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#enrique anderson imbert
asi-te-espero-yo · 2 years
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La muerte - Enrique Anderson Imbert
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró. -¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha. -Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña. -Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto! -No, no tengo miedo. -¿Y si levantaras a alguien que te atraca? -No tengo miedo. -¿Y si te matan? -No tengo miedo. -¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e. La automovilista sonrió misteriosamente. En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.
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marco-roman · 3 months
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Enrique Anderson Imbert: «Cincuenta años por venir// La cara de Juan Soldado había crecido del árbol de la vida como una fruta equivocada: era una cara de perro, en vez de la normal cara humana que se podría esperar de un cuerpo tan apuesto. Marchaba por un camino desierto cuando un perro se le puso al lado. Se dio cuenta de que era un diablo disfrazado, y haciendo como que iba a acariciarlo lo agarró del pescuezo y lo encerró en su mochila. / —No te dejaré salir hasta que me otorgues lo que te pida. / —Pide lo que quieras, pero que no sea mucho porque soy apenas un pobre diablo./ —¿Me permitirás conocer, en sus menores detalles, cincuenta años de mi porvenir? // El diablo dijo que eso sí era fácil. Juan Soldado, contento de engañarlo otra vez y de asegurarse, con el aire de no pedir gran cosa, cincuenta años más de vida, lo dejó en libertad. // En un minuto, por la conciencia de Juan Soldado pasó una cinta de imágenes: vio, sí, cincuenta años de su porvenir. Apenas acabado el espectáculo oyó que el diablo le decía: / —Y ahora, a morir. Más no puedo hacer. Al ver tu porvenir ya lo viviste» (1965: 217).
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decomedula · 1 year
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Miguel Ángel Zapata Honored with the Enrique Anderson Imbert National Award
La Academia Norteamericana de la Lengua Española ha concedido el 2023 Premio Nacional Enrique Anderson Imbert al profesor de Lenguas Romanticas y Literaturas, Miguel-Ángel Zapata. El Premio Nacional Enrique Anderson Imbert de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Reducida a ANLE en inglés) fue establecida con el propósito de reconocer la trayectoria de la vida profesional de los…
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x00151x · 2 years
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Efemérides literarias: 12 de febrero
Nacimientos 1567: Thomas Campion, poeta y compositor inglés (f. 1620). 1777: Friedrich de la Motte Fouqué, escritor alemán (f. 1843). 1828: George Meredith, escritor británico (f. 1909). 1837: Emilia Calé, escritora española (f. 1908). 1861: Lou Andreas-Salomé, escritora rusa (f. 1937). 1910: Enrique Anderson Imbert, escritor, ensayista y crítico literario argentino (f. 2000). 1912: Luis…
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villings · 2 years
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La ficción es lo característico de la actividad humana. Somos animales simbólicos que hemos inventado un mundo de símbolos.
Enrique Anderson Imbert
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seleccionpoetica · 4 years
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El Suicida
Enrique Anderson Imbert
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su licitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
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unviejocardigan · 4 years
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No nos decimos ni una palabra pero sé que mi sombra se alegra tanto como yo cuando, por casualidad, nos encontramos en el parque. En esas tardes la veo siempre delante de mí, vestida de negro. Si camino, camina; si me detengo, se detiene. Yo también la imito. Si me parece que ha entrelazado las manos por la espalda, hago lo mismo. Supongo que a veces ladea la cabeza, me mira por encima del hombro y se sonríe con ternura al verme tan excesivo en dimensiones, tan coloreado y pictórico. Mientras paseamos por el parque la voy mimando, cuidando. Cuando calculo que ha de estar cansada doy unos pasos muy medidos —más allá, más acá, según— hasta que consigo llevarla donde le conviene. Entonces me contorsiono en medio de la luz y busco una postura incómoda para que mi sombra, cómodamente, pueda sentarse en un banco.
- Mi sombra, Enrique Anderson Imbert 
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ALAS
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Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Una tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?
-¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?
 ― Enrique Anderson Imbert
Foto: Maureen Bisilliat
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mm-nah · 6 years
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Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. "¿Quién sueña con quién?", exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
“Espiral”, Enrique Anderson Imbert.  
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denisesoyletras · 8 years
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—Alégrate. Tu deseo ha sido otorgado. Escribirás los mejores cuentos del mundo. Eso sí: nadie los leerá.
El gato de Cheshire, Enrique Anderson Imbert
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rafaelmartinez67 · 7 years
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Yo ejercía entonces la medicina, en Humahuaca. Una tarde me trajeron un niño descalabrado: Se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando, para revisarlo, le quité el poncho, vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté: - ¿Por qué no volaste m'hijo, al sentirte caer? - ¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?
Enrique Anderson Imbert
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redazione-rosebud · 7 years
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El juego de lo “real” y lo “imaginario” en la literatura fantástica de Enrique Anderson Imbert y Julio Cortázar
El juego de lo “real” y lo “imaginario” en la literatura fantástica de Enrique Anderson Imbert y Julio Cortázar
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delaimaginacion · 4 years
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-Casi Odio este caótico siglo XX en que nos toca vivir —exclamo Raimundo—. Ahora mismo mando todo al diablo y me voy al católico siglo XIII. —¡Ah, es que no me quieres! —se quejó Jacinta—. ¿Y yo, y yo que hago? ¿Me vas a dejar aquí, sola? Raimundo reflexionó un momento, y después contestó: —Sí, es cierto. No puedo dejarte. Bueno, no llores más. ¡Uff! Basta. Me quedo. ¿No te digo que me quedo, sonsa? Y se quedó.
Enrique Anderson Imbert
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crlsmrtn · 5 years
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Enrique Anderson Imbert
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gabrielerner · 6 years
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Tres cuentos breves de Enrique Anderson Imbert
Tres cuentos breves de Enrique Anderson Imbert
El suicida
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la…
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herederosdelkaos · 3 years
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«Intelligentsia IX», un minicuento de Enrique Anderson Imbert
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