Tumgik
#rechazados
inbestigator · 1 year
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poeta-en-turno · 6 months
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Ciertamente ¿que es el amor? El amor es un privilegio que todos tienen menos yo.
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carsstairss · 5 months
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jesusoropeza027 · 2 years
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Tuve un sueño donde te decía todo esto que llevo atorado en la garganta, se ha vuelto recurrente soltar mis pensamientos repremidos en la noche; me he dado cuenta últimamente de muchas cosas, y además de enterarme lo poco que valgo para todos, también he descubierto lo idiotas que podemos ser cuando se trata de cuidar a quienes amamos. No supiste valorarme, y no te culpo por ello, a veces yo tampoco sé quererme apropiadamente, sin embargo, todavía cuando miro a las estrellas, y me quedo un rato en silencio, vuelvo al mismo pensamiento de para qué me esfuerzo tanto por amar bien, si personas como tú me desechan cual botella de plástico en la basura; como si mi cariño aburriese en la décima toma, o mi personalidad dejase de ser tolerable luego de unos meses. No sabes cuánto he llorado por no gustarle a nadie, y por sentirme una botella de plástico en las profundidades del mar, por eso lo escribo acá, porque sé que ni siquiera te importa preguntartelo.
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Una última vez.
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Por Chelo Capdevila.
Ya se lo había dicho cuando vivía: «Esos son unos charlatanes, se aprovechan de incautos como vos que le regalan su dinero por una triste puesta en escena», pero ella insistía en visitarlos y hasta en aprender de ellos. Estaba segura de que era posible comunicarse con los espíritus, con el más allá, y deseaba lograrlo también. Es verdad que a veces me sorprendía con sus acertados consejos o predicciones, pero yo se las adjudicaba a su gran intuición. ¿Leer las cartas? Ah, el azar siempre puede ser interpretado de diferentes maneras y hacemos encajar las causalidades con lo que necesitamos oír. Pero no, para ella, mi hermana, el azar no existía, sino que todo se encontraba conectado; todo y todos éramos una sola cosa, veníamos del mismo lugar y volveríamos sin excepción a él; por lo tanto, encontrando un lazo con ese mundo sería capaz de comunicarse con alguien de allí.
Cada vez que la veía con sus mazos de tarot y demás oráculos, sus velas, sus piedras energéticas, sus libros de adivinación, concentrada mientras inundaba la habitación de humo de incienso en la búsqueda de al menos un contacto real con alguno de nuestros seres queridos que habían partido antes que nosotras, me contenía para no reír o intentar persuadirla, así fuera en vano, por enésima vez.
Por eso resulta irónico que cuando la muerte nos separara fuera yo quien creyera de pronto en eso mismo, que yendo en contra de mis propias viejas creencias me aferrara a ello en la esperanza de comunicarme con ella, aunque más no fuera una única y última vez.
Mis recuerdos del accidente que habíamos tenido mientras ella conducía eran demasiado vagos, pero me inquietaba que pensara que había sido su culpa.
Como ella solía hacer, visité a varios de esos que consideraba charlatanes —confirmando que algunos efectivamente lo eran—, pero ni siquiera aquellos en los que podía depositar mi confianza pudieron ayudarme. Ella también había cambiado, era ella la que no aparecía.
Una noche pude encontrarme con ella en un sueño. Le dije que tenía razón después de todo, que yo estaba equivocada, que la comunicación entre ambos planos era posible, que sólo debía intentarlo un poco más… pero me quedé sin el tiempo que me hubiera gustado tener. Así de caprichosas son estas cosas, las del mundo espiritual; no puedes tener certezas incluso si tampoco tienes dudas.
Al menos logré que volviéramos a sentirnos cercanas, cuando la mente fue aclarándose de a poco y el dolor reemplazándose por la esperanza.
Necesitaba decirle que no había sido su culpa, que podía estar tranquila, descansar como como se lo merecía porque yo estaba bien, a pesar de todo.
Un día, finalmente logró calmar por completo su mente y concentrándose sólo en mí fue capaz de verme. Yo la veía siempre, y al fin ella me veía también.  No necesité palabras —ni boca— para comunicarme con ella. Sonrió y pude escuchar su respuesta incluso antes de que hablara aparentemente sola: «Gracias hermana…Dejaré de culparme, viviré feliz con tu recuerdo, hasta que nos volvamos a encontrar».
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ps1thurism · 8 months
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A que le temes más? A ser rechazado o perder una oportunidad?
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streets-in-paradise · 10 months
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En resumen: el lanzallamas de Andy Barclay contra la motosierra de Milei
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armatofu · 1 year
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multishipper-baby · 1 year
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Pensamiento random antes de irme a dormir, pero me preguntó si Lunita en algún momento habrá hecho algo que sea padre/hija con Fox- incluso si fuera algo tan simple como simplemente pasar un día en el parque juntos.
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hotmess-exe · 2 years
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folks are really trying to drain me today
so i think I'll spend the day blasting music on my mom's sound system
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inbestigator · 1 year
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poeta-en-turno · 6 months
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Ojalá contarle a todos de esos ojos bonitos que tú tienes, pero en cambio estoy aquí recordando dos ojos que no me miran.
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cristinabcn · 2 years
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PSICOLOGIA: TRANSFORMACIÓN
PSYCHOLOGY: TRANSFORMATION Patricia Mena Cordoba Psicóloga No sé por lo que estés pasando… Talvez sea algo muy doloroso.Muchas veces nos preguntamos ¿Qué hacer con todo el dolor?¿Que nos causa ser rechazados.? I don’t know what you’re going through… Maybe it’s something very painful.Many times we wonder what to do with all the pain?What causes us to be rejected? Sea por un trabajo, por la…
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stuckwthem · 8 months
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gorgeous | felipe otaño
summary: tu intentas evitar enamorarse de pipe, pero durante una noche en la playa con los chicos, su atracción por él se hace evidente a pesar de sus esfuerzos por mantener la distancia. 3k.
tw: ligera mención de alcohol, aparte de que sólo un montón de flirteo
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en realidad no querías enamorarte. no, en serio, era casi una misión. si lo hubieras sabido, te habrías ido a casa, habrías rechazado la invitación de blas, pero ahí estabas: intentando miserablemente no enamorarte de alguien que era demasiado difícil de ignorar.
desde que habías roto con el estúpido de tu exnovio, habías decidido que no ibas a interesarte por nadie indefinidamente. la pasión y los chicos no eran más que una pérdida de tiempo, y al final no te quedaba más que la decepción y la sensación de haber sido una completa idiota. pero alguien debería haberle advertido de que no tienes mucho donde elegir en asuntos del corazón. no era del todo tu elección enamorarte de alguien, pero podías intentar evitar esos sentimientos, ¿no?
y en ese intento, te estabas torturando. perdías completamente la cordura intentando ignorar ese sentimiento idiota que crecía en el fondo de tu mente. y era mucho peor cuando la persona que lo causaba estaba cerca, porque el sentimiento se esparcía por todo tu cuerpo, calentando tus mejillas y haciéndote actuar como una completa idiota. enamorarse de felipe era inevitable, y te estaba enfureciendo.
estabas alejada del grupo, sentada bajo la tienda que habían montado antes, mientras todos los demás disfrutaban junto al mar. blas te había invitado a una especie de tertulia playera que quería organizar para reunir a sus amigos, sin otro motivo que el de emborracharse y divertirse como si no hubiera un mañana. entre ellos estaba felipe, por supuesto, al que habías estado evitando más desde que te diste cuenta de que sólo hablar con él te ponía... bueno, agitada.
a pesar de la situación, aún tenías un problema más: tu ex. hubiera sido mucho más fácil bloquearle y seguir con tu vida, pero decidiste inocentemente ser amigable y acabaste cayendo en una trampa en forma de discusión. no era mucho más fácil que tragarte tus sentimientos, pero te ayudaría a distraerte. o no.
todo el tiempo, la gente va y viene desde la orilla del agua hasta la tienda, alcanzando una bebida junto a la nevera en la que estás sentado, normalmente con rapidez, apenas te das cuenta, demasiado concentrado en la pantalla de tu móvil, hasta que alguien se queda un poco más junto a ti, goteando agua salada a tus pies.
"espero de verdad que estés ganando esta discusión", oyes que dice su voz antes de que levantes la vista del móvil, pero reconoces enseguida al dueño. y a pesar de todo el calor que emana la playa en verano, se te hiela la sangre.
es como mirar al sol: al instante sus ojos reaccionan con repulsión ante el impacto del brillo, pero le dan ganas de volver a mirar, sólo para intentar admirarlo mejor. esa fue su primera impresión de pipe. tenía algo tan brillante e intrigante que era casi imposible mantenerle la mirada. pero es irresistible arriesgarse a otra mirada. felipe es cruelmente hermoso. con esos ojos azules del color del océano, las sardinas salpicándole la nariz y ese pelo por el que invitaba a pasar los dedos. y estaba a pocos metros, mirándote con curiosidad.
está sin camiseta, con una maldita cadena de plata brillando en su piel quemada y lleva una gorra hacia atrás, lo que aumenta su encanto. 
"por toda tu concentración y... esa cara de nervios, tienes una arruga justo en medio de las cejas, me parece una competición bastante seria". felipe sostiene una lata fría en una mano, mientras con la otra se pasa el pulgar por en medio de sus propias cejas, tan tensas como las tuyas, para imitarte.
sientes cómo las gotas de agua salada que caen del pelo del chico golpean de nuevo tu cuerpo caliente y, sinceramente, es algo refrescante.
"¿ah, sí?" preguntas un poco avergonzada, imitando el gesto del chico, soltando de golpe el móvil entre las piernas y siguiéndole con la mirada. hay una sonrisa excitada e inconsciente en tu cara. "no me había dado cuenta, creo que es una costumbre".
"es precioso" felipe se encoge de hombros, como si el cumplido fuera algo casual para él, algo normal para su percepción. dan ganas de enterrarse en la arena". el sonido del precinto de su lata al abrirse llena los segundos de silencio, y entonces pregunta. "entonces, ¿estás ganando?".
te ríes, te llevas la mano a la frente y gruñes en silencio, sin saber qué decir. ¿vas ganando? era difícil de decir. tu ex intentaba firmemente hacerte creer que en realidad no se había acabado, que para él sólo era un descanso. para ti, era definitivo.
"en realidad, ni siquiera lo sé. sólo es mi novio, quiero decir ex-novio", te corriges, enfatizando. algo cambia en la expresión de pipe, un leve arqueo de cejas tal vez. "¡está en un club, haciendo quién sabe qué! probablemente borracho, y me está haciendo pasar un mal rato, intentando volver".
"parece bastante imbécil sólo por haber roto contigo en primer lugar". 
hasta se podría oír caer un alfiler en la arena cuando lo comenta, y es casi como si toda la playa colaborara en silencio para que se oyera alto y claro el tono de flirteo en la voz del chico. pero ese es el problema, felipe es simpático, tan agradable que te daban ganas de odiarle por ello, porque parecía tan amable y tan acogedor, que te decía lo que quisieras oír. no estaba flirteando, ¿verdad? 
tu móvil sigue vibrando en tu mano, pero te pierdes en el actor que tienes delante. tu mirada se detiene en su expresión desconcertada, y entonces sonríe. peor aún, tiene hoyuelos y un brillo que acompaña su mirada. ya habías memorizado todos los detalles, pero fingías no hacerlo. tal vez para volver a recordarlos, o para mentirte a ti misma un poco más.
sin saber muy bien cómo reaccionar, vuelves la mirada al mar, riéndote para tus adentros al sentir que el corazón se te sale del pecho. hay un silencio confortable entre vosotros mientras veis las olas romper y a vuestros amigos maldecirse en la pelota de voleibol, y sólo se rompe cuando de vez en cuando soltáis risas bajas o comentarios divertidos, reaccionando a juani y santi discutiendo en pleno partido. 
es relajante y sencillo estar a su lado. felipe tiene una atmósfera propia que te envuelve en un ambiente confortable, aunque te acelere el pulso. quizá sea esa sensación post-adrenalina que te invade, quizá sean muchas cosas, pero él hace que te relajes y olvides que hace unos minutos estabas estresado por una discusión tonta. 
cuando estiras las piernas, inevitablemente tu rodilla derecha se encuentra con la pierna izquierda de felipe, y por el rabillo del ojo puedes verle sonreír. no se mueve ni aparta la pierna de la tuya. al mero roce, su cuerpo responde, aumentando su temperatura al menos otros dos grados.
"¡joder, creo que me voy a morir de calor!", exclamas, estremeciéndote. ni siquiera sabes por qué lo has dicho, pero los nervios se han apoderado de ti. 
"pues métete en el agua, que está riquísima". contestó felipe, volviendo la cara hacia ti, aún con esa sonrisita molesta que parecía reservar sólo para ti. se inclinó un poco más cerca "¿o tienes miedo?".
rodaste los ojos, negando su acusación con un bufido. apoyada en sus brazos, dejaste que tu cuello colgara hacia atrás, sintiendo que te derretías al sentir el calor que te envolvía. felipe te observaba mientras tú mantenías los ojos cerrados, recorría con la mirada todo tu cuerpo, sólo analizándote con curiosidad, queriendo entender de dónde venía esa sensación de bienestar por el simple hecho de estar en tu compañía, y por qué no podía quitar esa sonrisita de su cara.
según los chicos, se le notaba. pero tú no tenías ni idea de hasta qué punto le gustaba.
de repente, un escalofrío recorrió todo tu cuerpo, como una corriente eléctrica que te golpeara al sentir algo frío entrar en contacto con la sensible piel de tu cuello, y abriste los ojos de inmediato para encontrar a felipe aún más cerca, sosteniendo su fantásticamente fría y húmeda lata contra tu nuca. era tan refrescante que suspiraste satisfecha.
"¿mejor?", murmuró, tan cerca que fue como si una segunda descarga te golpeara. podías sentir las yemas de sus dedos helados en contacto con tu piel. dios, no sabías si querías salir corriendo o agarrarle allí mismo, sin previo aviso.
"ajá" fue todo lo que pudiste decir, sintiéndote débil. por un momento, el frescor se extendió, dejando que el alivio se apoderara de aquella sensación de calor. pipe se rió de tu reacción, y tus ojos siguieron las gotas que caían de la lata por tu clavícula, con naturalidad.
fue como si el mundo entero se ralentizara y, por un instante, lo único que importara fuera ese momento de pura complacencia. 
" ¡pipe! no coquetees más, boludo. ven a jugar!", grita blas en la distancia, ahuecando ambas manos alrededor de su boca para que suene más fuerte, rompiendo instantáneamente la burbuja de tensión. apartas rápidamente la mirada de tu mejor amigo con el momento interrumpido, intentando no insultarle, y felipe resopla mientras ambos os enderezáis, recordando de repente el mundo real.
"deberías venir y disfrutarlo", sugiere, dejando la lata a un lado. tú asientes con la cabeza y te llevas la mano automáticamente al lugar, ahora helado, donde el chico sostenía la lata.
pipe se levanta, se pasa la mano por el pelo mojado y te sonríe suavemente, como si no te hubiera desestabilizado por completo. 
ya está, decides, le evitarás durante el resto de la noche y, en consecuencia, evitarás que tu corazón sienta algo. se acabaron los saltos mortales y los tirones. oh, qué equivocada estabas.
más tarde, el grupo decide alargar la noche. al caer la tarde, la brisa marina empieza a refrescar y los chicos deciden encender una hoguera, mientras el crepúsculo tiñe el cielo de tonos naranjas y rosas. entre infructuosos intentos de prender fuego a los palos, juani y pipe discuten sobre la forma correcta de frotar la madera, hasta que una centella se escapa entre ellos y les hace saltar de sorpresa. juani se echa a reír, burlándose de la forma en que el otro chico se había sobresaltado.
"and it was like... desesperante", bromea el chico de pelo rizado, imitando con exageración a su amigo, que señala con el dedo medio en su dirección.
el fuego se enciende por fin, con la ayuda de unos cuantos mecheros más, y todos se colocan a su alrededor, sacando sillas y cojines. te acomodas con tu tanga y una botella de una bebida mezclada con vodka, sintiendo cómo el alcohol sube cada vez más alto en tu cabeza. a lo lejos se oyen las olas rompiendo tranquilamente, acompañadas por el ritmo tranquilo de un altavoz que toca reggae y el sonido de tus amigos riendo y bromeando. 
intentas mantenerte ocupada, charlando con blas a tu lado y participando en las bromas, pero no puedes evitar que tus pensamientos vuelvan una y otra vez a felipe. está ahí, entre el grupo, frente a ti, en la hoguera, riendo y charlando animadamente, su presencia ilumina el ambiente como siempre. 
vuestras miradas se cruzan constantemente, en medio de un chiste que alguien ha contado, o cuando él empieza a contar una historia, pero sus ojos se detienen en tu rostro sobre todo cuando te distraes con las risas. con cada mirada que intercambiáis, sientes que tu corazón se acelera y una mezcla de emociones encontradas invade tu mente. por un lado, hay una parte de ti que quiere entregarse por completo a la atracción que sientes por él, dejándote llevar por la corriente del momento. pero, por otro lado, hay una insistente voz interior que te recuerda las razones por las que decidiste alejarte de las relaciones y los sentimientos complicados.
desvías la mirada varias veces, intentando ignorar la electricidad que parece fluir cada vez que vuestras miradas se cruzan. pero es como si hubiera un imán invisible entre vosotros, que te acerca cada vez más a él.
blas se da cuenta de tu distracción y te mira con curiosidad. "¿nena, va todo bien?
fuerzas una sonrisa y asientes rápidamente. "sí, creo que es sólo la bebida".
pero tu mejor amigo no es tonto, se da cuenta de cómo intentas controlar una sonrisa idiota cuando pipe dice algo, aunque no tenga ninguna gracia, o de cómo pipe hacía todo lo posible por llamar tu atención. pero finge, no queriendo forzar la situación, conociendo tu estado. parece aceptar su excusa, volviendo su atención a juani y santi que estaban empezando una extraña competición de baile alrededor de la hoguera. pero sabe que no puede seguir fingiendo por más tiempo. algo dentro de ti está cambiando, y es aterradoramente irresistible.
pronto se forma un círculo de baile desorganizado alrededor de la hoguera, y te ves arrastrada al centro del mismo. incapaz de protestar o negarlo, te encuentras en los brazos de blas, bailando torpemente con él, riéndote de cada movimiento extraño que hacen.
el más alto se deja llevar por la música y empieza a darte vueltas y vueltas, una, dos, tres... cinco veces. empiezas a marearte con la cantidad de vueltas, y no sabes a ciencia cierta si es la bebida o el mareo, pero de repente, cuando las manos de blas te sueltan, chocas con pipe, que te abre mucho los ojos mientras te agarra por la cintura.
" whoa, whoa, whoa", dice torpemente entre risas exasperadas, y resulta encantadora la forma en que te sonríe mientras te acicala. "no me había dado cuenta de que tenías tantas ganas de caer así en mis brazos".
un suspiro y una risa tímida escapan de sus labios y tienes que parpadear un par de veces para recuperar el sentido, pero todo parece correcto, y él no te suelta, sino todo lo contrario. como una conspiración, o debido a los aplausos de los chicos, el reggae más lento vuelve al speaker, y pipe tantea el terreno, deslizando una de sus manos hasta la base de tu espalda, y tu cuerpo se acerca a él de forma natural, como un baile ya coreografiado. 
colocas tus manos bajo sus bíceps, sujetándole mientras vuestros cuerpos se mueven lentamente al ritmo de la música, evitando mirarle. observas por encima del hombro del chico y respiras hondo, sintiendo la presión exacta de sus manos contra tu piel. la piel de pipe está caliente y quemada, y huele a crema solar, a mar y a desodorante masculino, y tú, discretamente, respiras de nuevo, sintiéndote aliviada por el aroma. 
te entran ganas de pegarle un puñetazo a blas cuando le ves detrás de ti, bailando con matias, mientras los dos hacen muecas y bromas en tu dirección, aprovechando al máximo la situación. el sonido de sus falsos y exagerados besos pronto es ahogado por la voz de pipe, y te entran unas ganas terribles de desmoronarte de vergüenza.
"¿te ha tragado la lengua el gato?", le dice, casi al oído debido a sus posiciones. "¿o debería tomarme como un cumplido que te hayas quedado sin palabras a mi lado?".
siente cómo se le revuelven las mariposas en el estómago, sabe que está perdiendo cualquier intento de no caer en su jueguecito. debería saber cómo le afecta.
"¿siempre eres así de gracioso?", preguntas retóricamente, apartándose un poco para poder mirarle con los ojos entrecerrados. 
pipe tiene un puntito encima de la boca que te llama la atención, y te quedas mirándole hasta que sus labios forman una sonrisa de comisura. su rostro es sereno y sus ojos no pierden su expresión ni un segundo, sientes que podrías desaparecer en la inmensidad de sus orbes azules en cualquier momento, sería muy fácil sumergirte en ese océano y ahogarte. tiene las cejas espesas y la nariz ligeramente respingona, y sus labios tienen un arco perfecto bajo ellos, pero su mandíbula es definida y ancha, una mezcla perfecta entre la forma robusta de su cara y sus rasgos delicados, y es una tarea difícil controlarse para no trazar su rostro perfecto con las yemas de los dedos. 
es tan hermoso que duele, y es una verdadera lástima que aún no sea tuyo.
"es muy difícil decirte algo a la cara, ¿sabes?" las palabras salen de su boca antes de que puedas procesarlas, y suena tan espontáneo que incluso pipe se sorprende un poco por su confesión.
felipe inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, con una sonrisa en los labios mientras observa tu reacción. sus ojos azules brillan con una mezcla de diversión y curiosidad.
"ah, así que todo es culpa mía, ¿eh?", responde, bromeando. "bueno, espero que puedas perdonar mi terrible influencia".
pones los ojos en blanco, pero no puedes contener una sonrisa.
"me lo pensaré", respondes, con evidente sarcasmo en tu voz. 
mientras la música sigue sonando a tu alrededor, te encuentras perdido en un animado intercambio de miradas y sonrisas con pipe, los sonidos y movimientos del entorno parecen desvanecerse en el fondo.
a pesar de todos tus intentos por mantener una distancia de seguridad, está claro que te hundes cada vez más en la red de encanto que pipe teje a tu alrededor. y en el fondo, una parte de ti empieza a preguntarse si esto es realmente tan malo.
"¡bésalo pronto!", grita uno de los chicos por encima de la música y tú te ríes, enviándole un dedo medio falsamente ofendido. pero en la realidad, la idea no te parece tan absurda.
te preguntas si realmente sería tan malo. si rendirte a los encantos de pipe significaría abrirte a algo nuevo y excitante, o si sólo sería otra trampa del destino, lista para causarte más confusión y dolor. de momento, decides dejarte llevar por el momento, permitiéndote disfrutar de sus brazos alrededor de tu cintura y de las sensaciones que despierta en ti.
cuando la música está a punto de terminar, ya te has decidido. una mezcla de miedo y excitación corre por tus venas mientras intentas reunir el valor necesario para tomar una decisión. mirando a pipe a los ojos, sabes que estás a punto de dar un paso importante, hacia delante o hacia atrás.
"creo que hoy me iré a casa... sola", empiezas, sintiendo que el corazón se te acelera ante la osadía de tus propias palabras. "a menos que quieras acompañarme".
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por fin escribí algo con mi novio… aliméntense!! 💋 pero en serio, esta es su canción 😩
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elbiotipo · 8 months
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Si pueden ir a las marchas de mañana, les recomiendo que vayan, con los cuidados necesarios, por supuesto. Estas dos leyes son un desastre y se tienen que desprobar en conjunto, no solamente por lo que nos toca a cada uno. Yo marcho por la ley de bosques, de glaciares, por la ciencia, pero también por los derechos de todos los que estamos en riesgo. El proyecto libertario de Milei es un proyecto destructivo, y tiene que ser rechazado en conjunto.
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El hijo del diluvio.
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Los rayos lucían como grietas luminosas en el cielo nocturno, que agitado, parecía furioso con lo que sucedía muchos metros más abajo, allí donde las pesadas gotas de lluvia terminaban su viaje. Pisando descuidadamente los charcos, caminaba deprisa un hombre, cubriéndose como podía con una gran bolsa negra, esas en las que se arroja la basura, a modo de una precaria e improvisada capa que lo protegían del diluvio a él y al bulto que llevaba abrigado bajo su ropa. Se detuvo de pronto y subiendo unos escalones llegó frente a la entrada de un antiguo convento de monjas.  El sujeto volteó hacia la calle vacía, dando un último vistazo en la negrura de la noche, por si acaso algunos ojos indiscretos observaran escondidos lo que se disponía a hacer. La potente luz de un relámpago iluminó un instante sus toscas facciones. Una larga cicatriz recorría su mejilla derecha, y sus ojos oscuros y profundos reflejaban una mezcla de dolor y miedo. Parecía dubitativo en un inicio, sin embargo, se quitó con rapidez la bolsa y envolvió torpemente con ella el bulto que llevaba en brazos, antes de depositarlo delicadamente en el rellano. Tras observarlo agachado durante unos momentos y pronunciar unas palabras ahogadas por los truenos, golpeó cuatro veces con la aldaba de bronce la antigua puerta de madera labrada. En cuanto notó que habían encendido una luz a través de una ventana, descendió deprisa los cuatro escalones que lo separaban de la vereda y con la velocidad de aquellas centelleantes luces en el cielo, se perdió empapado entre los autos estacionados, esquivando la tenue y parpadeante luz de las farolas.
Cuando una de las hermanas de la congregación de las Adoratrices abrió la puerta bostezando, dispuesta a regañar a quien fuera que se atrevía a interrumpir su sueño si no se trataba de una verdadera urgencia, se encontró tan solo con el diluvio que el viento agitaba y llevaba hacia ella, salpicando su rostro y la manta con la que se cubría, entrando sin su permiso al vestíbulo. Algo enfadada, pensando que alguno de los adolescentes que pintarrajeaban de vez en cuando las paredes del convento le jugaban una broma de mal gusto, decidió regresar de inmediato a su cama. Sin embargo, un débil quejido evitó que cerrara la puerta y la obligó a mirar hacia abajo.
Mientras no tuvo un nombre le decían al inicio «El hijo del diluvio», por las circunstancias de la noche en la que había llegado al convento. Ese día se convirtió en el cumpleaños del niño y una de las tradiciones entre las hermanas era relatar aquel día cada detalle de su llegada a las novicias y a aquellas que habían llegado tiempo después del acontecimiento, reunidas alrededor del cumpleañero, poco antes de entregarle a Valentín su regalo, que, como una segunda tradición, siempre se trataba de un libro nuevo. A pesar de tener completo y libre acceso a los que llenaban de arriba a abajo los estantes de la biblioteca del convento, Valentín estaba ansioso por agrandar su propia biblioteca, orgulloso de sentir que esos eran solo suyos.
Su nombre fue elegido luego de una ardua deliberación y se decidió que fuera el nombre del Santo del día en el que llegó; el catorce de febrero. Resultaba irónico que de todos los días hubieran elegido aquel, el del amor y la amistad, para abandonar a su suerte a un bebé, un ser indefenso como lo era Valentín. Sin embargo, había algo especial en él. Algo en su mirada las tranquilizaba, incluso desde que la Madre Adelaida, la madre superiora del convento, lo cubriera con su propia manta para darle calor, lo secara junto al fuego de la chimenea y lo dejara luego en manos de una de las hermanas que era enfermera, para que lo revisara deprisa antes de llevarlo al hospital y decidir su futuro.
Desde esa noche y durante meses buscaron el paradero de sus padres o de cualquiera que tuviera relación con el niño; incluso los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y hasta entrevistaron a las hermanas, pero todo fue en vano. Valentín era entones, oficialmente, un huérfano y debía ser llevado a un orfanato.
No obstante, cuando los agentes del servicio social vieron su rostro, decidieron horrorizados que lo mejor sería que permaneciera en el convento, porque intuían —con algo de penosa razón— que ninguna pareja querría adoptar un niño que luciera de ese modo. Nadie imaginaba cómo había logrado sobrevivir a lo que fuera que le había sucedido, puesto que las cicatrices cubrían cada centímetro de su piel, transformando su cuerpo en una triste masa amorfa. Las lesiones parecían haber sido provocadas por un objeto cortante. Líneas que lucían como gusanos de piel enrojecida recorrían la extensión de su cuerpo, desde su rostro, a lo largo y a lo ancho; algunas más grandes que otras, todas muestras de viejas heridas, incluso cuando Valentín no parecía llevar suficiente tiempo en este mundo para dejarlas cicatrizar de ese modo.
A pesar del misterio, la realidad era innegable e irremediable: el niño no tenía a nadie más que a la Madre Adelaida y sus «hijas», por lo que decidieron mantenerlo bajo su tutela.
Valentín creció en el convento, viviendo entre libros, crucifijos, incienso, oraciones, misas, monjas y sacerdotes que lo visitaban de vez en cuando. Nunca salía a la calle, a pesar de la insistencia de «sus madres», porque las miradas y los comentarios por lo bajo eran inevitables. Le gustaba mucho, por eso mismo, leer historias como las de El jorobado de Notre Dame o biografías de personas con graves deformidades que le recordaban a la suya, como la de Joseph Merrick, al que llamaban el Hombre Elefante.
Al cumplir diez años, descubrió que había algo extra en él, algo que lo volvía incluso más especial de lo que lo hacían sus múltiples cicatrices. Mientras asistía a una de las tediosas misas matutinas, cerró sus ojos y se imaginó en su habitación —uno de los claustros más alejados, que las hermanas habían acondicionado para él— y deseó con todas sus fuerzas estar allí, leyendo otro capítulo de la última novela que había comenzado a leer apenas al despertar.
De pronto, allí estaba de verdad, con su libro esperándolo en la mesita de luz; los rayos del sol ingresaban por su ventana y las aves apenas despertaban y comenzaban a cantar.
Refregó sus ojos, incrédulo. Al inicio pensó que no había despertado aún, que quizá dormía sentado en el banco de la capilla y pronto sería sacado de su sueño por una de las hermanas que lo reprendían cuando algo así sucedía. Pero no despertó; no era un sueño: al mirar el austero reloj de madera que colgaba en la pared frente a él, confirmó que había retrocedido dos horas en el tiempo y ese día apenas comenzaba, otra vez.
No hizo demasiadas preguntas y aprovechó aquel extraño suceso para leer cómodamente un nuevo capítulo del libro como lo deseaba, a la hora en la que normalmente desayunaba (algo que ya había hecho, por lo que no sentía hambre). Cuando volvió a ver el reloj se sobresaltó al notar que en un descuido se había retrasado y que debía estar en la capilla desde hacía media hora. Extrañamente, ninguna de las hermanas había ido a buscarlo para reprenderlo y llevarlo allí a la fuerza. Nervioso, dejó su habitación y se dirigió corriendo a la capilla. Decidió entrar con sigilo por un costado, aprovechando la entrada escondida del patio que nadie usaba, junto al aljibe y la blanca estatua de yeso de la Virgen María, que lo juzgaba desde lo alto.
Se disponía a dar un paso hacia el interior de la iglesia cuando vio algo que lo dejó helado. Allí estaba él mismo, sentado en el banco más alejado, adormecido, con la mente en el libro que deseaba continuar leyendo.
¿Cómo podía ser eso posible? ¿Había viajado realmente en el tiempo, y aquel era su «otro yo», el que aún no había viajado al pasado?
Mientras cuestionaba lo que veía, tuvo el incontenible impulso de acercarse a aquel Valentín; quería tocarlo, quería confirmar que no estaba loco, que de verdad no soñaba.
No tuvo mucho tiempo para encontrar una respuesta a sus dudas o confirmación a sus teorías, ya que a medida que se acercaba lentamente a sí mismo, su cuerpo, comenzando con sus manos, comenzó a desaparecer. Se desvaneció, dejando solo al niño adormilado, sentado en el banco, que después de cerrar los ojos por un segundo, los abrió sorprendido, como si hubiera visto al diablo en ese parpadeo, e hizo un esfuerzo por no gritar. Giró rápidamente su cabeza hacia un costado, hacia la entrada secreta, con el extraño recuerdo de haber estado allí hacía unos segundos. Tal vez sí había sido un sueño después de todo, pero cuando regresó a su habitación descubrió que recordaba en detalle del capítulo que supuestamente no había leído aún.
Con el paso de los días Valentín fue olvidando aquel singular fenómeno, pero no tardó mucho tiempo en intentarlo de nuevo. Necesitaba repetir aquel «truco», confirmar que era real. Lo intentó varias veces sin resultado; lo hacía esta vez en horas de ocio, cuando estaba solo y tranquilo, por miedo a que alguien lo notara.
Casi se rendía, cuando volvió a suceder.
Pasaron los años, y a medida que Valentín crecía podía retroceder más lejos en el tiempo; no solo horas sino días, semanas y hasta meses. Siempre elegía su habitación o el altillo de la capilla que nadie usaba y al que las muchachas del colegio religioso en el que enseñaban las hermanas, que asistían allí a misa los domingos, le temían, porque decían que lo habitaba un fantasma, y hasta había quien aseguraba haberlo visto. «Sería gracioso que el fantasma fuera yo, y que alguien me haya visto desaparecer», pensaba Valentín, y reía, aunque no sin temor de ser descubierto.
Cumplió dieciocho años de edad sin que nadie supiera acerca de su poder secreto, de su capacidad para retroceder en el tiempo, hacia el momento que quisiera, con solo pensarlo de forma profunda o «especial».
Lo único que los demás podían notar era el misterioso cambio en su rostro. Desde los diez años, con cada uno de sus «viajes», una de sus cicatrices se suavizaba, para luego desaparecer, por lo que sus facciones ya no eran tan desagradables a la vista. Su confianza fue aumentando y de a poco se animó a dejar las viejas paredes del convento. Interactuaba con otros muchachos de su edad, aunque todavía no había ninguno al que pudiera llamar realmente amigo, así como tampoco tenía, a pesar de todas las mujeres que lo cuidaron y criaron, nadie a quien llamar mamá.
El tiempo era para Valentín como un río bravo en el que solo él podía navegar contracorriente. Sin embargo, no lograba dominarlo por completo y siempre desaparecía en cuanto pretendía acercarse a su «otro yo». Lamentablemente necesitaba hacerlo porque era esa su única forma de no quedar atrapado en el pasado, dejando peligrosamente por allí dos versiones suyas.
Pronto comenzó a preguntarse con qué fin podía usar su poder, además de contar con un poco de tiempo extra para leer sus libros favoritos. A los catorce años tuvo un accidente mientras llevaba un enorme y pesado saco lleno de naranjas a la cocina —había insistido en ayudar de ese modo—, ya que no le permitía ver bien el suelo. A los pocos días, cuando se recuperó del molesto esguince y las magulladuras, intentó regresar y ayudarse a sí mismo a evitarlo, pero cuando se acercó al Valentín del pasado, desapareció demasiado rápido sin lograr advertirle sobre el escalón.
Con el tiempo logró alargar esa brecha, la de su desaparición, y hasta llegó a verse a los ojos, a su yo de meses atrás, con una sonrisa en su rostro, en el de ambos. Se esperaba con ansias, puesto que encontrarse con una versión suya más lejana le aseguraba que había tenido éxito y sobre todo que realmente tenía un futuro.
Un día, cuando todavía no cumplía los veinte años y ya se había mudado a un pequeño cuarto que le habían ofrecido en su trabajo como albañil para una empresa constructora (porque a pesar de crecer en un convento nunca había sentido el «llamado» religioso), se encontró con un Valentín unos diez años mayor. Podía notarlo por su corte rapado, diferente al suyo, unas cuantas canas y el hecho de que solo quedaban en su rostro un par de cicatrices, las más profundas. El Valentín del futuro había elegido ese día porque recordaba haberse visto, y necesitaba demostrarse cuánto había perfeccionado sus viajes.  Lo hizo al punto de poder estrechar su propia mano, y decirse las siguientes palabras: «Confía en ti mismo y busca en tu pasado, porque solo tú puedes salvarte y eso es lo que harás».
Aunque no tuvo tiempo de darle más explicaciones y desapareció como siempre (junto con cualquier cosa que llevara con él, por lo que era en vano escribirse una carta), pudo al menos sentirse más tranquilo, confiado.
«Busca en tu pasado» resonó en su cabeza por mucho tiempo, pero, aunque buscó información sobre sus padres, sobre sus orígenes, no fue sino una década después que encontró una pista definitiva (o, mejor dicho, la pista lo encontró a él).
Una noche Valentín, que ya tenía cuarenta años, llegó a la casa que había construido él mismo y fue recibido por su esposa, quien enseguida le presentó a una persona que lo buscaba. La mujer, ahora ciega, lo había recordado durante toda su vida; en ese entonces ella era tan solo una niña de seis años, por lo que no había sido capaz de hacer algo al respecto, pero la imagen del hombre de la cicatriz llevándose al bebé de sus vecinos, rescatándolo de las garras de esas bestias durante una noche oscura y tormentosa, había permanecido en su mente desde entonces. El llanto del bebé llegaba constantemente hasta la humilde choza de chapas en la que vivía junto a sus padres y sus ocho hermanos. La pareja maltrataba y lastimaba al pequeño, molestos con su llanto, con su mera existencia. Deseaban que muriera, pero el niño resistía, aferrándose a la vida contra todo pronóstico. Esa noche lo dejaron a la intemperie, bajo la lluvia; cuando no escucharon más su llanto, festejaron convencidos de que al fin la parca se lo había llevado.
A medida que avanzaba el relato de la mujer, los recuerdos regresaban a la mente de Valentín, incluso si la lógica dictaba que era imposible que los tuviera (aunque para él la lógica no existía). En cuanto a la mujer, confesó que mantenía esa escena grabada en su mente desde entonces, que la atormentaban por temporadas pesadillas recurrentes de esa noche, y que no fue sino hasta la muerte de su marido que había decidido salir a buscarlo, con la firme intención de cerrar aquel capítulo, calmar su culpa y borrar esa tenebrosa imagen de su cabeza. Al fin lo había logrado, había encontrado a aquel niño, y él, finalmente, a pesar de ya saberlo, lo entendía todo.
Esa misma noche cerró los ojos y viajó más lejos que nunca, al pasado, por última vez.
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