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#Autor Pablo Planas
adribosch-fan · 11 months
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Puigdemont presume de que tendrá sometido a Sánchez a un chantaje permanente
Asegura que las negociaciones para la autodeterminación y el reconocimiento nacional se harán fuera de España y con un mediador internacional. Pablo Planas Puigdemont – Foto archivo El expresidente de la Generalidad prófugo y socio de referencia desde este jueves del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha utilizado la misma sala del Club de Prensa de Bruselas en la que compareció por primera…
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radiomashupok · 5 years
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Premios Gardel 2019
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La entrega se realizará el próximo 14 de mayo en Mendoza.
Lista de nominados
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Album del Año:
Prender un Fuego, de Marilina Bertoldi.
Cargar la suerte, de Andrés Calamaro.
Fiesta Nacional MTV Unplugged, de Los Auténticos Decadentes.
Studio 2, de Escalandrum.
Discutible, de Babasónicos.
Canción del año:
La Pregunta, de Babasónicos.
Verdades Afiladas, de Andrés Calamaro.
Fumar de día, de Marilina Bertoldi.
Vámonos de viaje, de Bandalos Chinos.
Sin querer queriendo, de Lali.
Grabación del Año:
Productor: Andrés Mayo / Mariano Agustín Fernández e Ingeniero: Mariano Agustín Fernández por “Sonido Subtropical” por La Delio Valdez.
Productor: Geiser Discos. Ingeniero: Nico Cotton, Rafael Arcaute por “Best Seller” Juan Inagaramo.
Productor: Escalandrum y Horacio Sarria. Ingeniero: Facundo Rodríguez por “Studio 2” Escalandrum.
Productor: Babasónicos / Gustavo Iglesias. Ingeniero: Gustavo Iglesias / Greg Calbi por “Discutible”, por Babasónicos.
Productor: Eruca Sativa. Ingeniero: Gabriel Pedernera por “Amor Ausente” Eruca Sativa Con Abel Pintos.
Ingeniería de Grabación:
Mariano Agustín Fernández por “Sonido Subtropical” La Delio Valdez.
Brian Taylor por “Prender un fuego”, Marilina Bertoldi
Nico Cotton por “Fobia”, Juan Ingaramo / Dakillah & Ca7riel
Facundo Rodríguez por “Studio 2” Escalandrum.
Hector Castillo y Luciano Lucerna por “Physical” Octafonic.
Mejor Álbum Artista Canción De Autor:
Constelaciones en el Luna Park, de Lisandro Aristimuño
40 Años, de Leo Maslíah
Carrousel, de Silvina Garré
La huella en el cemento, de Sofía Viola
Instrucciones para madurar, de Roque Narvaja
Mejor Álbum Artista de Cuarteto:
Ulises en Vivo Con Amigos, de Ulises Bueno
Vigencia, de Negro Videla
25, de Damián Córdoba
Estamos todos de Fiesta, de Cuarteto Retro
Éxitos de Oro, de Nolberto Al K La.
Mejor Álbum Artista Femenina de Folklore:
Jallalla, de Micaela Chauque
Jaaukanigás, de Patricia Gómez
Convicción, de Rocío Araujo
Poder Decir, de Ceci Mendez
Canto Soy, de Eli Fernández
Mejor Álbum Artista Femenina de Rock:
Prender un Fuego, de Marilina Bertoldi
La Génesis, de Hilda Lizarazu
Heidi, de Militta Bora
Umbral, de Noe Terceros
Del Otro Lado, de Intérpretes Varios
Mejor Álbum Artista Femenina de Tango:
Puñal de sombra, de Lidia Borda
Martingala, de Julieta Laso
Argentígena, de María Laura Antonelli
Azsulado, de Alicia Vignola
En la boca del león, de Eva Fiori Orquesta
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Mejor Álbum Artista Femenina Pop:
Brava, de Lali.
Solo Sé, de Victoria Bernardi
Quiero Volver, de Tini
Un té de tilo por favor, de Natalie Perez
Popular, de María Campos
Mejor Álbum Artista Femenina Tropical:
La Voz de los Barrios, de Rocío Quiroz
Inigualable, de Dalila
No Te Confundas, de Eugenia Quevedo
#ATR, de Jackita
Dos Infieles, de Lumila
Mejor Álbum Artista Masculino de Folklore:
A fin de cuentas, de Facundo Saravia
Violeta Azul, de Abi González
Mi Cantar, de Jorge Rojas
Canto a Rosario, de Enrique Llopis
Coplas del violinero, de Néstor Garnica
Mejor Álbum Artista Masculino de Rock:
Cargar la suerte, de Andrés Calamaro
El Vuelo del Dragón, Pt 1, de Palo Pandolfo,
Naranja Persa 2, de Ciro y Los Persas
Fervor, de Rocco Posca
Sombras en el Cielo, de Raúl Porchetto
Mejor Álbum Artista Masculino de Tango:
Tango Cosmopolita, de Omar Mollo
Pasional, de Jorge Vazquez
70 años de Tango, de Roberto Siri
Roto, de Enrique Campos
Todo es Amor, de Cristian Chinellato
Mejor Álbum Artista Masculino Pop:
La Familia Festeja Fuerte (En Vivo Estadio River Plate), de Abel Pintos
El Otro, de Chano
La Bestia de la Energía, de Mauro Conforti & La Vida Marciana
Dada, de Soy Rada & The Colibriquis
Mejor Álbum Artista Masculino Tropical:
En el Gran Rex, de Néstor en bloque
Íntimo (En Vivo), de Rodrigo Tapari
Barrios De Mi Tierra (Canciones De Rubén Blades), de Iván Barrios
En vivo, de Daniel Cardozo
Mario Luis, de Mario Luis
Mejor Álbum Artista Romántico – Melódico:
Porque Yo Te Amo, de Gerónimo Rauch
Románticos 60’s, de Palito Ortega
Con buena Compañía, de Dany Martin
Heliotrópico, de Manuel Moreira
Celebrando a una Leyenda (En Vivo), de Leo Dan
Mejor Álbum Banda de Sonido de Cine/Televisión:
Un Gallo para Esculapio (Original Soundtrack), de Pablo Borghi
Notas de Paso 2, de Ernesto Snajer
Caminante del Amor, de Leo Sujatovich & Mateo Sujatovich
El Potro, Lo Mejor del Amor (Banda de Sonido Original de la Película) Rodrigo Romero
Camino Sinuos, de Fito Páez
Mejor Álbum Conceptual:
Carlos Villalba, Mariana Isla, Nahuel Carfi por el álbum “Canción Sobre Canción” Liliana Herrero.
Coti Sorokin por el álbum “Coti Sorokin y los brillantes en el Teatro Colón”, de Coti Sorokin
Esteban Sehinkman por el álbum “Línea de Tiempo”, de Ensamble Real Book Argentina.
Lito Vitale por el álbum “Ave Fénix 2”, de Lito Vitale y Varios Artistas
Virginia Innocenti y Sergio Zabala por el álbum “En la luna”, de Virginia Innocenti
Mejor Álbum de Chamamé:
Cocomarola en Guitarras, de Rudi Flores y las Guitarras
Franco, de Lucas Monzón
Grandes Éxitos, de Ernestito Montiel y su cuarteto Santa Ana
En dos hileras, de Julio Ramírez
Ñande Poetas: Homenaje a Luis Landriscina Juan Pablo Barebrán / Tajy
Mejor Álbum de Jazz:
Studio 2, Escalandrum
Love, Ligia Piro
Nude, Inés Estévez
Danza, Mariano Otero
Lentes, Juan Cruz de Urquiza
Mejor Álbum de Música Clásica:
Horacio Lavandera – Ludwig Van Beethoven, deHoracio Lavandera
Sola Flauta Sola, de Beatriz Plana
Schubert: Mass in G Major, D. 167, de Estudio Coral de Buenos Aires
Piezas para piano de Saúl Cosentino, de Diana Lopszyc
Bajo templado, de Sebastián Tozzola & Anaïs Crepes
Mejor Álbum de Reggae / Ska:
Caminarás Caminos, de Dread Mar I
Neighborhood Rules, de Hugo Lobo
Runfla Calavera, de Mamita Peyote
Semillas de Paz, de Vero y Pablo
Amanecido, de Leonchalon
Mejor Álbum de Rock Pesado / Punk:
Una Razón para Seguir, de A.N.I.M.A.L
Gritando Verdades, de Horcas
Ruta Hotel, de Playa Nudista
Sentimiento, de Intérpretes Varios
Teoría del caos, de Deja Vu
Mejor Álbum Folklore Alternativo:
Trino, de Aca Seca Trío.
Canción Sobre Canción, de Liliana Herrero.
Ese Amigo del Alma – 30 años, de Lito Vitale Quinteto y Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de San Juan.
Tierra sin mal, de Silvia Iriondo.
Canciones de Tucumán a Rosario, de Leopoldo Deza y Litto Nebbia.
Mejor Álbum Grupo de Cuarteto:
Obsesión, de La Barra
Aquellas Canciones Inolvidables, de Sabroso
Animate!, de Q’ Lokura
20 AÑOS, de La banda al rojo vivo
Mejor Álbum Grupo de Folklore:
Patio, de Juan Quintero, Santiago Segret
Instinto, de Destino San Javier
Atemporales, de Las Hermanas Abraham
Un lugar antes de la lluvia, de La Llave
Perspectiva Interior, de Los Chaza
Mejor Álbum Grupo de Rock:
Discutible, de Babasónicos
Haciendo cosas raras, de Divididos
Fiesta Nacional MTV Unplugged, de Los Auténticos Decadentes
20 Años Celebrando, de La Beriso
Vanthra, de Vanthra
Mejor Álbum Grupo Pop:
Bach, Bandalos Chinos
Criaturas, Ser
SMS, Salvapantallas
Clásico, Hipnótica
Un regalo tuyo, Rayos Laser
Mejor Álbum Grupo Tropical :
Sonido Subtropical, La Delio Valdez
Viru Kumbieron, Viru Kumbieron
La vuelta, Volcán / Roberto Edgar
¡Echale Soda!, Orquesta Plazoleta All Stars
G.Y.L.D.A, Intérpretes Varios
Mejor Álbum Infantil:
Magia todo el día, Luis Pescetti y amigos
Firmamento, Dúo Karma
Barcos y Mariposas Vol 5, Mariana Baggio
Simona, Varios Artistas
Minimalitos, Magdalena Fleitas
Mejor Álbum Instrumental-Fusión-World Music:
Posdata, Ensamble Chancho a Cuerda
Todos los nombres, Todos los cielos, Ignacio Montoya Carlotto Trío
En la montaña, Obi Homer
Adivino del Tiempo, Marcelo Torres
Mejor Álbum Música Electrónica:
Universo Paralelo, Las Rositas
Superbrillantes, Flavio Etcheto
Rapsodia, Mistol Team
Universal, Brijow
Sangre o Saliva, Lola Granillo
Mejor Álbum Orquesta Y/o Grupo De Tango Y/o Instrumental:
Tanguera, Diego Schissi Quinteto
Ahora y siempre, Orquesta Típica Fernández Fierro
Tangos de la posverdad, Juan Pablo Navarro Sexteto
Cruces Urbanos, Quinteto Negro La Boca
Atípico, Bernardo Monk Orquesta
Mejor Álbum Pop Alternativo:
Best Seller, Juan Ingaramo
Enchastre, Louta
Animal, Ainda Dúo
Conociendo Rusia, Conociendo Rusia
Nene mimado, Nahuel Briones
Mejor Álbum Rock Alternativo:
Historias de pescadores y ladrones de La Pampa Argentina, Gabo Ferro y Sergio Chotsourián
Matrioska, Mariana Bianchini
20 años – El show más feliz del mundo, Los Caligaris
Vanthra, Vanthra
Unisex, Zerokill
Mejor Canción / Álbum de Música Urbana / Trap
En Espiral, Lo’ Pibitos
Tres Mil Millones de Años Luz, Emanero
Fama de Puta, Naomi Preizler
Dímelo, Paulo Londra
Cuando Te Besé, Becky G & Paulo Londra
Adán y Eva, Paulo Londra
Si Te Sentís Sola, DUKI
Me Doy Cuenta, Valen Etchegoyen
Chica Paranormal, Paulo Londra
Oro Negro, Dakillah
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Mejor Canción de Dueto / Colaboración:
AMOR, Los Auténticos Decadentes / Mon Laferte
Amor Ausente, Eruca Sativa Con Abel Pintos
No Es No, Axel & Soledad
Un Poquito, Diego Torres & Carlos Vives
Cuando Te Besé, Becky G & Paulo Londra
Mejor Colaboración De Música Urbana / Trap:
Tres Mil Millones de Años Luz, Emanero
Cuando Te Besé, Becky G & Paulo Londra
Antireversa, Sol Pereyra y Mula
Sin Culpa, DUKI feat. Drefquila
De Gira, Naomi Preizler & Under MC
Mejor Colección de Catálogo:
Satélite, Gustavo Cerati
Fuiste Mía un Verano (Edición 50 Aniversario), Leonardo Favio
Ave Fénix 2, Lito Vitale y Varios Artistas
El Gusanito en Persona, Jorge De La Vega
80 años – Jazztaríaenbaterita, Néstor Astarita
Mejor Diseño de Portada:
Molokid por el álbum “Brava”, Lali
Alejandro Ros por el álbum “Satélite”, Gustavo Cerati
Gastón Garriga Lacaze por el álbum “Un té de tilo por favor”, Natalie Perez
Franco Ferrari por el álbum “Best Seller”, Juan Ingaramo
Anabella Cartolano por el álbum “Fuego Artificial” Las Ligas Menores
Mejor Nuevo Artista:
Enchastre, Louta
Escenas de la nada mirar, Noelia Sinkunas
Conociendo Rusia, Conociendo Rusia
Clásico, Hipnótica
Bach, Bandalos Chinos
Instinto, Destino San Javier
Adán y Eva, Paulo Londra
Nos Vamos a Morir de Hacer Estrategias de Amor, Los Rusos Hijos de Puta
SMS, Salvapantallas
Teoría Espacial, Barbi Recanati
Mejor Video Clip Corto:
Juan Cabral por el video clip “La Pregunta”, Babasónicos
Milagros Morcella por el video clip “La Espesura”, Paula Maffía
Daniel Ortega y Gabriel Nicoli por el video clip “Paren de Matarnos”, Miss Bolivia
Diego Latorre por el video clip “Chica Feliz”, Ser
Agustín Nuñez y Luciana D’Attoma por el video clip “Amor Ausente”, Eruca Sativa con Abel Pintos
Mejor Video Clip Largo:
Fernando Emiliozzi por el video clip “Fiesta Nacional MTV Unplugged”, Los Auténticos Decadentes
Diego Alvarez por el video clip “La familia festeja fuerte”, Abel Pintos
Norberto Hegoburu por el video clip “El Vuelo del Dragón Pt.1”, Palo Pandolfo
Coti Sorokin y Agustina Taset por el video clip “Coti Sorokin y los brillantes en el Teatro Colón”, de Coti Sorokin
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kiro-anarka · 4 years
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Pedro Vallina Martínez  –  revolucionario antimonárquico y anarquista
El 14 de febrero de 1970 muere en Veracruz (Veracruz, México) el médico y activista anarquista, figura notable del anarquismo andaluz, Pedro Vallina Martínez, también conocido como Dr. Vallina y El Tigre. Había nacido el 29 de junio de 1879 en Guadalcanal (Sevilla, Andalucía, España). Miembro de una familia de clase media, su infancia transcurrió en contacto con la naturaleza. Se manifestó muy pronto amante de los libros, una pasión que le durará el resto de su vida.
En su pueblo natal fue socio de los comités republicanos y pronto se declaró anarquista - como sus hermanos Natalia y Juan Antonio -, enemigo de la Guardia Civil y defensor de los perseguidos. Posteriormente se trasladó a Sevilla, donde estudió el bachillerato, escribió poemas y artículos en El Programa, se entusiasmó con los independentistas cubanos, frecuentó las librerías de viejo y participó en manifestaciones - muchas veces armado. En esta época también viajó periódicamente en Santiponce (Sevilla), donde residía su hermano y donde conoció el médico Puelles Ruíz, padre de José Manuel Puelles de los Santos. En 1898, al terminar el bachillerato, se marchó a Cádiz con la intención de comenzar los estudios de Medicina y conocer Fermín Salvochea, de quien se considerará discípulo.
En septiembre de 1899 se establece en Madrid, junto a Salvochea, compatibilizando sus estudios con una intensísima vida de revolucionario antimonárquico y anarquista. En Madrid frecuentó el Casino Federal - donde conoció Nicolás Estévanez, Rossend Castillo, Jaime, Latorre, Bermejo y otros - y se encarga, hasta su detención, de una escuela fundada por albañiles de El Porvenir del Obrero. En esta época conspira contra la monarquía con el coronel Rosendo Castillo, médico de Sanidad Militar, y conoce Ernesto Álvarez. En 1900 asiste al congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), se manifiesta en el entierro de Pi y Margall y en la sonada estreno del Electra de Pérez Galdós. En 1901 participó en congreso de la Federación de Sociedades Obreras de Resistencia de la Región Española (FSORE) realizado en Madrid. Presidió en 1902 la asamblea madrileña de apoyo a los huelguistas barceloneses y su activismo se extiende al conflicto de las cigarreras y parece que intentó asesinar Narciso Portas, jefe de la policía especial de la represión del anarquismo durante el proceso de Montjuïc de 1896, todo ello mezclado con estancias en prisión.
Entre mayo y octubre de 1902 quedó encarcelado debido al complot de la Coronación, que fue un montaje policial, y al salir, gracias a las simpatías de José Canalejas, ante la seguridad de volver ser cerrado por presiones militares, decide abandonar el país. Con su llegada a París en octubre de 1902 comienza un largo exilio, roto esporádicamente por viajes clandestinos a la Península, hasta 1914. En París hará contacto con los revolucionarios españoles (Ciudad, Nicolás Estévanez, Ferrer y Guardia), se hace con la plana mayor del anarquismo internacional y en adelante se le considera junto a Ferrer, Charles Malato y Llorenç Portet causa última de todas las insurrecciones, magnicidios y huelgas que se convierten a España. En 1904 viajó a España, para preparar una revolución que luego se aplazará, y parece que poco después, con motivo del viaje de Alfonso XIII en París, se comprometió a poner en marcha la revolución con el asesinato del monarca, proyecto finalmente frustrado y que supuso su detención preventiva durante seis meses (mayo de 1905), para luego ser absuelto en el Proceso de los Cuatro (Malato, Vallina, Harvey y Caussanel) el 27 de noviembre de 1905 y expulsado de Francia. Su período francés se caracterizó por el activismo: entierro de Louise Michel, mitin antimilitarista con Sébastien Faure, intervención directa en la publicación de La España inquisitorial, oposición a la llegada del rey italiano, etc., Todo con frecuentes detenciones. Desde Francia llegó a Londres el 3 de mayo de 1906, con su amigo Max Nacht - ambos representaron España y Portugal en el Congreso Antimilitarista de Amsterdam de donde salió un comité internacional del que formó parte Vallina- -; fueron excelentemente recibidos por los anarquistas judíos y por la redacción de Freedom, y retomó sus estudios médicos. Su actividad revolucionaria no cesó: secretario y tesorero del Club Anarquista Internacional, contactos con Tarrida del Mármol, presencia en el Congreso Sindicalista Internacional de 1913, conferenciante anarquista y neomaltusià, redacción con Combe del famoso manifiesto antimilitarista de 1914, director de las protestas contra la ejecución de Ferrer Guardia, etc.
En 1914 se acoge a una amnistía y retorna a España, por Portugal, estableciéndose primero en Berlanga (Badajoz) y luego a Sevilla, donde convalidar sus estudios médicos y ejerció la profesión a la vez que proseguía con sus tareas revolucionarias convertido en puntal del anarquismo andaluz: participó en la comisión reorganizadora del Centro de Estudios Sociales sevillano en 1916, fue miembro del comité local sevillano en octubre de 1917; representó Andalucía en el congreso anarquista de 1918; fundó y dirigir el periódico Páginas Libres de Sevilla y presidió el comité que desencadenó la campaña de los inquilinos de 1919, por lo que será detenido y confinado con Sánchez Rosas y otras en Fuenlabrada de los Montes (Badajoz) durante tres meses. En 1920, tras participar en la reorganización de la CNT, será de nuevo desterrado en Fuenlabrada de los Montes, Peñalsordo y Siruela durante dos años, destierros que son el origen del inmenso prestigio con el que Vallina contó en esta comarca de Badajoz denominada «la Siberia extremeña». Más tarde se estableció en Cantillana (Sevilla), donde fundó un sanatorio de tuberculosos, y luego en Sevilla, donde participó como tesorero en el Comité Nacional de la CNT (1922-1923) que presidió Paulino Díez, hasta su caída. Cuando Primo de Rivera llegó al poder, pasó medio año encarcelado y será finalmente expulsado en Tánger, Casablanca y Lisboa.
En la capital portuguesa hizo contacto con Mogrovejo, Magalhaes Lima y Pérez y de nuevo la represión del embistió por lo que volvió a Siruela, llamado por sus habitantes, desde donde reactivó su prestigio como médico y como en revolucionario. Con la caída de Primo de Rivera su confinamiento fue trasladado a Almadén, Estella y Siruela, hasta que, liberado, viajó por Andalucía, Cataluña y Madrid haciéndose cargo del ambiente revolucionario. Cuando el 12 de abril de 1931 las votaciones llevaron la República, la proclamó el mismo día en Almadén (Ciudad Real) levantando el pueblo minero, y luego partió en Sevilla, siendo detenido y encarcelado en Ciudad Real. Instaurada la República, presidió el Pleno Nacional de Regionales de la CNT de 1931 y se estableció en Alcalá de Guadaíra (Sevilla). Se presentó en una candidatura republicanorevolucionària por Sevilla con Blas Infante, Pablo Rada, Rexach y Balbontín - en 1931 se acercó al Partido radicalrevolucionarisocialista de Balbontín y se afilió al grupito Junta Liberalista de Andalucía de Blas Infante. Poco después se involucró en la huelga general sevillana y estuvo encerrado en Cádiz tres meses. En 1932 creó gran tensión en la CNT andaluza cuando acusó algunos destacados militantes (Miguel Mendiola Osuna, Carlos Zimmermann) de haber traicionado la huelga campesina («asunto de los explosivos») y su actuación fue criticada por entenderse que quería llevar la CNT en el campo político.
Durante los años republicanos intentó sin éxito esparcir en octubre asturiano en Extremadura, participó en el frustrado complot de La Tablada, sorprendió con sus opiniones sobre la reforma agraria y, poco después del levantamiento fascista, dirigió el expulsión de los alcaldes reaccionarios en la comarca de Herrera del Duque que sustituyó por comités anarquistas revolucionarios. El golpe militar lo cogió en Almadén, el comité revolucionario del cual presidió, y creó las milicias mineras hasta que en agosto, harto de las intromisiones de los políticos, marchó a Sigüenza, a Bajatierra, en Baides, donde hizo de médico de la milicia, y Cañete, donde dirigió el hospital cenetista El Cañizar. En febrero de 1937 pasó a Valencia y meses más tarde se enroló en el Ejército, tras comprobar la imposibilidad de mantener las milicias, al frente de Albacete, entre junio de 1937 y marzo de 1938, y en Barcelona. En enero de 1939 cruza la frontera, por Massanet, y es detenido en Perpiñán.
Luego será enviado a Narbona como médico del refugio inglés de intelectuales españoles. Declarada la guerra europea, marchó a Santo Domingo y estuvo a dos años en la colonia de Dejabón, donde abrió una clínica para curar el paludismo y la tuberculosis de los nativos; recalando finalmente en México, primero en la capital y luego, durante treinta años, en Loma Bonita (Oaxaca) curando indios y campesinos al Consultorio Médico Quirúrgico Ricardo Flores Magón - se destacó durante las inundaciones de 1944 -, hasta que ya muy anciano se trasladó a Veracruz donde murió el 14 de febrero de 1970 con grandes penurias económicas, pero siempre fiel al pensamiento libertario.
Aunque Vallina fue más un activista, también colaboró ​​en fuerza publicaciones: ACAO Directa, Acracia, La Anarquía, Cénit, El Espagne Inquisitorielle, Der Freie Generation, Germinal, El Heraldo de París, O Libertario, Naturaleza, nervudo de París, Páginas Libres, El Porvenir del Obrero, El Productor, El Programa, El Proletario, El Rebelde, La Revista Blanca, Almanaque de la Revista Blanca, Solidaridad Obrera de México, Tierra y Libertad de México, Tierra y Libertad, etc. Es autor de Aspectos de la América actual (Toulouse, 1957), Crónica de un revolucionario. Trazos de la vida de Salvochea (Choisy, 1958), Mis memorias (Caracas-México, 1968-1971).
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A TRAGÉDIA LATINO-AMERICANA E A COMÉDIA LATINO-AMERICANA NO THEATRO MUNICIPAL DO RIO DE JANEIRO
http://www.piscitellientretenimentos.com/a-tragedia-latino-americana-e-a-comedia-latino-americana-no-theatro-municipal-do-rio-de-janeiro/
A TRAGÉDIA LATINO-AMERICANA E A COMÉDIA LATINO-AMERICANA NO THEATRO MUNICIPAL DO RIO DE JANEIRO
O projeto ‘Puzzle’ (2013) representou um importante marco na trajetória de Felipe Hirsch. ​Ele levou para o palco a obra de autores brasileiros contemporâneos em um espetáculo dividido em três partes (a, b, c) que estreou na Feira do Livro de Frankfurt. O êxito da empreitada rendeu uma quarta montagem (d) e elogiadas temporadas em São Paulo e no Rio de Janeiro.
Com parte do ​coletivo formado na ocasião (Ultralíricos), Felipe deu um passo adiante e concebeu um novo projeto, com base na literatura latino-americana e no cenário sócio-político do continente. ‘A Tragédia Latino-Americana e a Comédia Latino-Americana’ cumpriram temporadas em São Paulo no ano passado e agora serão apresentadas em uma mesma montagem, realizada especialmente para o Tempo Festival. O espetáculo será apresentado nos dias ​13 e 14 de outubro no Theatro Municipal do Rio de Janeiro.
‘A Tragédia Latino-Americana’ é estruturada a partir de fragmentos, adaptações e trechos de obras de ​seis países da América Latina: Argentina (Pablo Katchadjian​, J.R.Wilcock, Salvador Benesdra​), Brasil (​Marcelo Quintanilha, ​Glauco Mattoso, Reinaldo Moraes​, Dôra Limeira​, Lima Barreto, Samuel Rawett, Augusto de Campos), Chile(Roberto Bolaño), Cuba (Cabrera Infante), México (​Gerardo Arana) e Uruguai (Hector Galmés).
 Já ‘A Comédia Latino-Americana’ resultou de uma pesquisa através de textos vindos de Argentina (J. P. Zooey, Pablo Katchadjian), Brasil (Lima Barreto, Sousândrade), Chile (María Luisa Bombal), Colômbia (Andres Caicedo), Cuba (Cabrera Infante), Equador (Pablo Palácio), México (Juan Villoro) e Uruguai (Hector Galmés e Horacio Quiroga).
 A presença internacional se estende ainda para o elenco, que contará com a participação do ator argentino Javier Drolas e da chilena Manuela Martelli. Eles estarão ao lado de Danilo Grangheia, Georgette Fadel,​ Magali Biff​ e Guilherme Weber​ – vindos de ‘Puzzle’ – e de Caco Ciocler, Camila Márdila​, Pedro Wagner, Nataly Rocha​ e Julia Lemmertz, que se juntaram ao grupo. O espetáculo contará ainda com seis músicos (Ultralíricos Arkestra) que vão executar ao vivo a música escrita e arranjada especialmente para o projeto por Arthur de Faria.
Mais uma vez, Felipe renovou as parcerias com Daniela Thomas e Felipe Tassara (Direção de Arte) e Beto Bruel (Iluminação), presentes em todos os seus espetáculos dos últimos 15 anos. A cenografia é toda formada por enormes blocos de isopor, em uma proposta que segue a tendência de se concentrar no essencial.
O que já foi dito sobre o projeto:
“(…) Se O Rei da Vela do Oficina desvencilhou-se desse emaranhado sólido ao encontro de seu próprio momento, A Tragédia Latino-Americana tem força para acrescentar, na linha histórica, mais uma pedra fundamental ao famigerado Brasil”.
Leandro Nunes, O ESTADO DE SÃO PAULO
“(…) Entre as cabeças e as carnes, que extirpamos de nós depois de madeiras e minérios, esses homens e mulheres nos oferecem a visão do espírito de uma época, de um lugar no mundo, de uma forma nova de fazer teatro, literatura e arte. Pateticamente cultos, anárquicos na forma, eternamente subversivos. Salve A Tragédia Latino Americana. Por ela, por causa dela, apesar dela, estamos aqui muito mais vivos e profundamente acordados que o resto do mundo. Só precisamos sobreviver a nós mesmos. No Brasil de 2016, espetáculos como este –um farol varrendo o escuro do mar em fatias de luz, totem com olhos incandescentes para além do abismo – ajudam”.
João Paulo Cuenca, FOLHA DE SÃO PAULO
(…) É contra os monolitos que este novo trabalho de Hirsch se impõe. E sabendo que faz teatro, e da condição efêmera dessa arte, põe em cena uma infantaria de atores diante de uma imensa barricada de isopor, dando a chance de os atores brincarem de construir e desconstruir o mundo à própria vontade, modelando o cenário, os textos e as muitas ideias que formam esse complexo quebra-cabeças a respeito da condição trágica do homem latino-brasileiro (…)”
Luiz Felipe Reis, O GLOBO
“Visualmente deslumbrante, espirituosa, empolgante, multilíngue e diversa (…) por mais difícil que sejam os temas, tão poéticos, musicais e sensuais são os momentos que o diretor Felipe Hirsch criou para sua monumental obra de arte. Não só a música é um protagonista central nesta noite, mas também o design de palco, que é permanentemente desenvolvido, destruído e reconstruído. Preocupado, mas afetuoso, o conjunto é confrontado com a complexa identidade latino-americana, nega a repressão e abre oportunidades únicas para se aproximar da América Latina. (…) Quando as crianças brincam com blocos de construção, então isso funciona de acordo com o princípio construir, destruir, o que construiu. Este é também o caso dos grandes blocos de poliestireno, que formam uma parede no início de ‘A tragédia latino-americana’: às vezes se parecem com o mar de gelo de Caspar David Friedrich, eles formam uma superfície plana a partir da qual cada vez mais blocos são colhidos . No final, os atores os empilham de volta para uma parede que parece corajosa. Mas então ela cai novamente. Is there always the chaos – or the new beginning? (…) A Tragédia é uma ópera recitada. A banda de quatro peças – piano, guitarra elétrica, fagote e bateria – varre a intimidade da música de câmara, mergulha humor íntimo, deriva a noite em delírio jazz moderno. A música é a única autoridade para comentar o palco – parábolas poéticas, cotidianas ou fantasticamente exageradas de exploração, sexo, violência, religião, pobreza e desesperança – e, com pathos, as rejeita.”
RHEIN NECKAR ZEITUNG
“(…) A história que a peça nos conta a partir da voz de autores latino-americanos é uma narrativa que nossa educação, seja formal, seja informal, nos ensinou a ignorar. Aprendemos a ignorar os índios que morreram e morrem violentamente nas mãos do desenvolvimento. Aprendemos a ignorar os escravos que atravessaram dores do tamanho de oceanos. Aprendemos a ignorar os milhões de miseráveis (des)tratados até hoje como pessoas capazes somente de servir. Aprendemos a ignorar quem não veste a mesma camiseta que incorporamos – cada camiseta presa aos corpos é uma máquina que semeia a ausência de empatia. Ignorar se tornou uma maneira de nos proteger de uma história que, olhada de perto, nos deixa com calafrios.E a maior qualidade da peça dirigida por Hirsch é a coragem de resgatar, ao mesmo tempo, o passado e o presente que dão calafrios, e mostrá-los com a sutileza e o sorriso incomodado de quem sabe o peso incalculável de cada gota de sangue arrancada à força. O que mais me espantou ao ver A Tragédia Latino- Americana foi voltar do teatro e me dar conta que a peça não está apenas em cartaz no Sesc Consolação, em São Paulo. A Tragédia Latino- Americana está em cartaz aqui em casa. Na minha e na sua casa.
Ela acontece a cada minuto que compactuamos com a violência que sustenta o chão onde pisamos – e falo aqui principalmente da violência que reduz o outro e nós mesmos a uma rasa definição e nada mais. A Tragédia Latino-Americana acontece a cada minuto em que, numa escola, numa conversa, num jornal, fala- se sobre o Brasil ou qualquer outro país vizinho sem que se leve em conta as várias narrativas que disputam espaço para constituir as identidades em movimento (…)”
André Gravata, UOL EDUCAÇÃO
“Será sempre lost in translation enquanto não se encontrar o nome próprio. Enquanto o Brasil não falar em nome próprio. Enquanto o Brasil seguir insistindo em ser descoberto quando o que precisa é se inventar. Essa realidade é o cenário da extraordinária peça de Felipe Hirsch e Os Ultralíricos, A Tragédia Latino- Americana, em que os blocos são construídos para em seguida desabarem e serem rearranjados para logo depois virarem ruínas e tudo então ser mais uma vez reconstruído para desabar de novo e de novo e de novo.”
Eliane Brum, EL PAÍS
“(…) Com falas em português, inglês, espanhol e até francês – quase sempre traduzidas –, a peça discute temas como a violência, as mazelas sociais, as condições precárias de vida, a literatura, o binarismo político e ideológico, o sistema elitista, a não valorização da própria cultura, a falta de consciência histórica, entre outros (…)”
CATRACA LIVRE
“(…) Falando de histórico, de vez em quando também é sempre bom olhar no retrovisor. Em 1967, o teatro paulistano trazia na pele a força de ser contracultura. A Tropicália não significava só Caetano e Gil (como se isso fosse pouco) mas a cena cultural se inscrevia e caminhava como ARTE, sem distinções de linguagem. O autodescobrimento que O Rei da Vela proporcionou por meio das canoas de Zé Celso revelou um Brasil cru das lentes norte- americanas. A insistência de Renato Borghi em montar o texto era sintoma da inquietação de muitos artistas e da urgência do próprio tempo. Não significava emoldurar a realidade no palco, mas de fruir o presente para longe do fascismo vigente.
Para todo teatro de seu tempo, existe um público situado no mesmo tempo-espaço. No lado dos artistas, nossas frentes estão muito bem representadas. A grande diversidade de espetáculos encaixotados – viciados em um patrocínio que sofre de baixa autoestima ideológica – cumprem temporadas cada vez mais curtas. Ao público cabe reproduzir a culpa (“não gosto de teatro”, “não entendo de teatro) tão bem semeada no discurso da população. A falha aqui é discernir espetáculo de projeto histórico. O erro foi o teatro misturar, no mesmo lugar, o tempo presente de sua experiência com tempo urgente de suas contas a pagar. É o perigo dourado de transformar ossos em ouro, como a paródia A Nova Califórnia, presente na Tragédia. Nele, Magali Biff faz um desbunde ao horror.
Bem, agora mesmo, a política nacional acumula notícias que esse texto não dará conta de citar. São os mesmo blocos concentrados de substância de guerra se deslocando no jogo do poder. Do lado de cá, na sociedade, eles se autoexcluem com os carimbos “100 % Negro”, “100% Ateu”, “100% Gay”, “100% Vegano” e tantos outros. A necessidade de negar origens firma-se como instinto à sobrevivência.
Se O Rei da Vela do Oficina desvencilhou-se desse emaranhado sólido ao encontro de seu próprio momento, A Tragédia Latino-Americana tem força para acrescentar, na linha histórica, mais uma pedra fundamental ao famigerado Brasil”.
O ESTADO DE SAO PAULO
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bottocayo · 8 years
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  El Colegio Apostólico de los Padres Dominicos es la primera obra que realiza en Valladolid (España) el reconocido arquitecto Miguel Fisac, Premio Nacional de Arquitectura 2002. El proyecto nace en el año 1951 a petición de los Capitulares de la Provincia Dominicana ‘Nuestra Señora del Rosario’ con el fin de unificar las colegiaturas de Santa María la Real de Nieva y la Mejorada de Olmedo.
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El conjunto docente-conventual se ubica a la afueras de la ciudad, en el trayecto que se conoce como Arcas Reales. De ahí que al colegio se le conozca también con ese nombre, debido al trazado próximo de la acequia que traía el agua a Valladolid en tiempos de Felipe II.
Ésta es una obra clave en la segunda mitad del siglo XX en España y en la trayectoria profesional del autor, ya que marca nuevos parámetros para la arquitectura religiosa nacional. En este aspecto Fisac será un claro referente, debido a que años más tarde diseña la primera iglesia aplicando las directrices del Concilio Vaticano II.
Cortesía de Fundación Miguel Fisac Claustro. Image © Pablo Guillén Llanos Claustro. Image © Pablo Guillén Llanos Claustro. Image Cortesía de Fundación Miguel Fisac +26
La distribución en planta tiene un aparente esquema axial norte-sur, que se rompe desde el inicio con la ubicación, en un lateral, del acceso principal al conjunto a través de un pórtico que se abre al singular claustro. Éste separa la zona docente de la conventual y se configura como un espacio ajardinado con tintes orientales.
Perimetralmente se cierra en su lado norte y oeste con una fachada plana de ladrillo, marcada por huecos de ventanas con cargadero corrido de hormigón, destacando en planta baja dos volúmenes salientes y oblicuos que marcan el acceso al interior y una sala de estar. En los lados opuestos se ubica una renovada idea de arcada perimetral, a base de pórticos ondulados y finos pilares de hormigón armado, que utilizará en sucesivos proyectos.
En el mismo eje norte-sur pero con acceso por los laterales desde los corredores del área docente se ubica la iglesia, premiada en el año 1954 con la Medalla de Oro en el Concurso de Arte Sacro de Viena y declarada en 2011 Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento por la Junta de Castilla y León. Es la pieza central del conjunto, en donde el autor resuelve el problema funcional y litúrgico del programa: conjugar un altar con unos fieles que van a escuchar la Santa Misa.
Para ello diseña la nave con unos muros ciegos laterales haciendo forma de embudo hacia el altar, acentuando la importancia del mismo. Solución que él mismo denominará como “convergente” y que dará lugar posteriormente al conocido “muro dinámico” que utilizará en futuras obras como la parroquia de la Coronación de Nuestra Señora en Vitoria. Al suelo y techo, de forma más violenta, también les dota de pendiente ascendente para conseguir el mismo efecto, acentuado en mayor medida gracias al graderío que eleva el presbiterio.
Los materiales utilizados también jerarquizan las funciones del espacio, empleando ladrillo caravista en los muros laterales que abrazan a los fieles, y piedra de Campaspero -más noble- en el ábside, donde se ubica una imagen de la Virgen del Rosario, Santo Domingo y Santa Catalina.
La iluminación del espacio interior se resuelve de forma exquisita mediante vidrieras coloreadas en tonos azulados, enfrentadas hacia el altar, que iluminan indirectamente la nave facilitando la lectura pero sin perturbar el ambiente de recogimiento. El ábside se ilumina a través de dos ventanales verticales de tonos dorados y ocultos a la vista de los fieles, y una vidriera de luz blanca en el punto más alto que aporta mayor claridad, creando un efecto de movimiento ascendente de la luz.
A los laterales del volumen de la iglesia se ubican los espacios docentes, a través de dos bloques longitudinales de dos plantas que recogen en planta baja grandes vestíbulos a modo de patios cubiertos, y en la planta primera los dormitorios para los internos. Perpendicular a estos bloques, nacen otros de una sola planta que albergan aulas y áreas de servicios, abiertas al exterior a través de grandes ventanales para aprovechar la orientación sur.
El eje del conjunto se cierra en el extremo sur con la ubicación de un salón de actos exento, que con posterioridad se ha convertido en el gimnasio del centro.
Cabe destacar en esta obra el interés del autor por el cuidado de los detalles y materiales, diseñando él mismo puertas, barandillas, confesionario, bancos y escaleras. A su vez, no duda en invitar a colaborar a jóvenes artistas contemporáneos de la época como José Capuz para la imagen del retablo; José Mª de Labra para las vidrieras de la iglesia; Jorge Oteiza para las figuras en la cara exterior del ábside y en el claustro [pdf]; Susana Polack para las del pórtico de acceso principal y el refectorio; y Rodríguez Valdivieso para los azulejos del comedor.
Sin duda se trata de una obra maestra de la arquitectura española, que aporta de modo práctico enseñanzas y experiencias del Movimiento Moderno, dando un aire fresco a la arquitectura de la época encorsetada en tradiciones clasicistas.
Pocos años más tarde, el mismo autor volverá a Valladolid para construir otro edificio docente, el Instituto Núñez de Arce en la plaza de Poniente, donde también experimentará con novedosas soluciones constructivas en el uso del hormigón armado: las “vigas hueso”, hoy desaparecidas, y que marcarán su trayectoria profesional más relevante.
Pablo Guillén es arquitecto por la Universidad de Valladolid y la Federico II de Nápoles. Vive entre Barcelona y Valladolid donde desarrolla proyectos propios y colaboraciones con Amas4arquitectura. Su trabajo en arquitectura y fotografía está patente en diversas publicaciones, siendo coautor del Mapa de Arquitectura Moderna de Valladolid otorgado recientemente con un accésit en los IX Premios de Arquitectura de Castilla y León
Arquitectos Ubicación Calle Arca Real 209, Valladolid, España
Artistas José Capuz, José Mª de Labra, Jorge Oteiza, Susana Polack, Rodríguez Valdivieso
Año Proyecto 1952
Clásicos de Arquitectura: Colegio Apostólico de los Padres Dominicos / Miguel Fisac por Pablo Guillén Llanos El Colegio Apostólico de los Padres Dominicos es la primera obra que realiza en Valladolid (España) el reconocido arquitecto Miguel Fisac, Premio Nacional de Arquitectura 2002.
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rocktails · 4 years
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PORTADA DE MAYO: ‘Chillin Mony’ de Lxs Familia x Pablo Varela
Como todos los meses, elegimos en nuestra cuenta de Instagram la portada de mayo; el arte de tapa que más nos gustó, nos llamó la atención, nos generó algo en particular, que complementó la obra musical de la mejor manera, o el criterio que cada unx elija a la hora de poner su voto en la pantalla (?). En los cruces de semifinales, 2030 de Louta le ganó a Bonus Trap de una Cazzu del futuro modelada en 3D. Del otro lado de la llave, el arte del nuevo single de Lxs Familia juntó más votos que la portada de Años Futuros, el flamante álbum de 1915.
Tuvimos la suerte de poder hacerle algunas preguntas a Pablo Varela (@ablo_v), Licenciado en Artes Multimediales y autor del cover art ganador, sobre cómo es el inicio de un proyecto así y de qué manera atraviesa su proceso creativo. Además, nos compartió lados B de la portada y nos recomendó más artistas de su ámbito.
Lxs Familia – ‘Chillin Mony’. Arte de tapa x Pablo Varela.
¿Cuál es tu punto de partida a la hora de comenzar un trabajo como éste?
A Lxs familias ya los conocía desde antes por haberles diseñado otras piezas gráficas, entonces conocía su música. Lo que hago habitualmente es hacer una escucha profunda, trato de escuchar el tema a oscuras (con los ojos cerrados) como para concentrarme un poco en la letra y la melodía y empiezo a imaginar universos estéticos que puedan convivir con la música. Después busco referencias random, no necesariamente gráficas (artes visuales, películas, fotos, etc). En general los procesos creativos son los que más disfruto, entonces me tomo un tiempo para investigar materiales, y hasta llego a revolver cajones o archivo físico que tengo de objetos, cuadernos o papeles.
¿Cómo trabajaste la portada de ‘Chillin Mony’? ¿A partir o con la ayuda de qué conceptos? ¿Hubo alguna referencia clave?
Usé collage digital de distintas partes de billetes. El concepto principal me lo dio la letra de la canción y me basé un poco en cómo sería armar un billete nuevo que no tuviera valor monetario. Por eso el collage me daba la oportunidad de generar una imagen con referencias reales a las texturas del dinero y con la indicación del 0 como muestra de su valor monetario, para darle un valor “metafórico”.
¿Hay algún boceto, idea descartada u opción B que no haya quedado que nos puedas compartir?
Otras de las ideas que trabaje a la par era más neutra, sin tanta referencia simbólica sino solo una puesta tipográfica más sobria.
Además de esta portada, ¿cuáles de tus últimos trabajos disfrutaste hacer y estás contento con el resultado final?
Por mi formación, que está más orientada a las artes multimediales, hace algunos años que me dedico más a la realización audiovisual. Puedo destacar como especialmente gratificante el trabajo con animación cuadro a cuadro. El stop motion con objetos y la animación digital de fotos e ilustraciones la empecé a aplicar y trasladar a distintos dispositivos de visualización en espacios fuera de la pantalla, ya sea a través del vjing, del mapping o las proyecciones no planas. Esto me acercó mucho a la performance y al desarrollo de escenografías virtuales para obras de teatro o puestas escénicas. Uno de las últimas cosas que más disfruté hacer es un proyecto personal con dos amigos músicos y artistas multimediales que es una performance multimedia en un espacio intervenido llamada “los muertos somos nosotros”, obra que fuimos desarrollando y presentando en distintos festivales de artes electrónicas (como fase, festival Fauna y Noviembre Electrónico).
¿Qué otrxs diseñadorxs de portadas te interesan?
Como no vengo específicamente del mundo del diseño gráfico mi acercamiento al diseño viene quizás desde otras disciplinas artísticas. Siempre me atrajeron las historias de artistas que diseñan ciertas portadas que luego fueron icónicas, como por ejemplo las de Andy Warhol para The Velvet Underground, The Rollings Stones o Blondie. En el caso del collage podría nombrar como inspiración las aperturas de collage animado de los Monty Phyton realizadas por el mismo Terry Gilliam o un artista japonés que descubrí hace poco llamado Hoji Tsuchiya que hace unas animaciones bestiales.
También quiero nombrar especialmente a mi amigo/diseñador Daniel Bouix que hace cosas que me inspiran y en el cual confío y consulto habitualmente para éste y otros trabajos.
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cesargamonal-blog · 4 years
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5 Tales of the Fish Patrol (1906): Cuentos de la patrulla pesquera Son siete relatos breves escritos por el autor estadounidense Jack London (1876-1916). Su título original es Tales of the Fish Patrol y fueron publicados en 1905. Su argumento lo extrae el autor de su particular experiencia como miembro de la Patrulla Pesquera de California. Los cuentos relatan el trabajo de los patrulleros en la Bahía de San Francisco durante los primeros años del siglo XX en contra de los pescadores furtivos. BLANCO Y AMARILLO 1 EL REY DE LOS GRIEGOS 7 INCURSIÓN CONTRA LOS OSTREROS FURTIVOS 14 EL ASEDIO DEL “ LANCASHIRE QUEEN” 21 GOLPE DE CHARLEY 28 DEMETRIOS CONTOS 35 PAÑUELO AMARILLO 42 Blanco y amarillo (1902) (“White And Yellow”) Originalmente publicado en The Pall Mall Magazine (marzo de 1905); Tales of the Fish Patrol (Nueva York: The Macmillan Company, 1905, 243 págs.)       La bahía de San Francisco es tan vasta que a menudo sus tempestades se revelan más desastrosas para los grandes navíos que las que desencadena el propio océano. Sus aguas contienen toda clase de peces, por lo que su superficie se ve continuamente cruzada por toda clase de barcos de pesca pilotados por toda clase de pescadores. Para proteger a la fauna marina contra una población flotante tan abigarrada se han promulgado unas leyes llenas de sabiduría, y una Patrulla Pesquera vela por su cumplimiento.        La vida de los patrulleros no carece ciertamente de emociones: muchos de ellos han encontrado la muerte en el cumplimiento de su deber, y un número más considerable todavía de pescadores, cogidos en delito flagrante, han caído bajo las balas de los defensores de la ley.        Los pescadores chinos de gambas se encuentran entre los más intrépidos de estos delincuentes. Las gambas viven en grandes colonias y se arrastran sobre los bancos de fango. Cuando se encuentran con el agua dulce en la desembocadura de un río, dan media vuelta para volver al agua salada. En estos sitios, cuando el agua se extiende y se retira con cada marea, los chinos sumergen grandes buitrones: las gambas son atrapadas para ser seguidamente transferidas a la marmita.        En sí misma, esta clase de pesca no tendría nada de reprensible, si no fuera por la finura de las mallas de las redes empleadas; la red es tan apretada que las gambas más pequeñas, las que acaban de nacer y que ni tan siquiera miden un centímetro de largo, no pueden escapar. Las magníficas playas de los cabos San Pablo y San Pedro, donde hay pueblos enteros de pescadores de gambas, están infestadas por la peste que producen los desechos de la pesca. El papel de los patrulleros consiste en impedir esta destrucción inútil.        A los dieciséis años, yo ya era un buen marino y navegaba por toda la bahía de San Francisco a bordo del “Reindeer”, un balandro de la Comisión de Pesca, ya que entonces yo pertenecía a la famosa patrulla.        Después de un trabajo agotador entre los pescadores griegos de la parte superior de la bahía, donde demasiado a menudo el destello de un puñal resplandecía al comienzo de una trifulca, y donde los contraventores de la ley no se dejan arrastrar más que con el revólver bajo la nariz, acogimos con gozo la orden de dirigimos un poco más hacia el sur para dar caza a los pescadores chinos de gambas.        Éramos seis, en dos barcos, y, con el fin de no despertar ninguna sospecha, esperamos al crepúsculo antes de ponernos en ruta. Lanzamos el ancla al abrigo de un promontorio conocido bajo el nombre de cabo Pinole. Cuando los primeros resplandores del alba palidecían en Oriente, emprendimos de nuevo nuestro viaje, y ciñendo estrechamente el viento de tierra, atravesamos oblicuamente la bahía hacia el cabo San Pedro. La bruma matinal, espesa por encima del agua, nos impedía ver cualquier cosa, pero nos calentábamos tomando café hirviendo. Debimos igualmente entregarnos a la ingrata tarea de achicar el agua de nuestro barco; en efecto, se había abierto una vía a bordo del “Reindeer”. Aún ahora no me explico cómo se había producido, pero pasamos la mitad de la noche desplazando lastre y explorando las juntas, sin hacer ningún progreso. El agua continuaba entrando, tuvimos que doblar la guardia en la cabina y continuamos echándola por la borda.        Después del café, tres de nuestros hombres subieron a la otra embarcación, una barca para la pesca del salmón, y sólo nos quedamos dos en el “Reindeer”. Los dos barcos navegaron juntos hasta que el sol apareció en el horizonte dispersando la bruma: la flotilla de pescadores de gambas se desplegaba en forma de media luna, cuyas puntas distaban cinco kilómetros una de otra. Cada junco estaba amarrado a la boya de una red para gambas. Pero nada se movía y no se distinguía ningún signo de vida.        Pronto adivinamos lo que se preparaba. En espera de que hubiera mar plana para sacar del agua las redes llenas de peces, los chinos dormían en el fondo de sus embarcaciones. Alegremente, trazamos en seguida un plan de batalla.        —Que cada uno de tus dos hombres ataque uno de los juncos —me susurró Le Grant desde el otro barco—. Tú mismo salta sobre un tercero. Nosotros haremos lo mismo y nada nos impedirá coger por lo menos seis juncos a la vez.        Nos separamos. Puse al “Reindeer” de la otra amura y corrí a sotavento de un junco. Al acercarme, oculté la vela mayor, disminuí la velocidad y conseguí deslizarme bajo la popa del junco, tan lentamente y tan cerca que uno de mis hombres saltó a bordo. Después, me dejé llevar, la vela mayor se hinchó y me dirigí hacia un segundo junco.        Hasta aquí, todo había sucedido muy silenciosamente, pero del primer junco capturado por el barco de mis compañeros surgió una gresca: gritos agudos en lengua oriental, un tiro y nuevos aullidos.        —La mecha se ha encendido. Están avisando a sus camaradas —me dijo Georges, el otro patrullero que se encontraba a mi lado en la caseta del timón.        Nos encontrábamos ahora en el centro de la flotilla y la noticia de nuestra presencia se había propagado a una velocidad increíble. Los puentes hormigueaban de chinos medio desnudos y apenas despiertos. Los gritos de alarma y los alaridos de cólera flotaban sobre el agua tranquila, y muy pronto nos llegó el sonido de una caracola marina. A nuestra derecha, el capitán de un junco, armado con un hacha, cortó la amarra, y después corrió a ayudar a los hombres de su tripulación a izar su extraordinaria vela de tercio. Pero a nuestra izquierda, en otro junco, los pescadores apenas empezaban a aparecer sobre el puente. Dirigí el “Reindeer” hacia aquella embarcación, lo bastante lentamente como para permitirle a Georges saltar a bordo.        En aquel momento, toda la flotilla estaba en movimiento. Además de las velas, los chinos habían sacado largos remos y toda la bahía estaba surcada en todos los sentidos por juncos que huían. A partir de entonces me quedé solo a bordo del “Reindeer”, tratando febrilmente de capturar un tercer junco. El primero que intenté atrapar se me escapó sin ningún esfuerzo, ya que izó a fondo sus velas y avanzó con el viento de manera sorprendente. Entraba a barlovento con algo más de medio cuarto que el “Reindeer”, y empecé a concebir cierto respeto por aquel esquife privado de gracia. Comprendiendo la inutilidad de la persecución, lo dejé ir, tiré de la escota de la vela mayor y me dirigí rápidamente hacia los juncos que estaban a sotavento, donde la ventaja estaba de mi parte.        El que había escogido flotaba de manera indecisa ante mí, y cuando yo borneaba ampliamente para hacer un abordaje esmerado, se dejó ir bruscamente, el viento infló sus velas y partió decididamente, mientras los mongoles, inclinados sobre los remos, salmodiaban en cadencia un ritmo salvaje. Pero no me cogieron desprevenido. Orcé rápidamente. Empujando todo el timón hacia el viento y manteniéndolo en esta posición con mi cuerpo, tiré progresivamente de la escota de la vela mayor intentando conservar la mayor potencia posible. Los dos remos de estribor del junco toparon con estrépito. Parecido a una mano gigante, el bauprés del “Reindeer” alcanzó el puente por debajo y barrió el mástil achaparrado y la vela desproporcionada del junco.        Al punto se oyó un grito de los que te hielan la sangre. Un chino gordo de aspecto terrible, con la cabeza envuelta en un pañuelo de seda amarillo y la cara picada de viruela, clavó un largo bichero en la proa del “Reindeer” y se dispuso a separar las dos embarcaciones. Haciendo una pausa suficientemente larga para dejar caer el foque, en el momento en que el “Reindeer” se separaba y empezaba a retroceder, salté sobre el junco con un trozo de cuerda y lo amarré sólidamente. El hombre de rostro picado y de pañuelo de seda amarillo avanzó hacia mí, con aire amenazador; metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, y vaciló. En modo alguno estaba armado, pero los chinos han aprendido a desconfiar de los bolsillos de los americanos, y yo ya contaba con esto para mantenerlo a distancia, como a su feroz tripulación.        Le ordené que tirara el ancla en la popa del junco, a lo que respondió:        —No comprender.        Los demás hombres de la tripulación respondieron en los mismos términos, y por más que les explicase claramente por signos lo que deseaba, se obstinaron en no comprender.        Adivinando, la inutilidad de toda discusión, me fui yo mismo a la parte delantera del barco y tiré el ancla.        —¡Que cuatro de vosotros suban a mi barco! —ordené en voz alta, indicando con mis dedos que cuatro de ellos debían seguirme, y que el quinto debía permanecer en el junco.        El hombre del pañuelo amarillo titubeó, pero yo repetí la orden en tono amenazador (exagerando mi cólera) y al mismo tiempo me llevé la mano al bolsillo. De nuevo, el hombre del pañuelo de seda pareció intimidado y, con aire sombrío, condujo a tres de sus hombres a mi barco. Largué las velas rápidamente, y dejando el foque abatido, emprendí la carrera hacia el junco de Georges. De esta manera la tarea resultaba más fácil; aparte de que éramos dos, Georges poseía un revólver que podía sernos útil si las cosas se complicaban. Como acababa de hacer con la tripulación del junco atrapado por mí, cuatro de los chinos fueron llevados a mi balandro y sólo uno permaneció en el junco.        Del tercer junco, otros cuatro chinos se sumaron a nuestra lista de pasajeros. Por su parte, el barco de nuestros colegas había recogido a sus doce prisioneros, y vino a situarse a nuestro lado con su pesada carga. Su situación era peor que la nuestra, debido a que el barco era muy pequeño y los patrulleros se encontraban revueltos entre sus prisioneros y, en caso de rebelión, les hubiera sido muy difícil restablecer el orden.        —Es absolutamente necesario que nos ayudes —me dijo Le Grant.        Yo miraba a mis prisioneros, que se habían refugiado en la cabina y sobre el techo de la misma.        —Puedo tomar tres —le respondí.        —Vamos, coge cuatro, y Bill vendrá aquí —sugirió el otro (Bill era el tercer hombre de la patrulla)—. Aquí estamos apretados como sardinas, y si llegara a producirse una pelea, ya es demasiado un blanco contra dos amarillos.        Habiéndose producido el intercambio, Le Grant izó la tarquina y dirigió su barco hacia el sur de la bahía a través de las marismas de San Rafael. Instalé el foque y puse al “Reindeer” en la misma dirección.        San Rafael, donde debíamos poner a nuestros prisioneros en manos de las autoridades, comunicaba con la bahía por un largo canal fangoso, tortuoso y cenagoso, navegable solamente con marea alta. La mar ya estaba plana, y como el reflujo comenzaba, había que darse prisa si no queríamos esperar medio día hasta la siguiente marea.        Con la salida del sol, la brisa de tierra se había debilitado y no nos llegaba sino lentamente. El salmonero sacó sus remos y pronto nos dejó atrás. Algunos de mis chinos permanecían en la parte anterior de la caseta del timón, cerca de las puertas de la cabina. En un momento dado, cuando me inclinaba sobre el barandal de la caseta del timón, para ceñir el foque desinflado, noté que alguien se frotaba contra mi bolsillo. Hice ver que no me daba cuenta, pero por el rabillo del ojo constaté que el hombre del pañuelo amarillo acababa de descubrir el vacío de aquel bolsillo que hasta entonces lo había mantenido a raya.        Durante todo el tiempo que había durado el abordaje de los juncos, habíamos dejado de vaciar el agua del “Reindeer”, y ahora ésta invadía el suelo de la caseta del timón. Los pescadores de gambas me mostraban el agua y me miraban con aire interrogante.        —Sí, dentro de poco nos hundiremos todos, si no os dais prisa en achicar este agua. ¿Comprendido?        No, no “comprendían”, o al menos así me lo hicieron saber por medio de cabeceos, mientras discutían mi orden entre ellos en su propia lengua. Levanté tres o cuatro planchas, cogí un par de cubos pequeños de un armario, y a través del lenguaje infalible de los signos, les ordené poner manos a la obra. Pero estallaron en risas; algunos entraron en la cabina, otros treparon al techo.        Sus burlas no auguraban nada bueno; contenían algo de amenaza, una maldad que se reflejaba en sus miradas sombrías. Desde que el hombre del pañuelo de seda se había dado cuenta de que el bolsillo de mi pantalón estaba vacío, se mostraba más arrogante, se deslizaba entre los demás prisioneros y les cuchicheaba con un aire muy serio.        Reprimiendo mi despecho, bajé hasta la caseta del timón y me puse a achicar, pero apenas había empezado cuando la botavara se balanceó sobre mi cabeza, la vela mayor se infló dando una sacudida y el “Reindeer” se inclinó.        El viento de la mañana se anunciaba. Georges era un verdadero marinero de agua dulce, y tuve que abandonar mi cubo para ocuparme del timón. El viento soplaba directamente del cabo San Pedro y de las altas montañas que se levantaban detrás del mismo, por lo que se trataba sin duda de un vendaval, la brisa inflando por momentos la vela y en otros sacudiéndola perezosamente.        Pocas veces he encontrado un tipo tan incapaz como aquel Georges. También hay que decir que estaba bastante incapacitado, ya que estaba enfermo del pecho, y yo sabía que si trataba de achicar el agua corría el riesgo de sufrir una hemorragia. Entretanto el agua subía de nivel y era necesario tomar una decisión a cualquier precio. Ordené de nuevo a los pescadores de gambas que nos ayudaran a vaciar el agua. Se reían con aire desafiante, y los que se encontraban en la cabina con el agua hasta las rodillas mezclaban sus risas burlonas con las de sus compañeros encaramados en el techo.        —Sería mejor que sacases tu revólver para obligarles a achicar —le advertí a Georges.        Pero él movía la cabeza y no hacía más que evidenciar su espanto. Los chinos veían tan bien como yo su falta de autoridad, y su insolencia se hacía cada vez más insoportable. Los de la cabina abrieron el armario de las provisiones, los que estaban sobre el techo bajaron para unirse a ellos y entregarse a una comilona a costa de nuestras galletas y latas de conserva.        —¿Y qué puede importarnos eso? —me dijo Georges con voz doliente.        Yo pataleaba de cólera.        —Si escapan a nuestro control, será demasiado tarde para contenerlos. Lo mejor sería obligarlos a obedecer en seguida.        El agua continuaba subiendo y las rachas de viento, presagio de una fuerte brisa, aumentaban su violencia. Los prisioneros, habiendo devorado nuestras provisiones de una semana, se pusieron a correr de un lado para otro de tal modo, que al cabo de un instante el “Reindeer” se balanceaba como la cáscara de una nuez.        El hombre del pañuelo amarillo se acercó a mí y, señalándome con el dedo su pueblo sobre el arenal de San Pedro, me hizo comprender que si ponía rumbo a esa dirección y los conducía a tierra, a cambio sacarían el agua del barco. En aquellos momentos ésta llegaba ya a las literas de la cabina y las mantas estaban empapadas. Sin embargo, me negué. Georges no conseguía ocultar su despecho.        —Si no te muestras más enérgico, se abalanzarán sobre nosotros y nos arrojarán por la borda —le hice ver—. Si quieres salvar el pellejo, pásame tu revólver.        —Lo mejor sería dejarlos en tierra —murmuró tímidamente—. No quiero dejarme ahogar por un puñado de sucios chinos.        —Y yo no cederé ante un “puñado de sucios chinos” —repliqué vigorosamente.        —En este caso ���gimió—, vas a hundir el “Reindeer”, y a nosotros con él. ¿De qué te servirá?        —Cada uno tiene su opinión.        No replicó, pero le vi temblar de una manera lastimosa. Entre los chinos amenazantes y el agua que nos invadía, el miedo le paralizaba. Más que a los chinos y al agua, yo temía a Georges y a las decisiones que podía adoptar bajo la influencia del miedo. Lanzaba desesperadas miradas hacia el minúsculo bote amarrado en la parte posterior, por lo que durante la siguiente calma icé a bordo la pequeña embarcación. Entonces vi brillar sus ojos con esperanza; pero antes de que adivinara mi intención, desfondé el casco con un hachazo y el agua inundó el bote hasta la borda.        —¡Nos hundiremos o nos salvaremos juntos! —le dije—. Dame ese revólver y yo me encargo de hacer vaciar el “Reindeer” en un abrir y cerrar de ojos.        —Son demasiados —se lamentó—. ¿Qué podemos contra una banda como ésta?        Descorazonado, le di la espalda. Hacía ya rato que habíamos perdido de vista el salmonero, disimulado por un pequeño archipiélago llamado las islas Marinas; no podíamos, pues, esperar ninguna ayuda por aquel lado. “Pañuelo Amarillo” vino hacia mí con descaro, el agua de la cabina chapoteando entre sus piernas. La expresión de su cara no me decía nada bueno. Tras la amable sonrisa que arbolaba se escondían oscuras intenciones. Le ordené retroceder en un tono tan perentorio que obedeció inmediatamente.        —Mantente a esa distancia y no te acerques.        —¿Por qué? —preguntó, indignado—. Yo poder hablar-hablar muy bueno.        —Hablar-hablar —repetí en tono amargo. (En ese momento, yo sabía que había comprendido lo que había ocurrido entre Georges y yo)—. ¿Por qué hablar-hablar? No sabes inglés.        Esbozó una débil sonrisa.        —Sí, yo mucho saber hablar. Yo chino honrado.        —Bueno —respondí—. Tú saber hablar-hablar. Pues va, saca el agua mucho-mucho. Después, ya hablaremos.        Movió la cabeza, señalando con el dedo a sus compañeros por encima del hombro.        —No poder. Muy malos chinos, muy malos. Creo… humm…        —¡Atrás! —exclamé.        Acababa de darme cuenta, en efecto, de que la mano de mi hombre había desaparecido bajo su blusa y que su cuerpo se tensaba para saltar.        Desconcertado, volvió a la cabina a parlamentar con sus camaradas, a juzgar por el parloteo resultante.        El “Reindeer” continuaba hundiéndose y sus movimientos eran cada vez más desordenados. Con un fuerte oleaje, se hubiera hundido infaliblemente, pero el viento, cuando soplaba, venía de tierra y apenas rizaba la superficie de la bahía.        —Creo que harías bien en ganar la orilla —me dijo Georges de repente.        El tono de su voz indicaba que su miedo le decidía a actuar.        —No soy de tu opinión —respondí brevemente.        —¡Te lo ordeno! —exclamó, autoritario.        —Mi misión es conducir a estos prisioneros a San Rafael —repliqué.        Al ruido de nuestro altercado, los chinos salieron de la cabina.        —Ahora, ¿vas a volver a tierra?        Georges se atrevía a hablarme así, y apuntaba hacia mí el cañón de su revólver… del revólver que, por cobardía, no había utilizado para hacer obedecer a los chinos.        Un raudal de luz iluminó mi cerebro. La situación, en sus mínimos detalles, se precisaba netamente ante mí: la humillación de dejar escapar a los prisioneros, la defectuosa explicación que debería dar a Le Grant y a los demás patrulleros, la inutilidad de mis esfuerzos y el vergonzoso fracaso en el momento en que iba a conseguir la victoria. Por el rabillo del ojo, veía a los chinos reunidos en la puerta de la cabina, saboreando ya su triunfo.        Aquello no iba a quedar así.        Levanté la mano y agaché la cabeza. El primer gesto tuvo por efecto desviar el cañón del revólver, y el segundo poner mi cabeza a salvo de la bala que fue a silbar detrás de mí. Pegué un salto. Una de mis manos se crispó sobre el puño de Georges mientras la otra agarraba el arma. “Pañuelo Amarillo”, seguido de su banda, se abalanzó hacia mí.        No era momento para titubeos.        Con toda mi energía, empujé a Georges hacia delante y me eché hacia atrás prontamente, arrancándole así el arma de la mano y haciéndole perder el equilibrio. Se desplomó contra las rodillas de “Pañuelo Amarillo”, que cayó de cabeza por encima suyo, y los dos hombres rodaron por el agujero del suelo de cabina habilitado por mí para poder achicar el agua.        Un instante después, apunté con el revólver a aquellos salvajes pescadores de gambas, que retrocedieron asustados.        No tardé en calibrar toda la diferencia que existe entre el hecho de abatir a unos hombres que atacan, y el de disparar sobre unos prisioneros culpables tan sólo de desobediencia.        Cuando les había pedido que vaciaran el agua del agujero, no habían querido oír nada, e incluso bajo la amenaza del revólver, estos individuos permanecían sentados, impasibles, en la cabina inundada o sobre el techo, y oponían una fuerza de inercia increíble.        Pasaron quince minutos. El “Reindeer” se hundía cada vez más, y la vela mayor ondeaba en la calma. Pero a la altura del cabo San Pedro, divisé una línea oscura encima del agua que se acercaba a nosotros. Era la buena brisa que desde hacía tanto rato esperaba.        Se la enseñé a los chinos. La acogieron con gritos de alegría. Entonces les señalé con el dedo la vela y el agua que había a bordo; por medio de signos les hice comprender que cuando el viento hinchase la vela, el agua haría zozobrar el barco. Pero me respondieron con una risa burlona desafiante, ya que sabían que no dejaría de orzar, de largar la escota de la vela mayor y, dejándola flamear, evitar la catástrofe.        Entre tanto yo ya había tomado mi decisión. Contrariamente, cacé la escota uno o dos pies, la enrollé a la cornamusa con una vuelta y, apoyándome sobre los pies, sostuve el timón con la espalda.        Pude así manipular la escota con una mano, y con la otra sostener el revólver. La línea oscura se acercaba cada vez más y los chinos dirigían sus miradas unas veces hacia esa dirección, otras veces hacia mí con un temor que ahora eran incapaces de disimular.        Mi inteligencia y mi fuerza de voluntad entraban en conflicto con las suyas: faltaba saber quién, si ellos o yo, soportaría por más tiempo la amenaza de una muerte inminente y cedería primero.        El viento se abatió sobre nosotros. La vela mayor se puso tiesa con un brusco rechinamiento de los motones, la botavara se enderezó, luego la vela se hinchó y el “Reindeer” hasta tal punto se inclinó que la borda no tardó en sumergirse en el agua. La inclinación continuó acentuándose y una parte del puente, seguida de las portillas de la camareta, se sumergieron a su vez. Al mismo tiempo las olas se estrellaron por encima del barandal de la caseta del timón. Dentro de la cabina, los hombres, arrojados violentamente los unos contra los otros, rodaron hacia un lado en un revoltijo inexplicable; los que estaban debajo corrieron un serio peligro de asfixiarse.        Habiendo aumentado ligeramente la brisa, el “Reindeer” se inclinaba aún más. Hubo un momento en que creí que zozobraba. Otra racha de viento y adiós a mi balandro. Mientras que, manteniendo mi barco, me preguntaba a mí mismo si iba a ceder o no, los chinos imploraron piedad.        Nunca una melodía tan dulce había llegado a mis oídos.        Sólo entonces, y no antes, orcé y aflojé la escota de la vela mayor. El “Reindeer” se enderezó muy lentamente y cuando hubo recuperado el equilibrio estaba tan hundido en el agua que dudé de poderlo salvar.        Los chinos se precipitaron dentro de la caseta del timón y se pusieron a achicar con cubos, potes, ollas y todo lo que caía en sus manos.        Qué magnífico espectáculo: el agua volaba por encima de la borda. Y cuando el “Reindeer”, una vez más, se levantó orgulloso sobre la superficie de la bahía, llevado por la brisa, emprendimos rápidamente la marcha sobre nuestra aleta, atravesamos por los pelos los bancos de fango y penetramos en el estrecho canal.        Todo espíritu de revuelta había muerto en los chinos, se habían vuelto tan obedientes que antes de llegar a San Rafael se ocupaban del remolque, con “Pañuelo Amarillo” dando el ejemplo.        En cuanto a Georges, éste fue su último viaje con la patrulla de pesca. Esta clase de deporte no le entusiasmaba, explicó; un trabajo de chupatintas en San Francisco se adaptaba mejor a sus gustos.        Nosotros compartimos plenamente su opinión. El rey de los griegos (1902) (“The King Of The Greeks”) Originalmente publicado en The Youth’s Companion (2 de marzo de 1905); Tales of the Fish Patrol (Nueva York: The Macmillan Company, 1905, 243 págs.)       Alec el Fuerte nunca se había dejado coger por la patrulla de la pesca. Se vanagloriaba de que no le cogeríamos vivo, y contaba a todo aquel que quisiera escucharle que, de todos los que habían intentado capturarle, ninguno lo había conseguido, y que dos hombres que esperaban volver a tierra con su cadáver habían perecido en el mar. Sin embargo, nadie violaba las reglas de la pesca de manera tan sistemática y desvergonzada como Alec el Fuerte.        Le llamaban Alec el Fuerte a causa de su gran anchura de pecho. Medía seis pies y tres pulgadas de alto, y la anchura de sus hombros y la profundidad de su pecho eran por el estilo. Era prodigiosamente musculoso y sólido como el acero, un número incalculable de anécdotas sobre su extraordinaria fuerza circulaban entre los pescadores. Tan audaz y dominante era como robusto su cuerpo; también se le conocía por otro nombre: El rey de los griegos.        La población de pescadores, compuesta en su mayoría por griegos, se pusieron bajo su protección y le obedecieron como a un jefe. Como tal, él defendía sus derechos, los amparaba con su influencia, los arrancaba de las garras de la ley cuando por desgracia les pillaban en falta y, en los momentos de peligro, les enseñaba a unirse en la lucha.        En otro tiempo, la patrulla había intentado arrestarle y, después de varios fracasos, había renunciado a ello; por eso, desde que me enteré de que el rey de los griegos iba a llegar a Benicia, deseé ardientemente verlo. No tuve que buscarle por mucho tiempo. Con su audacia habitual, nada más llegar nos hizo una visita. En aquella época, Charley Le Grant y yo trabajábamos a las órdenes de un tal Carmintel; los tres nos encontrábamos a bordo del “Reindeer” y nos estábamos preparando para hacer una ronda de inspección cuando Alec el Fuerte saltó sobre el puente. A todas luces, Carmintel le conocía: se estrecharon la mano como personas que se habían visto anteriormente. Alec el Fuerte no nos prestó ninguna atención ni a Charley ni a mí.        —He venido aquí para pescar el esturión durante uno o dos meses —le anunció a Carmintel.        Sus ojos brillaban desafiantes, y vimos que nuestro jefe bajaba los suyos bajo la mirada arrogante del visitante.        —Entendido, Alec —dijo Carmintel en voz baja—. Te dejaré tranquilo. Entra en la cabina y lo hablaremos más detenidamente —añadió.        Cuando hubieron cerrado la puerta de la cabina detrás suyo, Charley me miró significativamente. Demasiado joven aún en aquella época, no conocía muy bien a los hombres ni los procedimientos que algunos utilizaban entre ellos, por lo que no comprendí lo que Charley había querido decirme. No me dio ninguna explicación, pero yo me olía algo turbio en aquel asunto.        Dejándolos en su reunión, bajamos al bote y nos fuimos al muelle del viejo vapor, donde estaba amarrada el arca de Alec el Fuerte. Un arca es una pequeña gabarra de fondo plano habilitada como vivienda, llamada también “house-boat”. Este tipo de barco, que se parece bastante al arca de Noé, le es tan necesario a los pescadores de la bahía superior como lo son sus redes y sus botes.        Todos nos moríamos de ganas de ver de cerca el arca de Alec el Fuerte, pues decían que había sostenido más de una batalla y que su casco estaba acribillado por los agujeros dejados por las balas.        Vimos en efecto los agujeros (taponados con clavijas de madera pintadas), pero no eran tan numerosos como me figuraba. Charley se echó a reír ante mi desengaño. Para consolarme, me contó el relato auténtico de una expedición dirigida contra la casa flotante de Alec el Fuerte. Los hombres tenían por misión capturarlo vivo preferiblemente, muerto si era necesario. Al cabo de media jornada de lucha, los patrulleros se retiraron con sus embarcaciones en un lamentable estado, llevando consigo un muerto y tres heridos.        Al día siguiente por la mañana volvieron con refuerzos, y no encontraron más que los postes de amarre del arca de Alec el Fuerte; la barca permaneció escondida entre los altos juncos de Suisun durante meses.        —¿Por qué no lo han colgado por asesinato? —pregunté—. Los Estados Unidos son lo suficientemente fuertes como para hacer comparecer a este hombre ante la justicia.        —Él mismo se entregó y el juicio tuvo lugar —respondió Charley.        A Alec el Fuerte le costó cincuenta mil dólares ser absuelto, ya que tuvo que procurarse los servicios de los mejores abogados, que lo sacaron de allí gracias a sus hábiles tácticas.        Todos los pescadores griegos de la bahía contribuyeron con su dinero. Alec el Fuerte, como si de un rey se tratase, lo dedujo de sus impuestos.        —Los Estados Unidos son todopoderosos, hijo mío. Y no es menos cierto que Alec el Fuerte es un monarca en el seno de una nación, con su propio reino y sus propios súbditos.        —¿Qué piensas hacer a propósito de la pesca del esturión? Seguramente empleará un “sedal chino”.        Charley se encogió de hombros, y dijo con voz enigmática:        —Ya veremos qué pasa.        Un “sedal chino” es un artefacto muy ingenioso inventado por los ciudadanos que le dan nombre. Por un simple sistema de flotadores, pesas y anclas, se colocan miles de anzuelos, cada uno en un sedal especial, a una distancia variable de seis pulgadas y a una profundidad de un pie por debajo del mar. Lo más destacable de esta clase de sedal es que el anzuelo, en vez de estar provisto de una lengüeta, es afilado y termina en una punta aguda como la de una aguja. Los anzuelos se colocan a pocas pulgadas el uno del otro y cuando varios miles de estos artilugios están suspendidos como una franja sobre una longitud de cuatrocientos a quinientos metros, constituyen un formidable obstáculo para el pez que avanza por bandadas en el fondo del mar.        El esturión pertenece a esta categoría. Rebusca en la tierra como un cerdo, y por esta misma razón se le denomina “cerdo de mar”. Cogido por el primer anzuelo, pega un brinco de sorpresa y entra en contacto con otra media docena de anzuelos. Entonces se debate tan violentamente que por todos lados las puntas de aguja penetran en su tierna carne; y los anzuelos dispuestos en ángulos diferentes retienen al desdichado pez hasta que le llega la muerte.        Al no poder ningún esturión escapar al sedal chino, las leyes que rigen la pesca llaman “trampa” a este instrumento y, como su uso conduce al exterminio del esturión, está prohibido.        Estábamos seguros por adelantado de que Alec el Fuerte pensaba tender uno de estos sedales chinos ante las mismísimas narices de los representantes de la ley.        Durante unos cuantos días, Charley y yo vigilamos las idas y venidas de Alec el Fuerte. Remolcó su arca a lo largo del muelle de Solano hasta la cala del Astillero de Construcciones Navales Turner. Sabíamos que esta cala era un sitio donde abundaba el esturión: por eso no dudamos ni un instante de que el rey de los griegos iba a emprender su tarea.        Dentro y fuera de esta cala, la corriente de la marea circulaba como el agua en el saetín de un molino y era imposible, salvo en caso de mar plana, levantar, deslizar o poner un sedal chino en este lugar. Por tanto, entre el flujo y el reflujo de las mareas, Charley o yo nos apostábamos en el muelle Solano para vigilar la bahía.        Al cuarto día, estaba echado al sol detrás del cerco del muelle cuando vi a lo lejos un bote ligero que se alejaba de la orilla y avanzaba hasta el medio de la cala. Me llevé rápidamente los prismáticos a los ojos y seguí todos los movimientos de la embarcación.        Dos hombres la manejaban y, aunque se encontraba aproximadamente a una milla de distancia, vi que uno de ellos era Alec el Fuerte, y antes de que el bote volviera de nuevo a la orilla, había visto lo suficiente como para afirmar que el rey de los griegos acababa de poner su sedal.        —Alec el Fuerte ha puesto un sedal chino en la cala que hay más allá de los Astilleros Turner —le anunció a mediodía Charley Le Grant a Carmintel.        Una expresión de fastidio pasó por los rasgos del jefe, luego respondió de forma evasiva y ahí quedó todo.        Conteniendo su ira, Charley se mordió el labio y dio media vuelta.        —¿Tienes agallas, pequeño? —me preguntó más avanzada la tarde, en el momento en que acabábamos de lavar los puentes del “Reindeer” y nos preparábamos para bajar a acostamos.        Mi garganta se contrajo y no pude responder más que con un movimiento de cabeza.        —Entonces, perfecto —dijo Charley brillándole los ojos de decisión—. Es absolutamente necesario que entre tú y yo pesquemos a Alec el Fuerte, a pesar de Carmintel. ¿Puedo contar contigo? No va a ser fácil —añadió tras una pausa— pero a pesar de todo, con un poco de valor, lo conseguiremos.        —No lo dudo —dije con voz entusiasta.        —Bueno, pues de acuerdo —dijo estrechándome la mano.        Después de esto nos fuimos a dormir.        La tarea que nos habíamos asignado presentaba diversas dificultades. Para acusar a un hombre de faltar a las leyes de pesca había que sorprenderlo en delito flagrante y con las pruebas en la mano: anzuelos, sedales y pescado. Dicho de otra manera, teníamos que capturar a Alec el Fuerte en mar abierto, donde podía vernos llegar y prepararnos una de las cálidas recepciones que constituían su especialidad.        —Imposible sorprenderlo —dijo Charley una mañana—. Si tan sólo pudiéramos acercarnos a él, las posibilidades serán las mismas para él que para nosotros. Probemos, a pesar de todo, de pasar a lo largo de su bordo.        Estábamos sobre el salmonero, el barco que, en compañía del “Reindeer”, había dado caza a los pescadores de gambas. El mar estaba en calma, y cuando dimos la vuelta al extremo del muelle Solano, vimos a Alec el Fuerte volver a subir el sedal y sacar el pescado.        —Cambiemos de sitio —ordenó Charley—. Mantente justo detrás suyo, como si te dirigieras hacia la cala de sirga.        Me hice cargo del timón, y Charley se sentó sobre un travesaño en medio del barco, con el revólver al alcance de su mano.        —Si se le ocurre disparar —me aconsejó—, métete en el fondo y lleva el timón de tal forma que sólo se vea tu mano.        Asentí con un movimiento de cabeza; seguidamente, guardamos silencio. El barco se deslizaba suavemente sobre el agua y nos acercábamos cada vez más a Alec el Fuerte. Le veíamos claramente retirar los esturiones y lanzarlos al fondo del barco mientras su compañero largaba el sedal y separaba los anzuelos antes de sumergirlos en el agua. Nos encontrábamos a quinientos metros de él cuando el gordo pescador nos gritó:        —Eh, vosotros, ¿qué queréis?        —Sigue adelante —me dijo Charley en voz baja—. Haz ver que no le oyes.        Los minutos siguientes fueron pródigos en emociones. Alec el Fuerte nos observaba con insistencia, mientras cada segundo nos acercábamos lentamente a él.        Sin duda adivinó nuestra identidad, ya que de repente nos soltó:        —¡Largaos de una vez! Os agujerearé la piel si os quedáis ahí.        Se llevó el fusil a la altura del hombro y me apuntó.        —¿Os vais a largar, sí o no? —preguntó.        Decepcionado, Charley masculló entre dientes:        —Volvamos. Hemos fallado por esta vez.        Enderecé el timón y aflojé la escota de la vela, lo que nos apartó de nuestra ruta primitiva en cinco o seis puntos. Alec el Fuerte nos siguió con la mirada hasta que estuvimos fuera de su alcance, y reemprendió su trabajo.        —Sería mejor que no os metierais en los asuntos de Alec el Fuerte —le recomendó Carmintel a Charley aquella noche, con aspecto huraño.        —¡Vaya! ¿Se te ha venido a quejar? —le preguntó Charley, sarcástico.        Carmintel, incómodo, empezó a enrojecer y repitió:        —Más vale dejarlo tranquilo. Ese tipo es peligroso y no sacaríamos nada con molestarle.        —En efecto —replicó Charley—, creo comprender que es más provechoso dejarle en paz.        Era una piedra echada sobre el tejado de Carmintel y, por la expresión del jefe, vimos que Charley había puesto el dedo en la llaga. Era notorio que Alec el Fuerte estaba tan dispuesto a sobornar a la policía como a luchar contra ella, y se citaban los nombres de más de un patrullero a quien el rey de los griegos había untado la mano.        —¿Acaso insinúas…? —empezó a decir Carmintel con voz amenazadora.        Pero Charley no lo dejó continuar.        —No insinúo nada —dijo—, has captado perfectamente el sentido de mis palabras, y si te das por aludido, a fe mía…        Se encogió de hombros. Carmintel, cortado, se contentó con abrir desmesuradamente los ojos.        —Lo que tenemos que hacer es competir en imaginación con ese tipo —me dijo Charley, un día que habíamos intentado vanamente sorprender a Alec el Fuerte en la grisalla de la aurora. Una salva de disparos de fusil nos había forzado a batirnos en retirada.        Durante los días siguientes me devané los sesos para descubrir una estratagema con la cual dos hombres, en mar abierto, pudieran capturar a un tercero, tirador excepcional y que no se separaba jamás de su arma. Cada día, entre las dos mareas, a la vista de todos, Alec el Fuerte echaba su sedal al agua. Lo más exasperante era que todos los pescadores, desde Benicia a Vallejo, estaban al corriente de las malas pasadas que el rey de los griegos nos jugaba impunemente.        Por otra parte, Carmintel nos enviaba, expresamente, contra los pescadores de sábalos de San Pablo, de modo que nos quedaba muy poco tiempo para ocuparnos del célebre Alec. Pero la mujer y los hijos de Charley vivían en Benicia, que se convirtió en nuestro cuartel general, y al cual volvíamos bastante regularmente.        —No veo más que una manera de actuar —dije después de varias semanas de infructuosas reflexiones—. Cuando el mar esté en calma, aprovecharemos que Alec el Fuerte haya vuelto a tierra con su pescado para mangarle el sedal. Le hará falta algún tiempo y dinero para procurarse otro, que le quitaremos de la misma manera. Si el tipo se nos escapa, por lo menos tenemos ahí un medio excelente para desanimarlo. ¿Qué te parece?        Charley respondió que no le parecía mala idea. Aguardamos el momento propicio y, a la primera encalmada de marea baja, cuando Alec, tras haber retirado el pescado del sedal, regresó al pueblo, salimos en el salmonero. Conocíamos la situación del sedal por las señalizaciones que habíamos hecho en tierra, y nos fue fácil localizarlas. La marea empezaba a subir de nuevo cuando llegamos más o menos al lugar donde creíamos que se sumergía el sedal, echamos el tipo de ancla que usan los barcos de pesca. Dándole al ancla la cuerda justa para que apenas tocara el fondo, la hicimos resbalar muy suavemente hasta que se enganchó y el barco se quedó tenso y parado.        —¡Ya lo tenemos! —exclamó Charley—. Ayúdame a subirlo a bordo.        Juntos, izamos la cuerda hasta que apareció el ancla con el sedal para esturiones enredado en una de sus patas. Pronto decenas de anzuelos de aspecto mortífero brillaron ante nuestras miradas. Acabábamos de empezar a soltar el sedal para alcanzar el extremo por el cual podríamos levantarlo, cuando un ruido seco dentro del barco nos sobresaltó. Miramos a nuestro alrededor, pero al no ver nada sospechoso nos pusimos de nuevo a trabajar. Un instante después se reprodujo un ruido parecido y la andana se resquebrajó en el lugar situado entre Charley y yo.        —Eso se parece mucho a una bala, hijo mío —me dijo mi compañero—. Alec nos envía peladillas de largo alcance.        —Usa pólvora sin humo —añadí—, midiendo con la mirada la distancia hasta la orilla, que estimé aproximadamente en una milla.        Escruté la orilla sin descubrir a Alec el Fuerte. Sin duda se escondía detrás de alguna roca desde donde nos tenía a su merced. Un tercer proyectil dio en el agua, rebotó y silbó por encima de nuestras cabezas antes de caer de nuevo un poco más lejos.        —Mejor sería que nos fuéramos —señaló Charley con voz calmada—. ¿Qué opinas tú?        Yo compartía su opinión y le hice observar que no teníamos nada que hacer con aquel trozo de sedal. Lo dejamos todo e izamos la vela a un tercio. Al punto las balas cesaron y nos alejamos de allí, decepcionados, con el pensamiento de que Alec el Fuerte a los lejos se reía de nosotros.        Mucho peor aún: al día siguiente, en el muelle de pesca donde inspeccionábamos las redes, estimó oportuno burlarse abiertamente de nosotros delante de todo el mundo. Charley, rojo de ira, tuvo la fuerza suficiente para contenerse, pero le prometió solemnemente al rey de los griegos que un día conseguiría meterlo entre rejas. Según su costumbre, Alec se jactó de que ningún patrullero le había cogido todavía y que nunca le cogerían; todos los pescadores le aplaudieron. Los hombres se excitaban cada vez más y una pelea podía estallar de un momento a otro, pero Alec el Fuerte demostró su prestigio real restableciendo la calma entre sus hombres.        Por su parte, Carmintel se burló de la actitud de Charley, le hizo varias observaciones sarcásticas e incluso intentó sacarle de sus casillas.        Aunque hervía de cólera, Charley respondió a estas provocaciones con una sangre fría admirable. Me aseguró no obstante que estaba completamente decidido a capturar a Alec el Fuerte, aunque tuviera que dedicarse a ello el resto de su vida.        —No sé de qué manera, pero, tan cierto como que me llamo Charley Le Grant, lo cogeré. La idea me vendrá a la mente en el momento preciso.        En efecto, surgió de la manera más insólita.        Había pasado un mes entero, durante el cual habíamos surcado la bahía de arriba abajo sin poder distraernos un momento para ocuparnos de cierto pescador que, sabíamos, utilizaba un sedal chino en la cala del Astillero de Turner. Aquel mediodía estábamos patrullando cuando vimos un yate averiado cargado de pasajeros mareados. Este gran yate, aparejado como un balandro, se encontraba en una difícil situación, debido a que el alisio soplaba fuertemente y a que no había ningún marino digno de tal nombre a bordo.        Desde el muelle de Selby seguíamos con indiferencia las torpes maniobras ejecutadas para que el barco pudiera fondear y enviar el bote a la orilla. Un tipo de aspecto lamentable, que vestía un uniforme de un blanco más que dudoso, nos pasó la amarra de la embarcación y saltó sobre el embarcadero después de que varias veces casi hiciera volcar el barco en las turbulentas aguas. Se tambaleaba como si la tierra se abriera bajo sus pies, y nos explicó sus dificultades.        El único marino de verdad a bordo, el único con el que se podía contar en caso de mal tiempo, había tenido que ir a San Francisco a causa de un telegrama, y habían intentado continuar solos el viaje. La tempestad y las grandes olas de la bahía de San Pablo habían podido con el resto de la tripulación; todos los marineros estaban enfermos, y ninguno de ellos sabía ni podía hacer nada; habían echado el ancla ante Selby con la intención de abandonar el barco o de encontrar a alguien que los condujera a Benicia. En una palabra, ¿sabíamos de algún marino que quisiera pilotar el yate hasta Benicia?        Charley me interrogó con la mirada. El “Reindeer” estaba fondeado en un lugar seguro. No teníamos ningún trabajo en particular antes de medianoche. Con la brisa que había, podíamos singlar hasta Benicia en dos horas, pasar algunas horas en tierra y volver a Selby en el tren de la tarde.        —De acuerdo, capitán —le dijo Charley al desdichado balandrista, quien esbozó una tímida sonrisa al oír conferírsele este título.        —No soy más que el propietario del yate —explicó a guisa de excusa.        En pocos golpes de remo lo devolvimos a bordo y constatamos el lamentable estado de los pasajeros. Había allí una docena de hombres y mujeres, todos ellos enfermos e incapaces de sentir la más mínima satisfacción ante nuestra presencia. El yate se movía terriblemente de un lado a otro, y apenas el propietario había puesto el pie sobre el puente, se derrumbó y se unió a los demás. Nadie estaba en condiciones de echarnos una mano, de manera que Charley y yo tuvimos, los dos solos, que deshacer el montón embrollado de aparejos deslizantes, izar una vela y sacar el ancla.        Fue una bordada dura, aunque rápida. El estrecho de Carquinez era un inmenso campo de espuma y de olas encrespadas; lo atravesamos a toda velocidad viento en popa, con la botavara de la inmensa vela mayor ora sumergiéndose en el agua, ora apuntando al cielo. Pero los pasajeros, así como los tripulantes, permanecían indiferentes a todo.        Agachados dentro de la caseta del timón, dos o tres hombres, entre los cuales se encontraba el propietario, temblaban cuando el barco subía, planeaba y se deslizaba vertiginosamente sobre las olas. En los intervalos, dirigían ávidas miradas hacia la orilla. El resto se apiñaba, sobre los cojines, en el suelo de la cabina. De vez en cuando alguno emitía un gemido, pero la mayoría de los pasajeros permanecían inertes como cadáveres.        La cala de Turner se encontraba en nuestra ruta, y Charley se adentró en ella para buscar aguas más tranquilas. Benicia estaba a la vista, y navegábamos sobre un mar relativamente tranquilo cuando, justo delante nuestro, divisamos un pequeño bote tambaleándose sobre las olas. La marea estaba baja. Charley y yo intercambiamos significativas miradas. No pronunciamos ni una palabra, pero al punto el yate inició una serie de movimientos extravagantes, virando mal a propósito y dando bandazos como si el más novato de los aficionados llevara el timón. Nuestro barco ofrecía el espectáculo de un yate huyendo ante el tiempo; corría como enloquecido a través de la bahía, tratando de vez en cuando de recuperar un poco de su dominio en un desesperado esfuerzo por alcanzar Benicia.        El propietario olvidó momentáneamente su mareo y la inquietud invadió de nuevo sus facciones. El bote, que al principio no era más que un punto sobre el agua, pronto se agrandó en el horizonte, y reconocimos a Alec el Fuerte y su socio quienes, tras haber enrollado un trozo del sedal en una cornamusa, detenían su trabajo para reírse a nuestras expensas. Charley bajó su capucha sobre sus ojos y yo seguí su ejemplo, sin adivinar todavía la idea que había surgido en su mente y que, con toda evidencia, quería llevar a cabo.        Con la popa cubierta de espuma llegamos a la altura de la embarcación, tan cerca que pudimos oír, por encima del ruido del viento, las voces de Alec y de su compañero. Escupían sobre nosotros todo el desprecio que sienten los marinos profesionales por los aficionados, sobre todo por los aficionados torpes.        Pasamos en tromba cerca de los pescadores, y no pasó nada. Viendo mi decepción, Charley se rió burlonamente y me gritó:        —¡Atención a la vela mayor y al foque!        Puso todo el timón a barlovento y el yate, dócilmente, viró al mismo tiempo. La vela mayor, sin viento, se aflojó, se quedó fláccida, osciló un instante con la botavara, y bruscamente se puso tirante sobre la perilla de mesana. El yate se inclinó hasta mojar el extremo de los baos, y profundos gemidos surgieron del grupo de pasajeros aquejados de mareo, que rodaron por el suelo de la cabina para ser, en resumidas cuentas, comprimidos en montones en las literas de estribor.        No teníamos tiempo para pensar en ellos. El yate, completando la maniobra, puso proa al viento, con las velas en relinga, y recuperó el equilibrio. Pero avanzábamos sin parar y la embarcación se encontraba ahora justo delante de nuestra ruta. Entonces vi a Alec el Fuerte lanzarse al agua y a su compañero saltando para agarrarse a nuestro bauprés. Después sobrevino un estruendo, seguido de una serie de golpes y chirridos, mientras la embarcación pasaba por debajo de nuestra quilla.        —Esta vez ya no hay que temer ningún tiroteo —murmuró Charley corriendo a la parte posterior para ver qué había sido de Alec el Fuerte.        El viento y el mar detuvieron pronto nuestro movimiento hacia adelante, y empezamos a derivar retrocediendo hacia el lugar de la colisión. La cabeza oscura y la cara morena del rey de los riesgos emergieron del agua y, manifestando solamente su ira contra los torpes aficionados, el hombre se dejó izar a bordo. Además, estaba sin aliento, ya que había tenido que sumergirse un buen rato y profundamente para evitar nuestra quilla.        Charley saltó sobre Alec el Fuerte y lo mantuvo debajo suyo en la caseta del timón mientras yo le ayudaba a maniatarlo con sólidas cuerdas. Consternado, el propietario del yate pedía explicaciones, cuando el socio de Alec el Fuerte, que venía del bauprés, se dejaba caer en la parte trasera y echaba una mirada llena de aprensión por encima de la brazola al interior de la caseta del timón. Bruscamente Charley le rodeó el cuello con su brazo y lo mandó rodando sobre la espalda al lado de Alec el Fuerte.        —¡Más cuerdas! —gritó Charley.        Se las procuré rápidamente.        La embarcación, abandonada a una corta distancia, flotaba tranquilamente a barlovento. Tensé las velas mientras Charley, tomando el timón, se dirigía hacia ella.        —Son dos viejos delincuentes —le explicó Charley al propietario, que estaba furioso—. Violan continuamente las leyes de pesca. Acabáis de verlos cogidos en flagrante delito, y seguramente seréis llamados como testigos en el tribunal.        Mientras hablaba, alejaba la embarcación. El sedal se había roto, pero un trozo se había quedado enganchado. Retiramos unos cuarenta o cincuenta pies, con un joven esturión atrapado en un montón de anzuelos sin barbas. Charley cortó de un navajazo esta parte del sedal y lo lanzó a la caseta del timón cerca de los dos cautivos.        —He aquí la prueba… la muestra —añadió Charley—. Miradla bien a fin de reconocerla ante los jueces, y acordaros de la hora y el lugar de la captura.        Sin volver a virar mal a propósito ni dar bandazos de un lado a otro, llegamos triunfalmente a Benicia, llevando con nosotros al rey de los griegos sólidamente atado en la caseta del timón, prisionero por primera vez por la Patrulla Pesquera. Incursión contra los ostreros furtivos (1902) (“A Raid on the Oyster Pirates”) Originalmente publicado en The Youth’s Companion (16 de marzo de 1905); Tales of the Fish Patrol (Nueva York: The Macmillan Company, 1905, 243 págs.)       Entre los diferentes jefes a cuyas órdenes estuvimos Le Grant y yo como patrulleros, el más apreciado era sin duda Neil Partington. Honrado y valeroso, exigía una estricta obediencia, pero al mismo tiempo mantenía con nosotros relaciones de buena camaradería y nos dejaba una gran libertad, a la que no estábamos muy acostumbrados.        La familia de Neil vivía en Oakland, puerto situado a unas seis millas de San Francisco, en la orilla opuesta. Un día en que vigilábamos a los pescadores de gambas de San Pedro, nuestro jefe fue avisado de que su mujer estaba muy enferma; una hora más tarde, el “Reindeer” se dirigía a Oakland, impulsado por una fresca brisa de noroeste. Remontamos hasta la boca del puerto de Oakland y tiramos el ancla. Durante los días siguientes, Charley y yo aprovechamos que Neil estaba en tierra para tensar los tirantes de fijación, rectificar la estiba del lastre, rascar la parte de abajo y poner de nuevo el balandro en excelente forma.        Una vez finalizado el trabajo, el tiempo se hacía interminable. El estado de la mujer del jefe permanecía estacionario y había que esperar una semana para saber el desenlace de la crisis. Charley y yo errábamos a lo largo de los diques, desocupados, no sabiendo qué hacer, cuando fuimos a parar a la flotilla de los pescadores de ostras fondeada en el embarcadero del puerto de Oakland. En su mayoría, se trataba de bonitos y peripuestos barcos, muy rápidos, y bastante sólidos para poder afrontar el temporal. Los observamos, sentados en el parapeto del embarcadero.        —Yo diría que la pesca les ha ido bien —declaró Charley, designando con el dedo los montones de ostras que, clasificadas en tres medidas, había en los puentes.        Los vendedores de pescado alineaban sus camionetas al borde del muelle, y escuchando las conversaciones entre los pescadores y los comerciantes, acabé por saber el precio de venta de las ostras.        —Ese barco contiene por lo menos doscientos dólares de mercancía —calculé—. ¿Cuánto tiempo crees tú que ha sido necesario para arramblar con todo ese cargamento?        —Tres o cuatro días —respondió Charley—. Esos dos tipos se ganan bien la vida: veinticinco dólares por día, cada uno.        El barco en cuestión, el “Fantasma”, estaba fondeado justo detrás nuestro. Dos hombres formaban su tripulación. Uno de ellos, rechoncho y ancho de hombros, tenía los brazos largos como los de un gorila; el otro, alto y bien proporcionado, tenía unos ojos azules muy claros y cabello negro y lacio. Aquellos ojos y aquella cabellera presentaban un contraste tan chocante que Charley y yo nos paramos a considerar al tipo a quien pertenecían.        Fue una buena idea. Pronto vimos acercarse a un hombre de cierta edad, un rico comerciante, a juzgar por su aspecto y su vestimenta. De pie cerca de nosotros, observaba el puente del “Fantasma”. Parecía estar de un humor execrable, y cuanto más miraba el barco, más crecía su cólera.        —Esas ostras me pertenecen —declaró por fin—. Afirmo que son mías. Habéis visitado mi criadero esta noche y las habéis robado.        Los hombres del “Fantasma” levantaron la cabeza.        —¡Vaya! Buenos días, Taft —soltó el rechoncho con insolente familiaridad (entre los vagabundos de la bahía se le conocía como “Mil Patas”, a causa de sus largos brazos)—. ¡Buenos días, Taft! —repitió en el mismo tono guasón—. ¿Qué te pasa para gruñir así?        —Habéis robado estas ostras en mi criadero, ¡eso es lo que digo!        —¡Ah! ¡Qué listo eres, reconoces tus ostras tan pronto como las ves! —se burló el “Mil Patas”.        Su compañero intervino:        —Según mi experiencia, las ostras son siempre ostras, en cualquier lugar donde las cojas, y se parecen mucho de una punta a otra de la bahía. No deseamos de ningún modo pelearnos con usted, señor Taft, pero, se lo ruego, deje de insinuar que estas ostras le pertenecen y que somos unos ladrones, antes de poder aportar pruebas.        —Sé que son mis ostras —replicó el otro—. ¡Me dejaría cortar una mano!        —¡Las pruebas! —soltó el alto y gallardo de ojos azules a quien, como supimos más tarde, le apodaban la “Marsopa”, debido a su extraordinaria habilidad como nadador.        Desconcertado, M. Taft se encogió de hombros. Naturalmente, no podía demostrar, con pruebas evidentes, que aquellas ostras provenían de sus parques, por más seguro que estuviera de ello.        —¡Daría mil dólares por veros en prisión, especie de rateros! —exclamó—. ¡Ya lo creo! Ofrezco una prima de cincuenta dólares por cabeza, tantos como seáis, para quien os haga apresar y condenar.        Una enorme carcajada surgió de los diversos barcos, ya que el resto de los piratas había escuchado la discusión.        —¡Las ostras dan más que eso! —observó secamente la Marsopa.        Lleno de cólera, M. Taft dio media vuelta y se alejó. Por el rabillo del ojo, Charley se fijó en la dirección que tomaba. Unos minutos más tarde, cuando hubo desaparecido tras una esquina, Charley se levantó tranquilamente. Le seguí y nos alejamos con paso indolente por una calle opuesta a la que había tomado M. Taft.        —¡Deprisa! ¡Corramos! —murmuró Charley, una vez que estuvimos fuera del alcance de la vista de los saqueadores de ostras.        Cambiando rápidamente de dirección, nos deslizamos entre las encrucijadas, recorrimos en diversos sentidos las calles adyacentes hasta que por fin la silueta corpulenta de M. Taft se perfiló ante nosotros.        —Voy a interrogar a este buen hombre acerca de esa recompensa —explicó Charley cuando llegamos a la altura del propietario del banco de ostras—. A Neil quizá lo detendrán una semana más por la enfermedad de su mujer. Mientras tanto, tú y yo podríamos realizar un buen trabajo. ¿Qué dices?        —¡Por supuesto, por supuesto! —exclamó M. Taft cuando Charley se presentó y le explicó sus intenciones—. Esos piratas me sustraen varios miles de dólares cada año, y me alegraría ver cómo los capturan y los meten en la cárcel. Como he dicho hace un momento, ofrezco cincuenta dólares por cabeza… y aún salgo ganando. Han saqueado mis parques de ostras, arrancado las boyas de señalización, aterrorizado a mis guardianes, y matado a uno de ellos el año pasado. Desgraciadamente, me es imposible aportar las pruebas. El delito se cometió en plena noche. No tenía más que el cadáver del pobre guardián y ninguna pista: por tanto, los detectives no pudieron hacer nada. Hasta hoy, nadie ha conseguido atrapar a uno de esos piratas. Por lo tanto, señor… ¿le importaría repetirme su nombre?        —Le Grant —respondió Charley.        —Le decía, señor Le Grant, que le estoy muy reconocido por los servicios que tiene a bien ofrecerme. Por mi parte, me alegraré mucho en facilitarles la tarea. Mis guardianes y mis barcos están a su disposición. Venga a verme a mi despacho de San Francisco el día que usted quiera, o telefonee a cobro revertido. Sobre todo, no repare en gastos. Se los reembolsaré todos, mientras sean razonables. La situación se está volviendo insostenible y hay que hacer algo a cualquier precio… se trata de saber de una vez por todas a quién pertenecen los parques de ostras, si a mí o a esos rufianes.        —Ahora, vayamos a ver a Neil —dijo Charley cuando dejamos a M. Taft, que regresaba a San Francisco.        Neil Partington no tan sólo no puso ninguna objeción a nuestro proyecto, sino que nos prestó una preciada ayuda. Nosotros no entendíamos nada de la industria ostrícola, mientras que nuestro jefe la conocía a fondo como ninguno. Además, al cabo de una hora aproximadamente, nos puso en contacto con un chico de diecisiete o dieciocho años que respondía al nombre de Nicolás y para quien el saqueo de los parques de ostras no tenía secretos.        Llegados a este punto de mi relato, debo explicar que, en la Patrulla Pesquera, Charley y yo gozábamos de una absoluta independencia. Neil Partington, patrullero de oficio, recibía un salario regular, mientras que a Charley y a mí, simples auxiliares, se nos retribuía en proporción con nuestro trabajo, o, dicho de otro modo, se nos daba un porcentaje de las multas impuestas a los delincuentes. Por otro lado, conservábamos íntegramente las recompensas que nos otorgaban los particulares.        Le propusimos a Neil compartir con él todas las generosidades que M. Taft tuviera con nosotros, pero el patrullero no quiso oír hablar de ello… demasiado contento, añadió, de poder aprovechar esta ocasión para correspondemos un poco por los servicios que le habíamos prestado.        Antes de poner manos a la obra, juzgamos oportuno sostener un largo conciliábulo para trazar las líneas maestros de nuestro plan de acción. Nuestras fisonomías no les resultaban conocidas a las gentes de esta parte de la bahía, pero el “Reindeer” era demasiado conocido por los piratas; por lo tanto, Nicolás y yo alquilaríamos algún velero de aspecto menos comprometedor y singlaríamos hasta la isla Aspargus donde nos uniríamos a la flotilla de los ladrones de ostras.        Por las explicaciones que Nicolás nos había dado sobre la disposición de los bancos y los movimientos de los saqueadores, sería posible, en aquel lugar, sorprenderlos flagrantemente robando y capturarlos al mismo tiempo. Charley permanecería en la orilla con los guardianes de M. Taft y un destacamento de policías que nos echarían una mano llegado el momento.        —Sé precisamente cuál es el barco que necesitáis —dijo Neil para concluir—. Es un viejo balandro de forma extraña, que está fondeado en Tiburón. Nicolás y tú vais hasta allí con el transbordador, alquiláis la barcaza por cuatro chavos, y os presentáis en los lugares habituales de pesca.        —¡Buena suerte! —nos dijo dos días más tarde en el momento de separarnos—. Acordaos de que os las tenéis que ver con tipos peligrosos. ¡Sobre todo, prudencia!        Nicolás y yo alquilamos el susodicho barco por una suma irrisoria: pero en el momento de izar la vela, mientras bromeábamos, nos dimos cuenta de que era mucho más viejo y más raro de lo que nos habían dicho. Era una gran embarcación de fondo plano, popa cuadrada, con aparejos de balandro, con un mástil bamboleante, obenques aflojados, velas completamente gastadas y duras al tacto, que manejábamos no sin cierta dificultad.        Olía terriblemente a alquitrán: de la popa a la proa, del techo de la cabina a la orza, estaba impregnado de esta sustancia maloliente y, como broche final, el nombre, “Maggie-Alquitrán”, estaba escrito con grandes letras a lo largo de los dos lados del barco.        Fue una carrera sin historia, más bien risible, la que hicimos desde Tiburón a la isla Aspargus, donde llegamos al día siguiente por la tarde. Los ladrones de ostras, aproximadamente una docena de balandros, estaban fondeados en el lugar denominado “los bancos abandonados”. El “Maggie-Alquitrán”, impulsado por una ligera brisa, llegó hasta ellos contoneándose. Todos se subieron a los puentes para mirarnos. Divertidos por el aspecto grotesco de nuestro viejo barco, Nicolás y yo nos complacíamos en manejarlo torpemente, multiplicando por cien su ridículo aspecto.        —¿Qué cacharro es ése? —preguntó alguien.        —¡Dime su nombre y te haré un regalo! —respondió otro.        —¡Que me cuelguen si no es la verdadera arca de Noé! —dijo el “Mil Patas” con guasa, de pie sobre el puente del “Fantasma”.        —¡Eh! ¡Los de la fina goleta! —gritó otro en tono burlón—. ¿Cuál es vuestro puerto de atraque?        No hicimos el menor caso a sus bromas, sino que, actuando como novatos, fingimos estar absortos en el manejo del “Maggie-Alquitrán”.        Lo puse a sotavento del “Fantasma”, y Nicolás corrió adelante para echar el ancla. La manera en que lo hizo pareció totalmente desordenada: la cadena, enredada, impedía al ancla llegar al fondo. A los ojos de todos, hicimos un esfuerzo inaudito para desenredar todo aquel “follón”. Los piratas se dejaron engañar por nuestros fingimientos, y se divirtieron de lo lindo con nuestras torpezas.        Pero la cadena continuaba enredada y, en medio de los sarcasmos, derivamos y fuimos a chocar contra el “Fantasma”, cuyo bauprés reventó nuestra vela mayor, haciendo un agujero de las dimensiones de una puerta cochera. El “Mil Patas” y la “Marsopa”, balanceándose sobre la cubierta en una crisis de hilaridad, nos dejaron salir del apuro como mejor podíamos.        Acabamos por conseguirlo, pero con una torpeza sin igual; luego, igualmente desmañados, desenredamos la cadena del ancla y la dejamos correr unos cien metros. Con una profundidad de tres metros de agua bajo nosotros, esto le permitía a la “Maggie-Alquitrán” bornear sobre un círculo de doscientos metros de diámetro, en el cual podía golpear al menos contra la mitad de la flotilla.        Los barcos de los piratas estaban todos amigablemente fondeados a poca distancia los unos de los otros; hacía, en efecto, un tiempo magnífico. Protestaron abiertamente ante nuestra ignorancia. ¿Por qué dejar tal cantidad de cadena? No contentos con protestar, nos obligaron a recoger nuestra cadena y a no dejar fuera más que una decena de metros.        Habiéndonos hecho pasar ante todos por unos torpes principiantes suficientemente, Nicolás y yo bajamos para felicitarnos mutuamente y prepararnos la cena. Apenas habíamos acabado de comer y de guardar los platos cuando un pequeño bote atracó junto al “Maggie-Alquitrán” y unos pasos pesados hollaron nuestro puente. Seguidamente la cara bestial de “Mil Patas” apareció por la escotilla y bajó por la escalera, seguido de “Marsopa”. Los dos hombres acababan de sentarse cuando un segundo bote atracó, luego un tercero, y un cuarto hasta que por fin toda la flotilla se halló representada en nuestra cabina.        —¿Dónde habéis birlado esta vieja cubeta? —preguntó un hombrecillo peludo de ojos crueles y aspecto de mejicano.        —No lo hemos birlado —respondió Nicolás, en el mismo plan.        Y para alentar a los otros a creer que habíamos robado el “Maggie-Alquitrán”, prosiguió:        —Y si lo hubiéramos hecho, ¿qué os importa a vosotros?        —Nada. Sólo quería deciros que no admiro vuestro buen gusto —se rió burlonamente el mejicano—. Yo hubiera preferido criar moho en tierra antes que subirme a ese trasto.        —¿Cómo podíamos saber cómo era antes de probarlo? —exclamó Nicolás tan ingenuamente que todos estallaron en risas—. Decidme —se apresuró a añadir—. ¿Cómo hacéis para coger las ostras? Nos gustaría llevarnos unas cuantas. Por eso hemos venido hasta aquí.        —¿Y qué piensas hacer con tus ostras? —preguntó el “Marsopa”.        —¡Oh!, les daré unas cuantas a los compañeros, claro. Supongo que vosotros hacéis lo mismo con las vuestras.        Esta reflexión provocó una nueva carcajada, y a la vista de que nuestros visitantes se divertían cada vez más, deducimos que no sospechaban en modo alguno nuestra identidad y nuestros propósitos.        —¡Eh! ¿No te vi yo a ti el otro día en el muelle de Oakland? —me preguntó de sopetón el “Mil Patas”.        —¡Sí, desde luego! —respondí yo sin parpadear, cogiendo el toro por los cuernos—. Precisamente os estaba mirando: de ahí me vino la idea de imitaros… al menos —añadí—, si no tenéis inconveniente.        —Te voy a dar un consejo… sólo uno… y es éste: espabilaros, tu amigo y tú, para conseguir un barco mejor. No aceptaremos ser deshonrados por una cubeta como ésta. ¿Entendido?        —Naturalmente —respondí—. Cuando hayamos vendido algunas ostras, nos equiparemos debidamente.        —Y, a fe mía, que si jugáis limpio y demostráis ser buenos compañeros —continuó el “Mil Patas”—, podréis probar suerte con nosotros. Si no —aquí su voz se tornó dura y amenazadora—, os pesará. ¿Queda bien claro?        —Perfectamente —dije.        Tras algunas recomendaciones de la misma naturaleza, la conversación se generalizó, y nos enteramos de que los parques debían ser visitados aquella misma noche. Después de charlar durante una hora, los piratas volvieron a sus barcos y nos invitaron a unimos a ellos. “Cuantos más seamos, más reiremos”, nos dijeron.        Cuando regresaron a sus respectivos balandros, Nicolás me confió:        —¿Te has fijado en el hombrecillo de aspecto mejicano? Es Barchi; forma parte de la banda de los que practican ese deporte, y el que le acompañaba se llama Skilling. Entre los dos se puede obtener una recompensa de cinco mil dólares.        Yo ya había oído hablar de la banda de los deportistas, una pandilla de granujas y de asesinos que aterrorizaban los barrios bajos de Oakland, y de los cuales los dos tercios se encontraban habitualmente entre rejas por crímenes que iban desde el falso testimonio hasta el asesinato.        —No son verdaderos ladrones de ostras —explicó Nicolás—. Han venido aquí para divertirse un poco y ganar algunos dólares. Con ellos, habrá que ir con los ojos muy abiertos.        Sentados en la caseta del timón, discutíamos los detalles de nuestro plan cuando, hacia las once, proveniente de la dirección del “Fantasma”, oímos el crujido de un remo en un bote. Echamos nuestro bote al agua, cogimos algunos sacos y nos dirigimos hacia donde estaban los demás. Todos los botes estaban reunidos y la intención de los piratas era hacer una expedición a los cercos de redes de ostras.        Ante mi estupefacción, no quedaban más que unos centímetros de agua en el lugar donde había echado el ancla con tres metros de profundidad. Era la gran marea de la luna llena de junio, y como el agua aún debía bajar durante una hora y media, nuestro barco se encontraría sobre la arena antes de encalmarse el mar.        Los viaderos de M. Taft estaban situados a tres millas de allí. Durante un buen rato remamos en silencio siguiendo a las demás barcas, rastrillando el fondo de vez en cuando, y tocando sin cesar la arena con nuestros remos. Por fin chocamos contra un banco de barro apenas recubierto de agua en el cual nuestros botes no podían flotar. Sin perder un minuto, los piratas saltaron de sus barcas, y continuamos avanzando empujando y tirando de nuestras ligeras embarcaciones de fondo plano.        La luna llena estaba en parte oculta por las nubes, sin embargo los piratas avanzaban con una seguridad adquirida a base de una larga experiencia. Tras haber recorrido una media milla sobre el fango, encontramos un canal profundo, que remontamos a remo. Verdaderas riberas formadas por montones de ostras muertas se levantaban por todos lados bajo el agua. Por fin alcanzamos los lugares de la pesca.        Dos hombres encaramados sobre uno de los montículos de ostras nos interpelaron y nos conminaron a retirarnos. Pero el “Mil Patas”, el “Marsopa”, Barchi y Skilling siguieron adelante seguidos del resto de la banda, unos treinta hombres en quince barcos, y pronto llegaron a la altura de los dos guardianes.        —Mejor sería que os largaseis rápidamente —dijo Barchi en tono amenazador—, porque si no os agujerearemos la piel como un colador.        Sabiamente, los dos guardianes se batieron en retirada ante una fuerza tan impresionante, y subiéndose a su bote, remaron en dirección a la orilla. Esta huida de los guardianes, por otra parte, formaba parte de nuestro plan.        Izamos nuestros botes sobre el montón de ostras del lado del arenal, y los hombres se dispersaron para empezar la recolección. Algunos momentos las nubes, menos espesas ante la luna, nos permitían distinguir las ostras grandes. En muy poco tiempo los sacos estuvieron llenos y fueron llevados a los botes, de los que los piratas volvían con más sacos vacíos.        Inquietos, Nicolás y yo hicimos varios viajes a los botes con pequeños cargamentos, pero cada vez nos cruzábamos con piratas que iban o venían.        —No nos apresuremos —me dijo Nicolás—. Dentro de un momento se alejarán cada vez más en el banco de ostras, y como el trayecto será demasiado largo, en vez de volver con los sacos de ostras llenos, los dejarán donde estén, de pie. Cuando la marea suba, irán a buscarlos en sus botes, que entonces ya flotarán.        Había pasado media hora, y el flujo ya subía, cuando nos decidimos a actuar. Dejando a los piratas con su tarea, corrimos hacia los botes. Uno a uno y sin hacer ruido, los empujamos a flote atados los unos a los otros en una flotilla informe. En el momento en que deslizábamos el último bote sobre el agua, el nuestro, uno de los hombres se acercó. Era Barchi. Su mirada intensa abarcó al punto la situación y se abalanzó sobre nosotros, pero nos deshicimos de él de un fuerte empujón y lo dejamos chapotear con el agua por encima de su cabeza. Cuando alcanzó el montículo de ostras, dio la alarma.        Remamos con todas nuestras fuerzas, pero no íbamos muy rápido, con todos aquellos barcos a remolque. Un disparo de revólver partió del banco de ostras, luego un segundo y un tercero; después, una verdadera salva crepitó a nuestro alrededor. Por suerte, ahora grandes nubes cubrían la luna y en la oscuridad los hombres tiraban al azar. No podíamos ser alcanzados más que por casualidad.        —Hubiera preferido una pequeña canoa a vapor —suspiré.        —Pues yo sólo pido que la luna continúe tapada —murmuró mi compañero.        El tiempo parecía transcurrir lentamente, pero cada golpe de remo nos alejaba del banco de ostras y nos acercaba a la orilla. Pronto el tiroteo cesó y cuando la luna emergió de las nubes nos encontrábamos ya lejos y fuera de peligro. Un momento después respondimos a un saludo que provenía del muelle y dos botes “Whitehall”, impulsado cada uno de ellos por tres pares de remos, se lanzaron en nuestra dirección. La gran figura de Charley se inclinó hacia nosotros. Nos tomó las manos y no pudo más que exclamar:        —¡Enhorabuena! ¡Habéis hecho un buen trabajo! ¡Bravo!        La flotilla fue llevada a tierra, y Nicolás y yo volvimos en uno de los “Whitehall”, con Charley detrás nuestro. Otros dos botes nos seguían y, como la luna revelaba de nuevo su forma brillante, divisamos a los piratas con sus montones de ostras. Cuando nos vieron nos saludaron con una bandada de disparos. Nos apresuramos a ponernos fuera del su alcance.        —Tenemos tiempo —dijo Charley—. La marea está subiendo y antes de que haya llegado el agua a la altura de sus cuellos, cualquier resistencia les abandonará.        Apoyados en nuestros remos, esperamos a que la marea cumpliera con su trabajo. Los piratas se hallaban en una delicada situación: la marea de aguas vivas hacía subir el nivel del agua y creaba una corriente tan violenta como la del saetín de un molino, y ni el mejor nadador del mundo hubiera podido cruzar las tres millas que separaban a los piratas de sus chalupas. Situados entre ellos y la orilla, les impedíamos la huida por aquel lado. Además, el agua empezaba a cubrir los bancos de ostras y en pocas horas también cubriría la cabeza de los hombres.        Hacía un tiempo espléndido y bajo la luz plateada de la luna vigilábamos a nuestros buenos mozos con los catalejos, mientras le relatábamos a Charley las peripecias del viaje a bordo del “Maggie-Alquitrán”. La una de la madrugada, las dos, y todos se iban agrupando sobre los montículos de ostras muertas más elevados, con el agua a la cintura.        —He aquí la ventaja de poseer una pizca de imaginación —decía Charley—. Desde hace años, Taft ha intentado atraparlos por la fuerza bruta y ha fracasado. Nosotros, por el contrario, hemos hecho funcionar nuestra inteligencia…        En ese preciso instante oí un gorgoteo de agua apenas perceptible. Me volví y les señalé a los demás una pequeña ola ondulante que se ensanchaba poco a poco en un círculo, a unos veinte metros de nosotros.        Esperamos, inmóviles. Al cabo de un minuto, hubo un chapoteo de agua dos metros más allá y una cabeza oscura y unos hombros blancos aparecieron bajo la claridad de la luna. Con un gruñido de ira y dejando ir el aire bruscamente, la cabeza desapareció rápidamente bajo el agua.        Dimos unos cuantos golpes de remo y nos dejamos llevar por la corriente. Cuatro pares de ojos rastrearon la superficie líquida, pero el círculo no se reprodujo y no volvimos a ver la cabeza oscura sobre los hombros blancos.        —Es el “Marsopa” —anunció Nicolás—. Sólo le podremos coger en pleno día.        A las tres menos cuarto, los piratas manifestaron los primeros síntomas de desfallecimiento. Les oímos pedir socorro; la voz bien reconocible de “Mil Patas” dominaba por encima de las otras. Esta vez, cuando nos acercamos, no dispararon sobre nosotros. Hay que decir que “Mil Patas” se hallaba en una situación particularmente peligrosa. Sólo las cabezas y los hombros de sus camaradas sobresalían de la superficie, y se apiñaban los unos contra los otros para luchar contra la corriente y sostener a “Mil Patas”, cuyos pies no tocaban el fondo.        —Ahora, guapos, ya os tenemos. ¡No podéis escaparos! —dijo Charley en voz alta—. Si os portáis mal, os abandonaremos a vuestra suerte y el océano se encargará del resto. Si, por el contrario, sois buenos, os subiremos a bordo, uno a uno, y todos estaréis a salvo. ¿Entendido?        —¡Sí! —respondieron a coro con voces roncas.        —¡Vale pues, uno a uno, empezando por los más bajitos!        El “Mil Patas” fue el primero que izamos a bordo; se entregó sin resistencia aunque protestó cuando el policía le puso las esposas. Seguidamente subió Barchi, suavizado y resignado tras esta tempestad. Cuando tuvimos a diez en nuestro bote, dimos media vuelta y el segundo “Whitehall” tomó una carga similar. El tercero no recibió más que a nueve, lo que nos daba un total de veintinueve prisioneros.        —¿Y el “Marsopa”?        —¿No lo habéis cogido? —exclamó el “Mil Patas” con aire triunfal, como si la huida de ese bandido menguara nuestro éxito.        Charley se contentó con reírse.        —Seguramente también irá hacia la orilla. Acaba de pasar gruñendo como un cerdo.        Era una banda de temblequeantes y avergonzados piratas la que subió por la arena conducida por nosotros hacia las oficinas de las Pesquerías de ostras.        Charley llamó a la puerta. En seguida abrieron y una agradable bocanada de aire caliente llegó hasta nosotros.        —Entrad a calentaros un poco, muchachos, y os daremos un café caliente —anunció Charley, haciéndolos desfilar delante de él.        Y allí, sentado muy triste ante el fuego, con una taza de moca entre las manos, volvimos a ver al “Marsopa”. Nicolás y yo nos volvimos rápidamente hacia Charley. Se echó a reír a mandíbula batiente.        —Nunca hay que hacer las cosas a medias —declaró—. Cuando uno se pone a elaborar una táctica, no hay que omitir ningún detalle. Pensé en la playa, y aposté a dos policías. Ése es todo el secreto. El asedio del “Lancashire Queen” (1903) (“The Seige of the ‘Lancashire Queen’”) Originalmente publicado en The Youth’s Companion (30 de marzo de 1905); Tales of the Fish Patrol (Nueva York: The Macmillan Company, 1905, 243 págs.)       La prueba más exasperante que recuerdo en el curso de mi estancia en la Patrulla Pesquera fue el asedio a un gran barco inglés de cuatro mástiles. Charley Le Grant y yo consagramos dos semanas a ello. La cuestión fue tan difícil de resolver como una ecuación matemática: sólo la más pura casualidad nos permitió salir bastante bien de todo ello.        Después de nuestra aventura con los saqueadores de ostras, volvimos a Oakland, donde pasaron otros quince días antes de que la mujer de Neil Partington se encontrase fuera de peligro y en vías de curación.        Fue pues después de una ausencia de un mes cuando el “Reindeer” puso rumbo a Benicia. “Cuando el gato no está, las ratas bailan”, reza el dicho. Por tanto, durante estas cuatro semanas, los pescadores habían recuperado su audacia y violaban la ley descaradamente. Pasando por delante del cabo San Pedro, divisamos una gran actividad entre los pescadores de gambas y, desde nuestra aparición en la bahía de San Pablo, toda una flotilla de barcas retiraron a toda prisa sus redes y se dieron a la vela.        Esta huida sospechosa exigía una averiguación, y el primer barco, el único, por lo demás, al que conseguimos acercarnos, estaba, en efecto, provisto de una red prohibida por la ley. El reglamento prohibía la utilización de toda red cuyas mallas midieran menos de veinte centímetros entre los nudos, y aquellas mallas no tenían más que ocho. Cogidos en delito flagrante, los dos pescadores fueron inmediatamente arrestados. Neil Partington tomó a uno de ellos para que le ayudara a dirigir el “Reindeer”; Charley y yo subimos con el otro prisionero a bordo del barco capturado.        Pero la flotilla había puesto rumbo prestamente a Portulama y, durante el resto de la travesía de la bahía de San Pablo no nos encontramos con ningún otro pescador. Nuestro cautivo, un griego velludo y bronceado, permanecía sentado sobre su red mientras nosotros izábamos la vela del barco, un salmonero último modelo de Columbia River, que visiblemente efectuaba su primera travesía y se podía manejar sin ninguna dificultad. En vano alababa Charley las cualidades de su barco; el griego rehusaba hablar o prestar la más mínima atención a sus palabras, por lo que abandonamos a su suerte a un individuo tan poco sociable.        Tras sobrepasar los estrechos de Carquinez, entramos un poco en el interior de la cala de Turner para encontrar aguas más tranquilas. Varios veleros ingleses de acero esperaban el cargamento de cereales, y allí mismo, en el lugar donde habíamos pillado a Alec el Fuerte, dimos con dos italianos tranquilamente instalados en su bote y que se disponían a echar un sedal chino para esturiones.        La sorpresa fue recíproca; nos lanzamos sobre ellos antes de que se dieran cuenta. Charley tuvo el tiempo justo de ponerse a barlovento y correr hacia el bote. Yo me precipité a la proa y les eché a los delincuentes un trozo de cable dándoles la orden de amarrarlo. Uno de los italianos ató un extremo a una cornamusa mientras yo me apresuraba a poner nuestra vela mayor a un tercio. Hecho esto, nuestro salmonero empezó a retroceder, rozando pesadamente contra el bote.        Charley avanzó para abordarlo, pero cuando yo jalaba nuestra amarra para unir las embarcaciones, los italianos aprovecharon para largar la suya. Empezamos a derivar a sotavento, mientras ellos sacaban dos pares de remos y guiaban su ligero esquife para ponerse de lleno a barlovento.        Esta maniobra nos desconcertó al principio, ya que con nuestro gran barco, pesadamente cargado, no podíamos esperar poder alcanzarlos a fuerza de remar. Pero nuestro prisionero griego vino en nuestra ayuda inesperadamente. Sus ojos negros lanzaron chispas y su cara enrojeció de alegría contenida mientras bajaba la orza, saltaba a la parte delantera de un brinco e izaba la vela.        —Siempre he oído decir que los griegos detestan a los italianos —señaló Charley, divertido, precipitándose al timón.        Nunca he visto a un hombre tan dispuesto a echar una mano, para capturar a otro, como nuestro prisionero durante la caza que iniciamos. Las aletas de la nariz le temblaban, se dilataban, y abría los ojos desmesuradamente. Mientras Charley gobernaba el barco él cazaba la vela, y a pesar de la vivacidad de Charley, el griego casi no podía dominar su impaciencia.        Los italianos evitaban la orilla, cuyo punto más próximo se encontraba a una buena milla de distancia. Si hubieran intentado alcanzarla, nos habríamos lanzado sobre ellos con el viento de lado y los habríamos cogido antes de que hubieran recorrido la octava parte de la distancia. Demasiado prudentes para intentar la experiencia, se contentaban con remar vigorosamente con el viento a favor, a estribor de un gran navío, el “Lancashire Queen”.        Al otro lado del buque se extendía una capa de agua de dos millas hasta la playa. No había nada que temer en esta dirección, ya que rápidamente los habríamos alcanzado. Cuando llegaron a la proa del “Lancashire Queen”, no podían hacer más que remar a babor hacia la popa, lo que los ponía fuera del viento y nos daba ventaja.        Nosotros, en el salmonero, ciñendo el viento de cerca, viramos a barlovento y dimos la vuelta a la proa del “Lancashire Queen”. Entonces Charley enderezó el timón y nos lanzamos a lo largo del lado de babor, mientras el griego, cazando la escota de la vela, hacía gestos de alegría. Los italianos estaban ya a media altura del barco, pero la fresca brisa que soplaba nos empujaba hacia ellos más deprisa de lo que ellos podían ir. Cada vez más, nos acercábamos y ya me inclinaba hacia delante para coger el bote cuando éste se precipitó bajo la bóveda del “Lancashire Queen”.        En suma, estábamos igual que al principio. Los italianos remaban a lo largo de estribor y de nuevo nosotros navegábamos ciñendo al máximo y esforzándonos por ganar terreno con el viento al avanzar a lo largo del navío. Dieron la vuelta alrededor de la proa, bajaron de nuevo por el lado de babor, y de nuevo nosotros viramos al viento, pasando la proa a nuestra vez y corrimos hacia ellos con el viento en popa del otro lado.        También esta vez, en el momento en que me disponía a cogerlo, el bote se precipitó bajo la bovedilla del navío, poniéndose momentáneamente otra vez fuera de peligro. La carrera prosiguió varias veces alrededor del barco, ya que la embarcación que perseguíamos encontraba cada vez el medio de escapársenos por los pelos al llegar a la parte trasera del barco y empezar otra vuelta.        Por aquel entonces la tripulación del navío inglés empezaba a interesarse por lo que pasaba abajo, y divisamos las cabezas de los marineros alineados a lo largo de la barandilla, desde donde nos observaban. Cada vez que fallábamos nuestra presa en la parte trasera de su barco, un concierto de aclamaciones salvajes se elevaba en el aire, y luego todos se precipitaban al otro lado para seguir las peripecias de la caza con el viento en contra. Vertían sobre los italianos y sobre nosotros una sarta de burlas y de consejos, lo cual exasperaba hasta tal punto a nuestro griego que cada vez blandía hacia ellos su puño amenazador. Los espectadores aguardaban esta demostración de furor, que invariablemente desencadenaba en ellos una alegría delirante.        —¡Un verdadero circo! —exclamó uno de los marinos ingleses.        —¡Venme ahora a hablar de hipódromos marítimos! ¡Por Dios! ¡Este espectáculo supera en comicidad a todo lo que he visto hasta ahora! —afirmó otro.        —¡La ronda de los seis días! —anunció un tercero—. ¿Quién saldrá victorioso? ¡Los Macarroni!        A la bordada siguiente, cuando estábamos orzando, el griego propuso cambiar de sitio con Charley.        —¡Dejadme conducir el barco y les atraparé… seguramente! —declaró.        Era un rudo golpe para el orgullo profesional de Charley, que se jactaba de saber gobernar un barco; sin embargo, le cedió el timón al prisionero y lo reemplazó en la vela. Dimos aún tres vueltas alrededor del barco, y el griego tuvo que reconocer que no lo podía hacer mejor que Charley.        —¡No los cogeréis! —gritó uno de los marinos asomados desde la barandilla—. ¡Renunciad a la persecución!        Ferozmente, el griego alzó el puño, según su costumbre. Mientras tanto, mi mente no permanecía inactiva, y por fin una idea surgió en mi cerebro.        Avanzamos lastimosamente durante la nueva bordada al viento. Até un trozo de cuerda a un pequeño gancho que había encontrado en el sumidero y amarré el otro extremo del cabo al eslabón de barboquejo y, guardando en mi poder el gancho, esperé la ocasión de poder utilizarlo.        Una vez más hicieron su descenso a babor y nos lanzamos sobre ellos con el viento en popa. Nos acercábamos cada vez más y yo fingía quererlos atrapar como antes. La popa del bote se encontraba apenas a dos metros de mí y los italianos se burlaban descaradamente de nosotros en el momento en que alcanzaban la bovedilla trasera del barco.        Súbitamente me levanté y lancé el gancho de hierro. Alcanzó su objetivo y se enganchó plenamente en la borda de la embarcación, que fue arrastrada bruscamente fuera de su refugio cuando la cuerda se tensó bajo la acción de nuestro barco.        De la fila de espectadores surgió un gruñido que pronto se mudó en una formidable carcajada: uno de los italianos había sacado un largo cuchillo y cortaba el cabo. Pero nuestros adversarios ya no se sentían seguros, y desde su sitio en la cámara trasera Charley se inclinó y agarró el bote por la popa.        La escena apenas había durado un segundo: en el momento en que el primer italiano cortaba la cuerda y Charley se agarraba a la borda, el segundo italiano le asestó con el remo un golpe en la cabeza. Charley soltó la presa y se derrumbó, aturdido, en el salmonero. Los italianos se inclinaron sobre los remos y una vez más se metieron bajo la bovedilla del “Lancashire Queen”.        El griego, apoderándose a la vez del timón y de la escota, continuó solo la persecución, mientras yo me ocupaba de Charley, cuyo cráneo se adornaba con un chichón que se hinchaba por momentos. El gozo de los espectadores alcanzaba su punto álgido y, unánimemente, animaban a los italianos. Charley se levantó, con una mano sobre la cabeza, y miró a su alrededor con aire amenazador.        —¡Esta vez no les dejaremos escapar! —exclamó, sacando el revólver de su funda.        A la siguiente vuelta, amenazó a los italianos con el arma, pero éstos siguieron remando tranquilamente, conservando su ritmo, sin preocuparse lo más mínimo por Charley.        —¡Deteneos o disparo! —dijo éste.        La terminante orden no produjo ningún efecto, así como tampoco las balas que siguieron y que pasaron por encima de sus cabezas. Los italianos sabían tan bien como nosotros que Charley nunca se atrevería a disparar sobre unos fugitivos desarmados; por lo tanto prosiguieron su ronda alrededor del barco.        —¡No les dejemos! El cansancio acabará por vencerlos. ¡Muy pronto estarán sin aliento! —exclamó Charley.        Así pues, la caza prosiguió. Veinte veces seguidas dimos, con ellos, la vuelta al “Lancashire Queen” y por fin constatamos que sus músculos de acero empezaban a flaquear. Estaban casi agotados; unas vueltas más y se rendirían, cuando bruscamente la situación cambió de aspecto.        En el momento de la carrera en que teníamos el viento en contra, iban más rápido que nosotros y ya habían recorrido más de la mitad del largo del navío a sotavento mientras nosotros sólo estábamos a la altura de la proa. Pero esta vez, cuando dimos la vuelta a la proa, los vimos ponerse a salvo por la escalera de bordo, que había sido momentáneamente bajada. El complot de los marineros había sido efectuado, con toda evidencia, con el consentimiento del capitán, ya que en el momento en que nos acercamos al lugar en que la escalera había sido bajada, ésta fue izada a bordo, y el bote suspendido en los pescantes del navío se balanceaba sobre nosotros fuera de nuestro alcance.        El diálogo intercambiado entre el capitán y Charley fue tan breve como categórico. El capitán nos prohibía absolutamente subir a bordo del “Lancashire Queen” y se negaba enérgicamente a entregamos a los dos hombres. En ese momento, Charley estaba tan furioso como el griego. No sólo había sufrido una lastimosa derrota tras una larga y ridícula persecución, sino que había estado a punto de ser molido a golpes por sus adversarios.        —¡Los tiparracos esos me han dejado un chichón! —decía indignado, golpeando uno de sus puños en la palma de la otra mano—. ¡Pues me las pagarán! No me moveré de aquí sin haberme vengado, aunque tenga que pasarme el resto de mis días. ¡No se me escaparán, tan cierto como me llamo Charley Le Grant!        Comenzó entonces el asedio del “Lancashire Queen”, asedio tan memorable en los anales de los pescadores como en los de la Patrulla Pesquera. Cuando el “Reindeer” volvió después de una persecución en vano de la flotilla de pesca, Charley le rogó a Neil Partington que le enviara su propio salmonero con mantas, víveres y un hornillo de madera. El intercambio de barcos tuvo lugar antes de la puesta de sol, y nos separamos de nuestro griego, que fue conducido a Benicia y encarcelado por haber infringido la ley.        Después de cenar, Charley y yo hicimos guardias alternativas, cada cuatro horas, hasta la salida del sol. Aquella noche, los italianos no intentaron huir, aunque el navío inglés había mandado un bote de exploración para asegurarse de que el peligro había pasado.        Al día siguiente, comprendiendo que debíamos llevar a cabo un asedio en toda regla, pensamos en cómo perfeccionar nuestra táctica. El muelle Solano, que costeaba la orilla de Benicia, contribuyó a la realización de nuestro plan. Por pura casualidad, el “Lancashire Queen”, la orilla del Astillero de Turner y el muelle Solano formaban las puntas de un gran triángulo equilátero. Del buque al Astillero, lado del triángulo por el que debían huir nuestros italianos, había la misma distancia que del muelle Solano al Astillero, lado del triángulo que debíamos seguir nosotros para llegar a la costa antes que ellos. Podíamos, gracias a nuestra vela, ganar en velocidad a los remeros y permitirles recorrer la mitad de la distancia antes de ponernos en camino. Pero si les dejábamos sobrepasar aquella mitad, nos ganarían sin lugar a dudas en la carrera hacia la orilla; por otra parte, si arrancábamos antes de que estuvieran a medio camino, les dábamos tiempo a volver impunemente al buque.        Una línea imaginaria trazada desde el muelle Solano hasta un molino de viento situado en la orilla opuesta dividía en dos partes iguales el lado del triángulo que tomarían los italianos para llegar a tierra. Esta línea nos ayudó a localizar el punto preciso hasta el que dejaríamos avanzar a los fugitivos antes de lanzamos en su persecución.        Día tras día les veíamos, a través de los prismáticos, aventurarse remando tranquilamente hacia el punto determinado por nosotros; cuando se acercaban, saltábamos al salmonero y poníamos la vela. Cuando nos veían, daban media vuelta y volvían al “Lancashire Queen” seguros de que no los podríamos alcanzar.        En previsión de posibles calmas, en las que nuestro salmonero a vela sería inútil, teníamos a nuestra disposición un bote ligero provisto de remos en forma de cuchara. Cuando no había viento, estábamos obligados a abandonar el muelle tan pronto como se alejaban del navío. Además, durante la noche, había que vigilar las inmediaciones del “Lancashire Queen”, y Charley y yo debíamos montar la guardia en turnos de cuatro horas. Sin embargo, los italianos parecían preferir huir en pleno día, de manera que nuestras largas horas en vela no servían para nada.        —Me da rabia privarme de mi cómoda cama mientras esos bribones duermen tranquilamente ahí abajo —decía Charley—. ¡Pero les pesará! Les forzaré a permanecer tanto tiempo en ese navío que el capitán tendrá que cobrarles alquiler.        Nos encontrábamos ante un problema extremadamente arduo: mientras les vigilábamos, a los italianos les era imposible escapar; si maniobraban con prudencia, no los podíamos coger. Charley no dejaba de exprimirse el cerebro, pero por una vez la imaginación le falló. La única solución parecía ser la paciencia. Se trataba de esperar: el que aguantara más tiempo ganaría la partida.        Aún aumentó más nuestro furor, pues amigos de nuestros italianos establecieron un código de señales entre el “Lancashire Queen” y la orilla, lo cual nos impedía abandonar ni un solo instante nuestro puesto de observación. Por otra parte, uno o dos pescadores, de aspecto más bien sospechoso, rondaban las aguas del muelle Solano y espiaban todos nuestros movimientos. No podíamos hacer más que tascar nuestro freno, según la expresión de Charley. Mientras tanto, aquel asedio absorbía todo nuestro tiempo, en detrimento de nuestras otras ocupaciones.        Los días transcurrían sin que la situación cambiara lo más mínimo. No es que no se intentara nada para remediarlo. Una noche, dos amigos de los italianos abandonaron la orilla en un bote y trataron de engañarnos mientras los delincuentes abandonaban el “Lancashire Queen”. Su artimaña fracasó a causa de la falta de aceite en los pescantes del navío. Los chirridos de los pescantes llegaron hasta nosotros, abandonamos la persecución del bote y llegamos al “Lancashire Queen” en el preciso momento en que los italianos bajaban su canoa.        Otra noche, media docena de barquitos se pusieron a circular alrededor nuestro en las tinieblas, pero esta vez no dejamos de vigilar el navío y nuestros dos italianos, furiosos al ver venirse abajo su plan, nos llenaron de injurias.        Charley se reía él solo en el fondo del barco:        —Es una buena señal —me dijo—. Cuando un hombre recurre al insulto, créeme, es que su paciencia se está agotando. Y cuando se pierde la paciencia, no tarda en perderse la cabeza. Escucha bien lo que te digo: si sabemos aguantar hasta el final, un buen día cometerán una distracción y les echaremos el guante.        Sin embargo, eran cada vez más desconfiados, y Charley tuvo que reconocer que sus pronósticos eran equivocados. La resistencia de aquellos italianos igualaba a la nuestra, y la segunda semana de asedio se hizo larga y monótona. Entonces la imaginación de Charley le sugirió una idea. Peter Boyelen, un nuevo patrullero que los pescadores no conocían, acababa de llegar a Benicia. Le pusimos al corriente de nuestro proyecto. A pesar de toda nuestra discreción, no sé cómo el secreto trascendió y los italianos fueron avisados por sus amigos de la orilla para que estuvieran en alerta constantemente.        La noche fijada para llevar a cabo nuestro ardid, Charley y yo montamos en un bote y fuimos a apostarnos, como de costumbre, no lejos del “Lancashire Queen”. Al oscurecer, Peter Boyelen salió en un horrible barcucho, del género de barcos que llevamos bajo el brazo. Cuando oímos el ruido de sus remos, nos alejamos en las tinieblas y aguardamos a que se desarrollasen los acontecimientos, con los brazos cruzados sobre los remos. Al llegar al portalón del “Lancashire Queen” saludó al hombre que estaba de guardia, le preguntó la dirección del “Scottish Chiefs”, otro carguero de trigo, hizo zozobrar expresamente su barco y luego cayó al mar. El vigía bajó corriendo la escalera del portalón y lo sacó del agua.        Nuestro patrullero pensaba subir a bordo del navío, pasar al puente y bajar a calentarse y a secar sus ropas. Pero el capitán, nada hospitalario, lo dejó encaramado en el último escalón del portalón, temblándole todo el cuerpo, con los pies en el agua, hasta que, compadecidos, salimos de las tinieblas para ir a buscar a nuestro hombre. Las burlas de la tripulación, que se había despertado, resonaron cruelmente en nuestros oídos; los mismos italianos se inclinaron sobre la borda y se burlaron a costa nuestra.        —¡Está bien! —me susurró Charley en voz baja—. Consolémonos con no ser los primeros en reír y conservemos nuestra hilaridad para el final, ¿verdad, hijo?        Al decir esto, me dio una palmadita en el hombro, pero discerní que en su voz había más decisión que esperanza.        Podríamos haber recurrido a la policía regular de los Estados Unidos y abordar el buque inglés con el apoyo de la autoridad. Pero las instrucciones del servicio de los pescadores obligan a los patrulleros a evitar cualquier complicación, y si, en este caso, hubiéramos apelado a los poderes superiores, habríamos corrido el riesgo de provocar, aunque parezca imposible, problemas internacionales bastante molestos.        La segunda semana de asedio tocaba a su fin, y todos permanecíamos en nuestras posiciones. En la mañana del catorceavo día algo vino en nuestra ayuda, pero de una forma tan inesperada que experimentamos una sorpresa igual a la de los hombres que intentábamos capturar.        Tras nuestra vigilancia nocturna a lo largo del “Lancashire Queen”, Charley y yo volvimos, como cada mañana, al muelle Solano.        —¡Vaya! —exclamó Charley, muy extrañado—. ¿Tendré telarañas en los ojos? ¿Has visto alguna vez en tu vida una embarcación como ésa?        Amarrada al muelle, vi en efecto la lancha motora más extraordinaria del mundo.        No debería designar aquel barco con ese nombre, pero se parecía mucho más a una lancha motora que a cualquier otra clase de embarcación. Medía veintidós metros de largo, pero era tan estrecho y pobre de superestructura que parecía más pequeño de lo que era en realidad. Construido enteramente en acero, estaba pintado de negro. Tres chimeneas, bastante distantes la una de la otra y muy inclinadas hacia atrás, estaban situadas sobre una sola línea en medio del navío. Su popa larga y afilada, tan delgada como la hoja de una cuchilla, indicaba claramente que el barco estaba construido pensando en la velocidad. Al pasar bajo su popa, leímos la palabra “Streak” pintada en minúsculas letras blancas.        Muertos de curiosidad, Charley y yo subimos a bordo y trabamos conversación con un mecánico que, de pie sobre el puente, contemplaba la salida del sol. Contestó a nuestras preguntas de muy buen grado y al cabo de pocos minutos supimos que el “Streak” había llegado la víspera por la tarde de San Francisco, que era su primer viaje, que pertenecía a Sillas Tate, joven millonario californiano locamente aficionado a la velocidad. Habló de turbinas, de aplicación directa del vapor, de la ausencia de pistones, y de bielas…, de toda clase de temas que sobrepasaban mis conocimientos técnicos, ya que sólo me apasionaba la navegación a vela; sin embargo, capté el sentido de las últimas palabras del mecánico.        —Cuatro mil caballos de vapor y cuarenta y cinco millas por hora. Os dejo pasmados, ¿eh? —concluyó con orgullo.        —¡No, no es posible! ¡No he oído bien! —exclamó Charley muy excitado.        —Cuatro mil caballos de vapor y cuarenta y cinco millas por hora —repitió el mecánico, riéndose llanamente.        —¿Dónde está el propietario? —preguntó rápidamente Charley—. ¿Podría hablar con él?        El mecánico meneó la cabeza.        —No, ahora no. Está durmiendo.        En aquel momento, un hombre joven vestido de azul subió al puente y se detuvo un poco más lejos hacia la parte trasera para mirar salir el sol en el horizonte.        —¡Ahí está! Es él…, es M. Tate —anunció el mecánico.        Charley fue hacia M. Tate y le dirigió la palabra. El joven le escuchó con una expresión divertida en el rostro. Sin duda debió inquietarse por la profundidad del agua en las proximidades del Astillero de Turner, ya que vi a Charley hacer muchos gestos, dándole explicaciones. Unos minutos más tarde mi compañero volvió a mi lado, desbordante de alegría.        —¡Rápido! Bajemos al muelle —me dijo—. ¡Esta vez ya los tenemos!        La suerte quiso que abandonásemos el “Streak” antes de que apareciera uno de los pescadores espías. Charley y yo volvimos a nuestro sitio habitual en el borde del muelle, un poco delante del “Streak” y justo por debajo de nuestro barco, desde donde podíamos vigilar cómodamente el “Lancashire Queen”.        No se produjo ningún acontecimiento antes de las nueve; en aquel momento, los dos italianos abandonaron el buque inglés y recorrieron su lado de triángulo hacia la orilla.        Charley siguió con una mirada tranquila la barca de los fugitivos y, antes de que hubieran cubierto un cuarto de la distancia, me confió:        —Cuarenta y cinco millas por hora…, nada puede salvarlos…, ¡esta vez ya los tenemos!        Los dos remeros casi estaban llegando a la altura del molino de viento. En este punto era cuando generalmente nosotros saltábamos a nuestro salmonero e izábamos la vela, y los dos hombres, que esperaban esta maniobra, constataron con sorpresa que no dábamos ninguna señal de vida.        Cuando estuvieron completamente a la altura del molino de viento, es decir, a igual distancia del navío que de la costa, y más cerca de la costa de lo que les habíamos permitido remar hasta entonces, la desconfianza se apoderó de ellos. Lo observamos a través de nuestros prismáticos: de pie en el bote, intentaban ver qué es lo que estábamos haciendo. El pescador espía, sentado a nuestro lado en el borde del muelle, tampoco dejaba de estar intrigado por nuestra indolencia.        Mientras tanto, los italianos del bote continuaban avanzando; al llegar cerca de la orilla, se levantaron de nuevo y escrutaron la playa como si sospechasen que estábamos escondidos. Pero desde la orilla un hombre agitó un pañuelo en señal de que no había ningún peligro. Los dos italianos, tranquilizados por la señal, se inclinaron sobre sus remos y se pusieron a remar cada vez más deprisa. Charley aún no se movía.        Cuando el bote hubo salvado tres cuartos de la distancia del “Lancashire Queen” a la orilla, con lo cual sólo les quedaban un cuarto de milla por recorrer, Charley me dio una palmada en el hombro mientras gritaba:        —¡Esta vez ya está! ¡Los tenemos!        Saltamos rápidamente al “Streak”, cuyas amarras delanteras y traseras fueron largadas en un abrir y cerrar de ojos, y éste pegó un brinco hacia delante y se alejó del embarcadero. El espía que habíamos dejado sobre el muelle sacó un revólver y disparó cinco tiros al aire.        Los italianos del bote comprendieron esta señal, ya que los vimos redoblar al punto sus energías y remar como unos locos.        Pero su velocidad no podía compararse con la nuestra. Rozábamos, por así decirlo, la superficie líquida. Nos desplazábamos con tal rapidez que una ola rompía a cada lado de nuestra popa y la espuma, detrás, se elevaba en una serie de tres olas que verticalmente se erguían, formando en la popa un enorme rulo de cresta espumeante que nos perseguía ávidamente y parecía a cada momento querer derrumbarse dentro del barco y engullirnos.        El “Streak” jadeaba y vibraba como un ser viviente, virando con un viento de cuarenta y cinco millas. Imposible hacerle frente sin quedarse sin respiración. El humo de las chimeneas se doblaba en ángulo recto con la perpendicular. En realidad, íbamos tan deprisa como un tren expreso.        En cuanto a los italianos, apenas nos habíamos puesto en camino cuando ya nos abalanzamos sobre ellos. Tuvimos, evidentemente, que aminorar la marcha antes de llegar a su altura. No obstante, pasamos delante suyo como una tromba, y tuvimos que volver atrás y describir un círculo para situarnos entre ellos y la orilla. Entonces, reconociéndonos a Charley y a mí, se dieron por vencidos, recogieron los remos y tristemente se dejaron apresar.        —Dime, Charley —le preguntó Neil Partington cuando discutíamos juntos el asunto sobre el embarcadero—, me gustaría saber dónde entra en juego esta vez tu famosa imaginación.        Fiel a su manía, Charley no se dejó desanimar por ello.        —La imaginación —repitió, señalando con el dedo el “Streak”—. Mirad un poco ese ingenio y respondedme francamente: ¿la invención de una máquina como ésa no es el fruto de una imaginación prodigiosa?        —Reconozco —añadió— que se trata de la imaginación de otro, pero ¿ha funcionado peor por ello? Golpe de Charley Tal vez nuestra hazaña más ridícula en la patrulla de peces, y al mismo tiempo la más peligrosa, fue cuando nos acercamos, en un solo recorrido, a una veintena de pescadores iracundos. Charley lo llamó una "cooperativa", habiendo escuchado a Neil Partington usar el término; pero creo que entendió mal la palabra, y pensó que significaba "cooperativa", atrapar, atrapar. Sin embargo, los pescadores, golpistas o cooperativos, debieron llamarlo Waterloo, ya que fue el golpe más severo que les dio la patrulla de peces, mientras lo invitaron con un desafío abierto e insolente de la ley. Durante lo que se llama la "temporada abierta", los pescadores pueden atrapar la mayor cantidad de salmón que su suerte lo permita y sus barcos pueden aguantar. Pero había una restricción importante. Desde el amanecer del sábado por la noche hasta el amanecer del lunes por la mañana, no se les permitió establecer una red. Esta fue una sabia disposición de parte de la Comisión de Pesca, ya que era necesario darle al salmón desove alguna oportunidad de ascender al río y poner sus huevos. Y esta ley, con solo una violación ocasional, había sido observada obedientemente por los pescadores griegos que capturaban salmón para las fábricas de conservas y el mercado. Un domingo por la mañana, Charley recibió una llamada telefónica de un amigo en Collinsville, quien le dijo que toda la fuerza de los pescadores estaba fuera con sus redes. Charley y yo saltamos a nuestro bote de salmón y salimos a la escena del problema. Con un ligero viento favorable a nuestra espalda, atravesamos el estrecho de Carquinez, cruzamos la bahía de Suisun, pasamos el Ship Island Light y encontramos a toda la flota en el trabajo. Pero primero déjenme describir el método por el cual trabajaron. La red utilizada es lo que se conoce como red de enmalle. Tiene una malla simple en forma de diamante que mide al menos siete pulgadas y media entre los nudos. De cinco a siete e incluso ochocientos pies de largo, estas redes tienen solo unos pocos pies de ancho. No son estacionarias, sino que flotan con la corriente, el borde superior soportado en la superficie por flotadores, el borde inferior hundido por medio de pesas de plomo, Esta disposición mantiene la red erguida en la corriente y efectivamente evita que todos, excepto los peces más pequeños, suban al río. El salmón, nadando cerca de la superficie, como es su costumbre, pasa la cabeza por estas mallas, y su circunferencia de cuerpo más grande no puede atravesarlo, y retrocede debido a sus branquias, que se enganchan en la malla. Se requieren dos pescadores para establecer una red de este tipo, uno para remar el bote, mientras que el otro, de pie en la popa, paga cuidadosamente la red. Cuando todo está afuera, extendiéndose directamente a través de la corriente, los hombres hacen que su bote llegue rápido a un extremo de la red y se deslice junto con él. Cuando nos topamos con la flota de pescadores que violaban la ley, cada bote a doscientos o trescientos metros de sus vecinos, y botes y redes salpicando el r��o hasta donde podíamos ver, Charley dijo: "Solo me arrepiento, muchacho, y es que no tengo mil brazos para poder atraparlos a todos. De hecho, solo podremos atrapar un bote, mientras estemos abordando eso, estará arriba de las redes y lejos con el resto ". A medida que nos acercábamos, no observamos nada de la agitación y emoción habituales que nuestra apariencia siempre producía. En cambio, cada bote descansaba tranquilamente junto a su red, mientras que los pescadores nos favorecían sin la menor atención. "Es curioso", murmuró Charley. "¿Puede ser que no nos reconocen?" Dije que era imposible, y Charley estuvo de acuerdo; Sin embargo, había una flota entera, tripulada por hombres que nos conocían demasiado bien, y que no nos prestaron más atención que si fuéramos un heno o un yate de recreo. Sin embargo, este no siguió siendo el caso, ya que cuando nos abalanzamos sobre la red más cercana, los hombres a los que pertenecía separaron su bote y remaron lentamente hacia la orilla. El resto de los barcos no mostraron signos de inquietud. "Eso es gracioso", fue el comentario de Charley. "Pero podemos confiscar la red, en cualquier caso". Bajamos la vela, recogimos un extremo de la red y comenzamos a subirla al bote. Pero al primer tirón oímos una bala que se deslizaba sobre nosotros en el agua, seguida del leve informe de un rifle. Los hombres que habían remado en tierra nos estaban disparando. En el siguiente tiro, una segunda bala pasó a toda velocidad, peligrosamente cerca. Charley dio la vuelta a un alfiler y se sentó. No hubo más disparos. Pero tan pronto como comenzó a lanzarse, el tiroteo comenzó de nuevo. "Eso lo resuelve", dijo, arrojando el extremo de la red por la borda. "Ustedes lo quieren peor que nosotros, y pueden tenerlo". Remamos hacia la siguiente red, porque Charley tenía la intención de averiguar si estábamos frente a frente con un desafío organizado. A medida que nos acercamos, los dos pescadores procedieron a alejarse de su red y remar en tierra, mientras que los dos primeros remaron y corrieron hacia la red que habíamos abandonado. Y en la segunda red fuimos recibidos por disparos de fusil hasta que desistimos y pasamos a la tercera, donde la maniobra se repitió nuevamente. Luego nos dimos por vencidos, enrutados por completo, izamos la vela y comenzamos el largo golpe de barlovento de regreso a Benicia. Pasaron varios domingos, en cada uno de los cuales la ley fue violada constantemente. Sin embargo, a falta de una fuerza armada de soldados, no pudimos hacer nada. Los pescadores habían encontrado una nueva idea y la estaban utilizando para todo lo que valía la pena, mientras que no parecía haber una manera de sacarles el mayor provecho. Por esta época, Neil Partington pasó desde Lower Bay, donde había estado durante varias semanas. Con él estaba Nicholas, el chico griego que nos había ayudado en nuestra incursión contra los piratas de ostras, y los dos nos echaron una mano. Hicimos nuestros arreglos con cuidado. Se planeó que, mientras Charley y yo abordamos las redes, las escondiéramos en tierra para emboscar a los pescadores que desembarcaron para dispararnos. Era un lindo plan. Incluso Charley dijo que sí. Pero estimamos que no la mitad de bien que los griegos. Nos evitaron emboscando a Neil y Nicholas y tomándolos prisioneros, mientras que, desde la antigüedad, las balas silbaban alrededor de nuestras orejas cuando Charley y yo intentamos tomar posesión de las redes. Cuando nos derrotaron nuevamente, Neil Partington y Nicholas fueron liberados. Estaban bastante avergonzados cuando aparecieron, y Charley los fastidió sin piedad. Pero Neil respondió, exigiendo saber por qué la imaginación de Charley no había superado la dificultad. "Solo espera; la idea saldrá bien", prometió Charley. "Lo más probable", estuvo de acuerdo Neil. "Pero me temo que el salmón será exterminado primero, y luego no será necesario cuando llegue". Neil Partington, muy disgustado con su aventura, partió hacia Lower Bay, llevándose a Nicholas con él, y Charley y yo nos quedamos con nuestros propios recursos. Esto significaba que la pesca del domingo también se dejaría sola, hasta el momento en que la idea de Charley sucediera. Le pregunté mucho a mi cabeza para encontrar alguna forma de emparejar a los griegos, como también lo hizo Charley, y abordamos un millar de recursos que, en discusión, resultaron inútiles. Los pescadores, por otro lado, estaban en plumas altas, y sus alardes subían y bajaban el río para aumentar nuestra incomodidad. Entre todas las clases de ellos nos dimos cuenta de una creciente insubordinación. Fuimos golpeados, y nos estaban perdiendo el respeto. Con la pérdida de respeto, el desprecio comenzó a surgir. Se empezó a hablar de Charley como la "mujer olda", y recibí mi calificación de "niña pipí". La situación se estaba volviendo rápidamente insoportable, y sabíamos que debíamos dar un golpe deslumbrante a los griegos para recuperar el respeto de antaño en el que nos habíamos puesto. Entonces, una mañana, surgió la idea. Estábamos en Steamboat Wharf, donde desembarcaron los barcos de vapor del río, y donde encontramos un grupo de divertidos marineros y mocasines que escuchaban la historia de la suerte de un joven de ojos somnolientos con largas botas de mar. Era una especie de pescador aficionado, dijo, que pescaba en el mercado local de Berkeley. Ahora Berkeley estaba en la Bahía Inferior, a treinta millas de distancia. La noche anterior, dijo, había puesto su red y se había quedado dormido en el fondo del bote. Al siguiente supo que era de mañana, abrió los ojos y vio que su bote se frotaba suavemente contra las pilas de Steamboat Wharf en Benicia. También vio el vapor del río Apache tirado delante de él, y un par de manos de cubierta que desenredaban los pedazos de su red de la rueda de paletas. En resumen, después de que se había ido a dormir, la luz de equitación de su pescador se había apagado y el Apache había atropellado su red. Aunque se rompió bastante bien en pedazos, la red de alguna manera seguía siendo sucia, y había tenido un remolque de treinta millas fuera de su curso. Charley me dio un codazo con el codo. Comprendí su pensamiento en el instante, pero me opuse: "No podemos alquilar un barco de vapor". "No pretendo hacerlo", se reincorporó. "Pero vayamos corriendo al Astillero de Turner. Tengo algo en mi mente allí que nos puede ser útil". Y luego fuimos al astillero, donde Charley nos condujo a Mary Rebecca, tendida en los caminos, donde la estaban limpiando y revisando. Era una goleta torpe que ambos conocíamos bien, con un cargamento de ciento cuarenta toneladas y una lona más grande que otra goleta en la bahía. "¿Cómo estás, Ole?", Saludó Charley a un sueco grande de camisa azul que estaba engrasando las fauces del gaff principal con un trozo de corteza de cerdo. Ole gruñó, resopló su pipa y siguió engrasándose. Se supone que el capitán de una goleta de la bahía trabaja con sus manos tan bien como los hombres. Ole Ericsen verificó la conjetura de Charley de que Mary Rebecca, tan pronto como se lanzara, correría por el río San Joaquín cerca de Stockton por una carga de trigo. Entonces Charley hizo su propuesta, y Ole Ericsen sacudió la cabeza. "Solo un gancho, un gancho de buen tamaño", declaró Charley. "No, ay tanque no", dijo Ole Ericsen. "Der Mary Rebecca debe colgar en un banco de lodo con ese gancho. Ay, no quiero perder a Der Mary Rebecca. Ella es todo lo que tengo". "No, no", se apresuró a explicar Charley. "Podemos poner el extremo del gancho a través de la parte inferior desde el exterior, y sujetarlo por dentro con una tuerca. Después de que haya hecho su trabajo, ¿por qué? Todo lo que tenemos que hacer es bajar a la bodega, desenroscar la tuerca. y suelta el gancho. Luego clava una clavija de madera en el agujero, y Mary Rebecca estará bien de nuevo ". Ole Ericsen fue obstinado durante mucho tiempo; pero al final, después de cenar con él, lo llevaron a dar su consentimiento. "¡Ay, hazlo, Yupiter!" dijo, golpeando un puño enorme en la palma de la otra mano. "Pero debes apurarte con el gancho. Der Mary Rebecca se desliza en el agua esta noche". Era sábado y Charley tenía que darse prisa. Nos dirigimos a la herrería del astillero, donde, bajo las instrucciones de Charley, se hizo un libro de acero pesado muy generosamente curvado. De vuelta nos apresuramos a la Mary Rebecca. A popa de la gran caja del tablero central, a través de lo que era su quilla, se aburre un agujero. El extremo del gancho se insertó desde el exterior, y Charley, en el interior, atornilló la tuerca firmemente. Cuando estuvo completo, el gancho se proyectó sobre un pie debajo de la parte inferior de la goleta. Su curva era algo así como la curva de una hoz, pero más profunda. A última hora de la tarde se lanzó el Mary Rebecca y se terminaron los preparativos para la partida río arriba a la mañana siguiente. Charley y Ole estudiaron atentamente el cielo nocturno en busca de signos de viento, ya que sin una buena brisa nuestro proyecto estaba condenado al fracaso. Acordaron que había todos los signos de un fuerte viento del oeste, no la brisa marina de la tarde, sino una media tormenta, que incluso entonces estaba surgiendo. A la mañana siguiente encontraron sus predicciones verificadas. El sol brillaba intensamente, pero algo más de media tormenta chillaba por el estrecho de Carquinez, y Mary Rebecca se puso en marcha con dos arrecifes en su vela mayor y uno en su vela. Lo encontramos bastante duro en el estrecho y en la bahía de Suisun; pero a medida que el agua creció más sin litoral, se calmó, aunque sin soltar el viento. Fuera de Ship Island Light, los arrecifes se sacudieron y, a sugerencia de Charley, se preparó una gran vela de pescador para alzarla, y la vela mayor, agrupada en una gorra en el mástil, se reacondicionó para que se pudiera fijar en un instante. Estábamos avanzando, ala y ala, ante el viento, navegando a estribor y navegando a babor, cuando llegamos a la flota de salmones. Allí estaban, botes y redes, como el primer domingo en que nos habían vencido, se extendieron uniformemente sobre el río hasta donde pudimos ver. Se dejó un espacio angosto en el lado derecho del canal para los barcos de vapor, pero el resto del río estaba cubierto con las redes que se extendían. El espacio estrecho era nuestro curso lógico, pero Charley, al volante, condujo la Mary Rebecca directamente hacia las redes. Esto no causó ninguna alarma entre los pescadores, porque las embarcaciones de navegación río arriba siempre cuentan con "zapatos" en los extremos de las quillas, lo que les permite deslizarse sobre las redes sin ensuciarlas. "¡Ahora ella lo toma!" Charley lloró, mientras corríamos por el medio de una línea de flotadores que marcaba una red. En un extremo de esta línea había una pequeña boya de barril, en el otro los dos pescadores en su bote. La boya y el bote de inmediato comenzaron a juntarse, y los pescadores a gritar, cuando fueron empujados detrás de nosotros. Un par de minutos después enganchamos una segunda red, y luego una tercera, y de esta manera atravesamos el centro de la flota. La consternación que difundimos entre los pescadores fue tremenda. Tan rápido como enganchamos una red, los dos extremos de la misma, la boya y el bote, se unieron mientras se arrastraban hacia la popa; y tantas boyas y barcos, que se unieron a una velocidad tan vertiginosa, mantuvieron a los pescadores en el salto para evitar chocar entre sí. Además, nos gritaban como locos para lanzarse al viento, porque lo tomaron como una broma borracha por parte de los marineros, sin soñar que éramos la patrulla de peces. El arrastre de una sola red es muy pesado, y Charley y Ole Ericsen decidieron que incluso con ese viento, diez redes eran todo lo que Mary Rebecca podía llevar consigo. Entonces, cuando enganchamos diez redes, con diez botes que contenían veinte hombres corriendo detrás de nosotros, nos desviamos a la izquierda de la flota y nos dirigimos hacia Collinsville. Todos estábamos jubilosos. Charley manejaba el volante como si condujera el yate ganador a casa en una carrera. Los dos marineros que formaban la tripulación del Mary Rebecca estaban sonriendo y bromeando. Ole Ericsen se frotaba las manos enormes con alegría infantil. "Ay, tanque, los cazadores de patrullas de peces nunca tienen tanta suerte como cuando navegas con Ole Ericsen", decía, cuando un rifle crujió bruscamente a popa, y una bala atravesó la cabina recién pintada, miró un clavo y cantó estridentemente hacia adelante en el espacio. Esto fue demasiado para Ole Ericsen. Al ver su querida pintura así desfigurada, dio un salto y sacudió el puño a los pescadores; pero una segunda bala se estrelló contra la cabina a no seis pulgadas de su cabeza, y se dejó caer a la cubierta al amparo de la barandilla. Todos los pescadores tenían rifles, y ahora abrieron una fusilada general. Todos fuimos obligados a cubrirnos, incluso a Charley, quien se vio obligado a abandonar la rueda. Si no hubiera sido por el pesado arrastre de las redes, inevitablemente habríamos abordado a merced de los pescadores enfurecidos. Pero las redes, atadas al fondo de la Mary Rebecca a popa, mantenían su popa al viento, y seguía avanzando, aunque algo erráticamente. Charley, tendido en la cubierta, podría llegar a alcanzar los radios inferiores de la rueda; pero aunque podía conducir de una manera, era muy incómodo. Ole Ericsen pensó en una gran pieza de chapa de acero en la bodega vacía. De hecho, era un plato del lado de Nueva Jersey, un barco de vapor que había sido destruido recientemente fuera del Golden Gate, y en el que había participado Mary Rebecca. Arrastrándonos con cuidado por la cubierta, los dos marineros, Ole y yo, pusimos el pesado plato en la cubierta y en la popa, donde lo alzamos como un escudo entre la rueda y los pescadores. Las balas se sacudieron y golpearon contra ella hasta que sonó como una diana, pero Charley sonrió en su refugio y siguió enfrentándose. Así que corrimos, detrás de nosotros, un aullido aullante y gritón de coléricos griegos, Collinsville adelante, y las balas escupiendo a nuestro alrededor. "Ole", dijo Charley con voz débil, "No sé qué vamos a hacer". Ole Ericsen, acostado de espaldas cerca de la barandilla y sonriendo hacia el cielo, se volvió de costado y lo miró. "Ay, tanque, entramos en Collinsville y tú mismo", dijo. "Pero no podemos parar", gruñó Charley. "Nunca lo pensé, pero no podemos parar". Una mirada de consternación extendió lentamente la cara ancha de Ole Ericsen. Era demasiado cierto. Teníamos un nido de avispas en nuestras manos, y parar en Collinsville sería tenerlo cerca de nuestras orejas. "Todos los hombres, Jack, tienen un arma", comentó alegremente uno de los marineros. "Sí, y un cuchillo también", agregó el otro marinero. Fue el turno de Ole Ericsen de gemir. "Lo que para un fallero Svaidish como yo mono sin ninguno de mis negocios, no lo sé", soliloquizó. Una bala miró a la popa y cantó a estribor como una abeja rencorosa. "No hay nada que hacer sino llenar la Mary Rebecca en tierra y correr hacia ella", fue el veredicto del primer marinero alegre. "¿Y la hoja der Mary Rebecca?" Exigió Ole, con un horror indescriptible en su voz. "No, a menos que quieras", fue la respuesta. "Pero no quiero estar a menos de mil millas de ella cuando esos muchachos suban a bordo", lo que indica el alboroto de los emocionados griegos que se arrastraban hacia atrás. Estábamos justo en Collinsville en ese momento, y salimos a toda velocidad al lanzamiento de galletas del muelle. "Solo espero que el viento aguante", dijo Charley, mirando a nuestros prisioneros. "¿Qué pasa con el viento?" Ole exigió desconsoladamente. "Der river no aguantará, y luego ... y luego ...". "Se dirige hacia la madera alta, y los griegos toman el último puesto", juzgó el alegre marinero, mientras Ole tartamudeaba sobre lo que sucedería cuando llegamos al final del río. Ahora habíamos llegado a una división de los caminos. A la izquierda estaba la desembocadura del río Sacramento, a la derecha la desembocadura del San Joaquín. El alegre marinero se arrastró hacia adelante y se inclinó sobre la vela mientras Charley ponía el timón a estribor y giramos a la derecha hacia San Joaquín. El viento, del que habíamos huido sobre una quilla, ahora nos atrapó en nuestra viga, y la Mary Rebecca fue presionada en su babor como si estuviera a punto de volcar. Seguimos corriendo, y los pescadores seguían corriendo detrás. El valor de sus redes era mayor que las multas que tendrían que pagar por violar las leyes de pesca; por lo tanto, abandonar sus redes y escapar, lo cual podrían hacer fácilmente, no les beneficiaría en nada. Además, permanecieron junto a sus redes instintivamente, como un marinero permanece junto a su barco. Y aún más, se despertó el deseo de venganza, y podíamos confiar en que nos seguirían hasta los confines de la tierra, si nos comprometíamos a llevarlos tan lejos. El tiroteo había cesado, y miramos hacia atrás para ver qué hacían nuestros prisioneros. Los botes estaban colgados a distancias desiguales, y vimos a los cuatro más cercanos agruparse. Esto fue hecho por el bote adelante que arrastraba una pequeña cuerda hacia atrás. Cuando esto fuera atrapado, saldrían de su red y se lanzarían a la línea hasta que los llevaran al bote que estaba enfrente. Sin embargo, la velocidad a la que viajábamos era tan grande que fue un trabajo muy lento. A veces los hombres se esforzaban al máximo y no podían meterse una pulgada de la cuerda; otras veces se adelantaron más rápidamente. Cuando los cuatro botes estuvieron lo suficientemente juntos como para que un hombre pasara de uno a otro, un griego de cada uno de los tres se subió al bote más cercano a nosotros, llevando su rifle con él. Esto hizo cinco en el primer barco, y era evidente que su intención era abordarnos. Se comprometieron a hacerlo, con la mayor fuerza y sudor, corriendo mano a mano por la línea flotante de una red. Y aunque fue lento, y se detuvieron con frecuencia para descansar, gradualmente se acercaron. Charley sonrió ante sus esfuerzos y dijo: "Dale la vela mayor, Ole". La gorra en la cabeza del mástil principal se rompió, y la sábana y el tiro hacia abajo se aplastaron, en medio del fuego de un rifle disperso desde los botes; y Mary Rebecca se tumbó y se adelantó más rápido que nunca. Pero los griegos no se desanimaron. Incapaces, a mayor velocidad, de acercarse por medio de sus manos, aparejaron desde los bloques de su barco lo que los marineros llaman "aparejo de vigilancia". Uno de ellos, sostenido por las piernas por sus compañeros, se inclinaría mucho sobre la proa y haría que el aparejo llegara rápidamente a la línea de flotación. Luego se lanzarían sobre el aparejo hasta que los bloques estuvieran juntos, cuando se repitiera la maniobra. "Tengo que darle la vela", dijo Charley. Ole Ericsen miró a la tensa Mary Rebecca y sacudió la cabeza. "Le quitará los mástiles", dijo. "Y nos sacarán de ella si no lo haces", respondió Charley. Ole lanzó una mirada ansiosa a sus mástiles, otro a la carga del barco de griegos armados, y consintió. Los cinco hombres estaban en la proa del bote, un mal lugar cuando una nave remolca. Estaba observando el comportamiento de su bote cuando se rompió la gran vela del pescador, mucho, mucho más grande que la vela superior y utilizada solo en brisas ligeras. Cuando la Mary Rebecca se tambaleó hacia adelante con un tremendo tirón, la nariz del bote se hundió en el agua, y los hombres cayeron uno encima del otro en una salvaje carrera hacia la popa para evitar que el bote fuera arrastrado por el agua. "¡Eso los calma!" Comentó Charley, aunque estaba estudiando ansiosamente el comportamiento de la Mary Rebecca, que estaba siendo conducida bajo mucha más lona de la que podía cargar. "¡La siguiente parada es Antioch!" anunció el alegre marinero, a la manera de un conductor de ferrocarril. "¡Y luego viene Merryweather!" "Ven aquí, rápido", me dijo Charley. Me arrastré por la cubierta y me puse de pie junto a él en el refugio de la chapa de acero. "Siente en mi bolsillo interior", ordenó, "y toma mi cuaderno. Así es. Arranca una página en blanco y escribe lo que te digo". Y esto es lo que escribí: Llame a Merryweather, al sheriff, al alguacil o al juez. Diles que vamos a venir y que vamos a la ciudad. Armar a todos. Haz que bajen al muelle para recibirnos o nos volveremos gansos. "Ahora haz que sea bueno y rápido para esa aguja de marlin, y espera para arrojarlo a la orilla". Hice lo que me indicó. Para entonces estábamos cerca de Antioquía. El viento gritaba a través de nuestro aparejo, la Mary Rebecca estaba a medio lado y corría hacia adelante como un galgo oceánico. La gente de mar de Antioquía nos había visto romper la vela superior y la vela, una actuación muy imprudente en ese clima, y se había apresurado hasta los extremos del muelle en pequeños grupos para averiguar qué pasaba. Directamente por el frente del agua, retumbamos, Charley avanzó hasta que un hombre casi pudo saltar a tierra. Cuando dio la señal, tiré la aguja de marlins. Golpeó el tablón del muelle como un golpe rotundo, rebotó a lo largo de quince o veinte pies, y fue sorprendido por los espectadores asombrados. Todo sucedió en un instante, durante el siguiente minuto Antioch estaba detrás y lo estábamos subiendo por el San Joaquín hacia Merryweather, a seis millas de distancia. El río se enderezó aquí, en su curso general hacia el este, y nos alejamos una y otra vez ante el viento, ala y ala, la vela volviéndose hacia estribor. Ole Ericsen parecía hundido en un estado de desesperación impasible. Charley y los dos marineros parecían esperanzados, ya que tenían buenas razones para estarlo. Merryweather era una ciudad minera de carbón y, como era domingo, era razonable esperar que los hombres estuvieran en la ciudad. Además, los mineros del carbón nunca habían perdido el amor por los pescadores griegos, y estaban muy seguros de brindarnos una gran ayuda. Nos esforzamos por ver el pueblo, y la primera vez que lo vimos nos dio un inmenso alivio. Los muelles estaban negros de hombres. A medida que nos acercábamos, pudimos verlos aún llegando, corriendo por la calle principal, con las armas en la mano y corriendo. Charley miró a popa a los pescadores con una mirada de propiedad en su ojo que hasta ese momento faltaba. Los griegos estaban claramente sobrecogidos por la exhibición de fuerza armada y estaban guardando sus propios rifles. Tomamos la vela de arriba y la vela de vela, dejamos caer el pico principal, y cuando nos acercamos al muelle principal sacudimos la vela mayor. La Mary Rebecca salió disparada hacia el viento, los pescadores cautivos describieron un gran arco detrás de ella, y siguieron adelante hasta que perdió el rumbo, cuando las líneas nos arrojaron a tierra y se hizo rápida. Esto se logró bajo un huracán de vítores de los mineros encantados. Ole Ericsen lanzó un gran suspiro. "Ay, nunca tanque. Ay, nunca más veré a mi esposa", confesó. "Vaya, nunca estuvimos en peligro", dijo Charley. Ole lo miró incrédulo. "Claro, lo digo en serio", continuó Charley. "Todo lo que teníamos que hacer, en cualquier momento, era soltar nuestro fin, como voy a hacer ahora, para que esos griegos puedan desenredar sus redes". Bajó con una llave inglesa, desenroscó la tuerca y dejó caer el gancho. Cuando los griegos arrastraron sus redes a sus botes e hicieron de todo un barco, una pandilla de ciudadanos nos los quitó de las manos y los llevó a la cárcel. "Ay tanque Ay prohibir a un gran tonto", dijo Ole Ericsen. Pero cambió de opinión cuando la gente del pueblo que se admiraba se agolpó para darle la mano, y un par de emprendedores periodistas tomaron fotografías de Mary Rebecca y su capitán. EL FIN.  * * * * * * * * * * * * Demetrios Contos No debe pensarse, por lo que le he dicho a los pescadores griegos, que eran del todo malos. Lejos de ahi. Pero eran hombres rudos, reunidos en comunidades aisladas y luchando con los elementos para ganarse la vida. Vivían lejos de la ley y su funcionamiento, no lo entendían y pensaban que era tiranía. Especialmente las leyes de pescado parecían tiránicas. Y debido a esto, consideraban a los hombres de la patrulla de peces como sus enemigos naturales. Amenazamos sus vidas, o su vida, que es lo mismo, en muchos sentidos. Confiscamos trampas y redes ilegales, cuyos materiales les habían costado sumas considerables y la fabricación de las mismas requirió semanas de trabajo. Les impedimos capturar peces en muchas ocasiones y estaciones, lo que era equivalente a evitar que se ganaran la vida tan bien como podrían haberlo hecho si no hubiéramos existido. Y cuando los capturamos, fueron llevados a los tribunales de justicia, donde se les cobraron fuertes multas en efectivo. Como resultado, nos odiaron vengativamente. Como el perro es el enemigo natural del gato, la serpiente del hombre, también nosotros, los peces, patrullamos a los enemigos naturales de los pescadores. Pero es para mostrar que podrían actuar generosamente y odiar amargamente que se cuenta esta historia de Demetrios Contos. Demetrios Contos vivió en Vallejo. Junto a Big Alec, era el hombre más grande, valiente e influyente entre los griegos. No nos había dado problemas, y dudo que alguna vez se hubiera enfrentado con nosotros si no hubiera invertido en un nuevo bote de salmón. Este barco fue la causa de todos los problemas. Lo había construido sobre su propio modelo, en el que las líneas del barco salmón general estaban algo modificadas. Para su gran euforia, encontró su nuevo bote muy rápido, de hecho, más rápido que cualquier otro bote en la bahía o en los ríos. Inmediatamente se volvió orgulloso y jactancioso: y, nuestra incursión con Mary Rebecca el domingo que los pescadores de salmón habían provocado miedo en sus corazones, envió un desafío a Benicia. Uno de los pescadores locales nos lo transmitió; fue en el sentido de que Demetrios Contos zarparía de Vallejo el domingo siguiente, y a la vista de Benicia puso su red y atrapó salmón, y que Charley Le Grant, patrullero, podría venir a buscarlo si pudiera. Por supuesto, Charley y yo no habíamos oído nada sobre el barco nuevo. Nuestro propio bote fue bastante rápido, y no teníamos miedo de tener un roce con cualquier otro que sucediera. Llegó el domingo El desafío se había agudizado en el extranjero, y los pescadores y marineros de Benicia se convirtieron en un hombre, llenando el Steamboat Wharf hasta que parecía el gran stand de un partido de fútbol. Charley y yo habíamos sido escépticos, pero el hecho de la multitud nos convenció de que había algo en el desafío de Demetrios Contos. Por la tarde, cuando la brisa marina se había intensificado, su vela apareció a la vista mientras se deslizaba ante el viento. Tiró a unos cuantos metros del muelle, agitó la mano teatralmente, como un caballero a punto de entrar en las listas, recibió una ovación cordial a cambio y se alejó en el Estrecho por un par de cientos de yardas. Luego bajó la vela y, a la deriva del barco por el viento, procedió a poner su red. No puso mucho, posiblemente cincuenta pies; Sin embargo, Charley y yo estábamos atónitos ante el descaro del hombre. No lo sabíamos en ese momento, pero luego supimos que la red que usaba era vieja y sin valor. PODRÍA atrapar peces, cierto; pero una captura de cualquier tamaño lo habría hecho pedazos. Charley sacudió la cabeza y dijo: "Lo confieso, me desconcierta. ¿Qué pasa si tiene solo cincuenta pies? Nunca podría entrar si alguna vez empezamos por él. ¿Y por qué viene aquí de todos modos, haciendo alarde de su violación de la ley en nuestras caras? ciudad natal también ". La voz de Charley adquirió un tono ofendido, y continuó durante unos minutos para indagar contra el descaro de Demetrios Contos. Mientras tanto, el hombre en cuestión estaba tumbado en la popa de su bote y observaba las redes flotantes. Cuando un pez grande se enreda en una red de enmalle, los flotadores por su agitación anuncian el hecho. Y evidentemente se lo anunciaron a Demetrios, ya que tiró de una docena de pies de red y se mantuvo en alto por un momento, antes de arrojarlo al fondo del bote, un salmón grande y brillante. Fue recibido por el público en el muelle con una ronda tras otra de vítores. Esto era más de lo que Charley podía soportar. "Vamos, muchacho", me llamó; y no perdimos el tiempo saltando a nuestro bote de salmón y navegando. La multitud gritó advertencia a Demetrios, y cuando salimos del muelle lo vimos cortar su red sin valor con un cuchillo largo. Su vela estaba lista para subir, y un momento después revoloteó a la luz del sol. Corrió hacia popa, sacó la sábana y completó el largo camino hacia las colinas de Contra Costa. En este momento no estábamos a más de treinta pies de popa. Charley estaba jubiloso. Sabía que nuestro bote era rápido, y sabía, además, que en la navegación fina pocos hombres eran sus iguales. Estaba seguro de que seguramente atraparíamos a Demetrios, y compartí su confianza. Pero de alguna manera no parecíamos ganar. Era una bonita brisa de navegación. Estábamos deslizándonos elegantemente por el agua, pero Demetrios se alejaba lentamente de nosotros. Y no solo iba más rápido, sino que estaba comiendo el viento una fracción de punto más cerca que nosotros. Esto nos impresionó mucho cuando pasó por debajo de las Colinas de Contra Costa y nos pasó por la otra tachuela completamente a cien pies muerto a barlovento. "¡Uf!" Charley exclamó. "¡O ese bote es una margarita, o tenemos una lata de aceite de carbón de cinco galones para llegar a nuestra quilla!" Ciertamente lo parecía de una forma u otra. Y cuando Demetrios llegó a las Colinas de Sonoma, al otro lado del Estrecho, estábamos tan desesperadamente distanciados que Charley me dijo que aflojara la sábana y nos alejamos por Benicia. Los pescadores en Steamboat Wharf nos regalaron burlas cuando regresamos y nos ataron. Charley y yo salimos y nos alejamos, sintiéndonos bastante avergonzados, porque es un golpe doloroso para el orgullo cuando cree que tiene un buen bote y sabe cómo navegarlo, y otro hombre viene y lo golpea. Charley lo observó por un par de días; entonces se nos comunicó, como antes, que el próximo domingo Demetrios Contos repetiría su actuación. Charley se despertó. Sacó nuestro bote del agua, limpió y volvió a pintar su fondo, hizo una pequeña alteración en el tablero central, revisó el tren de rodaje y se sentó casi todo el sábado por la noche cosiendo una vela nueva y mucho más grande. De hecho, lo hizo tan grande que el lastre adicional era imprescindible, y guardamos casi quinientas libras extra de hierro viejo en el fondo del bote. Llegó el domingo, y con él vino Demetrios Contos, para violar la ley desafiantemente en día abierto. Una vez más tuvimos la brisa marina de la tarde, y nuevamente Demetrio soltó unos cuarenta o más pies de su red podrida, y se puso a navegar bajo nuestras propias narices. Pero había anticipado el movimiento de Charley, y su propia vela alcanzó su punto más alto que nunca, mientras que se había agregado un paño adicional a la sanguijuela posterior. Fue pellizcar y cruzar las colinas de Contra Costa, ninguno de los dos parecía ganar o perder. Pero cuando hicimos el regreso a las Colinas de Sonoma, pudimos ver que, mientras lo hacíamos a la misma velocidad, Demetrios había comido el viento un poco más que nosotros. Sin embargo, Charley navegaba en nuestro bote de la manera más fina y delicada posible, y sacaba más provecho de lo que había hecho antes. Por supuesto, podría haber sacado su revólver y haber disparado a Demetrios; pero hacía tiempo que habíamos encontrado que era contrario a nuestra naturaleza dispararle a un hombre que huía y que solo era culpable de un delito menor. También parecía haberse llegado a una especie de acuerdo tácito entre los patrulleros y los pescadores. Si no disparamos mientras se escapaban, ellos, a su vez, no peleaban si alguna vez les poníamos las manos encima. Así, Demetrios Contos se escapó de nosotros, y no hicimos más que hacer todo lo posible para alcanzarlo; y, a su vez, si nuestro bote fuera más rápido que el suyo o se navegara mejor, sabíamos que no resistiría cuando lo alcanzáramos. Con nuestras grandes velas y la brisa saludable que recorre el estrecho de Carquinez, descubrimos que nuestra navegación era lo que se llama "cosquillas". Teníamos que estar constantemente alertas para evitar un vuelco, y mientras Charley conducía, sostenía la hoja principal en mi mano con solo una vuelta alrededor de un alfiler, lista para soltar en cualquier momento. Pudimos ver que Demetrios, navegando solo en su bote, tenía las manos llenas. Pero fue un esfuerzo vano para nosotros intentar atraparlo. Fuera de su conciencia interior había desarrollado un bote que era mejor que el nuestro. Y aunque Charley también navegó por completo, si no un poco mejor, el barco que navegó no era tan bueno como el griego. "Afloja la sábana", ordenó Charley; y cuando nuestro bote se cayó ante el viento, la risa burlona de Demetrios flotó hacia nosotros. Charley sacudió la cabeza y dijo: "No sirve de nada. Demetrios tiene el mejor bote. Si intenta su rendimiento nuevamente, debemos enfrentarlo con un nuevo esquema". Esta vez fue mi imaginación la que vino al rescate. "¿Cuál es el problema", sugerí el miércoles siguiente, "mientras persigo a Demetrios en el bote el próximo domingo, mientras lo espera en el muelle de Vallejo cuando llegue?" Charley lo consideró un momento y se golpeó la rodilla. "¡Una buena idea! Estás comenzando a usar esa cabeza tuya. Un crédito para tu maestro, debo decir". "Pero no debes perseguirlo demasiado", continuó, al siguiente momento, "o se dirigirá a la Bahía de San Pablo en lugar de correr a casa a Vallejo, y allí estaré, solo en el muelle". y esperando en vano que llegue ". El jueves Charley registró una objeción a mi plan. "Todos sabrán que he ido a Vallejo, y usted puede confiar en que Demetrios también lo sabrá. Me temo que tendremos que renunciar a la idea". Esta objeción era demasiado válida, y por el resto del día luché bajo mi decepción. Pero esa noche parecía abrirse una nueva forma, y en mi afán desperté a Charley de un sueño profundo. "Bueno", gruñó, "¿qué pasa? ¿Casa en llamas?" "No", respondí, "pero mi cabeza lo está. Escucha esto. El domingo tú y yo estaremos cerca de Benicia hasta el momento en que la vela de Demetrios se levante a la vista. Esto calmará las sospechas de todos. Luego, cuando la vela de Demetrios se agite a la vista, paseas tranquilamente por la ciudad. Todos los pescadores pensarán que has sido golpeado y que sabes que estás golpeado ". "Hasta ahora, todo bien", comentó Charley, mientras me detenía para recuperar el aliento. "Y muy bien", continué con orgullo. "Caminas descuidadamente por el centro de la ciudad, pero cuando te pierdes de vista ves todo lo que vales por Dan Maloney. Toma la pequeña yegua suya y pon rumbo a la carretera rural hacia Vallejo. El camino está adentro buen estado, y puedes hacerlo en un tiempo más rápido de lo que Demetrios puede vencer contra el viento ". "Y arreglaré la yegua de inmediato, a primera hora de la mañana", dijo Charley, aceptando el plan modificado sin dudarlo. "Pero, digo", dijo, un poco más tarde, esta vez ME despertando de un sueño profundo. Podía escucharlo reírse en la oscuridad. "Digo, muchacho, ¿no es más bien una novedad que la patrulla de peces se la lleve a caballo?" "Imaginación", respondí. "Es lo que siempre estás predicando: 'sigue pensando un pensamiento antes que el otro, y seguramente ganarás'". "¡Él! ¡Él!" se rio entre dientes. "Y si uno piensa en el futuro, incluida una yegua, esta vez no le quita el aliento al otro compañero, no soy su humilde servidor, Charley Le Grant". "¿Pero puedes manejar el bote solo?" preguntó, el viernes. "Recuerda, tenemos una gran vela en ella". Argumenté mi competencia tan bien que no volvió a referirse al asunto hasta el sábado, cuando sugirió quitar una tela entera de la sanguijuela posterior. Supongo que fue la decepción escrita en mi rostro lo que lo hizo desistir; porque yo también me enorgullecía de mis habilidades para navegar en bote, y estaba casi loco por salir solo con la gran vela e ir derribando el estrecho de Carquinez a raíz del griego volador. Como de costumbre, el domingo y Demetrios Contos llegaron juntos. Se había convertido en algo normal para los pescadores reunirse en Steamboat Wharf para saludar su llegada y reírse de nuestro desconcierto. Bajó la vela un par de cientos de metros y colocó sus habituales cincuenta pies de red podrida. "Supongo que estas tonterías se mantendrán mientras su vieja red resista", se quejó Charley, con intención, al escuchar a varios griegos. "Den, le doy un heem a mi viejo, una red", uno de ellos habló, rápida y maliciosamente. "No me importa", respondió Charley. "Tengo una red vieja que él puede tener, si viene y la pide". Todos se rieron de esto, porque podían permitirse el lujo de ser amables con un hombre tan burlado como Charley. "Bueno, hasta luego, muchacho", me llamó Charley un momento después. "Creo que iré a la ciudad de Maloney". "¿Déjame sacar el bote?" Yo pregunté. "Si quieres", fue su respuesta, mientras giraba sobre sus talones y se alejaba lentamente. Demetrios sacó dos salmones grandes de su red, y salté al bote. Los pescadores se agolparon en un espíritu de diversión, y cuando comencé a levantarme, la vela me abrumó con todo tipo de consejos jocosos. Incluso se ofrecieron apuestas extravagantes que seguramente atraparía a Demetrios, y dos de ellos, designándose a sí mismos como el comité de jueces, pidieron gravemente permiso para venir conmigo para ver cómo lo hice. Pero no tenía prisa. Esperé para darle a Charley todo el tiempo que pude, fingí insatisfacción con el tramo de la vela y cambié ligeramente el pequeño aparejo por el cual el gran espíritu empuja el pico. No fue hasta que estuve segura de que Charley había llegado a Dan Maloney y estaba a lomos de la yegua, que salí del muelle y lancé la gran vela al viento. Una fuerte bocanada lo llenó y de repente presionó la polea de sotavento hacia abajo hasta que un par de cubos de agua llegaron al interior. A los mejores marineros de pequeñas embarcaciones les sucederá algo así y, sin embargo, aunque solté la sábana al instante y me enderecé, me vitorearon sarcásticamente, como si hubiera sido culpable de un torpe error. Cuando Demetrios vio a una sola persona en el bote patrullero de peces, y ese era un niño, procedió a jugar conmigo. Haciendo una pequeña tachuela, conmigo a menos de treinta pies de distancia, regresó, con su sábana un poco libre, a Steamboat Wharf. Y allí hizo tachuelas cortas, y se volvió y giró y se agachó, para gran deleite de su comprensivo público. Estuve justo detrás de él todo el tiempo, y me atreví a hacer lo que sea que hiciera, incluso cuando él se alejó ante el viento y agitó su gran vela, un truco muy peligroso con una vela de este tipo. Él dependía de la brisa marina y la fuerte marea, que juntos levantaron un mar desagradable, para llevarme al dolor. Pero estaba en mi temple, y nunca en toda mi vida navegué en un bote mejor que ese día. Estaba preparado para la cancha de concierto, mi cerebro funcionaba suave y rápidamente, mis manos nunca fallaron ni una sola vez, y parecía que casi adivinaba las mil pequeñas cosas que un marinero de botes pequeños debe tener en cuenta cada segundo. Fue Demetrios quien sufrió. Algo salió mal con su tablero central, por lo que se atascó en el estuche y no se hundió por completo. En un momento de respiro, que había obtenido de mí con un ingenioso truco, lo vi trabajando impacientemente con el tablero central, tratando de forzarlo hacia abajo. Le di poco tiempo y se vio obligado a regresar rápidamente a la caña del timón y la sábana. El tablero central lo puso ansioso. Dejó de jugar conmigo y comenzó el largo ritmo a Vallejo. Para mi alegría, en la primera tachuela, descubrí que podía comer el viento un poco más cerca que él. Aquí era donde otro hombre en el bote habría sido valioso para él; porque, con solo unos pocos pies hacia atrás, no se atrevió a soltar la caña del timón y correr en medio del barco para intentar forzar el tablero central. Incapaz de mantenerse tan cerca del ojo del viento como antes, procedió a aflojar un poco su sábana y a relajarse un poco, para superarme. Esto le permití hacerlo hasta que trabajé para barlovento, cuando me abalancé sobre él. Cuando me acerqué, él fingió venir. Esto me llevó a disparar al viento para evitarlo. Pero fue solo una finta, hábilmente ejecutada, y él retuvo su curso mientras yo me apresuraba a recuperar el terreno perdido. Era indudablemente más inteligente que yo cuando se trataba de maniobrar. Una y otra vez casi lo tenía, y cada vez me engañaba y escapaba. Además, el viento refrescaba constantemente, y cada uno de nosotros tenía las manos llenas para evitar volcar. En cuanto a mi barco, no podría haberse mantenido a flote sino por el lastre adicional. Me senté ladeado sobre la trampilla meteorológica, la caña del timón en una mano y la sábana en la otra; y la hoja, con una sola vuelta alrededor de un alfiler, a menudo me obligaban a soltar las bocanadas más severas. Esto permitió que la vela derramara el viento, lo que era equivalente a despegar tanta potencia de conducción y, por supuesto, perdí terreno. Mi consuelo fue que Demetrios a menudo se veía obligado a hacer lo mismo. La fuerte marea baja, bajando por el estrecho en los dientes del viento, causó un mar inusualmente pesado y rencoroso, que se lanzó a bordo continuamente. Estaba mojado, e incluso la vela estaba mojada a mitad de la sanguijuela posterior. Una vez logré superar a Demetrios, de modo que mi arco se topó con él en medio del barco. Aquí era donde debería haber tenido otro hombre. Antes de que pudiera correr hacia adelante y saltar a bordo, empujó los botes con un remo, riéndose burlonamente en mi cara mientras lo hacía. Ahora estábamos en la desembocadura del estrecho, en un tramo de agua malo. Aquí el estrecho de Vallejo y el estrecho de Carquinez se precipitaron directamente el uno contra el otro. Por el primero fluía toda el agua del río Napa y las grandes tierras de marea; a través del segundo fluía toda el agua de la bahía de Suisun y los ríos Sacramento y San Joaquín. Y donde tales inmensos cuerpos de agua, que fluían rápidamente, chocaban entre sí, se produjo una terrible marea. Para empeorar las cosas, el viento aullaba la bahía de San Pablo durante quince millas y conducía en un mar tremendo sobre la marea. Las corrientes conflictivas se desgarraron en todas las direcciones, chocando, formando remolinos, succiona y hierve, y disparando rencorosamente hacia las olas huecas que caían a bordo tanto de sotavento como de barlovento. Y a pesar de todo, confundido, sumido en una locura de movimiento, tronó los grandes mares humeantes de la Bahía de San Pablo. Estaba tan excitado como el agua. El bote se estaba comportando espléndidamente, saltando y dando vueltas por el pozo como un caballo de carreras. Apenas podía contenerme con la alegría de ello. La gran vela, el viento que aullaba, los mares que conducían, el bote que se hundía: yo, un pigmeo, una simple mota en medio de él, dominaba la lucha elemental, volando a través y sobre ella, triunfante y victorioso. Y justo entonces, mientras rugía como un héroe conquistador, el bote recibió un tremendo golpe y se detuvo al instante. Me arrojaron hacia adelante y hacia el fondo. Cuando salté, pude ver fugazmente un objeto verdoso cubierto de percebes, y lo supe de inmediato por lo que era, ese terror a la navegación, una pila hundida. Ningún hombre puede protegerse contra tal cosa. Empapada de agua y flotando justo debajo de la superficie, era imposible verla en el agua turbulenta a tiempo para escapar. Toda la proa del bote debe haber sido aplastada, ya que en unos segundos el bote estaba medio lleno. Luego, un par de mares lo llenaron, y se hundió directamente, arrastrado al fondo por el pesado lastre. Todo sucedió tan rápido que me enredé en la vela y me hundí. Cuando me abrí paso hasta la superficie, sofocándome, mis pulmones casi estallando, no pude ver nada de los remos. Deben haber sido barridos por las corrientes caóticas. Vi a Demetrios Contos mirando hacia atrás desde su bote, y escuché los tonos vengativos y burlones de su voz mientras gritaba exultante. Se mantuvo firme en su curso, dejándome perecer. No había nada que hacer más que nadar, lo que, en esa confusión salvaje, fue, en el mejor de los casos, cuestión de unos pocos momentos. Conteniendo la respiración y trabajando con las manos, me las arreglé para quitarme las pesadas botas de mar y la chaqueta. Sin embargo, había muy poco aliento que podía contener y descubrí rápidamente que no se trataba tanto de nadar como de respirar. Fui golpeado y abofeteado, aplastado por las gorras blancas de San Pablo y estrangulado por las olas de marea hueca que se arrojaron a mis ojos, nariz y boca. Luego, los extraños chupadores me agarraban de las piernas y me arrastraban hacia abajo, para arrojarme en una feroz ebullición, donde, incluso cuando intentaba recuperar el aliento, una gran capa blanca se estrellaba sobre mi cabeza. Era imposible sobrevivir por mucho tiempo. Respiraba más agua que aire y me ahogaba todo el tiempo. Mis sentidos comenzaron a abandonarme, mi cabeza giraba. Seguí luchando, espasmódicamente, instintivamente, y apenas estaba medio consciente cuando me sentí atrapado por los hombros y arrastrado por la borda de un bote. Durante algún tiempo me tumbé en un asiento donde me habían arrojado, boca abajo, y con el agua saliendo de mi boca. Después de un rato, todavía débil y débil, me di vuelta para ver quién era mi salvador. Y allí, en la popa, con la sábana en una mano y la caña en la otra, sonriendo y asintiendo amablemente, se sentó Demetrios Contos. Tenía la intención de dejarme ahogarme, - lo dijo después, - pero su mejor yo había peleado la batalla, conquistado y enviado de vuelta a mí. "Todos ustedes, ¿verdad?" preguntó. Me las arreglé para formar un "sí" en mis labios, aunque todavía no podía hablar. "Usted navega-un barco verr-un bien-a", dijo. "Tan bueno como un hombre". Un cumplido de Demetrios Contos fue un cumplido, y lo aprecié profundamente, aunque solo pude asentir con la cabeza en señal de reconocimiento. No mantuvimos más conversación, porque estaba ocupado recuperándome y él estaba ocupado con el bote. Corrió hacia el muelle en Vallejo, hizo que el bote fuera rápido y me ayudó a salir. Luego, cuando ambos estábamos parados en el muelle, Charley salió de detrás de un estante de red y puso su mano sobre el brazo de Demetrios Contos. "Me salvó la vida, Charley", protesté; "Y no creo que deba ser arrestado". Una expresión de desconcierto apareció en el rostro de Charley, que se aclaró inmediatamente después, de la misma forma que lo hizo cuando se decidió. "No puedo evitarlo, muchacho", dijo amablemente. "No puedo volver a cumplir mi deber, y es un deber arrestarlo. Hoy es domingo; hay dos salmones en su bote que pescó hoy. ¿Qué más puedo hacer?" "Pero él me salvó la vida", insistí, incapaz de hacer ningún otro argumento. El rostro de Demetrios Contos se puso negro de ira cuando supo el juicio de Charley. Tenía la sensación de ser tratado injustamente. La mejor parte de su naturaleza había triunfado, había realizado un acto generoso y había salvado a un enemigo indefenso, y a cambio el enemigo lo llevaba a la cárcel. Charley y yo estábamos mal cuando volvimos a Benicia. Yo defendí el espíritu de la ley y no la letra; pero por la carta Charley se puso de pie. Hasta donde podía ver, no había nada más que hacer. La ley dice claramente que no se debe pescar salmón el domingo. Era un patrullero, y era su deber hacer cumplir esa ley. Eso era todo lo que habia al respecto. Había cumplido con su deber y su conciencia estaba limpia. Sin embargo, todo esto me pareció injusto y sentí mucha pena por Demetrios Contos. Dos días después bajamos a Vallejo para el juicio. Tuve que ir como testigo, y fue la tarea más odiosa que realicé en mi vida cuando testifiqué en el puesto de testigos ver a Demetrios atrapar a los dos salmones con los que Charley lo había capturado. Demetrios había contratado a un abogado, pero su caso no tenía remedio. El jurado estuvo fuera solo quince minutos y emitió un veredicto de culpabilidad. El juez sentenció a Demetrios a pagar una multa de cien dólares o ir a la cárcel por cincuenta días. Charley se acercó al secretario de la corte. "Quiero pagar esa multa", dijo, al mismo tiempo colocando cinco piezas de oro de veinte dólares en el escritorio. "Es - era la única forma de salir, muchacho", tartamudeó, volviéndose hacia mí. La humedad se precipitó en mis ojos cuando agarré su mano. "Quiero pagar--" comencé. "¿Para pagar la mitad?" él interrumpió. "Ciertamente esperaré que lo pagues". Mientras tanto, Demetrios había sido informado por su abogado de que Charley también había pagado sus honorarios. Demetrios se acercó para estrechar la mano de Charley, y toda su cálida sangre sureña ardió en su rostro. Luego, para no quedarse atrás en generosidad, insistió en pagar su multa y los honorarios del abogado él mismo, y voló a medio camino hacia una pasión porque Charley se negó a dejarlo. Creo que, más que cualquier otra cosa que hayamos hecho, esta acción de Charley impresionó a los pescadores con el significado más profundo de la ley. También Charley fue elevado en su estima, mientras yo recibí un poco de elogios como un niño que sabía navegar en un bote. Demetrios Contos no solo nunca volvió a violar la ley, sino que se convirtió en un muy buen amigo nuestro y, en más de una ocasión, corrió hacia Benicia para contarnos chismes. EL FIN.  * * * * * * * * * * * * PAÑUELO AMARILLO "No quiero dictarte, muchacho", dijo Charley; "pero estoy muy en contra de que hagas una última incursión. Has pasado por tiempos difíciles con hombres rudos, y sería una lástima que te ocurriera algo al final". "Pero, ¿cómo puedo salir de hacer una última incursión?" Exigí, con la seguridad de la juventud. "Siempre tiene que haber un último, ya sabes, para cualquier cosa". Charley cruzó las piernas, se echó hacia atrás y consideró el problema. "Muy cierto. Pero, ¿por qué no llamar a la captura de Demetrios Contos la última? Has vuelto sano y salvo, por toda tu buena humectación, y - y--" Su voz se quebró y no pudo hablar por él. un momento. "Y nunca podría perdonarme si algo te sucediera ahora". Me reí de los temores de Charley mientras cedía a los reclamos de su afecto y acepté considerar la última incursión ya realizada. Habíamos estado juntos durante dos años, y ahora estaba dejando la patrulla de peces para volver y terminar mi educación. Había ganado y ahorrado dinero para pasar tres años en la escuela secundaria, y aunque el comienzo del trimestre estaba a varios meses de distancia, tenía la intención de estudiar mucho para los exámenes de ingreso. Mis pertenencias estaban empaquetadas cómodamente en un cofre marino, y estaba listo para comprar mi boleto y bajar en el tren a Oakland, cuando Neil Partington llegó a Benicia. Los renos se necesitaban de inmediato para trabajar lejos en Lower Bay, y Neil dijo que tenía la intención de correr directamente hacia Oakland. Como esa era su casa y yo iba a vivir con su familia mientras iba a la escuela, no veía razón, dijo, por qué no debía subir mi cofre a bordo y venir. Así que el cofre subió a bordo y, a media tarde, izaremos la gran vela mayor del Reno y partimos. Era tentador el clima de otoño. La brisa marina, que había soplado constantemente durante todo el verano, había desaparecido, y en su lugar había vientos caprichosos y cielos turbios que hacían que el momento de llegar a cualquier parte fuera extremadamente problemático. Comenzamos en el primero de reflujo, y cuando nos deslizamos por el estrecho de Carquinez, miré por última vez a Benicia y la ensenada en el Astillero de Turner, donde habíamos asediado a la Reina Lancashire, y habíamos capturado a Big Alec, el Rey de los griegos Y en la desembocadura del Estrecho miré con no poco interés el lugar donde unos días antes debería haberme ahogado de no ser por el bien que tenía la naturaleza de Demetrios Contos. Una gran pared de niebla avanzó a través de la Bahía de San Pablo para recibirnos, y en unos minutos el Reno estaba corriendo ciegamente a través de la oscuridad húmeda. Charley, que dirigía, parecía tener un instinto para ese tipo de trabajo. Cómo lo hizo, él mismo confesó que no sabía; pero tenía una forma de calcular los vientos, las corrientes, la distancia, el tiempo, la deriva y la velocidad de navegación que era realmente maravillosa. "Parece que se está levantando", dijo Neil Partington, un par de horas después de haber entrado en la niebla. "¿Dónde dices que estamos, Charley?" Charley miró su reloj: "Las seis en punto y tres horas más de reflujo", comentó casualmente. "¿Pero dónde dices que estamos?" Neil insistió. Charley reflexionó un momento y luego respondió: "La marea nos ha sacado un poco de nuestro rumbo, pero si la niebla se levanta en este momento, ya que se levantará, descubrirán que no somos más que mil millas de McNear's Landing ". "De todas formas, podrías ser un poco más definido en unas pocas millas", se quejó Neil, mostrando por su tono que no estaba de acuerdo. "Muy bien, entonces", dijo Charley, concluyente, "no menos de un cuarto de milla, no más de la mitad". El viento se refrescó con un par de pequeñas bocanadas, y la niebla se diluyó perceptiblemente. "McNear's está justo ahí", dijo Charley, señalando directamente a la niebla en nuestro rayo meteorológico. Los tres estábamos mirando atentamente en esa dirección, cuando el Reno golpeó con un golpe sordo y se detuvo. Corrimos hacia adelante y encontramos a su bauprés enredado en el aparejo curtido de un mástil corto y grueso. Ella había chocado, de frente, con una chatarra china anclada. En el momento en que llegamos, cinco chinos, como tantas abejas, salieron de la pequeña cabaña de dos pisos con el sueño aún en sus ojos. Al frente de ellos llegó un hombre grande y musculoso, que destacaba por su cara marcada de viruela y el pañuelo de seda amarillo que le cubría la cabeza. Era el Pañuelo Amarillo, el chino al que arrestamos por pesca ilegal de camarones el año anterior, y que, en ese momento, casi había hundido al Reno, ya que casi lo había hundido ahora al violar las reglas de navegación. "¿Qué quieres decir, pagano de cara amarilla, acostado aquí en una calle sin una bocina?" Charley lloró acaloradamente. "¿Media?" Neil respondió con calma. "Solo eche un vistazo, eso es lo que quiere decir". Nuestros ojos siguieron la dirección indicada por el dedo de Neil, y vimos los barcos abiertos de la basura, medio llenos, como encontramos en un examen más detallado, con camarones recién capturados. Mezclados con los camarones había miríadas de peces pequeños, de un cuarto de pulgada de tamaño. El Pañuelo Amarillo había levantado la red trampa con poca agua y, aprovechando la ocultación que ofrecía la niebla, había estado mintiendo valientemente, esperando levantar la red nuevamente con poca agua. "Bueno", tarareó Neil, "en toda mi variada y extensa experiencia como patrullero de peces, debo decir que esta es la captura más fácil que he hecho. ¿Qué haremos con ellos, Charley?" "Llevar la basura a San Rafael, por supuesto", fue la respuesta. Charley se volvió hacia mí. "Quédate junto a la basura, muchacho, y te pasaré una línea de remolque. Si el viento no nos falla, haremos el arroyo antes de que la marea baje demasiado, dormiremos en San Rafael y llegaremos a Oakland mañana al mediodía ". Dicho esto, Charley y Neil regresaron a los renos y se pusieron en marcha, la basura arrastrándose hacia atrás. Fui a popa y me hice cargo del premio, dirigiéndome por medio de un timón anticuado y un timón con grandes agujeros en forma de diamante, a través de los cuales el agua corría de un lado a otro. Para entonces, lo último de la niebla se había desvanecido, y la estimación de Charley de nuestra posición se confirmó al ver el Desembarco de McNear a una media milla de distancia. Siguiendo a lo largo de la costa oeste, rodeamos Point Pedro a la vista de las aldeas de camarones chinas, y se levantó una gran tarea cuando vieron a uno de sus juncos remolcando detrás de la conocida batea de patrulla de peces. El viento, que venía de la tierra, era bastante hinchado e incierto, y habría sido más ventajoso si hubiera sido más fuerte. San Rafael Creek, por el que teníamos que ir para llegar a la ciudad y entregar a nuestros prisioneros a las autoridades, corría a través de pantanos extensos y era difícil navegar en una marea baja, mientras que durante la marea baja era imposible navegar en todas. Entonces, con la marea baja, era necesario que hiciéramos tiempo. Esto evitó la pesada chatarra, avanzando pesadamente por detrás y reteniendo a los renos con tanto peso muerto. "Diles a esos coolies que suban esa vela", finalmente me llamó Charley. "No queremos colgar en las marismas por el resto de la noche". Repetí la orden al Pañuelo Amarillo, que murmuró con voz ronca a sus hombres. Sufría de un fuerte resfriado, que lo duplicaba en convulsiones de tos y hacía que sus ojos se pusieran pesados e inyectados en sangre. Esto lo hizo parecer más malvado que nunca, y cuando me miró ferozmente, recordé con un escalofrío el afeitado que había tenido con él en el momento de su arresto anterior. Su tripulación siguió a las drizas de manera hosca, y la extraña y extravagante vela, ataviada con aparejo y teñida de un cálido marrón, se elevó en el aire. Estábamos navegando en el viento, y cuando el Pañuelo Amarillo se alisó sobre la sábana, la basura avanzó y la línea de remolque se aflojó. Tan rápido como el Reno podía navegar, la basura la superó; y para evitar atropellarla me acerqué un poco más al viento. Pero la basura también superó, y en un par de minutos estuve al tanto de los renos y de barlovento. La línea de remolque se había tensado, en ángulo recto con los dos barcos, y la situación era ridícula. "¡Desechar!" Grité Charley vaciló. "Está bien", agregué. "No puede pasar nada. Haremos el arroyo en esta tachuela, y estarás justo detrás de mí todo el camino hasta San Rafael". Ante esto, Charley se marchó, y el Pañuelo Amarillo envió a uno de sus hombres hacia adelante para transportar la línea. En la creciente oscuridad, pude distinguir la desembocadura del arroyo San Rafael, y cuando entramos apenas podía ver sus orillas. El reno estaba completamente a cinco minutos a popa, y continuamos dejándola a popa mientras golpeábamos el estrecho y sinuoso canal. Con Charley detrás de nosotros, parecía que tenía poco que temer de mis cinco prisioneros; pero la oscuridad me impidió vigilarlos con atención, así que transfirí mi revólver del bolsillo de mi pantalón al bolsillo lateral de mi abrigo, donde pude poner mi mano más rápidamente. Pañuelo amarillo era el que temía, y que él lo sabía y lo usó, lo mostrarán los eventos posteriores. Estaba sentado a unos metros de mí, en lo que entonces resultó ser el lado del clima de la basura. Apenas podía ver los contornos de su forma, pero pronto me convencí de que lentamente, muy lentamente, se acercaba a mí. Lo observé cuidadosamente. Dirigiendo con la mano izquierda, metí la derecha en el bolsillo y agarré el revólver. Lo vi moverse un par de centímetros y estaba a punto de pedirle que regresara, las palabras temblaban en la punta de mi lengua, cuando fui golpeado con gran fuerza por una figura pesada que había saltado por el aire sobre mí desde el lado de sotavento. Fue uno de la tripulación. Apretó mi brazo derecho para que no pudiera sacar mi mano de mi bolsillo, y al mismo tiempo me tapó la boca con la otra mano. Por supuesto, podría haber luchado lejos de él y haber liberado mi mano o haber despejado mi boca para poder gritar una alarma, pero en un instante el Pañuelo Amarillo estaba encima de mí. Luché sin ningún propósito en el fondo de la basura, mientras mis piernas y brazos estaban atados y mi boca atada de forma segura en lo que luego descubrí que era una camisa de algodón. Luego me quedé tendido en el fondo. Pañuelo amarillo tomó la caña del timón, emitiendo sus órdenes en susurros; y por nuestra posición en ese momento, y por la alteración de la vela, que pude distinguir débilmente sobre mí como una mancha contra las estrellas, supe que la basura se dirigía a la boca de un pequeño lago que se vació en ese punto En San Rafael Creek. En un par de minutos corrimos suavemente junto a la orilla, y la vela se bajó en silencio. Los chinos se mantuvieron muy callados. Pañuelo amarillo se sentó en el fondo junto a mí, y pude sentir cómo se esforzaba por reprimir su tos ronca y cortante. Posiblemente siete u ocho minutos más tarde escuché la voz de Charley cuando el reno pasó por la boca del slough. "No puedo decirte cuán aliviado estoy", pude escucharle claramente decirle a Neil, "que el muchacho ha terminado con la patrulla de peces sin accidente". Aquí Neil dijo algo que no pude entender, y luego la voz de Charley continuó: "El joven se sumerge naturalmente en el agua, y si, cuando termina la escuela secundaria, toma un curso de navegación y se adentra en el mar, no veo ninguna razón por la cual no debería elevarse para ser el dueño del mejor y más grande barco a flote". " Todo fue muy halagador para mí, pero acostado allí, atado y amordazado por mis propios prisioneros, con las voces cada vez más débiles y débiles a medida que los renos se deslizaban por la oscuridad hacia San Rafael, debo decir que no estaba en la situación adecuada. para disfrutar mi futuro sonriente. Con los renos fue mi última esperanza. No podía imaginar lo que sucedería después, porque los chinos eran una raza diferente a la mía y, por lo que sabía, confiaba en que el juego limpio no era parte de su maquillaje. Después de esperar unos minutos más, la tripulación izó la vela lateen y Yellow Handkerchief se dirigió hacia la desembocadura del arroyo San Rafael. La marea estaba bajando y tenía dificultades para escapar de los bancos de lodo. Tenía la esperanza de que encallaría, pero logró hacer la Bahía sin accidente. Cuando salimos del arroyo, surgió una ruidosa discusión, que sabía que estaba relacionada conmigo. Pañuelo Amarillo estaba vehemente, pero los otros cuatro se opusieron vehementemente a él. Era muy evidente que él abogaba por eliminarme y que temían las consecuencias. Estaba lo suficientemente familiarizado con el carácter chino para saber que solo el miedo los contenía. Pero qué plan ofrecieron en lugar del asesino del Pañuelo Amarillo, no lo pude entender. Se pueden adivinar mis sentimientos, ya que mi destino estaba en juego. La discusión se convirtió en una disputa, en medio de la cual el Pañuelo Amarillo desembarcó el pesado timón y saltó hacia mí. Pero sus cuatro compañeros se arrojaron entre ellos, y tuvo lugar una torpe lucha por la posesión del timón. Al final, el Pañuelo Amarillo fue vencido y volvió hoscamente a la dirección, mientras lo reprendían por su imprudencia. No mucho después, la vela se agotó y la basura avanzó lentamente por medio de los barridos. Lo sentí gentilmente sobre el suave barro. Tres de los chinos, todos llevaban largas botas de mar, saltaron por el costado, y los otros dos me cruzaron por la barandilla. Con el pañuelo amarillo en las piernas y sus dos compañeros en los hombros, comenzaron a tambalearse a través del barro. Después de un tiempo, sus pies golpearon con firmeza y supe que me llevaban a una playa. La ubicación de esta playa no era dudosa en mi mente. No podría ser otra que una de las Islas Marín, un grupo de islotes rocosos que se encuentran frente a la costa del Condado de Marín. Cuando llegaron a la arena firme que marcaba la marea alta, me dejaron caer, y no muy suavemente. El pañuelo amarillo me dio una patada rencorosa en las costillas, y luego el trío regresó por el barro a la basura. Un momento después escuché que la vela subía y se levantaba con el viento mientras arrastraban la sábana. Luego cayó el silencio, y me dejaron en mis propios dispositivos para liberarme. Recordé haber visto a los embaucadores retorcerse y retorcerse de las cuerdas con las que estaban atados, pero aunque me retorcía y me retorcía como un buen tipo, los nudos permanecieron tan duros como siempre, y no hubo holgura apreciable. Sin embargo, en el curso de mi retorcimiento, me di la vuelta sobre un montón de conchas de almejas, los restos, evidentemente, de la hornada de almejas de algún grupo de yates. Esto me dio una idea. Tenía las manos atadas a la espalda; y, agarrando una concha en ellos, me di la vuelta una y otra vez, hasta la playa, hasta que llegué a las rocas que sabía que estaban allí. Al dar vueltas y buscar, finalmente descubrí una grieta estrecha, en la que empujé el caparazón. El borde era filoso y, a través del filo, procedí a ver la cuerda que me ataba las muñecas. El borde del caparazón también era frágil, y lo rompí al presionarlo demasiado. Luego volví al montón y regresé con la mayor cantidad de proyectiles que pude llevar en ambas manos. Rompí muchos caparazones, me corté las manos varias veces y tuve calambres en las piernas debido a mi esfuerzo y mis esfuerzos. Mientras sufría los calambres y descansaba, escuché un halo familiar a través del agua. Era Charley, buscándome. La mordaza en mi boca me impidió responder, y solo pude quedarme allí, furiosa, mientras él remaba por la isla y su voz se perdía lentamente en la distancia. Regresé al proceso de corte y, al cabo de media hora, logré cortar la cuerda. El resto fue fácil. Una vez que tuve las manos libres, fue cuestión de minutos soltarme las piernas y sacar la mordaza de mi boca. Corrí por la isla para asegurarme de que ERA una isla y no por casualidad una parte del continente. Una isla que sin duda era, una del grupo Marin, bordeada por una playa de arena y rodeada por un mar de lodo. No quedaba más que esperar hasta la luz del día y mantenerse caliente; porque era una noche fría y cruda para California, con suficiente viento para perforar la piel y hacer que uno temblara. Para mantener la circulación, corrí alrededor de la isla una docena de veces y trepé por su columna vertebral rocosa tantas veces más, todo lo cual me sirvió más, como descubrí después, que meramente para calentarme. . En medio de este ejercicio, me preguntaba si había perdido algo de mis bolsillos mientras rodaba una y otra vez en la arena. Una búsqueda mostró la ausencia de mi revólver y navaja. El primer pañuelo amarillo se había llevado; pero el cuchillo se había perdido en la arena. Lo estaba buscando cuando el sonido de los candados llegó a mis oídos. Al principio, por supuesto, pensé en Charley; pero pensándolo bien, supe que Charley gritaría mientras remaba. Una repentina premonición de peligro se apoderó de mí. Las islas Marin son lugares solitarios; No es de esperarse que haya visitantes en plena noche. ¿Y si fuera un pañuelo amarillo? El sonido hecho por los bloqueos de fila se hizo más claro. Me agaché en la arena y escuché atentamente. El bote, que juzgué un pequeño bote por el rápido golpe de los remos, aterrizaba en el barro a unos cincuenta metros de la playa. Escuché una tos ronca y cortante, y mi corazón se detuvo. Era pañuelo amarillo. Para no ser despojado de su venganza por sus compañeros más cautelosos, había huido del pueblo y había regresado solo. Pensé rápidamente. Estaba desarmado e indefenso en un pequeño islote, y un bárbaro amarillo, a quien tenía motivos para temer, venía detrás de mí. Cualquier lugar era más seguro que la isla, y me volví instintivamente hacia el agua, o más bien hacia el barro. Cuando comenzó a flotar en tierra a través del lodo, comencé a flotar hacia él, siguiendo el mismo curso que los chinos habían tomado para aterrizar y regresar a la basura. Pañuelo Amarillo, creyendo que estaba acostado, no ejerció ningún cuidado, pero llegó a tierra ruidosamente. Esto me ayudó, ya que, bajo el escudo de su ruido y no haciéndome más de lo necesario, logré cubrir cincuenta pies para cuando llegó a la playa. Aquí me acuesto en el barro. Hacía frío y pegajoso, y me hizo temblar, pero no me importó levantarme y correr el riesgo de ser descubierto por sus agudos ojos. Caminó por la playa directamente hacia donde me había dejado acostado, y tuve un fugaz sentimiento de arrepentimiento por no poder ver su sorpresa cuando no me encontró. Pero fue un arrepentimiento muy fugaz, porque mis dientes castañeteaban con el frío. Cuáles fueron sus movimientos después de eso, tuve que deducirlo en gran medida de los hechos de la situación, ya que apenas podía verlo a la tenue luz de las estrellas. Pero estaba seguro de que lo primero que hizo fue hacer el circuito de la playa para saber si otros barcos habían hecho aterrizajes. Esto lo habría sabido de inmediato por las huellas a través del barro. Convencido de que ningún bote me había sacado de la isla, luego comenzó a descubrir qué había sido de mí. Comenzando en la pila de conchas, encendió fósforos para trazar mis huellas en la arena. En esos momentos podía ver claramente su cara villana y, cuando el azufre de los fósforos irritaba sus pulmones, entre la tos áspera que siguió y el barro húmedo en el que estaba acostado, confieso que temblé más fuerte que nunca. La multiplicidad de mis huellas lo desconcertó. Entonces la idea de que podría estar en el barro debe haberlo golpeado, ya que se alejó unos metros en mi dirección y, agachándose, con los ojos buscó la superficie oscura larga y cuidadosamente. No podría haber estado a más de quince pies de mí, y si hubiera encendido una cerilla, seguramente me habría descubierto. Regresó a la playa y trepó, sobre la espina dorsal rocosa, de nuevo buscándome con fósforos encendidos. La cercanía del afeitado me impulsó a un nuevo vuelo. No me atreví a caminar erguido, debido al ruido que hacía al tambalearse y al succionar el lodo, me quedé acostada en el barro y me impulsé sobre su superficie con las manos. Aún manteniendo el rastro hecho por los chinos al ir y venir a la basura, aguanté hasta llegar al agua. En esto me metí a una profundidad de tres pies, y luego me desvié a un lado en una línea paralela a la playa. Se me ocurrió ir hacia el bote del Pañuelo Amarillo y escapar, pero en ese mismo momento regresó a la playa y, como temiendo lo que tenía en mente, se escabulló por el barro para asegurarse de que El bote estaba a salvo. Esto me volvió en la dirección opuesta. Medio nadando, medio vadeando, con la cabeza fuera del agua y evitando salpicaduras, logré poner unos cien pies entre mí y el lugar donde los chinos habían comenzado a zarpar de la basura. Me arrastré sobre el barro y permanecí acostado. Nuevamente, Pañuelo Amarillo regresó a la playa e hizo una búsqueda en la isla, y nuevamente volvió al montón de conchas de almejas. Sabía lo que pasaba por su mente tan bien como él mismo. Nadie podría irse o aterrizar sin hacer huellas en el barro. Los únicos rastros que se podían ver eran los que salían de su bote y desde donde había estado la basura. Yo no estaba en la isla. Debo haberlo dejado por una u otra de esas dos pistas. Acababa de pasar el uno a su bote, y estaba seguro de que no me había ido de esa manera. Por lo tanto, podría haber salido de la isla solo al pasar por encima de las pistas del desembarco basura. Procedió a verificar esto vadeando sobre ellos, encendiendo fósforos a medida que avanzaba. Cuando llegó al punto donde me había acostado por primera vez, supe, por los fósforos que encendió y el tiempo que tardó, que había descubierto las marcas dejadas por mi cuerpo. Los siguió directamente al agua y dentro, pero en tres pies de agua ya no podía verlos. Por otro lado, como la marea todavía estaba cayendo, pudo distinguir fácilmente la impresión causada por la proa de la basura, y también pudo haber hecho la impresión de cualquier otro barco si hubiera aterrizado en ese lugar en particular. Pero no había tal marca; y supe que estaba absolutamente convencido de que me estaba escondiendo en algún lugar del barro. Pero cazar en una noche oscura a un niño en un mar de lodo sería como buscar una aguja en un pajar, y no lo intentó. En cambio, regresó a la playa y merodeó por algún tiempo. Esperaba que me dejara ir y se fuera, porque para entonces estaba sufriendo mucho por el frío. Por fin se dirigió a su bote y se alejó remando. ¿Qué pasaría si esta partida de los pañuelos amarillos fuera una farsa? ¿Y si lo hubiera hecho simplemente para atraerme a tierra? Cuanto más pensaba en ello, más segura estaba de que había hecho demasiado ruido con los remos mientras remaba. Así que me quedé, tirado en el barro y temblando. Me estremecí hasta que me dolían los músculos de la parte baja de la espalda y me dolía tanto como el frío, y necesitaba todo mi autocontrol para obligarme a permanecer en mi miserable situación. Sin embargo, fue bueno, ya que, posiblemente una hora después, pensé que podía distinguir algo moviéndose en la playa. Observé atentamente, pero mis oídos fueron recompensados primero, por una tos ronca que conocía demasiado bien. El pañuelo amarillo había regresado a escondidas, aterrizó al otro lado de la isla y se arrastró para sorprenderme si había regresado. Después de eso, aunque pasaron horas sin signos de él, tenía miedo de volver a la isla. Por otro lado, tenía casi el mismo miedo de morir por la exposición que estaba sufriendo. Nunca había soñado que uno pudiera sufrir tanto. Finalmente me volví tan fría y entumecida que dejé de temblar. Pero mis músculos y huesos comenzaron a doler de una manera que era agonía. La marea había comenzado a subir hace mucho tiempo y, paso a paso, me condujo hacia la playa. El agua alta llegó a las tres en punto, y a las tres en punto me detuve en la playa, más muerto que vivo, y demasiado impotente para haber ofrecido resistencia si el Pañuelo Amarillo se abalanzaba sobre mí. Pero no apareció el pañuelo amarillo. Me había dado por vencido y regresó a Point Pedro. Sin embargo, estaba en una condición deplorable, por no decir peligrosa. No podía pararme sobre mis pies, mucho menos caminar. Mis prendas húmedas y fangosas se aferraban a mí como capas de hielo. Pensé que nunca debería sacarlos. Mis dedos estaban tan entumecidos y sin vida, y tan débil que parecía que me tomó una hora quitarme los zapatos. No tenía la fuerza para romper los cordones de marsopa, y los nudos me desafiaron. Golpeé repetidamente mis manos sobre las rocas para introducirles algún tipo de vida. A veces me sentía segura de que iba a morir. Pero al final, después de varios siglos, me pareció, me quité la última ropa. El agua estaba ahora al alcance de la mano, me arrastré dolorosamente y lavé el barro de mi cuerpo desnudo. Aún así, no podía ponerme de pie y caminar y tenía miedo de quedarme quieto. No quedaba más que arrastrarse débilmente, como un caracol, y a costa del dolor constante, arriba y abajo de la arena. Seguí así el mayor tiempo posible, pero cuando el este palideció con la llegada del amanecer, comencé a sucumbir. El cielo se volvió rojo rosado, y el borde dorado del sol, que se veía sobre el horizonte, me encontró tendido indefenso e inmóvil entre las almejas. Como en un sueño, vi la vela mayor familiar de los renos cuando salió de San Rafael Creek en una ligera bocanada de aire matutino. Este sueño estaba muy roto. Hay intervalos que nunca puedo recordar al mirar hacia atrás. Sin embargo, recuerdo claramente tres cosas: la primera vista de la vela mayor del Reno; ella anclada a unos cientos de metros de distancia y un pequeño bote que se aleja de su lado; y la estufa de la cabina rugiendo al rojo vivo, me envolví con mantas, excepto en el pecho y los hombros, que Charley golpeaba y golpeaba sin piedad, y mi boca y mi garganta ardían con el café que Neil Partington estaba vertiendo demasiado caliente. . Pero quemar o no quemar, te digo que se sintió bien. Cuando llegamos a Oakland, estaba tan ágil y fuerte como siempre, aunque Charlie y Neil Partington temían que tuviera neumonía, y la Sra. Partington, durante mis primeros seis meses de escuela, vigilaba ansiosamente yo descubrir los primeros síntomas de consumo. El tiempo vuela. Parece que fue ayer cuando era un muchacho de dieciséis años en la patrulla de peces. Sin embargo, sé que llegué esta mañana desde China, con un pasaje rápido a mi favor, y maestro de la cosechadora de barkentine. Y sé que mañana por la mañana iré corriendo a Oakland para ver a Neil Partington y su esposa y familia, y más tarde hasta Benicia para ver a Charley Le Grant y hablar sobre los viejos tiempos. No; No iré a Benicia, ahora que lo pienso. Espero ser una parte muy interesada en una boda, que tendrá lugar en breve. Se llama Alice Partington y, dado que Charley ha prometido ser el padrino, tendrá que ir a Oakland. EL FIN.  * * * * * * * * * * * *
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Carlos Malpica Flores: Sexta edición de @artphotobcn – eldadodelarte.com
Llega mayo, llega Art Photo BCN. El festival de fotografía emergente de la ciudad emergente que ha logrado edición tras edición, superarse y demostrar.
10 puntos clave de esta sexta edición del festival de fotografía emergente de Barcelona
  · Art Photo Bcn como festival expandido
Aunque el festival en sí, se celebre solamente este fin de semana en Arts Santa Mónica, Art Photo BCN ha creado una red para llegar prácticamente a todos los distritos de la ciudad de Barcelona a través de diferentes exposiciones en centros cívicos o culturales de la ciudad. Una idea más que acertada para acercar el arte fotográfico a toda la ciudadanía y animarles a acercarse hasta Drassanes a disfrutar de la feria.
Algunas de ellas son:
· Leafhopper. It´s a wonderfull life en CC PARC SANDARU
· Eva Díez. La ventana es horizonte en CC CAN BASTÉ
· Ana Galán. Viv(r)e la Vie! en CC CASA GOLFERICHS
· Incorporación de FIEBRE Photobook
La fusión de dos festivales vinculados con el sector de la fotografía, uno desde el punto de vista de las galerías y otro especializado en los libros de fotografía se vinculan y celebran de manera conjunta por primera vez en Barcelona.
· [bonedbooks]
Muchos quizás habéis oído hablar de la galería TAGOMAGO, ya que fue una de las galerías más valoradas de fotografía en Barcelona. Tras su cierre, vuelve a la luz bajo el nombre de Boned Books, un proyecto aún más cercano, próximo, centrado en libro y ubicado en Gracia (Barcelona). En la feria presenta el proyecto A Walk Between the Lines, un diálogo visual entre Leah Fresneda Valls y Pablo Varela Barcos, dos jovencísimos autores que nos hacen viajar entre trampantojos y engaños visuales, buscando lo extraordinario dentro de lo común.
  · Ganadora de V edición de Art Photo Bcn: Laura Van Severen
El proyecto ganador de V edición de Art Photo BCN fue el de Laura Van Severen, una joven belga con un trabajo de rabiosa actualidad. Laura se ha dedicado en los últimos años a visitar vertederos en España, Holanda y Bélgica y a fotografiarlos. Tarea nada sencilla porque no existe un listado de vertederos y un teléfono de contacto con horarios de visita. Minuciosa y delicada labor de ir uno a uno localizándolos, en muchas ocasiones con ayuda de Google Maps a vista de satélite. Ayer presentó su trabajo y la verdad es que todo el público asistente quisimos saber más, no preguntamos por enfoques, calidades de papel o saturación. Preguntamos por gestión y por el proceso de llegar a cada vertedero, reflexionamos sobre nuestro consumo, sobre la huella del ser humano sin estar literalmente presente… Y es que el trabajo de Laura nos hace reflexionar: ¿dónde queremos llegar ocultando la basura y convirtiendo su acumulación en una montaña ficticia? Desgraciadamente aún hoy en día, gran parte de la sociedad piensa que el cambio climático aún no ha llegado, que “reciclar” es suficiente y que lo que tiramos a la basura deja de ser nuestra responsabilidad. Pero, la acumulación de plástico de un solo uso, la sobreproducción y la mala gestión de los residuos son problemas de los que deberíamos ser más conscientes. Ocultar la basura no está reduciendo el problema, no podemos seguir consumiendo y creando nuevos vertederos, debemos empezar a trabajar por un consumo responsable, zero waste, compra a granel y muchas más opciones que existen hoy en día para cuidar nuestro planeta, porque no hay un planeta B.
Laura Van Severen además de ganar el premio de Art Photo BCN 2018 y ser la imagen gráfica del festival y contar con un pequeño espacio expositivo en la feria, obtuvó también el premio FUGA de manera que expone varios trabajos en este espacio expositivo hasta el 16 de mayo de 2019.
  · Artista invitado: Fernando Bayona
Fernando Bayona fue el artista invitado en la última edición de ARCO para el stand de ABC. En Art Photo Bcn se pueden ver diversas obras del trabajo La memoria traidora que ya mostró en la feria madrileña. Un interesante proyecto de archivo, tras analizar unas 30.000 fotografías del archivo del diario ABC de los últimos 100 años. Seleccionó unas categorías concretas, y de las fotografías de cada categoría eligió 100 imágenes que fue superponiendo respetando su tamaño original de las más antiguas a las más modernas en primer plano.  Todas eso sí en escala de blancos y negros y reduciendo saturación. El resultado es una imagen difuminada, resumen de 100 fotografías de los últimos 100 años que revive gracias a la cámara de nuestro teléfono móvil que nos desvela más estructuras y secretos de cada fotografía que nuestro propio ojo. Bayona nos trae al presente nuestra memoria, acontecimientos clave en los últimos 100 años, desde bombardeos a actos violentos.
  · Alalimón
Dice FUNDEU “La locución sustantiva al alimón significa ‘conjuntamente’ e implica colaboración, por lo que se aconseja no emplearla como mero sinónimo de simultáneamente”, y así han decidido llamar a su galería Isabel Lázaro y Rebeca Méndez, antes Art Deal Project y El Catascopio respectivamente. Alalimón es un espacio de encuentro y dinamización centrado en los creadores emergentes, un vivero de galerías y acelerador de la creatividad. En Art Photo BCN presentan Alegoría de la memoria de Rocío Verdejo, tres grandes fotografías que cautivan al espectador por su cuidada estética y el reencuentro con los recueros, algunos a los que nos aferramos, otros que quemamos y olvidamos y otros que nos persiguen y que no querríamos recordar.
  Este área del festival es uno de los más interesantes, en los Visionados los propios autores defienden sus proyectos ante especialistas del sector que acaban otorgando los premios del festival. Este año los fotógrafos que defienden sus proyectos son: Ana Frechilla, Andrés Solla, Beatriz Mínguez de Molina, Daniel García Valero, David García Fernández, David Querol, Erik Estany Tigerstörm, Felipe Abreu, Oriol Miñarro y Romina Almodóvar.
· Tanit Plana por Moritz Neumüeller
Tanit Plana muestra parte de su exposición Es lo que es, que acoge la Sala Canal Isabel II en Madrid hasta el 19 de mayo y cuyo comisario es Moritz Neumüeller. Tanit ha seguido el camino de un email de Barcelona a Los Ángeles para mostrarnos Internet desde dentro, nos visibiliza eso que nos parece “invisible” en Escala y fragmento, un trabajo de 2017 lleno de redes de cables e ingenios tecnológicos.
  · Jiser, intercambio en el espacio mediterráneo
Jiser, significa “puente” en árabe, y es el nombre de una asociación sin ánimo de lucro con sede en Barcelona, cuyo objetivo es promover la creación artística y el uso del arte como herramienta de transformación social en el espacio mediterráneo, a través de la realización de actividades conjuntas que favorezcan el intercambio y el acercamiento entre las diferentes realidades artísticas y culturales de la región. En esta edición presentan el trabajo de tres componentes de Collective220, un grupo de fotógrafos centrados en Argelia.
Youcef Krache presenta Vitrines, una serie con tres elementos clave: los autobuses, las personas que los ocupan y la ciudad de Argel que se refleja en las ventanas de los autobuses. Youcef plantea un interesante juego de miradas con los viajeros, con el reflejo del cristal, con un viaje inmóvil, una espera deambulando.
Fethi Sahraoui documenta las celebraciones rurales en The cult of souls, estas celebraciones son promesas dadas por los habitantes para celebrar cada año el espíritu de sus santos devotos. A lo largo de la historia han pasado de ser un acto con la esperanza de conseguir una mejor cosecha a un acto lleno de diversión que llena la falta de lugares dedicados a esto.
Abdo Shanan en Diary:Exile presenta su búsqueda de respuestas a su exilio rodeado de soledad, decepción y temores. La imagen que se ha creado de su país, la falta de sentimientos de hogar y el enfrentamiento con la realidad son los temas que presenta Abdo.
  · Gestión cultural: una feria consolidada
Como decía al principio y si seguís este blog, este festival ha ido teniendo diferentes ubicaciones desde su primera edición en 2014. Y en esta edición el salto ha sido muy cualitativo, que se celebre en Arts Santa Mónica, inconscientemente le aporta rigurosidad, ya no es un festival en un local, en un hotel laberíntico, etc. es un festival en un centro expositivo, céntrico, de fácil acceso y con unas condiciones más óptimas para el disfrute de todos los asistentes. El cómo se llega a esto no es fácil, el trabajo de la directora, Isabel Lázaro es digno de admirar. A veces en los másters o posgrados de gestión cultural deberían mirar trayectorias cómo la suya, ser capaz de levantar anualmente un festival de fotografía de esta calidad e implicando a tantos agentes y con tan bajo presupuesto.
Por último, mencionar la gran cantidad de talleres que han programado a lo largo del fin de semana y la plataforma [NO SIN FOTÓGRAFAS], a favor de la presencia de mujeres dedicadas a la fotografía que lucha por conseguir una representación paritaria en el sector, podéis sumaros al colectivo y consultar la base de datos de fotógrafas en su web.
ART PHOTO BCN 2019
Fecha: Del 3 al 5 de Mayo de 2019
Horario: 3 Mayo (12-22h), 4 y 5 de Mayo (10-21h)
Lugar: ARTS SANTA MÒNICA –La Rambla, 7 (Barcelona)
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pastorida · 6 years
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Crítica-reseña a "Los sordos", de Rodrigo Rey Rosa
A Rodrigo Rey Rosa suele considerarse como uno de los grandes exponentes de le literatura hispanoamericana de nuestros tiempos. Sus obras son reseñadas tanto por revistas norteamericanas como europeas. Además, ha recibido elogios por parte de monstruos como Vargas Llosa o Roberto Bolaño. Es un hecho: Rey Rosa se ha ganado un lugar dentro dela literatura hispano América; sin embargo, ¿su novela “Los sordos” está a la altura del escritor que recibe críticas & reseñas francesas, alemanas, etc.? Es decir, ¿la estructura & argumento de la novela & la arquitectura & las narrativas de la misma están a la altura de ese grande que nos han hecho creer?
          El argumento se puede resumir en que Clara, hija de don Claudio, es una burguesa que estudia en la universidad & trabaja con su padre, –un tirano– éste, le pide que tenga un guardaespaldas. Ella acepta & le pide a Chepe que le consiga uno que no sea ex-policía, ni ex-militar, ni exPAC. Chepe llama a su sobrino, Ceyetano: 24 años; excelente tirador nato; desempleado en un pueblo perdido, donde vive con su madre & se encuentra en cada fiesta del pueblo a su hermana, una tabloera que vive en la ciudad. El sobrino acepta el trabajo; conoce la ciudad & se impresiona. Su tío lo lleva con Clara; ésta lo acepta; le da indicaciones & le ofrece una habitación del servicio en su apartamento. A la par, Clara se mensajea con Pablo, un hombre casado & con un hijo, que además vive en Suiza. Se juran amor a través de e-mails. El tiempo pasa: las relaciones se vuelven, en apariencia, más fuertes: Clara con su nuevo guardaespaldas (le compra un circuito cerrado, que se opera desde la recámara de éste & lo invita a tomar clases con ella en la Universidad); Clara & su amante (le pide que venga desde Suiza a verla; él va). Cierto día, Clara da una fiesta que tiene el objetivo de recaudar fondos para poner un nuevo hospital, en compañía de su amante & de un amigo, de dudosa moral, de éste. La fiesta es todo un éxito. Al día siguiente, Clara le pide a Cayetano que se tome el día libre & que se lleve el carro; Cayetano acepta, no sin antes, confirmar que alguien acompaña a su patrona. Al volver en la noche, se da cuenta que Clara no está; checa los vídeos de seguridad & nota que han sido editados. Piensa que han sido por ese alguien; va con el padre de Clara. Piensan que ha sido secuestrada.  Don Claudio hace las pases con su hijo & le explica la situación. De repente, Clara llama & dice que está bien; la llamada se corta. Don Claudio llama al seguro. Cayetano insiste en que fue el hombre que estuvo al final con Clara. El agente de la aseguradora lo rastrea. Don Claudio manda a llamar a Pablo & lo carea con Cayetano. Pablo tiene una cuartada. Cayetano resiste por ese momento. Tras meses de espera & llamadas esporádicas de Clara, en la que afirma que está bien, les llega una nota que pide un rescate. Don Claudio acepta. Su hijo va a entregar el rescate; le entrega. Todos esperan el regreso de Clara, que nunca se da. Pasan más meses sin reportes. Clara llama en cierto día para notificar que está bien. A don Claudio le da un infarto. El hijo de don Claudio, Ignacio se hace cargo de los negocios de su padre; le indica a Cayetano que será despedido. Días después, Cayetano busca a su tío; lo encuentra en una finca & ésta lo quiere matar. Cayetano, tirador nato, lo mata. Cayetano encuentra en la choza de su tío el dinero que se pagó por el rescate de Clara; entierra a su tío como puede & le lleva el dinero a Ignacio. Éste no lo quiere & le dice que se lo lleve, pues el seguro ya había pagado el rescate. Cayetano no acepta. Ignacio le dice que se lo dé a Clara. Cayetano acepta & jura que descansara hasta encontrar a ésta.
           La estructura está compuesta de dos partes, de cuatro & cinco capítulos. La temporalidad está rota, es decir, versa sobre los diferentes personajes, desde diferentes perspectivas & desde diferentes momentos a la vez. Consecuencia de lo previo es l creación del arco dramático: en la primer parte logra atrapar al lector; en la segunda, no acaba de desarrollar el principal drama. Me explico: Rey Rosa en la primer parte introduce a sus personajes por partes & le va dando su tiempo a cada uno; una vez que los tenía medio definidos, comienza la intriga. Al final, logra establecer el drama porque todos los personajes están en función de un problema: la desaparición de Clara. En nomenclatura poltiana sería: situación dramática 12; secuestrada, secuestrados & liberadores. A diferencia de la segunda parte, donde la estructura no definida acaba repercutiendo en el drama & esto hace que se le va de las manos a Rey Rosa. En esta parte, Cayetano parece tener la única motivación de salvar a Clara; sin embargo, al final, ya no sabe ni lo que quiere. También, esto le pasa a Clara. Y el caso más notorio es el del hermano de Clara, quien nunca se sabe del todo para qué está en la obra, más allá de ser el heredero de don Claudio, tras, digamos, la abdicación de Clara. Al final, hay múltiples arcos dramáticos que no se acaban de doblar &, de lo previo, su efecto en mínimo. En general hay dos grandes dramas: Cayetano encuentra a Clara & es secuestrado; se quiere escapar & logra. El otro gira en torno a un posible linchamiento, que se vuelve un juicio convocado por los tatas hacia un amigo de Clara (acusado por Cayetano de ladrón de niños). La novela deja abierto el drama sobre la resolución de los tatas & se enfoca en los objetivos descoloridos de Cayetano, es decir, deja un drama inconcluso (adrede, pero inconcluso) & termina en una consecuencia que no se molesta ya no en mostrar, sino ni siquiera en insinuar desde capítulos previos. Por lo previo, la estructura rota no ayuda al autor a desarrollar el arco dramático que hubiera sido más efectivo con otra estructura.            Las descripciones de los lugares no tienen mayor resonancia que la de ambientar la historia. Rey Rosa maneja lugares muy comunes que implican poco, o nada, en la imaginación del lector. En cuanto a lo primero, la causa, quizá, se deba a que la misma narrativa exigía no detenerse demasiado a precisar ciertas cuestiones de la construcción de lugares más detallada. Si fue lo anterior, la novela pierda muchas descripciones por ceder a la acción. Ahora, en cuanto a lo segundo, la misma descripción se lee plana & lejana de los altos vuelos de don Miguel Ángel de Asturias describiendo pueblos & ciudades guatemaltecas. Mi intención no es compararlos, más allá de la comparación previa; si acaso, enfatizar en como Asturias con tres líneas saturaba al lector de imágenes sobre los colores, los sonidos & los sabores. En contra parte, Rey Rosa carece de ese lenguaje poético &, si se permite la expresión, sintético o depurado. Para muestra, quizá sirva recordar la pobre descripción que realiza Rey Rosa el lugar de trabajo de la hermana de Cayetano (aunque ejemplos sobran a lo largo de la novela).
          Un punto a favor de la novela es que no usa un lenguaje anquilosado &, se nota, más bien, un lenguaje directo de las calles, esto es, un lenguaje juguetón que no deja acaparar por ningún erudito & que siempre está en movimiento. Consecuencia del lo previo, es la ruptura gramatical de los personajes. Rey Rosa parece ser consciente de lo previo, esto es, sus personajes comienzan a hablar por el objeto directo o indirecto, luego el verbo &, al final, el sujeto. Sea un personaje pobre, rico, nativo guatemalteco, médico que vive en Suiza, etc., hablan haciendo esta ruptura gramatical. El problema no es que la hagan, –¡Enhorabuena! – sino que no parece haber distinción entre los diferentes estratos sociales &, por efecto, las diferentes formas de hablar.  O, ¿acaso una mujer culta & adinerada cambia la sintaxis como un nativo guatemalteco que apenas habla español? No. El ejemplo más claro se lee en Clara: mujer culta, burguesa, que gusta de leer; es difícil pensar que una persona (personaje) no cuide su forma de hablar sí es tan culta como se dice que es.
          Y lo previo, también, atañe al narrador de la novela. Insisto, en hora buena que se esté dando esté cambio gramatical en la lengua española. Como lector, pienso que le da un nuevo vigor a la comunicación, porque se antepone el cómo se ha hecho algo a quién lo hace & qué hace. A pesar de lo anterior, considero que el artista ha de ser consciente de las más profundas, & superficiales, herramientas de su arte, para así poder romperlas a voluntad &, por efecto, saber cuándo, cómo, para qué & por qué está rompiendo tal regla de la herramienta. Me atrevo a pensar que Rey Rosa aún no ha asimilado esta ruptura gramatical en el lenguaje, pues el narrador de a ratos juega a hablar como sus personajes, de a ratos suena serio & siguiendo la línea gramati-recta que trazan los académicos de la península Ibérica. En suma, no hay una diferencia sustancial en al altercado de la ruptura gramatical ya sea en los personajes o en el narrador.
          En suma, Rey Rosa con Los sordos queda deber sobre si en realidad es ese escritor de altos vuelos que se había mencionado que era. La estructura no acaba de aportar al arco dramático. El argumento termina relegando las consideraciones del prólogo, es decir, una novela sobre los ex-PAC que acaba relegándolos. La arquitectura es parecida a esos meteoritos pequeños que caen a la tierra a diario. Y la narrativa está lejos de ser la del el mejor de su generación (gesto dadivoso e incierto de Roberto Bolaño.).
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altlead · 7 years
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Crítica-reseña a "Los sordos", de Rodrigo Rey Rosa
A Rodrigo Rey Rosa suele considerarse como uno de los grandes exponentes de le literatura hispanoamericana de nuestros tiempos. Sus obras son reseñadas tanto por revistas norteamericanas como europeas. Además, ha recibido elogios por parte de monstruos como Vargas Llosa o Roberto Bolaño. Es un hecho: Rey Rosa se ha ganado un lugar dentro dela literatura hispano América; sin embargo, ¿su novela "Los sordos" está a la altura del escritor que recibe críticas & reseñas francesas, alemanas, etc.? Es decir, ¿la estructura & argumento de la novela & la arquitectura & la narrativa de la misma están a la altura de ese grande que nos han hecho creer ?
          El argumento se puede resumir en que Clara, hija de don Claudio, es una burguesa que estudia en la universidad & trabaja con su padre, --un tirano-- éste, le pide que tenga un guardaespaldas. Ella acepta & le pide a Chepe que le consiga uno que no sea ex-policía, ni ex-militar, ni exPAC. Chepe llama a su sobrino, Ceyetano: 24 años; excelente tirador nato; desempleado en un pueblo perdido, donde vive con su madre & se encuentra en cada fiesta del pueblo a su hermana, una teibloera que vive en la ciudad. El sobrino acepta el trabajo; conoce la ciudad & se impresiona. Su tío lo lleva con Clara; ésta lo acepta; le da indicaciones & le ofrece una habitación del servicio en su apartamento. A la par, Clara se mensajea con Pablo, un hombre casado & con un hijo, que además vive en Suiza. Se juran amor a través de e-mails. El tiempo pasa: las relaciones se vuelven, en apariencia, más fuertes: Clara con su nuevo guardaespaldas (le compra un circuito cerrado, que se opera desde la recámara de éste & lo invita a tomar clases con ella en la Universidad); Clara & su amante (le pide que venga desde Suiza a verla; él va). Cierto día, Clara da una fiesta que tiene el objetivo de recaudar fondos para poner un nuevo hospital, en compañía de su amante & de un amigo, de dudosa moral, de éste. La fiesta es todo un éxito. Al día siguiente, Clara le pide a Cayetano que se tome el día libre & que se lleve el carro; Cayetano acepta,  no sin antes, confirmar que alguien acompaña a su patrona. Al volver en la noche, se da cuenta que Clara no está; checa los vídeos de seguridad & nota que han sido editados. Piensa que han sido por ese alguien; va con el padre de Clara. Piensan que ha sido secuestrada.  Don Claudio hace las pases con su hijo & le explica la situación. De repente, Clara llama & dice que está bien; la llamada se corta. Don Claudio llama al seguro. Cayetano insiste en que fue el hombre que estuvo al final con Clara. El agente de la aseguradora lo rastrea. Don Claudio manda a llamar a Pablo & lo carea con Cayetano. Pablo tiene una cuartada. Cayetano resiste por ese momento. Tras meses de espera & llamadas esporádicas de Clara, en la que afirma que está bien, les llega una nota que pide un rescate. Don Claudio acepta. Su hijo va a entregar el rescate; le entrega. Todos esperan el regreso de Clara, que nunca se da. Pasan más meses sin reportes. Clara llama en cierto día para notificar que está bien. A don Claudio le da un infarto. El hijo de don Cluadio, Ignacio se hace cargo de los negocios de su padre; le indica a Cayetano que será despedido. Días después, Cayetano busca a su tío; lo encuentra en una finca & ésta lo quiere matar. Cayetano, tirador nato, lo mata. Cayetano encuentra en la choza de su tío el dinero que se pago por el rescate de Clara; entierra a su tío como puede & le lleva el dinero a Ignacio. Éste no lo quiere & le dice que se lo lleve, pues el seguro ya había pagado el rescate. Cayetano no acepta. Ignacio le dice que se lo dé a Clara. Cayetano acepta & jura que descansara hasta encontrar a ésta.
           La estructura está compuesta de dos partes, de cuatro & cinco capítulos. La temporalidad está rota, es decir, versa sobre los diferentes personajes, desde diferentes perspectivas & desde diferentes momentos a la vez. Consecuencia de lo previo es l creación del arco dramático: en la primer parte logra atrapar al lector; en la segunda, no acaba de desarrollar el principal drama. Me explico: Rey Rosa en la primer parte introduce a sus personajes por partes & le va dando su tiempo a cada uno; una vez que los tenía medio definidos, comienza la intriga. Al final, logra establecer el drama porque todos los personajes están en función de un problema: la desaparición de Clara. En nomenclatura poltiana sería: situación dramática 12; secuestrada, secuestrados & liberadores. A diferencia de la segunda parte, donde la estructura no definida acaba repercutiendo en el drama & esto hace que se le va de las manos a Rey Rosa. En esta parte, Cayetano parece tener la única motivación de salvar a Clara; sin embargo al final, ya no sabe ni lo que quiere. También, esto le pasa a Clara. Y el caso más notorio es el del hermano de Clara, quien nunca se sabe del todo para qué está en la obra, más allá de ser el heredero de don Cluadio, tras, digamos, la abdicación de Clara. Al final, hay múltiples arcos dramáticos que no se acaban de doblar &, de lo previo, su efecto en mínimo. En general hay dos grandes dramas: Cayetano encuentra a Clara & es secuestrado; se quiere escapar & logra. El otro gira en torno a un posible linchamiento, que se vuelve un juicio convocado por los tatas hacia un amigo de Clara (acusado por Cayetano de ladrón de niños). La novela deja abierto el drama sobre la resolución de los tatas & se enfoca en los objetivos descoloridos de Cayetano, es decir, deja un drama inconcluso (adrede, pero inconcluso) & termina en una consecuencia que no se molesta ya no en mostrar, sino ni siquiera en insinuar desde capítulos previos. Por lo previo, la estructura rota no ayuda al autor a desarrollar el arco dramático que hubiera sido más efectivo con otro estructura.           Las descripciones de los lugares no tienen mayor resonancia que la de ambientar la historia. Rey Rosa maneja lugares muy comunes que implican poco, o nada, en la imaginación del lector. En cuanto a lo primero, la causa, quizá, se deba a que la misma narrativa exigía no detenerse demasiado a precisar ciertas cuestiones de la construcción de lugares más detallada. Si fue lo anterior, la novela pierda muchas descripciones por ceder a la acción. Ahora, en cuanto a lo segundo, la misma descripción se lee plana & lejana de los altos vuelos de don Miguel Ángel de Asturias describiendo pueblos & ciudades guatemaltecas. Mi intención no es compararlos, más allá de la comparación previa; si acaso, enfatizar en como Asturias con tres líneas saturaba al lector de imágenes sobre los colores, los sonidos & los sabores. En contra parte, Rey Rosa carece de ese lenguaje poético &, si se permite la expresión, sintético o depurado. Para muestra, quizá sirva recordar la pobre descripción que realiza Rey Rosa el lugar de trabajo de la hermana de Cayetano (aunque ejemplos sobran a lo largo de la novela).
          Un punto a favor de la novela es que no usa un lenguaje anquilosado &, se nota, más bien, un lenguaje directo de las calles, esto es, un lenguaje juguetón que no deja acaparar por ningún erudito & que siempre está en movimiento. Consecuencia del lo previo, es la ruptura gramatical de los personajes. Rey Rosa parece ser consciente de lo previo, esto es, sus personajes comienzan a hablar por el objeto directo o indirecto, luego el verbo &, al final, el sujeto. Sea un personaje pobre, rico, nativo guatemalteco, médico que vive en Suiza, etc., hablan haciendo esta ruptura gramatical. El problema no es que la hagan, --¡Enhorabuena!-- sino que no parece haber distinción entre los diferentes estratos sociales &, por efecto, las diferentes formas de hablar.  O, ¿acaso una mujer culta & adinerada cambia la sintaxis como un nativo guatemalteco que apenas habla español? No. El ejemplo más claro se lee en Clara: mujer culta, burguesa, que gusta de leer; es difícil pensar que una persona (personaje) no cuide su forma de hablar sí es tan culta como se dice que es.
          Y lo previo, también, atañe al narrador de la novela. Insisto, en hora buena que se esté dando esté cambio gramatical en la lengua española. Como lector, pienso que le da un nuevo vigor a la comunicación, porque se antepone el cómo se ha hecho algo a quién lo hace & qué hace. A pesar de lo anterior, considero que el artista ha de ser consciente de las más profundas, & superficiales, herramientas de su arte, para así poder romperlas a voluntad &, por efecto, saber cuándo, cómo, para qué & por qué está rompiendo tal regla de la herramienta. Me atrevo a pensar que Rey Rosa aún no ha asimilado esta ruptura gramatical en el lenguaje, pues el narrador de a ratos juega a hablar como sus personajes, de a ratos suena serio & siguiendo la línea gramati-recta que trazan los académicos de la península Ibérica. En suma, no hay una diferencia sustancial en al altercado de la ruptura gramatical ya sea en los personajes o en el narrador.
          En suma, Rey Rosa con Los sordos queda  deber sobre si en realidad es ese escritor de altos vuelos que se había mencionado que era. La estructura no acaba de aportar al arco dramático. El argumento termina relegando las consideraciones del prólogo, es decir, una novela sobre los ex-PAC que acaba relegándolos. La arquitectura es parecida a esos meteoritos pequeños que caen a la tierra a diario. Y la narrativa está lejos de ser la del el mejor de su generación (gesto dadivoso e incierto de Roberto Bolaño.).
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El Betis comparece este sábado ante su afición en un examen ante el Girona (18.30 horas) en el que deberá enmendar su rumbo y recomponer su imagen tras el varapalo de Eibar (5-0) y lo hará ante un rival solvente fuera de casa que, recién ascendido, se ha convertido en una de las revelaciones de la Liga.
Los de Quique Setién tienen ante sí, por tanto, un exigente compromiso, tanto por la enjundia de un rival que sólo ha perdido un partido de los cinco que ha jugado fuera -dos victorias y otros tantos empates-, como por la necesidad de restañar heridas y volver a la senda del juego y, sobre todo, de la victoria y los puntos.
El Betis afronta el duelo ante los gerundenses como un examen ante su afición, que ha constatado una merma en el juego de los suyos desde que le ganó al Levante el pasado 25 de septiembre por 4-0 y deberán enmendar las carencias, sobre todo defensivas, que le hicieron empatar el último partido en casa ante el Getafe (2-2) y perder estrepitosamente en Ipurúa.
La defensa o el entramado defensivo de todo el equipo es, a estas alturas del campeonato, el talón de Aquiles de los de Setién, que llevan 25 goles encajados, dieciocho de ellos en las últimas seis jornadas; y que, pese a su cómoda posición, novenos con diecisiete puntos, parecen haber entrado en una fase depresiva.
Salir, por tanto, de esta dinámica y volver a las sensaciones de los primeros compases del año, es el imperativo con el que afronta el partido Setién, quien tras la noche negra de Éibar podría volver a alinear de salida a dos sus jugadores emblema, como el mexicano Andrés Guardado y el paraguayo Tonny Sanabria.
Pese al carácter innegociable que para Setién tiene jugar con un solo delantero, no es descartable que haga jugar en banda a su otro goleador, Sergio León; que dé entrada, de inicio o a lo largo del partido, a una de las apuestas mas importantes del Betis en esta temporada, el argelino Ryad Boudebouz; o que siga apostando por el seguro del capitán, Joaquín Sánchez.
Igualmente, otra de las opciones podría ser la de reforzar una de las bandas con el extremo Cristian Tello, espoleado en su orgullo por su ausencia en Éibar y que, según Setién, está enfadado con él porque no lo ha puesto con la asiduidad pretendida por el punta catalán.
Sin embargo, las variaciones más claras estarán en la defensa, mermada por la lesión de Zou Feddal y por la sanción por un partido del argelino Aïssa Mandi por su expulsión en Ipurúa, lo que dará entrada en el centro de la defensa al rumano Alin Tosca junto a Jordi Amat, los dos únicos centrales puros disponibles para Setién.
Setién ha descartado bajar a esa posición en la zaga a Javi García por preferir colocar al madrileño como medio de cierre y, pese a los problemas físicos de Fabián Ruiz, lo ha convocado, aunque es duda para entrar en el once inicial.
El Girona se presenta después de haber sumado diez de los últimos doce puntos posibles, con lo que ha dado un gran paso hacia el objetivo de la permanencia. En medio de esta gran racha que atraviesa el conjunto rojiblanco, hay dos jugadores que están acaparando la mayoría de los elogios como son el guardameta marroquí Yassine Bounou ‘Bono’ y el delantero uruguayo Cristhian Stuani, que ha marcado en los últimos cinco encuentros y es el autor de la mitad de los tantos del Girona.
Junto a ellos, en las últimas semanas también están destacando Portu, Àlex Granell, Marc Muniesa, Pablo Maffeo y un Bernardo Espinosa que no podrá jugar en Sevilla por acumulación de tarjetas. De hecho, la ausencia por sanción de Bernardo, unida a la lesión de Pedro Alcalá, obligarán a Pablo Machín a disponer una línea defensiva inédita hasta la fecha en competición oficial.
Lo más probable es que los acompañantes de Pablo Maffeo y Marc Muniesa sean Juanpe y Aday Benítez, ambos a un paso de la quinta amarilla, y Jonás Ramalho, el quinto central de la plantilla.
Además, el técnico soriano también tiene las opciones de reciclar a un carrilero zurdo como Carles Planas, que regresa a una convocatoria tras cinco jornadas, o a un mediocentro como David Timor, titular en el encuentro contra la Real Sociedad en el lugar de un Pere Pons que continúa lesionado. Si finalmente Machín opta por alinear a Timor en el centro de la defensa, Aleix García ocuparía su puesto en el doble pivote, junto a Àlex Granell.
-Alineaciones probables:
Betis: Adán; Barragán, Jordi Amat, Tosca, Durmisi; Javi García, Guardado, Camarasa, Joaquín, Sergio León o Tello; y Tonny Sanabria.
Girona: Bono; Pablo Maffeo, Jonás Ramalho o David Timor, Juanpe, Marc Muniesa, Aday Benítez; David Timor o Aleix García, Àlex Granell, Borja García, Portu; y Cristhian Stuani.
Árbitro: Carlos del Cerro Grande (Comité Madrileño).
Estadio: Benito Villamarín.
Hora: 18.30 horas.
TV: beIN LaLiga
Fuente: El Norte de Castilla
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valladolidnoticias · 7 years
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El Betis, a recomponer su imagen ante una de las revelaciones
El Betis comparece este sábado ante su afición en un examen ante el Girona (18.30 horas) en el que deberá enmendar su rumbo y recomponer su imagen tras el varapalo de Eibar (5-0) y lo hará ante un rival solvente fuera de casa que, recién ascendido, se ha convertido en una de las revelaciones de la Liga.
Los de Quique Setién tienen ante sí, por tanto, un exigente compromiso, tanto por la enjundia de un rival que sólo ha perdido un partido de los cinco que ha jugado fuera -dos victorias y otros tantos empates-, como por la necesidad de restañar heridas y volver a la senda del juego y, sobre todo, de la victoria y los puntos.
El Betis afronta el duelo ante los gerundenses como un examen ante su afición, que ha constatado una merma en el juego de los suyos desde que le ganó al Levante el pasado 25 de septiembre por 4-0 y deberán enmendar las carencias, sobre todo defensivas, que le hicieron empatar el último partido en casa ante el Getafe (2-2) y perder estrepitosamente en Ipurúa.
La defensa o el entramado defensivo de todo el equipo es, a estas alturas del campeonato, el talón de Aquiles de los de Setién, que llevan 25 goles encajados, dieciocho de ellos en las últimas seis jornadas; y que, pese a su cómoda posición, novenos con diecisiete puntos, parecen haber entrado en una fase depresiva.
Salir, por tanto, de esta dinámica y volver a las sensaciones de los primeros compases del año, es el imperativo con el que afronta el partido Setién, quien tras la noche negra de Éibar podría volver a alinear de salida a dos sus jugadores emblema, como el mexicano Andrés Guardado y el paraguayo Tonny Sanabria.
Pese al carácter innegociable que para Setién tiene jugar con un solo delantero, no es descartable que haga jugar en banda a su otro goleador, Sergio León; que dé entrada, de inicio o a lo largo del partido, a una de las apuestas mas importantes del Betis en esta temporada, el argelino Ryad Boudebouz; o que siga apostando por el seguro del capitán, Joaquín Sánchez.
Igualmente, otra de las opciones podría ser la de reforzar una de las bandas con el extremo Cristian Tello, espoleado en su orgullo por su ausencia en Éibar y que, según Setién, está enfadado con él porque no lo ha puesto con la asiduidad pretendida por el punta catalán.
Sin embargo, las variaciones más claras estarán en la defensa, mermada por la lesión de Zou Feddal y por la sanción por un partido del argelino Aïssa Mandi por su expulsión en Ipurúa, lo que dará entrada en el centro de la defensa al rumano Alin Tosca junto a Jordi Amat, los dos únicos centrales puros disponibles para Setién.
Setién ha descartado bajar a esa posición en la zaga a Javi García por preferir colocar al madrileño como medio de cierre y, pese a los problemas físicos de Fabián Ruiz, lo ha convocado, aunque es duda para entrar en el once inicial.
El Girona se presenta después de haber sumado diez de los últimos doce puntos posibles, con lo que ha dado un gran paso hacia el objetivo de la permanencia. En medio de esta gran racha que atraviesa el conjunto rojiblanco, hay dos jugadores que están acaparando la mayoría de los elogios como son el guardameta marroquí Yassine Bounou ‘Bono’ y el delantero uruguayo Cristhian Stuani, que ha marcado en los últimos cinco encuentros y es el autor de la mitad de los tantos del Girona.
Junto a ellos, en las últimas semanas también están destacando Portu, Àlex Granell, Marc Muniesa, Pablo Maffeo y un Bernardo Espinosa que no podrá jugar en Sevilla por acumulación de tarjetas. De hecho, la ausencia por sanción de Bernardo, unida a la lesión de Pedro Alcalá, obligarán a Pablo Machín a disponer una línea defensiva inédita hasta la fecha en competición oficial.
Lo más probable es que los acompañantes de Pablo Maffeo y Marc Muniesa sean Juanpe y Aday Benítez, ambos a un paso de la quinta amarilla, y Jonás Ramalho, el quinto central de la plantilla.
Además, el técnico soriano también tiene las opciones de reciclar a un carrilero zurdo como Carles Planas, que regresa a una convocatoria tras cinco jornadas, o a un mediocentro como David Timor, titular en el encuentro contra la Real Sociedad en el lugar de un Pere Pons que continúa lesionado. Si finalmente Machín opta por alinear a Timor en el centro de la defensa, Aleix García ocuparía su puesto en el doble pivote, junto a Àlex Granell.
-Alineaciones probables:
Betis: Adán; Barragán, Jordi Amat, Tosca, Durmisi; Javi García, Guardado, Camarasa, Joaquín, Sergio León o Tello; y Tonny Sanabria.
Girona: Bono; Pablo Maffeo, Jonás Ramalho o David Timor, Juanpe, Marc Muniesa, Aday Benítez; David Timor o Aleix García, Àlex Granell, Borja García, Portu; y Cristhian Stuani.
Árbitro: Carlos del Cerro Grande (Comité Madrileño).
Estadio: Benito Villamarín.
Hora: 18.30 horas.
TV: beIN LaLiga
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kiro-anarka · 4 years
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Aunque el terrorismo es un fenómeno global con una historia larga y compleja, en España la palabra “terrorista” se utiliza de manera diferente a otros países y culturas políticas. No es el único lugar donde se escucha ni donde se arroja a los adversarios políticos, pero la significación y frecuencia de uso en la política española merecen una reflexión.
Para comprender lo que sucedió el pasado miércoles en el Congreso, donde la portavoz del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, acusó al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, de ser “el hijo de un terrorista” y de pertenecer a la “aristocracia del crimen político”, propongo volver a la década de los noventa. En aquellos años se produjo una profunda redefinición de la idea de democracia, tanto que cabe denominarla “proceso reconstituyente”, y se inauguró una cultura política diferente a la que se había forjado alrededor del periodo que va de la muerte de Franco al ingreso de España en la Comunidad Económica Europea (1975-1986).
Para varias generaciones, la construcción del campo democrático español que tuvo lugar en torno a este periodo sigue siendo la versión oficial de la democracia. Unos ven aquel proceso con buenos ojos y otros lo cuestionan. En ambos casos, cuando se habla de ser demócrata, inevitablemente se vuelve a algunos de los lugares comunes de 1978, particularmente el consenso, el diálogo y la generosidad. Sin ir más lejos, así ha sido con la reciente propuesta del Gobierno de España de firmar unos nuevos Pactos de la Moncloa. Sin embargo, se admire o se desconfíe de dicha cultura democrática, es un error suponer que sigue siendo la nuestra, o que lo es sin modificaciones sustanciales en su funcionamiento.
Lo que ocurrió entre 1994 y el sumario 18/98 de la Audiencia Nacional contra el entramado de ETA fue una transformación sustancial del campo democrático español
Hagamos un breve repaso: en 1987, el Congreso aprueba por mayoría el llamado Acuerdo de Madrid sobre el terrorismo de ETA. Un año después se firma el Pacto de Ajuria Enea por todas las fuerzas políticas relevantes del Parlamento Vasco, Alianza Popular incluida (con la excepción evidente de la izquierda abertzale): con el fin de erradicar el terrorismo, el texto menciona medios como la cooperación internacional, la deslegitimación de toda violencia con fines políticos y las políticas de reinserción y diálogo con quienes renuncien a dicha violencia, siempre en el marco del estado de derecho. En 1989, tienen lugar las fallidas conversaciones de Argel con ETA. En 1993, se otorga el premio Príncipe de Asturias a la organización pacifista Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria, “por su abnegado afán de contribuir a eliminar la violencia y establecer y consolidar la paz para un adecuado convivir de los hombres, haciéndolo a través de formas de actuar genuinamente cívicas”. Entre otras ideas, Gesto por la Paz defendía el acercamiento de los presos de ETA, que entendía como indispensable para una política de reinserción eficaz.
La secuencia de estos eventos, que respondía a una lógica de cooperación y trabajo político contra ETA, sufrió un varapalo enorme en 1994, cuando, tras ser discutida por las bases de la izquierda abertzale, se aprueba la ponencia Oldartzen, que defendía la denominada “socialización del sufrimiento” (es decir, la ampliación de los objetivos de ETA a miembros de la sociedad civil y representantes políticos). Algunos de los asesinatos, secuestros, actos de kale borroka y de extorsión más conocidos de la banda responden al mandato de Oldartzen.
Lo que ocurrió entre 1994 y el sumario 18/98 de la Audiencia Nacional contra el entramado de ETA, con el juez Baltasar Garzón al frente, pasando por los asesinatos de Gregorio Ordoñez y Miguel Ángel Blanco, y la identificación de los cadáveres de Lasa y Zabala, entre otros sucesos, fue algo más que un endurecimiento de la situación generada por el terrorismo de ETA. Fue una transformación sustancial del campo democrático español. Más concretamente, la democracia española dejó de mirar al franquismo como adversario, y pasó a definirse en base al antagonismo con ETA: antes, en mayor o menor medida, ser demócrata era ser antifranquista, lo cual, a su manera, enlazaba con la tradición antifascista europea; a partir de los noventa, ser demócrata era estar en contra de ETA.
Personas que no estaban incómodas con el franquismo, o que nunca habían renunciado a sus valores, pudieron incorporarse de manera plena al campo democrático
Esto supone al menos dos modificaciones: la primera, más cualitativa, es que la identificación con la democracia se hizo en lógica de exclusión (democracia = No-ETA). El problema de esto es que no deja del todo claras las cualidades de la democracia como sistema político (en positivo), ni establece una vinculación directa con la tradición antifascista. Dibuja la imagen del enemigo con mayor nitidez que la del “nosotros” democrático. La segunda, más cuantitativa, es que personas que no estaban incómodas con el franquismo, o que nunca habían renunciado a sus valores, pudieron incorporarse de manera plena al campo democrático: si ser demócrata es ser antifranquista y antifascista, no está nada claro que lo fueran. Si ser demócrata es estar en contra de ETA, no hay duda de que eran demócratas. Por el camino, además, se pierde la conexión antifascista que une a las grandes democracias europeas entre sí.
Parte importante de los dirigentes políticos de nuestros días, y de quienes ocupan puestos de responsabilidad en empresas, universidades, medios de comunicación, sindicatos, etcétera, crecieron en un ambiente marcado por esta segunda idea de democracia (1994-1998), más que por la primera (1975-1986). A mi entender, esto explica que, cuando en el debate público actual se busca colocar al rival fuera de la democracia, se haga casi siempre recurriendo a la palabra “terrorista”. Que Álvarez de Toledo pueda llamar terrorista al padre de Iglesias, y que sea un mensaje político aceptable para una parte del país, significa que en su cultura política la democracia es lo contrario del terrorismo (y en España terrorismo = ETA, por motivos que no es difícil discernir). No es lo contrario de la dictadura. Le está llamando algo así como “antidemócrata”, pero como sus afectos, modales y razonamientos están teñidos del segundo momento constituyente al que me he referido, lo que termina saliendo en el estrado es el terrorismo. Además de lo que supone en sí mismo, esto no está exento de implicaciones.
Por más que la actitud de Álvarez de Toledo sea inaceptable, el problema no es ella, sino la cultura política en la que hace pie
Por un lado, si no identificamos bien el problema, podemos encontrarnos en un diálogo imposible entre personas que no hablan la misma lengua, en el que es posible decir que el padre de Iglesias es un terrorista (cosa que evidentemente no es), y del que mucha gente puede concluir que “fascista” es un insulto como “cretino”, “bobo” o “mentecato”. Peor aún, se vuelve posible una mirada plana para la cual ser “fascista” es un extremo que se toca con su antagonista (ser “antifascista”), con lo cual el fascismo criminal y el antifascismo constitutivo de la democracia de la segunda mitad del siglo XX acaban siendo más o menos lo mismo, es decir, extremos indeseables.
Desde un punto de vista histórico, político y cultural, esto es completamente indefendible, pero se explica por qué en los noventa españoles la idea de democracia se desconectó del todo de la cultura antifascista.
Por el otro, aunque ETA ya no exista (y si tuviera la loca idea de volver sería aplastada sin compasión por la voluntad del pueblo vasco), la cultura política que se generó por oposición a ella no ha sido sustituida, y en esa grieta está el origen, a mi entender, de algunos problemas del debate actual, si bien no de todos. Por más que la actitud de Álvarez de Toledo sea inaceptable, el problema no es ella, sino la cultura política en la que hace pie. Para empezar, dicha cultura política no es exclusiva de la derecha. En buena medida sigue vigente, y de ella somos herederas, como mínimo, todas las personas nacidas en democracia. Por este motivo, si respondemos a Abascal y Álvarez de Toledo con las mismas reglas de juego, es decir, si lo hacemos en un terreno distorsionado por la disonancia histórico-cultural que he tratado de describir y que afecta a la definición misma de democracia, en un contexto que incita tener debates chillones, difícilmente vamos a salir del embrollo.
En resumen, para salir de la situación política en que estamos atrapados (a nivel parlamentario y mediático), pienso que, en vez de criticar a los políticos en general, más que apostar por el retorno de la tecnocracia y/o del mesianismo del éxito empresarial, debemos proponernos cambiar de cultura política. Debemos cerrar los noventa y ampliar nuestra imaginación democrática para hacernos cargo del presente. Si comenzamos desde ya a modificar una cultura política que está sustentando situaciones como las que hemos visto en el Congreso y en las recientes manifestaciones de Vox, quizá salgamos de la crisis con la expectativa de debates más razonables a medio y largo plazo. Dada la gravedad social y sanitaria de la pandemia, los vamos a necesitar. Y además, en un contexto así, las posiciones progresistas tienen mucho más que ganar.
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Eduardo Maura es profesor de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española.
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a-a-p-i-e · 8 years
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Pre-embarque al fin del mundo
Presentamos el envío de AAPIE al Festival internacional de publicaciones de São Paulo Feira Plana "Fim do Mundo" 2017. Publicaciones para ver, feria en la cual comprar, instalaciones para arribar y barra para beber y comer.
[Todo lo recaudado nos acerca una milla más a São Paulo]
Presentación: Fuerza y Posibilidad #4 Micro recitales: Patio · Angry Sussy
Sábado 17 de diciembre De 18 a 23 horas Av. de la Libertad 1080 [entre San Luis y San Juan]. Rosario.
¡Seguinos y mirá las fotos del evento acá!
Editoriales, editores y autores que acompañan:
Juan Hernández Éditions du cochon Estefanía Clotti Estrella Merga Fede Gloriani Feli Pablo Festival Furioso de Dibujo Foto Crazy Foto Loca Fuerza y posibilidad Gula Editorial La Magdalena de hoy Lucio V. Ediciones Matías Sarlo Majo Badra Nahuel Fretes Posteo
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rocktails · 4 years
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PORTADA DE MAYO: ‘Chillin Mony’ de Lxs Familia x Pablo Varela
Como todos los meses, elegimos en nuestra cuenta de Instagram la portada de mayo; el arte de tapa que más nos gustó, nos llamó la atención, nos generó algo en particular, que complementó la obra musical de la mejor manera, o el criterio que cada unx elija a la hora de poner su voto en la pantalla (?). En los cruces de semifinales, 2030 de Louta le ganó a Bonus Trap de una Cazzu del futuro modelada en 3D. Del otro lado de la llave, el arte del nuevo single de Lxs Familia juntó más votos que la portada de Años Futuros, el flamante álbum de 1915.
Tuvimos la suerte de poder hacerle algunas preguntas a Pablo Varela (@ablo_v), Licenciado en Artes Multimediales y autor del cover art ganador, sobre cómo es el inicio de un proyecto así y de qué manera atraviesa su proceso creativo. Además, nos compartió lados B de la portada y nos recomendó más artistas de su ámbito.
Lxs Familia – ‘Chillin Mony’. Arte de tapa x Pablo Varela.
¿Cuál es tu punto de partida a la hora de comenzar un trabajo como éste?
A Lxs familias ya los conocía desde antes por haberles diseñado otras piezas gráficas, entonces conocía su música. Lo que hago habitualmente es hacer una escucha profunda, trato de escuchar el tema a oscuras (con los ojos cerrados) como para concentrarme un poco en la letra y la melodía y empiezo a imaginar universos estéticos que puedan convivir con la música. Después busco referencias random, no necesariamente gráficas (artes visuales, películas, fotos, etc). En general los procesos creativos son los que más disfruto, entonces me tomo un tiempo para investigar materiales, y hasta llego a revolver cajones o archivo físico que tengo de objetos, cuadernos o papeles.
¿Cómo trabajaste la portada de ‘Chillin Mony’? ¿A partir o con la ayuda de qué conceptos? ¿Hubo alguna referencia clave?
Usé collage digital de distintas partes de billetes. El concepto principal me lo dio la letra de la canción y me basé un poco en cómo sería armar un billete nuevo que no tuviera valor monetario. Por eso el collage me daba la oportunidad de generar una imagen con referencias reales a las texturas del dinero y con la indicación del 0 como muestra de su valor monetario, para darle un valor “metafórico”.
¿Hay algún boceto, idea descartada u opción B que no haya quedado que nos puedas compartir?
Otras de las ideas que trabaje a la par era más neutra, sin tanta referencia simbólica sino solo una puesta tipográfica más sobria.
Además de esta portada, ¿cuáles de tus últimos trabajos disfrutaste hacer y estás contento con el resultado final?
Por mi formación, que está más orientada a las artes multimediales, hace algunos años que me dedico más a la realización audiovisual. Puedo destacar como especialmente gratificante el trabajo con animación cuadro a cuadro. El stop motion con objetos y la animación digital de fotos e ilustraciones la empecé a aplicar y trasladar a distintos dispositivos de visualización en espacios fuera de la pantalla, ya sea a través del vjing, del mapping o las proyecciones no planas. Esto me acercó mucho a la performance y al desarrollo de escenografías virtuales para obras de teatro o puestas escénicas. Uno de las últimas cosas que más disfruté hacer es un proyecto personal con dos amigos músicos y artistas multimediales que es una performance multimedia en un espacio intervenido llamada “los muertos somos nosotros”, obra que fuimos desarrollando y presentando en distintos festivales de artes electrónicas (como fase, festival Fauna y Noviembre Electrónico).
¿Qué otrxs diseñadorxs de portadas te interesan?
Como no vengo específicamente del mundo del diseño gráfico mi acercamiento al diseño viene quizás desde otras disciplinas artísticas. Siempre me atrajeron las historias de artistas que diseñan ciertas portadas que luego fueron icónicas, como por ejemplo las de Andy Warhol para The Velvet Underground, The Rollings Stones o Blondie. En el caso del collage podría nombrar como inspiración las aperturas de collage animado de los Monty Phyton realizadas por el mismo Terry Gilliam o un artista japonés que descubrí hace poco llamado Hoji Tsuchiya que hace unas animaciones bestiales.
También quiero nombrar especialmente a mi amigo/diseñador Daniel Bouix que hace cosas que me inspiran y en el cual confío y consulto habitualmente para éste y otros trabajos.
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latikobe · 7 years
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A Mella lo quitaron por feo
Luis Manuel Otero Alcántara, en su performance ¿Dónde está Mella? (Foto del autor)
LA HABANA, Cuba.- Según lo que se afirma en el artículo publicado en la edición dominical del periódico Juventud Rebelde, a propósito de la pregunta “¿Dónde está Mella?”, lanzada por el artista Luis Manuel Otero Alcántara en su más reciente performance, el busto de Julio Antonio Mella fue retirado del actual Gran Hotel Manzana de Gómez porque “era, desde lo artístico, una mala pieza”.
No ha sorprendido demasiado la respuesta oficialista en un contexto donde los cuestionamientos que provienen de actitudes disidentes u opositoras, y que ponen al descubierto la incoherencia discursiva del actual proyecto socio-económico cubano, suelen recibir ese tipo de justificaciones que causan más risa que enojo.
Ha sido una respuesta similar, en cuanto a los niveles de absurdo y desfachatez, a aquella que ofreció la prensa financiada por el gobierno cubano cuando se le pidió que fabricara una respuesta a la pregunta sobre la contratación de obreros de la India y Pakistán para la terminación de ese mismo hotel que no ha dejado de ser foco de polémicas.
Para muchos, el Gran Manzana de Gómez, propiedad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y administrado por una de las más lujosas cadenas hoteleras de Europa, es el ejemplo del camino por donde ha comenzado a enrumbar esa revolución que prometió convertir los cuarteles en escuelas y que ha terminado transformando estas últimas en regios monumentos al glamour y al modo de vida capitalista.
Tanto es así que el viejo y disciplinado columnista de Juventud Rebelde apela a un argumento estético para intentar zanjar la cuestión, sin embargo, en su malaventurado esfuerzo activa otras polémicas y deja sin respuestas un cúmulo de preguntas que durante décadas han gravitado sobre las cabezas de los cubanos.
Por ejemplo, si el busto de Mella, colocado en el cruce de galerías de la Manzana de Gómez, por el interés de estudiantes y profesores de las escuelas que ocuparon el inmueble hasta hace solo unos años, fue retirado por “feo”, entonces, ¿se pudiera esperar una acción similar contra todas esas fotos de los principales dirigentes, murales sindicales, pancartas partidistas, estatuas y bustos horribles que colman nuestros entornos pero que, según el propio discurso oficial, no son colocados en los espacios públicos por decreto sino por voluntad popular?
¿Habría de esperarse una arremetida contra esos millones de bustos de Martí, Maceo y demás próceres de la independencia cubana mal esculpidos, que hoy permanecen desatendidos o emplazados en los lugares más inapropiados, en edificaciones que para nada, como diría el cronista dominical de Juventud Rebelde, están ligadas a sus vidas o a su trayectoria política?
También valdría hacernos la pregunta sobre aquello que pesa más en la balanza  ideológica de ese socialismo que sueña con fortalecerse a costa de una bacanal de inversiones foráneas que, dada la oportunidad, no descarta solicitudes de créditos millonarios al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional.
Al parecer, la opulencia de Armani, Zara, Mango, Chanel, según lo que se infiere de lo sucedido en el Manzana, ha terminado por imponerse al otrora “potencial ideológico” de un proyecto social que parece empeñado en simular una indiscutible derrota.
¿Lo feo y lo pobre, el espontáneo espíritu popular y sus tradiciones han de terminar relegados frente al avance de esa nueva mentalidad que va colocando precios en moneda dura, dicen que en virtud de una sociedad futura donde la única igualdad será la del ciudadano de a pie contemplando su imagen frente al espejo o la vidriera de una tienda recaudadora de divisas?
El Mercado de Cuatro Caminos, la plaza de los pobres, en pocos meses será transformada en un espléndido centro comercial.
Miles de cuarterías que son ruido intolerable en el concierto turístico de Cuba pasarán a ser hoteles de altos estándares mientras que algunos de sus pobres, hambrientos y mal vestidos inquilinos tal vez, con algo de suerte, serán reubicados en esos espantosos edificios del plan de preuniversitarios en el campo, ahora rehabilitados como viviendas, igual de espantosas.
Y como colofón de esa vorágine de cambios, al Capitolio, tan capitalista y tan semejante al de Washington,  regresará una Asamblea Nacional para rodearse no de solares insalubres y centros escolares y mercados donde prolifera la chusma creada por la política “antiburguesa” de tantos años sino de esa gente bien vestida y perfumada que, desde las cálidas aguas de la piscina del Manzana o del Saratoga,  para nada preguntará por el destino de una fea estatua.
Luis Manuel Otero Alcántara, el artista que lanzó una sencilla pregunta, la de cualquier vecino del lugar, dice no sentirse respondido, a pesar de que el periódico del domingo fue, sin dudas, un intento por declarar “sin lugar” un gesto tan problemático.
“Ese busto más que ser lindo o ser feo, representaba un héroe, y a los héroes cada cual lo representa como quiera. (…) Fue puesto allí por voluntad popular y solo la voluntad popular podía removerlo. La respuesta es tonta, ingenua, risible”, opinó Otero Alcántara.
Sin embargo, nadie, teniendo en cuenta el voluntarismo de los funcionarios y dirigentes estatales y la falta de consulta popular tanto para retirar una estatua como para contratar mano de obra foránea, estará en desacuerdo con el verso de Pablo de la Torriente Brau acuñado en la primera plana del Juventud Rebelde de este 7 de mayo: “No hay freno posible a la voluntad que crea”, por supuesto que no, mucho menos si trata de la voluntad de los empresarios cubanos y extranjeros que construyeron y administrarán el hotel Manzana. Para ellos no hay freno posible.
A Mella lo quitaron por feo
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