Guerra Federal
Guerra federal boliviana: 1898-1899.
“Willka, te doy el grado de Coronel; levanta al indio; destruye al blanco del Sud.
Cuando derrotemos al Ejército Constitucional, yo seré Presidente y tú serás el Segundo Presidente de Bolivia. Y devolveremos la tierra al indio; la tierra que le ha arrebatado el Gral. Melgarejo”.
—Coronel José Manuel Pando a Zárate Willka “el temible”.
"... deseamos hallar la regeneración de...Bolivia."
"los indígenas, los blancos nos levantaremos a defender nuestra República de Bolivia..."
"...deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas, porque somos de una misma sangre e hijos de Bolivia, deben quererse como hermanos con los indianos... hago prevención a los blancos... para que guarden el respeto con los indígenas..."
—Fragmento de la Proclama de Caracollo, escrita por Pablo Zárate Willka.
Prólogo
Los vientos eran tormentosos en ese llamado “verano”.
Las nubes oscuras cubrían todo el cielo, lluvias, tormentas y granizadas agitaban los vientos de la ciudad de La Paz.
Agitada también estaba la gente.
La moral boliviana estaba por los suelos, y la gente acumuló la rabia y la impotencia. Y se notaba.
Los ciudadanos del bando liberal de Oruro y La Paz encontraron a sus culpables. Los aristócratas, el clero y los altos mandos militares; los conservadores.
Los rumores corrían.
Ellos debían ser los responsables de la derrota boliviana contra los chilenos al mostrar una incompetencia militar digna de ser llamada traición.
Ellos, quienes entraron en colusión con empresarios mineros chilenos e ingleses, todo esto encabezado por Aniceto Arce, un traidor.
Ellos fueron quienes no movilizaron las tropas bolivianas, e hicieron caso omiso de los pedidos de auxilio del Perú, quienes solicitaban que Bolivia entre de nuevo en guerra contra Chile.
Y ahora querían declarar como capital y sede de gobierno a la ciudad de Sucre.
…………………..
Julio había sanado pero aún cargaba con su cicatriz.
Luego de haber estado al cuidado de Sisa, volvió a La Paz, siendo acogido por los militares, quienes solían llevarlo a en hombros por las calles para agitar a las masas.
Lo exponían en las ropas rotas de soldado que llevaba luego de ser herido, lo maquillaban, ensuciándolo, y luego abrían su camisa para exponer obscenamente en ese espectáculo su cicatriz. Una especie de circo que servía para elevar los ánimos bélicos, y fomentar en la población que los conservadores eran los responsables de que a Julio, a la patria, le hubiesen malherido.
Vivió el hervir de la gente que clamaba por que la capital no fuese Sucre. No iban a permitir que el bastión de los conservadores se convirtiese en la sede de gobierno del país.
La capital debía ser La Paz, o al menos, Cochabamba.
1
Marchaban en silencio, pero acompañados por una llovizna que regaba el opaco paisaje. El olor a la tierra mojada inundaba los pulmones de los soldados, que temblaban por aquel frío mientras marchaban con paso cansado. Parecían frágiles hojas que podrían ser levantadas por el viento.
Julio cabalgaba al lado del coronel Pando. Un hombre corpulento, que junto a su uniforme que se empapaba cada vez más a pesar de haberse cubierto con una capa, mostraba altivez y destacaba entre la tropa. Era alto y de mirada noble, y esa nobleza se reflejaba en cada acción que realizaba.
Parecía incluso algo teatral con esa pose de caballero de alguna época pasada.
Julio se veía aún más diminuto al lado de aquella figura; aún así el coronel Pando siempre fue respetuoso con el menor. Nunca titubeaba al inclinarse ante él por lo que representaba y no lo trataba con condescendencia o lo ignoraba como muchos habían hecho. Sin embargo Julio no podía evitar sentirse más como una bandera o una estatua en medio de todo eso. Sólo podía observar y asentir mientras decisiones que le afectaban eran tomadas.
Eran un gran ejército de hombres con los uniformes azules que habían traído desde el Perú, ese improvisado ejército llevaba sólo un cañón, al que le llamaron “Walaycho”.
Esos soldados no tenían mucha experiencia; la mayoría eran civiles, estudiantes, miembros del partido liberal o simpatizantes. Muchos nunca habían disparado un arma.
Se iban a enfrentar a un ejército de verdad.
Se decía que el gobierno de Chile habría proporcionado armas a los conservadores.
El bando conservador poseía las fuerzas armadas, y el grueso de su ejército estaba aguardando entre las ciudades de Oruro y Sucre.
El ejército liberal, marchando hacia el sur, rompió el cerco que habían puesto los conservadores sobre La Paz.
“Reprimirla, someterla, cuando menos; bombardearla” habría dicho Fernández Alonso, el presidente de Bolivia, perteneciente al bando conservador, al referirse a La Paz.
Siempre, desde que se convirtió en una nación, Julio pensaba que él era nada más que una mascota. Una representación, que no iba a poder tomar una decisión sobre su pueblo o sobre sí mismo.
Ahora no era diferente. Los liberales lo usaban como un símbolo. Lo alzaban de hombros con cada manifestación, y en las calles lo saludaban, levantando sus sombreros y gritando un “¡Viva Bolivia!”.
Julio sólo sonreía melancólicamente, a veces alzaba la voz para responder con un “Viva”.
Habían salido de catástrofes, y una guerra que estancó a Bolivia. En ese proceso, habían perdido aproximadamente a un millón de personas. Y ahora estaban sumergidos en una nueva guerra.
El ánimo de los bolivianos estaba hecho trizas, sin embargo, tenían la esperanza de que al enfrentarse a los conservadores, y obtener la victoria, podrían redimir y cambiar el destino de infortunio que había vivido Bolivia hasta entonces.
En los campamentos militares, la gente brindaba por él.
Julio cabalgaba al lado del coronel, y no le quitaba la vista de encima.
Había algo curioso acerca de este hombre: José Manuel Pando.
Julio se había acostumbrado a los caudillos, y pensaba que Pando sería uno más; un militar con ansias de poder.
Pero en sus discursos, hacía arder a la gente en vítores y aplausos. Les prometía establecer una sede de gobierno definitiva, les prometía al pueblo que Bolivia entraría de nuevo en guerra contra Chile, para poder recuperar los territorios perdidos de Bolivia y de Perú.
Incluso proponía algo que a nadie se le habría ocurrido plantear; Pando prometía que le devolvería las tierras y la soberanía a los pueblos indígenas. Prometía incluso algo aún más radical: Que el próximo presidente de Bolivia, luego de su mandato, fuese un “indio”.
Pando se habría aliado con un estoico hombre de origen Aymara que tenía la capacidad de mover a las miles de comunidades de Bolivia. Su nombre era Pablo Zárate Willka, le decían “El Temible”.
La esposa de Pando, una indígena, se habría comunicado con Willka, y frente a varios jefes comuneros hizo una ofrenda a la Pachamama, demostrando la buena voluntad de los liberales y así, uniendo a las fuerzas Aymara contra los conservadores.
Más allá de aquella azul formación en gruesas columnas que formaban el ejército liberal, se encontraban varios colores avanzando sin formación alguna.
Eran Aymara, hombres y mujeres. Varios colores de ponchos y aguayos se movían con el viento.
Tenían pocas armas de fuego; la mayoría tenía a mano sus chicotes, otros cargados con machetes o sables, piedras, palos o q’urawas.
Se escuchaban sus murmullos a lo lejos, hablando en sus lenguas. Julio los escuchaba desde su caballo. Al mirar hacia el gran grupo de indígenas, vio a su líder, con su sombrero y chullo, su poncho, su fusil y pistolas, pijchando coca. Era Pablo Zárate Willka, rodeado por los Mallkus y Jilakatas, jefes de las distintas comunidades Aymara.
Alguna que otra voz se alzaba entre los indígenas entonando una consigna. Se les veía optimistas, esperanzados. Las promesas de Pando para con los pueblos originarios no eran menores.
La alianza de Willka con Pando estaba haciendo temblar a los conservadores.
Pero también había rabia en sus voces y gestos.
Los conservadores, en su marcha hacia La Paz, habrían diezmado varias comunidades indígenas, robando sus provisiones y matando a los pobladores.
La voz de los campesinos se convertía en trueno una vez más en Bolivia.
Algunas tropas indígenas, como escarmiento, se habrían adentrado en pueblos ocupados por militares conservadores y habrían asesinado a los soldados que custodiaban dichas comunidades, lo que habría horrorizado a la sociedad de Sucre, quienes se lamentaban por los jóvenes soldados muertos a manos de los indígenas.
Como ocurrió en Ayo Ayo, donde asesinaron a varios soldados dentro de una iglesia.
Tomaban a Zárate Willka como a un asesino.
Julio vio en la distancia a una mujer marchando con una bandera: era Sisa. No la veía desde que ella le había cuidado debido a su herida.
Aparecía nuevamente con esa estampa digna, que era capaz de movilizar a su pueblo en armas. Sisa iba cargada con un machete y un chicote que llevaba cruzado.
El cielo era una pared gris que parecía podía caerse en cualquier momento. Las ventiscas provocaban un ruido que rompía con la monotonía de los pasos en ritmo de marcha o el murmullo lejano de los indígenas.
Marcharon durante varias horas hasta que desde la distancia vino cabalgando un grupo de jinetes a toda velocidad, dejando una estela de polvo que se disolvía en el viento. Fueron en dirección a Pando.
—Coronel —comenzó a decir uno de los jinetes mientras calmaba a su caballo— el ejército del presidente se encuentra a poca distancia. Han preparado sus cañones y están en posición para una batalla… nos superan en número, señor, tienen seis cañones y varias ametralladoras.
Pando miró a su alrededor, inspeccionando rápidamente a su ejército. se aclaró la garganta y alzó la voz.
—¡Hombres! ¡Prepárense para la batalla! ¡manténganse firmes, que los soldados del presidente nos superan! —Exclamaba mientras paseaba con su caballo frente a sus tropas— ¡ellos tienen más experiencia, más municiones y tienen un arsenal completo de artillería, nosotros sólo tenemos a nuestro Walaycho—Dijo sonriendo— pero nosotros tenemos a los hombres más valientes, que van a luchar contra las injusticias de los conservadores! ¡Willka —dijo señalando con su sable al caudillo indígena—, dile a tus milicias que estén listos para combatir! ¡vamos a atacar de frente para derrotar definitivamente al ejército del sur!
Los hombres gritaron y vitorearon el discurso, mostrando determinación, además entonando cánticos de guerra.
Willka exclamaba su arenga hacia las comunidades que lo acompañaban, hablando en Aymara. Los indígenas alzaron gritos de guerra que hicieron eco entre las montañas, y se prepararon para seguir la marcha y enfrentarse al enemigo.
Pando se volteó y observó a Julio, le asintió sonriendo y reanudó la marcha.
En poco más de media hora el ejército liberal quedó frente a las fuerzas constitucionales.
Un grupo de jinetes escoltó a Julio lejos de la batalla hacia una loma desde la que podía ver los acontecimientos de la refriega.
Le dijeron que no podían arriesgarlo, y que además, con la herida recién cicatrizada no estaría en buena forma para actuar en batalla.
Julio sólo obedeció en silencio.
Pero se preguntaba si es que alguien del ejército constitucional le dispararía o le haría daño intencionalmente.
¿Podrían? ¿Serían capaces?
Julio rechazó ese pensamiento. Él era la patria después de todo ¿no es así?
Los dos ejércitos estaban listos, frente a frente. A lo lejos podía adivinar la figura de Severo Fernández Alonso, el presidente, montado en su caballo.
También vio a Pando cuando alzó su sable, para dar la orden a su infantería de avanzar y disparar contra el enemigo.
Sin embargo los sureños se habían adelantado y dispararon sus seis cañones contra los liberales, haciendo brechas en las líneas de la infantería. Contestaron disparando con el Walaycho.
Julio cerraba los ojos cada vez que sonaba una descarga de artillería. Transpiraba. Los disparos de los fusiles se volvían cada vez más seguidos. Estaba nervioso, pero a la vez, se sentía culpable. Pensaba que ver a su gente matándose entre ellos le provocaría dolores físicos, que le causaría gran agonía cada vez que uno de sus “hijos” cayera muerto a manos de uno de sus hermanos. Pero no.
Sólo miraba mientras las personas que hacían que él fuese un país estaban obstinados en aniquilarse el uno al otro.
Los conservadores decidieron utilizar sus modernas ametralladoras. Julio sintió un escalofrío y estuvo a punto de gemir de angustia al ver a gente siendo despedazada por las ráfagas de metralla.
Un cuerno sonó a la distancia.
Willka lideraba el desorganizado avance de las comunidades, que corrían y gritaban alzando sus armas. El ejército del sur disparó con su artillería y con su infantería a los aymara, pero estos no se detuvieron ante el ataque. Con cada descarga caían varios, pero los demás seguían su rápido avance hacia el flanco de la posición conservadora. Tuvieron la suerte de que las ametralladoras estaban concentradas en el ejército de Pando, no en los indígenas.
Llegaron hasta las líneas del enemigo y comenzó el combate cuerpo a cuerpo.
Con chicotes, machetes y palos, los indígenas comenzaron a ganar terreno frente al ejército constitucional.
Eran fieros al pelear, no se detenían. Algunas de las tropas de Alonso comenzaron a retroceder.
Era increíble. Julio miraba atónito la escena.
Los indígenas estaban rompiendo la formación de los conservadores.
Eran incansables, y no les preocupaban las bajas que iban teniendo. Ellos sólo seguían atacando.
Julio mordió su labio en arrepentimiento cuando por su cabeza pasó el pensamiento de que si hubiesen ido a la guerra, él no habría perdido su salida al mar.
Estaba seguro de que si hubiesen usado a indígenas en el ejército, los habrían ocupado de carne de cañón.
Bolivia nunca había ocupado indígenas en la guerra. Hubiese sido un golpe en el orgullo de los criollos el que se le diera una condecoración a un “indio”. Sólo los usaban en la retaguardia, para limpiar las armas, preparar municiones o arrastrar los cuerpos.
No sabía cómo sentirse de que ellos tuviesen esta determinación al pelear.
Pero presentía que su fervor se debía a que si ganaban al ejército del presidente, ellos podrían volver a tener sus tierras y los mismos derechos que los demás bolivianos. No sabía si lucharían con tanta fiereza si se tratara de otro motivo.
Pasaron varias horas en la batalla.
Los liberales y los ejércitos indígenas ya casi habían acabado con el ejército constitucional.
Los soldados sureños huían mientras los federalistas celebraban. Pando envió a sus batallones de caballería para perseguir a los que escapaban, para así impedir su reorganización.
Julio se fue acercando al campo de batalla.
Vio a las multitudes celebrando, gritando y desahogándose después de la batalla.
Algunos soldados robando las pertenencias de los caídos, otros recolectando las armas.
Vio a soldados federalistas fusilando a soldados constitucionales que lloraban pidiendo clemencia.
Observó a los indígenas, algunos ahorcando a un militar de alto rango que no pudo huir.
Algunos lloraban junto a cadáveres; quizás de hermanos, quizás de amantes, esposos o esposas o quizás familiares.
Pero la mayoría celebraba en ruidosas exclamaciones de júbilo.
Corría el rumor en el ejército de que el presidente Fernández Alonso habría alcanzado a escapar. Unos decían haberlo visto huir en dirección a la frontera con Chile.
Pando bajó de su caballo y fue a saludar a Willka. Ambos reían dichosos, se abrazaron y estrecharon sus manos.
—Vamos a cambiar estos siglos de injusticia que han ocurrido contra tu gente, Willka —Dijo Pando en voz alta.
—Lo estamos logrando, compañero –respondió Zárate Willka, mientras sonreía.
Julio dio la media vuelta. Su escolta le dijo que iban a comenzar a armar el campamento a unos kilómetros de ahí.
Al voltear, vio la celebración de nuevo. En la distancia divisó a Sisa, quien en júbilo alzaba su machete, junto a otras mujeres y hombres indígenas, exclamando sus consignas y ofrendas a los dioses tutelares.
El arma de Sisa estaba cubierta de sangre.
2
El campamento fue armado y Julio se preparaba en silencio para dormir de una vez.
Había asistido a la cena para sentarse junto a Pando y a Willka, como se esperaría de él. No había mucho para comer. Pando habló y rio junto a sus soldados. Willka sonreía levemente. Pero se excusó pronto para poder ir junto a sus comuneros, quienes hablaban siempre en voz baja, en círculos, y era infaltable el mascar la coca.
Entre los indígenas derramaron alcohol en la tierra, botaron hojas de coca mientras un yatiri iba recitando plegarias y deseos de buena fortuna. Enterraron el feto disecado de una llama y quemaron lana y hoja de coca. Hicieron la ofrenda a la Pachamama para que bendijera su lucha y para que recibiera a los muertos.
Julio se sacó las correas con las que sostenía su sable y su pistola y la dejó sobre su morral. El sonido de alguien entrando le hizo voltear. Era Sisa.
—Waway, de tiempo que no nos vemos —Dijo Sisa mientras se acercaba y sonreía.
Se le veía feliz, como pocas veces se le había visto.
Julio al verla no pudo evitar recordarla con su machete ensangrentado.
—M-mama…
—Ya estás mejor de tu cicatriz ¿no ve?
—Sí —Respondió Julio con la cabeza baja.
—Te veo triste, lluqalla ¿pasa algo?
—No, no es nada, sólo pienso.
Sisa lo miró seriamente, no le gustaba que le mintieran, y creía saber qué le pasaba a Julio.
—Sé que te debe confundir y doler que entre tu gente se estén peleando y matándose… pero a veces, por el bien de todos, es necesario esta clase de sufrimiento.
Julio la miró y asintió levemente.
Sisa volvió a mostrarle su sobria sonrisa.
—Lo que están haciendo, Julio, es historia —Dijo Sisa orgullosa y esperanzada—. Con esta guerra nos devolverán lo que habíamos perdido, volveremos a ser los dueños de nuestra tierra… pero además, a mi gente que vive aquí se les reconocerá como bolivianos —Tomó de los hombros a Julio— En los otros países se nos maltrata, se nos mata, nos prohíben nuestra lengua y nuestra vestimenta… aquí, con don Pando y el jilata Zárate, van a hacer que Bolivia se diferencie de todos los demás países. Y si debo disparar contra el que se oponga a que obtengamos eso, pues lo haré.
Julio asentía, y sonreía débilmente.
¿Él dispararía contra su gente?
No. Estaba seguro de ello. No podría, no se atrevería, y deseaba nunca tener que llegar a verse en una situación así, creía no poder ser capaz de atacar a su propio pueblo.
—Dormíte pronto, wawa —Dijo Sisa mientras se separaba de Julio—, que mañana llegamos a Sucre, y ahí vamos a esperar a que el jilata Pando comience a armar esta nueva época.
Sisa salió de la tienda, dejando solo a Julio, quien tras quedarse de pie mirando el suelo, decidió luego de unos momentos acostarse.
Sisa caminaba llegando hasta el campamento que habían armado los aymara.
De su chuspa sacó una hoja de coca, que salió quebrada.
Suspiró.
“Desde que tuvo la guerra con el chileno, no ha vuelto a ser él mismo”.
Ahora Chile poseía territorios de los Aymara, y el trato con ellos fue de lo más bajo.
Se comenzó a aplicar lo que los gobernantes de Chile llamaban “chilenización”, mientras que los aymara lo llaman des-aymarización; prohibirles hablar su lengua, usar su vestimenta o realizar cualquier rito o expresión cultural, mientras eran fuertemente vigilados y reprimidos por el ejército, al creer que los aymara eran “muy bolivianos” y podrían rebelarse.
Sus hijos eran arrebatados y enviados a escuelas especiales donde se les inculcaban los valores cristianos y un modo de vida occidental. Dejando de lado las raíces.
En Perú las cosas no estaban tan mal, pero sí estaban lejos de ser mejores.
Aymaras y Quechua desplazados de sus lugares ancestrales para dar lugar a haciendas y latifundios. Lo mismo ocurría hace no mucho tiempo en Bolivia.
Sin embargo ahora había una guerra para cambiar eso. A Sisa y a los Aymara no les importaba mucho ese problema del federalismo, de los conservadores y liberales y qué lugar sería la capital.
Pero sí los movió las promesas de reivindicar al indígena.
“Un presidente indígena” Sisa rio incrédulamente. Pero sonrió con la idea de que Zárate Willka llegara a ser presidente de Bolivia.
3
La blanca ciudad de Sucre, la hermosa ciudad de La Plata, la antigua ciudad de Chuquisaca. Tres nombres tenía la capital de ese entonces.
Los ejércitos marcharon a través de las estrechas calles bordeadas por blancos edificios coloniales. Iban a tomarse el parlamento y disolverlo, para poder hacer su propio y nuevo gobierno.
Los ejércitos indígenas también entraron en la ciudad, para horror y miedo de los aristócratas Chuquisaqueños.
Pando, Julio y unidades del ejército entraron en la plaza donde se apostaron para poder entrar en los edificios de gobierno.
Los indígenas aguardaban en las calles de la ciudad, esperando a que tomen el palacio de gobierno. Todavía regían leyes discriminatorias y los indígenas no podían acceder a las plazas principales. Esperaban a que incluso eso cambiara.
Desde lo alto del edificio salió un hombre flameando la bandera boliviana.
El ejército y los indígenas estallaron en jubilo.
Ahora esperarían a que Pando sea presidente y dicte las nuevas leyes.
4
Fue nombrado presidente en una asamblea que se componía de soldados e indígenas. Era la primera vez que los “indios” pudieron ingresar a los palacios de gobierno.
La esposa de Pando, una indígena, estaba al lado de su marido.
Julio y Sisa estaban presentes, uno al lado del otro, mirando hacia la tarima donde estaba el nuevo presidente y su gabinete.
Le pusieron la banda presidencial y los medallones que debería llevar el presidente. Los vítores se escucharon hasta afuera del palacio.
—Es una gran victoria la que hemos obtenido —Dijo Pando al dirigirse, sonriendo, a los presentes— nuestra fuerza ha podido aplastar a quienes entorpecieron nuestro ejército, que no actuaron durante la guerra del 79 contra los chilenos.
Los presentes asintieron y algunos abucheaban, descontentos.
—Sin embargo hoy vamos a cambiar esta situación, gracias a ustedes hemos logrado vencer, y Bolivia va a ser un nuevo país.
Hubo aplausos, e indígenas que gritaban “¡Jallalla Pando! ¡Jallalla Willka! ¡Jallalla Bolivia!”.
El nuevo presidente sonreía.
—Sin embargo, con esta victoria, debemos ser nobles con los vencidos, y no vamos a humillarles ni mucho menos tenerles algún rencor… Seguimos siendo bolivianos…. Mi primer decreto como presidente de Bolivia es ¡que la sede de gobierno se trasladará a la ciudad de La Paz, al igual que los órganos ejecutivo, legislativo y electoral! —La gente aplaudió— el órgano judicial se quedará aquí ¡y Sucre será la capital constitucional de Bolivia!
La gente murmuraba, algunos sorprendidos, otros confundidos.
Julio se sorprendió e intentó entender lo que ocurría.
Sisa miró a Julio con una media sonrisa.
Julio sonrió nervioso.
“Prácticamente ahora tengo dos capitales”, intentó suprimir una leve risa.
Era una medida que no dejaba descontento a nadie, salvo quizás, a quienes en verdad tenían la ilusión de que Sucre fuese la sede de gobierno.
Mientras la gente seguía confundida y murmurando entre ellos, Pando volvió a alzar la voz.
—No fuimos sólo nosotros, los liberales, quienes pudimos lograr esta victoria. Nuestros hermanos indígenas fueron fundamentales para este logro. Le pido al coronel Willka que venga a hablarle al pueblo de Bolivia.
Los aymara gritaban sus “Jallalla”, hacían ondear sus banderas y gritaban para celebrar a Willka, Sisa entre ellos, que ovacionaba al coronel indígena.
“El temible” llegó al estrado, se saludó con Pando con un corto abrazo y se dirigió al público.
—Hermanos y hermanas, jilatanaka, kullakanaka, estamos presenciando el inicio de un cambio en nuestra Bolivia. El jilata Pando nos ha prometido la devolución de nuestras tierras, hemos propuesto que las comunidades se vuelvan a unir, y que en su nuevo gobierno, Aymaras, Quechuas y las demás naciones de “indios” participen activamente… vamos a lograr aún más, compañeros… vamos a ponerle fin a esas minorías que acaparan las riquezas de Bolivia y que excluyen a nuestros hermanos. Vamos a alzarnos y hacer que Bolivia crezca… ¡Jallalla Bolivia!
Los indígenas respondieron al grito de victoria, en algarabía vitoreaban y celebraban.
Tras el discurso de Willka, los altos representantes de los liberales se mostraban incómodos.
Sisa sonreía y aplaudía, al igual que Julio, sólo que este último, todavía con cierta melancolía en su mirada.
—Alégrate, waway… —Le dijo tomándolo del hombro— que este es el primer paso para que vos te encuentres a tu ajayu. Vas a sanar, y todo va a estar mejor, Julito.
Julio sonrió a su madre y luego bajó la mirada, mientras el ruido de la celebración agitaba las paredes coloniales de la blanca ciudad.
5
El viaje de vuelta a La Paz demoró mucho. La victoria de los liberales dejaba a los miembros del partido y a los indígenas con las expectativas muy altas.
Pando trasladó el gabinete y sus tropas a La Paz, y se hicieron las festividades que inauguraban a la ciudad como sede de gobierno.
Los liberales estaban ansiosos, pero los que ya no podían aguantar la espera eran los indígenas.
Las comunidades, armadas aún, se reunían en grandes grupos, donde se organizaban planeando la devolución de las tierras. Al no tener respuestas ni resultados de los liberales, Willka, junto a cincuenta mil aimaras decidieron marchar a Oruro para solicitar una audiencia con el nuevo presidente; José Manuel Pando.
Los militares recibieron con bandas y honores a los comuneros indígenas que llegaron a la ciudad de Oruro. Willka y otros dirigentes habrían sido requeridos para una reunión con los altos mandos militares.
Habían pasado los días y seguían apostados en esa ciudad, sin más noticias.
Julio, con su uniforme militar esperaba en los asientos cercanos al estrado donde el presidente iba a pronunciar su discurso.
El famoso congreso estaba repleto.
Pando y su gabinete entraron y se sentaron en el estrado.
Los aplausos y vítores eran ensordecedores.
Pando sonreía y comenzó a hablar una vez se callaron los presentes.
—Hemos obtenido un gran victoria y ahora comenzamos a ver los frutos de nuestra lucha —decía Pando de forma solemne— si no, entonces ¿qué fue esa magnífica recepción que nos dio el pueblo paceño en cuanto entramos en la ciudad? Arrojando flores y ovacionando a nuestros bravos guerreros mientras marchábamos, con nuestra gente dichosa, ya que hemos expulsado a la tiranía de nuestro país, y traeremos prosperidad y avance.
La audiencia aplaudía, pero se les veía ansiosos, querían que dijera las nuevas reformas.
Pando se aclaró la garganta y su rostro se ensombreció.
Se escuchaban algunos murmullos en la sala.
—Nuestra batalla fue para lograr el federalismo en Bolivia —Pando atrajo toda la atención, la sala estaba en silencio. El presidente se aclaró la garganta antes de exclamar— … pues eso no será posible.
La audiencia quedó atónita. Julio miraba desconcertado a su alrededor.
El objetivo principal de la guerra fue lograr el federalismo, y ahora, el líder de ese levantamiento rechazaba la idea.
Abucheos y demostraciones de indignación colmaban la sala.
Pando llamó al orden.
—¡Acabamos de salir de una guerra que enfrentó a las ciudades de Bolivia! ¡apuntar al federalismo sería acrecentar el regionalismo que ya habita en nuestras tierras!
Los guardias tuvieron que ayudar a los mediadores a llamar al orden.
Julio veía los rostros desencajados de los presentes, con desconcierto y rabia que expresaban.
Pando, con el ceño fruncido se aclaró la garganta una vez más.
—No es lo único, honorables presentes— dijo mientras miraba a la audiencia severamente— … fue invaluable la presencia de los indígenas en esta contienda, sobre todo la ayuda de Zárate Willka…
Julio tragó saliva nerviosamente.
—Sin embargo —continuó Pando— no podemos hacer la vista gorda a las atrocidades que cometieron él y sus hombres en Ayo Ayo y Mohoza… El coronel Willka, será apresado y ajusticiado por aquellas masacres.
Julio agarró su pecho mientras nervioso transpiraba y pensaba en Sisa y en los indígenas que se verían afectados. Su asombro se convirtió en indignación.
Unos pocos militares protestaron “¡Estábamos en guerra!” “¡Pando traidor!”, las voces disidentes fueron apagadas pronto. Los demás no prestaron mucha importancia al asunto y sólo asentían.
Julio apretaba sus puños fuertemente ¿Qué más podría decir Pando? ¿Rompería más promesas?
—Lo último… son malas noticias —Pando dejó expectante al público antes de anunciar— otro de nuestros objetivos era volver a entrar en acción militar contra Chile e intentar recuperar nuestros territorios y los del Perú… —Varias voces de hartazgo se escucharon y la gente ya comenzaba a protestar— ¡No nos va a ser posible! —Esta vez Pando ya se encontraba furioso— ¡Nos acaban de llegar noticias de que Brasil, aprovechándose de nuestra débil posición, recién saliendo de dos guerras, ha decidido invadir nuestra región del Acre!
El asombro se hizo general en toda la audiencia. Julio saltó de su asiento, como lo habían hecho otros más. El escándalo surgió, la indignación fue mayor.
Julio miraba a Pando, pero bajó la mirada mientras temblaba. Tenía rabia, mordía su labio y pesadamente respiraba mientras su transpiración afloraba.
“¿Otra guerra?...”
¿Cuántos más morirían?
¿Cuánto más iba a perder?
Él y los altos mandos militares sabían que no habían fuerzas suficientes para sostener una guerra con Brasil.
—Los brasileños —continuó Pando, hablando solemnemente, enardeciendo al público— esos... ¡piensan que les será fácil invadirnos con mercenarios y una supuesta rebelión! Pues se equivocan… ya nos deshicimos de los conservadores que vendieron nuestro litoral a los chilenos… ¡vamos a demostrarle a esos invasores que Bolivia sí sabe dar la pelea!
Julio estaba pensativo; el miedo y la impotencia lo habían inmovilizado.
—Y para evitar que seamos aplastados por el poderío militar brasileño, tendremos que poner todo el esfuerzo de Bolivia en esta contienda… ¡Yo mismo, como presidente de la república de Bolivia, iré en primera línea a defender nuestro territorio del enemigo!
Los aplausos brotaron, los vítores y gritos de guerra inundaron el congreso.
“Parece que se olvidaron de las promesas rotas…” pensaba Julio.
Pando miró a Julio y extendió una mano hacia él.
—Patria querida… ¡tú nos acompañarás en la batalla! ¡serás testigo de la braveza del soldado boliviano que está dispuesto a morir por ti!
La audiencia que rodeaba a Julio lo miraba, asentía y le aplaudía.
Julio, nervioso, asintió.
“serás testigo de la braveza del soldado boliviano que está dispuesto a morir por ti!”
“Sí, ya he sido testigo de eso… ver a mi gente mutilada, moribunda y… que sea por mi culpa… todos esos horrores les ocurren en mi nombre”.
—Iros, soldados, que pronto marcharemos hacia el acre.
Con gritos enardecidos salían las personas del congreso.
Julio se quedó sólo.
Vio salir a Pando de los últimos, quien lo miró fijo e hizo una reverencia ante él. Julio sólo asintió y el presidente siguió su camino.
“…Ninguno preguntó, y nunca mencionó algo sobre devolver la tierra a los indígenas…”
Julio salió del congreso. La Paz estaba nublada y todo anunciaba que pronto iría a llover. Ya las empinadas calles adoquinadas estaban húmedas, dificultando el andar de los caballos y los carruajes.
Caminaba por aquellas antiguas calles que vieron mucha de su historia “mucha sangre ha corrido por esta tierra”.
El Palacio Quemado, su palacio de gobierno. Hace poco habría obtenido ese cruel nombre. Aún se acordaba del fuego que consumía su estructura mientras él, ministros y el presidente intentaban salir de ahí.
Siguió caminando hasta llegar al palacio, donde fue a prepararse para poder partir al acre.
6
La larga hilera de soldados ahora marchaba por las montañas, era un largo trayecto que había que hacer. Descender hasta las selvas y continuar hacia el norte, donde se encontraban los codiciados árboles de caucho, que ahora causaban una guerra.
El mismísimo Pando habría ido a explorar esos terrenos, incluso antes de que pasara por su mente la idea de la guerra y de ser presidente.
El accidentado terreno, donde el altiplano se convertía en cordillera, dificultaba el andar de los caballos y los soldados.
Julio andaba pensativo. No hablaba con nadie; los nervios, el miedo y las inseguridades lo volvieron aún más retraído.
Atravesaban por las áridas montañas, que poco a poco se cubrían de una frágiles y verdosas hierbas gracias a las lluvias.
Mientras seguían su camino, Julio divisó a un lado del camino a un grupo de indígenas, junto a llamas, sus bolsas y varios niños.
Sisa estaba con ellos.
Julio y su madre cruzaron miradas. La de Sisa oculta por su sombrero que cubría su expresión.
El joven seguía cabalgando a paso de la marcha de los demás soldados.
Miró a Pando quien había notado la presencia de los indígenas. Este miró a Julio de costado y le asintió.
Julio apresuró su caballo y quedó a un costado de la línea mientras los soldados seguían su marcha, y se dirigió a donde estaba Sisa.
La aymara estaba distanciada del grupo de indígenas, se encontraba cubierta de sus mantos de aguayo.
Julio desmontó de su caballo y se acercó a su madre, nervioso y preocupado.
—Mama… —dijo Julio con hilo de voz— el presidente Pando…
—Ya lo sé… —Dijo fríamente la aimara— nunca tuvimos que confiar en... —Sisa miró a Julio— …nunca debimos confiar en tu gente.
Julio miró con angustia a Sisa.
—Yo no lo sabía, mama, te juro que–
—Tomás Katari —interrumpió Sisa—… lideró a los aimara y por ello, fue sentenciado a morir… el método de ejecución fue empujarlo por un despeñadero.
Julio permaneció en silencio.
—Túpac Katari… lideró el levantamiento de los indígenas y asedió la ciudad de La Paz por varios meses… su castigo fue ser desmembrado por cuatro caballos y luego ser ahorcado… Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, lideraron a las fuerzas indígenas en el cerco a La Paz… fueron violadas, apedreadas y murieron en la horca… lamento siempre su muerte... pero entiendo que el español haya sido quien ejecute a mi gente, que los someta y nos humille… porque parecía que ese era su objetivo…
Julio bajó la mirada.
—En cambio… ¿tú?... ¿mi hijo? —continuó Sisa— … contigo tuve verdadera esperanza… creí en las promesas de Pando... y él traicionó a Willka y a nosotros.
—¡Yo tampoco lo sabía! —Dijo Julio alzando la voz— te juro que esto no fue planeado, nunca fue la intención… Willka… puede que Willka
—Lo han matado… —Interrumpió la Aymara nuevamente— lo fusilaron al hermano Zárate…
Julio quedó mudo, mientras veía el semblante derrotado de su madre.
—Parece que van a seguir matando a quienes luchen por nosotros… ¿sabes qué es peor? Que Willka se sentía boliviano, él quería que tanto los blancos y los indios viviéramos juntos… como bolivianos… fue ingenuo pues… nunca tuvo… nunca tuvimos que confiar en los criollos… Ni en Perú, ni en Chile, y ahora ni en Bolivia estamos a salvo… pensar que antes esta era nuestra tierra…
Los ojos de Julio se humedecieron. Sentía que era injusto lo que le decía su madre. Quería responderle pero no sabía qué decirle.
—Ahora, Julio… —Dijo Sisa dándose la vuelta— más te vale que te vayas, que se está yendo tu ejército… y porque ya no tengo nada bueno que decirte.
La aymara avanzó hacia el grupo de los demás indígenas.
Julio se quedó inmóvil, quería responderle, quería hacerle entender que él nunca le haría algo así… pero en verdad dudaba de todo eso.
—S-soy —Comenzó Julio a decir, con cierto tono autoritario, pero que dejaba notar el temblor de su voz— ¡soy la representación de Bolivia! y… ¡y sólo voy a asentir y acatar las órdenes de mi jefe de estado!
Sabía que había dicho eso en vano. Que Sisa ya no lo escuchaba.
Quizás lo dijo sólo para impresionar a la tropa que marchaba unos cuantos metros detrás de él.
Miraba a Sisa.
Ahora su figura se veía igual de enigmática como siempre, pero ahora había un halo de fragilidad en ella.
Julio logró evitar que las lágrimas brotaran, pero se limpió el rostro antes de subirse a su caballo.
Galopando velozmente logró alcanzar el principio de la fila, donde se encontraba Pando. Ocupó su lugar en la fila y cabizbajo y pensativo siguió todo el camino hasta el atardecer.
Unos pocos días después, llegarían al Acre. Nuevamente la pólvora, la sangre y el plomo mancharían el suelo boliviano.
…………………………………………………………………………………………..
—Realmente Zárate Willka “El Temible” fue fusilado en Chu'llunk'iri en 1905, no en 1899, pero sí pasó todo ese periodo en prisión.
En sus cargos se le culpaba de ser una amenaza a la nación, por desestabilizar la unidad nacional, y por incitar un levantamiento de los indios.
—José Manuel Pando lideró a las tropas bolivianas durante la guerra del Acre, por su honor y su valentía, un departamento de Bolivia lleva su apellido, el departamento de Pando.
—Bolivia ganó la mayoría de las batallas en la guerra contra Brasil, pero la diplomacia tuvo mayor presencia en este conflicto debido al débil estado en que se encontraba Bolivia.
El tratado de Petrópolis arrebató a Bolivia la región del Acre a cambio de una compensación económica.
La guerra del Acre duró desde 1899 hasta 1903.
—J. M. Pando murió en 1917, su cuerpo fue encontrado en un barranco, supuestamente asesinado por miembros del partido liberal que se había fraccionado. Cuatro hombres fueron declarados culpables y fueron ejecutados.
Nuevos estudios aseveran que murió de un derrame cerebral.
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Orgullo en lucha (y mucho fútbol)
En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa
Lohana Berkins
No queremos ser más esta humanidad.
Susy Shock
Sábado 2 de noviembre de 2019
Una cronología
11:00
La ciudad de Buenos Aires amanece fresca y soleada. La tormenta que asomó durante la noche del viernes, con sinfonía de estruendos y apenas unas gotas, fue como un perro que ladra; ni siquiera hace falta jugar a la rayuela para esquivar baldosas flojas. La Avenida de Mayo luce su cara habitual de las mañanas de fin de semana: casi todxs son turistas. El cruce de la 9 de Julio funge como divisoria de aguas: del otro lado ya es peatonal. La administración porteña decoró las cuadras hasta la Plaza de Mayo con banderas arco iris que las atraviesan a lo alto, de vereda a vereda. La 28° Marcha del Orgullo ya empezó, todavía tibia como los rayos del sol de media mañana. Este cronista decide comenzar desde temprano; lo tienta la feria, los stands, los primeros discursos en el escenario principal, la disposición de cuerpos y espacios, mucho más que la recorrida de camiones ─la “marcha” propiamente dicha─ y la lógica Parade. La primera advertencia es que casi todo está en ciernes. Lo prueba el rubro de más de la mitad de los puestos, todos gastronómicos, con los infaltables aromas a chori y hamburguesas. El despliegue irá in crescendo con los minutos, ni que hablar con las horas. Otra evidencia: las veredas y el centro de la Plaza ya concentran a un grupo nutrido. Los stands ofrecen variedad de propuestas: libros, remeras, merch diverso, comida, información, volantes a full, gaseosas gratis. Algunos son de agrupaciones políticas, otros de organizaciones de la sociedad civil, otros de emprendedorxs surfeando la crisis… Este cronista se asoma un rato a la nostalgia y recuerda que la primera Marcha del orgullo a la que asistió fue la 9°, hagan cuentas... Lo hizo por las estrechas calles paralelas más que por la avenida principal, acaso con cuidado de no encontrarse con alguna cara familiar, alguna inoportuna cámara de televisión. Alguien evoca aquella emblemática primera movilización, la de 1992, donde la mitad del puñado de doscientxs participantes ocultó su rostro por temor a ser reconocida y perder su trabajo o ser expulsada de sus hogares. Otros tiempos en la Argentina previa al estallido de comienzos de siglo. Dos cosas llaman la atención en esta oportunidad. La primera: al mediodía la concentración en la Plaza es profusa. Seguramente a la hora de ir hacia el Congreso, las multitudes harán hablar de una marea humana. La segunda es el clima que se respira, que poco tiene que ver con el sol radiante que empieza a picar en pleno mediodía. Se trata de la energía que se siente en el aire y se puede palpar tan fácilmente como los globos de colores que adornan todos los rincones. Es inevitable asociarlo con la gesta electoral del domingo pasado, donde un aluvión de votos instituyó lo que la revista Barcelona definió como el Día Nacional de la Patada en el Orto, sacándose de encima al Gobierno que no paró de pisotear derechos y libertades desde el primer día de gestión. Se percibe una sensación muy nítida que oscila del alivio a la fiesta, y que contrasta de manera indiscutible con el clima de las marchas de los últimos años. Al igual que seis días antes en la esquina de Corrientes con Dorrego ─y en varias cuadras a la redonda─, se nota la necesidad de estar en el espacio público para celebrar, después de años de hacer un surco en esta misma avenida, reclamando ante el oprobio y la ignominia de la gestión saliente. Sí, hoy también se viene a festejar la despedida del neoliberalismo, parece decir la tempranera muchedumbre.
13:30
La abundante lista de actividades de este sábado incluye ─qué oportuno─ a Español haciendo de local. Con el horario de invierno en retirada pero aún vigente, el pitazo inicial está previsto para las tres y media de la tarde. Este cronista vuelve a caminar Avenida de Mayo, ahora en sentido opuesto, mucho más concurrida. Anticipa una fiesta de proporciones, varios cientos de miles de personas. En la esquina con Piedras se hace de un pequeño volante, cuya imagen ilustra esta crónica. En el frente puede leerse la consigna principal de la Comisión Organizadora; en lenguaje aún más simplificado puede traducirse como “Dejen de matarnos”. Más claro, el agua. En el anverso aparecen más de dos decenas de sub-consignas, algunas específicas de las colectivas de la diversidad y las disidencias (por caso, “Basta de Genocidio Trans/Travesti”; o “Nuestros besos no son delito. Basta de lesbo-odio, violencia y discriminación. Absolución para Higui y Marian Gómez”) junto con otras más interseccionales (“Fuera FMI”; o “Legalización del autocultivo y consumo de marihuana. Despenalización de la tenencia simple de drogas”). Una de las sub-consignas llama la atención de este escriba: Por un ámbito deportivo diverso respetuoso de las identidades. Guarda el volante en el bolsillo trasero de su bermuda mientras se dirige a Asturias con Santiago de Compostela a presenciar un partido de ese deporte donde en pleno siglo XXI, en Argentina, no solamente todavía ningún jugador de fútbol en actividad ─ni dirigente, ni director técnico, ni árbitro─ asomó la nariz fuera del closet, sino que además siquiera hablar del tema supone meterse con una suerte de vaca sagrada. Hay ─escasísimas─ excepciones a la regla, como las declaraciones del Monito Vargas, de Vélez, este año. Hay, también, un episodio vergonzante que enluta al fútbol argentino, por su desenlace y por el silencio posterior que ya lleva quince años: el trágico final del árbitro Fabián Madorrán, puto tapado ─por decisión personal pero también por obligación no siempre tácita─, despedido por la AFA en 2004, quien se quitó la vida unos días después en el Parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba, disparándose un tiro en la boca. Tenía la edad de este cronista: 39 años.
15:30
Hay un partido de fútbol, claro. Completamente ajeno a lo que sucede en ese otro barrio de la Capital, por si hace falta la aclaración. Dos equipos en alza salen al Estadio España. El local, en racha ascendente, tal cual consignan las últimas entradas de esta extensa bitácora de crónicas españolistas. La visita, General Lamadrid, hilvanando cuatro victorias en fila en base al orden en sus líneas, la promoción de juveniles y la mano de Horacio Fabregat, un histórico de la categoría que ya logró un ascenso con el equipo de Devoto. La disposición inicial es la habitual en los partidos que juega el Gallego en su casa: con el correr de los minutos impone presencia y trata de generar jugadas para que el rival comience a simpatizar con la idea de llevarse apenas un punto a Pedro Lozano con Desaguadero. Una anomalía destella en la tarde de Parque Avellaneda: la inusual cantidad de veces que Pablo López y Lezcano quedan en posición adelantada. Cinco en la primera media hora. Se duplicará con el correr de los minutos y durante el complemento. Ansiedad, parece la primera lectura. Disciplina defensiva en la visita, y cierto exceso en el traslado de los volantes ofensivos de la escuadra Roja pueden funcionar como explicaciones. La forma de resolverlo que emana como instrucción desde el banco de suplentes es clara: jugar a un toque en el medio, y que el que sabe intente romper el cerco a pura gambeta. El que sabe es Jonathan Maza, que empieza a destellar pasta de crack. Hay quien se anima a la comparación y emula los mejores tiempos de Cristian Amarilla. La fórmula da resultados. El equipo se adueña del trámite y somete a la visita. De a ratos lo de Español es Fútbol Total. Un toqueteo entre volantes y un pase filtrado dejan a Lezcano mano a mano con Acosta. El día anterior al partido, el 9 declaró a la radio partidaria estar “aprendiendo a jugar en esa posición”, atípica en su historial. La quiso picar ante la rápida salida del arquero, quien pudo enviarla al córner en el momento en que el segundo de la tabla pedía que suene la campana. Pablo López pateó ese córner como los dioses, cerrado, al palo más lejano del arquero. La pelota lo sobró y Leguizamón, entrando por atrás de los defensores, puso firme la cabeza para confirmar la regla de los primeros tiempos. Español arriba. Nada que objetar.
Dos jugadas ─separadas por el entretiempo─ marcaron los puntos de inflexión en una tarde que parecía redonda y roja. La primera, un yerro al querer salir jugando desde el fondo, algo que viene sucediendo casi todas las fechas desde que Bilbao propuso dejar de revolearla e instó a Figueroa y el trío del fondo a hacerla circular cerca del área propia para que el rival se acerque y deje espacios para la tarea de los volantes creativos. El resultado fue deplorable: Lamadrid, que no había generado situación clara de gol alguna en la primera etapa, aprovechó el regalito a falta de tres minutos para el descanso y volvió a poner pardas a través del otro Leguizamón. La segunda fue al comienzo del complemento, cuando Maxi Sosa se desentendió del partido y se hizo expulsar recibiendo dos amarillas en menos de cinco minutos. ¿Estaría con ganas de ir a la Marcha? Inexplicable para un jugador de su experiencia dejar al equipo con uno menos, acumular la tercera expulsión en el año, y sembrar un manto de dudas en un momento en que el local parecía reponerse del baldazo helado que significó el empate. ¿Qué hacer? Mover el banco parecía ser la primera reacción. Bilbao no lo hizo. Retrocedieron algunos de los volantes ─Hernández, Leguizamón─ para suplir el hueco en el medio, y el equipo superó esos primeros minutos de zozobra. Después sí, los cambios. Nuss por Pablo López, la especialidad de la casa. Siempre atolondrado de arranque, el pibe encara todo el tiempo con la ceguera de un caballo de carrera. Esta vez su frescura y su habilidad le alcanzaron para volver loca a la defensa visitante, en soledad o en asociación con Maza, primero, y con el ingresado Vázquez después. Greco, el cambio “natural” ante la falta de Sosa, completó los relevos. Algo llamó la atención de este cronista y de la mayoría de los presentes en la tribuna local. La diferencia numérica no sólo no se sintió, sino que además Español volvió a someter a Lamadrid, ahora con uno menos. Lo tuvo Nuss en una jugada desprolija y de suspenso infinito, pero se lo negó el poste. Lo volvió a tener el pibe a falta de diez minutos y esta vez no falló. Maza gambeteó y apiló por izquierda, Vocos recibió el centro y se la cedió de primera a Nuss, que con un furibundo derechazo tras quedar de frente al arco, casi en el punto penal, desató un grito de furia. Este cronista confiesa ─el verbo es ese─ que lo gritó como si se tratara de una final; agrega con pudor que, por suerte, no puede verse a sí mismo en el momento del éxtasis del alarido. Recién unos minutos después, todavía con pulsaciones al mango, caerá en la cuenta de que es un partido de fecha #14 contra Lamadrid. Qué va a hacer... Los quince minutos finales fueron de un sufrimiento light: la ventaja escasa, la inferioridad numérica, no se tradujeron en jugadas de gol del rival, que pagó caro el planteo amarrete y las pocas ganas con las que salió a buscar la victoria cuando se quedó con uno más y quedaban cuarenta minutos por delante. Para Español fue un festivo baño de realidad: aquella oportunidad de dar el salto que había tenido contra Ituzaingó y dejó pasar con pena y sin gloria, ahora la capitalizó a lo grande. Pudo meter un gol en el segundo tiempo después de más de dos meses. Bajó al segundo. Se acomodó en zona de reducido. Mira de cerca al grupo de equipos que jugará la Copa Argentina 2020. Dio una demostración de carácter ─el día se presta, piensa el cronista, para dejar de decir “de hombría”, los motivos son obvios─ y se prepara para enfrentar a los de arriba. Primero será el turno de Dock Sud, el nuevo segundo en la tabla, que acumula la friolera de cinco triunfos al hilo. Será otra prueba de fuego ─ahora de visita─ para un equipo que se consolida, que hizo su mejor partido en lo que va del Apertura, y que, hoy por hoy, no sabe a ciencia cierta cuál es su techo de cara a los últimos cinco cotejos del campeonato.
18:00
El post partido incluye un brindis con agua y jugo ─lo impone el tener que conducir─ por el triunfo en el estadio, y por la victoria en las elecciones presidenciales del Frente de Todos que desalojará al macrismo de la Casa de Gobierno sin que haya podido reelegir. Se pellizca este cronista: tanta alegría seguida le va a hacer mal. Vuelve a la Marcha, que a esta altura, piensa, ya debe estar entre Plazas, con ese colorido inconfundible ─y tan necesario─ que combina la fiesta de la visibilidad con la arenga política, cada año más sofisticada.
19:00
La Plaza del Congreso recibe a lxs primerxs manifestantes. El grueso de la columna todavía está avanzando por Avenida de Mayo. Tardarán un rato más en entrar por Rivadavia hacia Callao con una sostenida demora ─un clásico año a año─, ya en el crepúsculo. Este cronista recibe el llamado de un matrimonio amigo que se encuentra frente al Cine Gaumont, presto a ver el desfile de camiones. Las configuraciones familiares en esta edición también llaman la atención. Hay muchas familias, y hay para todos los gustos. Resulta una respuesta espontánea a los grupos odiantes en estos tiempos de bolsonarización que insisten en la pretensión de imponer el modelo de “familia tradicional”, cuando la realidad de la movilización ─y la del censo nacional que se hará el año que viene─ confirma sin proponérselo que lo “tradicional” pareciera ser que no haya un único modelo. Los camiones también ofrecen opciones múltiples. Encabeza el de ATTTA, histórica agrupación de trans, travestis y transexuales. Le siguen las de diferentes organizaciones sociales, partidos políticos, empresas de gaseosa y cerveza, boliches, fiestas, y un larguísimo etcétera. A este escriba le agrada en particular un camión destartalado, plagado de consignas combativas en blanco y negro, que van desde la negativa a hacerse cargo de la deuda externa ilegal, inmoral e ilegítima que multiplicó exponencialmente la gestión saliente, a otras más específicas como el reclamo por los faltantes de hormonas para los tratamientos de las poblaciones trans contemplados en la Ley de Identidad de Género. Desentona por su velado glam, brilla con la potencia de sus consignas y el grupo de manifestantes que lo acompaña. Las calles y la plaza rebalsan. Es imposible calcular la cantidad de gente. Es innegable la alegría. Tanta, como la necesidad de resaltar las demandas acuciantes que viven grupos que no reclaman “solamente” seguir viviendo: también, formar parte como un gran Sujeto Colectivo de los espacios en los que se toman las decisiones. Y destruir las opresiones que la “normalidad” genera en las vidas de tantxs. Menuda gesta.
22:00
El sábado parece tener mil horas. La Marcha no sólo coincide con el partido de Español ─o viceversa─ sino también con una nueva edición de La Noche de los Museos. Este cronista no suele participar de la movida, poco adepto a las multitudes tan deseosas de visitar los centros como de hacer filas interminables. La novedad en esta edición es la presencia del Deportivo Español, a través de la Subcomisión de Cultura ─el Departamento que más empuje le viene dando al aspecto social de un Club moribundo en ese terreno y con una cúpula dirigencial impertérrita ante tal estado de situación─, con una muestra fotográfica y de archivo en el Centro Betanzos. El lugar no es elegido al azar: fue donde el 11 de octubre de 1956 se juntaron los hombres que dieron el puntapié inicial bajo el liderazgo de Luis Soler Camino, de esta institución que es el Club Deportivo Español. La actividad es conjunta y combina la exposición de imágenes con propuestas teatrales y musicales. Minutos después de estar entre las carrozas que saturaban de música electrónica las calles de Plaza Congreso, este cronista está sentado a oscuras en una sala viendo Machada, unipersonal basado en el último personaje de Lorca. El texto rezuma feminismo: imposible no leerlo atravesado por las coordenadas de época. Llueven rosas rojas sobre el escenario para la actriz, que la rompió toda. Acá sí, hay mención explícita a la celebración de la diversidad que al mismo tiempo se está produciendo en las calles de Buenos Aires.
Entonces los planetas por un momento parecen alinearse y un breve destello ilumina la noche porteña. Un resplandor perceptible para quien le preste atención subvierte tanta pesadumbre. Por un instante, el fútbol y todas las formas de disidencia frente a la heteronorma y los mandatos impuestos sobre los cuerpos y las vidas de mujeres, lesbianas, trans, travestis, putos, tortas, maricas, travas, personas no binarias, bisexuales, intersexuales, pansexuales, y una lista felizmente cada vez más extensa de formas de hacer, pensar, vivir y sentir, parecen abrazarse. Tal vez ese fulgor sea un espejismo, acaso una mera expresión de deseo. Deseo, vaya palabra; esa que trazó una extraña parábola en el sábado de este escriba, uniendo barrios, experiencias, actividades, pasiones. Deseo, de eso se trata: de construir una nueva sociedad, más justa, más equitativa, más solidaria, en donde todos, todas y todes, con mucho Orgullo y en Lucha, podamos ser.
Primera C 2019 / 2020 ─ Torneo Apertura ─ Fecha #14 ─ Estadio España
Deportivo Español 2 ─ 1 General Lamadrid
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Confesiones de una mala mujer y una mala madre
Mi nombre es Graciela Escudero, tengo treinta y siete años, escribo esto desde la cárcel. Esto es un trabajo de literatura que tengo que hacer para terminar el secundario.
Estoy presa por haber tomado la única buena decisión que tomé en mi vida: matar a mi marido Ernesto y abandonar a mis hijos, Manuel y Santiago. Algunos me juzgarán, pero esa vida no era para mi y tuve que hacer lo necesario para huir de ahí. Aunque eso me haya traído hasta acá.
Mi vida arrancó de manera trágica desde el minuto cero. Mi mamá, también llamada Graciela, murió el dia que yo nací. Tuvo un parto complicado en el que alguna de las dos iba a morir y por algún motivo mi mamá y mi papá Patricio, decidieron que fuera yo la que viviera.
Crecí sin madre y con un padre alcohólico, violento y depresivo.
Mi infancia fue terrible, a veces incluso me sorprende haber sobrevivido esos años. De por sí mis padres siempre fueron muy humildes, pero después de la muerte de mamá, lo que llevó a papá a entrar en depresión y problemas con el alcohol, todo fue empeorando.
No teníamos un mango partido al medio. Teníamos suerte si comíamos una vez al día. Vivíamos en una casita sin revocar y con techo de chapa en un barrio del conurbano bonaerense que se nos inundaba hasta el culo cada vez que llovía.
Por suerte yo tenía una tía, hermana de mi mamá, que se encargaba de que yo vaya a a la escuelita del barrio y gracias a ella pude terminar la escuela primaria. Un día mi tía desapareció, por el barrio se decía que tenia problemas con un ex novio, la verdad es que nunca supe qué le pasó, probablemente el infeliz la mató y se deshizo del cuerpo por algún riachuelo. En mi barrio las cosas se resolvían así, a los fierros.
Si mi infancia fue terrible, mi adolescencia fue peor. La depresión y el alcoholismo de mi papá fueron empeorando a medida que yo crecía. Siempre me dijeron que era muy parecida a mi mamá y creo que ese era el motivo por el cual se las agarraba conmigo. Creo que siempre me odió porque yo viví y mi mamá no. Encima teniendo el mismo nombre que ella todo era peor. Había noches en las que mi papá me hablaba a mi como si yo fuera ella. “Graciela ¿Porqué me dejaste?” “Hija de puta me dejaste solo”. Había otras noches, en las que estaba menos delirante, en las que me hablaba a mi. “Ella murió para que vos vivieras” “Todo esto es tu culpa”. Todos esos episodios generalmente terminaban con una cagada a palos, a veces tenía suerte y después de gritarme y llorar se iba a dormir o se iba de casa vaya uno a saber a qué.
Yo siempre me las arreglé sola. Cuando yo tenía quince años la escuela de mi barrio cerró por falta de presupuesto. Fue ahí cuando empecé a ser prostituta. Si, bastante joven, pero era la única oportunidad para un futuro que tenía.
Me empecé a mover por Capital Federal y empecé a cobrar por sexo. El viaje que tenía hasta Capital era de una hora, pero era mucho más fácil conseguir clientes en esa zona que en el barrio marginado en el que yo vivía. Al principio fue difícil, las putas tienen muchos códigos y zonas y no podes meterte en donde labura otra. Pero rápidamente me hice amiga de dos putas que hasta hoy en día las llevo en el corazón, Mariela y Jesica. Se compadecieron de mí y me dejaron laburar por las zonas donde ellas se movían. Trabajábamos en una zona donde habían varios bares medio ilegales. Siempre salía algún borracho con ganas de coger y dispuesto a pagar por eso. Yo no era virgen, pero tampoco tenia muchísima experiencia, había tenido un noviecito con el que me desvirgué, pero la verdad es que habíamos tenido sexo unos pares de veces. Igualmente yo estaba dispuesta a aprender todo lo que tuviera que aprender para salir de esa vida de mierda.
Me empezó a ir muy bien, dos años después empecé a poder pagar un cuarto en una pensión que me recomendaron las chicas donde varias de ellas dormían.
Yo ya tenía cierta fama y reputación en mi laburo. Era una piba linda y de las más jovencitas, así que empecé a cobrar más caro, por ende, empecé a tener clientes de mejor categoría. Entre nosotras, las pibas de la pensión, nos recomendábamos hombres, bares y zonas. Una de ellas me recomendó un bar, bastante clase alta, donde solían ir varios clientes. Me puse el mejor vestido que tenía y fui.
Y así fue, que esa noche trabajando, conocí al hijo de puta de Ernesto.
Yo estaba afuera, en la puerta del bar, fumando un pucho y esperando que apareciera algún cliente potable. Veo salir un hombre morocho, muy alto, corpulento y treintañero, pero sobre todo, se notaba que también tenía una gran billetera. Mi miró de arriba a abajo y se me acercó y me pidió fuego para un habano. Me preguntó sutilmente si estaba trabajando y le dije que si.
Me dijo que estaba dispuesto a pagar lo que sea por una noche conmigo.
Nos fuimos a un hotel, tuvimos sexo y yo cobré por mi trabajo.
Cuando me estaba por ir del hotel me dijo que quería verme otra vez. Un cliente con semejante billetera no hay que dejarlo ir. Le di mi teléfono y le dije que me llame cuando quiera.
Me empezó a llamar semanalmente para vernos. No solo teníamos sexo, sino que me llevaba a comer a restaurantes caros, conversábamos de nosotros, me paseaba por toda la ciudad, me compraba vestidos y lencería de marca para que usara cuando estábamos juntos.
Estuvimos viéndonos así por un año. A mi me gustaba mucho verlo, me hacía sentir importante. Toda esa vida de lujo que nunca ni soñé tener. Además, el era muy amable conmigo.
Todo venía bien hasta que un día me hice un test de embarazo porque tenía un atraso y me dio positivo.
Fui decidida a pedirle a Ernesto plata para abortar ya que por más de que estuviera ganando bien, yo sola no podía pagarlo. La respuesta de Ernesto me sorprendió. No estaba preocupado, sino que incluso lo noté contento. Me empezó a decir cosas como “No abortes, podemos formar una familia”, “Este puede ser el principio de tu nueva vida”, “Yo quiero tener este hijo con vos”. Yo estaba muy confundida, sabía que no quería ser madre, nunca lo quise, pero por otro lado no tenía ni la plata para abortar, ni la plata para ser madre soltera. Comenzó a convencerme de que me fuera a vivir con él, inclusive habló de matrimonio. Y yo, una piba pobre de diez y nueve años sin el secundario completo y embarazada, caí en su oferta.
De ahí en adelante todo fue muy rápido. Me fui de la posada a vivir con él en un piso once de un edificio en Recoleta. Nos casamos, fue un casamiento pequeño, con algunos amigos suyos. Ernesto no tenía familia, perdió a sus padres de joven y nunca tuvo hermanos, y yo claramente no invité a nadie. Al poco tiempo nos enteramos que no íbamos a tener un hijo sino dos. Ernesto estaba feliz, yo no. Con cinco meses de embarazo le volví a decir a Ernesto que no quería ser madre, que de verdad eso no era para mi. Le pedí por favor que me pagara un aborto, que todavía estábamos a tiempo. Me dijo que no, que ya era peligroso, que ser mamá “era lo mejor que me iba a pasar en la vida” , que me iba a “realizar como mujer”. ¿Mujer? Diez y nueve años tenía hijo de puta. Yo lloraba todas las noches a escondidas mirando mi panza y deseando que desapareciera.
¿Y Ernesto? Ernesto chocho de la vida, le hablaba a los amigos sobre cómo iba a hacer cosas con los chicos cuando nacieran, como los iba a llevar al club, como los iba a llevar al colegio. Nada de eso hiciste Ernesto, nada.
Los pibes nacieron y yo me convertí en una esclava. Vos te ibas todo el dia a trabajar, a hacer tu vida de hombre mientras yo limpiaba culos con mierda y me succionaban las tetas al mismo tiempo. Encerrada en ese departamento lujoso.
Las únicas salidas que tenía eran a reuniones con los amigos de Ernesto y sus parejas. Ami esa gente nunca me gustó y yo a ellos tampoco. Si me habré cansado de escuchar los comentarios de esas yeguas cuchicheando en la cocina. “La negrita villera” “La prostituta”. Si Mariana, villera y prostituta. Exactamente eso soy, siempre lo fuí y siempre lo voy a ser.
Cuando los chicos cumplieron dos años le dije a Ernesto que quería estudiar para terminar el secundario y poder trabajar. Como dije antes, siempre me las arregle sola y esta dependencia me estaba volviendo loca. Por supuesto me dijo que no, que alguien se tenía que hacer cargo de los chicos, que el no tenia tiempo porque trabajaba todo el dia para mantenerme a mi y a esta “vida de lujo” que llevábamos. ¿De que te sirve esta “vida de lujo” ahora que estas pudriéndote en el infierno pedazo de forro?
Años más tarde recibo un llamado de una de las chicas de la pensión . Arreglamos para vernos, hace muchísimo no las veía y las extrañaba. Dejé a los chicos durmiendo, le deje una notita a Ernesto que me había ido a juntar con las chicas y me fui. Por primera vez en años pude respirar. Fuimos a un bar, nos cagamos de risa toda la noche, nos pusimos al dia y ellas me jodian con que ahora yo era “alta cheta”.
Cuando llegue a casa estaba Ernesto, en pedo, esperándome. Estaba como loco, nunca lo había visto así. Me agarró del brazo, me empezó a gritar. A mi instantáneamente se me vino la imagen de mi papá a la cabeza. Otro hijo de puta que si hubiese podido matar lo hubiera hecho, pero seguro se cago muriendo solo. “¿Qué te pasa hija de puta? No valoras nada de todo lo que yo te doy?” “¿Volviste a ser prostituta?” “Puta de mierda”. Esa fue la primera vez que me pegó.
Ernesto empezó a tener problemas en el trabajo y le agarró el gustito al alcohol.
Cómo le entrabas a tu whisky caro reverendo hijo de puta.
Volvías en pedo de la empresa, seguías tomando en casa, hacías papelones enfrente de los chicos, les gritabas y encima pretendías que tuviéramos sexo antes de irnos a dormir.
Yo no quería, no quería coger con vos y vos me obligabas. Me amenazabas y me obligabas a coger. Me violaste una y otra vez. Te volviste un drogadicto inmundo. Te importó un carajo que tus hijos te escucharan cagarme a trompadas. “¿Para qué te pago puta de mierda?” “¿Te olvidaste de donde venis?” “¿Te olvidaste quien te sacó de ahí?”
Yo siempre te importe un carajo, eso lo entiendo ahora. Para vos siempre fuí tu prostituta. Me manipulaste para que fuera madre, fui tu incubadora para que tuvieras familia y no te murieras solo por mierda que sos.
Y así por años. Años de encierro. Años de vivir ese infierno. Años escuchándote prometer que ibas a cambiar, que ibas a ser mejor. Siempre fuiste una mierda Ernesto, el problema es que yo me di cuenta tarde.
Años de la misma historia todos los dias. Años esperando. Esperando que los chicos cumplan diez y ocho para matarte y que ellos hereden toda tu plata inmunda con la que me compraste y se puedan arreglar solos.
Espere y espere hasta que un día te mate. Los chicos estaban de vacaciones con amigos y yo te mate. Y lo disfruté. Te pegue seis tiros en el pecho con tu propia arma. ¿Qué te pensaste? ¿Que no sabía usar un arma? En mi barrio las cosas se arreglan así, a los fierros.
Te mate y me escapé de esa vida que nunca fue mía. Y te juro que me siento más libre presa que cuando vivía con vos en ese piso once en recoleta.
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