— Bien, si ahora me comprendes, no deberías restarle importancia —replicó continuando con aquel despreciable papel de víctima en aquella conversación de hermanos. Se preocupó por el mayor, porque al final se había revelado que quien tenía un problema de verdad con el alcohol era él, o al menos estaba a punto de serlo. — Y deberías plantearte si de veras tienes el mismo problema que yo, que espero que no. La oveja descarriada soy yo — añadió sin sentirse en absoluto preocupado por ello. Siempre le dio igual ser el irresponsable y despreocupado de los hermanos, de hecho le gustaba porque era liberador, pero sabía que a Kendrik le importaba más su estatus, básicamente por que la sociedad tenía los ojos puestos en él al ser el representante de la familia.
Darach MacLeod
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—Níl mé in ann a chreidiúint* !— Exclamó sobresaltada, cuán soldado que responde ante su capitán, tan pronto como Rhiannon reclamó su atención. Miró después, y por el rabillo del ojo, el anillo de las Vaughan y Cloda se mordió el interior de la mejilla. Era precioso, pero más el motivo por el que Morrigan lo tenía. Decidió no compartir sus pensamientos en voz alta, pues quería mostrarse firme en su posición pese a que hubiese comenzado a dudar un poco.
Al final, suspiró con un aire derrotista mientras tomaba la mano libre de Morrigan. —Sé que he llegado la última a Londres y que no conozco a Pádraig Vaughan tanto como vosotras. Pero te conozco a ti, Morrigan, y sé que eres inteligente. Y que no te dejas engañar fácilmente. Rhia y yo solo queremos que estés bien.— Porque por encima de todo eran amigas, y eso no iba a cambiar.
Cloda FitzGerald
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Darach es el medio de los hermanos MacLeod. Se encontraba en Escocia, cuidando de los bienes familiares, hasta que su vida se vio alterada por la aparición de un vampiro que lo usó como comida particular. Ahora se encuentra en Londres, queriendo solucionar algunas cosas y esconder ese gran secreto a los miembros de su familia.
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- Me apetece algo... sacrílego. Un escándalo a nivel episcopal.
Sus cejas de nuevo se alzaron varias veces incitadoras.
- Podríamos empezar con unas copas y dejar fluir un poco esos poderes infernales que te hierven bajo la piel. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste uso de tus habilidades demoníacas?
La sonrisa cada vez más abierta deformaba su cara con un aire cómico siniestro. Una imagen muy natural del demonio, pese a que no soliese mostrarse así últimamente
Nikolai Nevski
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Darach hizo una mueca de aprobación en el momento que vio la bonita fachada de la mansión que quedó frente a él mientras a su espalda se alejaba el carruaje que lo había traído. Subió las escasas escaleras que daban a la puerta principal y llamó con energía portando en su rostro una amplia sonrisa. En cuanto el servicio abriera la puerta, se hizo oír — Buenos días, ¿el señor de la casa?— hizo ademán de asomarse, alargando el cuello hacia un lado —Dígale que su hermano predilecto ha llegado—dijo en tono jocoso, y a la espera de que le dejara pasar.
Darach MacLeod
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Nada escucharía ella salir de los labios del conde, pues la pequeña orquesta en el interior, terminó aquel momento al concluir el nuevo baile. Pádraig suspiró por la nariz, dejando atrás ese oscuro pensamiento con el que se había visto enfrentado, de forma imprevista—. Cada vez me cuesta un poco más bailar con otras después de hacerlo con la única mujer que posee todo mi interés... —y más que eso. Pero, fue algo que el irlandés calló. Odiaba sentir esa vulnerabilidad. Era reticente, pese a todo, a darle a Morrigan ese poder, aunque de forma inherente ella ya lo tuviera. Un interés sincero pero atosigante, nacido de esa obsesión por tener única y exclusivamente a Morrigan como esposa. De querer valerse de su fuerte magia, de querer que fuera ella la madre de sus hijos, desde un punto de vista más práctico que emocional, Pádraig estaba empezando a ser consciente de que ese punto de vista, estaba comenzando a cambiar. Para bien o para mal. Y era algo que no había contemplado. No obstante, no podía decir que le desagradara del todo, aunque le hiciera sentir débil. Porque, por cada vez que ella le sonreía, acariciaba o le admitía ser el único para ella, el corazón del conde se saltaba un latido al acelerarse.
Pádraig G. Vaughan
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Elevó una de sus comisuras ante aquella duda y los nervios que parecían crecer en la joven. Podía comprenderla. —No es una prueba, no ha de preocuparse —Trató de tranquilizarla—. Hay gente que dice tener dones similares al suyo, aunque quienes lo dicen abiertamente son farsantes en su mayoría.
Había muchos que les tomaban en serio, por supuesto. Gente que no tenía ni idea de lo que sucedía realmente en el mundo. De ser así, se darían cuenta de que no eran más que charlatanes, aprovechados que usaban el miedo y la ingenuidad de las personas para sacarse unos chelines. Lo triste era que funcionaba. Ella habría creído.
—Regina B. Harris
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Le había dejado caer que podían encontrarse en peligro y, siguiendo su iniciativa, Rhiannon había aplaudido la idea de proteger a sus seres más queridos. Por eso, la condesa llevaba unos días recluida en casa, leyendo e intentando aprender aquel conjuro de protección que tan útil le sería. De hecho, había citado aquel día al escocés. Desde que conociera a su hermana Rose, no se habían podido volver a ver. Y, no veía momento más apropiado para verter su magia sobre él y mantenerlo a salvo. Porque si llegaba a pasarle algo…
Rhiannon D. Wentworth
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La cuestión era que se encontraba en Londres y que ella también había rechazado algunas cosas por cómo le afectaba tener a sus hermanos lejos de sí.
—No voy a volver a Gales y a quedarme sentada esperando. Será mejor que te hagas a la idea.
Si algo tenían en común es que ambos eran tozudos, e Isabelle se había vuelto autoritaria. Lejos de ser la joven sumisa que podía llegar a cuestionar lo que se le decía, ahora tomaba las decisiones que veía convenientes y las llevaba a cabo sin esperar la aprobación de nadie.
—Isabelle Rowlands
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— Katerina — saludó a su amiga alegremente cuando decidió salir de lo que estuviera haciendo, con una sonrisa. — Enhorabuena por esto. Acaba de empezar y ya se ve que va a ser todo un éxito.
Prudence A. Blackburn
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- Yo también lo quiero todo. Y siempre lo consigo.
La sed de sangre la estaba invadiendo con fuerza, podía ver entre la penumbra las líneas latentes de sus venas bajo la piel. Brillando con una calidez embriagadora. Se acercó un poco más dejándose por un impulso que cada vez más le costaba controlar.
Evelyn A. Stewart
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- Le pido señorita que se comporte. La acompañaré a su residencia o lugar habitual de trabajo para evitar otro altercado como el que acaba de provocar. Debería saber que no es lugar para ésto, hay barrios más... liberales.
Debía de asegurarse de que volvía al East End o cualquier otro barrio de los suburbios del que hubiese salido. Su labor era de poner orden en las calles y eso haría aunque no estuviese en horario de servicio
Edward Rickman
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