Psicóloga que cree fervientemente que la curiosidad, en realidad, nunca mató al gato. Aún tengo nostalgia de los 90 y cada tanto tengo crisis de los pre treinta
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En esta nota hablé acerca de dos procesos que se llevan a cabo en el organismo: la sensibilización y la habituación. Me focalizé particularmente en la habituación relacionada a la cuarentena. ¡Espero y sea de su interés!
Este es el link por si quieren leerlo con mayor claridad: https://issuu.com/revistaborrandofronteras/docs/bfronteras_20n_c2_b060_20a/s/11260385
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Cerveza y tormenta
Hace un tiempo presencié una de las situaciones quizás más peculiares que he visto. La encuentro, indudablemente, fascinante y es por eso que la cuento cada que tengo la oportunidad, porque creo que de las cosas sencillas podemos sacar grandes reflexiones. Aquí va:
Una noche, en mi ciudad, se desató una tormenta, de esas que te obligan a cerrar puertas y ventanas. Yo debía hacer unas compras y, a mi pesar, tuve que salir y empaparme hasta llegar al negocio de la esquina. Insintivamente fui corriendo, como si eso impidiera que el agua me toque; de hecho ¿sabían que correr en la lluvia hace que te mojes más? irónico, pero es verdad.
La cuestión es que llegué, y mientras sacudía irascible mi paraguas junto con mis zapatillas, alcé la mirada y vi algo muy particular: una señora venía caminando desde la vereda de en frente, sin paraguas, con las manos en los bolsillos y, basándome en la observación del movimiento de sus labios, tarareando una canción.
Venía empapada, pero eso no parecía molestarle mucho. Pasó delante mío y me esbozó una delicada y cálida sonrisa. Lo cual me sorprendió porque la gente suele ponerse de mal humor si se humedecen sus planes.
Ella entró al negocio, pidió una cerveza, salió y se sentó en una de las mesas para los clientes. Miraba la lluvia y me daba la sensación de que disfrutaba cada sorbo. Hasta me dieron ganas de acompañarla.
Terminé yo con mis compras, y cuando busqué a esta mujer con la mirada ya no estaba sentada. Se encontraba caminando de regreso o de ida, nunca lo sabré. Pero ella seguía caminando, jamás corriendo, sólo caminando con sus manos en los bolsillos y dejándose empapar.
Fue ahí cuando pensé “¿qué sentido tiene correr y evitar la tormenta si de todas formas te vas a mojar?”.
Lo que hizo esta misteriosa señora me pareció una lección excelente y muy sencilla:
ante la tormenta, no desesperes, pará un rato, observá la lluvia, de todas formas no puedes evitar que suceda. Hacé una pausa y luego seguí caminando. En algún momento cesará.
Esa noche volví caminando.

Fotografía de Vaishnavi Venkataraman
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Realidad líquida
De repente la incertidumbre se encuentra a la orden del día. De pronto no sabemos hasta dónde abrazar, hasta qué punto dar la mano, un beso. La cercanía se volvió lejana. Es una sensación tan insólita que a veces no sé cómo responder a ella.
Las calles vacías emiten un silencio ensordecedor; y no puedo evitar escuchar en los ojos de la gente un pedido de ayuda. ¿No es increíble como nos hemos vuelto expertos en ver a través de los ojos ahora que la gestualidad oral está cubierta?
Nunca me sentí más lejos y a la vez tan cerca en una realidad líquida que nos arrastra, nos envuelve y nos vuelve a soltar.
Algunos nadan, otros se dejan llevar por la corriente, y en la otra parte están quienes nadan en contra.
Tan apasionante y misterioso es el comportamiento del ser humano en situaciones de crisis. Tan misteriosa e impredecible he sido yo, y la persona que está leyendo esto.
No sé a dónde vamos, pero me amigué con la sensación de no saber.
No es imperioso saberlo todo. De eso me he dado cuenta en este tiempo. Intentar predecir y controlar lo externo no es más que una utopía sesgada de nosotros los humanos. De hecho, considero esa mini reflexión como liberadora.
¿A dónde nos llevará esta realidad líquida? ¿en qué zona del pantano me despertaré?
Solamente me quedo a la espera de los abrazos, los mates y el café.

Fotografía Vía pinterest
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El poder del pensamiento científico, por Carl Sagan 🔬🔭
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Estamos viviendo un momento en el que se ven infinidad de maneras de afrontar la situación de cuarentena. Estamos, más que nunca, inmersos en los medios digitales y nos inundan mensajes motivadores para aprovechar este tiempo "al máximo", para no "desperdiciar ni un segundo".
Bien, esto puede resultar muy útil, pero también puede que, cuando nos encontremos haciendo "nada" -¿qué es la nada a fin de cuentas?-, nos lleguen pensamientos de que no estamos aprovechando el momento e intentemos llenarlo; pero, he aquí la cuestión, hay algo muy valioso que he aprendido en mi formación y en las múltiples terapias a las que he ido: es importante aprender a sentarnos con nuestras emociones, mirarlas a la cara un rato, ver qué necesitan y después dejarlas ir.
Lo que quiero decir con esto es que no hace falta estar "a full" o "hiper creativos" todo el tiempo, también tenemos permiso de no sentirnos bien, de sentirnos confundidos, de no querer hacer nada "instagrameable". Estás y estamos haciéndolo lo mejor que podemos y reconocer y valorar eso es muy importante. Por eso, seguí dándote tiempo.
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Frente a las situaciones difíciles, nuestra resiliencia nos ayuda a seguir adelante. Una muestra de que muchas veces somos más fuertes de lo que creemos ❤️
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Como muchas otras personas, el escritor Martín Caparrós se pregunta: ¿cómo será el mundo cuando regresemos a la “normalidad”?
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"He vivido cosas terribles en mi vida, muchas de las cuales nunca ocurrieron en realidad" - Mark Twain
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¡Hola! Vengo a hablar sobre algo muy importante:
Estamos atravesando un momento difícil, no hay dudas. La incertidumbre está a la orden del día como nunca antes y como seres humanos que somos, la incertidumbre es algo que nos suele molestar bastante.. ¿Por qué? Porque nos sentimos seguros y cómodos cuando sentimos que tenemos las cosas "bajo control". Esto es esperable; estamos configurados para hacer que las cosas "encajen".
Estuve en contacto con la doctora Tracey Marks @drtraceymarks, una psiquiatra estadounidense muy reconocida en su ámbito y, teniendo en cuenta este período en donde podemos experimentar cierta pérdida de control, me habló de la importancia de focalizarnos en los pequeños avances personales del día a día, a lo que yo llamo: los pequeños grandes avances.
Lo que consideramos pequeños grandes avances son particulares en cada uno 😃. Lo que alguien considera un éxito de su día puede diferir en otra persona, y así.
https://www.instagram.com/p/B-U_zpOj1Dp/?igshid=19v7un1azh4x
Entonces la pregunta que sugiero que se hagan es: ¿Qué me daría satisfacción personal en estos momentos? Y, a partir de ahí, desmenuzar los objetivos e ir alcanzándolos uno a uno: ¡UN DÍA A LA VEZ! ⚠️ Nadie te apura, nada te apura, estás haciéndolo lo mejor que puedes.
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Vengo a “llamar la atención”
Estamos adelantados en muchas cosas, estamos abiertos a nuevos temas, pero cuando de la salud mental se trata aún apartamos la mirada. ¿Acaso no es más fácil decirle a tu amigo que no podrás asistir al evento porque tienes gripe antes de decir que tienes depresión y todavía te sientes amarrado a la cama? ¿Queda más lindo decir que no tienes apetito porque una comida te cayó mal o porque la nueva medicación psiquiátrica te revuelve el estómago? ¿Qué es más agradable de escuchar para el otro?
No, no se habla de eso, simplemente se deja fuera de la mesa. No son preguntas que la gente suele hacer; muchos toman por hecho que quien está atravesando una depresión sólo quiere algo de “atención” y que no es para tanto. Lo cierto es que sí se busca atención, atención de la familia, de los amigos, de la pareja, una atención sana. Así que cuando alguien te diga que cuando estás deprimido quieres llamar la atención hay que decirle que, efectivamente, eso es cierto.
La depresión es una de las afecciones más comunes de la época y en el peor de los casos desemboca en el suicidio. Según la OMS afecta a más de 350 millones de personas y se estima que en el 2020 será una de las primeras causas de discapacidad en el mundo.

Teniendo en cuenta esta información ¿por qué hay quienes apartan la mirada? y la respuesta es sencilla: por la incomodidad que genera la desinformación acerca del tema. La desinformación genera temor y rechazo; es por esto que aquél amigo de toda la vida te empezó a mirar raro cuando le contaste que esa noche no podías beber alcohol porque estabas bajo tratamiento con antidepresivos.
La peor parte es sentir esa vergüenza silenciosa cuando “confiesas” que estás con depresión. Me pasó durante mucho tiempo hasta que me di cuenta, que en realidad, no había nada por lo cual sentirme avergonzada, o ¿acaso uno siente vergüenza cuando tiene fiebre?
La sociedad debe ser psicoeducada de forma imperiosa.
Quienes estén atravesando por alguna condición mental no deberían sentir ese rechazo o esa mirada juzgadora. Si empezamos a informar entonces también comenzamos a prevenir.
Como profesionales de la salud mental tenemos la obligación de insistir en la aplicación de políticas públicas orientadas a la salud mental. Aún nos falta mucho. Es nuestro deber brindar las herramientas adecuadas a la comunidad. Pero también es el deber del contexto que rodea a quien padece alguna condición mental el informarse, preguntar, no asumir, estar.
Si no tenemos esa empatía y no hacemos a un lado la incomodidad que genera el malestar ajeno, entonces permítanme decirles que no tenemos nada.
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“¿Y qué esperas? ” Cuando tu trabajo no te hace feliz

2019, Argentina. Con eso ya resumo gran parte de esta nota. No es ninguna noticia nueva que en Argentina la estamos pasando no muy bien, ¿cierto?. Desempleo, dicotomía política, en fin. Los jóvenes no tenemos muchas posibilidades laborales actualmente y se fue bastante por la borda la ilusión americana de que cuando te recibes el mundo se abre paso a tus pies y te da la llave de sus maravillosas puertas y consigues el trabajo de tus sueños. La realidad es otra, pero probablemente quienes estén leyendo esto ahora mismo ya lo sabían, o quizás se estén enterando ahora… bueno, ¡bienvenidos!
Esta intro no fue para deprimirlos más, simplemente fue para asentar el panorama en el que se dio una situación personal en cuanto a uno de mis primeros pasos en el mundo laboral.
Cuando recientemente me recibí de psicóloga, dejé currículums por lugares habidos y por haber. Tenía incrustadas en mi cabeza dos cosas: la presión social de “me recibí, debo trabajar a como dé lugar” y “quiero dinero, ahora”.
Cuando me llegó mi primera oferta laboral, mi primera llamada telefónica solicitándome una entrevista tuve muy en cuenta las dos cuestiones que mencioné en el párrafo anterior, pero la única variable que se me pasó por alto fue preguntarme ¿“me hará esto, de alguna forma, feliz?”.
Claro que acepté el trabajo — aún sabiendo muy a mis adentros que lo iba a detestar desde el minuto uno—. Y así llegó mi primer día, y en ese primer día yo fantaseaba con las mil y un maneras en que podría renunciar; y me parece que cuando se tienen ese tipo de fantasías en el PRIMER DÍA es porque claramente no te gusta a dónde estás y es un gran cartel de STOP que se te presenta en el camino, y al que sugiero prestar atención de vez en cuando.
Por supuesto no renuncié el primer día; ya había asumido un compromiso y tenía que mantenerlo lo más firme que pudiera. Tampoco renuncié al segundo día, ni al tercero, ni al cuarto, ni al quinto, ¡ni a la semana!
Pasó un mes entero y yo aún seguía. ¿Cómo seguía? con dolores de cabeza, fatigada, estresada, deprimida, ansiosa porque llegue fin de año para que todo termine — ah, pero apenas comenzaba — , existía porque existía pero había perdido en algún lado mi capacidad de experimentar placer.
En una tarde, tirada en el pasto de una plaza de mi ciudad, a una amiga le exclamé “¡No soporto mi trabajo un día más!” a lo que ella me contestó muy normalmente “Bienvenida al mundo adulto”. Me quedé pensando en si realmente el mundo adulto se trataba de eso: soportar, sobrevivir en vez de vivir. Me encerré en que probablemente ella tenía razón y que yo estaba quizás exagerando y simplemente debía “bancarmela” como decimos los argentinos cuando tenemos que atravesar por una situación desagradable y no nos queda de otra. El punto aquí es que a mí sí me quedaba de otra.
Un jueves al mediodía me desplomo en el sillón del consultorio de mi psiquiatra y le digo que me sentía “emocionalmente agotada” — aunque físicamente también porque tenía unas ojeras de no creer y pareciera que los años se me hubieran caído encima de un día para el otro —, le cuento acerca de mi situación en el trabajo y de lo increíblemente infeliz que este me hacía, y él, con su genial sagacidad, me respondió: “¿y qué esperas?”, a lo que yo, sorprendida, le pregunté “¿esperar qué?”.
me respondió: “¿y qué esperas?”, a lo que yo, sorprendida le pregunté “¿esperar qué?”
A esa pregunta él me contestó muy tranquilamente “¿qué esperas para renunciar?”. No me había hecho esa pregunta ni si quiera yo misma y no supe responderla en el momento. Me cuestioné eso por días y terminé dándome cuenta de que en realidad no debía esperar nada, solamente tomar una decisión. Y he aquí algunas preguntas para abordar la decisión con respecto a dejar un trabajo:
Es necesario que primero nos preguntemos lo siguiente: “¿es esto lo que busco? ¿me trae esto algún tipo de satisfacción personal y/o profesional?”. Supongamos que la respuesta sea no, entonces tendremos que hacernos otro tipo de preguntas: “¿qué tan factible es renunciar ahora? ¿tengo otra fuente de ingresos?”. Una vez respondidas estas preguntas podemos llegar a una decisión consciente sobre qué hacer con ese trabajo que no nos gusta para nada.
Finalmente renuncié y fue una de las cosas más confusas pero liberadoras que he hecho. Reconocer y aceptar que algo — en este caso lo laboral — te provoca una gran insatisfacción no es una tarea sencilla, pero termina siendo parte del crecimiento personal y también profesional, ya que quizás aún no está muy claro a dónde pertenecemos y encajamos, pero sí a dónde no.
Así que voy a permitirme refutar la teoría de mi amiga y decir que el ser adulto no implica estar estancado en un trabajo que odias y odiarte a vos mismo por estar ahí, se trata simplemente de tomar decisiones y de que dejemos de normalizar el malestar laboral.
Descubrí, a partir de esta pequeña y gran experiencia, que cuando la salud emocional se ve afectada, el salario que te prometieron y las cosas que imaginaste que harías con él como las fiestas y la ropa de marca se difuminan; y ahí comienza la verdadera pregunta que debemos hacernos desde un principio:
¿“Me hará esto, de alguna forma, feliz?”
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