Parte 1
El llano se extendía hasta el principio del bosque, era verde y lleno de paz, se encontraba dividido por un tranquilo rio, y en medio de este, un gigantesco árbol irrigado por las aguas se alzaba con autoridad, como si de un gobernante de la naturaleza se tratase, la brisa de aquel lugar se sentía como las suaves caricias que una madre da a su recién nacido hijo, al menos eso fue lo que el pequeño Bruno imaginó.
Por un momento se olvidó del recuerdo amargo de ser huérfano, pero sólo por un momento, luego, prefirió recordar la razón por la que había hecho un viaje tan largo, y de su pequeña bolsa, sacó una piedra de ámbar color azul, la frotó un poco contra su bermuda y la alzó.
—Despierta, ya estamos aquí —le susurró a la piedra.
Bruno soltó la piedra cuando esta se sacudió violentamente mientras flotaba en el aire, y entonces, un rugido como de león se dejó escuchar, pronto, de la piedra emanó una luz cegadora, pero Bruno no pareció verse afectado por ella. Cuando el resplandor cedió, justo en frente del niño se encontraba un león, era grande y visiblemente fuerte, con la melena ligeramente sacudida por la brisa del lugar.
—Así que hemos llegado —dijo el animal. Con una voz humana, parecida a la de un hombre mayor, pero no tanto—. A partir de aquí déjame ser quien camine, sube a mi lomo.
—Robert, aún puedo caminar —replicó Bruno mientras agachaba la cabeza y se la rascaba, como si advirtiera que un regaño se aproximaba.
—Considero que ya has caminado suficiente —dijo el león con severidad—. Anda, sube.
Bruno, más obligado que otra cosa, subió al lomo de la bestia para no lastimar su orgullo. Después de todo los leones tienen fama de ser casi tan valientes como orgullosos.
—Sujétate con fuerza —le dijo Robert a Bruno—. Correré lo más rápido que pueda.
—Está bien —respondió el chico.
Sorpresivamente, el león era muy veloz para su tamaño, corría tan fuerte en dirección al árbol que aquella brisa dejó de ser suave, a tal grado que Bruno tuvo que cerrar los ojos y agachar la cabeza para no sentirse sofocado por la arremetida del aire.
De haber tenido los ojos abiertos, tal vez se hubiese percatado de como poco a poco, mientras se acercaban al árbol, este parecía levantarse más, como un anciano que se endereza al despertar de su siesta en un sillón. Robert siguió corriendo, tan rápido que ni siquiera el agua del calmado río supuso resistencia para sus patas, cuando estaban más cerca del árbol, del suelo comenzó a brotar una gran raíz en dirección hacia el niño y el león, golpeando a Robert y derribando a Bruno del lomo de su compañero, solamente así pudo abrir los ojos, y cuando lo hizo se percató de que su felino compañero estaba siendo retenido contra el suelo por la raíz, Bruno se quedó mirando la escena, inmóvil, el pánico se había apoderado de su cuerpo, “estamos liquidados”, pensó mientras temblaba sobre sus mojadas nalgas.
—¡Ahora no es tiempo para acojonarse! —le gritó el león para tratar de infundirle confianza—. Vamos, llama al payaso, él podría hacer algo.
Bruno recordó, Robert no era su único amigo, a como pudo, en medio de tantos temblores de su cuerpo, se apresuró nuevamente a buscar en su bolsa, cogió una piedra, una esmeralda esta vez.
—Oscar ¡Despierta! —dijo Bruno mientras agitaba la piedra con vehemencia—. ¡Te necesitamos!
Entonces, la piedra que se encontraba bailoteando en el aire, brilló, de forma semejante a cuando Robert apareció, sólo que esta vez cuando el brillo se detuvo, no había un león, en su lugar había aparecido un payaso, portaba una gran gorra roja de aviador con unos goggles que reposaban sobre la visera, el payaso contempló la situación y entonces desapareció.
—Genial —dijo Robert. Quien visiblemente adolecía por la rama que lo estaba aplastando—. ¿A dónde se habrá ido? A este ritmo no creo aguantar mucho.
—¡No es tiempo para jugar! —gritó Bruno con desesperación— ¡Ayúdanos!
De repente, el payaso apareció flotando delante del muchacho.
—Oh, no te equivoques niño Bruno, estoy tomándome muy en serio esta situación —dijo el payaso para rematar con una larga carcajada.
—Entonces has algo ¡Y sé rápido! —intervino Robert.
—Por supuesto que haré algo mi peludo amigo —le respondió Oscar.
El payaso se llevó la mano derecha a la bolsa de su holgado pantalón de colores y sacó una pluma blanca, la sujetó con ambas manos y se acercó a la gran rama que sujetaba al león, comenzó a frotar la punta de la pluma contra la rama y está a su vez comenzó a retorcerse hasta dejar libre al león, sin embargo Oscar no se detuvo ahí y siguió haciendo cosquillas a la rama, paulatinamente, la rama no era la única que reaccionaba a la pluma, el gran árbol se sacudía espasmódicamente ante las cosquillas, y entonces una risa que hizo temblar la tierra al rededor se escuchó.
—¡Basta! ¡Basta! —dijo la voz entre risas— ¡Me van a matar de cosquillas, pido tregua!
Una sonrisa aún más grande se retrató en la cara del payaso que volteó para ver a Bruno y guiñarle un ojo.
—¿Ven? les dije que ayudaría —dijo Oscar. Para luego volverse a carcajear.
—Señor gran árbol —dijo Bruno un tanto ya más tranquilo—. No hemos venido a lastimarlo, hemos venido porque necesitamos su ayuda.
El árbol, que ya había dejado de estremecerse, suspiró.
—¿Mi ayuda dices, pequeño humano? —respondió resignado el árbol.
—Verá señor, somos viajeros y una amiga muy querida llamada Tricea se encuentra enferma —dijo el niño con cierto tono de tristeza—. Un malvado hechicero atacó la aldea en la que vivía, señor árbol, y casi todos los habitantes, incluso los padres de mi amiga han fallecido, su abuela y yo somos las últimas personas que le quedan, pero para colmo de los males señor árbol, mi amiga se encuentra lastimada a causa del ataque a la aldea, lo que ha hecho que su enfermedad empeore.
—¿Y tú has dejado sola a tu amiga pequeño? —refunfuño el árbol.
—Se equivoca señor árbol, ella se encuentra con su abuelita quien la cuida mientras busco una cura para su enfermedad —respondió el pequeño.
—Eres muy noble por emprender este viaje jovencito, sin embargo —añadió el árbol—. No soy yo quien tiene una cura para tu amiga.
—Pero… pero… —farfulló Bruno mientras bajaba la mirada y apretaba los puños en señal de impotencia.
—Hay ciertas cosas que ni siquiera yo, Oakrenheart el rey de los árboles podemos resolver, pero has viajado desde muy lejos, y el hecho de contar con guardianes como los que te acompañan me han demostrado la pureza de tu corazón, te ayudaré a llegar con quien sí puede ayudarte, si perseveras, serás capaz de ayudar a tu amiga e incluso resolver el misterio de la desaparición de tus padres.
—¿Mis padres? ¿Acaso ellos están vivos? ¿Cómo sabe lo de mis padres señor arbolote?
—Lo sé porque soy el rey de los árboles, puedo ver las raíces más profundas en el corazón de las personas, y el tuyo no es la excepción —añadió Oakrenheart—. Vamos muchacho el tiempo apremia, la persona a quien debes buscar es a Laaurielica, reina de los elfos del bosque, llegarás con ella atravesando la vereda que se encuentra en dirección noreste de mí, pero debes tener cuidado, un poder oscuro se ha apoderado de las tierras que llevan a su reino, puede que las cosas se pongan muy difíciles en tu viaje.
—Tendré cuidado señor, no se preocupe —respondió Bruno con un aire de confianza en su voz—, muchas gracias por todo.
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