TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A TLATELOLCO
Por Victor C.T.
Convergencia es, en el sentido estricto de la palabra, el punto en que varias líneas se unen. Aquí se conjuntan la cultura Mesoamericana, la colonial y la moderna que encuentran su epicentro en la Plaza de las Tres Culturas,nombre en honor a esa mezcla que dota de identidad a uno de los sitios con más historia al norte de la ciudad.
Rodeados de edificios simétricos desgastados por el paso del tiempo, en estos rincones aún retumba el sonido de agitados octubres que no se olvidan y se perciben las grietas cicatrizadas de aquellos años en que la tierra cimbró este suelo con toda su furia.
Caminar por sus murales y memoriales da testimonio del ajetreo social del que alguna vez fuera escenario. Tlatelolco es subversión, no hay duda, pero también memorias y sí en los monumentos está el cuerpo, el corazón en definitiva está en su gente.
Pasado.
Jesús Gamboa llegó en 1966 siendo tan solo un adolescente. Al vivir aquí en medio de tiempos tan convulsos, no son pocas las remembranzas que conserva nítidas en su memoria.
Tanques de guerra pasando frente a su casa, un tenso ambiente en los meses posteriores a los eventos del ’68 y el flujo constante de rumores atenuando verdades, “Dicen que aquí pasó esto, allá lo otro”, nada se sabía con certeza.
Plasmado también está el recuerdo de las edificaciones destruidas por el terremoto del 85. Fue tal la impresión, que al día de hoy ante cualquier movimiento telúrico es la primera imagen que se viene a su mente.
No obstante, ningún mal recuerdo es más fuerte que aquellos entrañables en este, su hogar. Uno del que Don Chucho a sus 70 años ya no se ve lejos jamás, “la nostalgia me invadiría” comenta, mientras observa las lejanas siluetas de los edificios de Reforma.
Como bien menciona, los lugares donde creces difícilmente salen de tu corazón.
Presente.
Los pasos nos llevan al borde de la plaza, justo donde se halla un templete que enseguida evoca a Irma Pérez aquellos días en su tierna infancia cuando su mamá la traía como su pequeña acompañante a escuchar los mítines estudiantiles que aquí tenían lugar.
“¿Qué es Tlatelolco para mí? Es amor, mi pequeña ciudad”; su niñez, adolescencia y vida adulta las ha vivido aquí, donde tantas cosas siguen intactas pero el tiempo no parece detenerse.
Lejos se ven los días en que con sus amigos de la unidad escalaban las pirámides cuando aún no estaban restringidas, pero al mismo tiempo tiene la fortuna de caminar por aquí con su hija y construir nuevos recuerdos.
El presente te permite voltear a ver cada rincón en que creciste, pero también pensar en el futuro que se acerca, veloz e implacable. A nuestra espalda se halla el edificio Chihuahua y al observarlo, todo se pone en perspectiva. ¿Algún día esto que vemos será distinto?
“Yo pienso que sí”, contesta con cierta seguridad, “por el deterioro que tienen las construcciones con el tiempo todo esto se va a acabar. Puede ser la razón que sea pero bueno, al final eso solo Dios lo sabe, lo importante es el aquí y ahora, mientras sea feliz, lo que venga después está de más”, finaliza.
Futuro.
¿También te ves viviendo aquí para siempre al igual que tu mamá y tu abuelo? “Para nada, no me veo quedándome toda mi vida, me veo en otro lado u otro país”. Para Dana García, anclarse no es una opción viable, pues a sus 16 años idealiza otros horizontes más allá de la torre blanca que marca la entrada a esta zona.
Para los más jóvenes, el arraigo es un concepto con menos fuerza que para sus mayores, pues aunque hay un obvio aprecio por sus raíces, las opciones eternas ya son impensables, ahora todo está en ver hacia enfrente.
La tranquilidad, en palabras de Dana, es la mayor virtud de la zona, pero la sobrepoblación, su peor defecto. ¿Cómo piensas que aquí se verá el futuro?, “probablemente con más gente, y eso es estresante. O tal vez tirarán estos edificios, no lo sé. Ojalá haya más centros comerciales, y sé que ya tenemos algunos, pero nunca es suficiente”, puntualiza mientras suelta una tímida sonrisa.
Los tres tan iguales, los tres tan diferentes, pero siempre ligados por sus lazos familiares y por el vínculo tan especial con esta pequeña urbe. Tal como dicen por ahí, todos los caminos llevan a Tlatelolco.
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María:
Hoy te escribo esta carta a 50 años de tu pérdida, esta carta que sé que no vas a leer porque estás muerta. Desde el día de tu partida no he podido conciliar el sueño. No hay día en que, al intentar dormir no aparezcan en mi cabeza, esas imagenes de aquel Octubre lluvioso en Tlatelolco. Si te soy sincero, cargo con la culpa de tu muerte. Siempre he querido regresar el tiempo y ser yo el que esté en tu lugar.
Recuerdo tu piel morena y tus ojos grandes, tu cabello corto y tu mente tan revolucionaria. Me mostrabas música nueva y cuando me contabas cosas sobre la injusticia en la que vivíamos, se te iluminaban los ojos y estabas dispuesta a todo por cambiar esa mierda en la que vivíamos, eras tan valiente, jamás le temiste a nada, ni a los policías ni al ejército ni a tus padres que se enojaban contigo por asistir a esas marchas de revoltosos como ellos decían. No tuviste miedo al ver a tantos muertos y tampoco te mostraste arrepentida con esa bala que entró en tu estómago e hizo que tu muerte tardara varios minutos.
No te pude proteger, me dueles, me duele no tenerte. Me duele recordarte sangrando diciendome que corriera y me salvara, me duele recordarte diciendome que por favor le dijera a tus padres que no se entristecieran porque moriste luchando. Me duele aún más no haber podido recuperar tu cuerpo para darte sepultura, me duele haber sido tan cobarde y huir en vez de quedarme ahí contigo y que me mataran al igual que a ti.
Jamás pude volverme a enamorar. Tu fuiste el amor de mi vida. Se me desbordan los ojos en lágrimas al recordar tus labios en los míos, el calor de tu pecho y lo que hacíamos en tu casa cuando tus padres no estaban. Te extraño. El tiempo no ha podido curarme nada, ni si quiera he podido resignarme. Solo quisiera un día despertar y que todo esto hubiera sido una pesadilla.
Cada 2 de Octubre salgo a las calles a gritar tu nombre y pedir justicia por ti, por todos. Y así lo haré hasta el día de mi muerte. Hasta el día en el que pueda estar contigo nuevamente por el resto de la eternidad.
Atentamente: José, el que te ama y no te ha dejado de amar.
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