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antoniogordillook · 3 months
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EL LOBO DE LOS VIÑEDOS, novela de Mirta Cannova
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antoniogordillook · 1 year
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antoniogordillook · 2 years
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antoniogordillook · 2 years
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ME DEJA BLOQUEADO
“Hay quienes imaginan el olvido
como un depósito desierto/ una
cosecha de la nada y sin embargo
el olvido está lleno de memoria”
MARIO BENEDETTI
Hace un par de días encontré a un amigo un poco atribulado por uno de esos típicos berretines de quien se siente desairado por una dama -aunque da lo mismo si se hubiese tratado de un caballero-. No logré entender con claridad cuál era el origen de tan amargo momento vivido entre ellos, pero sí pude percibir la sensación de confusión y tormento que experimentaba este ser caído en desgracia, porque no podía parar con su monólogo lleno de frases duras hacia a la muchacha y de palabras auto flagelantes dirigidas hacia esa fragilísima víctima que representaba -por supuesto a su juicio- su propia persona.
Me pareció atinado escucharlo longamente para que pudiera descargar todo ese malestar que manifestaba mediante una verborragia acelerada y en apariencia interminable. Consideré que era necesario que pudiera hacer una buena catarsis que le permitiera estabilizar su estado emocional para poder seguir adelante con su vida y evidentemente me había tocado a mí ser su sostén en ese duro trance.
Todo me resultó absolutamente natural en su descarga emocional hasta el momento en que lo oí decir que, como estrategia para no continuar recibiendo desaires,había decidido bloquearla.
-¿Bloquearla?- le pregunté yo, entiendo que con un rostro lleno de sorpresa.
-Claro, ¿nunca tuviste que bloquear a nadie? -me preguntó mi amigo(llamémoslo Carlitos)a modo de respuesta, como dando a entender que el bloqueo de personas es una actividad por demás acostumbrada en la vida de cualquier ser humano.
Yo no logré entender de inmediato lo que me estaba diciendo, no imaginaba a una persona madura como él haciendo referencia a un bloque telefónico. Mi cabeza empezó entonces a realizar conexiones agitadas e interminables intentando establecer probables ideas de lo que podría haber querido decir Carlitos con esto de bloquear a alguien. Primero pensé en las restricciones perimetrales que establece la ley para que una persona permanezca lejos de nuestro campo de acción; luego se me ocurrió pensar en algo más vinculado al control mental, algo así como un ejercicio de concentración que le estuviera permitiendo evitar cualquier aparición de la imagen de esa mujer en su mente -aunque evidentemente, si de esto se trataba, a las claras no estaba arrojando buenos resultados-. Finalmente pensé en la posibilidad de que hubiera recurrido a algún gurú o chamán con el fin de hacer alguna especie de cura de amor que le permitiera arrancar de raíz ese sufrimiento que lo estaba acicateando violentamente. Pero mientras mis neuronas se dedicaban a librar esa cruenta batalla entre diferentes posibilidades que intentaran explicar las palabras de mi amigo, mis ojos se posaron en el objeto que blandía triunfante en su mano: el teléfono celular.
En ese momento, mi mente se relajó; evidentemente había cesado de manera abrupta la actividad neuronal que intentaba darle una explicación cuasi filosófica y existencial a su frase. Claramente, la necesidad de encontrar un salvavidas para mi querido congénere, que se estaba ahogando en un mar de lágrimas causado por una pena de amor, desapareció del horizonte de mis intereses y necesidades urgentes.
Era evidente que el hecho de que la respuesta estuviera en un teléfono móvil, mermó abruptamente mis expectativas de darle importancia al hecho. Porque probablemente mucho/as de ustedes estarán más que hartos de escuchar infinidad de relatos de parte de giles -y disculpen si entre esta madeja se enlaza alguna persona querida, cercana o familiar, porque son realmente giles-, que vienen con este asunto de que se pelearon, discutieron, se dijeron, se arreglaron y qué se yo cuántas cosas más, exclusivamente a través de un mensaje de texto -raramente de voz, que tampoco sería lo más propicio-. A estas alturas, no necesito argumentarle a nadie por qué me parece una actitud pueril pelearse o discutir con alguien a través de un mensajito telefónico, porque eso ya ha sido tema de cientos de artículos publicados en decenas de lugares y escritos por personas muchísimo más inteligentes y creativas que yo.
Pero sí deseo detenerme en el asunto éste del bloqueo, porque cuando reparé en ese detalle, con un poco de ironía insana de mi parte le pregunté al muchacho en cuestión a qué se refería con esto de bloquear a alguien en el móvil, argumentándole que nunca había tenido la necesidad de hacerlo -dada mi escasa tendencia a debatir temas realmente importante a través de un impersonal aparato electrónico, situación que por supuesto me ha galardonado con motes que tampoco debo destacar aquí por demasiado remanidos-.
Entonces mi amigo pasó a explicarme con detalles el procedimiento para sacarse de encima las posibilidades de que aquella damisela pudiera ponerse en contacto con él para así evitar perder el frágil equilibrio que su aspecto emocional evidentemente presentaba.
Por supuesto que, antes de detallarme el procedimiento, me aclaró que seguía manteniendo liberado su contacto a través de redes sociales como Facebook e Instagram. Y que en caso de que ella decidiera bloquearlo a él en todas las redes, contaba con un par de amigos en común que le mantendrían informado si la mujer llegaba a publicar algo que afectara su imagen y buen nombre -cosas de las que obviamente ya dudaba a estas alturas del relato, porque mi amigo se había transformado ya en un verdadero imbécil para mí-.
Pero aquí no acaba mi desilusión, lo más triste ocurrió cuando Carlitos decidió contarme cómo es el método de bloqueo.
-Es muy fácil -dijo-, busco el contacto en la agenda del celular y selecciono la opción bloquear, así ya no recibo llamados o mensajes de ese número.
-Caramba-le dije yo-, pero si me bloquearas a mí y realmente me interesase comunicarme contigo, buscaría otro teléfono o compraría un chip alternativo, incluso le pediría un teléfono a alguien y te llamaría.
-Evidentemente vos no entendés nada de todo esto -repuso de inmediato-. Pero, en ese caso, también agendo ese número y lo bloqueo y así.
Fue entonces cuando las pocas neuronas que aún no se me habían atontado a causa de ese estéril diálogo, se encendieron y me empujaron de cabeza en un lago turbulento y viscoso de ideas encontradas.
-¿Agendar un número para bloquearlo?- le espeté yo, simulando no haber oído nunca acerca de aquel procedimiento.
-Claro, no tenés más que agendar el número y luego podés bloquearlo.
Es decir que para poder sacarte a alguien de encima, y de ese modo no enfrentar un diálogo frontal y coherente que ponga en juego los valores humanos de un verdadero hombre y de una verdadera mujer, optamos por bloquearnos. Pero allí no acaba la cosa: lo más terrible, duro y espantoso de todo esto es que, para poder bloquear a alguien, antes tenés que instalarlo en tu memoria.
Cosa incomprensible ¿no?, pero además poco coherente con la necesidad final. Es decir que para olvidarte primero tengo que recordarte, para matarte primero debo darte vida, para bloquearte primero debo guardarte en mi agenda, en mi memoria celular.
No sé si es oportuno el ejemplo, pero se me ocurre pensar en un par de ratas que en cierta ocasión habían invadido el entretecho de mi casa y provocaban molestos ruidos que no me dejaban dormir por la noche; la solución hubiera sido entonces, atraparlas, encerarlas en una jaula y colocarlas en el galponcito del fondo -le pido por favor a cualquier apurado lector que evite la innecesaria asociación entre las ratas y la ex novia de mi amigo, pues no ha sido mi intención, al menos de manera consciente-.
Pero volviendo al asunto inicial, si procedo de esta manera sigo teniendo el número en mi memoria, por lo tanto corro el riesgo de desbloquearlo para volver a entrar en contacto, por ende es toda una mentira, mejor dicho un horrible acto de cobardía.
Entonces, ¿a qué estamos jugando?
Y fue cuando aparecieron sonriendo entre mis recuerdos aquellos versos de Mario Benedetti: “Hay quienes imaginan el olvido/como un depósito desierto/ una cosecha de la nada y sin embargo/ el olvido está lleno de memoria”
Yo no sé qué opinan ustedes de todo esto, pero tanta incoherencia en la gente adulta a mí me deja bloqueado.
Antonio Gordillo
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antoniogordillook · 3 years
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PRESENTACIÓN de la Antología Literaria "ESCRITOS EN RED"
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antoniogordillook · 3 years
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CONVERSACIONES INFORMALES: "Acerca de los certámenes literarios", con Ma...
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antoniogordillook · 3 years
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ACERCA DEL HECHO DE ESCRIBIR POESÍA.
"La poesía [...] no hace nacer fantasmas sonoros o conceptuales
para encerrarlos en las palabras,
sino que hace estallar aun los fantasmas
que las palabras encierran en sí mismas".
OROZCO, Olga: "Alrededor de la creación poética"
 Muchas veces he reflexionado -algunas en soledad, otras en compañía de alumnos o colegas- acerca de lo diferente que resulta la experiencia creativa según se elija escribir un cuento o una novela.
Y he llegado a la conclusión de que esa diferencia bien podría explicarse acudiendo a un par de comparaciones vinculadas con el mundo de la natación.
Escribir un cuento es, a mi juicio, como zambullirse en una pileta, pero ojo, no en una de lona sino en una olímpica, en una de esas bien grandes en las que, luego de los primeros metros de la largada, comienza a hacerse profunda. Del mismo modo, cuando se escribe un cuento, uno empieza en un terreno en el cual puede hacerse pie, pero poco a poco y a medida que se avanza, el asunto empieza a tornarse más complejo. A veces, mientras nadamos, el ritmo respiratorio se nos desarmoniza porque nos hemos distraído con alguna imagen que captó nuestra atención al sacar la cabeza para respirar; otras veces simplemente perdemos la mecánica respiratoria por sumergirnos en pensamientos insensatos, pero seguramente ninguna de estas alteraciones será capaz de generarnos gran preocupación por el simple hecho de saber que el otro extremo de la pileta siempre está próximo.
Por otra parte, al tratarse de un trayecto relativamente corto y absolutamente permanente, uno tiene más posibilidades de concentrarse en la posición del cuerpo, en la manera en que se mueven las piernas y los brazos, en la forma en que uno saca la cabeza del agua para respirar, y en cosas así. Por el hecho de estar rodeado de orillas y por tenerlas tan cercanas, el que nada en una pileta está más expuesto a que también otros -ya sean jueces o simplemente otros bañistas- observen o critiquen su estilo y su velocidad.
Incluso uno puede tomar la decisión de repetir muchas veces el trayecto en el lapso de una hora de natación, con el fin de practicar y mejorar su rendimiento. Si luego de “hacer un largo", el nadador siente que ha sido poco prolijo en el estilo, puede enfocarse en este último aspecto en el siguiente tramo y así continuar el entrenamiento para mejorar con rapidez.
En cambio cuando se nada en el mar -así como cuando se encara la escritura de una novela- la situación en bastante diferente. Y no hablo de zambullirse en la zona en que rompen las olas, ni de dar diez o doce brazadas en un breve trecho cercano al sector de las carpas. Me refiero a encarar de frente la marea y empezar a meterse en el agua, y arrancar con brazadas y pataleos con el Norte puesto hacia nuestro Este. En una situación como ésta, así como en la novela, no existe el otro borde cercano y salvador de la pileta olímpica; mejor dicho, sabemos que existe un extremo más allá de las olas, pero que es humanamente inalcanzable por medio del ejercicio natatorio. Lo que puede hacer este nadadoroescritor es fijarse un límite invisible que le permita trazar de manera más o menos clara un posible objetivo, un imaginario punto desde el cual volver, porque cualquier otra opción podría resultar demasiado arriesgada o peligrosa hasta tal punto de representar un mortal fracaso.
Además, en este tipo de entorno, el agua no se nos presenta siempre de la misma manera. Si bien en la pileta puede estar sumamente calma si estamos solos o un poco salpicona si hay mucha gente en ella, no se compara con el carácter inestable de las olas del mar, esas que se empeñan en ser absolutamente diferentes una de otra y completamente distintas si hay o no viento o incluso dependiendo del sitio en que se encuentren las agujas del reloj.
A veces el nadador de mar puede creer que está llegando a esa bolla que había colocado como mojón para su vuelta, pero resulta que la marea la ha movido de su lugar o incluso la ha arrastrado lejos y, el que nada, tiene que tomar nuevas decisiones en cuanto a cómo seguir.
Además, mar adentro se está solo, realmente solo, salvo que uno haya organizado especialmente un acompañamiento porque se trata de una competencia o de una supervisión de las que se hacen con un colega escritor o un coordinador de un taller literario. De lo contrario, este atleta de las aguas abiertas estará solo con su alma, igual que el novelista -y, pensándolo un poco más, podría llegar a decir que, más allá de la compañía amable o supervisora de un colegaoprofesor, en definitiva, en el momento de la creación, uno acostumbra estar sólo consigo-.
Incluso a veces, en medio de tanto oleaje, puede uno llegar a experimentar la sensación de que ha perdido la orientación, de que nuestros sentidos se han confundido y que realmente podemos llegar a estar perdidos.
Esta comparación suele resultar bastante útil para explicar y explicarme lo que experimento cuando intento narrar en alguno de estos dos subgéneros.
 Pero, ¿y la poesía? ¿Qué ocurre con ella? ¿Con qué podría comparase? ¿Mediante el uso de qué acuática metáfora podría describirse?
No dudo un instante en animarme a decir que escribir poesía es como bucear. Ya no se trata de hacer tres o cuatro largos en la olímpica o de meterse mar adentro durante un tiempo para luego regresar, siempre con la luz del sol rozando nuestra espalda o nuestro pecho, según sea crawl o la clásica plancha el estilo elegido.
Meterse con el género lírico es realmente como iniciar el camino del buceo: se hace necesario un equipamiento que incluye unos cuantos elementos más que una simple zunga. Para empezar, será necesario algún tubo de oxígeno, porque no estoy hablando de una jornada de snorkel -bueno, eso podría ser al comienzo-, hablo de bucear en las profundidades, de ir hacia abajoadentro, a explorar ese tipo de lugares que un mínimo porcentaje de seres humanos se mete a investigar, y no por miedo o por incapacidad -estimo que cualquiera puede bucear dignamente o escribir un buen poema si se lo propone-. Ocurre que socialmente todo está más facilitado para nadar en la pileta o en el mar, y más aún para desplazarse fuera del agua -cosa que, por otra parte considero absolutamente lógica-.
La cuestión es que escribir poemas es como ir hacia nuestras profundidades, camino durante el cual la luz se va quedando cada vez más en lo alto -y a su vez más a lo lejos- y, para poder avanzar, a veces hay que acostumbrarse a hacerlo a ciegas -salvo que uno haya tomado la precaución de llevar una luz que soporte las presiones de lo más profundo del océano.
La mayoría de nosotros ha visto alguna vez algún film documental por medio del cual le ha sido permitido espiar el mundo submarino: ¿han visto ustedes los peces, la vegetación, los colores y los ambientes que lo pueblan? ¿No parece todo como de ensueño? Incluso uno llega a sentir que son imágenes de otro planeta o creadas artificialmente en un set de cine o por medio de animación digital. Pero no, son reales. Esas realidades existen abajo de la superficie en la que habitamos; muy muy por debajo de la sinuosa línea del mar sobre el que flotamos cuando nadamos o navegamos; están en este mismo planeta en el que vivimos. Así ocurre también, opino yo, con la poesía -lo mismo que con el sueño-.
Y los versos también pueden llegar a representar un peligro, en primer término para quien los escribe, aunque el lector también debe estar preparado para correr sus riesgos. La poesía es peligrosa porque uno puede llegar a olvidar que está en el subsuelo más profundo de ese mar -de esa alma- y descuidar el reloj del tanque y quizá darse cuenta tarde de que el oxígeno podría no alcanzar para volver a la superficie. Se me ocurre que el riesgo puede ser tan mortal como olvidar, mientras soñamos, que estamos en un sueño y correr el riesgo de quedarnos allí para siempre. Es que la vida de todos los días -la realidad en la que habitualmente nos movemos- ofrece situaciones maravillosas, pero la profundidad del mar propone misterios nuevos, lo mismo que la poesía: otros modos de respirar, otras maneras de moverse, otros sentires y, por supuesto, otras preocupaciones. Nos permite encontrar peligros nuevos y tesoros novedosos: un animal probablemente asesino o una ostra con una perla perfecta y gigante. En cuanto al asunto de los peces asesinos probablemente haya mucho de mito, ¿verdad? Creo que en esto también puede equipararse a la poesía con el buceo.
Pero ocurre -al menos a mí me pasa- que esas recónditas novedades y esos profundísimos peligros resultan enormemente seductores, tanto como las sirenas que tentaban a los marinos en La odisea de Homero. Entonces el poeta tiene dos opciones: atarse al mástil de su nave para no sucumbir ante ellosellas -si es que tiene interés en conocer su canto, es decir en conocerse y aceptar su flaquezas-, o colocarse cera en las orejas para desoír el peligroso canto y evitar así caer en tentaciones -en la tentación de enfrentarse con sus otros planos-. Pasa que para el poeta muchas veces la vida cotidiana resulta demasiado insulsa luego de haberse sumergido un par de veces en el abismo.
A menudo se dice que la humanidad suele estar muy ocupada en el conocimiento y la conquista del espacio, mientras que a la par ignora aún la completa geografía que subyace bajo las aguas de los océanos -que es el territorio en el que se mueve el buzo-. ¿No ocurre acaso algo parecido si comparamos el estudio del cuerpo y de la mente con los planos emocional y espiritual del ser humano y con su mundo sub e inconsciente -que es el terreno en el que se mueve el poeta-? ¿No estamos acaso más urgidos y habituados a ocuparnos de los planos físico y mental que a comprometernos con el conocimiento de nuestros sentimientos y emociones, incluso de nuestras creencias?
Y no digo que esté mal esta postura, en definitiva cada uno tiene derecho a hacer lo que le venga en gana con sus emociones y sus sentimientos, incluso pude optar por olvidarse de ellos o descartarlos. Pero no por restarle atención al fondo del mar éste dejará de existir; quizá lo notemos cuando un movimiento tectónico submarino genere un tsunami que se manifieste en nuestras físicas y mentales costas.
Asimismo, no creo que esté mal que, en determinadas situaciones, estemos más atentos a los planos más concretos de la vida, de lo contrario podría ocurrirnos que las dos cuadras que separan a nuestra casa del supermercado se transformasen en un trayecto peligroso si en lugar de atender al tránsito estuviéramos más ciegamente pendientes de los vaivenes que los agradables rayos del sol provocan en nuestra alma. De todos modos, no podemos hacernos los tontos, cada uno elije a qué aspecto darle mayor importancia. El hecho de que pongamos mayor atención a la cinta asfáltica no provoca la desaparición del astro rey, pero muchos preferimos morir por la embestida de un automóvil que por la tristeza de no ver el sol. Insisto, es cuestión de elecciones.
Además de Olga Orozco, poetisa que me he atrevido a citar antes de arrancar con mis divagaciones -como una obscena manera de hacerle creer al ingenuo lector que lo que sigue abajo es de igual calidad (y perdón que se lo avise ahora)-, muchos otros escritores han caracterizado a la poesía como ese ejercicio de sacar a las palabras aquellos sentidos que guardan en sus profundidades. Otro ejemplo es el caso de Antonio Machado -a quien elijo para cerrar este artículo con el fin de que quede enmarcado entre dos enormes poetas que seguramente sabrán disculparme desde el más allá por el hecho de sostener de las suyas, mis frágiles ideas.
El poeta sevillano planteó que "toda poesía es, en cierto modo, un palimpsesto"; entonces podemos entender que un poema es algo escrito sobre una superficie en la que había antes otra cosa, o sea una superficie que esconde un subsuelo que guarda otros contenidos -un subtexto que aloja otros sentidos-.
¿Cuál sería entonces la función del poeta sino la de bucear en las profundidades de cada palabra para encontrar el verdadero sentido que su propia alma puede o necesita darle o mejor sacarle a cada una de ellas?
Si hemos decidido encarar con valentía el mundo de la lírica, mas nos vale ir revisando los tanques de oxígeno y subirnos el cierre del traje de neoprene porque el buque está llegando a la zona más profunda de nuestro océano y va siendo hora de animarse a saltar.
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antoniogordillook · 3 years
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CONVERSACIONES INFORMALES: "Acerca de la escritura", con María Valdez
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antoniogordillook · 3 years
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ME OCURRIÓ EN MIRAMAR 22-enero-2021
Durante la primera quincena de este mes de enero pude pasar unos días de descanso en el adorable y cálido partido costero de General Alvarado. Si bien durante muchos veranos anteriores hemos elegido con mi pareja este mismo destino, en esta ocasión lo hicimos porque nos resultaba una alternativa segura dentro de la situación epidemiológica de público y mundial conocimiento.
Y no nos equivocamos; bah, quizá sí, porque Miramar nos sorprendió con un nivel de organización y de cuidado -para con los residentes y los turistas- digno de una ciudad modelo: el uso de cubre bocas absolutamente respetado, sentidos de circulación -tanto en la peatonal como en algunas galerías comerciales con el fin de evitar el amontonamiento- e incluso personal municipal en las playas -todos ellos sumamente jóvenes y educados- colaborando con los trabajadores y trabajadoras ambulantes para que se cumpliera con las pautas de cuidado.
Por supuesto que la postal no era la misma que la vivida en temporadas anteriores: un poco entristece ver tantos locales comerciales cerrados y tanta escasez de turistas que son, según palabras de los residentes, la fuente de ingreso fundamental de muchos de ellos -pero obviamente, la situación era esperable-.
Aun así, la gente del lugar no pierde su carácter de buenos anfitriones y la ciudad toda conserva una pulcritud y una prolijidad -tanto en sus playas como en sus calles- dignas de imitar.
Asimismo, los diferentes medio de contacto con el municipio -facebook, instagram, e-mail- ofrecen permanentemente respuesta casi inmediata a las consultas y sugerencias que algunos de los turistas realizábamos constantemente para estar a tono con las circunstancias especiales en las que vivimos.
No quería dejar de destacar, en el comienzo de este artículo, estas maravillosas características de la ciudad de Miramar, pero no es éste el motivo que me impulsó a escribir. Mi disparador fue una frase que escuché en la puerta de una de las cinco librerías que se encuentran estratégicamente ubicadas en la peatonal o inmediaciones, comercios que visito casi ritualmente cada verano que paseo por allí. Mientras miraba los libros que se acomodaban en una de aquellas vidrieras, escuché a una señora que le comunicaba a su hijo adolescente que el precio del libro que le había pedido, y por el cual la mujer había ingresado al local a consultar, superaba ampliamente los mil pesos. Según pude escuchar se trataba de un autor nacional actual, por el que siento gran aprecio y que no nombro para no ser injusto con los otros escritores de nuestro país que también admiro -casi todos-.
Y claro, cualquiera se sorprendería o se lamentaría ante la situación de un joven -en este caso calculo que tendría alrededor de catorce o quince años- que desea acceder a un libro nuevo de un célebre autor y el aprieto de una madre que quizá no cuenta con el dinero suficiente para ponerlo en sus manos.
Pero, ¡alto!, no fue ésta la situación que me impactó -a cualquiera de nosotros podría pasarle en estos momentos económicamente convulsionados-, sino que la fabulosa señora le dijo mirándolo a los ojos:
-Sale mil y pico de pesos. Y mirá si después no te gusta... ¿Por qué mejor no vas y te comprás dos hamburguesas?
Al igual que muchos de ustedes, yo quedé impactado y no exagero si les digo que debí hacer un esfuerzo para abortar el apresurado nacimiento de un par de lágrimas.
¿Y cuál es el problema si luego no le gusta?, ¿o acaso la hamburguesa sí tiene asegurada una calidad que a un libro es más fácil cuestionarle? "Panza llena, corazón contento", diría un conocido filósofo del barrio El Mondongo.
Entiendo que quizá la señora estaba haciendo malabares para que el dinero le alcanzase para todas las comidas y entretenimientos planeados para unos días de descanso -o quizá no-, eso puedo entenderlo perfectamente -o quizá no- pero... ¿tenía que comparar el precio del libro con el de dos hamburguesas?, ¿era necesario? ¿No será que con esa frase le estamos diciendo a ese muchachito que es prioritaria una alimentación grasienta antes que una buena lectura?
Es que imaginé el corazón de ese chico mientras miraba los ojos de su madre. Creo que di la vuelta rápidamente y me aparté de la situación, temiendo que la señora le indicara acompañar las dos hamburguesas con un par de cervezas frescas -entonces sí que me largaba a llorar como un idiota-.
Elucubré cómo mi corazón hubiera crujido si mi padre o mi madre me hubiesen dicho algo así en mi adolescencia. Es que vuelvo a recordar a mi papá quién, aun pasando por momentos económicos realmente duros, iba a comprar cada libro que me pedían en la escuela como si se tratara de oxígeno, aunque al otro día no tuviera un peso en la billetera para enfrentar gastos urgentes. También recuerdo todas las veces que me pedía prestado alguno de esos ejemplares -fuera de la materia que fuese- para devorárselo en una tarde; aquel sevillano escapado de la miseria de la posguerra civil española que aprendió a leer después de los treinta -cuando pudo tener oportunidad de pagarse un maestro en este país que lo alojó hasta su muerte- me estaba enseñando que era más importante el saber que el hecho de salir a comer cuatro empanadas con una copa de vino tinto; pero claro... mi papá era otro tipo de gente, había pasado un hambre de locos desde su nacimiento hasta su llegada a la Argentina, pero estaba tan alimentado de valores que daba envidia.
Pero para esta señora, seguramente es más útil meterse en el cuerpo dos lindas hamburguesas antes que un libro de dudosa calidad, obviamente.
Pero lo más triste todavía es que, a la par, durante esos días, toooooodos los medios de comunicación mostraban cómo toooooodos los jóvenes estaban siendo los culpables de toooooodos los nuevos brotes de covid 19 porque se la pasaban amontonaaaaaaaados en las playas y fiestas clandestina. Yo, la verdad, no vi ninguno de esos mediatizados muchachos -al menos en Miramar-. ¿Saben qué vi?: vi montones de chicos y chicas comportándose "adecuadamente" en las playas, haciendo deportes, muchos de ellos leyendo (sí, leyendo) o escuchando música y una enorme cantidad vendiendo churros, choclos, pareos y budines para poder mantenerse.
Y entonces me pregunto: ¿son los jóvenes los culpables o somos estos adultos consumistas, desganados, desilusionados y podridos los que sembramos aquello de lo que después nos quejamos culpando a otros? Si en lugar de nutrir la cabeza y el espíritu de nuestros jóvenes con música, deporte y buenas lecturas, los impulsamos a llenarse bien la panza de comida grasienta, ¿no es esperable que luego prefieran emborracharse en fiestas orgiásticas -actividad, por otra parte, harto entretenida- en lugar de colaborar con lo políticamente correcto? Sí, claro, son  preguntas retóricas: usted y yo sabemos las respuestas.
Quizá acomode muy bien aquí otra cita de aquel afamado filósofo mondonguino: "la culpa no es de la estaca si el sapo salta y se ensarta".
Y vuelvo a pensar en ese pibe, en el que quería el libro y tuvo que conformarse con dos hamburguesas que le sugiriera su glotona madre.
- Che flaco, si leés esto, te mando un abrazo apretadísimo y lamento enormemente no haber tenido la valentía de acercarme a vos y regalarte ese libro.
Si volvemos a cruzarnos, prometo resarcirme entrando a la librería con vos. O, si te parece, mejor nos vamos a comer por ahí unas hamburguesas. En definitiva, sos vos el que debe elegir.
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antoniogordillook · 4 years
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Capítulo 1- NOVELA SIN CERRAR LOS OJOS, de Antonio Gordillo
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antoniogordillook · 4 years
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HORROR DE DOMINGO
Iniciar la mañana de este día de descanso leyendo a Borges y a Monterroso, fue la mejor manera de descubrir que ha llegado el momento de dejarme de joder con esta idea de ser escritor y dedicarme a cortar el pasto.
18-oct-2020
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antoniogordillook · 4 years
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antoniogordillook · 4 years
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antoniogordillook · 4 years
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antoniogordillook · 4 years
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antoniogordillook · 4 years
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antoniogordillook · 4 years
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