#cuadro flores
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Mini canvas I painted with diluted acrylic as a gift for my mum. I love her to the moon and back, and I put my whole being in this one.
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Mini lienzo que pinté con acrílico diluido como regalo para mi madre.
#lienzo#young artist#acrylic on canvas#paintings#painting#cuadros#cuadro#canvas art#canvas painting#canvas#lilies#lily#azucena#flores#flor#flowers#flower#dia de la madre#mothers day
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Un cuadro al oleo de un paisaje con un almendro en flor realizado en un formato vertical en el que se puede apreciar la luz amarilla del atardecer.
Contacto y encargos: Tel. 616 46 21 58 (también WhatsApp)
#arte#cuadros al oleo#Rubén de Luis#impresionismo#pintura#cuadros de flores#oil painting#oleos#art#artist
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Dama con abanico - Óleo sobre lienzo
buenovale


pringada sobre lecho
#hula anon eres la misma persona que me @ en otro cuadro de una muchacha entre flores?#solo x curiosidad y saber si todo queda en familia
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Flor de San Juan.
Este cuadro lo hice el día de San Juan, sin un plan. Usé la estructura de unos farolillos solares que tenía guardados y formé con ellos una flor. En el centro, un cristal. Pinté una botella de vidrio con pintura de pizarra beige. También pinté las ramas secas para que todo respirara la misma calma. En el ramo, coloqué otro farolillo como un guiño al cuadro. Luz de verano y algo de…
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Manualidades con flores secas, flores de cementerio. «La única muerte es el olvido»
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Flores Oswaldo Guayasamín (1919 - 1999) fue un destacado pintor, dibujante, escultor, grafista y muralista de Ecuador El padre de Oswaldo era un indígena de origen kichwa y su madre Dolores Calero era mestiza. Su padre José Miguel Guayasamín trabajaba como carpintero y, más tarde, como taxista y camionero. Oswaldo fue el primero de diez hijos. Su actitud artística despierta a temprana edad. Antes de los ocho años, hacía caricaturas de los maestros y compañeros de la escuela. Todas las semanas renueva los anuncios de la tienda abierta por su madre. También vende algunos cuadros hechos sobre trozos de lienzo y cartón, con paisajes y retratos de estrellas de cine, en la Plaza de la Independencia. A pesar de la oposición de su padre, ingresa a la Escuela de Bellas Artes de Quito. Es la época de la "guerra de los cuatro días", un levantamiento cívico militar contra Neptalí Bonifaz. Durante una manifestación, muere su gran amigo Manjarrés. Este acontecimiento, que más tarde inspirará su obra "Los niños muertos", marca su visión de la gente y de la sociedad. Continúa sus estudios en la Escuela y en 1940 obtiene el diploma de pintor y escultor, tras haber seguido también estudios de arquitectura.
#oswaldoguayasamin#ecuador#museoparticular#art#arthistory#artwork#culture#history#museums#painting#vintage#museum#curators#postimpressionism#artlovers#arte#artgallery
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Qué hermoso sonreír con tu miembro en mi boca.
Y te miro, tus ojos ya no se abren pero yo sigo mirándote. Crearía cuadros vivos una y otra vez con tal de ver esa espalda arquearse un poco más, pero mi lengua juega en ti y este infinito que circula una y otra vez, es más adictivo para mi boca que para tu piel, y entonces la calidez se interrumpe y subo por tu cuerpo trepando en humedad, como una enredadera desesperada, desesperada, por ocupar lugar.
Qué hermoso sonreír con tu miembro en mi boca, pienso, mientras ahora muerdo tu cuello y el desgarro es dulce, que ganas de clavar mis uñas en tu piel y que los gritos rompan el silencio que fuimos amenazando en medio suspiros enérgicos por crecer.
Yo quiero sembrar en medio de tu pecho, amor mío, más que todas las flores del mundo, regarlas con mi saliva mil y un veces, mientras mis caderas se frotan en tu piel y extraño el frío, porque tus manos cubren cada rincón y erizan mejor que la brisa si escalan por mis tetas, como las enredaderas.
Y en la ternura que nos queda, no somos más que una sola figura que se contorsiona, cuatro brazos cuatro piernas, ¡que monstruo hermoso este que se hidrata con la misma saliva que va y viene!, que se desliza por el cuello y se regodea de gozo cayendo por la pelvis, qué envidia de este ser que se come así mismo, que se muerde, se relame y no deja de moverse sin importar las horas y el sol que ve morir por la ventana.
Quiebrate en mi, amor, nada me da tanta rabia como tener prisa al lamer tu espada...y mientras me muerdes el cuello y escucho mi nombre, qué hambre me da ver el devenir de tus ojos cerrados, mientras sonrío ya con la sed del monstruo, y tu miembro en mi boca.
-danielac1world ~La crudeza de ponerme nombre~
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Destino, por ti seré
Destino impropio e inalcanzable
Anhelo de amor, cariño y compañía
Inviernos acompañados de soledad, veranos carentes de verdades, otoños de melancolía eterna y primaveras de flores marchitas.
Que será de mi destino? Se perdió en mis decisiones, se alejo y otro lo tomo. Hizo suyo un final que era mío.
Inundado en una trama que no parece mía, encastrada a pura paciencia y solidez, suelo perderme en pensamientos de idealización, fantasía e ilusión.
Destino, por ti seré un cuadro mal colgado en una pared húmeda y mal pintada.
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Tengo un cuadro de Abel Quezada en el comedor de mi casa. Es el retrato de una mujer de unos cuarenta años sentada junto a una columna roja, solitaria y triste, con una garrafa de vino rosado ya casi vacía y una copa a medio consumir. Lleva una túnica blanca con flores de abril, y un peinado de Mona Maris, y no es posible saber si la luz de sus ojos es por el verde de mar en reposo o por el fulgor de sus lágrimas. Pues tanto su semblante como la soledad de su vino delatan una vieja congoja. De noche, cuando se apagan las luces del comedor, la garrada está vacía y sólo queda el último sorbo en el fondo de la copa. Pero a la mañana siguiente está otra vez llena hasta la mitad y la copa a medio consumir.
Esta historia empezó hace tantos años que ya no recuerdo cuántos, un domingo en que Yolanda, la esposa de Abel, nos invitó a su primer estudio de Cuernavaca para prepararnos una de sus ensaladas floridas que podrían confundirse con un cuadro de su marido si se colgaran en la pared. La casa era una especie de precipicio domesticado, con siete niveles unidos por una escalera tentacular que descendía hasta los trópicos entre plantas de flores bulliciosas y pájaros alucinados. En el primer nivel estaban la sala de visitas y el dormitorio grande. En el segundo, descendiendo, estaban las otras alcobas, la cocina y el comedor, y una terraza sobre las vastas selvas del sur. En el tercero, más abajo, estaba el estudio de pintar: un amplio invernadero de vidrios siderales por donde podía verse en los días festivos de diciembre el vasto océano Pacífico hasta las nieves del Fujiyama.
Abel es el único pintor dominical que pinta todos los días, y lo mismo de día que de noche. Pinta siempre, hasta cuando duerme, pues a veces despierta en la media noche y toma notas de un sueño para pintarlo al día siguiente. Pinta como respira, terminando apenas para volver a empezar, y en cualquier lugar de este mundo ancho y ajeno que él suele recorrer al derecho y al revés como si fuera minúsculo y suyo.
En el estudio de Cuernavaca había aquella tarde muchos cuadros pintados en el curso de la semana, unos colgados, otros en el suelo, la mayoría volteados contra las paredes, pero el que me flechó el corazón fue el que estaba todavía en el caballete. Era, por supuesto, el de la mujer que hoy nos contempla desde su marco dorado mientras comemos. Sólo que entonces era una niña de unos cuatro años que jugaba a las muñecas en el salón ajedrezado de algún palacio florentino.
– Quiero ese cuadro –le dije a Abel.
– Es tuyo –me dijo él.
El trato fue así de fácil, pero la entrega demoró media vida, durante la cual recorrí el mundo persiguiendo el cuadro. Lo vi en una exposición no recuerdo dónde, cuando la niña regresaba de la escuela primaria por el sendero imaginario de una pradera solar. La vi otra vez a punto de iniciar sus experiencias mundanas, en el departamento que tiene Abel en Nueva York, por cuya escaleras de incendios desciende él con Yolanda y sus hijos, y a veces con los amigos que invitan a cenar, para ver de madrugada los cuadros del Museo de Arte Moderno, veinte pisos más abajo, sin el estorbo de los turistas japoneses. La niña tenía entonces quince años, que había celebrado bailando con un novio equívoco a bordo de un trasatlántico perdido entre la niebla de un cuadro anterior. Era el segundo novio. El primero fue un taxidermista como medio siglo mayor que ella, que le había seducido sin amor entre la muchedumbre en ayunas que esperaba el aeroplano pueril del coronel Lindbergh, y que se suicidó por ella con una bala de chocolate en el corazón. Así fui viéndola crecer, haciéndose mujer por entre los azares de su destino errático, tomándose una copa de ajenjo en “La Coupole” de los pintores de espejos, asomada a una ventana sin porvenir, vestida de gondolera en un sanatorio de músicos, sumergida en una bañera de nubes fragantes de un hotel de reyes fugitivos de Estambul, cazando un rinoceronte desinflable en las selvas del Nínive. En cada una de esas veces le dije a Abel: “Mi cuadro”. Y él, impasible, me contestó siempre: “Ahí está”. Siempre lo mismo, durante años y años, mientras la niña envejecía sin merecerlo.
Así es Abel Quezada. En un siglo en que la pintura parece alejarse cada vez más de la vida, él es un salteador de caminos de la memoria cotidiana, que anda a campo traviesa echándose en el saco todo lo que corre el riesgo de perderse para el mundo por las desidias del corazón. La suya es una poética personal e inquietante que lo mismo puede leerse al derecho o al revés por la magia de sus esdrújulas: boxeadores quiméricos, peloteros hidráulicos, senadores andróginos, bailarines fúnebres, brújulas náufragas, inversionistas térmicos, tigres tristísimos, asesinos benéficos, bomberos sádicos, muertes clínicas, astrónomos sonámbulos, putas idénticas, hospitales inhóspitos, pesistas cardíacos, dirigibles huérfanos, toreros mamíferos, billaristas prostáticos, Maximiliano heráldico, Juárez atónito, gringos bárbaros. En fin, la vida entera vista por la ventana compasiva de un tren de cuerda.
Un día Abel tuvo la audacia de abandonar su vagón para pintar desde fuera a todos los seres que viajábamos con él. Y entonces éramos nosotros los que lo veíamos a él por la ventanilla, pintándonos a todos desde la estación de sus sesenta años. En uno de los vagones finales iba la niña interminable convertida en una esposa otoñal, sola y sin hijos, pastoreando el olvido con el vino criollo que le pintó Abel, que no es tan bueno como el francés, pero que cuesta doce mil quinientas treinta y dos veces menos.
– Mi cuadro –insistí.
– Ya casi –me dijo Abel.
Así fue. El 29 de marzo de 1986, un predicador adventista y su esposa, que era una alcohólica anónima de Milwaukee, se convirtieron en estatuas de hielo frente al caballo casi blanco de Emiliano Zuleta pintado por Diego Rivera en el Palacio Nacional de Cuernavaca. Fue la nevada más intensa y deslumbrante que ha caído en la ciudad. La casa de Abel Quezada era ya la de ahora, horizontal y múltiple, con un prado de licor de menta, y un sendero bordeado de arbustos de cognac y flores de ginebra, al fondo del cual está su nuevo paraíso de pintar. Fue una tarde feliz, porque Abel no pudo resistir la emoción de ver su piscina convertida en una inmensa copa de helado de limón, y en un súbito instante de debilidad mental me hizo entrega del cuadro, casi treinta años después de prometido. No me lo vendió ni me lo regaló, sino que me lo prestó por un siglo menos un año, tal como lo escribió a pincel, de su puño y letra, en el ángulo inferior del lienzo.
Este es sólo el principio de la historia. Mi nieto Mateo, que por un chiste de la naturaleza es también nieto de Salvador Elizondo, nació hace catorce meses con el compromiso genético de devolver el cuadro el 29 de marzo de 2085, a las tres de la tarde, cuando él tendrá noventa y tres años y Abel tendrá ciento sesenta y dos, y Yolanda los mismos veintiséis que tiene desde quién sabe cuántos. Sólo entonces, si tengo tiempo, podré escribir para la posteridad el final de esta historia.
Gabriel Garcia Marquez.
#sobre la marcha#mural#cuadro#historia#memoria#cuernavaca#abel quezada#gabriel garcia marquez#gabo#pintura#caricaturista#nostalgia#desidias#corazón
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Os aromas das flores me trazem boas sensações...Tocar suas pétalas e sentir sua sedosidade...Sentir sua leveza...Quem dera elas nunca morresem, e nem murchassem...Para eterniza las, faço uma pintura delas no quadro de minhas memórias, e lembrando assim, faço infinitas em meu olfato...
Los aromas de las flores me traen buenas sensaciones... Tocar sus pétalos y sentir su sedosidad... Sentir su ligereza... Ojalá nunca murieran, ni se marchitaran... Para eternizarlos, hago un cuadro de ellos en el marco de mis recuerdos, y recordando así, hago infinitos en mi sentido del olfato...
Gli aromi dei fiori mi danno buone sensazioni... Toccare i suoi petali e sentire la sua setosità... Per sentirne la leggerezza... Se solo non morissero mai, né appassissero... Per eternarli, ne faccio un dipinto nella cornice dei miei ricordi, e ricordando così, ne faccio infiniti nel mio olfatto...
Les arômes des fleurs m’apportent de bonnes sensations... Toucher ses pétales et sentir son caractère soyeux... De sentir sa légèreté... Si seulement ils ne mouraient pas, ni ne se fanaient... Pour les éterniser, j’en fais un tableau dans le cadre de mes souvenirs, et me souvenant ainsi, j’en fais une infinité dans mon odorat...
The aromas of the flowers bring me good feelings... Touching its petals and feeling its silkiness... To feel its lightness... If only they never died, nor withered... To eternalize them, I make a painting of them in the frame of my memories, and remembering like this, I make infinite ones in my sense of smell...
Die Aromen der Blumen geben mir gute Gefühle... Seine Blütenblätter berühren und seine Geschmeidigkeit spüren... Seine Leichtigkeit zu spüren... Wenn sie nur nie gestorben wären, noch verdorrt wären... Um sie zu verewigen, mache ich ein Gemälde von ihnen im Rahmen meiner Erinnerungen, und wenn ich mich so erinnere, mache ich unendlich viele in meinem Geruchssinn...
花の香りがいい気持ちにさせてくれます...その花びらに触れ、その絹のような感触...その軽やかさを感じるために...彼らが死なず、枯れなければ...それらを永遠にするために、私はそれらを私の記憶のフレームに描き、このように思い出しながら、私の嗅覚で無限のものを作ります...
Çiçeklerin aromaları bana güzel duygular veriyor... Taç yapraklarına dokunmak ve ipeksiliğini hissetmek... Hafifliğini hissetmek için... Keşke hiç ölmeselerdi, ya da solmasalardı... Onları ebedileştirmek için, anılarımın çerçevesi içinde bir resim yapıyorum ve böyle hatırlayarak, koku alma duyum içinde sonsuz olanları yapıyorum...
Fonte: 1Vidapoeticando 🌺 🍃
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Me dedico lo que me queda de vida, no sé si será mucha o poca, pero quiero hacerme regalos carísimos como es la fidelidad a mí misma sin permitirle a nadie que corrompa la tranquilidad que me dejan mis decisiones.
Me quiero dar el gusto de pasar por una vidriera, ver que me sienta bien los años con los cuales he renegado, por qué cada uno dejó en mí oscuras ojeras causadas por el desvelo que nadie supo nunca y solita transite buscando el porqué de tantas cosas que al final debían suceder porque sí… Y de todo aprendí.
Me dedico las canciones que me hicieron recordar a alguien, pero ahora no lloro las ausencias ni hay esa fila larga de arrepentimientos por no saber si iba a ganar o perder.
Me doy permiso para abrir una botella de vino sin un motivo por el cual brindar porque a veces solo necesito de mi propia compañía.
Mirarme, decirme que voy a estar bien y que nada es para siempre porque estamos de pasada y todo es aceptable, menos dejarme para más tarde.
Quiero obsequiarme flores, por qué en algún momento no supe contemplarlas y las deshojaba esperando que el último pétalo me diga que me querían cuando los que tenían que hacerlo murieron en silencio y yo sin ninguna flor.
Por eso quiero dedicarme lo que resta de vida.
Caminar por las calles sin esperar, encontrarme con alguien de mi pasado y preguntarme por qué no está en mi presente.
Tomar un café adonde tuve que irme para no cruzarme con gente que decía ser eterna para mí y resultó eterno el olvido que dejaron sin saber qué tan rota había quedado cuando las puertas de mi corazón estaban abiertas y sus brazos cerrados para mi tristeza o éxito si algún día sucedería.
Me quiero entregar la llave de la felicidad que gané cuando perdí mis miedos.
Colgar cuadros nuevos en esa pared adonde me apoyé cada día con sus noches viendo fotografías que me dejaban al borde de la soledad y heridas en carne viva porque extrañar era para débiles y superar era de valientes y tuve que aprender a serlo.
Entonces di un paso, y luego otro, y así pude llegar hasta el espejo más cercano, y fue cuando me vi después de mucho tiempo.
Me observé, me hablé como quien habla a una amiga que ha pasado demasiado y me dije … ¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?
Y la última decisión fue … VIVIRLA, AL FINAL ES MI VIDA Y NO SE REPETIRÁ DOS VECES.

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Regalo
Fanfiction
Kamisama Kiss
Nanami quiere darle un regalo a Tomoe, pero, ¿qué le podría dar cuando Tomoe es un gran Zorro Guardián que todo lo puede y todo lo tiene?

La rabia era patente, si es que su ceño fruncido y ropa llenos de pintura no eran lo suficientemente claros. ¿Cuándo fue que pensó que pintar sería algo tan benditamente sencillo sin ningun problema? Se había sobre-estimado, claramente. Aunque se sentía un poquito mejor como Diosa que había empezado a atender las oraciones de sus fieles, como humana sentía que seguía siendo la estudiante que dependía de los demás aunque se esforzara el doble por intentar hacer las cosas por su cuenta.
Nanami contempló el lienzo frente a ella. Había tratado de pintar un paisaje que recordaba un paraje tranquilo, lleno de árboles de cerezo y flores volando por ahi y por allá. El problema era que, sin darse el tiempo a que secara un poco la pintura y sin haber seguido el boceto inicial que le había ayudado a hacer Mizuki, se emocionó de más y se dejó llevar por su vena artista, como le había recomendado la serpiente. Le había faltado decirle cuánto tenía que dejarse llevar y cuánto tenía que respetar los trazos de la idea original.
Era un desastre y Nanami sentía la desesperación subir por su garganta hasta sus ojos. No voy a llorar, pensó. Una pintura no va a hacerme...
-¡No me salió nada! ¡Está arruinado!
Onikiri trataba de infundirle calma a su señora abanicando el cuadro para que se secara pronto y Kotetsu hablaba gentilmente.
-Ama Nanami, esto es de paciencia; si lo deja un rato más y vuelve en unos minutos le aseguramos que...
-¡Pero no quiero esperar!- Nanami agitaba el pincel por todas partes, como si fuera una varita mágica que terminaría el cuadro en un santiamén -¡Ya no queda mucho tiempo y Tomoe hace preguntas cada vez más y más molestas!
Y aunque a ella le molestaba, Tomoe sólo le preguntaba qué tanto hacía porque le daba curiosidad ver como un día ella se encontraba atiborrada de pruebas de telas y al otro se veía con múltiples y variados recetarios. Aunque nuna le diría, Tomoe había encontrado la escnea algo encantadora cuando la encontró rodeada de miles de pruebas de cerámicas en uno de los salones. Claro, antes de que ella levantara la mirada y furiosa corriera a deslizar con fuerza la puerta en su cara.
Él no entendía nada y había optado por mejor dejar a sus aires a Nanami cuando ella casi amenazó con ordenarle a través del pacto que cerrara el pico y no hiciera más preguntas.
Ese día Tomoe había salido a visitar al Tengu por unos cuantos pergaminos, o algo así le había dicho. Nanami tomó la oportunidad sin pensarlo. Corrió a pedirle a Muzuki ayuda con su nueva idea: regalarle un cuadro a Tomoe. Era una de las pocas sugerencias que le quedaban en su lista antes de que llegara Navidad y, Dioses, que la Tierra le ayudara porque ya no sabía que más podría hacer.
Todo comezó esa tarde en la cual Tomoe le trajo un precioso kimono. ¿Por qué? Sólo porque lo vió y supo que era perfecto para ella. Y aunque ela lo había dudado, cuando se lo vió puesto tuvo que admitir que Tomoe tenía razón. Tenía el fondo en degradado de blanco con azul ultramar, las mangas con remolinos de mar bordados en hilos plateados, al igua que las olas que evocaban a la Gran ola Kanagawa que rodeaban todo el borde inferior y cubrían toda la espalda. Y que decír del obi blanco bordado con patrones geométricos en múltiples tonalidades de azul. Nanami se había quedado tan embelezada y asombrada que Tomoe se rió hasta que ella sólo se sonrojó y besó tras un pequeño y tierno "Gracias".
Pero ella sentía que quería darle algo a Tomoe, no por el Kimono, si no por todo. Como un gesto de apreciación a todo lo que él había hecho para ella. Por todo lo que él significaba para ella. Por las veces que la había defendido, la había rescatado. Las veces que había cuidado de ella de peligros tan pequeños como una gripa o tan grandes como una araña de maisma. Tan imperturbables como los dioses del pasado o tan endebles como las hojas que caía sobre su cabello cuando el viento soplaba. También por todas las tardes que le había instruido sobre el templo y las peguntas infinitas que ella le hacía y que a veces colmaban la paciencia del zorro.
Quería darle algo hermoso, inesperado así como él era con ella. Por eso no quería que él supiera. Que fuera sorpresa.
Nanami, en medio de su furía con manchas pintorescas, rió bajito. Por eso el cuadro, que creyó sería una forma perfecta de plasmar la calma, gratitud y amor que sentía por y hacia él. Pero, al igual que todo lo anterior, lo había arruinado. Dejó el pincel en un vaso con agua cercano y se levantó. Quizás... sólo necesitaba aire fresco.
La semana anterior había estado llena de sus posibles planes y rotundos fracasos: había pedido ayuda al Dios-Diosa del viento para algunas danzas que, después de horas y horas de práctica la ayuda se desvaneció en el aire diciendo que tenía dos pies izquierdos. El tengu le había llevado por algunos comercios del submundo para encontrar los ingredientes para cerámica fina que ella podría realizar, pero que resultaron ser una estafa. Luego tuvo el apoyo de sus amigas, Ami y Himemiko quienes, por separado, intentaron ayudarle con algunas cosas de cocina tanto humana como sobrenatural para hacer un banquete como regalo. Las prisas lo habían estropeado todo. El estómago se le revolvió al recordar los resultados que le perseguirían en algunas pesadillas por algún tiempo.
Siguió caminando por el pasillo. El templo a sau alrededor concordaba con su humor.
También había intentado caligrafía -estaba de más decir lo que había sucedido cuando Tomoe abrió la puerta, sorprendiéndola y causando que muchísima tinta saliera volando. Y ni hablar del precio de regalar un traje; había pensado en regalarle alguna casaca que fuera a juego con el kimono que le había regalado. Recordó lo estática y patidifusa que se quedó cuando la tanuki del establecimiento le dijo el precio. Tuvo que disimular el estrangulo que se le arremolinó en la garganta para encontrar cualquier excusa de que no era de su agrado. Jamás en la vida ya fuera humana o Diosa, diría de nuevo que no tenía dinero, que no le alcanzaba.
Afuera brillaba el sol. Se tapó con la manta que dejaba cerca de la entrada en invierno y salió. El cambio de las sombras frías tan contrarias a la sensación quemante del astro rey de esa estación le dio razónes para sentir escalofrios.
Si todo lo que había intentado había fallado, ¿sería una señal divina de que no debía de intentarlo más? De que entre más intensamente buscaba conseguir algo, más escurridizo se le volvía entre las manos. El suspiro lleno de resignación se escuchó por todo el templo. Nanami se quedó un rato más, pensando que quizás Tomoe no necesitaba nada más, que era como el Sol; era la Tierra la que lo necesitaba a él, no al revés. Aunque se sintió todavía más miserable al pensar que incluso la Tierra le mostraba a esa bola amarilla todas las cosas que en ella crecían gracias a él, mientras ella no podía ni con una simple pintura para Tomoe.

Los días faltantes para Navidad se volvieron cortísimos y Nanami se había resignado a hacer los típicos onigiris que le hacía a Tomoe que tanto le gustaban. Se sentía un poco inservible de hacerle siempre lo mismo, pero se consolaba al pensar que siempre le quedaban bien -aunque Tomoe siguiera de payaso con que estaban desabridos. Siempre se los acababa y no dejaba que nadie más los tocara.
Esa noche todos se reunieron en el salón y poco a poco fueron llegando los invitados: dioses, amigas humanas, amigos sobrenaturales... Habían adornado todo el día anterior y las nubes de los intentos fallidos de las semanas pasadas se desvanecieron entre risas y juegos con el Tengu y las típicas peleas entre guardianes. Nanami sonreía cansada pero contenta, pues pese a todo el estar con sus amigos le hacía sentir que nada más importaba -siempre y cuando no empezaran de idiotas y se pusieran hasta las chanclas con el sake.
Kurama trajo unos regalos preciosos para todos, de sus últimos viajes al mundo humano en giras de conciertos. Tomoe se sorprendió cuando vio que le dió una chaqueta de cuero blanca, con un estilo bastante sobrio y elegante.
-Es de piel de serpiente, supe que te encantaría en cuanto la vi.- Misuki le dedicó una mirada asesina al tengu y decidió que le pondría algo alucinógeno a su sake mentras no miraba.
Tomoe sólo sonrió de lado -Que deteste a las serpientes no significa que me vestiría con ellas. - Mizuki decidió que serían dos dosis entonces.
La comida llegó por parte de los familiares de Kurama y la esposa del rey del Mar, que se disculpó por no poder llegar. Y mientras estaban entretenidos con la comida entre que daban regalos -no querían sentirse tna humanos esperando a las doce- empezaban juegos y canciones o sólo recordando memorias, Nanami se disculpó y salió un rato. Tomoe la siguió con la mirada hasta que cerró la puerta.
Había hecho regalos pequeños para todos, como pequeños cepillos decorados y cajas aromáticas. -Pero para Tomoe sólo unos onigiris.- murmuró con derrota mientras caminaba a la cocina por el regalo de su guardián. Trataba de decirse a si misma que no importaba, que lo había intentado y que sólo tendría que practicar mejor la pintura -decidió que eso era lo que haría para los próximos meses, pues se negaba a perder contra un pincel. Los onigiris la esperaban en la mesa. Los miró. Se imaginó que el próximo año mejoraría y le daría algo mejor que eso. Decidida y un poco más contenta, los tomó. En eso, unos pasos detrás de ella le hicieron voltear y los onigiris casí salen rodando por el plato.
Tomoe alcanzó con facilidad en el aire el onigiri que había logrado escapar. Sonrió.
-¿Son para mi?
Nanami lo miró y asintió. -Tan desabridos como siempre- la sonrisa socarrona le asomó a ambos. Tomoe le dió una pequeña mordida al que ya tenía en la mano sin dejar de ver a Nanami.
El silencio entre ellos era tranquilo, pero sin duda había cierta tensión que impedía que la alegría en el otro salón llegara del todo a ellos. Aunque notaba la cara de Tomoe pacífica, Nanami pensó si no estaría un poco decepcionado al encontrar lo mismo de siempre como regalo para él. Queriendo salir pronto de ahí, Nanami le tendió el plato alargado de madera. Tomoe lo tomó, pero colocando sus manos sobre las de ella.
Oh, pensó la Diosa, como si hubiera podido irse fácilmente.
-¿Seguirás sin decirme qué ocurrió en las últimas semanas?- La voz de Tomoe no era agresiva, era gentil pero fuerte.
Nanami sabía que mentir con una historia sencilla no serviría de nada, Tomoe la olfatearía y entonces sí empezaría una discusión. Aguantando un suspiro, sólo lo miró. -Quería darte algo más que sólo onigiris.
El zorro movió las orejas, extrañado. -Podrías darme menos dolores de cabeza...- empezó a bromear pero Nanami jaló un poco sus manos para soltarse. Él no la soltó de su suave y firme agarre. Obtendría respuestas, quisiera ella o no. -¿Por eso toda la tinta y pintura en las paredes?
Nanami volteó rápidamente- ¿Cómo lo...?
-Aunque quitaras bien las manchas, al llegar al Templo me mareó un poco el oler todos esos colores en la casa.
Nanami se sonrojó. Pero asintió. -Quería darte algo bello. Siempre...- suspiró - Siempre llegas de la nada y me traes cosas preciosas que a veces pienso que un simple gracias no es del tamaño que mereces. Son cosas tan bonitas que traes... y no sólo eso. Estas para acompañarme cada que no entiendo algo o cuando los Dioses se ponen sus moños en las fiestas, me proteges y... - vió los ojos de Tomoe que brillaban como cuando quería interrumpir - y sé que aunque digas que es tu obligación, hay algo más que sólo eso en tu corazón. Ambos lo sabemos, porque en el mío igual. Y yo sólo... Yo sólo quería darte un regalo mejor, como los que tú me das.
Una risita ligera salió de los labios finos del zorro. Y luego, soltando una de sus manos, le acercó a él para depositar un beso en su frente.
-Que Diosa tan tonta.
Nanami se dejó hacer. El peso que sentía en su pecho se deshizo poquito a poquito, pero no del todo.
-Nanami, cuando los fieles te traen ofrendas, ¿qué es lo que ves?
Esa pregunta no se la esperaba. Recordó las múltiples ofrendas: cartas, adornos, fruta, esculturas de todo tipo, dibujos... -Veo sus intenciones... sus plegarias... los corazones que plasman a través de sus palabras e intenciones.
-Ajá... muy bien. ¿Importa mucho si es una estatua del tamaño de un caballo o del tamaño de un pétalo?
-No, en absoluto - se apresuró a determinar la Diosa -Lo que importa es que viene de ellos y de sus corazones.
-Exacto. - Tomoe se separó de ella y le deslizó una mano por la mejilla -Así como sus corazónes, lo que importa son las manos las que lo entregan.- Bajó la mirada a la mano que aún la sostenía y el plato de onigiris. -Nanami, el verdadero regalo siempre, siempre son las manos que lo entregan.
Le besó una vez más la frente, se inclinó para besar sendas manos suyas y al enderezarse una sonrisa socarrona le cruzaba la cara. -Y sobre todo eso es lo más importante contigo. -rió bajo y Nanami rió con él. -Aunque sean sólo onigiris, para mi son un tesoro porque fueron hechos por esos dedos que tanto me gustan.
-¿Podemos regresar con los demás o vas a seguir alabando mis dedos?
-Regresemos, -murmuró el contra su cuello -para el resto tengo toda la noche.
F I N

Notas de autora: Muchas gracias a los bonitos reviews que han dejado en los one-shots anteriores, gracias infinitas! Puedo descansar en paz un poco más porque por fin escribí sobre una pareja que es preciadísima, me encanta y me inspira muchísimo.
Besito, xo
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Paisaje de amapolas en primavera
Comparto este cuadro al oleo realizado estas semanas entre encargo y encargo de un paisaje de amapolas en primavera.
Se trata de un formato cuadrado de 80x80 cms que en este momento está disponible desde el enlace de más abajo.
Contacto y encargos: Tel. 616 46 21 58 (también WhatsApp)

#cuadros al oleo#cuadros de flores#paisajes al oleo#cuadros de amapolas#arte#Rubén de Luis#paisajes impresionistas#pintura impresionista
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En mi cabeza tengo un palacio, y dentro hay una habitación que es solo tuya.
La construí hace tiempo, toda emocionada, pensando que algún día vendrías para quedarte.
Puse flores del color que le dabas a mis días, colgué cuadros de nuestras pelis favoritas, te preparé tu café favorito y lo puse en una taza que solo tú puedes usar, y en una mesita puse un tocadiscos con nuestras canciones: las que yo te dediqué y las que tú, sin darte cuenta, me regalaste.
Viniste. Y fue increíble. Todo se llenó de vida, las flores parecían más bonitas, la música sonaba perfecta, y los cuadros tenían más color que nunca. Era como si esa habitación hubiera estado esperándote toda la vida.
Pero te fuiste.
Las flores se marchitaron, el tocadiscos se trabó en un silencio incómodo, y los cuadros están perdiendo color poco a poco. Tú café se enfrió y esa taza está juntando polvo.
A veces sigo yendo ahí. Me siento frente a la ventana a ver el atardecer, cerrando los ojos para imaginar que estás a mi lado.
Sé que no vas a volver…pero no puedo cerrar esa habitación. Prefiero vivir con el fantasma de lo que tuvimos que aceptar que ya no existe.
-M
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Rama de olivo.
En este cuadro hay una rama de olivo. El símbolo de la paz y la reconciliación. La rama es natural y la cambiaré cuando esté seca y haya perdido su tonalidad verde oliva característica. La iré renovando sin cesar…

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Pinturas de Mikhail e Innesa Garmash Impresionistas románticos
Michael ( Mikhail ) Garmash nació en la ciudad ucraniana de Lugansk en 1969. Michael Garmash empezó a pintar a los tres años e inició su formación artística profesional en el Centro Juvenil de Creatividad de Lugansk a los seis. Inessa Kitaychik nació en Lipetsk (Rusia) en 1972. La joven destacó desde muy pequeña en ballet, gimnasia y canto. Inessa Garmash recibió clases de las tres disciplinas artísticas al mismo tiempo y, tras graduarse en las escuelas de música y ballet, se matriculó en la escuela de bellas artes de Lugansk.
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Paintings of M & I Garmash Romantic impressionists
Michael ( Mikhail ) Garmash was born in the Ukrainian city of Lugansk in 1969. Michael Garmash began painting at the age of three and began his professional art education at the Lugansk Youth Center for Creativity at the age of six. Inessa Kitaychik was born in Lipetsk, Russia, in 1972. The young lady excelled in ballet, gymnastics, and singing from an early age. Inessa Garmash took lessons in all three artistic disciplines at the same time, and after graduating from the music and ballet schools, she enrolled in the Lugansk school of fine arts.
Michael e Inessa Garmash firman sus obras con más de dos nombres. Comparten casa y colaboran en proyectos. Son encantadores, jóvenes y se dedican el uno al otro, lo que puede explicar por qué sus cuadros son tan instantáneamente reconocibles como soleados, luminosos y brillantes ; Niñas, flores, niños, el sol y el mar de los pintores de San Petersburgo han deleitado los ojos de innumerables coleccionistas tanto en el extranjero como en Rusia desde hace muchos años, gracias a una pincelada fuerte y ancha, colores ricos, educación profesional, enorme experiencia y casos de éxito. En muchas de las obras aparecen retratadas Inessa y su hija Polina.
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Michael and Inessa Garmash sign their work with more than two names. They share a home and collaborate on projects. They are lovely, youthful, and devoted to one other, which may explain why their paintings are so instantly recognisable as sunny, bright, And brilliant ; Girls, flowers, children, the sun, and the sea of St. Petersburg painters have delighted the eyes of countless collectors both abroad and in Russia for many years now, thanks to a strong wide brushstroke, rich colours, professional education, enormous experience, and successful tales. On many of the works, Inessa and her daughter Polina are portrayed.
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