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#coco au: la revolución de la familia rivera
pencopanko · 6 months
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Bienvenidos, nuestros duelistas
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gotticalavera · 6 years
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Héctor el zapatero: Capitulo 1
[[Au: Héctor es el fundador de la zapatería Rivera]] Ernesto de la Cruz era el mejor cantante de todo México, pero el que componía las canciones era su amigo que se encontraba en Santa Cecilia a cargo de su niña…
Héctor el zapatero: Prologo
Link de este capitulo: Fanfiction
Link de este capitulo: Wattpad
Coco no me pertenece, uso sus personajes sin fines de lucro.
[Una decisión firme]
Héctor estaba buscando su guitarra y a su más grande tesoro; debía de despedirse de ella antes de partir junto con Ernesto rumbo a una gira. Ni a él ni a Coco le gustaba la idea de estar separados, pero los tiempos se ponían difíciles con la Revolución a punto de concluir.
No quería ver el hambre reflejado en los ojos de su niña.
El día después que nació, con lamentos de gallo y pisadas fuertes entre las piedras, el pueblo sepultó a Imelda Rivera en el cementerio; Héctor escuchó los murmullos de la gente “Pobre hombre” “Pobre niña” “¿Qué será de ellos?” “Esperemos que Dios los amparé”
La sensación déjà vu era se sentía tan seco en sus labios, casi pudo ver el reflejo de su pasado delante de él. Un pequeño de unos diez llorando a moco suelto por la pérdida de su madre querida y un padre que le pedía sin expresión en la mirada que se calmará.
Los murmullos de la gente eran los mismos de hace tiempo, pero deseaba que fuera diferente para Coco, que en los brazos de Doña Dolores estaba acunada y dormida. No sería un padre alcohólico que apenas podía ver a su hijo sin recordar su propia tristeza y Coco no tendría que refugiarse en sus abuelos para sustituir la falta de cariño.
Eso fueron cosas que le confesó a Ernesto en la cantina antes de tomar una decisión. Haría todo lo posible para que Coco no le faltará nada, no solo hablaba de las pertenencias o la comida, también se refería al cariño. Si tenía que asumir ambos roles lo haría, la familia de su esposa le miró extraño cuando semanas después le pidió a Doña Dolores que le enseñará a cocinar.
La familia no lo juzgo, tal vez se estaba llevando al muerte de Imelda de diferente manera, pero poco después comprendieron a lo que se debía; eran muy pocos los casos donde un hombre se quedaba solo con la criatura, pero siempre existía las opciones de apoyarse de su familia o de casarse con una jovencita para que empleara el rol de mujer.
Héctor no quería abusar de ellos… ¡y ni hablar de la segunda opción! Para él, únicamente existió Imelda como la dueña de su corazón, aunque ahora la que tenía más prioridad de ello era su hija.
Con esas razones, aprendió a cocinar y ocuparse de los quehaceres del hogar, ya se sabía todas las burlas de su suegro por hacer el trabajo de vieja y también el de un hombre; porque aún tenía que ganarse el pan para él y para Coco.
Aunque en ese momento, las cosas se estaban poniendo difíciles; y Ernesto pareció como paloma blanca para salvarle, volvió a sacarle el tema de los sueños que tenían de pequeños, de ser grandes músicos y lograr una fama que los sacaría de esa miseria.
Los argumentos De La Cruz ya no parecían trillados e inalcanzables en situaciones como está. Por eso, hoy en la mañana partiría rumbo a Querétaro, brincando de estado en estado hasta llegar a la capital en busca de una mejor vida.
Pero antes debía de despedirse de ella, era todo lo que le quedaba y no quería que ella pensara que iba a abandonarla. Paró la oreja cuando escucho un estornudo, dio vuelta sobre sus talones y dirigió sus pasos a la mesa de la cocina.
― ¿Dónde se habrá metido?―se cuestionó mientras se apoyaba al borde la mesa― ¿Se habrá ido con su abuela?―una risita pequeña se escuchó― ¡Qué mal! Tal vez no me vaya si no la encuentro.
― ¡Sí!―ese grito escapo de los labios de Coco.
Héctor sonrió y corrió el mantel del comedor― ¡Te encontré!―anunció al ver a su pequeña con la guitarra debajo de la mesa.
―No es justo―exclamó con tristeza al no tener éxito en su cometido y esto le removió el corazón a su padre.
―Ven aquí―dijo suavemente mientras la cargaba y con una mano sostenía su guitarra.
La llevó a su habitación y la acomodó perfectamente en la cama, afinó un poco la guitarra antes de mirarla.
―He estado trabajando en algo para ti…
Rascó las cuerdas y comenzó a entonar una canción, Coco al instante reconoció de lo que se trataba, ya que había escuchado fragmentos de está a lo largo de la semana cuando su padre se descuidaba y este callaba al instante al darse cuenta de su error. Al fin podía escucharla completa, pero no aguanto quedarse callada y  acompañó a su padre en la última estrofa.
“Recuérdame
Si mi guitarra oyes llorar
Ella con su dulce canto
Te acompañará
Hasta que
En mis brazos tú estés”
―Recuérdame~…―entonó al final Héctor.
Coco se limpió los ojos con las palmas de su mano, los talló con fuerza para que su padre no la viera triste y él también sintiera su tristeza.
― ¿Sí vas a volver?
―Te lo prometo―le dio un beso en la frente y esto calmó a la niña.
Después de un rato llego Ernesto acompañado de Doña Dolores, Héctor le entregó la niña a su suegra para cargar su morral.
―Buena suerte, papá―exclamó la pequeña.
―Gracias, mi vida―ambos se veían tristes―Llegaré bien…
Ernesto interrumpió―No te preocupes, Coco―le dio una palmada en la espalda a Héctor, casi le sacaba el pulmón―Tu papá está a mi cuidado, tu padrino te lo entregará a salvo.
― ¿De verdad?―los ojitos de Coco brillaba ante esas palabras.
― ¡Te lo aseguro!
― ¡Gracias, tío Ernesto!
Les dieron la dieron la bendición para que Dios los acompañe, y despidieron de las mujeres, ambos emprendieron la dura tarea de ser escuchados por el mundo. Los días se volvieron semanas y estás se convirtieron en meses; la fama poco a poco parecía más cerca, pero Héctor sentía que la distancia se había hecho más larga de lo que esperaba, eso le comenzaba a doler.
Su sueño de ser músico ahora ya no era una prioridad en su vida, necesitaba volver. Esto no lo tomó para bien Ernesto ¿Quién lo tomaría bien cuando te dejan solo a mitad del camino? ¿Qué pasaría con él? ¿Qué hay de su sueño?
La discuta se cerró junto con la maleta sin aviso de Héctor, Ernesto dio un suspiro antes de hablar retiró los dedos de la maleta para peinar su copete.
―No me puedo enojar contigo, y más por tus razones; pero en serio nos falta muy poco.
―Pero necesito volver, no creo que esto sea la vida que quiero para ella…
― ¿Me dejas terminar?―Héctor guardo silencio―Puedes irte, pero necesito tus canciones, las compondrás y yo las interpretaré.
―Así no se puede, sabes que tanto tú como yo buscan a cantantes con el paquete completo; cantante y compositor.
― ¿Y eso qué? Tú necesitas el dinero y yo solo deseo la fama, ambos podemos ganar; podrías trabajar bajo un seudónimo. Sé que va hacer algo difícil encontrar a alguien que me contrate, pero no pienso rendirme y que se desperdicien tus canciones en vano…
Ernesto hablo durante largo tiempo, ambos negociaron las cosas y con un tequila sellaron el trato; después acompañó a Héctor rumbo a la estación del tren que se encontraba en Morelos. No hubo ningún inconveniente en el camino y esa misma noche Héctor partió rumbo a Santa Cecilia.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
― ¡Chingada Madre!―exclamó de dolor Héctor por darse un martillazo.
Hace unos meses que había regresado para la alegría de Coco, Héctor le había contado de las aventuras que tuvo en distintos estados que no pudieron caber en papel y sobre la decisión de Ernesto de seguir con la gira.
Pero poco importaba si había vuelto, cuando no traía ni un centavo, y ante las pocas posibilidades que tenía por conseguir un trabajo que le permitiera pasar tiempo con su hija. Solo conocía el trabajo en el campo, un oficio de tiempo completo o de ser ayudante en la carpintería del tío de Imelda.
El foco se le prendió ante ese último pensamiento, con las herramientas a la mano comenzó hacer zapatos; parecía que su amada le estaba dando apoyo desde el cielito lindo con solo pensar en ella, Imelda una vez le dijo que la parecía interesante hacer zapatos, tal vez hacerlo no era mala idea. No fueron perfectos los primeros, pero poco a poco comenzó a tenerle ritmo a los martillazos y a la costura de la misma.
Aunque ahora se había dado justo en el dedo por un descuido y ya se lo estaba chupando para calmar el ardor.
― ¡Papá!―se tensó al escuchar eso, esperaba que no hubiera oído la grosería.
― ¿Qué pasa?
―Te llegó una carta de mi padrino.
Héctor paró las cejas sorprendido, desde hace tiempo que Ernesto dejó de comunicarse, parecía que se lo tragó la tierra; agarro el sobre y al abrirlo ¡Vaya gusto se dio!  Levantó a Coco mientras gritaba de felicidad.
Con esa cantidad de pesos podría abrir el negocio y le sobraba para la despensa del mes.
Aunque si seguía llegando dinero podían vivir de ello, pero ¿Qué le garantizaba si Ernesto fuera descubierto? ¿Habrá dicho la verdad? ¿Ernesto triunfaría con sus canciones? Además, el negocio era en honor a Imelda, a pesar que tenía el Rivera en ello para que Coco pudiera vivir de ello. No estaba de más ser precavido…
Tenía que pensar en el futuro de su hija antes que el suyo.
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pencopanko · 6 months
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Destino absoluto: apocalipsis
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pencopanko · 6 months
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Not to get too "controversial", but in all of my Coco AUs and stories Miguel would be pro-Palestine actually
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pencopanko · 6 months
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Revolutionary Girl Utena-inspired Coco AU... but it's focused on Rosa Rivera
In 2017, the second eldest son of a family of shoemakers embarked on a journey to Escuela de la Cruz to discover his family's true roots after discovering that his great-great grandfather had been Héctor Rivera; a songwriter and fellow musician who used to travel with Ernesto de la Cruz before his untimely disappearance in 1921. An event which triggered a 100-year long music ban, and the establishment of a new school "dedicated to his name".
It had been four years, and nobody had neither seen nor heard from Miguel Rivera since.
Not wanting history to repeat itself, the head matriarch of the family along with her sons and their wives gave their blessings to their children, Rosa Rivera and Abel Rivera to go to Escuela de la Cruz and bring Miguel home. At first, the youngsters were reluctant but after a prophetic dream that Rosa had of her ancestors, Miguel's whereabouts, and an enchanted academy in the heart of México City the two of them finally complied.
Little did they know that the time and space continuum worked in a different way in Escuela de la Cruz. Everyone who entered the school grounds stopped aging, the dead were able to communicate with their descendants directly... and no living thing could ever leave. In order to be able to leave the school, students would have to face a series of duels with the final showdown being a duel with the headmaster: Ernesto de la Cruz himself. And nobody had succeeded past the headmaster's great-great grandson, Marco de la Cruz.
Including Miguel Rivera, who had been stuck in his 12-year-old body all this time... and the ghost of Héctor Rivera. The only ghost who could not leave the school premises.
After a series of misadventures and armed with weapons from their ancestors (a pair of boots and an enchanted rapier/rifle thing from Mamá Imelda & Tía Victoria, a pair of golden gauntlets from Tía Rosita & Papá Julio, and a guitar from Papá Héctor; all of which had been modified and enchanted by Tíos Óscar & Felipe), Rosa, Abel, and Miguel had found themselves in the middle of a century-long feud of music, family, shoes, and betrayal. Rosa even had found herself in an odd romantic tug-of-war with the cocky yet well-meaning(?) Marco.
And so as the next-next matriarch of her family, Rosa would have to learn to fully embrace who she is and lead her family to... a "revolution"? Whatever that is.
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pencopanko · 4 months
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La Revolución de la Familia Rivera (A Revolutionary Girl Utena-inspired Coco AU)
Summary: Future matriarch Rosa Rivera and her brother Abel are tasked to find their missing musician cousin Miguel and bring him home before music fully corrupts him. But it's easier said than done when it turns out that: 1. Miguel has not aged in four years; 2. Nobody can leave Escuela de la Cruz; and 3. They have found themselves at the center of a family mystery that has lasted for one hundred years. Fortunately, they have their ancestors to guide them, including Mamá Imelda herself! And that one lanky ghost named Héctor who always follows Miguel around.
Stuck in what seems to be some sort of pocket dimension, Rosa and her cousins must defeat a number of duelists in order to solve their family mystery, including de la Cruz's snarky great-great-grandson, Marco. Gifted with Blessings (enchanted weapons) from their ancestors, hopefully they can all break the curse... and trigger a... "Revolution"? Whatever that may be. (Cross-posted from AO3)
PRÓLOGO
Long ago, in a town called Santa Cecilia, lived a family of three. The papá was a musician who dreamed of playing for the world, while the mamá was an aspiring shoemaker who loved music just as much as her husband. They had a small daughter together, and the three of them would sing, dance, and count their blessings.
One day, the papá left home with his guitar. And never returned.
Outraged and heartbroken by his disappearance, the mamá banned music from her family. Nobody was allowed to play music, listen to music, or even hum a single note. She also forbade her family members from even uttering the name of her husband. She considered him dead, and she put up their family photo on their family’s ofrenda with his head torn off. Nobody was to remember him. Ever.
The mamá did not have time to cry, however. She rolled up her sleeves and focused on her shoemaking business, turning it into a family affair. She taught her brothers, then her daughter, then her son-in-law, and then her grandchildren. The business grew and grew, and they became known for making the best shoes in town.
Music had torn the family apart, but shoes put them all together.
That is the legacy of Imelda Rivera. Mother, grandmother, shoemaker.
Music shall never enter our family again, she had decided. But was that really such a good idea?
---
30 de diciembre, 1942. Ciudad de México.
It was a night to remember.
After the 21st anniversary of the establishment of Escuela de la Cruz (or De La Cruz Academy, if you are not a native Hispanic), the most famous musician in Mexican history and the namesake of the school himself, Ernesto de la Cruz performed his biggest hits for his beloved students and fans alike. He opened with “El Mundo es mi Familia”, made the crowd clap and sing along with his upbeat songs like "Un poco loco", stunned the audience and even the stage crew with his ballads, and ending with arguably his biggest hit: “Requérdame”.
As Ernesto went up the escalator all the way to the top of the stage just below the bell, everything was going well. The fireworks were shot at the correct time, the dancers were on beat, Ernesto was singing with his powerful vocals, and the crowd was pleased. The skull guitar was shining and reflecting the lights. Just before he was about to belt out his final note, Ernesto handed over the guitar to a stage crew, as rehearsed.
Unbeknownst to most, except for a small number of people behind the stage, one of the staff was leaning on a lever that controlled the bell. Perhaps it was a slip of the body, or perhaps he was leaning too much on the lever, but it all happened so quickly that some were convinced it was almost as if the musician was somehow cursed.
30 de diciembre, 1942. Ciudad de México.
Ernesto de la Cruz was crushed by a giant bell. There was silence followed by screams of terror and panic. The screaming only got worse when suddenly the concert hall turned dark before anyone could do anything. People were bumping against each other and against furniture, tripping over cables, and the students were rushed out of the arena back to the Academy.
After a staff member was able to turn the lights back on, somehow things took a sharp turn to the mysterious. There was indeed debris atop the escalator where the bell was dropped, but there was no bell. And the oddest thing of all: Ernesto de la Cruz’s dead body was nowhere to be found. Yes, there was blood, but other than that and some tattered fabric, he was nowhere to be seen. The skull guitar had also disappeared.
30 de diciembre, 1942. Ciudad de México.
It was a night to remember. For better or for worse.
---
1 de noviembre, 2017. Santa Cecilia.
Not so long ago, there was a young boy. He came from a family of shoemakers who hated music. For as long as he could remember, music was banned from entering the family. Not a whistle, not a tune, not a pluck of a guitar, not a finger tap, not even a hum. His grandmother would even yell at passerby’s who sang outside of their home.
And yet, out of everyone in his family, he was the one who fell in love with the forbidden art. He knew that his family loved him and that he loved them in return, but he too knew that he was different from the rest of them. His love for music was strong enough to the point of creation. He would record himself secretly playing music up in the hidden attic. He would write songs that he would hide in-between his books and other personal belongings in his room and in the attic as well. He even managed to created his own functioning guitar from a broken one he found amongst a pile of trash. All of this he kept a secret, except from his great-grandmother.
And up there in the same attic was also where he kept his stash of Ernesto de la Cruz memorabilia. De La Cruz was his idol, his mentor, his hero. If the boy were a rat in Paris, De La Cruz would be the imaginary chef guiding him everywhere he went. It was through his music and films that the young boy would come to love music himself. Ernesto de la Cruz came from Santa Cecilia, just like he did. He played in the plaza when he was young, just like how the boy wished he could do. He wished to do what his idol did: to seize his moment and play for the world.
Then, on a fateful Día de Los Muertos, the Day of The Dead, he found an opening. Up on top of his family ofrenda was a photo of his great-great grandmother, her daughter (the boy’s great-grandmother as a child), and an unknown man whose head was ripped off of the photo. The family only knew him as their great-great-grandfather, El Músico. The Musician. The man who left his family for music. A Xolo dog whom the boy liked to play with accidentally made the photo fall from the ofrenda, revealing a folded over portion of the photo.
It was De La Cruz’s guitar. A pristine white guitar, as if made out of marble, with a skull headstock and markings at the bottom of its body. There was no other guitar like it! He couldn’t believe it! Ernesto de la Cruz was his great-great-grandfather! With this revelation, he announced to his family that he would become a musician. Alas, his dream was rejected and his guitar was destroyed.
Heartbroken, with only his loyal Xolo at his side and the family photo in his clutch, he ran into the night.
---
1 de noviembre, 2021. Santa Cecilia.
Four years has passed since. Miguel Rivera has yet to come home.
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gotticalavera · 6 years
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Héctor, el zapatero: Capítulo 2
El primer capitulo del año y empezamos con Ernesto ¡Yuj!
[[Au: Héctor es el fundador de la zapatería Rivera]] Ernesto de la Cruz era el mejor cantante de todo México, pero el que componía las canciones era su amigo que se encontraba en Santa Cecilia a cargo de su niña…
Capítulos en tumblr.
Prologo
Capitulo 1
Link de este capitulo en: Fanfiction
Link de este capitulo en: Wattpad 
Coco no me pertenece, uso sus personajes sin fines de lucro.
La moralidad de Ernesto
Héctor lo abrazó antes de subir al tren, le dedicó una sonrisa antes que los rieles empeñaran su función, y partió rumbo a Santa Cecilia, cuando Ernesto perdió de vista el transporte sabía que era el momento de volver al hotel donde se hospedaba.
Sus pasos le pesaban como cemento y antes que se diera cuenta ya tenía en frente la puerta de su habitación, entró como fantasma y la cerró tras de sí. Al estar completamente solo; de su chaleco sacó un frasco y lo arrojó con furia sobre el suelo, nunca lo uso, el contenido se desperdició en la alfombra. Jaló sus cabellos azabaches, grito con furia y coraje mientras caía de rodillas al suelo, no le importaba el dolor.
Solo quería que las voces se callaran de una vez.
"¿En qué pensabas?"
"¿Qué planeabas hacer?"
"¿En serio podrías hacerlo?"
Las voces no paraban de atormentarlo, y sus lágrimas de enojo eran una reprenda de sí mismo...
― ¿¡Qué iba hacer!?
El dolor se hizo ameno en sus rodillas, pero no se comparaba con el dolor que estaba sintiendo dentro. Aun así, se incorporó, se limpió sus heridas y rejunto la evidencia de un crimen no cometido, y se dispuso a dormir con ese tormento.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
Ernesto nunca comprendió mucho el significado de la familia, tenía entendido que eran las personas que te cuidaban y querían al nacer; personas que compartían la sangre y la carne.
Tiene recuerdos borrosos de su madre, antes que su padre la corriera por ponerle el cuerno, su madrastra poco lo quería, su padre apenas estaba presente y sus hermanos lo miraban con indiferencia.
Nada era feliz, lo único que lo animaba era la música, su pasión por ella lograba que su vida fuera más llevadera. No fue por mucho tiempo hasta que se enlistó para defender a Santa Cecilia de la Revolución, no importaba si eran; Carrancistas, Zapatistas o Villistas, si intentaban hacerle daño a su hogar, su vida tendría que pagar.
Ahí fue donde conoció a Héctor, ya lo conocía de lejos por vivir en el mismo pueblo, pero nunca llegó su interés de relacionarse con él. Era solo un mocoso que hacía labores de campo y se enlisto a este sector para probar que era un hombre.
Los hombres poco a poco se iban y llego un momento en que ambos quedaron solos, recuerda esa noche frío donde el fuego parecía extinguirse por cada fuerte brisa que pasaba sobre ellos. No le dedicó palabras a Héctor, estaban en una situación de la historia donde no formar lazos podría ser fatal si los perdías delante de tus ojos, un hambre de perros que te cala hasta los huesos y machar con el cielo teñido de rojo como el suelo.
― ¿Puedes tocarla?―esa pregunta lo tomo desprevenido.
―...
―La guitarra ¿la sabes tocar?
―Ahs~―bufó en desagrado― ¿A poco quieres escuchar música?
― ¿Pues pa' que te la traías?―su boca silbaba con cada palabra.
― ¿Sabes en dónde nos encontramos?
― ¿Y no sería mejor pasarlo bien que pensar en tristezas?
Ernesto frunció el ceño por tener una pregunta como respuesta, aunque sí, tenía la razón. La había traído para animar el campamento, pero fueron divididos en poco tiempo en diferentes zonas, quedo como niñera de ese mocoso.
Rascó las cuerdas, preparó su garganta para entonar una canción, pero le ganó la palabra el chiquillo. Entonó de forma suave y su cantar lo hipnotizo, pudo sentir sus huesos vibrar de alegría y recordar esos bellos tiempos que tuvo con la música.
―No cantas tan mal...―exclamó Ernesto al terminar de tocar.
―Dicen que lo llevo en la sangre, mamá cantaba como el cenzontle.
― ¿Cantaba?―su pregunta hizo que su sonrisa se borrará.
―Sí, cantaba.
―Lo siento.
―Con la muerte no se le puede pedir disculpas, son cosas que suceden.
―Muy cierto―dijo en bajo.
Pero a pesar del tema, el chiquillo volvió a sonreír―Soy Héctor.
―Y yo Ernesto.
Su tiempo, como parte de la Revolución hizo más fuerte su amistad, entonaban canciones para no tener sueño y si eso no funcionaba, se turnaban el fusil mientras el otro dormía.
Aún después de hacer sus servicios siguieron siendo amigos, con Héctor había encontrado algo que desconocida, una persona que quería mucho y deseaba proteger mientras crecía.
Fue egoísta con el tiempo de Héctor y sus sueños de ser músicos famosos le harían ser dueño de su futuro; solo que no contó con el amor. No pensó que Héctor se enamorara, era obvio que en algún momento lo haría, pero no quiso que fuera así de rápido; Imelda le quería arrebatar lo que él había encontrado...
¡Ay, pero que podía hacer!
Los ojitos de Héctor brillaban de la emoción y componía canciones en honor a ese amor, se tragó sus palabras y se burló de Héctor por ser gallina al confesarse. No dijo nada cuando al fin fueron novios, ni detuvo la boda cuando el padre dio el permiso.
"Si alguien se opone, que hablé ahora o calle para siempre"
Espero que alguien dijera algo, algún pretendiente de Imelda o una de las pocas enamoradas de Héctor, pero ni eso. Dio sus palabras de aliento y se inflo de orgullo cuando dio por ende que era una paloma atada a otra.
Sintió más ajeno a su amigo al anunciar que tendría un hijo; Ernesto podía sentir la distancia más marcada entre ellos y eso le daba coraje. Tal vez si Héctor hubiera seguido rebozando de felicidad lo hubiera hecho, lo haría sin chistar en matarlo en la primera oportunidad.
Porque ya no era el chiquillo que le cantó, que le brindo un sentimiento cálido; se había vuelto un hombre de familia que le estaba robando las alas.
Lo que no contó fue la muerte de Imelda; ambos sabían por experiencia lo duró que era perder a una madre, por lo menos ellos lograron formar recuerdos con las suyas, y no corrieron con la suerte de Coco. La empatía que sentía por él le hizo reprimir sus malos actos y lo dejó ir para reencontrarse con su hija.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
Fue difícil para Ernesto seguir así, cantaba las canciones que Héctor le había dejado y cuando alguien se interesaba en él y pedía hacer espectáculos, tocar en la radio o grabar un disco. Él decía la verdad y prácticamente lo corrían por no ser obras originarias de su mano.
Se estaban poniendo duras las cosas y aunque las limosnas eran suficientes para sobrevivir, no pudo darle su parte a Héctor con tan poca ganancia.
Cuando pensó que ya no podía más, y reconsidero volver a Santa Cecilia ante el desprecio del contribuidor que tenía en frente, alguien lo detuvo.
― ¿Cómo que no son suyas?―habló una mujer entrando al despacho.
―Laura ¿Qué haces aquí?
―Te estaba esperando Fausto, pero como vi que te tardabas, vine... ¿Y usted no me ha respondido?
―No son mías, son de mi amigo.
― ¿Y dónde está él?
―No está muerto, gracias a Dios...―se aclaró la garganta― Su esposa murió cuando tuvo a su hija, y se está haciendo a cargo de ella.
― ¿Cómo?
Contó con pelos y lenguas los sacrificios que hizo Héctor por el bien de Coco, la esposa del contribuidor se le ablando el corazón al escuchar tan hermosa historia, y más viniendo de Ernesto, le brillaban los ojitos de admiración al hablar de ellos.
― ¿Y cómo se llama usted?
―Ernesto de la Cruz, señora.
―Amor, dale un contrato al señor de la Cruz, porque ahora tendrá que interpretar canciones con el corazón...
―Pero nadie lo escuchará y no le convendría ya que...
―Tonterías, Fausto.
¿Quién diría que esa mujer le brindó la oportunidad de su vida? A regañetes y golpes el distribuidor hizo el contrato y dio dos cheques por adelantado. Con especificaciones de su esposa de darle el debido crédito tanto al compositor como al intérprete.
Le dio el cheque a Héctor junto con una carta, y está recibió una respuesta de rápida. Se sorprendió que Héctor abriera una zapatería en nombre de Imelda y con el dinero que le había dado sería para contribuir al negocio y las necesidades de Coco. Pudo casi imaginar la sonrisa de Héctor mientras le escribía la carta que estaba leyendo; la guardo junto con las demás cartas que se escribieron durante ese tiempo.
Con el tiempo, Ernesto ganó fama, por su voz y atractivo, y su historia hizo que la gente lo viera como una persona de buen corazón.
¿Buen corazón?
¿Lo tendría una persona egoísta?
¿Lo tendría una persona que tuvo intenciones de matar a su mejor amigo?
Las voces nunca lo dejaron de atormentar, el trabajo pronto se volvió una prioridad para él. Apenas si socializaba con las nuevas estrellas fuera del rango de trabajo y las cartas de Héctor eran como un escape; era un llamado para decir de donde había venido, de cómo fue que llegó a tenerlo todo y a la vez nada.
La felicidad en cada carta que leía Ernesto era sincera, tanta calidez sentía con esas palabras que le daban ganas de tomar una maleta e ir directamente a Santa Cecilia para hacer zapatos con Héctor; abrazarlo y abrazar a su ahijada, porque ellos se habían vuelto algo que nunca tuvo.
Una familia.
Pero tenía que volver a la realidad que le tocó, una donde aún hay mujeres (y muchas) que desean casarse con él, donde lo alaban como un Dios; como el Tesoro de México.
Eso no le importaba, aunque el mundo resultará ser su familia la verdadera se encontraba en Santa Cecilia. Su único deseo era el bienestar de ellos, que estuvieran sanos y lo recordaran.
Pero no pensó que unas semanas después; la Guerra Cristera estalló...
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gotticalavera · 6 years
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Héctor, el zapatero: Prologo
Ya lo he publico, pero no el capitulo solo que lo he publicado en Wattpad, de todas formas ya sé como enlazar aquí así que no importa…
Preparen los pañuelos que esta cosa se va a poner triste ;w;
[[Au: Héctor es el fundador de la zapatería Rivera]] Ernesto de la Cruz era el mejor cantante de todo México, pero el que componía las canciones era su amigo que se encontraba en Santa Cecilia a cargo de su niña…
Link en: Fanfiction
Link en: Wattap
Coco no me pertenece, uso sus personajes sin fines de lucro.
[Mi querida Imeldita]
Imelda era el amor de su vida, la más hermosa muchacha de toda Santa Cecilia, pero al igual que su belleza era feroz, una mujer orgullosa y fuerte como toro. Por eso fue una sorpresa que ella logrará casarse, siempre había rechazado cuanto pretendiente con unas palabras cortantes y una mirada que dejaba frío a cualquiera.
El único que consiguió enamorarla.
El único que la quería con todo su amor.
Fue Héctor, un muchacho con aspiraciones de músico que un día fue a la carpintería de su padre para comprar una guitarra y se topó con unos oscuros que le robaron el alma, el sueño y el corazón.
Poco a poco se les empezó a ver juntos, eran chiquillos aún; él tenía 15 cuando la vio por primera vez y ella 13, con el pasar de las estaciones ambos crecieron junto con el cariño que se tenían. Esto se transformó en amor, uno de los más sinceros y puro que presenció el pueblo.
Ese día de marzo con una revolución encima, ambos fueron enlazados por la palabra de Dios, el trato se selló con un beso y la fiesta se hizo a lo grande. Ernesto se la pasó coqueteando con las señoritas, los papás de Imelda estaban orgullos de que ella escogiera un hombre de buen corazón que la cuidará, los gemelos se pasaban jugando con invitados de su edad.
Héctor e Imelda estaban sobre las nubes por al fin estar juntos, la vida les sonreía y agradecían al pasar el resto de ella al lado del otro.
La alegría les golpeo de nuevo cuando después de llegar al tercer año de matrimonio Imelda le dio la noticia ¡Iban a tener un hijo! Si hubieran existido las cámaras en ese momento, Imelda grabaría las expresiones de Héctor como su cara de incredulidad se transformaba en un grito de jubiló y la cargo con una inmensa felicidad.
Aunque después la bajo con cuidado temiendo asustar al retoño que creía en el vientre de su esposa. Ernesto alego querer ser el padrino de la criatura en cuestión de segundos y se llenó de orgullo al ver a su amigo embobado porque al fin tendría una familia.
Héctor nunca tuvo una familia completa, a su madrecita se la arrebato Dios antes de tiempo, su padre apenas lo veía, pero no tenían tan mala relación; lo que podría llamar familia sería a su abuelo que en paz descansa, la familia de su esposa y a Ernesto.
Nueve meses estuvo al cuidado de Imelda.
Nueve meses donde fue atento.
Nueve meses en el que espero ver al nuevo integrante de la familia.
Y en una madrugada de noviembre, entre llantos y gritos de dolor por la madre, la Dolores Rivera y Héctor apoyaron en el parto de Imelda, Dolores se encargaría de la criatura, por parte del futuro padre, le sostenía la mano a su esposa con fuerza.
― ¡Puja mija’! ¡Puja mija’! Ya casi sale―exclamaba la señora.
Un último grito dio Imelda junto con el llanto de un bebé.
―Lo hiciste bien, mi amor ¡Ya nació!―tranquilizo Héctor y le dio un beso en la mano que sostenía.
― ¡Es una niña! ¡Es una hermosa niña!―hablo Dolores mientras limpia la criatura.
Imelda sonrió sin fuerzas cuando vio al bebé, estaba cansada, el dolor le estaba abrumando, pero la mano de Héctor y la mirada que le dedicaba a la recién nacida le daba un enorme alivio.
―Es muy bonita…―susurro su esposo a la criatura.
―Muy linda…―secundó Imelda―Tan linda mi Socorro.
Con las pocas fuerzas que tenía beso a su retoño y le dedicó una mirada a su esposo, él estaba a punto de preguntar si se encontraba bien, si necesitaba un descanso antes de darle pecho a la niña.
―Cuídala bien, Héctor.
― ¿Por qué dice-…?―su pregunta se quedó a la mitad cuando ella cerró los ojos―Imelda, ¡Imelda! ¡IMELDA!
Dolores presenció las lágrimas de un hombre que había perdido el amor de su vida y el de una niña el de su madre. Aunque también la ardía el corazón ver a su hija sin vida, le ardía más que se fue antes de tiempo dejándolos solos a ellos.
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