Tumgik
#perdon pintó así la noche
vonlipvig · 3 months
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necesitando que alguien en mi vida SE CASE 🗣🗣🗣🗣🗣
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acatalepsyxiii · 4 years
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Los encuentros siempre conllevan matices lacerantes que a duras penas puede sobrellevar. Abren heridas que siempre cree cerradas bajo una piel lisa, descubriendo sólo una capa fina fácil de rasgar con un suspiro. El corazón late a la expectativa, compases que marcan un tiempo fatídico en esa intrigante partitura simplona que pone en evidencia la vida y ese valor malsano que le entregan los defensores a raíz de la ignorancia a la que están sujetos. Kei tiene puñales que alteran la musicalidad tan abruptamente y con tanta violencia, que los dolores se sobreentienden como una carga que llevar hasta que finalmente las dos líneas al término del pentagrama marquen el esperado deceso.
Había evitado a toda costa a lo largo de los años encontrarse con ojos que en un tiempo u otro hubiesen formado parte importante de su historia, arrebatando momentos que con recelo les atribuye importancia y realidad. A veces ahogándose en ese absurdo escenario que le agrega adornos descabellados con tal de restarle verdad y pensarlo como un sueño demasiado real, pero sueño al fin y al cabo. Mas sus actos son tan dados a ser consecuencias de un hecho intempestivo, que los disparates se quedan como disparates y el trasfondo mantiene la claridad de siempre que se aprecia con cada vestigio de cordura que gobierna ciertos segundos al día, dentro de esos minutos en los que al dejar de hacer demasiadas cosas, peca de caer en el espiral de pensamiento y reflexiones. Sus noches se atiborran de cruda nostalgia, dibujando figuras en el cristal empañado acunado por la obscuridad, el secretismo.
Sin embargo, de cara a esos ojos que había memorizado casi a detalle, los que se niegan a la expresividad propia y abrazan los grises tal como si se le fuese la vida en ello, no había podido resistirse a buscarlos tiempo después, un tiempo obscenamente largo. Un insulto a los recuerdos que Kei atesora; un insulto a todo eso que los años pudieron zurcir con tal de juntar partes y sanar, finalmente, sanar seguro y firme para un encuentro en el ya no hubiesen pesares y se instalara la indiferencia en los saludos; exento de anhelos y hechos frescos como la carne caliente de un cuerpo abandonadotras ser apuñalado con ahínco por las pasiones propias de los que sienten demasiado, incluso en el mutismo.
Con el tiempo desdoblado, desfigurado por el encuentro entre dos fuerzas que absorben caóticas todo a su paso, pudo apreciar los labios que aún así remecieron en sus piernas y le hizo sentir liviano; arrebató su concepción del espacio y se pintó un cuadro sin piso, sin adornos, sin líneas que determinaran paredes, techos, esquinas o suelos: sólo ellos, en un blanco cegador que tensa un enfrentamiento y sentencia su castigo por haber sobrepasado todo aquello que bajo ojos corrientes no debió sobrepasar. El Gato, siendo el caos, había pasado a llevar todo y no temió derrumbar pilares y caer sobre la vida del pintor como el castigo bíblico que describe el Apocalipsis sobre Babilonia. Llegó con trompetas y copas, ansioso de sangre y como un prostituta desvergonzada dispuesta a seducir a costa de la propia vida con tal de instalarse como reina en el sofá principal de una estancia que le entregase poder a su alrededor. Otrora había llegado con reclamos, recelos; disfrazando tras cada silencio anhelos y hambre de utilidad propia de un objeto cualquiera. Se había descubierto a sí mismo una noche dispuesto a ser tan poca cosa con tal de que se le asignase un lugar en el piso, a la sombra o a la luz. Porque a diferencia de Babilonia, Devian podría defenderse con el mismo cuchillo que Kei le entregó, un pase a su debilidad y desbaratar su cuerpo a placer y consciencia.
Aunque se lo había guardado, ese poder oculto que le había entregado la misma noche que le había rogado que, por favor, no se vistiera de máscaras y le privara de las líneas que trazan sus facciones.
Risa que lapida el pálpito en su pecho, roba el aire cual despiadado criminal y lo golpea con una ferocidad que pone en riesgo esa determinación enferma que lo lleva a estar de pie. En contraposición a esa necesidad que se instaló de acariciar el cabello negro que realza la palidez, trazar las ojeras siempre tan propias y preguntar con la curiosidad de un niño por cada dibujo nuevo en la piel. Lo estudió tal como fue estudiado y se enfrentó a esa aura que pretende ser tranquila y que tiene tantas tormentas como él mismo. Vio el diluvio el un gota, el Holocausto en sus labios, Armagedón en la dureza; tanta destrucción que acaba con el sonido seco de un portazo y que instala el silencio sobrecogedor que se recuesta tal como ese manto que le abriga cuando el libro acaba y ya no hay más. Cuando sabe que debe de girar sus pies y regresar por donde vino, apretando puños y aguantando el aguacero que quiere buscar refugio en uno más divino, más solemne como el que se desata más allá de las paredes. Le había visto de frente, escasos segundos, y ya se sentía desarmado como la misma noche de antaño que había abandonado Londres, afligido.
El sopor le clavó en el piso y robó la voz. Su garganta se cerró con tanto desconsuelo que no fue sino la melodía de la lluvia, haciéndose camino poco a poco en su mente en blanco, la que le sacó poco a poco de ese limbo al que se había sujeto repasando una y otra vez la imagen que abrió la puerta: tan cambiado y, sin embargo, tan igual. El primer paso le hizo consciente de que su historia tiene contexto, del temblor en sus labios y de ese vendaval que reprimió desde el mismo primer momento que le vio. Apoyó la mano en la puerta, que pareció quemarle como el infierno al tacto. Deseó poder atravesar como si no tuviera suficiente ya, imparable en eso tan propio de él de causar daños irremediables, dejar una huella de sangre a su paso y cuya firma viene de su puño y letra.
Lo había visto tantas veces y de tantas formas: en sueños y alucinaciones. Nunca supo si de las propias o de aquellas que son consecuencia de la desintoxicación. No supo discriminar objetivamente luego de tantos años el origen de las películas que pasaron por su cabeza, y no lo haría ahora. Lo único claro y de lo que está seguro, es que incluso huyendo de la espina que Devian le había clavado, está se había enterrado con tanta intensidad que se había arrastrado por el piso, balbuceando sinsentidos, vociferando odios y perdones, porque su imagen lo persiguió como un castigo, uno al que no estuvo dispuesto a renunciar.
La mano en la puerta y su nariz rozando la misma con esa cercanía necesaria e infecciosa, cerró el ojo y descansó la frente. La ganzúa vibra en su bolsillo y aún así siente cierto respeto de usarla. En cambio, con muda insistencia, quiso cambiar de postura y apoyó la espalda, tomó asiento en el suelo, erguido, con los costados de sus manos apegados a la rendija pequeña entre el suelo y la madera, un deseo inocente de saber si el pintor tendría las manos a la misma altura al otro lado, si el juego entre la luz y la sombra transmitirían su forma en el suelo para que él se percatase sin importar en qué parte estuviese, que sigue ahí. Tiene deseos tan puros en tantos distintos escenarios, que se sorprendió a sí mismo esperanzado como nunca antes lo había estado.
Incluso si el pintor decide empuñar el arma para acabar con su vida, tal como Castel hace con Iribarne.
Es lo justo.
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demons-cradle · 6 years
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We don’t talk anymore
Kei
Los encuentros siempre conllevan matices lacerantes que a duras penas puede sobrellevar. Abren heridas que siempre cree cerradas bajo una piel lisa, descubriendo sólo una capa fina fácil de rasgar con un suspiro. El corazón late a la expectativa, compases que marcan un tiempo fatídico en esa intrigante partitura simplona que pone en evidencia la vida y ese valor malsano que le entregan los defensores a raíz de la ignorancia a la que están sujetos. Kei tiene puñales que alteran la musicalidad tan abruptamente y con tanta violencia, que los dolores se sobreentienden como una carga que llevar hasta que finalmente las dos líneas al término del pentagrama marquen el esperado deceso. Había evitado a toda costa a lo largo de los años encontrarse con ojos que en un tiempo u otro hubiesen formado parte importante de su historia, arrebatando momentos que con recelo les atribuye importancia y realidad. A veces ahogándose en ese absurdo escenario que le agrega adornos descabellados con tal de restarle verdad y pensarlo como un sueño demasiado real, pero sueño al fin y al cabo. Mas sus actos son tan dados a ser consecuencias de un hecho existente, que los disparates se quedan como disparates y el trasfondo mantiene la claridad de siempre que se aprecia con cada vestigio de cordura que gobierna ciertos segundos al día, dentro de esos minutos en los que al dejar de hacer demasiadas cosas, peca de caer en el espiral de pensamiento y reflexiones. Sus noches se atiborran de cruda nostalgia, dibujando figuras en el cristal empañado acunado por la obscuridad, el secretismo. Sin embargo, de cara a esos ojos que había memorizado casi a detalle, los que se niegan a la expresividad propia y abrazan los grises tal como si se le fuese la vida en ello, no había podido resistirse a buscarlos tiempo después, un tiempo obscenamente largo. Un insulto a los recuerdos que Kei atesora; un insulto a todo eso que los años pudieron zurcir con tal de juntar partes y sanar, finalmente, sanar seguro y firme para un encuentro en el ya no hubiesen pesares y se instalara la indiferencia en los saludos; exento de anhelos y hechos frescos como la carne caliente de un cuerpo abandonadotras ser apuñalado con ahínco por las pasiones propias de los que sienten demasiado, incluso en el mutismo. Con el tiempo desdoblado, desfigurado por el encuentro entre dos fuerzas que absorben caóticas todo a su paso, pudo apreciar los labios que aún así remecieron en sus piernas y le hizo sentir liviano; arrebató su concepción del espacio y se pintó un cuadro sin piso, sin adornos, sin líneas que determinaran paredes, techos, esquinas o suelos: sólo ellos, en un blanco cegador que tensa un enfrentamiento y sentencia su castigo por haber sobrepasado todo aquello que bajo ojos corrientes no debió sobrepasar. El Gato, siendo el caos, había pasado a llevar todo y no temió derrumbar pilares y caer sobre la vida del pintor como el castigo bíblico que describe el Apocalipsis sobre Babilonia. Llegó con trompetas y copas, ansioso de sangre y como un prostituta desvergonzada dispuesta a seducir a costa de la propia vida con tal de instalarse como reina en el sofá principal de una estancia que le entregase poder a su alrededor. Otrora había llegado con reclamos, recelos; disfrazando tras cada silencio anhelos y hambre de utilidad propia de un objeto cualquiera. Se había descubierto a sí mismo una noche dispuesto a ser tan poca cosa con tal de que se le asignase un lugar en el piso, a la sombra o a la luz. Porque a diferencia de Babilonia, Devian podría defenderse con el mismo cuchillo que Kei le entregó, un pase a su debilidad y desbaratar su cuerpo a placer y consciencia. Aunque se lo había guardado, ese poder oculto que le había entregado la misma noche que le había rogado que, por favor, no se vistiera de máscaras y le privara de las líneas que trazan sus facciones. Risa que lapida el pálpito en su pecho, roba el aire cual despiadado criminal y lo golpea con una ferocidad que pone en riesgo esa determinación enferma que lo lleva a estar de pie. En contraposición a esa necesidad que se instaló de acariciar el cabello negro que realza la palidez, trazar las ojeras siempre tan propias y preguntar con la curiosidad de un niño por cada dibujo nuevo en la piel. Lo estudió tal como fue estudiado y se enfrentó a esa aura que pretende ser tranquila y que tiene tantas tormentas como él mismo. Vio el diluvio el un gota, el Holocausto en sus labios, Armagedón en la dureza; tanta destrucción que acaba con el sonido seco de un portazo y que instala el silencio sobrecogedor que se recuesta tal como ese manto que le abriga cuando el libro acaba y ya no hay más. Cuando sabe que debe de girar sus pies y regresar por donde vino, apretando puños y aguantando el aguacero que quiere buscar refugio en uno más divino, más solemne como el que se desata más allá de las paredes. Le había visto de frente, escasos segundos, y ya se sentía desarmado como la misma noche de antaño que había abandonado Londres, afligido. El sopor le clavó en el piso y robó la voz. Su garganta se cerró con tanto desconsuelo que no fue sino la melodía de la lluvia, haciéndose camino poco a poco en su mente en blanco, la que le sacó poco a poco de ese limbo al que se había sujeto repasando una y otra vez la imagen que abrió la puerta: tan cambiado y, sin embargo, tan igual. El primer paso le hizo consciente de que su historia tiene contexto, del temblor en sus labios y de ese vendaval que reprimió desde el mismo primer momento que le vio. Apoyó la mano en la puerta, que pareció quemarle como el infierno al tacto. Deseó poder atravesar como si no tuviera suficiente ya, imparable en eso tan propio de él de causar daños irremediables, dejar una huella de sangre a su paso y cuya firma viene de su puño y letra. Lo había visto tantas veces y de tantas formas: en sueños y alucinaciones. Nunca supo si de las propias o de aquellas que son consecuencia de la desintoxicación. No supo discriminar objetivamente luego de tantos años el origen de las películas que pasaron por su cabeza, y no lo haría ahora. Lo único claro y de lo que está seguro, es que incluso huyendo de la espina que Devian le había clavado, está se había enterrado con tanta intensidad que se había arrastrado por el piso, balbuceando sinsentidos, vociferando odios y perdones, porque su imagen lo persiguió como un castigo, uno al que no estuvo dispuesto a renunciar. La mano en la puerta y su nariz rozando la misma con esa cercanía necesaria e infecciosa, cerró el ojo y descansó la frente. La ganzúa vibra en su bolsillo y aún así siente cierto respeto de usarla. En cambio, con muda insistencia, quiso cambiar de postura y apoyó la espalda, tomó asiento en el suelo, erguido, con los costados de sus manos apegados a la rendija pequeña entre el suelo y la madera, un deseo inocente de saber si el pintor tendría las manos a la misma altura al otro lado, si el juego entre la luz y la sombra transmitirían su forma en el suelo para que él se percatase sin importar en qué parte estuviese, que sigue ahí. Tiene deseos tan puros en tantos distintos escenarios, que se sorprendió a sí mismo esperanzado como nunca antes lo había estado. Incluso si el pintor decide empuñar el arma para acabar con su vida, tal como Castel hace con Iribarne. Es lo justo.
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Un extraño forastero
Había sido una tarde muy tranquila en el complejo, los inquilinos se sentían cómodos con la hospitalidad de su anfitriona. Mientras todos se encontraban en el comedor principal, disfrutando la compañía de sus amigos cercanos, cayó sobre el palacio una tormenta inprevista, poderosa, augurando una noche agitada. La princesa planeaba ir a limpiar las tres habitaciones esa noche, cuando un relámpago caído en la cercanía del bosque le advirtió que no era buen momento para el ritual masoquista. En lugar de eso, le pidió amablemente a su consejero que subiera a todos los inquilinos a sus habitaciones. Entre la multitud, venía venir hacia ella al nuevo inquilino, ese carismático caballero de elegante atuendo, con claras intenciones de acompañarla a sus aposentos; sin embargo, la joven lo rechazó amablemente, ya que necesitaba asegurarse que la puerta principal no fuera a dañarse con la tormenta. Desanimado, el caballero la despidió con un tierno beso en el dorso de su mano y la princesa de dedicó una cálida sonrisa.  Mientras se dirigía al recibidor principal, escuchaba la tormenta acercarse, como si fuera intención de los vientos tirar tan imponente fortaleza. Al llegar a la pesada puerta un rayo la cegó y un fuerte viento abrió la puerta de golpe, dejando ver una criatura oscura como la misma noche, iluminada por la tormenta. Grande, feroz y con clara intención de atacar a la chica que apenas desenvainaba su arma para el combate, la bestia expulsó a un hombre de sus entrañas y con el mismo resplandor cegador de hacía unos segundos, desapareció en la inmensidad de la tempestad. El hombre, débil y moribundo cayó entonces dentro del castillo, y la princesa presurosa fue a su socorro. Él vestía una vieja capa negra y no poseía armadura o escudo alguno, de su pantalón salía una delgada daga, suposo la dama que era su única arma. Su rostro era joven, tosco y tenía una gran cicatriz atravesando su ojo derecho, aparentemente sano. La Princesa gritó pidiendo ayuda, pero al no haber respuesta, sacó de su bolso un tónico dorado y lo vertió sobre el extraño, haciendo su cuerpo ligero como una pluma. Así lo transportó hasta una de las habitaciones vacías, la cual, apenas atravesaron el umbral, transformó sus muros de color neutro por unos psicodélicos colores azul y negro, combinados de tal forma que pareciera como si las paredes fueran a romperse en miles de trozos azul eléctrico. El techo se pintó de estrellas lejanas, brillantes; una noche despejada sin Luna. “Él llegó para quedarse, supongo” pensó la prencesa cuando el hombre recobró la concienca de un sobresalto. -¿Dónde estoy?, exclamó bruscamente el joven, buscando orientarse con la mirada, con la suerte que fue a posar sobre la Princesa. -Llegaste a mi puerta malherido, yo te traje hasta tu habitación y ahora voy a cuidar de ti hasta que te mejores. Espero te sientas como en tu hogar. El joven observó asombrado a la mujer frente a él: delgada, de baja estatura y complexión frágil; de labios rojos, tez pálida, mejillas rosadas y breillantes ojos negros, y no lograba comprender cómo esa dama había podido cargarlo hasta ese peculiar lugar. -¿Cuál es tu nombre, forastero?, expresó con curiosidad la dondella. -Si le soy sincero, mi Lady, ahora no recuerdo mi nombre. Pero antes de que continúe con su interrogatorio, permítame pues expresar mis dudas, y saber dónde me encuentro. La Princesa le dedicó una cálida sonrisa. -Éste es mi hogar, y al parecer, también ahora el de usted. Aquí habitan muchas almas perdidas en el bosque aledaño. Por lo pronto, usted no debería preocuparse por esto. Descanse, mi humilde morada le proveerá de comida, bebida, techo y cobijo por tanto tiempo como desee quedarse. -¿A cambio de qué ofrece sus servicios, mi Lady? -Los inquilinos sólo ayudan con pequeñas tareas en el hogar, y procurando no hacer alboroto. Este palacio es de buenas costumbres, un lugar... mágico. Los vidriosos ojos de asombro en el hombre le provocaron una risa inocente. “Terminé dentro de un castillo, con una bella doncella de anfitriona, posiblemente una princesa o una reina, acogido sin pedir nada a cambio” pensaba el joven mientras le echaba un vistazo a la habitación. -¿Por qué la habitación luce.. así? La Princesa observó la habitación nuevamente y se limitó a decir: -Es la habitación adecuada a usted... perdone, ¿ya recuerda su nombre? “Habitación adecuada, ¿eh?” pensó el hombre. -Lo lamento, mi Lady, sigo sin poderlo recordar. Ella tomó sus manos, gélidas al contacto y senera contestó: -No tiene importancia. Descanse, ha sido una noche agotadora y necesito ir a ver si mis demás inquilinos requieren de mi ayuda. Deben estar preguntando por mi paradero. En la mañana volveré, y si está en condiciones de recorrer el castillo, daremos una caminata a fin de mostrarle las instalaciones, y también para que conosca a los demás huéspedes. Asi pues, sea usted bienvenido a mi humilde posada. El contacto con las cálidas manos de la doncella le hizo recobrar las fuerzas suficientes para dedicarle una sonrisa. Acto seguido, el joven cayó en un profundo sueño. La Princesa tomó entonces un tónico azul de su bolso y vertió una gota sobre la cicatriz del forastero, de la cual emergió un ligero humo oscuro, similar a la bestia de hacía unos momentos. Fue así que comprendió que, lo que fuera esa criatura, habitaba dentro del noble hombre frente a ella y suplicó a los dioses que su magia fuera suficiente para liberar a ese pobre caballero de esa maldición.
-La Princesa de las Ilusiones
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