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#Fon de Portago
ccridersworld · 5 months
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Fon de Portago
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gaubea · 5 years
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ghostoriessoc · 5 years
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#006. No tengo tiempo que perder.
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En el año 1957, el piloto de carreras Alfonso Cabeza de Vaca, Marqués de Portago –mejor conocido en el mundo del automovilismo como Fon de Portago– se enfrentaría a la pregunta definitiva, surgida durante una entrevista por demás casual:
¿Por qué compites?
«Porque quiero ser campeón del mundo. Creo que la vida es algo maravilloso y aun si llegase a vivir cien años, no me alcanzarían ni para hacer la quinta parte de todas las cosas que quiero hacer, tampoco llegaría a leer todos los libros que quiero leer. Planeo sacarle el mayor provecho a mi vida, pero no tengo tiempo que perder.»
A los 28 años, Portago ya era perfecto. Español criado en Inglaterra, de familia noble y complexión de tallado griego. Descendiente directo de Álvar Núñez Cabeza de Vaca: el descubridor de la Florida, el primer europeo en las cataratas de Iguazú y un explorador recurrente del río Paraguay. En 1542, Álvar escribió un libro de viajes sobre la expedición de pesadilla que Pánfilo de Narváez comandó en Florida y optó por darle un título pulcro, honesto y sin rodeos: “Naufragios y Comentarios”.
Casi puedo escuchar al propio Fon reflexionando sobre aquel título: Naufragios y comentarios. A eso se resume todo, ¿no es cierto?
Cumplí 28 años hace unos meses y, haciendo cuentas, he pasado 16 de esos años escribiendo. No obstante, como es natural en el flujo del trabajo creativo, son varios los momentos en los que mi cabeza se atasca en tramos irregulares de sequía. Pese a los muchos, frustrantes intentos previos a la realización de este ensayo, no había sido capaz de escribir algo durante meses y me he puesto a pensar que la frase de Hemingway en ‘Death in the Afternoon’ que dice: “…la evasión de la muerte es reemplazada por la evasión de la derrota”, también es verdadera viceversa. Después de un par de vueltas; de un par de años, se vuelve lógico que la lucha por la victoria terrenal pasa a segundo plano cuando uno empieza a concentrarse en el inútil propósito de evadir a la muerte.
«Todo piloto cree que no puede pasarle a él. Yo sé que no va a pasarme a mí. En el fondo, yo sé que no va a pasarme a mí.»
Por distintos padecimientos no graves pero sí complejos, mi estado físico no es óptimo. Me acechan los eventos aislados de pánico y de vez en cuando me asaltan dolores a los que denomino “de pisa y corre”; algunas mañanas se ven más pálidas que otras, pero estoy aquí ahora y hago lo que está en mis manos para seguir estando. No hablo ni escribo mucho al respecto porque no quiero hacerlo, pero lo pienso. Es hasta ahora que comprendo con total seriedad que, sin aviso previo, uno se despierta un martes con la conciencia de que es un martes restado al enigmático, indescifrable número de días martes que le quedan por vivir. Imagino que ese pensamiento redundante es, en ocasiones, el que me hace difícil el trabajo; pasa que no quiero sentarme a escribir palabras definitivas que me estallen en la cara porque, como todos sabemos, las verdades estallan de frente sin importar si estás preparado para enfrentarlas o no – aunque, siendo honesta, también sé que no existe preparación alguna para lo que sea que las palabras traigan.
La escritura, alejándonos de la noción exagerada del artista torturado, es un oficio que las cobra con intereses. Encontrar la combinación justa y rítmica de palabras que, por su significado en el idioma manejado por quien escribe, formen un conjunto que describa una idea, imagen, sensación o concepto con la mayor exactitud posible, es el tecnicismo que separa a los buenos escritores de los grandes escritores. El núcleo de dicho tecnicismo recae en la palabra “exactitud”: uno consume más libros que agua con tal de aprender lo que otros saben sobre la exactitud; uno va de viaje a sitios de los cuales no sabe nada, provoca peleas y se besa con quien no debería en lugares que apenas y existen, todo en pro de encontrarse con la exactitud; uno satura o embrutece sus propios sentidos con la misión de acercarse tanto como pueda a la exactitud. Finalmente, quien escribe debe –o debería, en cualquier caso– estar dispuesto a enfrentar sus propias verdades sin tapujos y practicar la exactitud en sí mismo si es que pretende escribir en serio. Es posible que todo aquello se vuelva riesgoso para la integridad, embriagante para el ego y emocionante para el espíritu a medida que uno avanza y se clava más en el oficio. Desde donde estoy parada, escribir se parece mucho a un deporte de alto riesgo en el que la recompensa se vuelve más grande que el miedo a morir; un deporte en el cual uno se vuelve inútil e imprudente cuando empieza a pensar en lo que podría perder si sigue apostándolo todo siempre y que, cruelmente, no soltará sus mejores frutos a menos de que, quien escribe, esté en la disposición de apostar todo lo que es, siempre.
«Cualquiera – sin importar qué tan acaudalado sea – que conduzca un auto, aspira a convertirse en un piloto profesional. Todo lo que debes hacer es respetar el vehículo…»
La juventud de Fon empató con la época dorada de los Gentlemen Drivers. Estos “Pilotos Caballeros”, todos con linaje de abolengo, dinero antiguo y modales de primera, comenzaban a competir en carreras de aficionados con vehículos de lujo comprados por ellos mismos. De tener el talento y las agallas, los acaudalados pilotos podían escalar hasta los circuitos de competencia profesional por conductos mucho más directos que los actuales. En el año 1954, todavía como amateur, Fon condujo su propio Ferrari en el legendario circuito alemán de montaña, el Nürburgring, cuya descripción precisa viene encapsulada en el sobrenombre con el que Sir Jackie Stewart lo rebautizaría unos años después: El Infierno Verde. Portago sufrió un accidente que dejó al coche desperdigado sobre el asfalto pero que, con vasta fortuna, le permitió a su piloto salir del circuito, si no ileso, al menos por su propio pie. Dejando la suerte de lado, el incidente terminaría protagonizando un embarazoso episodio a posteriori.
En 1955, poco menos de un año después de su accidente en el Nürburgring, Portago le escribió a Enzo Ferrari para solicitarle un puesto como piloto oficial de su Scuderia en la recién fundada Fórmula Uno. El mito cuenta que el señor Ferrari, con el tacto tan distintivo que la historia del automovilismo profesional le conoce bien, le respondió a Portago enviándole un sobre en el que puso la fotografía de su Ferrari hecho pedazos en el Nürburgring y una nota en la que se leía: “¿Para esto quieres que te contrate, para que puedas hacer lo mismo con mis autos?”. La humillación hacia Fon se torna caprichosa si contemplamos que, al año siguiente, el señor Ferrari accedió a darle a Portago un asiento en su Scuderia al lado de otros cuatro auténticos gentlemen drivers – los últimos, quizás, de toda la historia.
«Podía hacer cualquier cosa, Portago. Cualquier cosa peligrosa.» (Sheila Montague-Brown)
Algunos historiadores de Fórmula Uno han mencionado que, muy a pesar de las reservas iniciales del señor Ferrari para contratarlo, Portago fue un piloto perfecto para la Scuderia y el modelo a seguir para muchos de los que vendrían después: innegablemente apuesto, ofensivamente bien educado, estúpidamente rico y provocativamente arriesgado; un playboy con hambre de más vida. Su lista de amantes incluyó nombres de mujeres famosas y muy hermosas de la época. Dorian Leigh, una de las primeras modelos de fama internacional en la historia, tuvo un hijo con Portago fuera de los respectivos matrimonios de ambos. Veinte años después, ese hijo saltaría de una ventana.
Naufragios y comentarios. A eso se resume todo, ¿no es cierto?
Es por los intentos fallidos que uno sigue escribiendo. Estás frente al texto tímido y moribundo que vale el arriesgue porque asoma sus ganas de pelear y, para salvarlo del ahogo, hay que recurrir al beso aquel; al recuerdo borroso de ciertas paredes o de ciertos gestos que no supiste interpretar en su momento y que, de letra en letra, van cobrando el sentido del universo entero en sí mismos. La verdad sale a flote entre parpadeos y con las vueltas, los choques, las muertes y los años, vas volviéndote mejor en lo que sea que signifique el decir las cosas; más claro, más intenso, con menos palabras al azar. Le agarras confianza a los neumáticos y las curvas del camino se programan en tu memoria muscular; metes el freno cada vez más tarde y pisas el acelerador mucho más a fondo. En consecuencia física, la intensidad de la rodada va desgastando las llantas. Uno desgasta el presente cuando revive el pasado en repetición con tal de plasmarlo a detalle y ese detalle termina por desgastar, irremediablemente, la memoria misma que describe. La cruel paradoja. De repente parece que todos los tiempos verbales de tu vida se quedaron embarrados en la pista. Sea como sea, con todo lo que implica, uno se juega el balance de lo que siente y lo que es porque, en el fondo, a todos nos encantaría ser el campeón del mundo. Buscamos acortar las distancias con los punteros porque queremos ser grandes escritores, no sólo buenos; nos jugamos la transparencia porque queremos ser escritores brutales; escritores trascendentales. Si nos enfocamos exclusivamente en el lado de la meta y nada más que la meta, este campeonato vale lo que cuesta y puede costar cualquier cosa. El asunto es que nunca se trata de un solo lado. Los navíos naufragan porque hacen agua de muchos, muchos lados.
«Cualquiera – sin importar qué tan acaudalado sea – que conduzca un auto, aspira a convertirse en un piloto profesional. Todo lo que debes hacer es respetar el vehículo. Yo le tengo enorme respeto al Ferrari de Gran Premio y soy consciente de que, si lo trato mal, puede matarme muy fácilmente.»
Hay que tratar a la palabra con respeto porque, a lo largo de la historia, ha probado ser letal si se le dobla más de lo que soporta. La palabra inapropiada mata carreras; la palabra intempestiva mata relaciones y la palabra inconclusa mata credibilidades. La palabra, en el más oscuro de sus sentidos, también mata personas. De ahí que, al abordar las palabras, uno debería hacerlo en plena conciencia de lo que implican y de lo que cuestan, tanto para quien las recibe como para quien las emite. Podrá parecer exagerado para algunos, pero eventos diarios como los accidentes automovilísticos también lo son y, como sea, ocurren.
«La cuestión es que, si bien un piloto debería tener confianza en sus propias habilidades, no tendría por qué ser tan ingenuo como para pensar que no puede pasarle a él. Si tomas la salida de una curva y encuentras aceite regado en el circuito, puedes perder el control del vehículo. Necesitas reconocer que existen factores ajenos a tus capacidades y tenías que aceptarlo o, de lo contrario, no te involucrabas en las carreras de autos.» (Tony Brooks; ex-piloto F1)
El 12 de mayo de 1957, Fon de Portago corrió su propio Ferrari 335 S en la Mille Miglia de Italia junto a un periodista y amigo suyo que fungió como su navegador ese día, un estadounidense de nombre Edmund Nelson. Se dice que Portago tenía sus reservas para correr la carrera por considerarla demasiado peligrosa incluso para alguien tan arrojado como él, pero que el señor Ferrari aplacó tales reservas a base de presión. En efecto, la Mille Miglia era una de las carreras más famosas en aquel entonces y es recordada como una de las más riesgosas de la historia: mil millas por las calles comunes y corrientes de Italia; cientos de espectadores maravillados a centímetros de los autos que pasaban a toda velocidad, dejándoles el rastro de aire y polvo como atmósfera para el recuerdo.
Portago avanzaba en una cómoda tercera posición en la carrera. Por la mitad de esta, se detiene en su garage y su tanque de combustible es recargado. Uno de los mecánicos de Ferrari nota que la parte delantera de su vehículo está dañada, lo que provoca que una pieza de metal descanse peligrosamente cerca del neumático delantero derecho del automóvil. El mecánico sugiere un cambio de neumáticos que Fon rechaza por considerarlo una operación demasiado tardada. Pese a no querer pasar más tiempo detenido, el piloto encontró la oportunidad de hacer una cosa ajena a la carrera en esa misma detención. Por aquel entonces, Fon sostenía un romance con una actriz norteamericana llamada Linda Christian, quien estaba presente en la zona del garage de Ferrari al momento de la parada descrita y, en una escena propia de película, Portago se alejó lentamente del puesto de sus mecánicos para encontrarse con Christian y besarla segundos antes de su reingreso a la carrera. Las cámaras internacionales captaron el instante.
En una de las últimas vueltas de la Mille Miglia, el auto de Portago alcanzó los 240 kilómetros por hora justo antes de salir disparado por los aires debido al súbito estallido del neumático delantero derecho. Ambos pasajeros del vehículo fueron expulsados del mismo y murieron instantáneamente al contacto con el piso. Pedazos del Ferrari 335 S también cobraron víctimas entre los espectadores, matando a cuatro adultos y a cinco niños.
Tras protestas públicas y demandas en cortes judiciales, se levantó una prohibición a la celebración de la Mille Miglia en Italia. El que alguna vez fue el circuito callejero más famoso del mundo, no ha vuelto a ser corrido en competencia oficial desde entonces.
Importando poco la certeza que tuvo de que aquello no le pasaría, el perfecto Fon de Portago murió a los 28 años en la tercera y última ocasión en la que un auto de carreras trató de matarlo.
«Él murió en la búsqueda de una profesión a la cual dio todo su tiempo y energía, y un gran espíritu competitivo que lo hizo ser quien fue. Que muriera en el marco de una magnífica carrera en el automovilismo es una gran pérdida para el deporte y para el mundo de gente que aún retiene una onza de romance en ellos [los pilotos]. Por la naturaleza propia de sus vidas, las personas como Portago no mueren en sus camas; sus banderas seguirán ondeando en los muchos campos competitivos en los que disfrutaron sus mayores triunfos, hasta el final.» (Locutor no identificado, 1957)
Cuando inició la década de los sesentas, Portago y el resto de los gentlemen drivers que formaron parte de la gloriosa Scuderia Ferrari del ‘56, habían muerto en accidentes automovilísticos. Ninguno llegó a cumplir 35 años. Es abrumador pensar en los súbitos finales que la vida puede tener; en lo mucho o poco que uno hace con los minutos disponibles y en las decisiones o renuncias que se cristalizan conforme esos minutos transcurren, pero me queda un consuelo. Portago no logró conseguir un campeonato y estoy segura de que no llegó a leer gran parte de los libros en su estante, pero yo sé quién fue. Estoy aquí, respirando a 63 años de su fallecimiento y a más de 10,000 kilómetros de distancia del lugar donde él respiró por última vez y lo recuerdo; lo conozco. Por mucho que me pese decirlo, puede que Enzo Ferrari tuviese razón cuando dijo, en más de una forma, que el verdadero premio por correr la incansable carrera por la victoria es la inmortalidad. 
Este texto es el resultado de la mezcla entre la pasión y la desesperación. Me obligué a escribirlo en más de un sentido porque sé que el miedo y la incertidumbre son factores paralizantes que detonan en el instante crucial de la carrera y este es, sin lugar a dudas, tanto para mí como para la historia, un instante crucial. Es cierto que estoy pensando en el miedo; que tengo que enfrentar situaciones que escapan por completo de mis manos y que necesito soltar cosas que no quiero soltar, pero también es cierto que no quiero abandonar la carrera por la trascendencia. No puedo, sencillamente no puedo. Inexplicablemente, no soy capaz. Reconozco que me duele correrla, pero también acepto que no soy capaz de dejarla. La escritura, la competencia, la vida. Escribo porque quiero ser campeón del mundo. Encuentro placer en la vida diaria y trabajo desde la misma, poniendo el sufrimiento y buscando la sanación en el impulso de dejar que, a partir de mi poca experiencia en el área de la existencia, me broten las palabras. Dicho eso, Fon, quiero que sepas que me quedé muy lejos de alcanzar la perfección a los 28, pero te entiendo. Te entiendo porque, de haber estado en tu lugar y pese a todo lo que temo, también habría elegido dar el beso antes que cambiar los neumáticos. No Tengo Tiempo Que Perder, de Laura C. Rosales. Ensayo redactado el 18 de junio de 2019. A propósito de ‘Race to Immortality’, de Daryl Goodrich.
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jrgysusobjetos · 3 years
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ALFONSO CABEZA DE VACA y LEIGHTON (Marqués de Portago)
Tinta blanca y lápiz de color sobre papel negro. A4. jrG
B.749
2021
531 Ferrari 335 S XXIV edición de las Mille Miglia 12-Mayo-1957
Alfonso “Fon de Portago” como se le conocía en los círculos de las carreras de sus años, era un joven noble muy dotado para los deportes y sobre todo con talento natural para conducir coches de carreras. Su sencillez intelectual, eso sí, rayaba lo básico como comentaba el periodista del ABC, Carlos Sentís, pero el año anterior a esta imagen que he bocetado ya se había presentado a las olimpiadas de invierno en Cortina D´Ampezzo en un trineo de Bobsleight.
En la edición de la XXIV Mille Miglia, en Brescia, el 12 de Mayo de 1957 a bordo de un Ferrari 335 S, acompañado por Edmund Nelson, cazadora de cuero y su casco blanco como toda protección, se encaminaba a más de 240 km/h a la meta de la carrera cuando uno de sus neumáticos estalló.
Se precipitó contra el público que se agolpaba en la cuneta, y su compañero y él junto con otros 11 espectadores fallecerían. 20 espectadores más terminarían en el hospital y esa sería la última celebración de esta carrera.
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aeroluft · 4 years
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Amazing footage of the 1957 Mille Miglia race with Alfonso “Fon” de Portago and his Ferrari 335 S number 531, just some hours before his crash in Guidizzolo (only 40km to the finish line in Brescia) when he was in 3th place behind Piero Taruffi and Wolfgang von Trips. In the accident the Marquis of Portago and Edmund Nelson (his co-pilot) died along with nine attendees (including 5 children), and marked the end of the most beautiful race in the world (as Enzo Ferrari defined the MM). Full movie at https://youtube.com/watch?v=t3xnT4z_ERI&t= . #yomequedoencasa #stayathome #restezchezvous #iorestoacasa #bleibzuhause #coronavirus . #formulaone #wotd #AEROLUFT #style #design #relojes #montres #uhren #modauomo #modahombre #orologi #vintagewatches #wristwatches #racingcars #vintagecars #uhr #classiccar #classiccars #ferrari #astonmartin #mercedesbenz #porsche #bugatti #millemiglia (en Zaragoza, Spain) https://www.instagram.com/p/CAfEjk4qyVR/?igshid=1u6tsdsoh99kw
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berenice22 · 7 years
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L'amour, L'amour
L’amour, L’amour
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DO YOU REMEMBER the Countess de Lave in Claire Booth Luce’s 1939 classic, The Women?
“L’amour, l’amour,” she exclaims while drowning herself in champagne. “That’s French for love.”
But, what is it?  L’amour, for which everything must be sacrificed. L’amour, in the name of which everything may be justified. Is it an emotion? An ineffable feeling of affection so tender that one cannot…
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d-orsi · 5 years
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Fon de Portago
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gaubea · 5 years
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gaubea · 6 years
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OSCA MT4  Alfonso de Portago
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gaubea · 6 years
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gaubea · 7 years
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“If I die tomorrow, I will have lived 28 wonderful years” . Marqués de Portago (1928-1957)
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aeroluft · 5 years
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Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, XI Marquis of Portago and Grandee of Spain, aka Fon de Portago, was a Spanish gentleman driver. A member of Scuderia Ferrari, he shared the track with Fangio, Moss or von Trips back in the early days of Formula One championship. He died in 1957 while participating in the Mille Miglia race near Mantova, and his accident (10 members of the public died along with him and his co-pilot) caused the end of this legendary race. . #formulaone #wotd #AEROLUFT #style #design #relojes #montres #uhren #modauomo #modahombre #orologi #vintagewatches #wristwatches #racingcars #vintagecars #uhr #classiccar (en Zaragoza, Spain) https://www.instagram.com/p/B8vrBNnKk-Q/?igshid=1q215nqzaoyuz
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gaubea · 6 years
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