Tumgik
#toda esta gente es siempre la que luego dice que qué guay el italiano que es súper parecido al castellano y se entiende muy bien
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otra vez
otra vez la gente de twitter siendo subnormales profundos respecto al tema de las lenguas cooficiales
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rdudda · 7 years
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Basta de muertos, o el diario de agosto es mío y me lo follo cuando quiero
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No actualizo el diario todos los días, pero anoto cosas sin orden en la libreta. Quizá es mejor así. No hay muchas reflexiones interesantes ni aforismos, sino anécdotas como esta: se me ha caído la taza del váter y el ruido me ha dejado un pitido en el oído. Ha ocurrido tres veces en dos días.
Mamá se ha ido a vivir a Astorga. Me da pena porque pienso que deja su casa de Murcia, a la que me he acostumbrado a pesar de no tener habitación ni arraigo ni nada. Luego descubro que su trabajo es temporal, en un hotel solo para temporada alta. La casa de Murcia es también temporal, como todas las casas en mi familia, pero de momento es su casa todavía. No me hace mucha ilusión volver a Murcia, aunque tengo ganas de ir al museo de Ramón Gaya que hay en la Plaza de las Flores. Dice D.G. que I.M.P. se lo recomendó. Trapiello habla mucho y bien de Gaya. Y en la entrada del museo hay una cita de Natalia Ginzburg (qué naíf y guay soy).
Es interesante haber leído el último tomo de los diarios de Trapiello y ahora leer el primero. Escribo justo al terminarlo que me parece que el diario tiene un tono crepuscular, y como de alguien más anciano de lo que es (Trapiello es del 53): sus amigos o bien están muy viejos y dementes o bien van muriendo poco a poco. Trapiello parece que desea ser más viejo de lo que es, para poder escribir de los achaques, de la cercanía de la muerte. También están su obsesión por los libros viejos, por el Rastro, el coleccionismo de antiguallas.
Sin embargo, en El gato encerrado, el primer tomo de sus diarios, de 1987, escribe esto:
“Si Natalia Ginzburg hubiera vivido cerca, habría tomado un tren, me habría presentado en su casa y le habría dicho: “Gracias. Nada de cuanto ha escrito me será indiferente”. Estoy impresionado de veras. Me ocurrió lo mismo cuando vi por primera vez El río, de Renoir. Un día, de súbito nos encontramos frente a algo extraordinario. Alguien nos hace entrega de una obra solo a nosotros podría beneficiar, aunque pueda también beneficiar a otros. Solo que nosotros lo estábamos esperando, sin saberlo, desde hacía mucho tiempo. Y que sea un contemporáneo quien te lo ofrezca es de una importancia capital, porque es la señal de que nada ha terminado, de que todo continúa, la vida, la literatura, los afectos, el corazón del hombre. Poder vivir con esa esperanza es importante para alquien que empieza.”
Ha cambiado mucho en treinta años, comprensiblemente. Ahora piensa que solo los muertos tienen algo que decirnos. Antes: “¿Con quién va a estar uno en deuda? ¿Con los muertos? Basta de muertos.”
Escribo que estoy triste porque Y. está triste, pero no sé de qué día se trata. Luego hay escenas bonitas. Y. me dice en la cama, por la noche, a punto de dormirnos los dos: Te propongo que cuentes las 50 provincias de España para dormirte. Vaya coñazo, le respondo. Yo ya llevo 45, dice. Y. en sueños: ¿Y a ti qué cárcel te ha tocado? Y. va a comprar vino y comida, no tiene suficiente dinero, se queda con el vino. Y. se compra un libro de Wittgenstein. Y. me regala los diarios de Thoreau y “nos” regala Poesía y verdad de Goethe y Agua salada de Charles Simmons.
Una comida con J.T. y D.G. en un sitio bueno y barato cerca del Mercado de San Miguel. Hablamos de bolardos, claro, pero luego de cine o de no recuerdo bien. J.T. es un tipo estupendo y su cine también. No me paga por decir esto, ni tampoco busco recompensa por ello. Si dejara de explicarme todo el rato quizá sonaría más sincero. 
Una comida en Mercato Ballaró, un italiano cojonudo, con R., otro R., aunque esta es la sigla de su apellido, y D.G. Hablamos de El País y de 1968, porque R. está escribiendo un libro sobre ese año, y le tengo muchas ganas. A los hijos del otro R. les gusta la banda japonesa Toe y me hace ilusión. Tengo amigos que me reprocharán que tanto no me gustan, porque cuando vinieron a Londres yo decidí ir a ver a Dying Fetus en vez de a Toe. No me arrepiento. 
El día 26 intento ser riguroso. Escribo en una terraza al lado del Retiro, frente a Y:
No sé qué día es pero miro el periódico y es 26. No sé qué día es porque 1) nunca sé qué día es 2) no llevo móvil ni iPad, e Y. tampoco. Hemos comprado el periódico porque es sábado, y los sábados sale Babelia. Antes me gustaba más que ahora. No sé por qué tengo que dar tantas explicaciones. Creo que porque soy consciente de que la frase “no sé que día es pero miro el periódico” suena artificialmente bohemia, como si fuera un vagabundo que vive en un altillo en Montmartre en los años 30 y se enterara del día que es con el periódico de la cafetería. O como si fuera de ese tipo de gente que se enorgullece de no necesitar el móvil. En general intento usar menos el móvil, los fines de semana dejarlo en casa. Pero siempre soy demasiado consciente de que lo hago, y no dejo de pensar en las horas que llevo sin mirarlo, y de cuántos mensajes tendré pendientes. La gente me dice: bueno, es normal, eres periodista. Nah, no tiene nada que ver con eso.
Dormimos en el sofá cama porque hay un mexicano de Airbnb en la habitación grande. Creemos que su novia es rusa. No hay absolutamente ninguna interacción ni conversación con ellos. Son tan sosos o tímidos que es incluso ofensivo. Nos hemos comido una carne picada del frigorífico que era suya, y el tipo le ha enviado un mensaje de Whatsapp a Y. para quejarse, en vez de abrir una puerta y decírselo en persona. Y., contrariada, ha bajado rápidamente al supermercado para comprar otro paquete de carne. Ha ido al Lidl y al Carrefour porque no encontraba la misma marca. También les ha comprado unas chuches como perdón, y les ha dejado un post-it de disculpas.
Luego hemos salido a dar un paseo a la cuesta de Moyano y al Retiro. Nos hemos comprado Calle de las tiendas oscuras, de Modiano, y los Diarios de Kafka. Los de Kafka están anotados muy minuciosamente por algún estudiante o profesor, imaginamos: en la primera página hay un índice temático a boli, con números que corresponden a diferentes temas que trata Kafka. En un puesto de libros anarquistas un hombre se queja de que la librería libertaria LaMalatesta invita a gente de todo tipo, y que no son realmente anarquistas. El librero le responde, un poco con rencor, que la gente tiene que pagar las facturas y comer y que no todo va a ser el activismo. El anciano le pide medio disculpas, pero sigue ahí dándole por culo.
Los pavos del Retiro. Unos turistas americanos, “so gorgeous”. El cielo está gris pero muy luminoso, como de calima. El Retiro está vacío. Me cuesta andar, estoy cansado, bostezo, la cabeza abotargada, parece que intento adaptar mi cuerpo al clima. En un banco junto a los baños subterráneos hay un Libro de Mormón, como esperando convertir a alguien despistado. Que así sean todas las evangelizaciones.
Escribo esto en una terraza de la calle Ibiza. Y. está enfrente de mí, haciendo el sudoku del periódico. Luego coge los diarios de Kafka y se ríe y me lee algunos fragmentos. El del 26 de agosto de 1911: “Uno piensa que se describe correctamente, pero solo hay una aproximación y el diario la corrige.” Luego me lee fragmentos que me habrían venido muy bien para mi texto sobre Emmanuel Bove, que tiene libros muy kafkianos. Los dos eran inseguros, paranoicos, fantasean con el suicidio y murieron de tuberculosis. Y. me lee esto: “Si fuera a matarme, es evidente que nadie tendría la culpa, aunque, por ejemplo, el motivo aparentemente más inmediato fuese la conducta de F.”
Cataluña ha declarado la guerra a España. -Tarde, escuela de natación.
No comemos. Compramos cosas en el supermercado pero acabamos tomando helado y pistachos. Nos tiramos en una pradera, con castaños y creo que olivos. Y. quiere dormir, pero le molestan los bichos. Se tumba encima del periódico, tras desplegarlo en el suelo, y se tapa con los demás pliegos: una pierna, una hoja, otra pierna, otra hoja, un brazo, una hoja, otro brazo, otra hoja. La cara con más hojas. The wicker woman. Yo estoy en calzoncillos. Me apoyo en el árbol y leo a Annie Ernaux, que pensaba que era más ligera pero es muy densa y poco narrativa y me cansa. Cuando empiezo a estar cómodo Y. se levanta porque está incómoda. Volvemos andando a Lavapiés.
Escribo: En los diarios está todo lo que necesito de la literatura. Lo que quiero decir es que nunca he escrito narrativa, o muy poco, y que los diarios me permiten acercarme un poco a ella.
Suelo quitar la tilde a “sólo” cuando cito cosas.
Leo Gran Hotel Abyss, sobre la Escuela de Frankfurt, en casa de Y. El capítulo de Benjamin, centrado en su infancia, es bonito. Pero sus ideas políticas me parecen superficiales, como adolescentes. Todos o casi todos los miembros de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Benjamin…) son hijos de judíos ricos que reniegan de sus padres, y hacen lo que haga falta para cabrearlos: ¿que mi padre es ateo? Me hago judío ortodoxo. ¿Mi padre es un capitalista industrial? ¡Comunismo! Está bien para los 16 años, pero no para toda una carrera. Es posible que cuando avance en el libro cambie de opinión y compruebe la importancia de sus ideas (que ya más o menos conozco). Pero de momento no puedo parar de pensar en estos orígenes, en su rebeldía adolescente y en que Adorno estaba en contra de la radio y de la música grabada porque alienaba (!). Creo que asociamos a la Escuela de Frankfurt con la izquierda solo porque eran anticapitalistas. Pero tenían ideas muy reaccionarias.
Cuando lea de nuevo esto me avergonzaré, pero podré editarlo. Y. me ha convencido de que a final de año junte todos estos diarios y los amplíe y convierta en un libro. Me hace ilusión, sobre todo porque es algo que escribo de manera natural, y me gusta mucho más escribir que leer (a todo el mundo que conozco le ocurre lo contrario).
Me ha salido un captcha con el nombre de mi calle y me he cagado.
Vamos a Berserker, que es un thriller español con toques de posthumor. Y. y yo dudamos de si es todo irónico o realmente lo hacen tan mal. Por la noche vemos los monólogos de Julián Génissom, el que hace de protagonista, y es muy divertido y absurdo. Y su Twitter es su mejor obra: sube fotos de stock cutrísimas, hace reflexiones absurdas. Es la estética pop de ahora: lo kitsch, lo pixelado, lo irónico. Está bien para un rato.
Comemos Y. y yo con M.D.P., que me ha pedido que cambie sus siglas. Mejor, más divertido. Nos cuenta que A. ligó en el pueblo con un capillitas al que le gustan los toros y que le fue a buscar a la mañana siguiente y a presentarse a la madre. Luego veo en Instagram que han quedado ya.
Ha venido A. de Marburgo. Le pregunto cómo está y me dice que mal, que para qué mentir diciendo que bien. Lo comprendo y me parece bien (que sea sincero, no que esté mal). Vamos a Libros Dodó y luego a comer un bocata de calamares en un bareto cutre de Vallehermoso. Me cuenta varias historias graciosas de los trenes de Alemania. Un día un tren que le llevaba a un pueblo perdido se estropeó a una parada del destino. Decidió ir andando. El camino se convirtió en arcén, el arcén en nada, y tuvo que ir andando por el río, saltando de piedra en piedra. Llevaba consigo una caja de pizza que compró en el anterior pueblo, y la iba comiendo entre salto y salto.
A las 18:00 vamos a ver El castillo ambulante a la Filmoteca. La cola de fuera es larguísima. Como dice una chica que pasa, “esto parece el preestreno de Harry Potter”. Adolescentes con camisetas de anime, uno con el pelo platino, padres que les acompañan resignados. Uno de los chavales le dice ilusionado a un amigo: “¡Hay un tío con una camiseta de Pulp Fiction!” Angelico. Quizá lo que no me gustan son los fans de los animes, y no tanto el anime. No es cuestión de edad sino como un autoodio, como si no pudiera aceptar mi adolescencia. Pero ni siquiera era fan del anime de adolescente. La película la disfruto porque no hay misoginia ni excesivo militarismo, que es a lo que asocio el anime.  
Después del cine cenamos con Y. en un vasco con un camarero subnormal. Subnormal de que es gilipollas, no es que esté intentando ser excesivamente políticamente incorrecto.
Llevo una camiseta de Berri Txarrak y me siento ridículo, como si lo hubiera planeado de antemano. Llega un nuevo chico de Airbnb a casa de Y., esta vez muy majo, de Manchester, alto y rosadete. Y. es una excelente anfitriona.
Me cuenta Y. que J. trabaja en un periódico de incógnito: envía artículos a una amiga y esta a su vez los envía al periódico, porque no tiene tiempo. Luego ella le paga a él, obviamente. Es la forma más triste de precariedad.
Estoy intentando pensar qué más cosas he olvidado de estos días, pero bah.
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