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tetuanalimenta · 6 months
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Entre Estrecho y Alvarado
Por Antón Cabello
Nada más salir de “Aroma latino” aquel 24 de octubre sabía que iba a volver por aquello que se dice que uno regresa donde lo tratan bien y se siente como en casa. Aunque mi vuelta estaba premeditada, sinceramente no esperaba regresar tan rápido. Un descuido me hizo desandar los pasos que había dado hacia la glorieta de Cuatro Caminos hasta regresar a la Calle de las Carolinas en su cruce con la Calle Topete para recoger de las mismas manos del honrado dueño del negocio mi mochila olvidada en la mesa en la que antes nos habíamos reunido para la III Comida-Taller Intercultural de Periodismo Gastronómico.
Según la agencia Europa Press, sin embargo, la calle Topete es una de las más peligrosas de Madrid e incluso hay vecinos que denominan a esta zona como “el Bronx”. Todo esto ha sido debido al auge de las bandas latinas en la capital y especialmente en el barrio migrante de Tetuán como epicentro de todos estos problemas. Aceras estrechas, sin bordillo, sólo bolardos para separar la calzada adoquinada de una sola dirección y edificios de diferentes alturas, más bajos de lo habitual y unos más modernos que la mayoría.
Dejando atrás todo prejuicio creado por las informaciones que circulan por internet, entré por el chaflán de uno de aquellos tantos edificios enladrillados. Los colores vivos del cartel contrastaban con el leonado de los ladrillos. Azul y rojo sobre fondo blanco: “Aroma Latino”, sin misterios, simple y directo. Entras y, sin haber estado nunca en República Dominicana, te transportas a la isla caribeña gracias a ese aroma que se huele y se escucha. El orgullo dominicano no faltaba en ningún lado. La bandera está hasta en la sopa como diríamos en España y en el caso de Dominicana, está también en su plato principal “la bandera”. Es un plato homenaje a sus raíces compuesto de arroz con habichuelas o guandules, carne estofada (bien puede ser de res o de cerdo) y acompañada de una buena ensalada. Normal que presuman de su símbolo nacional y sean tan redundantes con la bandera, son un pueblo orgulloso de su identidad y sus tradiciones y pude comprobar que con razón.
La bandera no fue lo único que nos ofrecieron, llenaron la mesa de multitud de platos típicos con la misma ilusión con la que un niño muestra a su madre una manualidad hecha en el cole. Concón, moro, mofongo, pica pollo, arepitas.
Con el estómago lleno pero la espalda demasiado ligera volví a por mi mochila olvidada. Apresuré mis pasos para llegar al cruce y allí Salvador la mostraba con su mano derecha a los que aún quedaban en la puerta del local charlando: “Uno de los estudiantes se dejó esto”. De lejos, avergonzado, tuve que identificarme hasta dos veces: “yo, es mía... Yo, yo, es mía”. Pedí disculpas, pero la respuesta fue una sonrisa, la misma con la que yo salí de aquella experiencia gastronómica. Cuando uno está a gusto, se le olvida hasta sus pertenencias.
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tetuanalimenta · 6 months
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Pollo, arroz y tomate
Por Marina Vílchez Cano
Detrás de tres sencillos ingredientes hubo la superación de un reto personal, una buena compañía y un día para recordar. Superó con creces mis expectativas, descubrí que yo también era capaz de atreverme con nuevos sabores, también a veces nos podemos sentir en casa donde menos nos esperamos.
Le daba vueltas a lo mismo sin cesar, ¿iba a poder experimentar esos sabores tan atípicos y a lo que para nada estaba acostumbrado mi paladar? o más bien, siendo realista ¿iba a comer algo? Esos eran los pensamientos que de forma recurrente pasaron por mi cabeza esa mañana. Siempre había tenido un paladar complicado, muy similar al de un niño pequeño, eso iba a marcar la diferencia entre mi experiencia y la de mis compañeros.
Con una hora de antelación nos dispusimos a coger el metro para encontrarnos con nuestra profesora Yanet Acosta en el restaurante Aroma Latino del barrio de Tetuán, donde organizaba la III Comida-taller intercultural de Periodismo Gastronómico.
Unas calles peculiares, aparentemente tranquilas, a pesar de su cercanía con la convulsionada calle Bravo Murillo, rodeaban al restaurante. Era una zona de Tetuán muy distinta a la que en la que yo residía, estaba ambientada en el país de origen de muchos de los residentes de esa zona. Muchas banderas y algunos símbolos del país nos transportaban a otro continente, nos hacían partícipes de su cultura y sus orígenes.
Después de seguir las indicaciones de Google Maps y de un par de errores de orientación espacial llegamos al lugar pactado, un restaurante pequeño, acogedor, y por supuesto también decorado al estilo dominicano. Tanto yo como mis compañeros desde el instante en el que atravesamos esa puerta nos sentimos como en casa, como el comedor del dueño, más que clientes o comensales nos sentíamos uno más, algo así como sus invitados especiales.
Todos y cada uno de los trabajadores nos hablaron con una sonrisa, de forma excepcional y muy amables a la hora de explicarnos en que constaban cada uno de los platos. Le dimos varias ojeadas a la carta, esperábamos poder decidir un plato y disfrutar de él al completo. Para nuestra sorpresa no fue así, la dinámica de la comida iba a ser mucho mejor y muy distinta a lo planteado.
Mientras estábamos sentados y esperando a la comida me di cuenta de un pequeño detalle, los que estaban sentados a mí alrededor ya no eran solo mis compañeros de economía, estaba acostumbrada a su presencia y a compartir con ellos pero no con el resto. Cerca mío estaban sentados algunos de mis compañeros de ciencias políticas y derecho con los que había intercambiado escasas palabras. La comida más allá de una experiencia gastronómica iba a ser una oportunidad para conocer a mis compañeros.
Detrás de los compañeros había algo que nos hizo sentir de nuevo en casa, había un sencilla pecera, con aproximadamente seis peces. Esos peces daban un toque todavía más hogareño, a muchos les hizo recordar a sus mascotas y a otros nos hizo disfrutar de la elegancia con la que los peces nadaban y daban vueltas por lo que para ellos era su hogar.
Acabó la espera y llegaron los camareros con una bebida algo peculiar, me llamó la atención que en vez de servirnos agua, nos sirvieron una bebida muy similar a un conocido con sabor a limón, tenía un toque peculiar que a mi paladar le parecía canela, ya después descubrí que era limonada. Estoy segura de que mi paladar estaría confundido pero no me desagradó.
Ya posteriormente nos sirvieron numerosos platos, para nuestra sorpresa fueron sirviendo muchos platos es decir, no íbamos a comer cada uno nuestro plato, nos brindaron la oportunidad de probar una amplia gama de sabores y un trocito de su cultura gastronómica Bueno la oportunidad también me la dieron a mí aunque admito que no supe aprovecharla.
Cada vez que uno de los camareros venía con más platos mis compañeros se abalanzaban sobre ellos, probaban todo a pesar de que desconocían que podía llegar a ser o que podía llegar a saber. Yo me mantenía al margen, admiraba que pudieran disfrutar de todos esos sabores y colores, quizá no supe mucho de los platos por mí misma pero aprendí mucho por lo que mis compañeros me contaron.
Sorprendentemente hubieron sabores que sí pude experimentar con mi propio paladar, quizá eran sabores mucho más básicos y no tan elaborados pero no tenga una sola mala palabra de ellos. Probé el tómate de la ensalada, un pollo rebozado que estaba exquisito, era pica pollo, y lo complementé con un poco de arroz éste en su punto y suelto, muy similar al que suele ser uno de los pilares clave en mi alimentación.
Me di por satisfecha habiendo probado pollo, arroz y tomate en un lugar donde todos comían mucho más variado, me animé y probé un sabor más. Quizá no estaba muy fuera de mi zona de confort pero por lo menos me demostraba a mí misma que podía experimentar algún sabor más. Probé el concón, un arroz crujiente que estaba teóricamente “quemado”, a mis ojos me recordaba al “socarrat”, el arroz pegado de la paella que estaba algo más quemado, me recordó a Valencia, a mi casa, a las paellas familiares de los domingos.
Quizá ese arroz “crujiente”, no era lo que esperaba, tampoco lo fue esa comida, superó mis expectativas. Más allá de la experiencia gastronómica existían más factores externos, conocí una cultura de la cual tenía muy pocos datos, aprendí que a veces extraños nos pueden hacer sentir como en casa y que cada restaurante tiene su magia y su esencia propia. Aprendí que en mis compañeros habían unas personas graciosas a la par que interesantes.
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tetuanalimenta · 6 months
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Navegando hacia Santo Domingo
Por Omar Gómez
Quién diría que gracias a las comidas se pueden afianzar de tal forma los lazos entre personas al ritmo del dembow y reguetón. Así lo recomiendan los expertos, pero hasta que no lo haces, no lo compruebas. El mejor ejemplo fue la comida-taller intercultural de periodismo gastronómico que tuvimos en el restaurante Aroma Latino, donde los compañeros que decidimos comer juntos nos dimos cuenta de que, pese a haber pasado un par de meses en la misma clase, continuábamos siendo unos perfectos desconocidos.
El día comenzó como siempre, apagando 3 alarmas. Tras tomarme el café diario, recogí la mochila rápidamente al ver que iba justo de tiempo y mi madre ya me estaba regañando por salir tan tarde. Era un martes, por lo que mi día de Universidad comenzaba a las 8:00, y normalmente se me hace un día muy largo, pero este martes era diferente. Tras tener casi 4 horas de derecho, Manuel y yo decidimos partir hacia el restaurante donde nos esperaban el resto de los compañeros. Como siempre, llegaba tarde.
Tuvimos suerte y no éramos los únicos que llegábamos justos de tiempo, ya que nos encontramos en el metro al resto de los compañeros; era una experiencia nueva, nunca había estado en un restaurante dominicano y, como siempre, las cosas nuevas siempre nos impresionan y se miran con distancia. Al llegar, procedimos a sentarnos donde ya nos esperaban nuestros profesores. Decidí mezclarme con algunos compañeros de economía y políticas, y fue una gran decisión. Al poco tiempo, me di cuenta de que faltaban compañeros. Ahí fue donde decidí escribir a María, y su respuesta no me dejó indiferente. Esta me dijo que habían ido a un mercado a comer unas tapas por si no les gustaba la comida del restaurante y pasaban hambre. Una vez reunidos todos, comenzamos a charlar distendidamente sobre diferentes aspectos de la vida. Mientras que comenzaban a aparecer los primeros platos y una particular bebida que nunca había probado, esta me recordaba a una típica limonada pero con un toque que me transportaba directamente a República Dominicana.
Tras una pequeña charla, comenzaron a aparecer los primeros platos. Salvador era el dueño, el cual no paró de traernos platos de principio a fin, siendo siempre muy atento y tan simpático como es costumbre en los dominicanos. Estos me transportaron parcialmente a Marruecos gracias al uso de tantas especias y olores tan exóticos. No debo ser hipócrita y reconocer que mi primera impresión de la comida no fue positiva. Pese a esto, comencé a comer al ritmo de reguetón, y esto es algo que nunca me hubiese imaginado; comer al son de esta particular música es algo que no olvidaré en un tiempo. Pronto, la comida comenzó a perder importancia y predominaron las risas y conversaciones sobre muchos temas con mis compañeros.
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Los platos que más miradas atrajeron fueron la clásica bandera dominicana compuesta por una ensalada mixta, arroz, habichuelas que eran una novedad para muchos de nosotros. Destaco la carne estofada, esta me condujo directamente a mi infancia y al comedor del colegio donde se hacía un plato prácticamente idéntico con esa característica salsa. El "Concón" fue uno de los protagonistas de la comida con su particular sabor a humo que nos sorprendió, ya que nunca habíamos probado un sabor parecido; para muchos, el "pica pollo" fue la salvación, era lo más parecido a nuestra gastronomía que podíamos encontrar ese día. En cambio, algo que no tuvo un gran éxito fue el mofongo debido a su composición y su aspecto tan poco apetecible. Algo que tampoco tuvo mucho éxito fue el pescado en salsa de coco, pese a que una vez que lo había probado, donde las espinas de un pez eran como las palabras no dichas en una conversación incómoda. Antes de irnos, nos ofrecieron café y algunos, por simple compromiso e impulso, dijeron que sí querían uno, pese a que cuando llegaron se dieron cuenta de que no les gustaba el café. "Este día fue el puente que nos llevó de ser desconocidos a ser compañeros, y finalmente, lo cruzamos para salir como amigos, como si fuera el arco iris que conecta la lluvia con el sol."
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tetuanalimenta · 6 months
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República Dominicana en pocos platos
Por Sergio Abalde González
24 de octubre, salimos de la universidad de camino a una nueva aventura, conocer la cultura de un país a través de su rica gastronomía, tal y como proponía la III Comida-Taller Intercultural de Periodismo Gastronómico. Desde que entramos al metro empezamos a preguntarnos cómo serían los platos que probaríamos. Así comenzó lo que fue una gran velada junto a mis compañeros y donde conocí un poco más una cultura de un país desconocida para mí.
Al llegar al restaurante se notaba que no es el típico español que todos conocemos. Tras sentamos y pese a no ser como los restaurantes a los que estaba acostumbrando, salió un camarero con una sonrisa a quien se le notaba disfrutar. Después, salió otro y lo mismo. Y así con todos los restantes. Todos sonreían y disfrutaban, y, entonces, pensé que ojalá fuera así en los restaurantes españoles. Después de este recibimiento, ya tenía más interés en probar la comida.
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El local está decorado con varias banderas de República Dominicana e incluso una de España, un orgullo que en nuestro país no se vive.
Entre los primeros platos, arroz y arepitas (que para mí son rosquillas de anís) y pienso que de momento todo está muy bueno, aunque no hay nada que me sorprenda. La limonada ayuda a dar un toque caribeño y van llegando más platos: habichuelas, guandules, tostones fritos, la bandera dominicana. Ahora sí que ya empieza a sorprenderme más, ya que no había probado nada parecido. 
Llega el mofongo, un plato con una apariencia en forma de montaña y que no tiene para nada una pinta apetecible, pero pienso si he venido aquí es para probar cosas nuevas, así que me decido a coger un trozo y cuál fue mi asombro que para mí fue el mejor plato de toda la comida. Esto sirve como metáfora de la vida misma, ya que no hay que juzgar a nada ni a nadie por su apariencia.
Entre plato y plato, empiezo a conversar con mis nuevos compañeros, contamos anécdotas propias que no conocíamos de los otros y así empiezo a conocerlos algo más. Después de esto me doy cuenta de que estaba tejiendo una bonita amistad desde ese mismo momento, todo gracias a la comida y al buen ambiente que había en ese restaurante. 
Acabamos de comer y hablamos un rato con la gente de República Dominicana que lleva el restaurante. Finalmente salgo hacia el metro aun con ese sabor extraño de texturas que nunca había probado, pero con una gran experiencia más y con ganas de volver a probar esos platos. Sin duda alguna recomendaría a alguien que me preguntara un sitio para comer ya que es una gran experiencia tanto a nivel culinario como personal ya que conoces una cultura desconocida por la gran mayoría de los españoles. 
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tetuanalimenta · 6 months
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El plato salvador
Por Gabriel García de Lucas
Fue gracias al pica-pollo por lo que pude sobrevivir. Lo que pensaba que iba a ser un típico restaurante en el que escogías tu plato o menú resultó ser algo completamente distinto, los dueños de Aroma Latino, donde nuestra profesora organizaba el Taller Intercultural de Periodismo Gastronómico, decidieron sacar una amplia gama de platos para probar multitud de sabores de su cocina.
El establecimiento, ubicado en Tetuán, cerca de la estación de Alvarado, pero al llegar di una vuelta durante diez minutos ya que no era capaz de encontrarlo. Por eso decidió preguntar y entré al Dunkin Donuts.  
– ¿Conoces algún restaurante dominicano por aquí? – le pregunté a la dependienta 
– No, lo siento – me respondió.
No sabía qué hacer, si dar otra vuelta o llamar a alguien, pero justo al salir vi a mis compañeros de clase en la Universidad, quienes también iban a la comida. 
Entramos en el restaurante (por cierto, a tan solo una calle del Dunkin Donuts) y me di cuenta que ya había pasado antes, pero lo había descartado. En la fachada fotos de platos con carne y ensalada y yo cansado y hambriento. 
En la mesa, un plato no muy grande, una servilleta y unos cubiertos para cada uno. Fueron llegando los comensales, entre ellos unos periodistas afganos y la periodista María Miret García. Tras sentarnos comenzó la llegada de la ansiada comida.
Los platos iban siendo distribuidos a lo largo de la mesa. Primero el arroz —me alegró mucho ver un alimento reconocible dentro de un menú que aún desconocía—. Después llegaron las habichuelas y la carne estofada de res.
 – ¡A mezclarlo todo, chicos! – nos animó Salvador, el propietario del restaurante.
Pronto me di cuenta que la cantidad de arroz que me había echado en el plato era insuficiente para combinar con todas las salsas y guisos. 
Después trajeron mofongo, pescado en salsa con sabor a coco, moro, concón y guandules, todo con su fuerte y particular sabor, pero nada tan apetecible para mí como para repetir.
Aun habiendo probado todo, no terminaba de convencerme la comida dominicana. Tras estos momentos de incertidumbre, pues no sabía qué más comer, trajeron un plato de pica-pollo (un pollo con rebozado crujiente y tierno por dentro que se deshacía en la boca). -- Es como el Kentucky, pero más sabroso, gracias a que es casero. Cogí varios trozos carnosos y los acompañé con los tostones, que no eran del todo de mi agrado, pero al menos no tenían el fuerte sabor de los platos anteriores.
Salí con la tripa un poco revuelta por la mezcla de sabores, pero contento por haber podido compartir una nueva y exótica experiencia, mezclado con mis compañeros y varios periodistas profesionales.
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tetuanalimenta · 6 months
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Una "clase" en Aroma Latino
Por Yasmine Berrima
Cerrado los martes. Esa fue la frase que leí en google buscando la dirección del restaurante dominicano de Tetuán. No entendía nada, se supone que era el martes cuando teníamos que ir, quizás no me había enterado. Decidí llamar a mis compañeros y enseguida se aclaró todo. Una vez solucionado, seguí mi camino al restaurante.
En cuanto puse un pie dentro sentí la calidez del lugar en contraste con el frío viento que hacía fuera. Al momento encontré sitio junto a mis compañeros y pude ponerme cómoda. El local era pequeño, además estaba lleno, lo que daba mayor sensación de pequeñez, estaba sencillamente decorado con dos banderas de la República Dominicana, una en el gran espejo en frente de la puerta y la otra en la otra pared. En la pared opuesta había un gran cuadro colorido de lo que supuse que sería el país y colgados instrumentos como maracas y un pequeño tambor con los colores de la bandera.
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Tras una pequeña charla con mis compañeros de mesa empezó a llegar la comida. Plato por plato, llegaban cada vez más a la mesa; Bandera, Concón, Mofongo, Tostones... Intenté quedarme con el mayor número de nombres posibles de los platos que nos explicaban el propietario del restaurane Salvador y su sobrina Lucía, aunque muy a mi pesar, no lo conseguí. En cuestión de unos pocos minutos las dos filas de mesas estaban a rebosar. Y a lo largo de esas dos horas aproximadamente los platos iban y venían en todas las direcciones. Comí, hablé, bebí, pero sobre todo hablé. Pude charlar con compañeros con los que no lo había hecho antes, y además de una gran variedad de temas. Además de nuestras conversaciones, siempre se escuchaba de fondo:
-Pásame los tostones, porfa. -Oye, ¿os queda algo de arroz? Que vaya pasando.
-Os cambiamos el mofongo por el pescado.
Un ambiente distendido que me recordaba a las comidas familiares de verano con las mesas llenas de tíos y primos en las que los platos están más entre nuestras manos que en la propia mesa, yendo de un lado a otro, pero en ese momento estaba en Madrid, a 600 km de Orán, mi ciudad natal y la de mi familia, y a su vez a más de 7000 km de la República Dominicana, pero una simple comida consiguió entrelazar esos miles de kilómetros.
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tetuanalimenta · 6 months
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Sin fronteras en Madrid
Por Adela Pomar Alarcón
Una simple sonrisa eliminó los miles de kilómetros que separan Madrid y República Dominicana en escasos segundos. Al salir de aquel restaurante dominicano en Tetuán entendí que las fronteras y las distancias las marcamos nosotros, más bien, nuestros prejuicios.
— Sentaros donde queráis, es todo para vosotros — dijo con una sonrisa Salvador, el dueño del restaurante cuando entramos.
Era un local pequeño. En una de las paredes había globos, parecían de cumpleaños. En las otras, un cuadro enorme muy colorido, una pecera y la bandera de la República Dominicana. Además, la música estuvo puesta durante toda la comida. El propio restaurante nos dio la bienvenida.
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En el trayecto de metro, prejuzgamos la experiencia: “el sitio es un poco cutre”, “en las fotos la comida no parece muy apetecible” o “tendríamos que haber comido algo antes de venir”. Expectantes pero con cierto rechazo, nos sentamos. Esta comida fue también una excusa para conocer a los compañeros fuera del ámbito académico ya que hasta la fecha no nos habíamos dado la oportunidad. Nos preguntamos cómo serían los platos e incluso apostamos que no nos iban a gustar. Todavía no sabíamos que lo “menos” interesante de aquella comida iba a ser precisamente eso, la comida. Mofongo, chicharrón con yuca, arroz concón, arepitas, pica pollo... en menos de lo esperado las mesas estuvieron repletas de platos con nombres desconocidos pero cantidades abundantes. Salvador junto a su sobrina Jube nos explicaron con ilusión la historia, los ingredientes o incluso la elaboración de cada ración.
— Claro, cariño, ahorita te lo traigo — nos dice Lucía mientras los platos se acumulaban alrededor de nuestro plato con el fin de mezclar sabores que me resultaron procedentes de varios países y continentes. Los guisos me recordaron en algo a los españoles. Otras sazones como la de coco o incluso el toque de vainilla blanca en la bebida me llevaron a una exótica playa.
La amabilidad, cercanía y alegría en las mesas y entre la familia que atiende este restaurante, Aroma Latino, en la calle Carolinas de Madrid, brinda a los que se acercan la oportunidad de comprender parte de la cultura dominicana, pues no solo te ofrecen una mesa sino que te abren la puerta de su casa. Los kilómetros que separan los dos países se redujeron en conversaciones y sonrisas.
Con esta comida-taller intercultural de periodismo gastronómico, organizado por nuestra profesora de Redacción Periodística, Yanet Acosta, entendí que la distancia entre España y República Dominicana no está delimitada por kilómetros sino por barreras cargadas de prejuicios que nosotros mismos hemos impuesto.
Sin ser realmente conscientes, nuestros prejuicios menospreciaron su cultura antes de conocerla, mientras que a la familia dominicana le daba igual nuestra procedencia, costumbres o diferencias. Entonces supe que en aquel pequeño local no existían coordenadas culturales.
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tetuanalimenta · 6 months
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La comida más especial del curso
Por José María Martínez Salto
Nuevos platos, sabores diferentes a los que estamos acostumbrados y combinaciones de ingredientes son las bases de la comida del restaurante Aroma Latino en Tetuán. El martes 24 de octubre nos trasladamos hasta este barrio de Madrid para participar en la III Comida-taller intercultural de periodismo gastronómico e innovación educativa. En esta ocasión, estuvo enfocado a la República Dominicana.
Semanas antes del evento fuimos avisados en clase de que tendría lugar este taller en el que podíamos inscribirnos. Sin prácticamente dudarlo, casi todos los alumnos nos apuntamos en la página web para recibir la entrada que nos permitiría participar. Sin embargo, poco después aparecieron las dudas. “¿Valdrá realmente la pena ir hasta allí para la comida?”, “¿Nos gustarán los platos o serán combinaciones raras de ingredientes?” eran algunas de las preguntas que más se repetían entre todos nosotros. Las conversaciones sobre este tema eran frecuentes. Se escuchó a la gente hablar de ello en clase. Todos dudábamos si valdría realmente la pena ir. Todo porque no conocíamos la comida que probaríamos. A pesar de esto, nuestras ganas por probar nuevos sabores ganaron la batalla y acudimos al restaurante Aroma Latino, en el madrileño barrio de Tetuán, a la hora citada.
Seguíamos con las incógnitas, que no desaparecieron hasta que nos sirvieron los primeros platos. Las primeras emociones las vivimos al entrar al restaurante. Completamente diferente a lo que podríamos haber llegado a imaginar. Lo primero que vimos fue una sala con un tamaño no muy grande, con dos largas mesas preparadas para que nos asentáramos. Los camareros – y propietarios – del restaurante nos recibieron como si de sus clientes más habituales nos tratáramos, cuando en realidad éramos unos simples clientes en ese lugar.
Una bandera dominicana, una pecera, una televisión con Telecinco en silencio y música a un volumen elevado para lo que estamos acostumbrados.
– Estaba todo decorado como el salón de una casa – oí comentar a algunos compañeros tras la comida.
En un abrir y cerrar de ojos, el restaurante medio vacío pasó a estar completamente lleno. Una serie de periodistas aparecieron. Nuestra profesora nos presentó a muchos de ellos, quienes también se presentaron. Algunos, como el periodista afgano Israel, tuvieron que hacerlo en inglés, aunque pronunciando algunas palabras en español. Además se sentaron a la mesa algunos alumnos que cursaron la asignatura el año pasado y que repetían esta experiencia por segunda vez consecutiva.
La comida llegó según nos sentamos. Entre otros platos apreció la bandera dominicana, una gran ensalada, mofongo, pica pollo, guandules... La mesa se llenó en apenas segundos de decenas de platos. No sabíamos ni por dónde empezar. Decidimos coger lo que parecían ser unas croquetas. Resultó ser un plato dulce, algo completamente extraño para nosotros. Arepitas se llaman, y son como las rosquillas que tomamos en España.
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Continuamos probando sabores nuevos, algunos mejores que otros. Un pescado con coco fue una de nuestras grandes sorpresas. No me atrevía a probarlo por el aspecto. Un pez entero, con la cabeza y cola incluida.
– ¡Está riquísimo! – dijo Carolina.
Gracias a esto me animé a probar el plato que más me gustó de todos.
También se oyeron comentarios acerca de la bebida. Grandes jarras de limonada acompañaron a la comida. Todos nos esperábamos la bebida dulce y refrescante a la que estamos acostumbrados. Sin embargo, vi algunas caras extrañas al dar el primer sorbo. Probé la limonada y quedé sorprendido al ver que era menos dulce y con un sabor extraño. Preguntamos a Salvador, propietario del restaurante, que por qué nos sabía diferente.
– A la limonada le echamos vainilla blanca, como es típico en República Dominicana – nos aclaró.
Tampoco había pan. Algo tan básico en nuestra comida. En su lugar nos dieron tostones, un plátano verde frito y “aplastado” que pese a que lo intentamos no permite mojar la salsa de la carne (en las costumbres dominicanas el arroz embebe la salsa).
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La mayoría de los platos nos encantaron. Tuvimos que deshacer todos nuestros prejuicios y nuestras “apuestas” de platos que no nos gustarían. A pesar de esto, también vivimos algunas sorpresas que no nos agradaron demasiado. El concón es un plato típico dominicano y que no nos gustó a prácticamente ninguno. Se trata de un arroz crujiente con un gran sabor a quemado.
– Esto es coger una bolsa de arroz y quemarla – oí bromear a algunos compañeros.
Aprovechamos la ocasión para conocer a algunos de nuestros compañeros de política y derecho con los que compartimos la mayoría de las clases de este curso y que apenas habíamos visto fuera de la Universidad. Esto nos permitió empezar una gran amistad que, esperemos, nos acompañe por lo menos durante los cinco años que dure la carrera.
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tetuanalimenta · 6 months
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La tercera edición de esta comida taller en colaboración con Espacios Comunes-Lorenzana, The Foodie Studies, Reporteros Sin Fronteras y el grupo de innovación docente COMOJO.
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tetuanalimenta · 1 year
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II Comida-Taller Intercultural de Periodismo Gastronómico dedicado a El Salvador. Aprendiendo a comer pupusas en Madrid junto a salvadoreños.
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tetuanalimenta · 1 year
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Maíz, oro comestible y cultura
Por Jaime Luján
Sumergido en un caldo de res y verduras, un trozo de mazorca con tres filas de maíz. Ese ingrediente amarillo que en Centroamérica llaman “elote” y que aparece como una constante en sus platos, principalmente en la pupusa, es considerado como la carne de los humanos según el libro sagrado quiché Popol Vuh.
En La Ceiba, una de las nueve pupuserías de Madrid, un grupo diverso de comensales pellizcaban la masa de la torta, invitados por la iniciativa intercultural de Tetuán Alimenta y ajenos a las leyendas de esta cultura, a la que nos acercamos a través de la mesa.
El maíz es un elemento frecuente en la mitología de la zona mesoamericana. Conocido como “el oro mexicano”, en el mencionado Popol Vuh aparece en el relato maya de la creación de los seres humanos, en el que los dioses Kukulkán y Tepeu buscaban una especie que pudiera adorarlos. Tras varios intentos, usando maíz blanco para la figura y rojo para la sangre, crearon a cuatro hombres sabios. Tan inteligentes eran que los dioses les debilitaron los sentidos para que estos siguieran venerándolos, lo que los convirtió en los primeros humanos. Por su parte, los aztecas creían que al principio las personas solo se alimentaban a base de raíces y la caza, hasta que el dios Quetzalcóatl, utilizando su ingenio, se transformó en una hormiga para cruzar las altas montañas que separaban a la población del maíz; y así entregarle este cereal al pueblo. Este mito explica cómo la cultura maya evolucionó del nomadismo al sedentarismo y la agricultura.
Sin embargo, lo cierto es que fueron los campesinos indígenas de Mesoamérica los que crearon el maíz tal y como lo conocemos hoy en día. Según especialistas como Abel Muñoz Orozco, este cereal surge tras varias generaciones de selección de granos de la planta teocintle por parte de la población, hace unos 9.000 años. De hecho, el maíz solo puede reproducirse mediante intervención humana, ya que la mazorca para que sus granos germinen necesita ser desgranada con las manos. A su vez, el maíz ha sido el protagonista de la alimentación, agricultura y economía de esta zona. Esto establece un vínculo en especial en el que, sin maíz, los indígenas no serían los mismos; y sin indígenas, el maíz no existiría tal y como lo conocemos.
Curiosamente, las manos vuelven a tender un puente entre el maíz y la población en el momento en el que los dedos trocean la masa de la pupusa, como pudieron observar los comensales de La Ceiba. Y es que estos también pudieron apreciar este lazo cuando los empleados respondían con orgullo y felicidad a sus preguntas relacionadas con los platos servidos, como el nombre del plato, qué ingredientes llevaba y cómo se comía. Es más, unos salvadoreños ajenos a la actividad se acercaron con un gesto curioso, que se transformó en alegría, al conocer la iniciativa de Tetuán Alimenta. Este cariño por la cultura de su propio país va ligado al sentimiento de identidad de grupo que se forma cuando en lugares, como el restaurante La Ceiba, dirigen su negocio a aquellos compatriotas que se encuentran lejos de su tierra por la emigración (el representante de la embajada salvadoreña y también comensal en la actividad Edgar Huezo Saavedra explicó que en España hay alrededor de 50.000 salvadoreños). 
El valor cultural centrado en el maíz de la gastronomía salvadoreña, y en general la mesoamericana, ha peligrado desde que los castellanos en el s. XVI decidieron cultivar otras cosechas, como el trigo, en tierras donde antes solo se hallaba el maíz. En la actualidad, EEUU y China son los mayores productores de maíz y exportan a los países de Mesoamérica este producto, lo que hace menos competentes a los agricultores locales y más dependiente a la población de las grandes corporaciones. La producción del maíz transgénico cerca de las cosechas originales de EEUU puede hacer que estas desaparezcan por la contaminación genética, y con ellas ese valor de vitalidad, humanidad e inteligencia que las leyendas otorgaron al maíz.
Se puede establecer un paralelismo entre esta pérdida de soberanía alimentaria, que se inicia con la conquista de América, con la también pérdida cultural de la zona a manos de la misma; y que se intensifican con la llegada de la globalización. Esta situación deja visible ese vínculo existencial que pervive entre la agricultura mesoamericana y la cultura de la región, entre el maíz y las maneras de entender el mundo de la población indígena. Lugares como la pupusería La Ceiba se han convertido en focos de resistencia para que los salvadoreños, y en general mesoamericanos, puedan seguir disfrutando de este legado heredado de sus ancestros, a pesar de encontrarse lejos de su hogar.
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tetuanalimenta · 1 year
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¡La pupusa no se toca!
Por María Cifuentes
Nos juntamos mucha gente, hasta treinta o más en la pupusería La Ceiba, cerca de plaza de Castilla. Nuestro objetivo común, acercarnos a la cocina salvadoreña, tan desconocida para la mayoría como tantas otras cosas del país centroamericano. Que su tamaño es aproximadamente el de la Comunidad Valenciana, por ejemplo. “Maras, selva y migración”, resume alguien; “volcanes y playas”, añade otro que ha viajado más. “Pupusas”, sigo yo, aleccionada por Mari, la señora salvadoreña que atendió como interna un par de meses a mis padres. Su pequeño equipaje incluía varias bolsas de harina de maíz. “No me acostumbro al pan de ustedes. Si quiere a sus papás puedo hacerles unas pupusas. Yo tenía un negocio en San Salvador”. 
Mari cocinó pupusas para mis ancianos padres y, a pesar del esmero con que amasó los ingredientes y tostó el resultado, no fue por el estómago que les llegó al corazón. “Demasiado pesadas”, sentenció mi madre desde su gusto segoviano. Mari siguió haciéndolas para ella sola, añorando la música de su país mientras les ponía bien de queso. Tenía yo curiosidad por ese plato, descrito como el sumum de la ‘salvadoreñez’, y la ocasión se me presentaba gracias a #TetuánFoodie, la iniciativa que, nunca mejor dicho, alimenta este blog. 
El restaurante se encuentra escondido en una zona de bajos comerciales algo laberíntica, parecida a AZCA, a la espalda de los juzgados, entre la calle de la Infanta Mercedes y la del Poeta Joan Maragall, donde Tetuán se pone oficinista. El local fue en tiempos un restaurante chino, del que aún quedan los paneles de madera roja, decoraciones doradas y espejos grabados que conviven con coloridos cuadros y murales de un pintor e ilustrador del país. Naif quizás, indudablemente alegre nos recibe un rótulo gigante de El Salvador. Hemos llegado.
Se hacen las presentaciones, la camarera —mesera en español de América— toma de nota de las bebidas: la mayoría nos pedimos jugos de maracuyá o tamarindo, en vaso grande con mucho hielo. Será una comida de degustación y pronto empiezan a desfilar los platitos: yuca frita con curtido y salsa de tomate; una reconfortante y muy clara sopa de res; y llegamos al plato estrella: la pupusa con su acompañamiento de curtido y salsa. La pupusa se come a mano, sin rechistar. No deja de sorprender ver a todo un cónsul como el que nos acompañaba, tomando pellizcos de la pupusa con suma delicadeza y llevándolos a la boca sin miedo a mancharse, tal era su habilidad. Así que intenté imitarle, arrancando trocitos de la masa de harina de maíz y dejando al descubierto el relleno de carne. 
Pese a su pequeño tamaño —no más que el cuenco de la palma de mi mano—, la pupusa es contundente. La comí despacio, pues no me daba mucha maña con tener que cargar el pellizco de tortilla con el curtido. Este es una ensalada de repollo, cebollas y zanahorias muy finamente cortados y ligeramente fermentada en vinagre ¡de piña!, con un toque a orégano que la distingue de cualquier otro aliño que yo haya probado. La combinación del frescor de la ensalada y lo sustancioso, graso y carnal de la pupusa, rematada con la salsita picante de tomate me pareció fantástica. 
Según supimos, las pupusas son el plato nacional y se comen a cualquier hora, varias veces al día, y casi siempre de tres en tres. Una ración realmente abundante, de masa de harina de maíz rellena de chicharrón, frijoles molidos y queso tipo mozzarella, tostado a la plancha hasta que el queso se sale. El chicharrón, que es carne de cerdo dorada con su tocino en aceite con ajo, cocida luego en agua, después licuada con tomate, cebolla y chiles verdes y rojos (dulces) y finalmente vuelta a freír en la grasa del principio, es una bomba calórica en sí mismo. De ahí que, en 2017, a la vista del aumento de la obesidad en la población infantil, el gobierno de El Salvador propusiera controlar la venta de las pupusas “grasosas” en los colegios, equiparándolas a las chucherías, las bebidas carbonatadas o la comida basura. La reacción del pueblo en contra de tan arbitraria medida no se hizo esperar, siendo un alimento tan simbólico. Finalmente, la propuesta quedó en ofrecer en las cafeterías escolares más opciones: frutas, jugos naturales y pupusas “saludables”. 
El tema da para reflexionar. Ciertamente, el sobrepeso es un tipo de malnutrición, y en Centroamérica conviven el hambre con la obesidad y las enfermedades relacionadas con ella (diabetes tipo 2, hipertensión…). Según los expertos, la obesidad y el sobrepeso son signos de inseguridad alimentaria, pues desvelan falta de acceso a opciones saludables: verduras, frutas, alimentos con densidad nutricional. Según yo creo, además, las comidas tradicionales superpalatables se agarran con fuerza a nuestros hábitos, y cuesta renunciar a ellas —estoy pensando en los madrileños churros y porras con chocolate—. No se me ocurre, por desgracia, la solución al problema de esa ecuación perversa por la cual quienes menos recursos tienen acaban comiendo alimentos vacíos en nutrientes y ricos en lo que no conviene. Sí me sale honrar a la sabrosa pupusa —una por ración—, tomándola a pellizcos, con su salsita de tomate y con mucho curtido para disfrutarla sin llegar al atracón. 
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tetuanalimenta · 1 year
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UN PEDAZO DE EL SALVADOR EN TETUÁN
Por Andrea Redondo
Muchas veces afirmamos conocer perfectamente nuestro barrio sin realmente fijarnos en las pequeñas calles por las que no pasamos habitualmente, esas zonas de las que, si nos hablan, contestamos “no hay nada ahí, para qué voy a ir”. Pero en ellas hay lugares como “La Ceiba”, punto de encuentro para los salvadoreños que echan de menos esos bocados que saben a casa, y que sueñan con que otros puedan también conocer y probar sus ricas pupusas, zumo de tamarindo y sopas. 
Ir hasta El Salvador es difícil, pero mediante la gastronomía podemos conseguir acercarnos durante un rato. En Tetuán, “viajar” de esta manera es especialmente fácil, ya que es un barrio conocido por su gran índice de población inmigrante, que actualmente se sitúa en un 22%. Pero muchas veces les consideramos comunidades ajenas a nosotros, compartimos acera, colegios y supermercados, sí, pero no nos interesamos por conocer su historia y menos nos paramos a preguntarles sobre su cultura particular. 
Vemos constantemente restaurantes con diferentes banderas en su fachada, pero tampoco nos decidimos a entrar. Sin embargo, el otro día yendo a “La Ceiba”, un restaurante salvadoreño en plaza Castilla, rompimos esa barrera que nos separa de ellos y nos encontramos con un lugar en el que fuimos recibidos con los brazos abiertos. Los camareros estaban entusiasmados con nuestra visita y se les ponía una sonrisa en la cara cada vez que les preguntábamos sobre su comida o cultura. Incluso nos sorprendió ver como algunos clientes preguntaban y se emocionaban al saber sobre este taller, “especialmente ver a gente tan joven”, decían. 
La comida se olía a lo lejos, te podía incluso guiar hasta el restaurante, y en todas las mesas se podía ver un plato en común: las pupusas. Era la primera vez que muchos oíamos esta palabra y no sabíamos que se trata de una tortilla gruesa de maíz o arroz hecha a mano y rellena con queso, loroco o chicharrones. Aunque los salvadoreños admiten comerlas de desayuno y comida todos los días, nosotros tendríamos que acostumbrarnos, ya que con tal solo una ya sentimos sensación de saciedad. 
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tetuanalimenta · 2 years
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La fachada china
Por Wiktoria Jaroszewska
La primera impresión que tuve fue “no, no puede ser aquí, esto es un restaurante chino”, pero tras la fachada china —ahora de verde intenso y negro— se encontraba la comida salvadoreña que anunciaba el cartel “Pupusería y restaurante La Ceiba”.
Una vez en el interior, mi actitud seguía siendo un poco escéptica, mientras veía la decoración de las paredes con motivos orientales, a los que se les añadió por aquí y por allá un detalle latinoamericano, como los sombreros con el nombre de Nicaragua.
A los que acudimos, se nos ofreció un menú muy completo compuesto de yuca con chicharrón, sopa de res, pupusa con frijol y con queso y loroco, y plátano macho maduro con poliada. Así pudimos conocer la auténtica comida de aquel país de la América Central y, gracias a los salvadoreños que nos acompañaban, cómo comerla siguiendo sus costumbres.
Pero, lo que más me gustó no fueron, sorprendentemente las pupusas, ni siquiera un elemento de la comida, sino el fresco de tamarindo, una bebida hecha de la pulpa de la fruta llamada tamarindo, mezclada con agua y azúcar.
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tetuanalimenta · 2 years
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GASTRONOMÍA Y NOSTALGIA
Por Claudia Conde Ordoño
La camarera del restaurante salvadoreño La Ceiba en Madrid explica cada uno de los platos que trae a la mesa añadiendo:
— Esto es comida nuestra.
“Nuestra”, de su comunidad, de su país, pero ahora, gracias a una comida-taller intercultural organizada por Tetuán Alimenta que ha reunido a 37 vecinos y estudiantes de este barrio del norte de la capital, también comienza a ser algo “nuestra”.
La nuestra no era una mesa más de clientes, sino que esos clientes habían acudido a abrirse a una nueva cultura, preguntábamos el nombre, los ingredientes o la forma de comer los platos que sacaba, teníamos curiosidad y ganas de conocer cada aspecto de la gastronomía salvadoreña.
Muchos de nosotros íbamos al restaurante con demasiados prejuicios, convencidos de que no íbamos a ser capaces de probar los platos típicos ni de saciarnos. De hecho, recuerdo a la perfección la conversación que tuvimos en el metro, la inmensa mayoría pensábamos que tras la cita gastronómica tendríamos que recurrir a un McDonald’s.
Además, tras lo que aparentemente era una simple comida grupal vi un trasfondo que me hizo sentirme muy identificada. En la Comunidad de Madrid hay aproximadamente 5790 habitantes procedentes de El Salvador, todos ellos separados de su tierra por un inmenso océano, a más de 8611 kilómetros de distancia. Cuando los salvadoreños contaban a los comensales aspectos curiosos acerca de su gastronomía, noté en sus expresiones cierta nostalgia, sus palabras dejaban ver cuánto añoraban su país y, a través de ellas, despertaban en los oyentes unas ganas infinitas de descubrir el país.
Por primera vez en mi vida sentí que estaba viajando sin estar haciéndolo en efecto, y creo que eso fue precisamente gracias a la pasión con que hablaban de sus orígenes y ese tono nostálgico con el que empaticé.
Sin embargo, me gustó saber que, pese a estar a miles de kilómetros de El Salvador, veían el restaurante un punto de encuentro en el que sentirse como en casa, tal y como nos confesó el propietario del mismo, John.
Cada degustación concluía con la camarera preguntándonos: 
— ¿Les ha gustado?
Asentir, cerrando los ojos, saboreando ese bocado de pupusa, le hizo brillar el orgullo en los ojos. Me gusta su comida, y también el orgullo con el que nos ha trasladado a Centroamérica.
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tetuanalimenta · 2 years
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NUEVE RINCONES SALVADOREÑOS CON SABOR A HOGAR EN MADRID
Por Daniel Choya Moreno
Entre las decenas de bares tradicionales y locales de comida rápida de Madrid, Plaza de Castilla alberga una auténtica rareza gastronómica, una pupusería. Esta palabra tan extraña para la amplia mayoría de madrileños tiene un hueco muy especial en los corazones de los más de 5.000 salvadoreños que residen en la capital. 
Toda buena joya debe tener su recóndito escondite y para poder acceder a la Pupusería de La Ceiba, hay que adentrarse en un espacio entre edificios a través de un pasadizo en la calle de José Castán Tobeñas. 
Este singular establecimiento resalta por encima de los escasos establecimientos colindantes por su fachada decorada al estilo asiático (aprovechando la arquitectura original de un anterior restaurante chino). La moderna pupusería es el tercer negocio en Madrid de un matrimonio salvadoreño. 
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Elizabeth Martínez y John Fernando Osorio ya habían abierto un humilde local de alimentación en Vallecas y otra pupusería en Plaza Elíptica, antes de inaugurar en 2020 La Ceiba de Plaza de Castilla. El negocio consiguió superar los estragos iniciales de la pandemia y se convirtió en uno de los principales referentes de comida salvadoreña de la capital. Según el propio John Fernando Osorio, “el objetivo de la Ceiba es reunir a la comunidad salvadoreña que vive en Madrid”.
Gracias a este evento organizado por Tetuán Alimenta, The Foodie Studies, RSF y COMOJO, periodistas, fotógrafos, universitarios, miembros de la embajada salvadoreña y clientes habituales pudieron dejarse sorprender por el menú salvadoreño. Los platos de sopa de res, yuca con chicharrón y las pupusas —una masa de harina de maíz rellena, entre las que la rellena de  queso y flor del loroco (cultivada únicamente en América Central)  es la reina— bailaron por las mesas al ritmo de Celia Cruz. 
La canoa (medio plátano macho frito relleno de poliada con pasas y canela)  es el postre ideal para transportarse a las calles de El Salvador.
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Madrid tiene hasta nueve pupuserías que congregan a decenas de comensales salvadoreños que desean trasladarse por unos segundos a la tierra que los vio nacer. Además, las pupuserías también acogen a aquellos curiosos que quieren conocer mundo mediante la maravillosa gastronomía de El Salvador. 
A la conversación del diverso grupo congregado a la mesa de La Ceiba se sumaron dos clientes, uno de ellos salvadoreño, y su acompañante sevillana, que descubría ese día también algún nuevo plato. Madrid muestra así su diversidad cultural.
Los salvadoreños de La Ceiba hacen que te sientas como en casa, cuando ellos viven a tantos kilómetros de ella. Las comidas en las pupuserías con sus compatriotas lo son todo para aquellos que tanto echan de menos su hogar, El Salvador. 
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tetuanalimenta · 2 years
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Vídeo de la II Comida-taller intercultural de periodismo gastronómico dedicado a El Salvador y sus pupusas. Audiovisual creado por uno de los participantes: Octavio Cotaina Olivan.
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