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#CREMA DE MANOS DE FLOR DE CEREZO
seofacescr · 1 year
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Loccitane Crema De Manos De Flor De Cerezo
Suaviza y protege las manos con la versión Flor de Cerezo de nuestro best-seller internacional. La fórmula ligeramente texturizada no es grasa y contiene manteca de karité, que ayuda a suavizar e hidratar la piel. Enriquecido con un extracto de cereza de la región de Luberon de Provenza, deja la piel delicadamente perfumada. "Es porque las flores de cerezo vuelan en la primera brisa de la primavera que son tan raras y preciosas" - Olivier Baussan, fundador de L’OCCITANE. Continuar leyendo por favor visítenos en:-https://cr.faces.com/crema-de-manos-de-flor-de-cerezo-bloc00751/p
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bodyboxspain · 3 years
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#Unboxing by @notasconestilo ❤️
¡Este mes Bodybox tiene el doble de productos! 👏🏻 ⭐️ Pues sí, en la caja de abril encontrareis más belleza y algunos nuevos descubrimientos. ⭐️ Esta caja está llena de color, positividad, texturas muy ligeras, aromas primaverales y energía bonita. ⭐️ ¡Os cuento lo que trae mi caja! ¿No os parece un autoregalo genial?👇🏻
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• @lubets_es Mix Pack. Lubricantes íntimos con ingredientes naturales. ❤️
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elarchivodeariel · 3 years
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HELADOS FOSFORESCENTES CON VAMPIRITOS
-La gata se está lavando la cara- dijo mi hija justo antes de salir.
Miré a Kitty, que nos miraba mientras se pasaba su patita por la cara. Nos miraba con desprecio, como cada vez que la dejábamos sóla. Pero sus ojos verdes, esta vez, me hicieron presentir algo feo.
-¡No pasa nada!-respondí, a pesar de mis sensaciones, con tono entusiasta-. El cielo está lindísimo. Hoy no va a llover.
Mi marido me miró sin comprender. Claro... Él desconocía la creencia que dice que cuando un gatito se lava la cara está prediciendo lluvias. Cerramos la puerta y salimos los tres rumbo a estación Constitución.
El viaje hasta la zona sur de Capital Federal, desde Devoto, en transporte público era largo. Pero la mañana de febrero estaba preciosa: soleada, pero agradablemente fresca. Mi hija se entretenía con un cuentito, y mi marido, increíblemente, había aceptado un viaje extenso. No le gustaba dejar la casa por mucho tiempo. Pero se acercaba el fin del verano y la visita a La República de los Niños estaba prometida.
Tomamos un colectivo frente al flamante vivero del barrio, llamado "Flor de Cerezo", y empezó la travesía. Ya en Constitución, y con los boletos para el Roca en nuestro poder, nos dispusimos a esperar la salida del tren hacia La Plata. Eran las 10 de la mañana, y pensamos en tomar otro desayuno en un bar de la terminal. Luego, como nos quedaba un poco más de tiempo libre, recorrimos la estación y encontramos una balanzas que, no sólo te daban información sobre tu peso, también te ofrecían en una tarjetita de cartón algún oráculo de la suerte. Nos pareció una tontería divertida al módico costo de pocas monedas. La que se pesó fue mi hija, que con casi 7 años leía perfectamente, y eso sirvió para entretenerla un rato más.
Llegó el momento de subir al tren. Nos ubicamos en tres asientos. Mi hija a mi lado, pegada a la ventanilla, como siempre, y mi marido frente a ella, medio molesto porque por una hora y media más no iba a poder fumar. Cuando el tren finalmente salió del andén, dejando atrás las enormes bóvedas de la terminal, y vimos el sol, nuevamente mi hija observó:
-Ma, está lloviendo...-.
Unas grandes gotas caían bañadas por un potente sol. No pude evitar recordar la mirada de "vieja hada traicionada" de nuestra gata Kitty, lavándose la cara. Y otra vez me sentí mal.
-Es una lluvia de verano ¡Va a parar en seguida!- exclamé, con tono optimista.
Por suerte no me equivoqué. La lluvia paró muy pronto, y el viaje a La Plata fue placentero. Ya en la capital de la Provincia de Buenos Aires, nos tomamos un taxi hasta La República de Los Niños, que nos recibió con un arco de bienvenida, y tres ¡ENOOOOORMES! nubes de mosquitos, que nos envolvieron.
Por supuesto, los mosquitos siempre prefieren la sangre joven. Entonces se prepararon para un festín cuyo plato principal era la sangre de mi hija. Gracias a Dios habíamos llevado OFF, así que la rocié con abundante repelente, y seguimos adelante.
La arquitectura de cuento de hadas que había inspirado a Disney para fundar Disneylandia, seguía siendo encantadora. No la había visitado en tiempos de Perón, pero la conocía, como todos los argentinos, a través de los medios de comunicación. Sin embargo, todo estaba como deslucido, medio abandonado. Poco personal de servicio, sin puestos para comer, poca ayuda para el visitante. El único lugar que vendía algo comestible, una heladería Tucán, estaba a reventar. ¡Llena de gente! Mi hija, siempre paciente, aguardó su helado de chocolate y vainilla haciendo la cola de mi mano, y leyendo su librito.
-¿Por qué los helados Tucán parecen fosforecentes?- preguntaba mi marido mirando las cremas de frutilla, crema del cielo, naranja y pistacho, mientras manoteaba al aire, cazando mosquitos.
Coincidí con él. Ese color flúo de las cremas me daba desconfianza. No me gustaba esa heladería. Pero era la única que había, así que no teníamos opción. Sólo elegir cremas menos "shocking" para comer.
Ya terminado el helado fosforescente, empezamos a recorrer la República de los Niños, que estaba abandonada, a la buena de Dios. Como la República Argentina. Nadie te indicaba nada, no teníamos ni idea de a dónde se podía ingresar, y cuando ingresabas, había poco y nada para ver.
No era raro. Ese lugar había sido creado como un proyecto para educar a los niños en la civilidad. Tenía un parlamento, que debía ser integrado por niños, para que ellos debatieran temas y realizaran proyectos de ley, por ejemplo... Era febrero de 1983, y el Congreso de la Nación estaba cerrado. ¿Por qué me extrañaba que allí tampoco funcionara? De hecho, había recuperado su nombre hacía muy poco. Durante los últimos años, recordé de pronto, todos la llamaban La Ciudad de los Niños. Claro... Vivíamos en el País Jardín de Infantes.
En medio de esa anarquía de indicaciones, volvió a llover. Un edificio de estilo oriental, de aspecto turco, nos refugió. Allí nos encontramos con una exposición de muñecas antiguas. Pero a mi hija le interesaba más la arquitectura del edificio en sí. Cualquier niña, de cualquier edad, (y cualquier mujer, voy a ser sincera) allí se sentiría como una princesa oriental. Verla caminar por las galerías de aspecto bizantino era divino, porque imaginaba que ella estaba, en ese momento, en medio de uno de los cuento de Scherezade.
La lluvia, de nuevo, duró poco. Salimos a caminar por las pequeñas avenidas, y seguimos hasta a encontrar una estatua ecuestre del General San Martín. Hermoso fue ver al Padre de la Patria en medio de un escenario creado para la infancia, resistiendo a la desidia imperante.
El pasto de afuera de la "zona urbana" de la República estaba muy crecido. Crecido hasta el punto en que no es exagerado decir que el pasto era un pajonal. Detrás del pajonal estaban los juegos de plaza. Pero, entre que había llovido hacía sólo un rato y que recordábamos la amenaza fantasma que el pasto ocultaba (las nubes de vampiritos llamados mosquitos), y que estaba cayendo el sol, decidimos que era hora de regresar. Taxi hasta el centro de La Plata y, desde allí, tren a Buenos Aires.
-¡Un día tendríamos que venir todo un fin de semana a pasarlo en La Plata!- exclamé- Es una ciudad preciosa.
Supe que a mi marido la idea no le gustó mucho, y no me extrañó. Pensé en Kitty, en las lluvias y mosquitos intermitentes, y supe que ella me hubiera mirado mal ante esa idea. Sonreí, porque ya estabamos volviendo y la lluvia no fue tan adversa, deapués de todo.
Una cosa es dejar Buenos Aires y otra, volver a ella, desde un destino que mucho no conocés, en plena hora pico. ¡Se viaja bien distinto! Y si no sabés viajar... te guiás por las recomendaciones de desconocidos.
Subimos al tren y, esta vez, conseguir asiento no fue tan fácil. Mi marido fue de pié por un buen rato, y mi hija sobre mis piernas sin poder mirar por las ventanillas, hasta que llegamos a Villa Elisa. Allí el tren se detuvo, en medio de la nada, y muchas personas bajaron.
En nuestro vagón, las únicas mujeres que quedamos éramos mi hija y yo. Las caras de los pasajeros eran, verdaderamente, intimidantes. Nos miraban, calculadores, a los tres. El silencio, era opresivo.
Cuando todos los que abandonaron el vagón ya no se veían cerca del tren, y el tren no arrancaba y no entendíamos porqué, uno de esos tipos amedrentadores nos preguntó:
-¿Ustedes van para Constitución?
-Sí -respondió mi marido, que no se enteraba de mi pánico creciente y del nerviosismo que también tenía nuestra hija- ¿Por qué?
-Porque este tren ahora pega la vuelta para La Plata. Se tienen que bajar acá y tomar el que viene después- le respondió con una sonrisa extraña.
Hacía rato que el tren estaba detenido, así que, a pesar de que íbamos a bajarnos en pleno pajonal mojado, abandonado, a eso de las seis y media de la tarde, la idea de volver a La Plata a esa hora era peor.
Bajamos a toda velocidad. A la nada, con una pared de juncos verdes de más de metro y medio de altura de frente.
Tomé a mi hija de la cintura desde los escalones del tren y, en ese momento, una señora desde otro vagón me pregunta:
-Señora, ¿ustedes van a Buenos Aires?
-Sí - le respondí depositando a mi hija en el suelo, nerviosa- ¿Por qué?
-¡Suba, señora!- dijo la mujer, al mismo tiempo que el guarda tocaba el silbato llamando a abordar- ¡Este tren va a Buenos Aires y hasta mañana no hay otro, porque hubo un accidente en la formación que le sigue!
Con desesperación volví a cargar a mi hija en el tren, que empezaba a moverse, me trepé yo a toda velocidad y mi marido subió detrás, cargando los bolsos.
Esos segundos en Villa Elisa fueron aterradores. La posibilidad de pasar allí la noche, bajo lluvias de verano, sin comida y sin saber a dónde ir, rodeados de mosquitos y de la nada era digna de un relato de terror... Que mi hija quedara sóla sobre el tren y sus padres abajo... Que quedara abajo sólo mi marido y nosotras solas con esos pasajeros bromistas... Que diéramos mal un paso y que el tren nos arrollara... Todo hizo que en esos 5 segundos sintiera el mayor pánico de toda mi vida.
De nuevo en el tren, fuimos a otro vagón. Las caras no eran amables, pero estaban un poco mejor. Llovía otra vez, ya sin sol, y llegamos a Constitución.
-Mirá, Mamá -dijo mi hija, señalándome un cartel.
Mi marido y yo miramos al mismo tiempo donde señalaba el índice derecho de la nena, y no pudimos no reír.
-Pero ¿todavía no llegamos, no?- nos preguntó.
-No, querida, falta un rato largo todavía para estar en casa- le respondí, más extenuada que ella.
-¡Mirá que venir a encontrar otro vivero de morondanga tan lejos que se venga a llamar igual!- seguía sorprendido mi marido, mirando el cartel que nos había indicado la nena- ¿No te parece raro? ¿Vos ves tanta gente comprando plantas como para poner viveros de semejante tamaño por todos lados?
Pensé que sí. Que era raro. Pero ya no quería pensar más. Había vivido muchas películas de terror en ese tren, películas que mi marido no vio. El viaje a Devoto me relajó mentalmente. Pero estaba cansada. Cuando llegamos a casa vimos que, allí, no había llovido.
Kitty me miró, raramente, desde su almohadón.
Flavia Vecellio Reane.
Mayo 25, 2017. 9y30 AM
@FlaVecellio
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anamarivega · 4 years
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Ya me ha llegado el pack de @kneipp_spain #kneippWithLove muchas gracias. Me ha encantado, el neceser es ideal para mi bolso, el balsamo con aceite de semillas de saúco y manteca de karité me viene muy bien para los labios que los tengo muy secos. La crema de manos con aceite de almendras, flor de cerezo y aroma floral, para manos muy secas cómo las mías, muchas gracias!!! @kneipp_es https://www.instagram.com/p/CL90MT8rshQ/?igshid=1kawvm0z67j6
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