vez encontrar su olor entre mis cobijas y más de sus pelitos. 
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Paradero: sin saber a donde ir a parar ¿qué depara el pasar? https://www.instagram.com/p/CgVkXBxO_nBkgdFAnElq3VysIfQ4M4DGu_Isco0/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Gotas rotas, igual, solo gotas.
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Soy el sonido que hacen las ramas al romperse. Soy el color del universo cuando una explosión estelar ocurre. Soy la marea que sube y baja con la luna. Soy quién mengua, está creciente, a veces nueva y a veces llena.
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Se que uno de los instintos más básicos que residen en mi cerebro es sobrevivir, por obra y arte de la evolución. Mi cuerpo es capaz de hacerlo, aún estando en las peores condiciones. Pero hay cansancio no visible, es una vocecita pequeña que sobrepasa toda voluntad de permanecer y continuar. 
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Me niego a creer que mi muerte propende a suceder por la decisión de un ser mayor. Depende de mí, mi cabeza, mis impulsos y mi voluntad.
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mi-epitafio-es-un-blog · 3 years ago
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Entre las grietas, esas que me infligí, las que tanto quería que acabaran conmigo, ahora son el hogar de la maleza. Esa que llevo por dentro, la que me carcomía, ya no le tengo miedo, solo la podo según lo amerita la ocasión.
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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¿Le escribo al amor o a alguien que amo?
No sé. Pero, si sé, que si yo no sé, ustedes tampoco sabrán.
Solo sé que quiero y que espero del amor.
Por eso, reconozco a qué tipo de humano quisiera amar. 
Y aunque sé que eso no se puede elegir, simplemente sucede,
quisiera, que tanto añoro, que ese quién fuera yo.
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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Hay días, días de días. Días en los que me despierto pero no puedo levantarme, y cuando finalmente salgo de la seguridad que representan mis cobijas, me dirijo directamente a bañarme para intentar sacar esas malas sensaciones con jabón. No me veo al espejo, prefiero evitarlos porque a veces me halagan y otras veces me destrozan. Abro las cortinas, y la brisa logra borrarme del planeta. No pertenezco aquí, aquí donde estoy, aquí en mi piel, aquí en mi mente.
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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Mi mente no es un buen lugar. Si me mente fuera tan buena conmigo como quiere ser con el mundo, de pronto lograría alcanzar la felicidad o en su defecto, un estado de mayor tranquilidad. Entrego mi espacio y mi tiempo a otros porque no puedo dejarlos a mi cabeza y aun así, tampoco es suficiente para terminar con el agobio; y si hay descontento aún cuando no he entregado toda la oscuridad de mi mente, no me alcanzo a imaginar entregando los pensamientos que más me abruman, ni el lugar profundo de donde provienen.
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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Las vidas del amor.
Quiero comenzar este relato, mencionando el último día que estuvimos juntos, el día que todo esto comenzó, porque si intentara contar todo, no podría. No porque sea una historia incomprensible, sino porque a pesar de que se que hay más, no me alcanzan los recuerdos, algunos solo aparecen y luego se van, y otros se quedan.
Era una mañana, muy temprano, aproximadamente, cinco de la madrugada. Hacía frío en la ciudad, no se ni siquiera el nombre de la ciudad, siempre he sido muy mala para recordar esas minucias, además, en esta vida nunca aprendí a leer. Abrí los ojos por el fuerte ronroneo que retumbaba en mi piel, estaba durmiendo a mi lado y se veía tan cómodo que no quería despertarlo. Y qué paz con la que dormía, y que tranquilidad con la que existía; gracias a la vida por permitirnos encontrarnos en ese callejón. No había terminado de admirar su belleza y retratar en mi mente la disposición de sus pelitos, cuando sentí sus blancos bigotes en mi cara, un segundo después abrió los ojos y dejó salir de su hocico un gran bostezo. Despertó, y lo primero que hizo fue acercarse a mi cara y lamerla, por supuesto mi reacción fue devolverle ese amor mientras me decía buenos días en medio de su continuo ronroneo. Y si hubiera sabido, nos habríamos quedado todo el día, nos habríamos quedado más tiempo admirando el cielo. Nos desperezamos, estiramos un poco la pereza y saltamos juntos del tejado, y al caer enroscamos las colitas. Cruzamos la calle, íbamos a la entrada trasera de la panadería que había al frente porque siempre nos tenían leche caliente en dos platos diferentes; uno para cada uno. Corrí para cruzar la calle y él lo hizo dando un paso detrás del otro, aún muy somnoliento. Me adelanté porque quería maullar de primeras para que cuando él llegara ya estuvieran nuestros platos; ya saben, algo parecido a prepararle el desayuno. Pero nunca llegó, y yo, eventualmente, morí, así que asumo que él también lo hizo. 
...
Siempre me sentaba junto a la fuente de la plaza central, aunque fuente es mucho decir para un conjunto de ladrillos uno encima del otro, formando una circunferencia. Amaba las flores, aún las amo. Vendía flores, de todas las que cultivaban las personas con predios cercanos al mío, junto a esa fuente un tanto añeja pero que combinaba de maravilla con mis flores; brindaba el contraste perfecto para que las personas se acercaran a comprarlas. Tenía flores de todos los colores, eso lo sé, pero con dificultad recuerdo cada una de ellos. En fin, siempre trabajé allí, desde que tenía memoria, sin embargo, desconozco el momento en que mi mamá dejó de ir conmigo y terminé haciéndolo sola. Una tarde, en la que las personas comenzaban a recoger sus puestos alrededor de la fuente, vi que venía la última gran multitud desde todas direcciones, algunos caminaban de prisa para llegar a sus hogares y otros se tomaban el tiempo de admirar y disfrutar el último rayo de luz del día. Y ese día lo vi por primera vez, ingresó por la entrada que va directo hacia mi puesto de flores, atravesando el puesto de frutas y vegetales, rodeó la fuente y cruzó la salida que estaba en dirección opuesta a la entrada. De ahí en adelante, lo ví todas las tardes. Y un día, percibí que él me notó, tal vez lo había hecho antes, o tal vez no, pero ese día su mirada se cruzó con la mía; no nos dijimos ni una sola palabra, pero no hubo necesidad, nuestras pupilas lo dijeron todo. En la tarde del día siguiente, estaba amarrando con cabuya las flores que me quedaban, haciendo paquetes por colores y otros combinados, cuando escuché pasos acercándose y al elevar la cabeza y la mirada, me encontré con él, sentado en el borde de la fuente, junto a mi. Y sin una pizca de interés, aparentemente, me compró un paquete de flores azules y se fue, vi que giró en dirección de la salida así que asumí que no le interesaba tener una charla conmigo. Un segundo después regresó en la dirección por la que se había ido, me entregó el ramo, y dijo que eran para mi. Así, sin más, se fue, sin decirme su nombre, sin preguntar por el mío. De ahí en adelante, hacía lo mismo todos los días, siempre dándome flores de todos los colores, no solo flores, sino mis favoritas; siempre acertó eligiendo mis preferidas sin siquiera saberlo. Tal vez ya lo sabía, tal vez siempre lo supo.
… 
Siempre tuve un profundo afecto por la música, seguro que al decir mis primeras palabras, mis balbuceos eran melodías de canciones que en algún momento mi mente podría transcribir a un partitura. Y siempre lo fomentaron en mi familia, hasta tal punto en el que hoy en día soy músico; no tengo el reconocimiento que quisiera y merezco, pero soy feliz, en medio de vivir de lo que las personas, que pasan por la calle, creen que vale mi arte. Pero, un día, ese afecto cambió, no porque fuera reemplazado o superado, sino al contrario, apareció un verdadero contrincante de afección, que nunca pretendió obtenerlo, sino que gozaba de mi primer y principal interés. Un día, estaba tocando y vi que una mujer, de mi misma edad, se quedó observándome desde adentro del café frente al cual siempre me siento. Ella estuvo todo el día allí, desde las dos de la tarde hasta la hora que cerraban, aproximadamente, ocho de la noche. Durante el día, cuando desviaba su mirada, era porque se concentraba en la lectura de algo que no paraba de escribir, y cuando me miraba, movía su cabeza o su cuerpo al ritmo de lo que yo tocaba. Esa noche, hacia las siete, se veía a lo lejos unos rayos que a cualquiera inquietaría, pero a mi no, y aparentemente a ella tampoco. Mientras yo alistaba el paraguas para cubrir mis instrumentos, todos comenzaron a caminar más rápido en la calle o comer más rápido en el café; el cielo estaba por caer en una profunda tristeza. ¿Por qué la gente no disfruta la lluvia como se lo merece? Ella se quedó, sin reacción alguna, era como si los truenos le dieran un mayor propósito para escribir. Cuando comenzaban a subir las sillas sobre la mesas, ella salió lentamente por la puerta y en ese preciso instante comenzó a llover, fuerte y repentinamente. Si bien nunca me sentí intimidado por las miradas de los espectadores, la suya era tan profunda, tan oscura, tan agresiva, que me llegó a lo más profundo de mi mente y me hizo titubear. Y aunque no paré de tocar, ella vió mi falta de tranquilidad; entonces al son de mis dedos en las cuerdas, decidió bailar bajo la lluvia. Y allí supe que era ella a quién siempre había querido en mi vida, sin buscar solo apareció. 
Una sensación específica, colapsos individuales, huracanes, alcanzando calma al encontrarse, ojos de huracán. Somos colores, tu te sientes melancólico y yo te veo caleidoscopio, y yo me siento melancólica y tú me ves iridiscente; somos nebulosas. De conexión espumosa, de origen aural, que al tocarse se sienten en casa. De existencia vibrante, como el beso de los rayos del sol y los polos magnéticos del planeta en el que nos tocó vivir. Conexión pura, como el agua en las lagunas de una montaña. Espontánea, como el caer de una hoja. Inexplicable, como la misma historia que trato de relatar.
¿Reminiscencias de lugares habitados y vidas pasadas, déjà vecu, déjà senti, déjà visité o sueños derivados de neuronas colisionando? Dicen que los gatos tienen siete vidas, y creo que estamos recorriéndolas hasta encontrarnos, pero no se cuántas vidas llevo, ni en cuál vida estoy. ¿Le encontré en cada una de ellas? ¿Cómo saberlo? 
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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Me mueve la brisa, y aunque corro, me estanco en la arena movediza que me absorbe y me devuelve al punto del que comencé.
Que cansado es fingir, que cansado es volver a iniciar, que cansado recaer en los malos hábitos de la autodestrucción. 
Pero aquí estoy, queriendo amar, queriendo armarme de valor para amar.
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mi-epitafio-es-un-blog · 4 years ago
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Parte I.
Al dar el último paso, exhaló por la boca el poco aire que le quedaba en sus pulmones y tomó del bolsillo derecho de su maleta, una botella que tenía solo unas pocas gotas de agua.
Sus manos tiritaban mientras abría la botella, y cuando finalmente logró destaparla y ponerla en su boca, intentó beber sin ahogarse por su fatiga.
Había sido el trecho más inclinado que había caminado, hasta ahora. Las gotas de sudor surgían de su cuero cabelludo, de sus axilas e incluso de su entrepierna, y de su camisa emergía un hediondo olor que había sido acumulado desde hacía una semana. 
Dio unos pasos para acomodarse en el terreno que había encontrado para armar su campamento. Sin embargo, mientras volteaba su cabeza junto con su mirada al trecho por el que acababa de pasar, tuvo una extraña sensación de angustia que se ubicaba en el estómago y subió muy rápidamente por todo el tracto digestivo hasta su garganta. 
La había perdido. 
Intentaba recomponerse pero no podía parar de pensar y de cuestionarse; el nudo de su garganta se había convertido en mareo y escalofrío. Intentaba caminar aunque su andar era un tambalear constante, y a pesar de su indudable esfuerzo, su cuerpo no resistía la debilidad. Cayó y gateó hasta una zona plana. 
Se arrodilló y dejó caer al suelo, cubierto de un verde musgo y una que otra pequeña flor, lo que cargaba en su espalda; una maleta azul oscuro con cuerdas grises bruscamente amarradas. El olor que expedía ese inmundo adefesio era aún más detestable que su corporalidad humana. 
Luego se dejó caer con peso muerto sobre el suelo acomodándose en posición fetal, colocó sus manos sobre su rostro mientras las lágrimas recorrían su piel y su respirar se convertía en sollozo.
No pasaron más de dos minutos cuando extendió su mano izquierda, alcanzó su maloliente mochila y sin levantar la mirada, desamarró los cordones. Movió la cremallera de derecha a izquierda, y del primer bolsillo sacó una pequeña libreta café de páginas aparentemente viejas. Giró su cabeza para apoyarla sobre su oreja derecha, abrió los ojos, dirigió su mirada perdida a las páginas añejas y manchas rojas, respiró profundamente tres veces y la acercó para leerla sin levantar su cabeza. 
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