El amor es la epítome de lo humano. Todos los jueves a las 6 PM por Instagram (@edgagar) y Tumblr.
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So HAAAppy I Could Die

Se recomienda escuchar antes, durante y después de la lectura: So Happy I Could Die de Lady Gaga
Es domingo a las 11 de la noche. Acaba de llover, hace frío y el único ruido que me acompaña es el de mis pensamientos. Hay de todo, pero uno predomina: “estás solo”. Aunque mis hermanos y mi papá están en las habitaciones aledañas, no lo dejo de pensar: “estás completamente solo”. Intento distraerme en el celular, en algún libro, en el perico de madera que cuelga del techo, pero no se va. Busco mis audífonos, y pongo la última canción en cola.
“I’d rather be dry but at least I’m alive”.
Regresemos un poco en el tiempo. El año es 2008. Acababa de entrar a la preparatoria y estaba volándome alguna clase para probablemente emborracharme en casa de algún amigo. Orlando, a quién conocía de la secundaria, nos dice que tenemos que escuchar está canción, que es de una morra llamada Lady Gaga y que está cabrona. Yo iba en el asiento trasero, con mi entonces grupo de amigos –todos heterosexuales–, y no puse mucha atención. Lo único que se quedó grabado en mi cabeza fue: “Just dance, gonna be OK.”
¿Qué puedes saber de la vida a los dieciséis años? Tal vez por eso hizo sentido. Estaba completamente perdido en medio de ese mar de testosterona, pero algo en la voz de esa mujer me hizo sentir seguro. Aún no teníamos la edad para ir de antro, pero describía a la perfección esa sensación de perder el control, detenerte, escuchar esa canción que tanto te gusta y recordar que por esos cuatro minutos con tres segundos todo estaría bien.
Pasaron los meses, y Stefani Joanne Angelina Germanotta explotó. Todos hablaban de ella, de sus looks, de su irreverencia, de su poder. No sabíamos que la necesitábamos en nuestras vidas. Al menos, yo no. Hasta que en una entrega de premios dijo: “This is for God and for the gays”. Sentí una punzada en el estómago. Creía saber por qué, pero preferí ignorarlo. Aunque artistas como Madonna habían hecho suya esta bandera hace algunos años, para mí era la primera vez que veía a alguien decirlo con una sonrisa en la cara.
Algo similar sucedió cuando conocí a Thelma. Fue al inicio de la prepa, y su actitud tan frontal y desvergonzada me conmovió. Había visto a dos mujeres besarse en el cine, en la tele, a lo lejos, pero nunca se había tratado de alguien a quien amara tanto. Mi mente tuvo que reconfigurarse y enfrentarse a la realidad de que tal vez, en un futuro muy remoto, sería yo el que me besaría con un hombre. Se veía lejos.
2009. Nadie estaba listo para el fenómeno mejor conocido como Bad Romance. Yo no lo estaba, y tampoco lo estuve para el monstruo de persona –en todo el buen sentido de la expresión– que sería Pablo en mi vida. En esa época me vestía con playeras American Eagle y tomaba Jägermeister porque sentía que así iba a encajar en algún lado. Tanto Bad Romance como Pablo me enseñaron que ser tú mismo es mil veces mejor que cualquier cruda de esa mierda.
Lady Gaga cambió mi vida, pero Pablo me enseñó a vivirla. Éramos completamente diferentes. En ese entonces el tenía un mohicano y llevaba falda a clases para hacerle saber a todos que nadie lo iba a obligar a ser otra persona. Pablo estaba orgulloso de ser él. Moría por ser su amigo, pero estaba más ocupado yendo todos los viernes a Las vaqueras. Lo más importante es que él supo leerme, y por alguna extraña razón vio más allá de la fachada que quería mostrar para encajar. Me permitió entrar a su mundo, y –esto se lo he dicho muchas veces– me hizo ver que no había nada de malo conmigo.
• ¿A qué hora sale?
• A las 11.
• ¿Tienes clase?
• No importa, me la vuelo.
Algo así debió ser mi conversación con Monte, Rodrigo, Brisa, Lilit, y otros más que no me consta que estuvieran en ese momento. La anticipación que había por el estreno de Telephone era EL evento del año, y ahí estábamos todos atentos a la explosión de colores que nuestra ídolo y Beyoncé nos presentaron. En ese momento no lo entendimos, pero el poder de dos mujeres creando esta revolución nos marcó.
¿Recuerdan que besar a un hombre parecía muy lejano? Bueno, pues hablando de revoluciones sucedió más pronto de lo que esperaba. En un inicio no entendí porque mis amigos no habían hecho un gran alboroto por ello, porque para mí era un insurgencia emocional. Tenía miedo, vergüenza, confusión, pero ellos ni se inmutaron. Pensé que era algo malo, pero con el tiempo entendí que no tenían ningún problema con eso. La revoltura interna me duró mucho tiempo –tal vez siga–, pero ellos se convirtieron en mi refugio.
So happy I could die, and it's alright
Cada vez que escucho esta canción, pienso en ellos. Hemos pasado por muchas cosas juntos. Nos descubrimos juntos, en nuestra orientación sexual, en nuestro gustos, en nuestra forma de expresarnos, en nuestros momentos más obscuros y en nuestros puntos más altos. Finalmente, llegaba la hora de enfrentarnos a la vida adulta.
Tanto Gaga como ellos seguían ahí. Curiosamente, y antes de convertirnos en ciudadanos del mundo, la crisis emocional a la que se enfrentó cuando salió Artpop coincidió con la mía. Tuve que salir de una cueva y enfrentarme a la persona que realmente era. No lo hice con colores ni con R. Kelly, pero traté de salir airoso de ese periodo. Pensaba en mi pasado, en lo completa que era mi vida, pero ni con todo ese trabajo estaba preparado para lo que venía.
If you could I’d know that you’d stay. We both know things don’t work that way.
Es sorprendente lo que puede suceder en un día de enero paseando por la presa Chicoasen en Chiapas. Hasta la fecha es algo que trato de aterrizar a la realidad, pero jamás en tu perra vida se te cruza por la cabeza que tu mamá es mortal. Y después de que ya no está, ¿quién te explica como es que la vida sigue?, pero sobre todo ¿quién te acompaña en ese nuevo camino?
I still love you even if I can't see anymore, can’t wait to see you sore.
A todos nos da miedo la muerte, y es por eso que no nos atrevemos a hablar de ella. En los cinco años desde que mi mamá falleció, sólo he escuchado dos canciones que me han hecho sentir como que no soy el único que ha pasado por esto. Una de ella es Joanne. A nadie le gustó ese disco, tampoco es mi favorito, pero tal vez es por lo crudo y lo honesto que es al tratarse de todo lo que te hace falta. Sin embargo, en esas canciones también se esconde Grigio Girls.
I was twrenty-three, she was thirty-five.
I was spiralling out, and she was so alive.
Ninguno de mis amigos pasaba los treinta, pero formaron una valla en ese pedazo del camino que se partió a la mitad. Como a un soldado herido, me tomaron de los hombros y me apoyaron el tiempo que lo necesité para poder asimilar que el resto de mi vida todavía me esperaba. Iris y Thelma me acompañaron en el momento más complicado; Pablo me escribió las palabras más hermosas, tanto que hizo llorar a mi papá; hasta la fecha Monte, Brisa, Rodrigo, Díaz, Memo, Liz, Pame, Paus, Andrea y otros más nos hacemos compañía y nos hacemos la vida un poco más llevadera.
Aunque nuestros caminos se separan, siempre buscamos un punto de encuentro. Crecimos juntos, de verdad que lo hicimos. Nos dimos cuenta que éramos diferentes a los demás, y que estando el lado al uno del otro podríamos enfrentar a la vida con más facilidad. Así es, crecí con ellos y con Lady Gaga. Me di cuenta de que nuestro camino y el de Stefani Germanotta están entrelazados. Aunque no a todos ellos les guste, es cierto que llevamos el mismo tiempo juntos que ella dándonos música. ¿Quién lo iba a decir?
Hoy es un lunes de agosto de 2020 a las nueve de la noche, y también está lloviendo. Vivimos en un mundo en el que nadie es inocente, pero por lo menos lo intentamos. No quiero estar solo por siempre, pero esta noche puedo estarlo. Hay un millón de razones para rendirse, pero ellos son la que me mantiene aquí. Y cuando sus lágrimas caigan, les aseguro que ahí estaré para atraparlas. Nací, nacimos así, y vamos por buen camino; juntos. Estoy agradecido con Lady Gaga porque su música es parte esencial de quién soy, pero agradezco mucho más contar con un grupo de amigos como éste.
I’d rather be dry, but at least I’m alive. Rain on me.
P.D.: Orlando, quién me presentó a Lady Gaga, sigue siendo una de las personas más importante en mi vida. No nos reunió ella, pero siempre le voy estar agradecido por poner Just Dance. Te amo, hermano.



Ve la lectura dramatizada aquí.
Ilustación: @amor.mov @ian_corazon
Texto e interpretación: @edgagar
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#lady gaga#finalesfelicesmx#lgbt#lgbtmexico#lgbtmex#lgbtmx#gay#chromatica#joanne#the fame#the fame monster#born this way#artpop#a star is born#cheek to cheek#gaga#lady gaga mx#rain on me
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Este es nuestro show

Se recomienda escuchar antes, durante o después de la lectura: Moving Parts de Trixie Mattel.
Es importante encontrar a alguien que te entienda. No sé si llega o se encuentra, pero poder ver a alguien a los ojos y saber que está contigo en esta payasada llamada vida no tiene comparación; aunque sea a lo lejos. Ellas son lo que me ancla a la realidad, y me recuerdan que pasarla mal puede ser una decisión.
¿Qué hora es? ¡Cinco de la mañana! Todavía tengo que desmaquillarme. La verdad estoy un poco peda, pero qué importa. Esta noche era para eso. No me pesan los kilos de base que traigo en la cara porque ese fue mi regalo para ellas. Es mi forma de agradecerles las descargas de dopamina y serotonina que me han provocado noche tras noche. Es mi forma de decirles que vamos de la mano en este camino llamado “ser mujer”.
Es que ser mujer en este país, en este mundo, es deporte de alto de riesgo. Nadie nos dio la elección de nacer en el cuerpo que nacimos, ni tampoco nos avisaron de lo que tener una vagina conlleva. Es más, ¿quién chingados dijo que tenía que ser así? ¿Desde cuándo somos sinónimo de inferioridad? Las reglas no están escritas en ningún lugar, pero pareciera que las llevamos tatuadas en nuestra piel, y el tratamiento para removerlas está bien pinche caro.
El dolor de los tacones, la resequedad en la piel por el maquillaje, el dolor de chichis cuando te baja; son algunas de los “rasgos” que nos caracterizan. Pareciera que la naturaleza nos jugó una mala broma cuando decidió que cada mes un ser invisible nos iba a estar pateando en el vientre y que los seres que sí vemos, los hombres, no iban a tener ni una pizca de empatía con nuestra situación. Es como si estuviéramos aquí para su entretenimiento. Digo “pareciera" porque verlo de esa forma también puede ser una decisión.
No vine a este mundo a ser sujeto de un deseo ajeno. Me han dicho toda la vida que mi cuerpo, mis pensamientos y mi vida en general le pertenecen al otro. No a la otra o al otre. Lo digo en masculino, como es. Creo que si bailo es para ellos, si me toco es pensando en ellos y hasta que si camino es para ir con ellos. Me lo han repetido tanto que por momentos me la creo, pero ahí están ellas, recordándome que esa idea ya no es y ya no puede ser.
Tenía una noción de esto, pero ellas me ayudaron a verlo desde una perspectiva totalmente distinta. Cuando veo a Margaret Y Ya, a Eva Blunt o a Kyra Del Mar en el escenario me doy cuenta de lo poderosas e imponentes que somos. Me reconozco en ellas, y veo como se apropian de todos esos rasgos que nos han hecho creer que nos hacen “más débiles”. Pude verme a través de su arte, y reforcé la idea de que la madre naturaleza me dio todo esto para romper esquemas y gritarle al mundo que aquí estoy.
Como dice Katya, existe una variedad infinita de ideas alrededor del “ser mujer”, ¿por qué habitar sólo una? La generosidad de Cordelia Durango, la sofisticación de Violet Chachki, la desfachatez de Gvajardo, la franqueza de Priyanka, la seguridad de Sofía Jiménez, la determinación de Miz Cracker, la resiliencia de Bob The Drag Queen, la excentricidad de Jimbo, la originalidad de Sasha Velour y hasta el delirio de Valentina son características que veo en mí. Lo siento porque eso es lo que ellas ven en mí, en nosotras. Me tranquiliza que puedo habitar cualquiera de ellas, y que eso sólo me hace mucho más fuerte y especial.
Sí, me puse los tacones más altos que encontré, tapicé mi cara con maquillaje y bailé hasta que mis piernas no dieron más. Esta noche fue para ellas, pero lo hice por mí. Para agradecerles y agradecerme el ser yo con todo el peso que eso implica. Hoy no me incomodaron esas miradas que no pedí, las hice mías y reclamé mi lugar en esa pista de baile. Y qué creen, no hay desmaquillante que nos quite esa dicha. ¿Querían un espectáculo? Está bien. Como dirían dos reinas en toda la extensión de la palabra: vamos a hacer lo que queramos porque es nuestro show, y no el suyo.

Ve la lectura dramatizada aquí.
Ilustración: @omarpls
Texto: @edgagar
Interpretación: @marianalaands
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Promedio

Se recomienda escuchar antes, durante o después de la lectura: Ni tú ni nadie de Zemmoa.
¿Cuántos de ustedes se han levantado de la cama, se han mirado en el espejo y se han dicho “me gusta lo que veo”? No respondan si es su caso. La verdad es que durante mucho tiempo ésa fue mi situación. Es raro, porque se podría decir que tengo un cuerpo promedio. ¿Está mal decirlo?
Es como cuando un bully está detrás de ti, no directamente, más bien picándote la lonja de vez en cuando. Llega un punto en el que volteas, lo ves a los ojos y le dices “Bueno, ¿cuál es tu pedo?”. Mi pedo es que no quería ser “promedio”, no podía permitirme serlo. No tienen idea las veces que he escuchado “las apariencias importan”; en mi familia, en mi trabajo, en la tele. Las redes no tienen que decírmelo, sólo busquen el hashtag “gayboy”. No me veo como ninguno de ellos.
"¿Qué es lo que está mal conmigo?" Era la pregunta inmediata al ver mi reflejo. ¿Tienen idea de la cantidad de defectos que puedes encontrar cuando estás ante ti? En voz de una de las comediantes y guionistas más importantes de nuestros tiempos: The limit does not exist. Tengo un ojo más chico que el otro, las entradas de mi cabello son muy grandes, no tengo hombros, estoy muy velludo, estoy delgado pero no lo suficiente, mi pene no es el de Diego Sans, tengo estrías, mis rodillas están chuecas; y la lista sigue. Todo eso pasaba por mi cabeza en los primeros cinco minutos de mi día. Después, era hora de encontrar una forma de arrancar.
A ver, estoy bien consciente que no soy únicamente mi físico; es sólo una parte. Muy importante, por todo lo que podemos hacer con él. Es el vehículo para nuestras ideas, para poder expresarnos, para sentir. Simplemente no lo podía ver. Piensa en un acto como caminar. Todas las cosas que puedes hacer gracias a que caminas, a tus piernas. Ese par de extremidades te permiten ir a casa de tus amigos, escalar el Popocatépetl, y perrear hasta el piso. Aún así, con todo ese poder, para mi tenían muchas estrías y estaban muy largas en proporción a mi torso.
Estoy platicándoles un día normal. Ahora, imagínate estar encerrado por cuatro meses con una enfermedad mortalmente contagiosa en la calle, sin nada más que tu cabeza y tus redes sociales. Claro, platicas con tus amigos por zoom –siempre poniendo el filtro que te mejora la cara y la iluminación correcta para que no se vea tu papada– y haces como que todo está aceptablemente “bien”. Cuelgas, y te metes a ver como ese instagay inglés hace una rutina de abdomen mientras desayuna en calzones son su novio, que es igual de perfecto.
Tiene que llegar el momento del "cuál es tu pedo”, ¿no? ¿Fue de un día para otro? No. ¿Fue fácil? No. ¿Me gusta mi cuerpo? A veces. ¿Estoy feliz? Define “feliz”. Quiero decir, estar encerrado me hizo darme cuenta que mis piernas me llevaban a muchos lugares; que mi boca me dejaba decirle "te quiero” a mi mejor amigo; que mis ojos, mis oídos y mi piel me permitían disfrutar de una obra de teatro; y que mis estrías me recordaban todos los cambios por los que ha pasado mi cuerpo.
Me di cuenta que puedo amar cualquier cuerpo sin importar el tamaño de sus bíceps o de sus nalgas, porque ya no me importaban tanto los míos. Por ende, alguien allá afuera es capaz de amarme, de amar mi cuerpo. Comencé a moverme y a descubrir más afectos que defectos. Todavía es difícil despertar y que me guste lo que veo en el espejo, pero mi arranque cada vez necesita menos gasolina. Mi cuerpo es promedio, pero no por eso es menos especial.
Ve la lectura dramatizada aquí.
Ilustración: @maurizona
Texto: @edgagar
Interpretación: @queridoraulandrade
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Lo único que podíamos perder era el tiempo

Se recomienda escuchar antes, durante o después de la lectura: Legends Never Die de Orville Peck y Shania Twain.
Mi vida es bastante buena. Quiero decir, es bastante buena en comparación a la de otras chicas como yo (y para los estándares de esta sociedad). Estoy a punto de graduarme como abogada, tengo una familia y amigos que me apoyan, y no me falta realmente nada. Soy una mujer trans, y mi vida es bastante buena en comparación a la de otras chicas como yo. Sobre todo para los estándares de esta sociedad, la de Culiacán.
Vamos a romper el mito de la historia de amor fallida. Javi, mi novio, y yo nos amamos. En un inicio, el mundo me hizo pensar que jamás iba a encontrar con quién compartir mis días. Me topé con tanto imbécil. Los gays cis piensan que porque les gusta el pito ya son mejores que cualquier otro hombre; les sorprendería lo que he tenido que escuchar. Javi (o El Javo para todos los demás) me ama. No tengo duda.
Nos conocimos en los quince años de Sarita, la hija del socio de mi papá. Yo ni quería ir, esa bola de aguachiles no sabe reservarse sus miradas. No es que me molesten, es que en sus cabezas la que debería reservarse es una. Hace tiempo que perdí el miedo a esas cosas, pero específicamente ese día no estaba dispuesta. Estaba en parciales, y el lunes tenía un examen oral. Me rompía la madre estar por compromiso.
Me salí a fumar un cigarro, y ahí estaba él. Igual de aburrido que yo, con el mismo cansancio ocasionado por las miradas. “Lo único bueno de estas fiestas es el pisto gratis.” Tenía toda la razón. “No es gratis. ¿Qué no viste la mesota de regalos que se armó?”. Se cagó de la risa, yo también. No me invitó a bailar, pero si nos quedamos platicando un buen rato en una de las bancas del jardín del salón. Me gustó, pero sobre todo me cayó bien.
Me pidió mi número. Se lo di, aunque estaba escéptica de que escribiría. Tenía mi futuro universitario en juego, y lo último que necesitaba era otro morro meco que no supiera que hacer con su pendejez. El día después de mi último examen del parcial me tomé el tiempo de revisar mis mensajes, y ahí estaba. Me escribió la mañana siguiente a la fiesta, o sea habían pasado cinco días. Dudé un segundo, y le contesté.
Si algo deben saber de mí es que no pienso las cosas dos veces, y menos cuando se trata de relaciones. Si vas, vas. Nada de que te haces del rogar o, peor aún, lo que le dicen a todas las mujeres de este lugar: "date a desear". El amor se siente y ya. No es un juego, no es una competencia. Se da, sin importar las consecuencias. Si te rompes la madre, ya verás como le haces. La única forma de perder es no amando. Hay que darse la chanza, pues.
Así que eso hice. Me dejé ir. Claro, nos conocimos y todo. Por supuesto que tuve mis dudas, pero se encargó de disiparlas de inmediato. Teníamos la misma visión de las relaciones. Lo único que podíamos perder era el tiempo. Estaba sorprendida de encontrar a un hombre como él, por nuestros contextos, nuestras aspiraciones, nuestros deseos. Parece de telenovela, pero es que no encuentro otra forma de decirlo: somos el uno para el otro.
El último día del semestre se superó. Salí de la escuela, creo que nos entregaron nuestra última calificación, y ahí estaba. Me fue a recoger, y me dijo “Te tengo una sorpresa.” Me trepé en el camionetón, sin saber qué era, pero me trepé. Cuando veo que ya íbamos saliendo de la ciudad, pues si me abitaché. Claro que me estaba enamorando y que él me gustaba, pero no soy pendeja; no quería terminar como Violeta Yamileth.
“Ya hablé con tus papás. No te preocupes.” Sabía que no estaba del todo cómoda. “Vamos a la playa. Quería que fuera sorpresa, pero ya vi que te está dando culo. No te voy a hacer daño. Yo te quiero.” ¿Qué haces cuando alguien te mira a los ojos y te dice “Yo te quiero”? Con todo y lo abogada que soy, me derritió el cabrón. Sólo pude besarlo. Casi lo hago chocar, pero no me hubiera importado si era con él.
Pasamos un fin de semana en Topolobampo; más bien, en su yate. No era muy ostentoso, pero tenía una cabina en la que los dos cabíamos a la perfección. Los primero días nada más cachoreábamos. Nos quedábamos en calzones y, cuando estaba a punto de quitármelo, algo me detenía. Y es que a quién no le da miedo estar todo bichi frente a otros. Pensé que se iba a enojar, pero sólo me dijo “voy a estar listo cuando estés lista”. ¿A qué hora nos casamos?
Cuando lo estuve, no hubo marcha atrás. Los dos somos bien calientes, y si podíamos cochabamos hasta en la cama de sus papás (con ellos en el piso de abajo). Sus papás, como los quiero. Jamás había llegado hasta el punto de conocer a la familia de mi novio –amo decir eso, mi novio–, pero Javi luego luego me los presentó. Don Aurelio y Doña Chayo me recibieron como una hija más. Claramente adoraban a Javier. Todo lo que tienen, la casota, las trocas, el yate, los escoltas, no se comparan con su amor por él.
La parte difícil es ésa, los escoltas. Nos siguen a donde vayamos. Yo sé que tienen que cuidarlo, pero un poco de privacidad haría todo más fácil. Las miradas serían menos, y por lo tanto los juicios también. Debo admitir que al principio me causó conflicto. Todos en Culiacán saben quién es El Javo, pero sólo yo conozco a Javi. Pensé que me iba a topar con un hombre lleno de complejos, de miedos, de machismos. Pensé que su familia jamás me iba aceptar. Pensé muchas cosas, pero me demostró lo contrario. Sé en lo que me estoy metiendo, pero es que ¿qué haces cuando alguien te mira a los ojos y te dice “Yo te amo”? No cabe duda, mi vida es bastante buena.

Ve la lectura dramatizada aquí.
Ilustración: @cindyfaar.art @c1ndyfaa
Texto: @edgagar
Interpretación: @emmapalmina
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Todo pasa

Se recomienda escuchar antes, después o durante esta lectura: Time de Arca.
Tranquilo, sé como te sientes. Tienes un hueco en el estómago del tamaño del mismo planeta tierra. Te hormiguean las manos y las piernas. El oxígeno de cada inhalación hace que tu cerebro retumbe y alborote todas las ideas que se te vienen a la cabeza; al mismo tiempo, y por separado. “¿Qué van a pensar los demás? ¿Mis amigos? ¿Mis papás? ¿Mis ex novias? (o tu novia, si es que el ron nubló tu juicio)”. Tranquilo. Fue sólo un beso.
Ese camino ya lo recorrí y, aunque parezca que el mundo se te viene encima, no pasa nada. Perdona si repito esa frase, pero es que es cierta. Sé que te está pasando de todo, pero al final todo pasa y, por ende, nada pasa. A ver, siéntate. Respira, eso. Inhala, exhala. Por la nariz, porque por la boca te vas a hiperventilar. Mírate, sigues siendo tú. Nada de ti ha cambiado. Sigues siendo el mismo hombre, ni más ni menos. Tal vez más humano.
Mi intención no es minimizar tus emociones. Está bien que sientas todo esto. Aprovéchalo, porque este rush de adrenalina tal vez sólo te lo da el matar a alguien. Al menos eso me hicieron creer a mí. Nadie se murió. Date cuenta que estás más vivo que nunca. Todo este conjunto de sensaciones sólo se tienen las primeras veces. Ignoro si piensas repetirlo, pero de una vez te digo que éste no se olvida.
Por cierto, gracias por permitirme ser el primero. Con alcohol o sin él, lo vas a recordar. No porque haya sido yo, simplemente por la experiencia. Por el gesto en tu cara, me di cuenta que no planeabas besar a un hombre esa noche. No sé si planeabas besar a alguna mujer, pero me quedó claro que yo no era tu primera opción. Y está bien. Te diste la oportunidad. Gracias por eso.
Ojalá hubieran más hombres como tú. No porque los hombres homosexuales tengamos la fantasía de estar con un hetero. Más bien, se trata de nuestra capacidad de sentir, sin importar género u orientación sexual. Fue como una bengala que se encendió, chispeó y se apagó. Fue breve, pero el poder de su luz es innegable. Que toda esa vergüenza se convierta en orgullo, no por haberlo hecho sino por permitirte sentir.
Te podría hablar de Kinsey y su escala, pero estamos hablando de lo más humano que existe. Pensarás que me refiero al amor –que tal vez sea la epítome de la humanidad–, pero esto se trata de libertad. Llevamos años viviendo bajo reglas lógicas. Claro que son necesarias, pero a veces no dan cabida a nuestro lado más sensible. Es que siéntelo, en tu piel, en tu mente, en cada fibra de tu ser. Si más hombres –sin importar su orientación sexual– nos permitiéramos sentir un poquito más, la vida sería más llevadera para todes.
Lo que quiero decir es que estás en buenas manos. Este momento, por mucho o poco que haya significado para ti, lo atesoraré y le guardaré el respeto que se merece. Si esto expande tu panorama y quiere que alguien te escuche, aquí estoy. También estoy si sólo quieres echarte unos tacos y platicar de tu día. Tranquilo, todo pasa. Además, fue solo un beso.





Ve la lectura dramatizada aquí.
Fotos: @bysebas
Texto: @edgagar
Interpretación: @pablolmoran
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El resto de mis días

Se recomienda escuchar antes, después o durante esta lectura: Lotería de Pablo Osorio.
Dieciséis años de diferencia. Es cierto: en el amor no hay edad. “La frase más de mamá”, me dice Andrea. Se ve que le echó ganas, está guapísima. No me molesta que me recuerde mi edad porque con ella el tiempo es relativo. Como esa vez que nos fuimos a Zipolite y pasamos tres días enteros en la cama. Cuando nos dimos cuenta, ya sólo nos quedaban dos para disfrutar de la playa.
“No te toques la ropa, tienes las manos todas sudadas”. Me quita alguna pelusa, o seguro sólo hace contacto conmigo para hacerme saber que estamos juntas en esto. No sé que haría sin ella. No se lo digo a menudo, pero hoy quiero decírselo: “Te amo”. Me dice que me ama, nada de “yo también” o de sonrisitas que ocultan el miedo a sentir; me dice “te amo” de vuelta. El resto de mis días, el resto empezando a mis 57 años, los quiero pasar con ella.
Dejo que ella maneje porque de por si voy tensa. Habla y habla para hacerme sentir tranquila, pero lo inminente está por suceder. Le pido que se pare, que necesito salir a tomar aire. ¿Qué estoy a punto de hacer? “Estás haciendo lo correcto”. Toda mi vida he hecho "lo correcto", ¿para qué empezar ahora? Mi celular suena.
– Má, ¿la reservación está a tu nombre? Ya llegamos.
– ¡La pinche reservación! No la hice.
– Yo la hice, está a tu nombre –, me dice Andrea en voz baja. – Ah, sí la hice. Está a mi nombre.
No hay marcha atrás, desde hace dos años que no hay marcha atrás. Cuando decides tomar las riendas de tu vida, a la edad que sea en el momento que sea, es imposible regresar la mirada. Llevaba 55 años negando lo que soy, 35 aparentando, y simplemente ya no podía más. Sentía como la máscara que me hice se rompía y trataba de mantener las piezas juntas a como diera lugar. Todo era un acto, y honestamente me merezco un Óscar por ello.
Pablo y Martha complementaban perfectamente el elenco. Me casé con José Luis a los veinte creyendo que eso iba a hacer que esto que soy desapareciera. Nos tardamos en tener al primero, el trabajo y mi juventud eran lo pretextos. Estaba completamente temerosa de traer una vida al mundo y que no pudiera verle a los ojos con honestidad. Seis años después nació Pablo, tratándome de probar que podía ser la mujer que todos esperaban. Inmediatamente lo amé, pero me partía el haberlo utilizado de para ese fin.
Pasaron cuatro años, y mi hijo fue el paliativo perfecto durante un tiempo. Me entregué a él con todo. La verdad es que José Luis fue el mejor compañero para criar a alguien. Nos complementábamos perfectamente: mi carrera en el banco pudo desarrollarse sin tantos contratiempos y nos tomábamos el tiempo para estar con esta nueva persona en nuestras vidas. Eso no podía durar mucho. Así que a los cuatro años, tomé la decisión de embarazarme de Martha. Tal vez con dos ya no tendría tiempo de pensar en mí y se me olvidaría que mi vida era una obra de teatro con una producción que se caía a pedazos.
Espero no me malentiendan. Amo a mis hijos, y es por eso que tomé la decisión de ser honesta con ellos, y sobre todo conmigo misma. Unos años después de que nació Martha decidí dejar la vida financiera y mejor dar clases. Necesitaba desacelerar un poco, Pepe y yo ya no nos dábamos abasto y la vida de una banquera comienza a ponerse muy extraña a ciertos niveles. En la universidad, me daba ciertas licencias; me permitía ser un poquito más yo. Nadie me conocía, y con mis credenciales pocos me cuestionaban. Era sólo la Doctora Ruiz. No era mamá, no era esposa. Era alguien más.
Nunca le fui infiel a José Luis. Estaba comprometida con el papel que escogí. Lo que pasó es que el antifaz me permitía ver las cosas desde otra perspectiva, y veía como las formas de pensar cambiaban. La universidad también me dio eso, podía ver como las nuevas generaciones ya no pensaban tanto en el qué dirán y se dejaban amar (con sus bemoles, claro está). En esos pasillos, vi por primera vez a dos mujeres tomadas de la mano. Claro que lo había visto en películas, y que incómodo era, pero ver a dos chicas de carne y hueso tomarse de la mano honestamente era algo completamente disruptivo, rebelde, casi revolucionario. Sin embargo, sólo las veía y anhelaba detrás del cristal de mi oficina.
Así viví, no sé como, hasta hace tres años. Una chica de cabello corto, muy corto, y unos ojos casi de caricatura japonesa se apareció un día en mi oficina. “Disculpe, Dra. Ruiz. Mi nombre es Andrea Jiménez, soy estudiante de la maestría en periodismo y ando trabajando...” Los puntos suspensivos son porque no recuerdo que más dijo en su introducción. Sólo podía enfocarme en esos ojos y sus labios carnosos. “Claro, lo que quieras”. Fue lo único que pude decirle. Esa entrevista se convirtió en un café, y luego en pláticas por el celular, en caminatas por el campus. Quería arrojármele, abrazarla y decirle que había estado esperando por esto toda mi vida, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo la cara de José Luis se me presentaba.
Tuve que divorciarme. Fue muy doloroso para los dos porque de verdad que nos amábamos. No como marido y mujer, pero si como padres, como cómplices, como amigos. Me costó mucho explicarle toda la situación, y le pedí que por favor me diera tiempo para contarle a nuestro Pablo y a nuestra Martha. Me encantaría decirles que él y yo seguimos frecuentándonos, y que lo entendió a la primera. A veces hablamos, por lo que fuimos y por los compromisos que tenemos en conjunto, pero claramente algo cambió en él. Estoy acumulando el valor suficiente para reconectar y preguntarle cómo se siente. A final de cuentas, tenemos 35 años de historia y un futuro compartido por nuestros hijos.
Pablo y Martha lo tomaron mejor de lo que esperaba. Incluso Martha me dijo que algo sospechaba. Hay cosas que como madre sé que les incomodan y que les toma tiempo asimilar, pero se han portado como unos campeones. Por mucho tiempo dudé en hablarles de Andrea. Una cosa es que sepan quién soy, y otra es verlo materializado. Ella jamás me presionó, y siempre entendió de dónde venía. Pensaba en la diferencia de edades, en la imagen que tienen de mí, en mi pasado; todo lo que se pudieran imaginar. “¿Eso es todo? Tanto pedo para esto. El mundo no gira alrededor de ti, eh.” Cita textual de Pablo y su sarcasmo.
Estamos a la entrada de un Bajío porque me gustan las gorditas petroleras. Las paredes de cristal de dejan ver a mis hijos al interior y al mismo tiempo mi reflejo. Andrea me toma de la mano, aunque esté sudada, y me da un beso en la mejilla. Dieciséis años de diferencia, y aún sigo aprendiéndole cosas. Llevo esperando este momento desde la primera vez que los tuve en mi brazos y los miré a los ojos. “Estás guapísima”, me dice mi novia. El resto de mis días comienzan ahora, con todos ellos, y no podría estar más lista para comenzar a vivirlos. Estoy haciendo lo correcto.

Ve la lectura dramatizada aquí.
Ilustración: @paauuss
Texto: @edgagar
Interpretación: @karime_to
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Ve la presentación en Instagram TV.
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