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mrwhiteyguy · 1 month ago

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Crédito a la autora original: multifamdomfan

Inefablemente Tuyo

Resumen: Cuando el Cielo y el Infierno sospechan demasiado de su relación, Azirafel sugiere algo drástico: fingir ser pareja. Crowley acepta por razones que no quiere analizar con detenimiento. Al fin y al cabo, solo es fingir. ¿Verdad?

Género: Comedia Romántica, Desenfreno, Citas Falsas

Clasificación: T (lenguaje moderado, tensión romántica)

Si le hubieras dicho a Crowley hace una semana que Azirafel sería quien insinuaría algo mínimamente escandaloso, se habría reído. O al menos se habría bajado las gafas de sol lo justo para que pudieras verlas. Pero aquí estaban.

"Lo siento", dijo Crowley, paseándose como un gato en una jaula demasiado pequeña. "¿Quieres que hagamos qué?"

De pie en medio de la librería, con el aire cargado de aroma a papel viejo y chocolate a medio sorbo, Azirafel tenía un aspecto absolutamente escandaloso —o al menos, tan escandaloso como un ángel con chaleco beige podría hacerlo— mientras sugería algo completamente ridículo.

"Finge...", dijo Azirafel, remilgado e inquieto, "que tienes una relación romántica".

Crowley se detuvo a medio paso, girándose con los brazos extendidos, incrédulo. "Ángel. Esa no es la solución a ser investigado por el Cielo y el Infierno".

Crowley entrecerró los ojos. "¿Crees que fingir que somos pareja va a ser menos sospechoso?"

"Es precisamente la solución", insistió Azirafel. "Ya creen que hay algo raro entre nosotros. Si les damos una razón —una inventada, claro está— para nuestra... continua confraternización, entonces dejarán de indagar".

Crowley murmuró: "La verdad es que simplemente nos gustamos".

"Pensarán que simplemente hemos sucumbido a la tentación. ¡Que hemos caído en la lujuria o, Dios no lo quiera, en el amor! Lo cual, para ellos, sería más fácil de entender que la verdad".

Azirafel se quedó quieto.

Azirafel se iluminó. "¿Ah?"

"Exhibiciones públicas. Fotos. Tomados de la mano. Tendrás que mirarme con adoración de vez en cuando".

"Siempre lo hago", dijo Azirafel sin poder contenerse.

Crowley parpadeó.

Azirafel se sonrojó.

"Me refiero a... hipotéticamente, claro", añadió el ángel apresuradamente, refugiándose tras una pila de Dickens.

Crowley sonrió con sorna, divertido y desconfiado, y un poco... ¿esperanzado?

"Cena en el Ritz mañana", dijo, dirigiéndose a la puerta. "Reservaré una mesa. En algún lugar visible".

Crowley se bajó las gafas de sol para revelar unos ojos dorados, brillantes de picardía. "Para guardar las apariencias".

"Para guardar las apariencias", repitió Azirafel débilmente.

Y entonces se fue, con el tintineo de la campana de la tienda resonando como una ocurrencia tardía.

···

Aquella mañana, Azirafel se había excedido en lo absurdo.

Se había probado doce corbatas.

Se había lustrado los zapatos milagrosamente.

Había pulido su brillo angelical hasta alcanzar un sutil resplandor, suficiente para impresionar sin despertar sospechas.

Y ahora estaba sentado frente a Crowley en su mesa a la luz de las velas en el Ritz, agarrando el tallo de su copa de vino como si fuera un salvavidas.

Crowley, en cambio, era la imagen misma de la despreocupación. Camisa de seda negra y líneas elegantes, despreocupado como si hubiera inventado el concepto de la despreocupación.

“Creo que nos vigilan”, susurró Azirafel tras su menú.

Crowley no levantó la vista. “Sí, ese demonio de las patillas dos mesas más allá lleva diez minutos fingiendo leer la carta de vinos”.

“Y el ángel de la esquina no para de bendecir los palitos de pan”, murmuró Azirafel.

Crowley dio un sorbo de vino y sonrió con suficiencia. “Entonces supongo que es hora de subirle el tono”.

Se inclinó sobre la mesa, despacio, con deliberación, y puso su mano sobre la de Azirafel.

El ángel se quedó paralizado.

—Tranquilo, ángel —dijo Crowley, bajando la voz, persuasivo—. Ya nos hemos tomado de la mano antes.

—Sí, pero no con... implicaciones.

Crowley sonrió. —Todo lo que hago tiene implicaciones.

Sus dedos se entrelazaron torpemente al principio, luego se tranquilizaron. La mano de Azirafel era cálida. Firme.

Era absurdo, de verdad. Tanto fingimiento. Todas las miradas cautelosas. Porque la verdad —la profunda y ancestral verdad— era que siempre había habido algo inefable entre ellos. Algo peligroso, tierno y absolutamente indescriptible.

Y ahora jugaban al amor como si fuera una broma.

Pero no lo era.

En realidad, no.

···

Las citas falsas se acumulaban.

Noches de ópera. Catas de vino en librerías. Paseos por el Soho con el brazo de Crowley sobre los hombros de Azirafel como si perteneciera a ese lugar.

Se reían más fuerte. Se sentaban más cerca. Se tocaban más.

Y en algún punto entre "finjamos una cita para engañar al Cielo y al Infierno" y "te ves radiante a la luz de las velas", las líneas comenzaron a difuminarse.

Aziraphale se sorprendió mirándolo fijamente demasiado tiempo. Crowley dejó de fingir que no lo disfrutaba.

El ángel quemó tostadas tres mañanas seguidas. Crowley dejó de usar gafas de sol en interiores.

Una tarde, mientras reordenaban libros juntos en un silencio afable, sus manos se rozaron —apenas un suave roce— y Azirafel se sobresaltó como si lo hubieran golpeado.

Crowley no se apartó.

Azirafel lo miró.

Y por un instante imposible, el mundo se tambaleó.

···

Ocurrió en una azotea.

Siempre ocurre, ¿verdad? Demasiado cielo, demasiadas estrellas y demasiado silencio oprimiendo corazones que llevan siglos demasiado asustados para hablar.

Acababan de terminar su cena de aniversario falso en un pequeño y pintoresco restaurante italiano escondido entre dos callejones que técnicamente no existían en ningún mapa. El tipo de lugar que le gustaba a Crowley: luz tenue, buen vino, sin ángeles ni demonios con intenciones ocultas. Solo ellos.

No hablaron mucho durante el camino de regreso. Azirafel estaba inusualmente callado, y Crowley, inusualmente, no bromeaba al respecto. Eso por sí solo debería haber sido una señal de alerta.

"¿Te apetece una vista?", preguntó Crowley con voz suave pero cautelosa, y antes de que Azirafel pudiera responder, ya estaban allí arriba, en lo alto de un edificio con vistas al Soho, lo suficientemente cerca como para ver la ciudad respirar.

Azirafel estaba de pie en el borde, apoyado en la barandilla de piedra, observando las luces traseras rojas que se filtraban a través de la niebla.

Crowley se inclinó a su lado, con los brazos cruzados y el corazón latiendo a mil. "Esto se ha alargado más de lo previsto", dijo Azirafel después de un rato. Crowley no respondió.

El ángel miró de reojo. "Me refiero a la artimaña."

"Oh." Crowley se quitó las gafas de sol, dejando que el aire fresco de la noche le acariciara el rostro. "Cierto."

Una pausa.

"¿Crees que han dejado de vigilar?", preguntó Crowley, sin querer decirlo.

Aziraphale se encogió de hombros y luego sonrió levemente. "Quizás. Pero yo no."

Crowley parpadeó. "¿Tu no... qué?"

"No he parado", dijo Aziraphale, con una voz tan baja que podría haber sido confundida con el viento. "Fingiendo. Deseando. Anhelando."

Eso dejó a Crowley inmóvil.

Aziraphale se giró hacia él, se giró de verdad, y por primera vez en mucho tiempo, no había miedo en sus ojos. Solo… anhelo. Algo suave, feroz y finalmente desprevenido.

"Pensé que era solo una función", continuó Aziraphale, con las palabras aceleradas como si hubieran estado reprimidas demasiado tiempo, "un medio para un fin. Pero entonces me tomaste de la mano y olvidé cómo hablar. Luego me besaste en la mejilla fuera de la ópera y pensé que se me iba a parar el corazón. Y me di cuenta..."

Se acercó.

“…Ya no estaba fingiendo.”

Crowley se quedó mirando. Su voz, cuando salió, era áspera y ronca.

“¿Hablas en serio?”

“Lo digo en serio.”

Crowley apartó la mirada y soltó una carcajada, breve y aguda. “Eso es… eso es ridículo.”

El rostro de Azirafel se ensombreció levemente. “Oh.”

Crowley se giró al instante, presa del pánico. "No... no, eso no. Me refiero a mí. Esto. Yo soy el ridículo."

"No lo eres."

"Lo soy", insistió Crowley, paseándose de un lado a otro. "Soy un demonio. Soy el enemigo. Soy egoísta y testarudo, y miento, Azirafel... miento todo el tiempo."

—Lo sé.

—Y tú eres bueno. Eres luz, amabilidad y... pasteles. No debería querer nada de esto. Pero sí. Que Dios me ayude, sí que te quiero.

Aziraphale parpadeó, atónito. —Así que tú sientes lo mismo.

Crowley volvió a reír, pero esta vez fue más suave. Más triste.

"Lo he sentido durante siglos, ángel. Pero pensé que si lo decía en voz alta, rompería el hechizo. Entrarías en razón, recordarías que estoy maldito y te marcharías."

"Nunca me alejaría de ti."

Se quedaron allí, uno frente al otro, con un silencio que se extendía entre ellos: cálido, expectante, asustado.

Y entonces, con una valentía casi insoportable, Azirafel dio un paso al frente y tomó la mano de Crowley.

No como una actuación.

No como un escudo.

Igual que ellos.

Y Crowley —el hermoso e imposible Crowley— se lo permitió.

Sus dedos se entrelazaron como si siempre hubiera estado destinado a ser así.

—Para mí no estás condenado —dijo Azirafel en voz baja.

Crowley tragó saliva con dificultad.

—Ángel —susurró—. Me haces querer creer en la redención.

Azirafel sonrió. —Ya lo has hecho.

Y entonces, finalmente —inevitablemente— se besaron.

Sin trucos. Sin miradas indiscretas. Solo ellos dos, bajo un cielo londinense infinito, descubriendo que lo más inefable de todo... era el amor.

Nota: Si llegaste hasta aquí te agradezco por leer, recuerden que el crédito a la autora original está en el comienzo de la publicación, yo solo traduje la historia, me disculpo si algo no está bien traducido pues no se tanto inglés y tuve que recurrir al traductor para una gran parte de la historia.

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