Notas de Lo que concluyó en Compiègne
Y, como curiosidad, menciono que el título original de esta parte de la historia era Lo que concluyó en Versalles. Sin embargo, en términos históricos, en Compiègne terminó una carnicería, y en Versalles se encendería la mecha para la siguiente. Detallitos de nada.
En fin, que os dejo con las notas.
1. Pandemia del 1918.
También conocida como gripe española, o gripe del Soldado de Nápoles, fue una de las pandemias más destructivas en el poco tiempo que duró: desde el invierno de 1917 —aunque hay fuentes que afirman que ya estaba circulando en el 1916—, hasta el verano de 1920.
Ocasionaría entre 50 y 100 millones de fallecidos, superando las cifras de muertos de la Primera Guerra Mundial: 9 millones en combate, de la Segunda; 15, 9 millones, además de las que había dejado la Peste Negra de la Edad Media en cien años.
Afectó sobre todo a jóvenes de entre veinte y cuarenta años, que constituirían el grueso de los fallecidos. De hecho, hay historiadores que afirman que la enfermedad hizo disminuir en un 8 y 10% la población mundial de ese rango de edad.
La segunda oleada, que se produjo entre el septiembre y el diciembre de 1918, resultó la más mortal.
Se ve claramente en el siguiente gráfico, que indica el efecto de la enfermedad en las principales ciudades.
Aunque hay que dudar de la exactitud de estos datos, puesto que, al principio, se «pensaba» que los jóvenes soldados fallecían de una neumonía.
Y lo pongo de esa manera porque, según informes de la época, los altos mandos y los Gobiernos eran conscientes de una enfermedad que se estaba propagando por los diferentes campamentos militares, y no fueron pocos los médicos presentes que, por los síntomas, se dieron cuenta de que aquello distaba mucho de ser una neumonía —como sería el ejemplo del capitán médico Herman Elwyn, que apuntó los síntomas aparecidos en soldados en el diciembre de 1917.
El cuadro de los enfermos era el siguiente:
Fiebre que superaba los 39 grados y disnea (insuficiencia respiratoria).
Color grisáceo/azulado de la tez.
Pupilas moderadamente dilatadas.
Respiración superficial.
Pulso rápido (entre 140 y 160 pulsaciones por minuto).
Pasadas más de diez horas, y si no remitían los síntomas anteriores, se producían hemorragias en los pulmones, manifestadas por vómitos y sangrado nasal.
Los afectados se ahogaban entonces en sus propios fluidos. Y esto se ve en testimonios de la época, en los que se afirmaba que había personas que se desplomaban en mitad de la calle de camino al trabajo.
En febrero de 1918, el virus mutó y añadió a los síntomas el dolor abdominal, lo que favoreció que se confundiese con una apendicitis.
Poco se pudo hacer para detener la gripe. Se intentó recomendar el uso de las mascarillas —sin más medidas adecuadas fue en vano—, o incluso cerrar los colegios para evitar los contagios —los niños, en vez de a clase, se iban a jugar al parque con los amigos; hubo una alta mortalidad infantil—, pero las conexiones entre países no se detuvieron, y los hospitales de los países más avanzados del mundo colapsaron ante el gran número de enfermos.
Un ejemplo sería Estados Unidos, país en el que aproximadamente el 28% de la población resultó infectada. El número de fallecidos fue tal que la esperanza de vida estadounidense disminuyó de 51 años en 1917 a 39 años en 1918.
No fue posible desarrollar una vacuna para el virus por la rapidez con la que mutaba —además de la duda de si se trataba de una bacteria o un virus—, por lo que la gripe desaparecería naturalmente en 1920, momento en el que se considera que la mayoría de los organismos se habían acostumbrado a la enfermedad y consiguieron que perdiese su virulencia.
Y, ahora, pasemos a la controversia del origen.
Si algo se tiene seguro es que la gripe española no tuvo su origen en España. De hecho, como dice la copla que todo el mundo se sabe, fue el que nuestro país fuese neutral y no hubiese censura lo que permitió que los medios reflejasen la existencia de la enfermedad que llevaba ya varios meses matando a soldados en los campamentos militares.
La primera señal de alarma —o al menos la que yo he podido encontrar—, sería en el periódico ABC, el 22 de mayo de 1918, que anunciaba que «Cosa rara en verdad resulta dar con un pariente, testamentario o amigo que no esté enfermo de la gripe o convalezca de ella. Esta dolencia se nos ha encajado en Madrid, y no en calidad de apacible isidro, sino de molesto huésped. En los asilos, en los cuarteles, en la casas de vecindad. Por si teníamos poco que rascar, esa enfermería para nuevo excitante.»
[Como curiosidad, en Madrid se le llamaría gripe de Soldado de Nápoles por ser la enfermedad «tan pegadiza» como la zarzuela del mismo nombre, popular en la época].
Las caricaturas son bastante útiles para describir la situación con cierto grado de humor.
Dejando a un lado la situación en España, los dos posibles orígenes de los que siempre se ha hablado son Estados Unidos y China, y en una menor medida Europa.
Tradicionalmente, se dice que el primer caso de gripe española se dio en Kansas, Estados Unidos, más concretamente en Fort Riley, el 4 de marzo de 1917. La gripe habría llegado a Europa tras la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania, el 6 de abril de 1917, y, a pesar de que el presidente estadounidense había sido informado de la presencia de la enfermedad en los campamentos militares, haber retrasado el envío de tropas al continente hubiese sido interpretado como una señal de debilidad, por lo que no se detuvo.
Y no se descarta, aunque se sabe de la presencia de la enfermedad en Europa antes de la llegada —del grueso, añado—, de las tropas estadounidenses. Se dice entonces que la enfermedad pudo haberse originado en los hospitales del norte de Francia, donde a finales de 1916 y en el marzo de 1917 varios campamentos fueron afectados por un virus respiratorios.
Los patólogos militares más tarde los reconocerían como brotes tempranos de la Pandemia del 18. Estos ambientes tenían un clima propicio para la propagación de un virus respiratorio, y más cuando se tiene en cuenta que se traían animales de los poblados cercanos para alimentar a los soldados —la enfermedad podría haber pasado por zoonosis al ser humano, cosa bastante probable en esas condiciones antihigiénicas.
Y, finalmente, China, país que tuvo un total de 30 millones de muertos. Aun así, se interpreta como que estas cifras fueron bajas comparadas con el total de la población, y que este poco impacto de la enfermedad podría haberse debido a que la población ya se había acostumbrado al patógeno y por eso no se manifestó con tanta fuerza.
Pero vamos, que hay una discusión tremenda sobre esto aún hoy en día, por lo que no lo toméis demasiado en cuenta. Yo apostaría por las dos primeras teorías, aunque, como he dicho antes, no hay nada confirmado —ni lo va a haber a estas alturas.
.
[Aunque al mariscal Pétain se le denominó el vencedor de Verdún, en la Segunda Guerra Mundial sería el jefe de Estado de la Francia de Vichy, un Estado colaboracionista con los nazis. Pasó de héroe a traidor, pero, por supuesto, no puedo hacer ninguna referencia a ello].
.
2. Guerra de Independencia Irlandesa.
Digamos que esto venía de lejos. Durante la Gran Hambruna Irlandesa (1845-1849), John Mitchel, un activista irlandés, afirmó que «El Todopoderoso, de hecho, envió la plaga de la patata, pero los ingleses crearon la hambruna», insinuando que la falta de medidas suponía un intento de exterminio de los irlandeses católicos, a los que consideraban menos que las alimañas.
[No voy a tratarlo más porque para ello estoy planeando una historia].
El Romanticismo, en la segunda mitad del siglo XIX, impactó en la sociedad irlandesa, y supuso un auge de la cultura y literatura del país, tanto en inglés como en irlandés.
En 1914, la Home Rule —que le concedía su propio Parlamento al país—, les fue retirada. El intento más conocido de los independentistas y republicanos irlandeses de tomar el control del país fue el Alzamiento de Pascua de 1916, entre el 24 y 29 de abril de 1916, en el que se ocuparon los principales edificios de Dublín.
Fue un fracaso —todos, hasta Patrick Pearse, el líder, serían ejecutados—, y, de hecho, ni siquiera contó con el apoyo popular. Sin embargo, elevó al primer plano la cuestión de la independencia de Irlanda, que más tarde se materializaría en realidad.
El 11 de noviembre de 1918, el día de Armisticio de Compiègne, habría grandes disturbios en Dublín, con más de 100 soldados heridos. Serían acompañados por redadas de armas por parte de Voluntarios —que se remontan muy atrás—, y un tiroteo con el RIC (Royal Irish Constabulary/Policía Real Irlandesa; representantes de la autoridad británica en Irlanda). Aun así, todavía no había una campaña armada coordinada contra dichas fuerzas.
(En las elecciones general de 1918, gana el Sinn Féin, un partido que se había radicalizado unos cuantos años antes.)
La Guerra de Independencia Irlandesa empezaría el 21 de enero de 1919, día en el que se convocó el Primer Dáil Éireann —la actual Asamblea Irlandesa—, cuando el IRA (Irish Republican Army), organización de los nacionalistas irlandeses, disparó a dos miembros del RIC, los agentes James McDonnel y Patrick O'Connell, en lo que sería conocido como emboscada de Solodheadbeg.
Este evento dio comienzo a una campaña de ataques sistemáticos del IRA, dirigido por Michael Collins —recordad este nombre—, contra las fuerzas del Reino Unido.
Además, la población civil irlandesa que apoyaba la independencia le cerró las puertas a los miembros del RIC, y se negó a darles refugio o comida, dejándolos completamente desamparados ante el IRA. Tened en cuenta que los policías eran irlandeses; habían nacido y se habían criado allí.
Aun así, una parte de la población civil seguía apoyando a los británicos y quería permanecer en el Reino Unido. Fue el marzo de 1920, en el que se enviaron a los Black and Tans (tans de caqui de sus uniformes, porque al principio no había suficientes de la policía y utilizaron esos colores), un grupo que el Gobierno británico mandó a ayudar al RIC a recuperar el orden.
El RIC era irlandés, católico —la mayoría—; sus miembros tenían cierta conexión con la población. Los Black and Tans —si omitimos a la División Auxiliar del RIC, que a menudo se suma al término y que no me extraña, porque también tenían lo suyo—, eran veteranos ingleses y escoceses de la Primera Guerra Mundial, la mayoría protestantes, y que se ganarían una fama de borrachos.
Cometieron múltiples atentados contra la población civil y propiedades que poco tenían que ver con las actividades del IRA, y se fueron ganando la antipatía de cada vez más sectores de la sociedad irlandesa, cada vez más antibritánica.
Esta guerra duraría hasta el 6 de diciembre de 1921, con la firma del Tratado Anglo-Irlandés —que incluiría también una cláusula sobre Irlanda del Norte. Este documento establecía el Estado Libre de Irlanda, consiguiendo por fin la autonomía que se deseaba.
Salvo que ya no era suficiente.
El 28 de junio de 1922 —el Tratado Anglo-Irlandés entraría en vigor el 6 de diciembre de ese mismo año—, empezaría la Guerra Civil Irlandesa, que enfrentaba al IRA pro-tratado (uno de sus máximos representantes sería Michael Collins, uno de los propios firmantes del tratado, y que encontraría su muerte en este conflicto) y al anti-tratado —el que más tarde desembocaría, tras una escisión, en el grupo del que todos hemos oído hablar—, con Éamon de Valera como principal líder político.
[De Éamon de Valera, abuelos cubanos, padre español y madre irlandesa, tendré que hablar largo y tendido en las notas de la secuela, si alguna vez llega].
Terminaría el 24 de mayo de 1923, con la victoria del bando pro-tratado.
Más tarde, el 29 de diciembre de 1937, con Éamon de Valera como primer ministro, se aprobaría una constitución que reconocería a Irlanda como una «República independiente», que ya era un primer paso —les permitió permanecer neutrales en la Segunda Guerra Mundial—, hacia la declaración de la República de Irlanda, en 1949.
.
Visita de Alfonso XIII a París el octubre de 1919 (Vídeo).
.
Y aquí terminan las notas de esta parte de la historia. La publicación fijada seguirá siendo En la cuarta planta de Palacio hasta que se termine la siguiente parte —lo que no será pronto.
Espero que os haya gustado, y para cualquier duda que pueda resolver sin entorpecer la historia, aquí me tenéis. 😊
1 note
·
View note
Volverá la primavera de Octubre
Volverá con sus besos prófugos y el olor a lacrimógena.
Volverá el martillo contra el asfalto y el fuego a las llantas.
Volverán las maratones de cerdos retrocediendo muertos de miedo.
Volverá la libertad por todxs lxs caídxs, y perpetradxs por este sistema asqueroso, misógino y esclavista.
Volverá por Gustavo, por Fabiola, por Mauricio y todxs los vulneradxs, volverá porque su pena no fue en vano.
Volverá por la tercera edad, por el sacrificio de sus cacerolas y las brigadas rescatistas en primera línea.
Volverán a sentir al pueblo, porque nunca dejamos de estar en la resistencia.
Volverá porque las balas que nos tiraron van a volver.
Volverá la capucha en la lucha y con el guanaco las sacás de chucha.
Volverá la mecha, la pintura y la extensa ducha.
Volverá la excusa, la ingenuidad y los pendejos weones.
Volverá la consigna, el valor y lxs estudiantxs guerrerxs.
Volverá el arrojamiento de piedras para que la infancia y mi bebé no se tropiecen.
Volverán las despedidas tensas entre las familias por si lxs asesinxs nos reducen.
Volverá el ardor de la máscara en el rostro oculto, porque hoy ustedes muestran el suyo e intentando usar mascarilla su máximo líder se ve estúpido.
Volverán a ver el amor, el vínculo y la comunicación de la marginalidad, porque ustedes nos violentaron sistemáticamente, porque somos mucho más que dos cómo dice el uruguayo, porque somos millones lxs febriles con hambre de justicia.
Volverá porque tenemos el derecho de vivir en paz.
Un honor compartir y acompañar con una de mis fotografías el bonito poema de @psicopolitico
6 notes
·
View notes
Recuerdo con cariño el sábado, como si fuera una malla de submomentos perfectamente entrelazados entre sí.
Llevaba una semana esperando un plan que resultó ser volátil, pero no contraproducente.
A primera hora, me despierto más pronto de lo previsto. Quizás porque la ilusión y las ganas por verte me invaden.
Quizás estoy tan profundamente enamorado que confío plenamente en tí.
No existen “quizás”, lo estoy; pero soy partícipe de hacerlo poético.
Recíproco, equitativo.
Tú el motivo de mi felicidad, la voz de mis latidos, el brillo de mis ojos, las caricias de mi estómago, el aliento de mi respirar…
Yo me limito a escribir. Por tí, por mí, por nosotros.
Tan pletórico, salté de la cama y me dirigí a la ducha con mi respectiva playlist de música Jazz.
El cuarto de baño se convirtió en la Orquesta Filarmónica de Viena con el eco de mi voz rebotando entre azulejos; o al menos, la realidad rehusaba cualquier parecido con un mejor registro vocal.
Al salir de la ducha decidí enfrentarme al armario erigiendo mi delgada figura frente a sus puertas, con el fin de elegir conjunto y lucir presentable.
Sin formalidades, ni mejores galas; solo aliñado. Tú estarás preciosa como de costumbre, vistas lo que vistas. No me enamoré de tí sólo por tu físico.
No podría definirte en palabras, porque tienes un mundo interno tan sumamente inmenso, que ni Atlas sería capaz de cargarlo a sus hombros.
Amo descubrirlo, transitar sus senderos mientras diviso los paisajes en el vasto horizonte donde los límites se alejan.
Me siento un aventurero viajando por él.
Sin brújula donde sólo el amor me guía.
Dejo de divagar y clavo mi mirada en el chubasquero del primer día, un 17 de Octubre, que quedará en mi memoria como los 11 de Agosto o el 7 de Noviembre.
Aunque, sinceramente, se me hace muy difícil el recordar fechas específicas. Todos los días a tu lado son únicos.
Me visto para rememorar la primera vez que te vi, porque amo los pequeños detalles y tú me cubres de ellos como si fuera un collage humano.
Salgo de casa a comprar sushi, sin suerte en los tres primeros supermercados a los que acudo. Si a la tercera siempre fue la vencida, yo necesité una más.
Ahí está, la decisiva en un estante bajo en oferta o recurrente en demanda, pero fría en su soledad. Una bandeja a la que no dudo en abrazar y salir en busca de una tableta de chocolate, que por cierto, te encanta.
Solo me falta el Nestea, el cual recuerdo fervientemente en una de nuestras largas conversaciones nocturnas. Lo compro antes de subir a tu piso para que permanezca frío, cuidando cada detalle como si te rindiera culto.
Quiero hacerte feliz, de algún modo quiero agradecerte por todo lo que me haces sentir.
También me enamoré de tu sonrisa, ¿recuerdas?.
Eres magia.
Me apresuro a tu portal en cuanto me das luz verde, sin miedo a esbozar una sonrisa que recorra mi cara, puesto que permanece escondida tras una mascarilla que no oculta mis ojos ni la forma tan alegre en que camino.
Mientras ayudo a un anciano a buscar un nombre en los buzones de la comunidad, haces acto de presencia bajando por las escaleras.
Me sobran adjetivos para bañarte en halagos, pero no me atrevo. Estás preciosa.
Subimos a tu piso y coloco la compra en el frigorífico.
Tras una breve elipsis en el Mercadona, regresamos.
Desenvuelvo las velas que compré el lunes en papel de periódico y acaricio sutilmente la mecha con mi mechero. El salón, con las persianas bajadas, se ilumina.
Empezamos a jugar con las etiquetas, como niños. Quizás sean nervios. Quizás otra costumbre.
Teñimos nuestras lenguas de azul comiendo Takis de dudoso sabor. Tú pensando en dulce; yo, salado.
Quién pudiera confirmar el sabor de tu lengua. Cada vez deseo más tus labios…
Abrimos la bandeja de sushi y empezamos a comer por turnos entre risas, miradas cómplices, todos aquellos detalles que nos hacen brillar.
Casi tiras el vaso pero, por suerte, no se desparrama ni gota de líquido por el mantel.
Partes la tableta de chocolate sin abrirla, mientras que yo intento copiarte sin éxito con onzas asimétricas.
Terminamos de comer y nos fundimos en un abrazo sin previo aviso. No sabes cuánto me encanta que me sorprendas.
Dura más que de costumbre o se detiene el tiempo…
Minutos después, por los nervios y la emoción de gozar de tu presencia, me ofrezco a fregar los platos.
Salimos de tu casa y te cedo el volante porque, sin duda, eres mi conductora favorita.
Damos una vuelta por la ciudad hasta que te propongo cambiarnos de asiento. Así, con azarosa valentía, tomo la salida equivocada en la primera glorieta.
Rectificamos en apenas unos metros y partimos rumbo al Embalse de Cazalegas.
Empezamos a jugar con las luces de emergencia entre risas a pulmón abierto que se complementan cuando nuestras manos se entrelazan, entrando en un bucle de apaciguamiento.
Desde entonces, tus manos serán mis guías.
Llegamos al destino donde aparcamos a la vera del río. El día de lluvia que se esperaba no hace presencia. Está el cielo despejado, el campo verde, el Sol incidiendo en un ángulo perfecto.
La naturaleza se haya en perfecta lozanía.
Caminamos por la carretera hasta descubrir la presa; la cual, prácticamente, ignoramos para observar a un pescador de mediana edad que lanza presurosamente su caña numerosas veces sin afán de pescar. Más bien parece que practica su lanzamiento de sedal.
Comenzamos a recorrer la carretera, manteniendo el contacto físico cada vez más asiduo entre bromas y risas. No sé cuánto pudimos caminar, pero esa valla parecía no tener fin.
Una vez arribamos al final, dimos la vuelta sobre nuestros pasos para seguir fantaseando con aberturas en los alambres.
Nos montamos en el coche tras abrazarnos cálidamente de nuevo y empezamos a descubrir más carreteras.
Tuvimos más risas acompañadas de dolores provocados por las carcajadas. Te aficionaste a pulsar el botón de las luces de emergencia.
Hasta tuvimos que poner el GPS para regresar, porque nos dejamos llevar por el momento sin tener un rumbo fijo.
Pero me encontré todo el rato entre tus manos como si fueran dos polos opuestos atraídos por el mismo sentimiento.
Me hice adicto a cambiar las marchas juntos, a descubrirte mirándome con una sonrisa sin precedentes, a devolvértela…
Una vez en Talavera, fuimos a visitar el Parque de los Sifones donde se enfriaron tus manos tornadas en tonos morados y naranjas.
‘¿Te da grima?’ Preguntaste.
‘No’ Respondí acariciándote las manos.
Eres la única persona que me hizo sentir así. Estoy enamorado y el que se te enfríen las manos, solo implica que quiera cogerlas más para calentarlas.
Cerraron el parque y nos quedamos sentados en el coche, a las puertas. Viendo cómo la noche caía sobre nosotros, cómo el vigilante de seguridad se marchaba, cómo quedábamos solos.
Otro submomento que quedará en tu pasillo, en mis recuerdos, en lo que escribo…
Empezamos a cruzar miradas, lanzarnos bolas de papel, dejarnos llevar por el momento y, en menos de lo esperado, descubrimos el cielo sumido en una oscuridad total.
Rato después, retomaste el control del vehículo y buscamos estacionamiento por el núcleo urbano.
Cuando en un golpe de suerte lo encontramos, dimos una vuelta por el centro de la ciudad. Fue bastante efímera, ya que, ante la negativa de ingresar en un local, terminamos en tu casa.
Nos sentamos en tu habitación y me ofreciste secuestrarme aquella noche. Rehusé la invitación dos veces como una doble negativa que de puertas para dentro grita un 'Sí’.
Acto seguido, me preguntaste si permanecíamos sentados en tu cama o pasábamos al salón; optando por la segunda opción, donde encendí las velas que apagamos tras comer.
Antes de sentarnos en el sofá, me vestí con una de tus camisetas.
Ahí estábamos, uno pegado al otro. Escuchaba tu respirar, acariciaba tus manos, tus piernas.
Nos fundimos en abrazos y miradas.
Te besé…
Te besé como nunca he besado a nadie.
Nunca imaginé que un beso pudiera resultar tan especial. Va mucho más allá de dos bocas que encajan, de mis sentimientos, de sentirte cerca, de amarte…
Fue tanta la emoción que rompí el momento.
'Luxación’ fue la palabra culpable.
Entre bromas y miradas sinceras, descubrí cómo te había cambiado el rostro. Si tu sonrisa ya me había enamorado antes, ahora serían tus ojos rasgados por los pómulos.
Me emocioné.
Me emocioné tanto que tuve que paliar mis ojos llorosos tapándolos con mi gorro de lana gris.
¿Qué es el amor?
¿Qué me provocas?
¿Por qué me haces sentir así?
¿Cómo te volviste en el motivo de mi felicidad?
¿En qué momento exacto surgió sin intención de buscarlo?
Solo sé que tengo demasiadas preguntas que jamás serán contestadas, porque el amor no tiene causa ni efecto; pero quiero vivirlo contigo.
Cajón de recuerdos, submomentos.
La etiqueta de Desperados en mi cajón como si fuera mi amuleto de la suerte.
Mi gorro de lana en tu habitación.
Tu camiseta entre mis brazos aquella noche en la que me costó conciliar el sueño, pero me refugiaba en ella como si te pudiera sentir cerca.
Huele a tí…
Sego.
5 notes
·
View notes