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Nate Rochezz
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Bienvenido a mi mundo de historias. Soy Nate Rochezz, escritor de fantasía, fanfics, fantasía oscura, suspenso psicológico, horror, amor y mucho más. A través de mis palabras, exploro los rincones más profundos de la mente y el alma, tejiendo relatos que pueden transportarte a otros mundos o sumergirte en la oscuridad de la psique humana. Cada historia que escribo es un reflejo de mis pasiones, miedos y sueños. Aquí encontrarás mundos mágicos, horrores indescriptibles y amores que trascienden la realidad. Si te atreves a adentrarte en mis relatos, prepárate para perderte en ellos. Sígueme y acompáñame en este viaje literario. Tu apoyo es la chispa que mantiene vivas mis historias.
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nate-rochezz · 2 days ago
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Hoy hace 2 años que llegué a Tumblr. 🥳
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nate-rochezz · 2 months ago
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¡Finalmente, la última parte! Lee el final de "Licantropía":
Entonces, sin pensar, algo se rompió dentro de ella. La necesidad de sentir el calor de Akko, de acercarse más a ella, fue más fuerte que su miedo. Diana dejó que sus emociones se desbordaran, y antes de que pudiera detenerse, se acercó a Akko, tomando su rostro entre sus manos con una fuerza que sorprendió incluso a la misma Diana.
El beso fue suave al principio, cauteloso, como si ambas no pudieran creer que finalmente se estaba haciendo realidad lo que tanto habían temido. Pero, a medida que sus labios se encontraron, la intensidad creció. El peso de tanto tiempo callando lo que sentían, el dolor de la distancia, todo eso se desvaneció en un instante. El beso se volvió más profundo, más urgente, como si ambas estuvieran desesperadas por aferrarse a la otra, por no dejar escapar ni un segundo más de lo que ya habían soñado.
Cuando se separaron, el aire entre ellas se sentía cargado de electricidad, como si todo a su alrededor hubiera desaparecido. Akko, con una sonrisa tímida pero sincera, rompió el silencio con una pequeña risa.
-Eres tan increíble, Diana -dijo, aún con la risa brillando en su voz-. Y esas orejas... son lo más adorable que he visto. Estás loca si crees que eres un monstruo.
Diana, sonrojada, no pudo evitar sentirse avergonzada, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella se despertó, una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Akko le acarició suavemente la oreja, como si la estuviera reconociendo por lo que era, y el gesto provocó que su corazón latiera más rápido.
-¿Te sientes bien? -preguntó Akko, observando cómo la cola de Diana se movía lentamente, como una pequeña confirmación de que la chica ya no estaba tan tensa.
Diana asintió, su rostro aún rojo, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
-Sí... me siento bien -admitió, casi avergonzada por la ternura que sentía por Akko.
Akko la miró con dulzura y, con una risa suave, respondió:
-Es evidente con cómo mueves esa cola. Es casi como si estuvieras feliz.
Diana, sorprendida por la afirmación, no pudo evitar sentirse aún más abrumada por la calidez que emanaba de Akko. Todo el peso de sus dudas y miedos parecía desvanecerse lentamente, como si cada palabra de Akko la estuviera curando.
Pero entonces, como si un muro invisible se levantara entre ellas, Diana dejó de sonreír. Un aire más serio envolvió la conversación, y su expresión se tornó más sombría.
-Akko... -empezó, su voz vacilante-. Ojalá todo fuera tan simple como lo que dices. Ojalá fuera solo un hechizo, solo un simple hechizo que hace que aparezcan orejas y cola... un hechizo de metamorfosis, algo que pueda desaparecer con el tiempo. Pero... -hizo una pausa, mirando al suelo, como si las palabras le dolieran-. No es así.
Akko frunció el ceño, confundida, pero dio un paso hacia ella, tomándola de las manos una vez más.
-¿Qué quieres decir? -preguntó suavemente.
Diana respiró hondo y levantó la vista, mirándola a los ojos con una sinceridad desgarradora.
-Lo que está pasando conmigo no es solo una transformación superficial, Akko. He estado investigando, he buscado en todos los libros posibles, pero... todo encaja con algo mucho más serio. Lo que tengo es licantropía. No es algo que pueda desaparecer con un simple hechizo. En lo que he encontrado, parece ser algo que... no puedo controlar completamente.
Akko la miró, sintiendo como si su corazón se rompiera al escuchar esas palabras, pero también entendió la lucha que Diana estaba enfrentando. No importaba lo que fuera, ella no la iba a dejar sola.
-No importa si es licantropía o cualquier otra cosa, Diana -dijo, firme, sin dejar que la preocupación la dominara-. Yo te amo. No importa lo que venga, lo que seas... no vas a pasar por esto sola.
Diana la miró, y aunque su mente seguía llena de incertidumbre, algo en su pecho se calmó al escuchar las palabras de Akko. Finalmente, sonrió, esa sonrisa que Akko siempre había amado. Y aunque el futuro era incierto, no le importaba. Porque, con Akko a su lado, sentía que podía enfrentarse a todo, incluso a lo más oscuro de su ser.
Akko la abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla de todo, y susurró en su oído:
-No tienes que tener miedo, Diana. Estoy aquí, siempre.
Esa noche, la biblioteca de la escuela estaba bañada por la tenue luz de la luna, que se filtraba a través de las ventanas, iluminando los estantes llenos de libros y la mesa donde Diana y Akko estaban sentadas, rodeadas de tomos antiguos de magia. El ambiente era denso, el aire fresco pero cargado de ansiedad, como si la noche misma pudiera sentir la tensión entre ellas.
Akko, agotada por horas de búsqueda, frotó sus ojos y suspiró, mirando a Diana con una expresión cansada. El brillo en sus ojos, sin embargo, no se desvanecía. Estaba decidida a ayudar, pero el peso de no encontrar nada útil comenzaba a abrumarla.
-Nada. Nada -dijo Akko, dejando caer un libro de magia avanzada sobre la mesa, haciendo que el sonido resonara en la quietud de la noche-. Llevo horas buscando algo que nos sirva, y no hay nada sobre licántropos. No sé qué más hacer, Diana...
Diana, absorta en sus propios pensamientos, miraba el libro frente a ella, pero sus ojos no parecían realmente ver las palabras. Sus orejas de lobo se movían ligeramente, tensas, como si también sintieran la presión de la situación. Su cola, siempre tan controlada, ahora se agitaba con incomodidad. Un par de meses atrás, ella nunca habría imaginado estar en una situación así, no con su perfección siempre intacta, no con su control absoluto sobre todo.
-Lo sé, Akko -respondió Diana, su voz bajita, casi un susurro. Ella no podía negar lo que sentía, el calor que se había desbordado dentro de ella desde que la transformación comenzó. Su cuerpo estaba cambiando, pero algo más profundo también lo hacía. Se sentía más... humana, por así decirlo, pero no estaba segura de si eso era lo que realmente quería. De repente, ser la "Diana perfecta", la fría y calculadora, no parecía tan atractivo.
El silencio entre las dos era denso, marcado solo por el suave susurro de las páginas que Akko pasaba frenéticamente. Diana observó a Akko, su corazón golpeando con fuerza al ver la desesperación en sus ojos. De repente, la tensión que las envolvía se disipó por un momento cuando Akko soltó un suspiro profundo, uno tan cargado de cansancio que Diana se acercó un poco más a ella, sintiendo la necesidad de consolarla, aunque no sabía cómo.
-Esto es ridículo -murmuró Akko, una pequeña sonrisa triste se dibujó en su rostro-. Estoy tan cansada de leer sobre magia de todo tipo, pero no puedo encontrar nada que me ayude a ayudarte, Diana... Pero lo que sí sé es que te quiero. Tal y como eres. No importa si tienes orejas de lobo, o si tienes cola. Te quiero a ti. Y... no me importa lo que pase, no quiero perderte, nunca.
Diana se quedó en silencio. Las palabras de Akko le atravesaron el alma. Su pecho se apretó, un torbellino de emociones arremolinándose dentro de ella, tan intensas que no sabía si podían ser reales. Akko no solo la quería, la amaba de una manera tan incondicional que le dolía aceptarlo. Diana había sido tan acostumbrada a ser perfecta, a estar controlada, que el simple hecho de que alguien la aceptara sin más parecía un concepto ajeno.
Akko la miró, esperando una respuesta, pero Diana no encontraba palabras. No sabía qué decir, cómo reaccionar. Su mente estaba tan llena de dudas, de temores. ¿Quiero seguir siendo la Diana perfecta, o quiero aceptar este lado más... imperfecto, más vulnerable?
Las orejas de Diana se inclinaron hacia abajo, una señal involuntaria de su confusión interna. Su cola, que estaba quieta un momento atrás, se movió suavemente como si ella misma estuviera indecisa. Era como si todo su ser estuviera pidiendo algo, pero al mismo tiempo, resistiéndose a aceptarlo.
-Akko, no sé... -dijo finalmente, su voz quebrada. Se acercó más a ella, buscando sus ojos, buscando algún tipo de respuesta. La presión sobre su pecho aumentaba-. No sé si quiero quedarme con esto... Si quiero seguir siendo así... Pero al mismo tiempo, siento que... que todo esto me está acercando a ti. Y me asusta.
El aire entre ellas se espesó, pero esta vez, no era una sensación de incomodidad, sino más bien de vulnerabilidad compartida. Diana sentía que había estado atrapada en un círculo de perfección durante tanto tiempo que la idea de aceptar lo que realmente era la aterraba. Aceptarse a sí misma, tal como era ahora, con sus nuevas emociones y habilidades, la hacía sentir expuesta.
En ese momento, Akko, fijó la vista en el collar que le había regalado a Dian y que todavía llevaba puesto. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, y mientras tomaba una bocanada de aire para calmarse, dijo en voz baja:
-Comprar ese collar en aquella tienda mágica fue la mejor elección.
Y en eso, algo hizo click en el cerebro de la rubia.
Se incorporó de un salto, la sorpresa pintando su rostro.
-¿Qué? -preguntó, un atisbo de miedo en su voz-. ¿Una tienda mágica? Akko, ¡el collar! Es el collar! ¡Ese collar tiene algo que ver con mi transformación!
Akko se encogió de hombros, sorprendida por la reacción tan súbita de Diana. No entendía completamente por qué el collar era tan importante, pero Diana ya lo había comprendido. Un rayo de claridad cruzó por su mente, y la ansiedad que había estado acumulando durante días se disipó, aunque la incertidumbre sobre lo que vendría a continuación seguía en su corazón.
-El collar... -repitió Diana, apenas susurrando, como si las piezas del rompecabezas estuvieran finalmente encajando. - Esto es lo que me está transformando. Pero... ¿por qué? ¿Qué hace realmente este collar?
Akko la miró con una mezcla de duda y preocupación. Se acercó a ella, tocando su brazo con ternura.
-Diana, si te hace sentir... diferente, tal vez... tal vez debas aceptarlo. Quizás no se trate de una transformación que puedas romper. Tal vez sea algo que... te ayude a descubrir quién eres realmente. Sin el miedo a perderte a ti misma.
Las palabras de Akko la alcanzaron profundamente. Diana no tenía respuestas definitivas, pero lo que sentía ahora era algo más importante: la aceptación de Akko, la comprensión de que, independientemente de lo que fuera, ella estaría a su lado.
Era hora de que Diana dejara de temer lo que no podía controlar, de enfrentar su propio ser, sus emociones y sentimientos que mantenía reprimidos durante tanto tiempo, y el primer paso para hacerlo era investigar aún más detrás de lo que era aquel collar.
A la mañana siguiente, tanto Akko como Diana se dirigieron a la tienda mágica.
Estaba ubicada en un callejón apartado de la ciudad, oculta entre edificios antiguos y faroles parpadeantes. El letrero apenas colgaba de una oxidada cadena, con letras doradas medio borradas por el tiempo. Akko y Diana cruzaron la puerta con un leve tintineo de campanilla, y el aroma a incienso y libros viejos las envolvió de inmediato.
Detrás del mostrador, un hombre de edad indefinida hojeaba tranquilamente un libro con la misma indiferencia con la que alguien podría mirar el clima. Su cabello grisáceo caía sobre su rostro en mechones desordenados, y su túnica estaba cubierta de polvo y manchas de pociones secas. No se molestó en alzar la vista cuando Diana, con el ceño fruncido, apoyó con firmeza las manos sobre la mesa.
-Venimos por información -declaró, con su tono habitual de autoridad-. Este collar -señaló la joya aún alrededor de su cuello- ha causado una transformación en mí. Necesitamos saber cómo revertirlo.
El dependiente apenas movió la cabeza para mirarla y luego suspiró, como si ya hubiera lidiado con problemas similares muchas veces antes.
-Oh, ese viejo truco... -murmuró, cerrando su libro con un chasquido-. No me sorprende que te haya afectado. Ese cristal tiene historia.
Diana y Akko se miraron con expectación, y el hombre prosiguió con desgano:
-Hace siglos, un líder licántropo utilizó un cristal similar para revivir a su amada. La única forma de traerla de vuelta fue atándola a su esencia, lo que la convirtió en licántropa. Desde entonces, el cristal ha quedado impregnado con esa magia. Cada luna llena, la transformación se profundiza.
Diana tragó saliva, procesando la historia.
-¿Y cómo se rompe el hechizo? -preguntó Akko con ansiedad.
-Fácil -respondió el hombre, encogiéndose de hombros-. En la próxima luna llena, debes realizar un hechizo de liberación. Si lo haces, volverás a la normalidad. Pero si no... la transformación será permanente.
Silencio. Diana sintió su pecho apretarse con la información. ¿Permanente? ¿Realmente significaba que nunca volvería a ser la misma?
El dependiente notó su expresión de conflicto y se encogió de hombros.
-No es tan malo, ¿sabes? Podría ser peor. Podrías haberte convertido en algo con tentáculos. -Dicho esto, volvió a abrir su libro, dejando claro que no le importaba lo que decidiera.
Akko le lanzó una mirada incrédula antes de girarse hacia Diana.
-Diana... esto significa que... -Akko se interrumpió al ver la expresión de su amiga. Diana no estaba tan aterrada como esperaba. No había pánico en sus ojos, sino algo más profundo: duda, reflexión.
Diana estaba en silencio, pero en su mente, todo era un torbellino. ¿Romper el hechizo y volver a ser la Diana perfecta? ¿O aceptar lo que era ahora, con todas las emociones y sensaciones nuevas que había descubierto?
Había pasado toda su vida reprimiéndose. Manteniendo una imagen impecable, sin permitir que nadie viera sus debilidades. Y sin embargo, con esta transformación, había aprendido a sentir más intensamente. Había sentido el viento en su piel con más fuerza, había reído sin miedo al juicio, había descubierto un amor por Akko que antes le parecía imposible.
Diana bajó la mirada hacia su reflejo en el cristal de un frasco cercano. Sus orejas de lobo se movían levemente con su respiración, y su cola rozaba el suelo. Antes lo había visto como una maldición. Ahora... era parte de ella.
Al salir de la tienda, Diana emprendió vuelo con su escoba directo hacia Luna Nova, sintiendo el firme agarre de Akko y ocasionales besos en su cuello que casi la hacen perder la concentración en el vuelo, pero a pesar de ello no iba a detener a su amada.
La tarde se esfumó en clases y en Diana resguardad en la librería, hasta que, al caer la noche, ambas se escabulleron fuera de sus dormitorios y se vieron en un rincón apartado de los jardines de Luna Nova.
Akko la observaba con el corazón en la garganta.
-Diana... ¿qué vas a hacer?
Diana levantó la vista, su decisión clara en sus ojos azules que resplandecían bajo la luz plata de la luna llena.
-No romperé el hechizo.
El corazón de Akko dio un vuelco.
-¿Estás segura?
Diana asintió, con una paz inesperada reflejada en su rostro.
-No significa que vaya a por la vida con estas orejas y cola, estoy segura de que aprenderé a controlarlo. Pero por primera vez en mi vida, estoy sintiendo de verdad. No quiero perder esto. No quiero perder... lo que tenemos.
Akko abrió la boca, sorprendida, pero en su interior, una cálida felicidad la envolvió. Sin decir una palabra más, se lanzó sobre Diana y la abrazó con todas sus fuerzas.
Diana titubeó por un segundo antes de devolverle el abrazo, sintiendo cómo el último vestigio de su inseguridad desaparecía.
No necesitaba ser la "Diana perfecta" que todos esperaban. Podía ser ella misma. Con sus orejas, su cola y sus sentimientos. Y lo más importante... podía ser amada así.
La luna llena brilló esa noche con más intensidad que nunca, mientras Diana y Akko se tomaban de las manos, listas para enfrentar cualquier cosa juntas.
Un beso las unió en un tórrido encuentro de sus labios, una muestra de amor puro. La cola de Diana se agitó y dirigió sus manos a su cintura, pero antes de poder seguir disfrutando del contacto de los suaves labios de la bruja castaña, esta última se alejó.
-Entonces, ¿somos novias ahora?
Diana rió.
-Sí Akko, si me concedes el honor de ser tu novia, estaré más que dichosa, mi cola no miente -Dijo mirando a lo último su cola agitándose de lado a lado con emoción.
Akko no espero más y la besó una vez más, sus manos aferrándose a su ropa, como si no quisiera dejarla ir.
-Gracias a la licantropía que nos unió.
Diana tan sólo rió, y allí, juntas en medio de los jardines de Luna Nova permanecieron abrazadas durante tanto rato que perdieron la noción del tiempo, pero no importaba, ya no habían prisas, no habían presiones. Sólo existían ellas dos.
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nate-rochezz · 2 months ago
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¡La tercera parte del FANFIC "Licantropía" ha llegado!
.-.-.-.-.-.-.-
Demasiado temerosa de lo que el amor pudiera significar, Diana no se atrevía a considerar la idea de que el collar pudiera ser un símbolo de cariño. Para ella, siempre había sido más sencillo dejar a un lado los sentimientos y enfocarse en "lo verdaderamente importante". Sus responsabilidades, su futuro. Eso era lo que siempre debía ocupar su mente, no asuntos tan complicados como el amor.
-No tiene caso seguir pensando en ello -se dijo, apagando la luz con un suave movimiento de su varita. Luego se levantó de la silla y se deslizó bajo las sábanas, buscando el consuelo de la calidez de su cama. A pesar de la suavidad del colchón y el ambiente acogedor de la habitación, su mente seguía llena del dilema que la atormentaba.
No podía negar que sentía algo especial por Akko. Algo que no sentía por ninguna de sus otras amigas. Algo que la hacía sonreír y sentirse feliz cada vez que estaba cerca de ella, pero que también la dejaba vacía y un poco decaída cuando la distancia las separaba. Akko la hacía ruborizarse con facilidad, aceleraba su corazón con la simple cercanía, la preocupaba cuando se metía en problemas, e incluso le robaba la mirada en clase, cuando no podía evitar volverse para observarla. Pero, ¿significaba eso que la amaba? La sola idea de ponerle esa etiqueta a lo que sentía la hacía sonrojar aún más, y por vigésima vez en el día, su corazón comenzó a latir con fuerza, retumbando en sus oídos como un tambor.
Nunca antes había sentido algo así. Toda su vida se había dedicado al estudio de la magia, con la meta de convertirse en la bruja que su familia esperaba de ella, en la futura líder que restauraría el honor y la gloria de los Cavendish. El amor no había sido parte de sus planes.
-Amor... -musitó, mirando el cielo nocturno a través de su ventana. La palabra le sonaba extraña, ajena a su vocabulario, como si fuera un concepto sacado de un libro que nunca había abierto. Algo que no formaba parte de su educación ni de sus estudios.
A sus dieciocho años, podría parecer normal que se sintiera atraída por alguien. Pero, en cuanto esa idea comenzaba a aflorar, su lado más lógico y racional la frenaba, poniéndola de vuelta en la tierra. Un romance con Akko no solo parecía imposible, sino que, más allá de cualquier sentimiento, traería innumerables obstáculos. Después de todo, Diana era una Cavendish, la heredera, y su deber estaba con su familia. Tenía responsabilidades y expectativas que cumplir. Un romance con una chica que ni siquiera provenía de una familia de brujas era, en su mente, algo completamente incompatible con los planes que había forjado para su vida.
Aunque en un mundo ideal, si realmente pudiera hacer que funcionara, si, en el más fantasioso de los casos, ella y Akko pudieran tener algo, Diana no quería arriesgar a la chica a los juicios y comentarios malintencionados de las demás personas. Sabía lo cruel que podía ser la alta sociedad, y lo último que quería era que Akko se viera arrastrada a esa marea de críticas despiadadas. No podía ni imaginar a la bruja japonesa teniendo que comportarse de manera recatada, forzada a convivir con aquellos nobles amargados que la rodeaban en eventos y reuniones, simplemente porque ella era una bruja aristócrata.
Y ni hablar de lo difícil que sería hacer que su tía Darryl aceptara, o al menos tolerara, a Akko. Conociéndola, no dudaba que podría hacerle daño; ya lo había hecho antes, como cuando atacó a la castaña con sus serpientes en el santuario. Diana no quería que Akko pasara por eso.
Recordaba claramente cómo se sintió cuando vio a Akko atrapada por las serpientes de su tía. Ni siquiera entendía cómo encontró la fuerza, pero a pesar de la debilidad que la invadía, tomó su varita y la liberó. No podía permitir que algo le pasara a Akko. No sabía por qué le importaba tanto, pero no podía dejar que sufriera. Cuando la vio en el suelo, después de ser mordida por el veneno de las serpientes, un terror indescriptible se apoderó de ella. Nunca había experimentado un miedo tan grande, ni siquiera en los momentos más difíciles de su vida. Ver a Akko inconsciente, el temor palpable en su pecho, lo destrozó por dentro. Su voz, quebrada por el pánico, clamó su nombre. En ese instante, dejó de importar todo lo demás: su familia, su deber, su orgullo como Cavendish. Akko era lo único que importaba. El tiempo apremiaba y Diana sabía que no podría ir al santuario si ayudaba a Akko, pero aún así, prefirió dejarlo todo. No entendía por qué, pero algo dentro de ella la impulsó a actuar de esa manera. Su corazón no podía abandonarla.
Solo pensar en ponerla en riesgo de nuevo le causaba una aflicción tan profunda que sentía como si le estuvieran aplastando el corazón. Akko estaría mejor con alguien más, alguien como Andrew. Había notado lo cercanos que eran en varias ocasiones, y aunque una parte de ella sentía celos al verlos juntos, tenía que admitir que hacían una buena pareja.
Mirando el collar en su cuello, sintió una cálida sensación recorrer su pecho. Extrañamente, ese collar la hacía sentir cerca de Akko. Tal vez era eso lo más cercano a una relación que podrían tener, porque pensándolo con claridad, cualquier vínculo entre ellas sería complicado, lleno de obstáculos.
Pero Diana ya se había castigado demasiado por darle tantas vueltas al asunto. Mañana reflexionaría sobre todo eso y decidiría qué pensar. Esa noche, lo único que podía hacer era descansar, si quería rendir bien en clases al día siguiente. Así que, acurrucándose entre las sábanas y con la ropa de dormir puesta desde hacía rato, cerró los ojos, dispuesta a descansar las horas que le quedaban.
Esa noche, un pequeño resplandor luminoso de color azul claro brilló un largo rato mientras la luna llena se mantenía en lo alto del cielo, sin embargo, era una noche tan tranquila que nadie notó esa luz tan particular, ni siquiera la propia Diana.
La mañana siguiente, si bien Diana podía ser una bruja de excelencia, una estudiante modelo, al mismo tiempo seguía siendo humana y, al igual que todos, de vez en cuando se quejaba de despertarse, particularmente cuando tenía noches como esas en las que su sueño era extremadamente ligero y no dejaba de dar vueltas por toda la cama. No sabría decir con exactitud por qué, pero algo la habla estado molestando toda la noche, haciéndole imposible pasar más de veinte minutos sin moverse con la esperanza de encontrar la posición adecuada que le asegurara un buen rato de sueño.
El sol calentaba de forma agradable su piel y su rostro, una forma sutil del día para despertarla y decirle que ya había amanecido. Ella sabía que debía despedirse de la comodidad de sus sábanas y de la suavidad sobre la que reposaba su espalda, pero no quería decirles adiós, tampoco a su almohada que se sentía tan particularmente suave esa vez, demasiado esponjosa y hasta diría que peluda.
Seguramente Akko seguiría roncando a esas horas, pero a diferencia de la asiática Diana no era tan despreocupada como ella, no podía simplemente ignorar sus responsabilidades y levantarse unos minutos antes de la hora de clases, además, ella era consciente de que tenía una reputación que mantener ella sabía que debía dar el ejemple a las demás brujas. Ella era Diana Cavendish y no podía llegar tarde a clases ni darse el lujo de dormir unos minutos más, quizá en otra vida si, pero hasta entonces no tenia otra opción sino abrir los ojos y empezar el día.
Así pues, la bruja británica se deshizo de sus sábanas sin darse cuenta de la curiosa posición en la que estaba segundos atrás, enroscada como si fuese un animal tratando de mantener el calor. Tensó sus músculos por unos segundos y bostezó, desperezándose al igual que lo haría un perro luego de una siesta. Qué sueño tenía, siendo sincera no le caería mal un café en lugar de un té esa mañana.
Como parte de su rutina mañanera Diana se levantó de su cama y de su mesita al lado de la cama tomó su cepillo, después de todo su cabello largo y perfectamente ondulado no se mantenía solo, siempre procuraba cepillarlo una o dos veces al día, pero esa mañana había algo peculiar. Era demasiado extraño como para describirlo, pero tenía una extrema sensibilidad cada que pasaba las cerdas del cepillo por la parte superior de su cabeza, aunado a ello, podía sentir dos extraños bultos entre su cabello.
Confundida, detuvo su cepillado y palpó su cabeza con suma extrañeza ¿Sería que seguía demasiado adormilada y estaba imaginando cosas? Entrecerrando sus ojos mientras movía su mano a lo largo de su cabeza buscando identificar esa extraña sensación pensó que quizá podría ser algún nudo en su cabello, pero no podía estar más lejos de la realidad.
-¿Qué? Es... ¿suave? ¿Pero que...?
Repentinamente la mano de Diana tocó una parte inusual de su cabeza, una muy suave, cubierta por pelo más corto y grueso de lo que era eran sus cabellos rubios. Al sentirlo frunció el entrecejo y sin pensarlo mucho apretó su mano, soltando un chillido al hacerlo pues una punzada de dolor la había atacado en su cabeza.
Algo muy raro estaba pasando.
Confundida en extremo Diana se llevó ambas manos a la cabeza descubriendo que habían dos de esas extrañas protuberancias sensibles al tacto, de hecho muy sensibles.
No entendía qué estaba ocurriendo, pero buscando una explicación se levantó de la cama con rapidez y se asomó en el espejo de su habitación, abriendo los ojos como platos cuando al verse descubrió que en lugar de sus dos orejas normales tenía sobre su cabeza dos orejas blancas y puntiagudas muy similares a las de un perro o un lobo, quizá de algún otro tipo de canino.
Diana era una chica muy recatada y de buenos modales, pero en ese momento quiso soltar un grito al más puro estilo de Atsuko Kagari, de hecho, la apuesta se redobló cuando en medio de su agitación tuvo que ahogar un chillido al ver que no sólo tenía orejas sino ¡una cola! ¡Diana tenía orejas y cola! Eso tenía que ser una broma.
-Debe ser algún hechizo. Sólo tengo que hacer un hechizo de metamorfosis, eso debe bastar -Se pensó obligándose a mantener la calma, tomando una honda respiración y tratando de recuperar el control de sus emociones.
Una vez que consiguió calmarse y recobrar la compostura, tomó su varita y recitó el hechizo.
-¡Metamorphie faciesset -Dijo Diana con su perfecta pronunciación del hechizo, después de todo era un hechizo para nada complicado y del que tenía absoluto control.
Sin embargo, cuando se vio en el espejo descubrió que las suaves y peludas orejas seguían allí al igual que esa cola esponjosa recubierta de largos pelos beige, moviéndose de lado a lado sin que ella lo pensara mucho.
Quizá lo había dicho mal, es decir, hasta ella podía cometer errores, ¿no?
-¡Metamorphie faciesset -Repitió pero una vez más nada ocurrió.
Sus orejas seguían ahí, puntiagudas y blancas, como si pertenecieran a un animal que jamás había conocido. Lo peor de todo era la cola. Esa cola esponjosa que parecía tener vida propia, moviéndose de un lado a otro, como si intentara comunicarse con ella.
-Esto no puede ser real. No puede ser... -Diana murmuró para sí misma, con los ojos muy abiertos mientras se observaba en el espejo, completamente desconcertada.
Si algo había sido parte de su identidad siempre, era su dominio sobre los hechizos. Era competente, talentosa y precisa, nunca había fallado en ninguno. ¿Cómo era posible que algo tan simple no estuviera funcionando? El desconcierto se transformó rápidamente en ansiedad, su respiración se aceleraba.
-Esto no es un hechizo cualquiera... -pensó, pero no podía hallar ninguna respuesta.
Diana cerró los ojos y trató de concentrarse.
-Calma, Diana. Respira. Hazlo bien, como siempre lo haces -De alguna manera, se forzó a calmarse. Su corazón comenzó a latir más despacio y, sorprendentemente, al mirar nuevamente en el espejo, las orejas y la cola ya no estaban. Todo había vuelto a la normalidad.
-¿Qué...? -Susurró, sin poder creer lo que había sucedido.
Su alivio fue momentáneo, sin embargo, al instante un nuevo ruido la sobresaltó. Las voces de Hannah y Bárbara se escucharon en la habitación, del otro lado del librero que separaba su cama de las de ellas y que le había estado sirviendo como escondite para su extraña condición.
Eran las primeras horas de la mañana, y sus compañeras de cuarto comenzaban a despertarse. Diana no estaba preparada para enfrentarlas en ese estado.
-¡Ay no! -Pensó en voz baja -¿Y si me ven?
La idea de que sus amigas descubrieran lo que estaba pasando la llenó de pavor. Aterrada por el pensamiento, el estrés volvió a invadirla como una oleada, y al instante, sus orejas y cola reaparecieron, esta vez con más fuerza, como si no pudiera controlarlas.
Las voces de sus compañeras comenzaron a acercarse.
-Diana, ¿estás despierta? -Preguntó Hannah.
-¡No! -Diana casi se ahoga en su propio pánico, tirándose rápidamente sobre la cama y cubriéndose con las sábanas, con la esperanza de que sus amigas no pudieran notar nada extraño.
Pero entonces, en medio del alboroto, una ligera inquietud apareció en el interior de su cuerpo. Entre las sábanas, algo suave y esponjoso se movió, y Diana luchó por esconder su cola, que parecía tener vida propia. Rápidamente la apretó entre las piernas, haciendo lo posible por evitar que se viera. Su cola, aún tensa, se mantenía rígida mientras su mente corría sin cesar.
-¿Diana? -La voz de Bárbara ahora se escuchaba más cerca, llena de preocupación-. ¿Te encuentras bien? Te oímos moverte.
Diana se mantuvo completamente quieta, respirando lo más silenciosamente posible. No podía dejar que descubrieran su secreto.
-Estoy... estoy enferma -dijo en un tono rasposo, casi como si intentara hacer una voz débil. Era un truco que a veces usaba cuando quería evitar preguntas. Pero en ese momento, la ansiedad la estaba consumiendo.
-¿Enferma? -Dijo Hannah, aún dudando-. ¿De qué? ¿Tienes fiebre?
-No, nada grave. No me siento muy bien. Creo que debería descansar. -Respondió rápidamente, esperando que no se acercaran más.
Bárbara y Hannah intercambiaron una mirada, pero la preocupación en sus ojos hizo que Diana sintiera un peso en el estómago. No quería que se quedaran allí. No en ese estado.
-Está bien, si te sientes mal... -dijo Bárbara, aunque parecía no estar completamente convencida-. Nosotros tenemos clase. Si necesitas algo, avísanos.
-Sí, Diana -agregó Hannah-. Si no te sientes mejor, tal vez podríamos ir a la enfermería después. Pero... no te quedes aquí sola todo el día.
Diana asintió con rapidez, disimulando su incomodidad. No podía soportar la idea de que ellas se quedaran en su habitación sabiendo que algo extraño ocurría. No, debía estar sola, y así, bajo la presión de ocultar su secreto, las dos amigas, aún preocupadas, se despidieron y salieron de la habitación.
-Gracias al cielo -Murmuró Diana estando aliviada mientras escuchaba las pisadas de sus amigas alejarse por el pasillo. Pero esa sensación de calma fue efímera, porque en cuanto estuvo sola, se desplomó sobre la cama, los ojos cerrados y el corazón golpeando con fuerza. Había descubierto algo importante, algo que podría ser útil, pero aún así, su situación no había mejorado. ¿Cómo iba a ocultarlo todo el tiempo?
Con un suspiro, Diana miró al techo y se quedó en silencio, el pesado peso de su nuevo secreto rondando en su mente.
Diana caminaba por los pasillos de la escuela con la cabeza baja, repitiéndose a sí misma una y otra vez que debía mantener la calma, que debía controlar sus emociones para que sus orejas y cola no aparecieran. Era un mantra que había estado repitiendo sin descanso desde la mañana, después de su primer incidente. Cada vez que pensaba en Akko, la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella, y no podía evitar que sus orejas se erguieran, o que su cola comenzara a moverse de forma descontrolada. Era como si su cuerpo no pudiera comprender la situación, y por más que intentaba calmarse, el pánico no la dejaba en paz.
El aire del pasillo estaba tranquilo, y sin embargo, el latido de su corazón retumbaba en sus oídos. Estaba a punto de llegar a la biblioteca, su refugio personal, cuando de repente escuchó la voz familiar de Akko a lo lejos.
-¡Diana! -la saludó Akko con una sonrisa, demasiado entusiasta como siempre. El simple sonido de su nombre hizo que el corazón de Diana se acelerara aún más, y sintió una ola de calor recorrerle la espalda.
-No, no ahora, por favor... -pensó, casi en un susurro mental.
El saludo de Akko fue como un disparo que rompió la frágil burbuja de tranquilidad que había intentado crear. Diana apretó el paso, ignorando a Akko y avanzando más rápido hacia la biblioteca, sin mirar atrás, sin atreverse siquiera a responderle. La urgencia en sus pasos era palpable, y las voces de sus compañeras de clase y otros estudiantes resonaban a su alrededor, pero nada de eso importaba. Lo único que importaba en ese momento era escapar de la situación.
Akko, como siempre tan entusiasta y sin darse cuenta de lo que ocurría, intentó acercarse más, pero Diana ya había doblado una esquina, entrando en un pequeño almacén de la intendencia que se encontraba cerca, con una rapidez casi furtiva. Nadie la había visto entrar, y eso era lo único que la mantenía con la esperanza de que no la descubrirían.
Dentro del almacén, Diana se apoyó contra las estanterías de limpieza, respirando agitadamente mientras sus manos temblaban. Sus orejas estaban claramente visibles, erguidas y cubiertas por el cabello, y su cola, aunque semi-oculta por la falda que llevaba, no dejaba de moverse nerviosamente, como un animal asustado.
-Calma, Diana, calma... -se susurró a sí misma, apretando los ojos cerrados y repitiendo las palabras como un mantra, intentando controlar el caos en su interior.
El tiempo parecía detenerse mientras ella se concentraba en serenarse, como si su vida dependiera de mantener el control. Cada respiración era un esfuerzo consciente, pero finalmente lo logró. Sus orejas comenzaron a desaparecer lentamente, y su cola, que había estado agitada, se calmó hasta volverse invisible de nuevo.
Respiró hondo, intentando relajar los músculos tensos de su cuerpo. Aunque había logrado recuperar el control, el temor seguía presente. ¿Y si alguien la veía salir? ¿Y si Akko estaba allí esperando? No podía soportar la idea de que su amiga descubriera lo que le ocurría. No podía permitirlo.
Al sentir que su respiración se normalizaba, Diana se inclinó hacia adelante, echando un vistazo rápido a través de la rendija de la puerta del almacén. No había nadie cerca. Con una sensación de alivio y aún con el corazón latiendo de forma irregular, salió sigilosamente de su escondite. Avanzó en silencio, esquivando a los estudiantes que se encontraban por los pasillos, casi como una sombra, como si fuera una ladrona, como si tuviera algo que esconder. Y en su mente, era justo eso lo que sentía. Una ladrona. Una espía.
Finalmente, llegó a la biblioteca, empujando la puerta con la mano sudorosa. El aroma de los libros la recibió como un abrazo reconfortante, pero incluso allí, la ansiedad no se disipó por completo. Diana se dirigió a uno de los rincones más alejados, donde las mesas de estudio y los estantes de libros formaban una pequeña zona tranquila. Se sentó en una de las sillas y dejó que su cabeza cayera sobre la mesa con un suspiro de frustración.
-No puedo estar huyendo de Akko. No puedo ignorarla... pero no puedo permitir que vea esto -pensó.
Diana apretó los puños sobre la mesa, luchando contra los pensamientos que la atormentaban. Tenía miedo de perder a Akko, de que la viera como algo raro, algo fuera de lugar, si descubrían su secreto. Y todo porque... porque había algo dentro de ella que no podía controlar. Algo que no podía compartir con nadie, ni siquiera con Akko.
Pero mientras pensaba en esto, una pregunta se coló en su mente. ¿Y si Akko ya había notado algo?
Diana había pasado horas en la biblioteca, su mente cansada y su cuerpo agotado, después de un día entero y una noche sin dormir. Había buscado sin descanso en los antiguos tomos de hechizos, en cada rincón de los libros mágicos, pero no había encontrado nada que pudiera explicar su condición. Se sentía cada vez más frustrada. El peso de la vergüenza la estaba aplastando, y, por más que intentaba no pensar en ello, sabía que había algo dentro de ella que se estaba transformando, algo que no podía controlar, algo que la aterraba.
Akko, por otro lado, había estado observando a Diana con creciente preocupación. Desde que Diana había comenzado a alejarse de ella, Akko no podía entender qué estaba ocurriendo. Sabía que algo no estaba bien, pero Diana siempre se mostraba distante y evasiva. Cada vez que trataba de acercarse, Diana la rechazaba, y eso la lastimaba profundamente. No comprendía por qué Diana no le permitía estar cerca ¿Acaso había sido por el collar? ¿Acaso el regalo le pareció tan insulso que por eso la rechazaba?
Cada vez que la veía, la británica parecía más agotada, como si estuviera luchando con algo que no podía controlar.
El sol ya comenzaba a ponerse cuando Akko, Lotte y Sucy salieron de la escuela. Aunque había sido un día largo y lleno de pequeños momentos incómodos, Akko intentaba disfrutar del paseo. La ciudad estaba tranquila, las calles iluminadas con la suave luz de la tarde. El ambiente era diferente, y Akko sentía que un cambio de escenario podría ayudarla a despejar su mente.
-Vamos, ¡apresúrense! ¡Quiero un helado! -exclamó Akko, a pesar de que en su interior una pequeña inquietud seguía latiendo con fuerza. Mientras caminaban hacia una heladería, Lotte y Sucy charlaban animadamente, pero Akko apenas podía concentrarse.
-Akko, ¿estás bien? -preguntó Lotte, su voz llena de preocupación. -Te hemos notado un poco distraída hoy... ¿Todo bien con Diana?
Akko dio un pequeño respingo al escuchar el nombre de Diana. Se detuvo por un momento, mordiéndose el labio.
-Sí, sí... todo bien -respondió con una sonrisa forzada-. Solo necesito despejarme un poco. Diana... es solo que... no entiendo qué le pasa últimamente.
Sucy, con su habitual tono despreocupado, agregó:
-Quizás está jugando a ser misteriosa. Ya sabes cómo es. Pero, ¿por qué no vas y le hablas de una vez? Algo te dice que la cosa va más allá de un simple capricho.
Akko suspiró, pero siguió caminando, evitando la mirada inquisitiva de sus amigas. No quería admitir lo que sentía. Esa confusión, esa sensación de que algo estaba fuera de lugar entre ella y Diana... estaba empezando a hacerle más daño del que pensaba.
-Akko, ¿te ha dicho algo Diana? -preguntó Lotte de nuevo, como si leyera sus pensamientos-. Pareces... preocupada.
-Es que... no sé -admitió-. Diana está rara, como si me estuviera evitando. No me deja acercarme, como si tuviera miedo de algo. Y... no sé si es mi imaginación, pero parece que cada vez que la miro, se pone más nerviosa.
Sucy la observó, divertida.
-Mira que te estás tomando demasiado en serio todo esto. ¿No será que solo está siendo... Diana?
Akko frunció el ceño, sin saber qué responder. De pronto, recordó cómo Diana había evitado su mirada esa mañana, cómo se había alejado rápidamente sin decir una palabra.
Pero irrumpiendo la normalidad de su paseo a pie, las tres chicas se cruzaron con Andrew. Andrew tenía una forma peculiar de estar cerca de las personas, de hacerlas sentir cómodas a su lado. Akko lo miró con una sonrisa, y él, al ver la expresión triste de la chica, decidió intentar levantarle el ánimo.
-¿Te gustaría dar un paseo en limosina? -le ofreció Andrew, como si fuera la idea más natural del mundo.
Akko, algo sorprendida pero agradecida, aceptó. La limosina las llevó por los hermosos paisajes de la ciudad, mientras Andrew hablaba de todo lo que se le ocurría para hacer reír a Akko. Después de un rato, ambos se detuvieron en la heladería, y mientras disfrutaban de los postres, la limosina los regresó de vuelta a Luna Nova, cruzando el portal entre la dimensión mágica y el pueblo. Al llegar a la academia, Andrew divisó a Diana a lo lejos, esta última había visto desde la ventana de la biblioteca la llegada de Akko en la flamante limosina de. Así fue que Andrew pensó en algo que podía hacer para darle un empujón a las cosas. El chico ya se había dado cuenta del sentir de Diana, la conocía desde la infancia y podía notar los cambios sutiles en su ánimo o en sus acciones que la delataban ante sus ojos.
No amaba a Akko, al menos no de la forma en que la chica quería ser amada. Pero fue así como, al ver a la británica mirando desde lejos, Andrew decidió besar a Akko. Un simple beso, fugaz, en los labios, un gesto que no significaba nada para él, pero que era suficiente para que Diana lo viera y se sintiera celosa.
Diana, que estaba observando desde la ventana, sintió un golpe en el pecho al ver el beso. Fue como si el mundo entero se desmoronara en un solo instante. En ese momento, las emociones que había estado reprimiendo durante tanto tiempo estallaron en su interior. La ira, el miedo, la tristeza, la vergüenza... todo se mezcló en un torrente insoportable.
Sus orejas, blancas y puntiagudas, aparecieron de inmediato, erguida como si fueran antenas, y su cola se sacudió con fuerza. Diana intentó controlarse, pero no pudo. El deseo de huir, de escapar, se apoderó de ella de inmediato. Todo lo que quería era desaparecer, salir de allí antes de que Akko la viera en su estado.
Pero como si una fuerza externa las uniera cual dos imanes, sus miradas se encontraron. Akko miraba a su alrededor, confundida, sin comprender lo que estaba sucediendo pues juraría ver algo extraño en Diana, sólo que a la lejanía no logró verlo con exactitud. En un segundo, Diana decidió que ya era demasiado. Sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y comenzó a caminar, alejándose de la ventana lo más rápido que pudo. Sus orejas y cola se movían sin control, y todo su cuerpo estaba tenso por el pánico.
Akko, al ver a Diana esfumarse, casi como si quisiera escapar de ella, como si Akko la repeliera, no entendió lo que acababa de suceder. La chica había huido, pero no sabía por qué. Se quedó ahí, mirando donde había estado Diana, sin poder hacer nada, confundida y triste.
-¿Por qué me has dejado, Diana? -pensó Akko, pero las respuestas parecían estar fuera de su alcance.
Akko estaba sentada en el borde de la cama, nerviosa, mirando a Sucy y Lotte, quienes, como siempre, parecían ser la voz de la razón en momentos de confusión. El paseo por la ciudad con Andrew había sido extraño, pero lo que realmente le había dejado intranquila era la forma en que Diana había reaccionado. Después de huir tan repentinamente, no había sabido qué hacer, cómo acercarse a ella.
Sucy, con su mirada penetrante y su actitud despreocupada, no tardó en romper el silencio:
-Mira, Akko -comenzó, con tono serio pero con una sonrisa pícara-, si no le hablas a Diana, te vas a arrepentir. Esta es tu oportunidad de hacer algo valiente. No te quedes ahí, esperando que todo se resuelva por arte de magia.
Lotte, siempre tan lógica y directa, asintió con fuerza, mirando a Akko con una mezcla de preocupación y resolución.
-Recuerda que tú misma le diste el collar -dijo Lotte, sonriendo suavemente, como si quisiera darle un empujón a Akko-. Ya has tenido el valor de regalarle algo tan importante, y si fuiste capaz de enfrentar situaciones más peligrosas, ¿por qué te asustas ahora? No tienes que temer.
Akko respiró hondo, sintiendo el nudo en su estómago. ¿Por qué se sentía tan intimidada? Sabía que Lotte tenía razón. Ya había tomado decisiones impulsivas en el pasado, y no le había importado el peligro. Pero este era diferente. Este era... Diana.
-Tienes razón -murmuró Akko, más para sí misma que para sus amigas-. No puedo seguir esperando.
Con determinación renovada, Akko se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Lotte la observó, como si quisiera asegurarse de que en verdad iba a hacer lo que había decidido.
-Ve a por ella, Akko -dijo Lotte, sonriendo con confianza-. La estás haciendo sufrir al no hablar con ella.
Akko sonrió débilmente, agradecida por las palabras de sus amigas. Sin embargo, aún sentía ese peso en el pecho, la ansiedad que no podía evitar. Pero ya no podía quedarse parada. Salió rápidamente de la habitación, sabiendo exactamente adónde debía ir.
Cuando llegó al pasillo del equipo azul, vio que Hannah y Barbara estaban en la entrada. Las dos se quedaron un momento observándola, sorprendidas al ver a Akko tan decidida.
-¿Akko? -preguntó Hannah con curiosidad-. ¿Qué haces aquí?
Akko, sin dudarlo, preguntó rápidamente:
-¿Dónde está Diana?
Barbara, siempre tan tranquila, la miró por un momento, y luego habló con suavidad.
-Está en la biblioteca -respondió, con un tono algo preocupado-. Ha estado muy rara últimamente. Solo se ha metido en los libros, no quiere hablar con nadie, ni siquiera con nosotras. Pero es como si estuviera evitando algo, o alguien...
Akko se sintió un calambre en el pecho. Sabía que Diana estaba luchando con algo, pero nunca pensó que llegaría tan lejos como para encerrarse en sí misma de esa manera. No podía quedarse ahí y esperar más. Necesitaba verla, necesitaba hablar con ella.
-Gracias, Barbara. -Akko no perdió tiempo y se dirigió hacia la biblioteca.
El pasillo estaba sombrío a esa hora de la noche, la academia estaba tranquila, y las luces cálidas de los faroles a lo lejos le daban un aire misterioso. Akko caminó a paso rápido, esquivando a los vigías de la escuela que patrullaban los pasillos. La ansiedad que sentía se incrementaba con cada paso que daba, pero la determinación seguía ahí, fuerte.
Cuando llegó a la biblioteca, la puerta estaba entreabierta. Un leve susurro del viento la hizo estremecer mientras entraba, y la penumbra de la noche parecía envolverla al instante. A lo lejos, pudo ver a una figura sentada, inmóvil, con la cabeza inclinada hacia un libro. El sonido suave del papel pasando entre los dedos de Diana era lo único que rompía el silencio absoluto. Pero Akko notó algo. Diana no parecía estar completamente enfocada. Estaba... cansada.
Akko dio un paso hacia ella y, en voz baja, pero decidida, la llamó:
-Diana... -Su voz resonó en la biblioteca vacía, como un eco entre las estanterías.
Diana saltó, su cuerpo tenso y su rostro palideció al escucharla. Se giró lentamente, y aunque la luz de la ventana iluminaba parcialmente su rostro, Akko notó algo extraño en su expresión, algo que no podía identificar. Sin embargo, la oscuridad de la biblioteca lo hacía aún más difícil de entender.
-¿Qué haces aquí? -La voz de Diana tembló un poco, como si tratara de mantener la calma, pero sus palabras se sentían rotas. Sus ojos evitaban los de Akko.
-No te voy a dejar sola, Diana. -Akko avanzó un paso más, acercándose con suavidad, sin prisa, con cuidado de no asustarla más-. ¿Por qué me evitas?
Diana apartó la vista y, en un suspiro, sus ojos brillaron por un momento, como si estuviera luchando contra algo muy fuerte en su interior. La tensión en su rostro se disipó momentáneamente, pero su voz tembló mientras respondía:
-Porque... no puedo estar frente a ti. No quiero que me veas como soy. -La voz de Diana se quiebra en ese momento, y su pecho se sacudió con la emoción que trataba de contener-. No sé qué hacer... me siento feliz cada vez que estoy contigo, Akko. Mi corazón se acelera cuando veo tu sonrisa. Mi cuerpo tiembla cuando escucho mi nombre en tu boca... pero no puedo seguir mintiéndome. No podemos estar juntas.
Akko sintió como un nudo se le formaba en la garganta, la sorpresa se transformaba en dolor, pero, sin poder contenerse, le preguntó:
-¿Por qué, Diana? ¿Por qué no?
Diana se quedó en silencio por un momento largo, hasta que, finalmente, se levantó lentamente del rincón oscuro donde estaba. Dio un paso hacia la luz de la ventana, y en ese instante, Akko pudo ver lo que Diana había estado ocultando. Sus orejas de lobo, blancas y puntiagudas, sobresalían de su cabeza, y una cola peluda se movía nerviosa detrás de ella.
Diana, temblando, susurró con voz quebrada:
-Te amo, Akko... pero ¿Quién podría amar a un monstruo peludo y raro como yo? Es mejor que estés con alguien como Andrew, alguien normal.
Akko la miró fijamente, el corazón destrozado por las palabras de Diana, pero al mismo tiempo, un torrente de emociones intensas la invadió. No pensó en la transformación, no pensó en lo que era o lo que no podía ser. Solo pensó en la chica que había estado a su lado todo este tiempo, que la había apoyado, de la que se había enamorado y con quien había compartido tanto con ella.
Con un paso firme, Akko la alcanzó y, sin decir una palabra más, la abrazó.
La biblioteca estaba en silencio absoluto, el ambiente pesado y cargado de emociones no expresadas. Akko no apartaba su mirada de Diana, quien, después de todo lo que había confesado, parecía estar perdida en sus propios pensamientos, atrapada en su propio temor. Las orejas de lobo que adornaban su cabeza, y su cola que, aunque tímida, se movía nerviosa, eran evidencias claras de su transformación. Akko, sin embargo, no veía un monstruo, sino a la chica que había llegado a querer, más allá de todo lo superficial.
Se acercó lentamente, como si temiera romper la magia del momento, pero sabía que no podía seguir en silencio. Tomó las manos de Diana con suavidad, sus dedos rozando la piel cálida de la chica. La miró profundamente a los ojos, sintiendo cómo su propio corazón latía con fuerza, como si hubiera estado esperando este momento durante toda su vida.
-Diana -susurró Akko, su voz temblando ligeramente, pero firme-. Yo... te amo. Te amo con todo lo que soy, y no me importa lo que seas o lo que no seas. No me importa si tienes orejas de lobo, de gato, de oso o de cualquier otro animal. Me importa quién eres por dentro. Me importa lo que siento cuando estoy contigo, lo que compartimos, todo lo que hemos vivido juntas.
Diana no podía creer lo que escuchaba. Sus ojos se abrieron con sorpresa, y una ola de emociones intensas comenzó a inundarla. Era como si Akko hubiera hablado directamente a su alma, deshaciendo las barreras que ella misma había construido. Por un momento, se quedó quieta, sin saber qué hacer con tanto amor que la envolvía.
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nate-rochezz · 2 months ago
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He aquí la segunda parte de mi FANFIC de diakko. Espero les guste!
"Licantropía".
(2da parte)
De cualquier manera, Akko aún tenía oportunidad para pensar en la declaración de sus sentimientos, después de todo San Valentín era en unos días, tiempo suficiente para mentalizarse, superar su nerviosismo y averiguar la mejor manera de declararle su amor a la rubia que desde hacía tiempo se había convertido en la ladrona de su corazón... o al menos eso pensó hasta que cruzaron por el pasillo que daba a la cafetería y su estómago pudo más que su mente.
-¡Las alcanzo en un rato!
Dijo Akko luego de haber caminado con sus amigas hasta el cruce del corredor, a su izquierda estaba la zona de los dormitorios mientras que a su derecha, pasillos mas adelante, se hallaba la cafetería, el blanco de todos y cada uno de sus robos motivados por su hambriento y antojoso estómago.
Sucy y Lotte ni siquiera la cuestionaron, dieron por hecho a dónde se dirigiría a sabiendas de lo mucho que gustaba su compañera de comer un pedazo de tarta o alguna merienda extra para saciar su inacabable hambre, por lo cual, quedando de verse dentro de poco se separaron, Sucy y Lotte rumbo a su habitación pues estaba pronto el anochecer, mientras que Akko iba de camino a la cafetería, saboreandose la exquisita tarta que sería la víctima de sus habilidades como ladrona pulidas únicamente por sus hurtos de golosinas y comida de la cafetería... aunque ella no lo diría así, después de todo la palabra "robo" era muy fuerte, en su lugar le gustaba decir que en vez de hurtar solamente estaba cogiendo comida extra a su cuenta, la misma cuenta que sólo ella y sus amigas conocían pues estaba segura de que a las maestras no les haría ninguna gracia saber de las porciones extras que se daba la libertad de tomar.
-¿Debería envolverlo? -Se preguntaba Akko mirando el collar que había comprado aquella tarde. Envolver nunca se le había dado muy bien y considerando que ella no era la bruja más apta de la academia no se iba a arriesgar a meter la pata haciendo un hechizo que pudiera salir mal. Sin embargo, antes de pensar otra cosa o siquiera llegar a las puertas de la cafetería se topó con alguien en la intersección del corredor, específicamente con la persona que en primer lugar era la causante de su distracción (al menos indirectamente).
-Lo siento, no estaba mirando por dónde caminaba y... ¡¿D-Diana?!
Su reacción exagerada habría sorprendido a la bruja de ojos azules de no ser porque se trataba de Akko y considerando lo ruidosa que esta era ya no le parecía extraño que gritara en medio del pasillo. Si tenía que ser honesta, la falta de modales de la asiática y lo escandalosa que podía llegar a ser era algo que en un inicio le causaba una particular molestia, sin embargo, a medida que más la iba conociendo encontró algo divertido en sus reacciones siempre tan desmedidas que en ocasiones incluso rozaban el dramatismo.
-Me queda claro que no lo hacías. Deberías tener cuidado mientras caminas, Akko.
Dijo Diana con ese tono tan refinado de siempre y su notorio acento británico que tanto le gustaba a la castaña, le hacía preguntarse cómo era posible que su nombre sonara tan bien cuando sus hermosos labios lo pronunciaban.
A esas alturas quedaba más que claro que Akko ya había sucumbido del todo a los encantos de la mejor bruja de la academia pues no hacía falta mas que la rubia le dirigiera la palabra para que ella sintiera mariposas revoloteando en su estómago, sin poder hacer algo para evitar mirarla con esos ojos de borrego a medio morir.
-Toma, se te ha caído esto -Dijo Diana luego de agacharse y levantar del suelo el collar que en principio se suponía que la asiática le daría. En ese momento el alma de Atsuko abandonó su cuerpo, su cara palideció y las mariposas en su estómago fueron remplazadas por unos nervios que poco más y le hacían sudar.
Mierda. Akko había se había distraído tanto observando (o más bien admirando) a Diana que ni siquiera notó que el collar se le habia caído de las manos, siendo ya demasiado tarde cuando la rubia no sólo lo había visto sino que encima se lo estaba extendiendo. Todavía ni pensaba en qué le diría para declararse y su plan ya se había arruinado. Quería morirse. Tanto que se había esforzado en encontrar el regalo perfecto y por su torpeza ya había metido la pata.
-Lindo collar.
Dijo Diana para romper el silencio luego de que Akko se quedara varios segundos sin decir nada, mirando el collar como si acabara de ver un fantasma, aunque en lo que a Diana respecta ver un espectro sería lo menos raro que podría pasarles como brujas en Luna Nova y sobre todo con Akko en la ecuación. La chica Cavendish ya se esperaba cualquier cosa que pudiese resultar con la presencia de la asiática cerca, después de todo desde su llegada a la academia había demostrado ser un imán tanto de problemas como de aventuras... aunque seguramente más de problemas que de aventuras.
-Es ahora o nunca -Pensó Akko.
Presa del nerviosismo que controlaba todos y cada uno de sus pensamientos determinó que no había marcha atrás, Diana la había descubierto y su sorpresa estaba arruinada, si quería salvar la situación tenía que hacer algo rápido. Ahora bien, tampoco era como si Akko fuese la chica más precavida del mundo, es decir, el noventa por ciento de las cosas en su vida las hacía impulsivamente, sobre la marcha, sin ningún plan bajo la manga, por lo cual, esperando que la suerte la favoreciera especialmente en aquel momento, decidió que tenía que actuar.
Tragó saliva con fuerza, repentinamente sentía la boca seca así como una ola de calor sofocandola mientras que el corbatín de su uniforme parecía tornarse demasiado ajustado. ¿Diana siempre había tenido esa mirada tan intensa? Sentía que se volvía diminuta frente a ella y las palabras se reducían a nada antes de que siquiera pudiera abrir la boca.
-¿Akko?
Su voz tan hermosa como el canto de los mismísimos angeles la habría hecho sentir en las nubes, pero en esa ocasión a Akko sólo le sirvió para que sus nervios se dispararan, ocasionando que ni siquiera pudiera sostenerle la mirada, prefiriendo desviar sus ojos al suelo de mármol bajo sus pies.
Diana no entendía qué le pasaba a la asiática ¿acaso estaba enferma? Estaba actuando más raro de lo normal, pero en definitiva nada en su vida la había preparado ni habría podido prepararla para lo que venía. Pasaron un par de segundos, Diana estaba a punto de buscar la mirada de Akko y confrontarla para saber qué se traía entre manos esa vez, pero la castaña le ganó. Tomando el collar le dirigió una tremula sonrisa que irradiaba nerviosismo al tiempo en que intentaba dedicarle una mirada digna de galán de telenovela... sólo que la suya parecía de una telenovela de cuarta y de muy dudosa calidad por supuesto.
-Tengo unos ojos hermosos. -Dijo Akko.
-...
-...
-...
-...
Un instante después de abrir la boca Akko se dió cuenta de la tremenda estupidez que había dicho. Su sonrisa no podía ser más forzada mientras caía en cuenta que Lotte hablaba de SUS ojos, no de los de ella, sino de los de Diana, pero siendo objeto de la ansiedad y la inmediatez con la que tuvo que actuar, al final su cerebro la traicionó una vez más, los nervios le jugaron una mala pasada y de su boca salió la frase más ridícula que pudo haber dicho.
"Quedó". Se sentía como una auténtica payasa en ese momento, sólo le hacía falta la nariz roja y la peluca.
Los ojos de Diana siempre fríos y con una calma inquebrantable en ese momento no reflejaban otra cosa sino una confusión tan clara como el agua. Pero la situación aún era salvable... ¿no?
-¡Tus ojos! ¡Tus ojos son hermosos! Los míos no están mal pero tus ojos son hermosos... y azules.
Su cara en esos momentos servía para adornar un árbol de navidad con el tono carmín que teñía con tanta intensidad sus mejillas. Estaba segura de que Edgar jamás le habría dicho algo así a Belle, pero en primer lugar ¿cómo se le ocurrió pensar que podría actuar como ese personaje del que tanto parloteaba Lotte?
Estaba segura al afirmar sin exagerar que ni siquiera el momento del misil ni cualquier otro en el que su vida haya estado en riesgo la había puesto tan nerviosa a tal punto que sus manos ya habían comenzado a sudar mientras que el hamster en su cabeza iba a toda marcha tratando de que su cerebro pensara en algo que pudiera salvar la situación.
-...
¿Luna Nova siempre era tan callado? Allí, en medio del corredor mientras los últimos rayos del sol iluminaban la academia en medio del atardecer tiñendo de esos tonos naranjizos el lugar, Akko sentía que eran las únicas, probablemente lo eran, después de todo las alumnas de la escuela tenían que estar en sus dormitorios alistándose para dormir, mientras tanto ella estaba haciendo el ridículo frente a Diana Cavendish. Atsuko estaba acostumbrada a hacer el ridículo, pero no de semejante manera frente a la chica que llevaba amando en secreto desde hacía un buen rato. ¿Habría algún hechizo para dar marcha atrás el tiempo?
Pero antes de comenzar a desear viajar al pasado para remediar la situación, vió a Diana sonreír mientras se llevaba la mano a la boca en un gesto refinado, como si le apenara reírse en tales instancias. Pero así como le hacía sentir enamorada y casi le arrancaba un suspiro, en la misma medida incrementó su vergüenza pensando que seguramente estaba siendo tan tonta como para hacer reír a Diana dejando de lado su porte calmo e imperturbable. No era así como esperaba declararse ni mucho menos darle el obsequio, pero tampoco podía retractarse.
-E-esto también es azul... Lo ví y creí que te gustaría... Toma... ¡Nos vemos!
Akko había sido la burla innumerables veces en su vida, pero todo tenía un tope, incluso alguien como ella, que parecía ser el chiste andante del universo, tenía un límite. Ya había sido suficiente humillación por un día, además, no podía evitar ponerse particularmente nerviosa frente a Diana, de manera que en un acto de amor propio decidió dejar se hacer el tonto frente a la rubia y extendiéndole apresuradamente el collar lo colocó en su mano y se marchó casi corriendo, sin antes darle la oportunidad a la chica Cavendish de decir cualquier cosa, ni siquiera de reaccionar.
-¡Qué vergüenza! -Pensaba Akko mientras corría por los pasillos sin mirar atrás, sintiendo sus mejillas arder con fuerza.
Hasta el hambre se le había ido, olvidándose por completo de que hasta hacía un rato iba en dirección a la cafetería para robar algo de comida, en su lugar sus piernas habían marcado rumbo a los dormitorios donde Lotte y Sucy tendrían que escucharla quejarse por un largo rato acerca de su penoso encuentro con Diana.
Mientras tanto, en el cuarto del equipo azul, una lámpara de aceite alumbraba tenuemente la penumbra que reinaba en el lugar luego de que el sol se ocultara tras el horizonte. Sin embargo, esa noche la luz artificial apenas era necesaria. La luna llena, brillante y serena, dominaba el cielo y bañaba cada rincón del cuarto con su luz plateada, como si el mismo firmamento quisiera compartir su calma con Diana.
La noche era apacible y silenciosa, apenas interrumpida por el susurro de las hojas moviéndose con la brisa, un leve arrullo en el aire. Las nubes brillaban por su ausencia, y las estrellas, como diamantes dispersos, resplandecían a kilómetros de distancia, creando una vista digna de ser admirada. Sin embargo, Diana no compartía ese anhelo por contemplar la belleza nocturna, ni mucho menos deseaba descansar como el resto de los estudiantes de Luna Nova. Su mente no podía alejarse de lo sucedido esa tarde con la chica del equipo rojo.
"Tus ojos son hermosos... y azules."
Aunque ya había pasado un buen rato desde aquel encuentro, las palabras torpes de Akko seguían resonando en su cabeza, como un eco persistente que no podía acallar. Un leve sonrojo se apoderó de las mejillas de Diana, y una sonrisa tonta, casi imperceptible, se le escapó, como si su rostro, de algún modo, deseara delatarla. Su habitual expresión impasible y serena se desmoronaba ante el poder sutil pero indiscutible que Akko tenía sobre ella. ¿Por qué no podía controlarse? Intentaba disimularlo, pero no podía evitarlo. El eco de aquella frase, tan simple y tan directa, provocaba que su corazón acelerara, mientras una corriente cálida recorría su cuerpo, una sensación tan nueva y desconcertante como una caricia inesperada.
Akko había mencionado algo que Diana consideraba una obviedad, casi un hecho trivial: sus ojos eran azules. Sin embargo, lo que para ella era un rasgo común, casi indiferente, se transformó en la frase más tierna y delicada cuando Akko la dijo, con una voz temblorosa y una sonrisa tímida. No había sido una declaración solemne, ni un piropo coqueto, pero de algún modo, su ingenuidad y su fragilidad emocional la hicieron sentir que esas palabras eran las más hermosas que jamás le habían dicho.
De hecho, los elogios que otros chicos le habían dedicado en el pasado, cargados de galantería y exceso de coquetería, nunca le habían provocado ni la mitad de la reacción que esa simple frase de Akko logró despertar en su pecho. Akko, con su torpeza y su inconfundible encanto, había conseguido que el corazón de Diana latiera con tal fuerza que casi sentía como si pudiera oírlo retumbar en su pecho. El calor subió rápidamente hasta su rostro, y por un momento, creyó que podría elevarse del suelo, flotar sobre la tierra como si la gravedad ya no tuviera poder sobre ella. Un suspiro ahogado amenazó con escapar, mientras la situación, tan absurda y adorable, la invadía por completo.
"Lo vi y creí que te gustaría."
Esa frase, más simple aún, había sido suficiente para desarmar por completo cualquier resistencia emocional que Diana pudiera haber tenido. Akko había estado pensando en ella. Diana no podía dejar de imaginarse a la chica del equipo rojo, con su sonrisa tímida y su mirada sincera, tomando esa decisión de darle un collar. El hecho de que lo hiciera con la convicción de que le gustaría, le causó una mezcla de confusión y alegría tan intensa que casi le faltaba el aire. Era un gesto tan puro, tan genuino, que se convirtió en algo más valioso que cualquier tesoro que hubiera tenido en su vida.
Diana miró el collar que Akko le había dado. No era nada lujoso, ni mucho menos algo que destacara a simple vista. La cadena era simple, casi austera, pero el cristal que pendía de ella reflejaba la luz de la luna con destellos azules, como si recogiera todos los secretos del cielo y los pusiera a sus pies.
-Es muy hermoso... -se dijo a sí misma en voz baja, observando con fascinación los reflejos que danzaban sobre la superficie del cristal.
Aunque en su hogar había joyas mucho más valiosas, desde esa tarde en que Akko le entregó ese collar, Diana no podía evitar considerarlo su posesión más preciada. Ni la cuarta parte de lo que alguna vez había tenido en su mansión, pero el valor que el collar poseía para ella no residía en su precio, sino en la emoción detrás de él, en el cariño que sentía al recordarlo.
Sólo Atsuko podía hacerla sentir así. Diana no entendía por qué, pero había algo en ella que provocaba ese torbellino de emociones que la desbordaban por dentro. Algo tan simple como tenerla cerca era suficiente para causar una extraña sensación en su estómago, como si un nudo se formara sin previo aviso. Tal vez había comenzado cuando Akko la buscó después de enterarse sobre Chariot... No, era más profundo que eso. Quizás incluso desde antes, cuando estuvo a punto de abandonar Luna Nova y fue Akko quien la persiguió hasta Wedinburgh para traerla de vuelta.
Cielos, esa chica no conocía límites. La había seguido hasta su casa solo para convencerla de regresar. Al principio, Diana pensó que era sumamente molesto e imprudente, casi una vergüenza, especialmente cuando Akko se presentó ante su tía Darryl. Pero algo en la persistencia de la chica, en la genuina preocupación que reflejaba por ella, hizo que las paredes de su corazón, que siempre se mantenían a raya, comenzaran a desmoronarse. Akko había arriesgado su vida para salvarla, caminó durante horas hasta llegar a su mansión -que no estaba precisamente cerca de Luna Nova- y se había privado de comida sin pensarlo. ¿Cuándo fue la última vez que alguien se había preocupado tanto por ella? Mejor dicho, ¿cuándo alguien había hecho tanto por ella?
Sí, esa fue la primera vez que Akko hizo que Diana se sintiera de una forma tan especial. Fue más evidente aún cuando volaron juntas en la escoba, y Diana no podía evitar sentir la calidez que la inundaba cada vez que se acercaban. El suave agarre de Akko en su cintura le provocaba una extraña sensación en su estómago, una emoción que se sentía como una corriente eléctrica recorriéndola. En ese momento, Diana intentó justificarlo, pensando que era simplemente el reflejo de la amistad que estaba naciendo entre ellas. No podía ser otra cosa, ¿verdad?
-Y se fue antes de que pudiera darle las gracias... -pensó Diana, un suspiro escapándose de sus labios.
Esa chica... tan impredecible, tan excéntrica. Todo en ella resultaba un dolor de cabeza, pero con el tiempo, Diana había aprendido a aceptar esas peculiaridades, e incluso a apreciarlas. Eran parte de la esencia de Akko, lo que la hacía única. Y, aunque no lo admitiera, ya no podía imaginar sus días sin las aventuras y desventuras que parecían seguir a la bruja japonesa.
-¿Diana? ¿Sigues despierta? -La voz de Hannah la sacó de sus pensamientos. La chica parecía cansada, somnolienta, y Diana recordó que ya era muy tarde.
Sin pensarlo, Diana ocultó el collar detrás de ella. No sabía muy bien por qué lo hizo, pero lo hizo. Una mezcla de vergüenza y nervios la había invadido de inmediato. No quería que Hannah le hiciera preguntas sobre el collar que Akko le había dado, ni siquiera estaba segura de lo que sentía al respecto. No tenía claridad sobre sus propios sentimientos, y lo último que deseaba era que alguien le interrumpiera con preguntas cuando ella misma no entendía lo que estaba pasando.
-Ya iba a apagar la luz. Mis disculpas, Hannah, no pretendía despertarte.
Diana había aprendido a ser excelente ocultando sus emociones. Quizá esa era la única habilidad que realmente había perfeccionado a lo largo de su vida, la habilidad de controlarse. Había pasado años desarrollando esa capacidad para mantener la calma, incluso cuando los nervios amenazaban con desbordarla. Pero todo eso cambiaba cuando se trataba de Akko, quien, contra todo lo que Diana quería, parecía ser su única debilidad.
Hannah no la cuestionó. Acostumbrada a ver a su amiga despierta hasta altas horas de la noche por los estudios, simplemente asintió y volvió a su cama, dejándola en paz. Solo cuando la otra chica se arropó nuevamente, Diana pudo relajarse. Soltó un suspiro, y sus ojos volvieron al collar en su mano.
Lo miró, lo examinó en silencio. El azul profundo de sus ojos se encontró con los reflejos que el cristal desprendía bajo la luz de la lámpara. La fascinación era palpable. Sin pensarlo mucho más, decidió ponérselo. Sintió cómo la cadena se deslizaba suavemente sobre su cuello desnudo, y por un momento, ese pequeño gesto pareció ser lo único que lograba calmar el torbellino de emociones que agitaba su corazón.
Diana no creía que Akko anduviera halagando a todo el mundo ni regalando obsequios, pero el simple hecho de pensar que la bruja asiática pudiera sentir algo por ella la ponía extremadamente nerviosa. La idea le provocaba una ola de emociones que recorría su cuerpo de punta a punta, dejándola sonrojada. ¿Podría ser real? ¿Akko sentía algo por ella? ¿Era aquello una declaración de amor o simplemente un halago inocente sobre sus ojos?
Con los nervios a flor de piel, Diana sacudió la cabeza, tratando de ahogar esos pensamientos. No quería seguir con ese tipo de especulaciones, así que se cerró a la posibilidad, intentándose convencer de que no podía ser más que una ilusión.
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nate-rochezz · 2 months ago
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Hola, gente. El día de hoy les traigo un FANFIC de uno de mis ships favorito: Diakko! Espero lo disfruten.
"Licantropía".
(1era parte)
Lunes. El sol salía en el horizonte para alzarse en lo alto del cielo en lo que auguraba ser un cálido día de primavera. Calentando exquisitamente la superficie, los primeros rayos del sol iluminaban cada rincón de Luna Nova. Parecía que iba a ser un hermoso día, las aves piaban en un dulce cántico que anunciaba el inicio de una nueva mañana, las hojas de los árboles susurraban meneándose suavemente al compás de una brisa ligeramente refrescante mientras que, en una de las tantas habitaciones de la escuela de brujas, específicamente en la del equipo rojo, la calma de tan hermosa mañana se veía deshecha ante el parloteo incesante de cierta bruja castaña que, una vez más, hablaba de la misma persona en particular.
Para Lotte y Sucy era una costumbre, ya casi una tradición o un rito el escuchar a su compañera asiática hablar de cierta rubia en específico. Cuando recién se conocieron sólo se trataban de quejas, en realidad, un largo tiempo sólo fueron quejas, pero estaba de más decir que luego de aquella noche en que la rubia fue detrás de la bruja del equipo rojo y sobre todo después del misil, la dinámica del constante parloteo de Akko había cambiado, pasando de ser quejas y cuestionamientos acerca de por qué la bruja de excelencia en Luna Nova era tan perfecta, a ser halagos y grititos como chillidos mientras se emocionaba por vigésima vez por la larga lista de cualidades de la rubia, aunque en ocasiones era tal su pasión al hablar de ella que no hacía falta mas que Diana respirara para que Akko estuviera hablando toda la tarde de ella.
Si Lotte y Sucy tuvieran una moneda por cada vez que su compañera asiática hablaba de Diana, seguramente ellas ya tendrían el dinero para comprar todo Luna Nova... bueno, quizá era un poco exagerado decirlo así, pero sí que tendrían por lo menos una muy buena cantidad en sus bolsillos.
-Si hubiese un concurso por ser la más molesta...
Masculló Sucy estando un tanto fastidiada porque desde el primer día de la semana a las primeras horas de la mañana su compañera ya estuviera hablando sin cesar de su amor platónico, su tan amada y venerada Diana Cavendish.
Lotte sólo se rió ligeramente, no iba a negar que luego de un rato la constante lluvia de halagos que tenía que escuchar de Akko hacia Diana resultaría mareador para cualquiera, sin embargo, la paciencia que la señorita Yanson albergaba en su bondadoso corazón era mucho más grande que la que tenía Sucy, de manera que le tenía más empatía a Akko de lo que lo hacía su otra amiga, además, como lectora acérrima de Night Fall, no iba a negar que presenciar de primera mano un amor como el que a cada rato profetizaba Akko por Diana le era por lo menos interesante. Aunque, claro, Lotte comenzaba a cansarse de que la castaña no fuese capaz de darle siquiera una pista a Diana de sus sentimientos, ¡era como leer en bucle el mismo capítulo donde Edgar se daba cuenta de sus sentimientos y no se atrevía a decirle a Belle! Inevitablemente le causaba ese dejo de frustración que también experimentó cuando el protagonista de su tan amada novela era incapaz de exteriorizar sus sentimientos.
-Eso dices porque nunca antes te has enamorado. Ni siquiera sé si hay un corazón allí dentro.
Le respondió Akko con un tono de queja. Ella en realidad sabía que por más que Sucy fuese maliciosa e incluso amargada en ocasiones, tenía un buen corazón dentro, vaya, lo había descubierto de primera mano cuando vió todas las emociones que coexistían en el interior de su amiga, sin embargo, de igual forma le dijo aquellas palabras sólo en afán de quejarse porque su enamoramiento le pareciera tan molesto.
-¡Además! ¡Hablamos de Diana! ¡Ella es...!
Añadía Akko, abriendo la boca para soltar la larguísima e interminable lista de halagos que le dedicaba a la joven heredera de la casa Cavendish cuando sus amigas la interrumpieron.
-Hermosa
-Inteligente
-Talentosa
-Maravillosa
-Perfecta
-Sí, Akko, ya nos lo has dicho centenares de veces. ¿Por qué no vas y se lo dices a ella?
Culminó diciendo Sucy luego de que ella y Lotte mencionaran los halagos usuales que los labios de Akko pronunciaban mientras la mirada de esta se encontraba perdida en algún punto de la habitación, como si en algún momento sus iris carmín fuesen a adoptar la forma de corazones.
-¿Y si me rechaza?... Ella es... ¡Diana!, futura líder de la familia Cavendish, bruja de excelencia en Luna Nova... mientras que yo apenas y logré dominar decentemente el hechizo para volar y encima tampoco tengo un linaje de alta cuna.
-¿Decentemente?
Le preguntó Sucy sólo para recibir otra queja de su amiga, en esa ocasión acompañada de un gesto en el que ella le sacaba la lengua, algo tan propio de la infantilidad arraigada en Akko.
Lotte, conmovida al ver las inseguridades de la castaña y el dejo de tristeza en su voz se acercó a ella una vez que acabó de ajustar su propio corbatín. Posando su mano en el hombro de su amiga asiática, se sentó en su cama le habló con voz dulce y casi maternal, un tono que secretamente removió las fibras del corazón de Sucy.
-Akko, no creo que Diana te rechace. Se ve que ella te quiere mucho. Deberías tratar de acercarte y confesarle cómo te sientes. Es ella quien debe escuchar todos esos halagos, no nosotras.
Le dijo mientras notaba el miedo reflejado en sus ojos rubí.
Era extraño, Akko había detenido un misil, se había enfrentado a grandes peligros y, en general, su vida había estado plagada de riesgo incontables veces no sólo desde su arribo a Luna Nova sino desde que era tan sólo una niña, pues esa determinación suya y el exceso de valentía avivada siempre por las llamas de su impulsividad había acabado por meterla en líos desde que era pequeña. Aun así, ella sabía que si creía en sí misma podría lograr grandes cosas y superar cada obstáculo que se le presentara en frente. Sin embargo, su confianza en sí misma desaparecía cada que pensaba en confesarle a Diana sus sentimientos, imaginarse estando bajo la mirada de sus cautivadores ojos azul zafiro hacía que su corazón comenzaba a latir a todo motor dentro de su pecho al punto en que incluso lo podía escuchar en sus oídos como un tambor resonando dentro de sí misma ¿y qué decir de sus piernas? nada más de pensarlo ponía en duda la fuerza de sus extremidades para sostenerla, temiendo que se volviesen cual gelatina. La mezcla de nervios y miedo le recorrían el cuerpo entero y sentía que se volvía diminuta ante la sola idea de pararse frente a la alumna magna de Luna Nova para confesarle el amor que desde hacía tiempo se había apoderado de su corazón. Y eso que no quería ni pensar en lo que sentiría si la rubia la rechaza. Tal vez Diana era el único obstáculo que ella sería incapaz de superar.
-No. Definitivamente no. Además, ¡No sabría cómo hacerlo!
Dijo la asiática y se puso sus zapatos pues las clases ya estaban por comenzar y ella aún tenía desordenado su uniforme.
Sucy, ligeramente exasperada porque Akko desperdiciara la compasión y paciencia de Lotte, gruñó por lo bajo.
-¿Por qué no intentas darle un regalo? Ya casi es San Valentín, podrías usar eso como excusa -Dijo Lotte mientras imaginaba lo romántico que sería declararse en el día del amor y la amistad -Podrías escribirle tus sentimientos en una nota o una carta.
De manera prácticamente automática Akko abrió la boca para quejarse y dar una negativa, empeñada en creer que para ella resultaba imposible que pudiese confesarse ante Diana, sin embargo, lo pensó unos instantes y, a decir verdad, no sonaba como una mala idea.
Así pues, a pesar de haber abierto la boca ninguna palabra salió de su garganta, antes de poder argumentar cualquier cosa sus ojos miraron de reojo el reloj en la pared, descubriendo que una vez más estaban a un pelo de llegar tarde.
Con un chillido que se escapó de sus labios y antes de pensar mas en Diana, se acabó de poner su uniforme lo más ordenado que las prisas le permitieron, saliendo casi corriendo por los pasillos con sus dos amigas.
Horas después, en clases, Akko se preguntaba: ¿Cómo era posible que la maestra de historia hiciera de algo tan entretenido y especial como la magia, algo tan pero tan aburrido? Era como si cada palabra articulada por sus viejos y arrugados labios fuese como un somnífero para Akko. ¿Estaba explicando algo sobre magia o estaba cantándole una canción de cuna? a veces Akko pensaba que era mas bien lo segundo pues por más que tratara de prestar atención sus párpados siempre acababan intentando cerrarse fruto del sueño que la voz de la maestra le producía.
Afortunadamente, desde hacía un tiempo Akko había encontrado un remedio para su inevitablemente sueño durante la clase, era como su arma secreta, una solución magistral para el letargo que la invadía nada mas la maestra ponía un pie en el aula. Diana. Diana era ese algo capaz de distraer lo suficiente a su mente como para evitar quedarse dormida con las palabras de la profesora de historia. Es cierto que también le impedía prestar atención a cualquier cosa en clase, pero poco podía importarle a la castaña, después de todo siempre podía acudir a Chariot si necesitaba repasar.
Así pues, ese día no fue la excepción y una vez más se dispuso a observar a Diana quien lucía tan concentrada anotando todo lo que la profesora decía sin importar cuan insignificante fuese, tal era el caso que Akko a veces tenía la sensación de que la rubia escribía palabra por palabra lo que decía la profesora incluyendo sus desvaríos.
Qué hermosa se veía estando tan centrada, alternando sus bellos ojos entre la pizarra y su libreta, tomando su pluma con sus manos tan finas y delicadas, escribiendo con esa grácil y femenina letra sobre su libreta, pasándose de vez en cuando uno que otro mechón ondulado de su maravilloso cabello por detrás de la oreja. Akko sentía que podía pasar horas y horas admirándola mientras ella sólo escribía con esa dedicación tan obvia por sus estudios, después de todo para ella era como ver una obra de arte y, en definitiva, no había modo de que pudiera cansarse de ello.
-¿Te vas a quedar mirándola o piensas decirle lo que sientes?
Le dijo Amanda quien estaba detrás de ella. Aparentemente la estadounidense estaba tan poco interesada en la clase como lo estaba Akko, lo suficiente como para notar que esta nuevamente se había quedado embelesada mirando a la rubia.
Akko pasó de suspirar como la enamorada que era a directamente soltar un bufido. Qué molesta era Amanda en ocasiones, sobre todo con lo que a Diana respecta pues desde que se dió cuenta de sus sentimientos no dejaba de fastidiarla con ello. Quizá Akko debió ser más discreta con sus sentimientos, ¡pero no era su culpa que el equipo verde la oyera en su habitación mientras ella estaba hablando de Diana!
-Vamos Kagari, ya viene el día de San Valentín, no me digas que te vas a acobardar.
Añadió Amanda, encontrando más divertido molestar a su amiga que prestar atencion a la clase.
Eso hizo que Akko volviera a pensar en lo que Lotte le había dicho momentos atrás. Darle un regalo... no sonaba mala idea, pero ¿qué podría darle Akko a Diana que la rubia no tuviese ya? Además, ¿y si a Diana no le gustaba su obsequio? ¿y si la rechazaba? Tan pronto como el miedo tomaba terreno en su enamorado corazón miles de dudas se arremolinaban en su cabeza, haciendo que se sintiera como si estuviese muy por debajo de Diana y alcanzarla hasta el pedestal en el que ella estaba fuese imposible.
Pero, ¿cuánto más podría guardar sus sentimientos? Ya había intentado olvidarlos, fingir que no había nada más que el interés propio de una amiga y que para nada se emocionaba con sólo estar a su lado, sin embargo, estaba de más decir que eso no funcionó, el amor que Akko le tenía era demasiado fuerte como para convencerse a sí misma de que no existía.
Siendo así, ¿cuánto más resistiría tan sólo limitándose a admirar a Diana a la lejanía? ¿cuánta fuerza de voluntad le quedaba para seguir conteniendo las ganas de besar sus perfectos labios? ¿y si ella nunca se declaraba y la rubia en algún momento conseguía pareja? ¿lo soportaría?
-Espero que la idea de Lotte funcione... -Se pensó para sí misma mientras miraba a Diana una vez más, al menos claro hasta que la maestra le llamó la atención, obligándola a voltear a la pizarra, aunque claro, no fue por mucho tiempo pues como si hubiese una fuerza de atracción que le impidiese dejar de ver a Diana, sus ojos volvieron a posarse sobre ella.
Más tarde ese día, Akko se había dispuesto a seguir la recomendación de Lotte.
-Hmmm...
Atsuko llevaba más de diez minutos parada frente al mostrador de una tienda. La sonrisa de la encargada ya tenía un ligero temblor después de tanto rato fingiendo amabilidad, la pobre empleada no veía la hora de que la castaña se fuera, pero esta última no parecía desistir de su interminable escrutinio a los productos de la estantería.
El tiempo se sentía lento, como si las manecillas del reloj avanzaran al paso de una tortuga, vaya martirio. Mirándola con el ferviente deseo de que comprara algo o saliera de la tienda, la encargada miró a Akko en silencio, manteniendo esa sonrisa forzada que dejaba ver a kilómetros la incomodidad que sentía, sus ojos parecían gritar "¡Compra algo ya o largo!"
-Akko, estoy segura de que lo que decidas le gustará a Diana
Le dijo Lotte a su amiga. Obviamente tanto ella como Sucy habían sido arrastradas por Akko hasta la ciudad en búsqueda del obsequio que la castaña le daría a Diana por San Valentín. En un principio no parecía un plan tan malo, es decir, imaginaban que sería dar una vuelta a la plaza de la ciudad y regresar a Luna Nova, además, Sucy quería pasar a comprar algunos hongos. Sin embargo, ninguna de las dos imaginó que su amiga las obligaría a estar mas de dos horas caminando entre tienda y tienda en búsqueda del "regalo perfecto". Akko llevaba repitiendo lo mismo desde que llegaron, entraban a una tienda, daba un par de vueltas por los pasillos, miraba todo con atención y luego se salía con las manos vacías. Sucy ya había perdido la cuenta de cuántas tiendas recorrieron antes, pero estaba segura de que ya llevaban más de diez y definitivamente su paciencia se había agotado por completo, de hecho, estaba a punto de obligar a la asiática a coger algo de una buena vez por todas cuando, finalmente, sus deseos fueron cumplidos.
Al ver que Akko finalmente despegaba sus ojos de los productos y miraba a la encargada todo apuntaba a que el larguísimo día de compras finalmente iba a llegar a su fin. La empleada miró a la castaña con una chispa de ilusión en sus ojos porque finalmente ella escogiera algo, pero pronto sus ojos se ensombrecieron.
-Me temo que no me llevo ninguno -Dijo Akko.
La empleada parecía querer estallar, pero tan sólo se quedó callada y forzando una última sonrisa dejó que el equipo rojo saliera de su tienda, cambiando el letrero a "cerrado" apenas lo hicieron pues definitivamente no había quedado de humor para atender ni a un sólo cliente más.
-¡Me rindo! ¡No hay nada lo suficientemente bueno para Diana!
Exclamó Akko y se sentó en una banca cercana.
Sucy sólo tenía claro que luego se vengaría con una buena poción por hacerle perder el tiempo así. Por su parte, Lotte sólo sonrió apenada, como si lamentara toda la situación, vaya pan de Dios que era Lotte Yanson.
-Tranquila, aún falta para San Valentín, aún tienes tiempo.
Le dijo la chica en un intento de darle esperanzas. Para la señorita Yanson no hacía falta buscar algo deslumbrante como pretendía su amiga asiática, estaba segura de que Diana aceptaría con cariño cualquier cosa que Akko le diera, después de todo era obvia para todo el mundo la química que había entre ellas, como si al acercase esas dos el ambiente se tornara rosa y lleno de brillos. Pero si Akko estaba empeñada en buscar un "obsequio adecuado", Lotte la apoyaría. Claro, en esos momentos las palabras de Lotte se las llevó el viento y Akko sólo soltó un suspiro que antecedió a un gruñido, desparramandose en la banca con notorio desánimo.
-Deberíamos volver a Luna Nova.
Mencionó Sucy. Tenía un punto, el día comenzaba a llegar a su fin y Akko estaba segura de que si se metía en problemas una vez más, tendría serios conflictos con la dirección de la escuela. Así pues, siendo hora de tomar sus escobas y regresar a la escuela estaban a punto de irse cuando Lotte recordó que tenía que pasar a una tienda a recoger algo que previamente había pedido.
-¡No me tardo!
Dijo Lotte mientras que Sucy, quien desde hacía un tiempo había estado muy unida a ella, decidió acompañarle, dejando a Akko por su cuenta en la plaza, esperandolas mientras seguía sentada en la banca, mirando al cielo como esperando que de allí le cayera la solución a sus problemas y, por imposible que sonara, increíblemente así fue.
Akko ya se había dado por vencida, creyendo que regresaría sin éxito a Luna Nova suspiraba con desilusión hasta que, de repente, un has de luz hizo resplandecer un pequeño artículo que vió en una tienda cercana ¿qué era eso? Incontables veces su curiosidad la había metido en problemas de los cuales muchos habían incluso puesto en riesgo su vida, lo más sensato era actuar prudente una vez en su vida y mantenerse quieta, esperar a Lotte y marcharse a Luna Nova, sin embargo, una vez más su curiosidad la dominó y para cuando se dió cuenta ya estaba de pie con las manos en el escaparate, mirando con atención a través del vidrio aquel objeto que le había despertado tanto interés. Se trataba de un collar, uno con un muy hermoso cristal cuyos reflejos azulados destellaban bajo la luz del sol, le recordaba a Diana, a sus ojos azules como el cielo, aunque sin duda alguna los ojos de la chica Cavendish eran mucho más hermosos.
Es perfecto -Pensó Akko.
Tenía que ser eso. Finalmente, luego de haber recorrido una tienda tras otra hallaba el regalo perfecto, algo delicado y sutil pero que al mismo tiempo era hermoso y sofisticado. Las antiguas nueve grandes brujas tenían que haber oído sus plegarias para concederle semejante deseo, aunque decirlo así era exagerar.
Emocionada, Akko entró deprisa a la tienda "Last Wednesday Society", dispuesta a gastar toda la mesada que sus padres le enviaban sin siquiera pararse a pensar si comprar algo de una tienda de magia era la mejor idea.
Cuando sus amigas regresaron, Akko les mostró casi con orgullo su gran elección.
-¡Es muy hermoso, Akko! Estoy segura de que le gustará -Dijo Lotte felicitando a su amiga por hallar un collar tan lindo, además, era un alivio ver que todo el rato yendo de tienda en tienda no había sido en vano, le daba un sentido al dolor que sentía en sus pies luego de la caminata. Akko sólo sonrío en un subidón de confianza, creyendo que ese collar le daría muchos puntos con Diana.
-¿Has pensado qué le vas a decir cuando se lo des?
Le cuestionó Lotte y allí murió la seguridad de la castaña, tan pronto como subió bajó de golpe con aquel cuestionamiento realizado por la señorita Yanson. La cara de Akko dejaba ver un claro nerviosismo, sólo había que mirarla para darse cuenta de ello y notar que su cabeza estaba en blanco, ella no tenía idea de qué le diría a Diana.
-Podrías decirle "Qué hermosos ojos tienes" ¡Como cuando Edgar y Belle están juntos en ese romántico momento en el volumen doscientos cincuenta y cinco!
De la misma manera en que Akko parloteaba sobre Diana, Lotte a veces lo hacía sobre NightFall, especialmente esos últimos días en que había salido un volumen más de la saga, encontrando varias similitudes entre el romance de los protagonistas de su libro y el de su amiga y Diana... aunque estas dos últimas todavía no se atrevieran a dar el paso con sus sentimientos.
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