“Lila García era una descarada hasta la médula.
Una sucia y jodida pícara a la que le encantaba torturarme. Una venganza, decía ella. Venganza por burlarme de ella en la biblioteca, venganza por desafiarla a correrse en público…
Mi pequeño dragón era toda una zorra.
A Lila le encantó cada minuto, estaba prácticamente empapando sus bragas, con sólo pensar en mis dedos en su coño.
Y ahora se hacía la dura.
Recordé la sonrisa de su cara cuando me desafió hace tres días. No puedes tocarme. No hasta que yo te lo diga. Te reto.
Lila me hizo perseguirla, prácticamente rogando para que mi polla se aliviara, pero ella no cedía. Me tuvo en un estado perpetuo de bolas azules durante tres días.
Encontró todas las formas de ponerme duro y de que me doliera por ella. Me masturbaba tres veces al día, para poder soportar todas las malditas burlas.
Haciendo sus estiramientos matutinos, con sus ajustados pantalones de yoga que se estiraban sobre su culo como una segunda piel, se inclinaba deliberadamente, se tocaba los dedos de los pies y movía su jugoso culo cuando yo pasaba por delante de ella. Sí, eso casi me hizo chasquear.
O la vez que decidió limpiar todo el apartamento sólo con una camisa y bragas que apenas cubrían su coño y culo rosados. Ah, y sin sujetador.
Sus pezones se habían asomado a través de la fina capa de su camisa todo el maldito día. Casi rompo una nuez en mis pantalones de deporte.
Lila era muy hábil en el arte de la tortura, y joder, yo vivía para eso.
Me encantaba su sonrisa burlona… y su suave sonrisa.
Me encantaba que me arañara la espalda como una tigresa cuando la follaba… me encantaban sus suaves labios en mi pecho y su dulce caricia.
Amaba su cerebro inteligente… amaba su mente peligrosa.
Su fuerte voluntad, su inquebrantable determinación. Como hace dos semanas…
Lila Garcia estaba absolutamente aterrorizada por los coches y la conducción. ¿Pero mi chica? Mi jodida chica se sacó el carnet de conducir.
Fue una forma de superar su miedo, dijo.
Lo hizo. Lo recordaba con bastante cariño. Con una sonrisa confiada, una actitud feroz y un ligero balanceo de sus caderas, mientras se acercaba a mí y me anunciaba que había aprobado su examen de conducir.
Lila era mis buenos días, y la razón por la que mi frío corazón, ya no era tan frío. Era mi media naranja, la combinación perfecta de ángel y diablesa.
Un lío de caos magnífico y hermosos ojos marrones, pelo negro y labios rojos.
Tal vez Dios, si es que existe, la creó sólo para mí. Mi alma gemela. Mi pieza perdida.
Oh, maldita sea, me estaba convirtiendo en un romántico cursi y en un poeta de pacotilla. Pero joder, me sentía tan jodidamente débil de rodillas por ella.
Por ella… lo arriesgaría todo.
Entré en nuestro apartamento y encontré todas las luces apagadas.
—¿Lila? —Llamé.
Me quité los zapatos en la puerta, dejé mi bolso allí y me adentré en el apartamento. La puerta de nuestro dormitorio estaba ligeramente entreabierta y las luces estaban encendidas. Empujé la puerta y prácticamente me tropecé con la visión que tenía delante.
Parpadeé, me quedé con la boca abierta y me ahogué en un gemido.
Lila, la descarada, estaba abierta de par en par, en nuestra cama, con un puto vibrador entre las piernas. Su espalda se arqueó sobre la cama, y dejó escapar un suave gemido. Al oír mi gruñido de respuesta, sus ojos se abrieron y me dedicó una mirada de puro éxtasis. Su rostro era una máscara de placer, a punto de llegar al orgasmo.
Me acerqué, con la polla ya dura como una roca. El olor almizclado de los jugos de su coño se extendía por la habitación, y me estremecí en mis vaqueros. Maldita sea, esta mujer iba a ser mi muerte.
Muerte por coño. Sí, sería una muerte dulce, eso seguro.
—¿Qué estás haciendo, Lila? —Pregunté, mi voz arenosa y áspera para mis propios oídos.
Ella me sonrió, tímidamente. —Corriéndome.
Me detuve junto al borde de la cama y mis ojos bajaron entre sus muslos. Casi gruñí al ver su coño rojo e hinchado. Ella mantuvo el vibrador en su clítoris, moviéndolo en círculos. Sus jugos corrían hacia abajo, y cubrían la sábana debajo de ella. —¿Cuántas veces te has corrido ya?
Sus dientes atraparon su labio inferior y lo mordió, conteniendo otro gemido de necesidad. —Una vez… y… Oh, Dios, ya casi… otra vez.
Le temblaban las piernas, mientras levantaba las caderas, frotándose contra el vibrador como lo haría con mi polla. —Oh, oh… Maddox, Oh Dios… ¡Maddox!
Mi control se rompió.
Con un gruñido bajo, me quité frenéticamente la camisa, los vaqueros y me arrastré sobre Lila. —Esto se acaba ahora mismo, joder.
Sus ojos marrones estaban llenos de lujuria sin adulterar, y sonrió con maldad. —No puedes tocarme —Dijo—. El reto.
—A la mierda el reto —Siseé, apartando su mano de su coño codicioso. Tiré el vibrador al suelo y abrí sus muslos alrededor de mis caderas, enganchando sus tobillos detrás de mi culo.
Lila no se resistió. Simplemente… sonrió.
Frotando mi dura longitud contra sus pliegues, mi polla se cubrió con su dulce excitación, y mi mirada bajó hasta el vértice de sus muslos. Observé cómo se abrían los labios de su coño hinchado, y su abertura prácticamente lloraba de necesidad.
Estaba tan jodidamente preparada y lista.
Me aferré a su cintura, apretando. Esa fue la única advertencia que recibió antes de que entrara en ella, introduciéndome en un rápido movimiento, enterrándome hasta la empuñadura.
Lila jadeó. —Joder.
Joder, en efecto.
Mi cuerpo se tensó, los músculos de mi espalda se apretaron, mientras intentaba no correrme con el primer empujón. La apretada envoltura de su coño iba a matarme. Estaba tan malditamente suave y húmeda, que me deslizaba fácilmente dentro y fuera.
—Tú. Me. Vueles. Loco. —Gruñí, puntuando cada palabra con una fuerte embestida.
Lila gritó, sus ojos se cerraron.
—Abre los ojos.
—Maddox.
—Abre los ojos, Lila. Mírame. —La amenaza era pesada y gruesa en mi voz.
Sus ojos se abrieron de golpe, y estaban vidriosos de lujuria. Mi polla se hinchó, mientras golpeaba dentro de ella. Me rodeó el cuello con los brazos y se aferró a su vida, gimiendo cada vez que la sacaba y gimiendo con cada empujón.
Sus uñas rasgaban mi espalda, arañando mi carne. Sangraba por ella.
Jodidamente feliz.
Nuestros labios se encontraron, locos de pasión. Enloquecidos y desesperados.
Sus muslos apretaron mis caderas, y mis dedos se clavaron en su cintura, tan fuerte, que supe que dejarían marcas. Bien. Necesitaba que le recordaran a quién coño pertenecía.
Y a quién le pertenecían sus malditos orgasmos.
Mi corazón retumbó en mi pecho, galopando como un caballo en una carrera.
Lila respiró mi nombre, gimiendo una y otra vez. Mis pelotas se tensaron y ella me agarró con fuerza, mientras se retorcía y tenía espasmos debajo de mí.
Echó la cabeza hacia atrás, encontrando su liberación con un gemido bajo. Lila nunca había estado tan hermosa como ahora.
Me corrí dentro de ella, con nuestros ojos fijos. Mi semen salió de su coño, corriendo entre sus muslos temblorosos y cubriendo la sábana con nuestra esencia mezclada.
Lila enterró su cara en la curva de mi cuello, y sus dientes rasparon el lugar detrás de mi oreja. — Gané —Dijo, con una pequeña risa que me dejó sin aliento.
Dios, la amaba.
La amaba, joder.
—No quiero que te muevas —Me confesó Lila al oído.
Yo tampoco quería moverme. Mi polla semidura estaba bastante feliz donde estaba. Nos di la vuelta y nos tumbamos de lado, manteniéndonos pegados. Ella palpitaba a mi alrededor, su coño aún se retorcía con las secuelas de su liberación.
Lila me miraba con ojos marrones soñolientos y una tierna sonrisa.
Tenía el pelo negro pegado a la frente sudorosa y parpadeaba con cansancio. Seguía siendo tan hermosa. Mía.
—Me matas —Susurré, con mis labios rozando la punta de su nariz.
—Tú también me matas. —Mi pecho se tensó ante su confesión en voz alta”.
I dare you, de Lylah James.
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