#los memes en Catalan son lo mejor >>>
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peaceeandcoolestvibes · 1 year ago
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Me many times:
(Ft. MI GENTE 🤍🤍🤍🤍🤍🤍)
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#tambn eso de hacer meetings por hacer sin hablar de nada interesante - sin dar feedback real y sin entrenar a los nuevos para que tengan un#buena trayectoria con buenos resultados 📊 y perspectiva de crecimiento pues que decir ya? yo lo he dicho ya hasta en chino#al final coges y te desconectas#no hacemos meetings para preguntar cómo está uno#se hacen para hablar de cosas con sustancia#encima luego hay que tambn presentar buenos números#o una cosa o la otra 😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂#🤔#yo esque hay cosas que no entiendo#se me pregunta doy feedback y siguen igual pretendiendo que el proyecto crezca 🤔🤔🤔🤔😳😳😳😳😳#haviam#los memes en Catalan son lo mejor >>>#a parte yo y mi amigo en clase - a veces - despotricamos bastante#es lo que hay#mi mayor defecto esque no PUEDO ser falsa#y doy gracias a dios por ello#en plan si nos reímos y me piden ayuda/consejo/apoyo moral y demás se da#si se trata de gente q me cae mal y es muy rata se ignora#there’s people that are really really bad at their job and it’s embarrassing to witness#always asking for favors and thinking everyone will say yes 😂#have been dealing with far more efficient general managers than this one#god bless me lmfaooo#apart from very low knowledge + seems like being passive aggressive is the theme#hey no wonder why folks quit and turnover rate is that high#whew#😂#speak with lots of folks and the complains are v well justified#and then baaaam they quit#I’m so glad they do and they get real opportunities#not some dumb bullshit
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aleixechauz-blog · 5 years ago
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El análisis del debate
Sánchez buscó el todos contra él, Casado trató de evitar errores, Rivera fue el meme y el menos convincente, Iglesias congeló los malos augurios electorales de UP y Abascal salió el mejor parado.
Los comicios electorales del próximo domingo 10 de noviembre contarán con un factor impredecible, el de los indecisos. Una norma habitual que va en aumento y que a su vez puede derivar en un crecimiento de la abstención, sobretodo en el votante progresista. El debate del pasado lunes se presentaba como la oportunidad de oro -para algunos partidos más que para otros- para convencer a ese elevado porcentaje de indecisos. Sin embargo el resultado fue muy distinto. Se volvió a constatar que existe una política de bloques hermética, ajena al clima de indignación que provoca ese bloqueo político, que nos ha llevado a las cuartas elecciones generales en cuatro años. La sensatez brilla por su ausencia. Precisamente a causa de este panorama de bloques no podemos decir con certeza si hubo o no un ganador del debate. Sin embargo lo que si hubo fue ganadores y perdedores en cada bloque. Los habrá a quienes este debate les habrá beneficiado enormemente. Otros habrán salvado los muebles. Y otros terminarán por hundirse. Pero ese no es el tema. El tema es que sin reflexión ni autocrítica por parte de los candidatos y de seguir con esta rigidez de los partidos, podríamos vernos en otra repetición electoral. Así lo señalaba el candidato ausente en el debate, Íñigo Errejon en el análisis posterior en LaSexta.
Si hay alguien que verdaderamente sacará rédito electoral a costa de sus rivales en la derecha ese es Santiago Abascal. El líder de Vox se gustó a si mismo y a los potenciales votantes que pueda tener, pues nadie quiso meterse con él y sus propuestas rebosantes de totalitarismo. Anoche hizo falta un Aitor Esteban para poner al de Vox en su sitio y decir alto y claro lo que son y lo que pretenden hacer. El líder ultra tuvo la capacidad de pronunciar un discurso de apariencia moderada pero reaccionario en el trasfondo. Un discurso contra la descentralización, contra la inmigración y contra el feminismo y la igualdad, que pudo entonar sin que nadie le interrumpiera ni le reprochara. Ya sea sin querer o queriendo, el lunes los candidatos blanquearon el discurso de la extrema derecha un poquito más de lo que ya lo está. Si hay un partido que el domingo padecerá con toda seguridad una extensa fuga de votos es Ciudadanos, y principalmente esa fuga se dirigirá hacia Vox.
En Ciudadanos ya se conocen muchos bandazos ideológicos pero si hay algo que no cambia es el gusto de Albert Rivera por generar memes. Como era de esperar empezó a sacar cosas y carteles, la más llamativa un trozo de adoquín de las calles de Barcelona. Si esto está rompiendo España, como Rivera sugiere, es que estamos hablando de un país muy frágil e inestable, y en referencia al asunto catalán ya se sabe que para bien y para mal esto no es así. El candidato naranja quiso ir a por todas pero de poco sirvió, pues los votos que haya podido dejarse Casado por el camino se los habrá llevado Abascal y la sangría de votos de los naranjas es ya imparable.
Sánchez como en otras ocasiones salió más a defenderse que a atacar, e incluso se desenvolvió con cierta prepotencia en algunos momentos, cuando le ofrecieron tomar la palabra y él decía algo como “que me critiquen todos y luego ya respondo”. En referencia a los platos rotos de la investidura insistió en la culpabilidad de los demás por no haber permitido que hubiera gobierno. Sin embargo el líder socialista cerró las puertas a sendas posibles coaliciones con el PP o con Unidas Podemos, apostando por la vía más improbable vistas las encuestas, la de un gobierno monopartido en minoría. Lo hizo además “nombrando” a Nadia Calviño como vicepresidenta. Si el PSOE sigue con esa actitud no hay duda que volveremos a las urnas, otra vez, pues independientemente de los diputados socialistas que haya, la mayoría absoluta seguirá demandando el acuerdo con otras formaciones políticas.
Iglesias estuvo, tal como se esperaba, discreto en la cuestión territorial pero luego fue a más y se desenvolvió cómodamente gracias a su capacidad de oratoria. El líder de la formación morada gusta y se gusta en los debates y aunque puede que no saque rédito, si podría detener la hemorragia de votos de UP en los sondeos. En el tema de Cataluña fue el único que pronunció la palabra diálogo, además de mencionar en el bloque de la cohesión territorial a las otras regiones de España afectadas por la despoblación. Reconoció además el modelo de España plurinacional en el que él cree, algo de lo que Sánchez no puede decir lo mismo. Cuando el presidente fue preguntado por cuántas naciones tiene España, sacó el comodín de la exhumación.
Pablo Casado por su parte perdió una oportunidad de recortar aún más distancia al PSOE. El líder popular no quiso entrar mucho en el trapo, entonó un discurso típico de un PP en la oposición pero no reaccionó al ver que Abascal le ganaba el debate ante sus electores. Sus intervenciones llevaron varias propuestas aunque muchas de ellas fácilmente recurrentes en campaña. En un debate marcado por cuestiones como Cataluña o la economía, el líder popular fue de los pocos que mencionó una palabra tan olvidada como es “agricultura”, aunque diez segundos después ya estaba hablando de ETA.
Todos los candidatos recurrieron mucho al asunto catalán, y con relación a las propuestas, con la excepción de Iglesias, todos compitieron por ver quien la tenía más dura -la propuesta-. Un hecho que demuestra la grave desconexión que existe en la política española para con el asunto catalán. Un discurso extremadamente confrontacionista e incendiario como el de los candidatos de PP, C’s y Vox puede dar muchos votos en España, pero no en Cataluña, donde los catalanes, independentistas y no independentistas, no creen que dichas medidas solucionen nada, más bien lo contrario. Según el sondeo de ElPeriodico precisamente esas tres fuerzas ocupan los últimos puestos en intención de voto en Cataluña.
Los cinco candidatos bien propusieron cada uno sus propuestas y sus medidas ante los principales desafíos de los próximos meses y años, como la enquistada cuestión territorial o las alarmas de una recesión económica mundial, así como otros temas como las pensiones o las políticas sociales. No obstante la mayoría de propuestas no vinieron acompañadas de concreciones acerca del cómo se llevarían a cabo. Otro aspecto que fue común entre los candidatos es que todos ellos mencionaron datos falsos o manipulados a interés como así han demostrado varios medios de fact cheking. También hubo asuntos de interés que fueron minimizados. Muy poco se habló de agricultura, ganadería o pesca -la España vaciada de nuevo en el olvido-. Tampoco se habló del turismo y el comercio, también muy poco de la cuestión de los alquileres y la vivienda. Y cuestiones de actualidad como el aborto, la eutanasia o asuntos relacionados con la Iglesia brillaron por su ausencia. Todos esos temas se mencionaron muy por encima y en el minuto de descuento, que no en el minuto de oro.
Los españoles han tenido la “suerte” de presenciar una campaña electoral reducida a la mitad de duración. Es lo mínimo teniendo en cuenta que el empache electoral de los últimos años es cuanto menos inaceptable, más cuando da la sensación de que los políticos no están haciendo su trabajo. Quedan dos días y poco más para la votación y no habrá más encuestas. El domingo veremos como se articulará la política española en los próximos meses. No podemos decir en los próximos años porque nada apunta a una estabilidad política. Más bien todo lo contrario.
PUBLICADO EN MI BLOG EL 6 DE NOVIEMBRE DE 2019 - ENLACE
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antipolitico-blog · 8 years ago
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Lunes, 11 de septiembre de 2017
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TRIBUNA
Metapolítica del Joker
En las raíces posmodernas de la Alt-Right (y III)
Concluye aquí la serie de Adriano Erriguel dedicada a la Metapolítica del Joker y, más concretamente, a la Alt-Right norteamericana.
Adriano Erriguel
9 de septiembre de 2017
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ADRIANO ERRIGUEL
A partir del 8 noviembre 2016 –tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales americanas– el mundo comenzó a enterarse de que en Estados Unidos existía una “Derecha Alternativa” (Alt-Right).
Unos meses antes, en plena campaña electoral, Hillary Clinton había denunciado a la Alt-Right como un submundo de racistas, sexistas, chauvinistas y misóginos de extrema derecha: los mimbres de su particular “cesta de deplorables”. En ese preciso momento todas las huestes de un ejército on-line estallaron en chanzas, memes y celebraciones: ya estaban en la primera línea de la política nacional.
¿Qué es exactamente la Alt-Right? La respuesta del mainstream mediático es simple: la Alt-Right es la extrema derecha de toda la vida; una nueva marca (re-branding) del viejo pensamiento reaccionario, retrógrado, ultraconservador, misógino, homófobo, racista, sexista, machista, fascista, nazi, etcétera. Se trata de un diagnóstico tan sutil como el de esos viejos conservadores para los cuales todo el desparrame sesentayochista, libertario y contracultural de las últimas décadas era (y es), única e invariablemente, comunista. La simpleza de análisis responde también, en el caso que nos ocupa, a un interés estratégico: el de reconducir toda esta movida a las conocidas y tranquilizadoras aguas de la extrema derecha, frente a la cual ya todo está dicho y no hay que estrujarse las neuronas.
Pero desde el mainstream también se producen, a veces, diagnósticos sofisticados.Por ejemplo, el de la periodista Angela Nagle cuando escribe: “se equivocan todos los que dictaminan que la nueva sensibilidad de la derecha on-line no es nada más que la vieja derecha, y que no merece ninguna atención o diferenciación. Aunque en mutación constante, (…) este fenómeno tiene mucho más que ver con el eslogan de 1968 ‘prohibido prohibir’ que con cualquier cosa reconocible en la derecha tradicionalista”.[1]
En estas líneas defenderemos que la llamada Alt-Right es un fenómeno específicamente posmoderno. Más aún: que su identidad posmoderna es mucho más nítida que la de sus contrincantes, desde el momento en que la Alt-Right recupera una serie de reflejos contraculturales –una cierta “gramática de la posmodernidad”– que, habiendo surgido en el último tercio del siglo pasado, fue sumergida por la corrección política del mundialismo. En ese sentido, la Alt-Right podría ser un síntoma de formas de agitación metapolítica a proliferar durante los próximos años. Ahí reside, posiblemente, su interés principal.
¿Existe la Alt-Right?
Cualquiera que se acerque de nuevas al fenómeno Alt-Right se verá desconcertado por su carácter escurridizo. Este movimiento no cuenta con una organización centralizada, ni con un corpus dogmático, ni con un programa político. Su expansión es viral y sigue la lógica de las redes. No obstante, para el mainstreammediático no se plantean dudas: la Alt-Right, como tal, no existe. Es un bluff, una reedición de la extrema derecha de toda la vida. ¿Hasta qué punto es esto verdad?
La respuesta no es simple, en la medida en que, como paraguas genérico de la incorrección política, la Alt-Right puede albergar a indeseables compañeros de viaje. Pero siendo eso cierto, este dato no constituye toda la verdad y tampoco es determinante a la hora de definir el fenómeno. Para comprenderlo es preferible alejarse de la sabiduría periodística y de sus simplificaciones interesadas. Conviene tener presente, además, la constante expansión del dominio del “fascismo”: un estigma que se aplica con la mayor alegría a todos los que no comulguen con los dogmas oficiales.
La expresión Alt-Right fue acuñada en 2008 por el politólogo judío-nortemericano Paul Gottfried, quien se refería a la necesidad de construir una “derecha alternativa” frente a los “neocon” del establishment republicano (los cuales, según él, habían “secuestrado” la agenda conservadora americana). Según esta definición amplia, la Alt-Right podría incluir al populismo de Trump y al del periodista Steve Bannon, críticos con la globalización y defensores de un nacionalismo integrador, por encima de diferencias raciales (America First).
No obstante, el término Alt-Right fue rápidamente apropiado por el activista Richard Spencer (antiguo discípulo de Paul Gottfried) en un sentido concreto de reivindicación del etnonacionalismo blanco. Bajo la expresión Alt-Right pasaron a confluir, de forma progresiva, una serie de webs, revistas on-line, bloggers, etc., cuyos intereses gravitan en torno a los temas proscritos de cualquier debate respetable: la crítica de la sociedad multicultural, la crítica de la ideología de género, el estudio de IQ y la biodiversidad humana, el antihumanismo tecnológico o la antiglobalización, por señalar algunos. Algunas de estas iniciativas se inspiraron en corrientes como la “Nueva derecha” francesa. Conviene subrayar que la reivindicación de la identidad blanca se conjuga, en la mayoría de estos casos, con el desprecio a la vieja extrema derecha, a los neonazis, al Ku-Kux-Klan, etc., a quienes se califica de Larpers (Live Action Rol Players), es decir, “jugadores de rol en vivo”. Pero esto no impidió que algunos de estos grupos intentaran apropiarse de la etiqueta Alt-Right, en un intento oportunista de rentabilizar la fórmula y de encubrir, de paso, su indigencia intelectual.[2]
Pero más allá del “núcleo duro” intelectual, el grueso de la Alt-Right está compuesto por lo que Milo Yiannopoulos denomina “conservadores naturales”: todo ese mundo que responde a un instinto natural de defensa de unas identidades que se perciben como amenazadas: la cultura occidental, ciertos grupos demográficos (la clase media blanca, los trabajadores víctimas de la globalización), las identidades sexuales llamadas “tradicionales”, etc. Los “conservadores naturales” se contraponen así a la derecha economicista que no conoce más valores que los del “libre mercado” (a la que denominan cuckservatives: conservadores-cornudos).[3]Algunos de sus más conspicuos representantes –recelosos de la proximidad de la extrema derecha– prefieren identificarse como “conservadores”, “libertarios”, “patriotas”, etc., y componen lo que ha venido a llamarse la “Alt-Lite” (o sea: la versión light de la Alt-Right).
A las dos categorías anteriores conviene añadir también el universo juvenil on-line, blasfemo, inococlasta, carente del bagaje moral y/o religioso de los viejos conservadores y en el fondo profundamente nihilista que conforma una cultura de la incorrección política en Internet. Este sector es el que confiere a esta derecha alternativa su identidad más jocosa y contracultural, y el que la ha dotado de una peculiar eficacia como máquina de guerra metapolítica.
La Alt-Right, en suma, no es una franquicia de contornos definidos y que alguien pueda reclamar como propia. Se trata de una nebulosa cuyo punto de cristalizaciónfue, sin duda alguna, el “momento populista” de la candidatura de Donald Trump en 2016. El magnate de Nueva York se convirtió en el símbolo antisistema para todo un mundo que, hasta entonces, se había mantenido alejado de las instituciones. Seguramente la mejor definición de la Alt-Right sea la de “punto de encuentro”; más exactamente: punto de encuentro digital. Sus componentes forman una “muchedumbre digital” compuesta mayoritariamente de “jóvenes airados” (angry young men) contra la corrección política.
Por lo que se refiere a su modus operandi, la Alt-Right responde a una serie de propiedades que la anclan en una posmodernidad radical. Hemos identificado hasta seis.  
Las seis reglas de la guerra cultural posmoderna
1-           Es la cultura, estúpidos
Hoy más que nunca, Gramsci nos indica el camino. A estas alturas del siglo XXI Gramsci es el único pensador marxista al que podemos considerar, con toda propiedad, nuestro contemporáneo. Todo es política, y en política –hoy más que nunca– todo es cultura. Vivimos en la época de la tecnocracia gris que lo ha invadido todo, en los tiempos “post-heroícos” de la gobernanza y de los pequeños consensos institucionales. En esta tesitura son los imaginarios culturales –las ideas, las creencias, los símbolos y los valores sociales– los que marcan la diferencia entre unas ofertas políticas y otras.
En la política actual –señala Angela Nagle– los líderes progresistas pueden bombardear países siempre que se muestren cool con el matrimonio gay; los líderes de la derecha, por su parte, pueden aplicar políticas neoliberales y devastar formas de vida comunitarias, siempre que digan que defienden a la familia. En realidad, lo que motiva y predispone al votante son las propuestas de vida vehiculadas por unos y otros. La política se vacía en la cultura y los cambios culturales preparan los cambios políticos. Eso es algo que entendieron perfectamente los gramscistas de la “Nueva derecha” en Francia, y es lo que ha aplicado a rajatabla la Alt-Right con su ofensiva cultural frente a la corrección política. Unos y otros lo saben: más que los programas de gobierno, lo determinante a largo plazo es esa aleación de las conciencias a la que llamamos cultura.
2-           La antítesis es más importante que la síntesis
Escribe Milo Yiannopoulos: “escarbando en las profundidades de la derecha alternativa, pronto resulta evidente que el movimiento resulta más fácilmente definible ateniéndonos a lo que se opone que a lo que defiende. Hay una infinidad de desacuerdos entre sus miembros sobre lo que debe construirse, pero una cierta unidad virtual acerca de lo que debe destruirse”. La Alt Right es fundamentalmente antitética, y eso es un sello inequívoco de su posmodernidad.
Pocas cosas hay más naftalinosas, para un posmoderno que se precie, que las cosmovisiones omnicomprensivas en las que todo encaja. Ridículas se revelan las pretensiones morales de legislar sobre las conciencias; más ridículas, todavía, las promesas rosa-bonbón de la humanidad United Colours. Si la Alt-Right ataca al feminismo, al multiculturalismo y al sinfronterismo, lo es ante todo porque éstos conforman un club de creyentes. Si –como sugería Wittgenstein– todo es reconducible a juegos de lenguaje, ¿por qué tomar en serio tanta monserga? Si al final de la jornada preferimos agarrarnos a alguna Idea, mejor que lo sea a aquellas que se apoyen en datos científicos irrebatibles, o bien a las que no renieguen de su fondo último de irracionalidad, de arbitrio y de capricho. La Alt-Right está bien nutrida de ideas, pero que nadie busque pureza, armonía y coherencia entre ellas. Si coherencia hay, solo funciona en una dirección: en su carácter antitético y en su afición a pisotear los dogmas del día. Todos los instrumentos analíticos de la posmodernidad –deconstrucción, análisis de discurso, crítica de la cultura pop– son utilizados por la “derecha alternativa” para denunciar la inconsistencia de la normatividad liberal imperante, sus contradicciones internas, la falsedad de sus presupuestos biológicos y sociológicos. Se trata, ante todo, de una gigantesca empresa de demolición.
Todo lo cual obedece además a una lógica inmemorial. ¿Dónde reside el gran motor de las revoluciones sino en el resentimiento? Marx dedicó toda su vida a criticar el capitalismo, y pocas páginas a describir la sociedad comunista del futuro. Nunca nadie se subió a una barricada para salvar al género humano, ni para edificar un falansterio. Por mucho que los doctrinarios se esfuercen en codificar el futuro, todas las revoluciones consisten en una gran improvisación.
3-           Libertad, desigualdad, identidad
“Los hombres aspiran de entrada a la libertad. Adquirida la libertad, aspiran a la igualdad, porque ésta está amenazada por la libertad. Adquirida la igualdad, aspiran a la identidad, porque ésta está amenazada por la igualdad. Nos encontramos exactamente en este punto”.[4] Estas palabras del fundador de la “Nueva derecha”, Alain de Benoist, nos sitúan en el centro de la problemática posmoderna: cómo fundamentar un proyecto identitario colectivo en una época de hibridización y de homogeneización generalizada. La posmodernidad de la Alt-Right reside, entre otras cosas, en su carácter de proyecto identitario.
La época actual abunda en colectivos desnortados, en identidades en busca de una redefinición. La Alt-Right “se dirige especialmente a aquellos que se sienten atomizados y alienados en la sociedad occidental moderna: a ellos les ofrece orgullo y autoafirmación, en vez de odio y autodesprecio”.[5] En este sentido el movimiento responde a las inquietudes de unos sectores sociales que han sufrido durante décadas los asaltos de la cultura hegemónica, centrada en la demonización del varón blanco occidental y de su huella en la historia. Si los ejecutivos cosmopolitas de la Costa Este o los diseñadores gay de la Sexta Avenida son arquetipos de la América progresista (los “burgueses bohemios” descritos por Richard Brooks en su libro Bobos en el Paraíso), los arquetipos de la Alt-Right apuntan hacia los despreciados redneck, los whitetrash o hillibillies (poderosamente descritos por Jim Goad en su libro Manifiesto Redneck): jóvenes blancos de futuro incierto que habitan zonas herrumbrosas y posindustriales, bajo el cielo épico de los pioneros llegados de Europa. Cuestiones raciales aparte, el populismo americano es –ante todo y sobre todo– una cuestión de clase.[6]
Para la derecha alternativa ha llegado el momento de deconstruir a los deconstructores, de pasar por la criba de la biología y de la genética a las figuraciones identitarias de la ingeniería social progresista. ¿Raza? La palabra maldita, pero sólo si la pronuncia un blanco. La Alt-Right “no tiene inconveniente en defender que la cultura es inseparable de la raza, y que algún grado de separación entre los pueblos es necesario si queremos preservar las culturas”.[7] Algo en lo que coincide con la antropología de Levi-Strauss, o con buena parte de la crítica izquierdista a la “apropiación cultural”, es decir: a la destrucción de los marcadores identitarios mediante su dilución en la cultura de consumo.
¿Ideología de género? Un nuevo discurso asertivo de la identidad masculina se funde con un análisis crítico sobre la desvirilización de las sociedades modernas, dentro de una reivindicación agresiva de la alteridad sexual: es la llamada “manosfera”, la némesis del feminismo radical de izquierda.
En la “era de las tribus” –así califica el sociólogo Michel Maffesoli a la desazón identitaria de la posmodernidad– la Alt-Right asume una dimensión tribal y la aplica sin complejos a la raza blanca: el conjunto de tribus que, según las previsiones demográficas, se convertirán en minoritarias durante las próximas décadas. Los sectores etnonacionalistas de la Alt-Right reclaman para ellas aquello que, al fin y al cabo, otras minorías también reclaman: una política asertiva de la propia identidad y el derecho de autodeterminación para un futuro que, si bien parece todavía lejano, se aleja cada día más de la política-ficción.
4-           La imposibilidad del conservadurismo
Pensar que puede haber una “posmodernidad conservadora” es un oxímoron, una contradicción en los términos. Por supuesto, la posmodernidad puede utilizar ideas, palabras o conceptos más o menos “reaccionarios”, más o menos “progresistas”; pero si lo hace, es ante todo como “juegos de lenguaje”, como “tropos” que se sitúan dentro de un discurso global que en sí mismo no puede ser ni “conservador” ni “progresista”, sencillamente porque se mueve en un marco diferente.
Lo cierto es que, desde una perspectiva de derecha alternativa, muy poco hay ya que “conservar”. La llamada a defender un “pasado común” –el grito de guerra habitual de todos los conservadores– es irrelevante, desde el momento en que ese pasado común ya no existe (entendámonos: no es que sea falso, sino que ya no “irradia” el presente, en un sentido similar al de Nietzsche cuando decía “Dios ha muerto”). La derecha ha perdido todas las batallas culturales desde el fin de la segunda guerra mundial, si bien ha mantenido intactos los poderes ejecutivos y la estructura económica. Esos poderes ejecutivos y esa estructura económica se funden ahora con la izquierda cultural, porque ésta es la que ahora le sirve. ¿Qué hay entonces que conservar?
Cuando la demografía, la migración masiva, la globalización y el multiculturalismo son los factores que moldean el futuro, hablar de “conservadores” versus “progresistas” tiene tanto sentido como hablar de güelfos contra gibelinos. No obstante, ése es el “marco” conceptual que la izquierda quiere conservar, porque a ella le conviene. Ahora bien, la izquierda es el establishment, ergo necesariamente conservadora.
Avanzamos hacia tierra incógnita, no vivimos por tanto en un “momento conservador” sino post-conservador: el de una redefinición integral de posiciones. Cuando en el marco americano la Alt-Right o los llamados “conservadores naturales” rompen con el mesianismo universalista de la “Ciudad en la cima” (la identidad tradicional de los Estados Unidos), cuando reivindican un particularismo de los descendientes de europeos y se permiten incluso mirar con simpatía un movimiento como el Calexit (la independencia de California)…, entonces esa derecha alternativa tiene muy poco de “conservadora” y sí mucho de “antisistema”. Lo cual es indudablemente posmoderno.[8]
5-           Disonancia cognitiva
En la posmodernidad el medio es el mensaje, y la realidad –como decía Baudrillard– ha sido asesinada. En un mundo virtual compuesto de apariencias, de imágenes y de puntos de vista, lo determinante no son los datos, sino la mediación de los mismos; en otras palabras: lo importante es quién fija el “marco” y quién controla las “narrativas” (storytelling). Hasta ahora sólo unos pocos tenían el monopolio de todo ello, de forma que todo conspiraba para bloquear cualquier visión discordante. Pero el año 2016 pasará a la historia como aquel en el que “otras narrativas” (la “posverdad” dicen los cursis) lograron imponerse sobre las verdades oficiales. ¿Cómo fue posible?
Sencillamente, la Alt-Right demostró mayor habilidad que sus rivales a la hora de navegar en un contexto de realidad virtual posmoderna. El “desvío cultural”, el “atasco cultural”, el troleo, los memes: todas las técnicas situacionistas fueron revisitadas por la “derecha alternativa” para demoler las narrativas adversas, y ello de una forma insolente, divertida, proyectando una imagen de fuerza frente a la imagen de sus rivales, hecha de superioridad moral y de indignación virtuosa.
Toda “guerrilla de la comunicación” que se precie tiene un objetivo: provocar situaciones de disonancia cognitiva. La disonancia cognitiva se define como la desarmonía sobrevenida dentro de un sistema de creencias, cuando dos o más cogniciones, simultáneas y contradictorias, afectan a su coherencia interna. Un ejemplo: la gira del periodista y troll Milo Yiannopoulos en 2016 por las universidades americanas puede considerarse un éxito en términos de disonancia cognitiva, y ello en varios sentidos. Por sus características personales –gay judío, británico, cosmopolita, cool– Yiannopoulos es alguien de quien se supone que debe pensar “bien”. Pero como ocurre justo lo contrario, eso provoca una “disonancia cognitiva” que estimula el interés en sus oyentes por el mensaje que tiene que trasmitir. En una dirección opuesta, Yiannopoulos consiguió que todos los intentos de censurarle e impedirle hablar en las universidades revirtieran contra los activistas de los campus, por sus actitudes matoniles, violentas, alérgicas a la libertad de expresión: justo too lo contrario de todo lo que dichos activistas dicen defender. Ante los ojos del país, las universidades “liberales” (que habían dominado la vida intelectual durante décadas) se retrataban como un mundo intolerante y sectario, perdían su aura: disonancia cognitiva pura y dura.
6-           Distanciamiento irónico
En la “guerra cultural” que precedió a la victoria de Trump se enfrentaron dos bandos. Por un lado, una tropa de hirsutos moralistas. Por el otro lado, señala la periodista Angela Nagle, “una extraña vanguardia de videoaficionados teenagers, de amantes del manga con inclinación por las esvásticas, de irónicos conservadores estilo South Park, de gamberros antifeministas, de extraños nerds acosadores, de trolls y de fabricantes de memes, todos ellos rebosantes de humor negro y de amor de la transgresión por la transgresión (lo que hacía difícil saber si verdaderamente tenían ideas políticas o si todo era una broma)”. Lo que parecía reunirlos a todos­ –continúa Angela Nagle– “era la afición a burlarse de la seriedad, de la autosatisfacción moral y del aburrido conformismo intelectual del establishmentliberal y de los activistas de la corrección política”.[9]
Distanciamiento irónico: una cualidad típicamente posmoderna, desde el momento en que –como señala el comentarista y blogger Hanzi Freinacht– “todo aquel que carezca de un bien desarrollado sentido de la ironía, así como de un divertido desapego hacia una sinceridad excesiva, es automáticamente percibido como poco fiable”.[10] Evidentemente, todo esto se deriva de la desconfianza posmoderna hacia todo aquello que se perciba como dogmas, como “metanarrativas”, como posiciones inamovibles. Los dioses de la posmodernidad no sonríen a los profetas solemnes, sino a los trolls y los jokers –dos especímenes en los que la Alt-Right ha alcanzado niveles de excelencia–, en un contexto en el que “la interpretación y los juicios de valor se escurren a través de trampas y trucos, de sucesivas capas de autoparodia y de ironía metatextual” (Angela Nagle).
La auténtica risa se abre siempre sobre un fondo de incertidumbre, de desacuerdo con el mundo. La auténtica risa suele ser cruel, y nunca es moral. En la época de la inocencia perdida, acaso sea esa la única vía de rebelión que nos queda. Vivimos anegados de moralina –la “corrección política” es un ejemplo–, pero nuestro mundo no es moral. Para bien o para mal, la “derecha alternativa” –que ha surgido como planta extraña en Estados Unidos– tampoco lo es. ¡Adiós a los conservadores morales y religiosos! ¡Adiós a las entrañables monsergas reaccionarias! Por eso la Alt-Right es posmoderna; por eso es también nihilista, pero de un nihilismo que se revuelve contra sí mismo. La posmodernidad abre esas posibilidades…
¿Reaccionarios, retrógrados, partidarios de la monarquía o simples anarquistas instintivos? Para muchos activistas de la “derecha alternativa”, plantear esta pregunta carece simplemente de sentido. Lo cual no deja de ser rabiosamente posmoderno.
La vía del Joker
Cabe plantearse una hipótesis: muchos americanos votaron a Trump porque, dadas las alternativas, simplemente eso era lo más divertido. Por el mismo motivo y de la misma manera en la que Adan y Eva eligieron comerse la manzana. Y ya sabemos lo que pasó después.
MAGA: una sublime gamberrada ante la tecnocracia global, ante la oligarquía que nos dice que sólo hay un mundo posible: el suyo. Los Think Tanks, Wall Street, Silicon Valley, el club Bilderberg, los “líderes de opinión”, el Smart living, la Europa de los “valores”, los espacios seguros, la OTAN, el New York Times, The Economist, las ONGs, el Dalai Lama, George Soros, Lady Gagá, todos tuvieron que asumirlo. El 8 de noviembre de 2016 la América liberal se desfondaba en ritos de histeria, en terapias de llanto colectivo; ríos de lágrimas inundaban las pantallas del mundo (los funerales de Kim Il Sung fueron un modesto precedente) y se convertían en el hazmerreir de los deplorables del planeta. La risa y el llanto, el llanto y la risa fundidos en un momento jocoso e irrepetible. Los americanos habían decidido activar la opción Joker.
Cabe plantearse –y ésa es la tesis de estas líneas– que el Joker se convierte así en un arquetipo de nuestra época (en el sentido – valga el ejemplo– en que para Ernst Jünger las figuras del “Trabajador”, del “Rebelde” y del “Anarca” sintetizaban el espíritu de una época).
Pero ¿quién es el Joker?
Durante las últimas dos décadas, Hollywood ha producido una serie de películas – los male rampage films tipo American Psycho, El club de la lucha o Gangs de Nueva York– que tienen un estatus “de culto” en el ambiente Alt-Right. Estos films nos presentan a personajes psicóticos o esquizofrénicos en situaciones monstruosas. Pero en todos estos films los monstruos atienden a razones que merecen una cuidadosa reflexión. En realidad, a través de la alienación de sus personajes, lo que estas películas retratan es un vacío metafísico: el profundo vacío de los valores dominantes.
Pero no olvidemos que –como señala el crítico cinematográfico Trevor Lynch– al fin y al cabo “se trata de Hollywood”. En una sociedad “libre” hay verdades peligrosas que no podemos suprimir, pero lo que sí podemos hacer es inmunizarnos contra ellas, exorcizarlas: dejemos que las verdades peligrosas aparezcan en escena, pero sólo en la boca de monstruos.[11]
¿Y qué mayor monstruo que el Joker? En el film El Caballero Oscuro (la segunda parte de la “trilogía Batman”, de Christopher Nolan) el personaje del Joker da todo un recital de filosofía nietzschiana, pero sustituyendo el martillo por la dinamita, por la pólvora y por la gasolina… para derribar a los ídolos.
¿Qué ídolos quiere derribar el Joker?
El Joker se pasea por la pantalla dando ejemplos de actitud anti-utilitarista (la memorable escena en que prende fuego a una montaña de dinero) y de desplantes aristocráticos (“¡solo pensáis en el dinero! Esta ciudad merece un criminal de más clase, y yo se lo voy a dar”). Pero la esencia de su filosofía se comprime en estas frases: “la mafia tiene planes, la policía tiene planes…, ya sabes…, ellos son intrigantes, intrigantes tratando de controlar sus pequeños mundos. Yo no soy un intrigante, yo… sólo trato de mostrar a los intrigantes cuán realmente insignificantes son sus intentos de controlar las cosas (…). Yo soy un agente del caos”.
En su penetrante análisis de la película, el crítico Trevor Lynch nos indica que “el Joker es un rebelde, pero no sólo contra la moral de la modernidad (el igualitarismo de la “moral de esclavos”) , sino también contra su metafísica, contra la idea de que el mundo es, en último término, transparente a la razón, susceptible de planificación y control. Es eso que Heidegger denominaba la Gestell: un término que connota clasificación y disponibilidad, el mundo como una librería bien numerada, catalogada. El “Ser” del hombre moderno es por tanto el vivir clasificado, etiquetado, archivado. (…) Heidegger contemplaba a ese mundo como un infierno inhumano, y el Joker está de acuerdo”.[12]
Vivimos en la época del big data y de la siliconización del mundo. Vivimos en la era del Gestell globalizador: un pensamiento único para un mercado único, sin fronteras; una “gobernanza” que abarcará todo el planeta. Por eso, cada vez que algún cataclismo imprevisto le pone la zancadilla a este proyecto, se escucha la carcajada del Joker. Su figura representa la irrupción de lo trágico en el universo normalizado del “fin de la historia”.  
La risa del Joker no es la risa de Homo Festivus; ésta es una risa de bebé feliz dentro de un festivismo organizado, de un festivismo positivo (en cuanto desprovisto de toda negatividad), de una “sana alegría”, una alegría respetuosa, respetable. “¡Respetad la alegría!” exclamaba hace años un político francés (“¿y porqué habría que ‘respetar la alegría’? ­–se preguntaba Phillippe Muray–; antes se respetaba la pena, el dolor, las conveniencias, las tradiciones, las leyes o el sueño de los vecinos. Ahora se pretende que ‘respetemos la alegría’).[13] Por el contrario, la risa del Joker es una risa cargada de negatividad. Por eso se confunde con tantos “noes”: los “noes” a la constitución europea, el “no” británico (Bréxit), el “no” a Hillary. A medida que la globalización siga desestructurando las sociedades occidentales, a medida que sigan aumentando la rabia y la frustración, es previsible que sigan proliferando los Jokers.
El Joker del cine es un mostruo criminal y despiadado. Pero más allá del retrato de Hollywood, su arquetipo es el de un iniciado. En la era más materialista de la historia, él es el más libre, porque sabe que hay algo peor que la muerte, y que eso es una vida sin libertad y autenticidad. El Joker es el avatar posmoderno de todas las vías contrarias a la modernidad: la vía del kshatriya, la vía del samurái, la vía del guerrero (no es casual que Julius Evola empezase su carrera como dadaísta).
En las cartas del Tarot, el Joker representa el “cero”, el borrón y cuenta nueva, la vuelta al casillero de salida.
En la novela de Umberto Eco, El nombre de la Rosa, la risa –el secreto de la Poéticade Aristóteles– se ve por fin liberada de su prisión. La novela concluye con el incendio de la Abadía, el símbolo del viejo orbe medieval. Un nuevo mundo ha de comenzar…
En la mitología germánica, el dios Loki –el Joker del panteón nórdico– precipita el Raggnarok: el crepúsculo de los dioses, la necesaria conclusión que ha de preceder a un nuevo ciclo.
Acaso sea ése el último secreto de la risa del Joker; la seguridad de que, tras la furia y el ocaso, se esconde la promesa de un eterno renacer.
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teleindiscreta · 8 years ago
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Los intérpretes revelación: el timo recurrente de los Premios Goya
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Suele ser uno de los greatest hits habituales de cada edición. En la del pasado año, por ejemplo, el joven Miguel Herrán (A cambio de nada) emocionó a todos los espectadores con un discurso que rebosaba emotividad. Ese “me has dado una vida, Daniel” actuó impecable tanto en los pelos del respetable como en las glándulas lagrimales de su interlocutor, el director Daniel Guzmán, para convertirse de paso en el protagonista de un meme todavía hoy vigente. Las categorías de mejor actriz y actor revelación nos han dejado un buen puñado de momentos memorables en los Premios Goya. La posibilidad de ver subir al escenario a jóvenes intérpretes –o no tanto– que se muestran con total sinceridad, vírgenes de la impostura que aporta la experiencia en este tipo de lides, es oro para la televisión. Sin embargo, la vocación con la que nacieron estos premios, la de descubrir e impulsar el talento nuevo, ha ido pervirtiéndose a lo largo del tiempo. Las productoras, en connivencia con la Academia, aprovechan la categoría para sumar nominaciones sugiriendo candidatos que no se adhieren a ningún criterio. Una estafa recurrente que vivirá este próximo 4 de febrero un nuevo capítulo con “descubrimientos” de la talla de Roberto Gómez, Ruth Díaz o Carlos Santos, actores con más de una década de trabajo a sus espaldas. ¿Por qué lo llaman revelación cuando quieren decir ‘más invitados para la alfombra roja’?
Si quisiéramos descifrar la norma para designar a alguien como “revelación”, lo lógico sería pensar en que esa fuera la primera aparición cinematográfica de un determinado actor. Abriendo la mano, podríamos sumar también a aquel que pasa de papeles anecdóticos o de figuración a su primer rol importante, o a un intérprete extranjero que se estrena en nuestra industria y es desconocido por el público mayoritario. ¿Alguno de estos principios es seguido por la Academia española? No. La única regla existente es que el actor en cuestión no haya sido candidato antes. Este vacío legal es aprovechado por las productoras, que proponen los candidatos, para sumar nominaciones evitando que sus actores se hagan competencia entre sí y acaben por eliminarse el uno al otro en la carrera por el Goya.
Silvia Pérez Cruz, Ruth Díaz, Anna Castillo y Belén Cuesta, nominadas a mejor actriz revelación en los premios Goya 2017.
Un ejemplo: Kiki, el amor se hace es una de las películas españolas más alabadas del año. El filme, una recopilación de pequeñas historias que se entrecruzan, cuenta con un reparto coral en el que es casi imposible distinguir entre protagonistas o secundarios. Pero para poder aspirar a más premios, la productora dividió a sus actores en diferentes candidaturas. Como Natalia de Molina y Mª Paz Sayago fueron las elegidas para la categoría de protagonista, y Alexandra Jiménez y Candela Peña para la de intérpretes de reparto, propusieron a Belén Cuesta como actriz revelación. ¿Hace su trayectoria honor a tal denominación? Teniendo en cuenta que Cuesta fue una de las protagonistas de la película española más vista de 2015, Ocho apellidos catalanes, no lo parece. El caso es que a Vértigo Films, la productora de la película, la jugada les ha salido redonda. Tanto Candela Peña como Belén Cuesta han sido nominadas para sendos premios y estarán en la gala este 4 de febrero.
El caso de Kiki es el protocolo seguido por cualquiera que decide presentarse a los Goya. No es ilegal, la Academia lo permite y secunda, y cualquier actor está encantado de recibir un ‘cabezón’ sin importar la categoría. Esta circunstancia no es solo publicidad engañosa para los espectadores, sino una caja de pandora para la aparición de dilemas éticamente cuestionables. En esta edición figuran varios nombres habituales del cine español con opción al premio. En el apartado masculino compiten Ricardo Gómez, Carlos Santos y Rodrigo de la Serna (además de Raúl Jiménez). Los dos primeros, personajes televisivos tan conocidos como Carlos Alcántara (Cuéntame cómo pasó) y Povedilla (Los hombres de Paco), cuentan también con anteriores experiencias en la gran pantalla. De la Serna es uno de los actores argentinos más respetados en todo el mundo, que el público español recordará como compañero de Gael García Bernal en Diarios de motocicleta (Goya al mejor guion adaptado en 2005).
Carlos Santos, Rodrigo de la Serna, Rául Jiménez y Ricargo Gómez, nominados a mejor actor revelación en los Goya 2017.
En el lado femenino, además de Belén Cuesta, también está nominada Ruth Díaz por Tarde para la ira. Su caso llama la atención porque la cántabra ha ganado el premio a la mejor actriz en la sección Horizontes del festival de Venecia y el de actriz de reparto en los Feroz. El cambio de categoría de su papel en los Goya suponemos que responde a la necesidad de la productora de asegurarse un premio, ya que la película no cuenta con ninguna otra actriz que pudiera haberle hecho competencia. Rivalizar con Silvia Pérez Cruz o Anna Castillo no es lo mismo que hacerlo con Penélope Cruz o Bárbara Lennie, por nombrar a dos de las nominadas a mejor actriz. El problema ético llega cuando enfrentamos en una misma categoría a Ruth Díaz, con una dilatada carrera cinematográfica, y a Silvia Pérez Cruz, cantante catalana que debuta delante de la cámara con la película Cerca de tu casa. El año pasado, el mencionado Miguel Herrán ganó el premio por delante de Fernando Colomo, director con más de 40 años de trayectoria y decenas de pequeños papeles en su haber. ¿Debemos asumir que los votantes siempre actuarán con imparcialidad ante el compromiso de premiar a un joven desconocido –que de verdad necesita el impulso que otorga la gala– y un nombre con décadas de prestigio y relaciones en el sector?
Los académicos no ven en estos casos el problema ético que sí percibieron en 2011, cuando decidieron cambiar los estatutos para que en esta categoría no pudieran presentarse los menores de 16 años. Enrique González Macho, por entonces presidente de la Academia, aseguró que era una medida de protección al menor: “Cuando un niño gana un Goya le puede afectar profundamente en su desarrollo posterior”, dijo. De haberse aplicado con anterioridad, cuatro actores que parecen haber desarrollado una carrera sin mayores traumas como María Valverde, Nerea Camacho, Ivana Baquero o Juan José Ballesta, no tendrían en sus manos el galardón. ¿Por qué en cambio la Academia sí permite la competencia desleal en la categoría? Lo que parece evidente es que los actores son las grandes estrellas de este circo, los culpables de que millones de personas decidan sintonizar la ceremonia en sus televisiones. A mayor número de intérpretes conocidos, mayor repercusión, más fotos en la alfombra roja y más share. Y cuando la audiencia se cruza con la credibilidad ya sabemos quién suele llevarse el premio a casa.
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Fuente: SModa
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