Tumgik
fsiutti · 4 years
Text
Tumblr media
Según Google Fotos, hoy pero hace un año iba a agarrar mi bici y a pedalear hasta encontrarme en los arcos. Iba a pedirme media pinta de 24.7, llevarla a la mesita del fondo y, después de uno o dos sorbos, le sacaría una foto. Leería muy poco por prestarle atención a una pareja de extranjeros y cambiaría el libro por mi cuaderno, el señalador por la birome bic azul y empezaría a escribir sobre esta situación que me sacó una sonrisa.
Suizos
La pareja de suizos entró en el barcito de Patagonia, ahí en Distrito Arcos. Lindo lugar para sentarse, sacar el cuaderno y jugar un rato al escritor. Canillas cromadas montadas en tubos dorados de esos que parecen cañerías de un submarino ruso. Un pizarrón con los destacados del día escritos con estilo, rodeados por las marcas de un trapo que arrastró el polvo de tiza blanco, amarillo, rosa y celeste. Piso, banquetas y mesas de madera con bulones robustos y planchas de acero. Una barra rústica con el borde sin emprolijar, exhibiendo nudos, irregularidades y cachos de corteza que supo tener en sus años de árbol. En los estantes, las copas panzonas, pintas finas y largas, pintas tradicionales y medias pintas que, como un hermano menor, imitan el estilo de las grandes. Los barriles vacíos a la vista, listos para ser retirados y volver recargados. Colgando del techo, esas lámparas de filamentos que son más cancheras que luminosas. Sobre el mostrador, un pequeño stand con papitas cool y maníes para acompañar la eventual bebida. Las papitas cool son como las papitas comunes pero orgánicas, con menos sodio y sabores muy rebuscados. En cuanto a los maníes, no hay mucha forma de maquillarlos. Como último detalle, sonaba reggae de fondo, el reggae monótono y funcional que escuchan las personas de oídos indiferentes. El ambiente gritaba cerveza, no literalmente, porque los ambientes no gritan. A menos que se trate de un bar embrujado y sediento. Y este, que yo sepa, no era el caso.
En ese contexto los extranjeros no tuvieron mejor idea que pedirle al barman un frasco de dulce de leche. El barman los miró con cierto asombro. Los suizos miraron al barman expectantes y semisonrientes como niños suizos. Las canillas, los tubos de bronce, los pizarrones con manchas de tiza, las mesas, los bancos con bulones oxidados, la barra rústica y sus cachos de corteza, las copas, pintas, medias pintas, luces de filamentos y barriles vacíos también miraron a los suizos. Las papitas cool no miraron porque cuando se es cool corresponde no mostrar interés donde todos se interesan. El barman abrió la boca imitando la geometría de una media luna o luna menguante, dejando ver sus dientes protagónicos (creo yo que ensayando una sonrisa) y contestó con cordialidad que solamente vendían cerveza. Al oír esto, la pareja se desilusionó como quien abre la heladera en busca de la única milanesa que sobró de la noche anterior y en su lugar encuentra un plato vacío, tristemente decorado por fragmentos de rebozado frito y medio limón desnutrido. No se la vieron venir aparentemente. Era inconcebible que no vendieran dulce de leche en ese lugar. Así que insistieron un poco, capaz que aquel hombre en realidad escondía celosamente el elixir argentino de las manos extranjeras. Buscaban dulce de leche marca “Patagonia”. Nuevamente el barman hizo un esfuerzo por mostrarse comprensivo, aclaró la confusión y sugirió que probaran visitar el local de Havanna. Aunque no quedaron del todo convencidos, agradeciéronle y partieron. 
La pareja se fue perdiendo entre la gente, deteniéndose con duda frente a los negocios equivocados y haciendo un pequeño amague antes de decidirse a seguir de largo. Me pregunté si en algún punto de su recorrido terminarían en un local de Patagonia, la indumentaria de montañismo, pero me decepcionó el recordar que no hay tal marca en los arcos.
Se me ocurre una que otra metaforita sobre el hecho de buscar en los lugares equivocados, sobre insistir donde el panorama no da una mano, sobre ser un extraño en tierras lejanas, pero opacaría el hecho de que un par de personas pidieron dulce de leche en una cervecería. Tenés que darte cuenta, mein freund.
8 notes · View notes
fsiutti · 4 years
Photo
Tumblr media
Moon Cycle by James White
11K notes · View notes
fsiutti · 4 years
Text
Bloqueo de falso escritor
Tumblr media
Nota: Los subtítulos Parte I y Parte II están asignados según el orden en que fueron escritos ambos textos. Sin embargo, pueden leerse en orden inverso.
Parte I
Salí a la calle y el viento helado me pegó un bife. Ese rato leyendo en el café hizo que me olvidara del frío y del invierno. Afuera las bóvedas del cementerio se asomaban por la pared a chusmear los bares, el cine, la librería y los turistas. El contraste resultaba tan raro como cotidiano. Me subí el cierre hasta la nariz y arranqué.
Mientras caminaba miré el cielo y era gris y miré el piso y las baldosas también eran grises y por un momento pensé que el mundo se había vuelto gris hasta que pasó como una pincelada fosforescente, como un resaltador sobre una fotocopia corta de tóner, un repartidor de estas aplicaciones delivery a toda velocidad. No iba consciente de todo su poder, o por modestia lo disimulaba.
El barrio estaba tranquilo y poco transitado. Me movía sin apuro, con las manos escondidas en la campera. La mochila colgaba de mis dos hombros e iba liviana. La llevaba únicamente porque mi libro edición de bolsillo no entraba en ninguno de mis bolsillos. Capaz que era un libro muy grande, o mis bolsillos eran muy chicos. Acaso la moda sea parte de una conspiración que tiene como fin evitar que llevemos libros encima.
Avanzaba y las hojas amarillas me corrían carreras. Quise pisarlas pero estaban húmedas y no hacían el ruido que pretendía. No valía la pena la competencia. Así que me dejé ganar. Me dejé ganar por todo lo que se movía en la vereda. No iba apurado, hacía frío pero no iba apurado, no tenía mucha necesidad de llegar en realidad. Cayeron un par de gotas y pensé que iba a llover cuando me di cuenta que venían de un edificio. Una nube gigante de concreto, con forma de caja. Pensándolo bien, nada tenía que ver con una nube, más allá del agua. Levanté la cabeza, vi el cañito de lo que supongo era un aire acondicionado, y me cayó otra gota más antes de que pudiera avanzar.
Cuando apagué el piloto automático que me hacía mover las patas, me di cuenta que estaba a un par de cuadras de casa y no me había cruzado nada a que manguearle una excusa para escribir. Porque, aunque siempre termine caminando los mismos rincones de Recoleta, el ejercicio consiste en ir sin rumbo con la esperanza de chocarme alguna idea. Y ese es el gran tema con las ideas: andan sueltas por todos lados y son invisibles. Si te quedás quieto, difícil va a ser que te choques una.
Caminé y traté de prestar más atención a todo lo que me rodeaba. Pasaron pocos autos y poca gente y bicicletas y algún perro arrastrando a su dueño. Caminé un cacho más y me encontré abriendo la puerta de mi edificio. Subí las escaleras, saludé a Edil el portero, y entré a casa. Mi hermano mayor tocaba el piano. Mi hermano menor cebaba los mates. Me senté en el banquito del medio para completar la ronda y debatimos qué almorzar. No pasó mucho más que eso.
Parte II
Pido un café con leche y un alfajor en la barra. Alfajor blanco, traicionando mis principios. Aunque sienta respeto y hasta admiración por la mayoría de alfajores, creo en la supremacía del clásico alfajor de chocolate.
— ¿Mitad leche mitad café? —  su pregunta suena automatizada, sacada de un manual.
— Por favor — respondo y sospecho que mi respuesta también fue sacada de un manual.
— ¿Esperás acá o preferís que te lo lleven a la mesa?
— Espero, gracias.
La chica sirve leche en un jarrito metálico y al calentarla el vaporizador hace un ruido que imita aceptablemente al Pato Donald. Me acuerdo de esa particular comparación que solía hacer una amiga, de esa ocurrencia, y le sonrío a la máquina. Recibo mi café y mi alfajor blanco y los llevo a la mesita que hay en el fondo. Es redonda, tiene buena iluminación, una silla dentro de todo cómoda y vista a la calle. Por la ventana puedo ver tanto para afuera como para adentro, porque el interior del café también se ve reflejado en el vidrio. Miro hacia afuera para poder ver adentro entonces, pero no al revés.
En la vereda frena una pareja de ancianos. La mujer está ayudando a su marido a cerrarse la campera. Lo hace con dificultad y con paciencia. El hombre colabora con una mano mientras que con la otra apoya su bastón viejo en las baldosas nuevas. Ella tiene la bolsa de la verdulería colgando y entre los dos logran abrochar los botones del abrigo. Se quedan enfrentados. Hacen una pausa. La mujer camina dando pasitos hasta ubicarse a su izquierda. Entrelazan sus brazos y cada mano se mete en su respectivo bolsillo. Avanzan pegados para protegerse del frío. Siguen su camino mientras se van diciendo no sé qué. Me gusta pensar que el diálogo es el siguiente:
— Apurate, mi viejo.
— Sí, querida.
— Dale que hace frío.
— ¿No ves que tengo un bastón? 
— Siempre lo usás de excusa para no ayudarme con las bolsas de la verdulería.
— Lo uso para defenderte de los perros.
— Eso no era un perro, era un cajón de zapallitos.
— La historia siempre juzgará al hombre audaz y pocas veces reconocerá su valor. Acaso sea ese el destino del varón criollo, un heroísmo invisible, pero heroísmo al fin.
— Tenés que dejar de ir repartiendo bastonazos por la vida.
— Acaso sea ese el destino del varón criollo…
Adentro, en cambio, no hay mucho para ver. El lugar tiene luces frías y piso blanco marfil, pulido como un espejo. Me produce sensación de sala de espera. Aunque yo no espero nada. De a ratos hay mucho movimiento. La gente se acerca al mostrador a hacer su pedido, algunos se quedan ahí mismo mientras otros se van a buscar lugar. Después se largan las que atienden. Llevan las bandejas a las mesas ocupadas o limpian las mesas vacías y vuelven a sus puestos. La cosa se tranquiliza unos momentos hasta que se repite la secuencia. Es como una coreografía. Si se presta atención, es posible descubrir en todo una coreografía. 
Cierro el libro al que poca atención le estaba prestando y abro el cuaderno. Debería escribir un poco, a modo de ejercicio. Pero el asunto se complica cuando la hoja está tan vacía. Empezar es siempre más difícil que terminar, supongo. Hemingway afirmaba que sólo hace falta escribir una oración verdadera y que el resto va saliendo. Así que me digo, “escribí algo verdadero”.  Y me repito la fórmula mágica hasta perderle el sentido. Porque si decís muchas veces la misma palabra o frase, le terminás perdiendo el sentido. De pronto “algo” es el masculino de una alga y “verdadero” se relaciona cada vez más con el color verde. Nunca supe bien por qué pasa eso, pero así como pasa, al rato deja de pasar. Es quedarse con la funda de una cosa, sin la cosa en cuestión. La cosa aparece después, cuando nadie la busca.
Voy atrás en mi cuaderno, a robar inspiración. En una de esas hay algo reciclable, biodegradable y, si tengo suerte, que no dañe la capa de ozono. Releo mis páginas viejas y las no tan viejas y hago un pequeño hallazgo, que estuve dando vueltas sobre los mismos temas. En algún punto me repito, podría decir. No dañaré la capa de ozono, pero me repito. Entonces surge el interrogante: por ahí si me repito lo suficiente, me termine perdiendo sentido y tenga que esperar un rato, como con las palabras y las cosas con funda.
La hoja queda sin estrenar mientras termino mi bebida. Meto mis pertenencias en la mochila y abro la puerta. Salgo a la calle y el viento helado me pega un bife. Ese rato leyendo en el café hizo que me olvidara del frío y del invierno. Afuera las bóvedas del cementerio se asoman por la pared a chusmear los bares, el cine, la librería y los turistas. El contraste me resulta tan raro como cotidiano. Me subo el cierre hasta la nariz y arranco.
3 notes · View notes
fsiutti · 4 years
Text
Se me apareció un fantasma
Se me apareció un fantasma, en la cocina, a plena luz del día. Me encontraba en el campo, en una casa antigua, de paredes gruesas y ventanas angostas, construida para soportar las inclemencias de otros tiempos. Pasábamos ahí la cuarentena con dos de mis hermanos.
El despertador sonó a las 6:30. Vibró igual que siempre, pero al estar apoyado en un nuevo lugar, una mesita de luz cubierta de vidrio, el sonido fue particularmente molesto. Como si obreros miniatura estuvieran taladrando una vereda. Esas veredas que parecen ser la obsesión de Larreta. Me lo imaginé pensando “¿qué es lo que más necesita esta ciudad? Veredas, muchas y buenas. Horacio no va a tolerar una realidad de baldosas flojas y agua en los zapatos”, en mi cabeza se hablaba a sí mismo en tercera persona. Interrumpiendo la obra pública, manoteé el teléfono y apreté el botón del medio, el botón mágico. Ese que brinda la posibilidad de posponer la vida cinco minutos. Los astros quedaron inmóviles, esperándome un vuelto de sueño para reanudar su danza. Repetí la acción un par de veces más, haciéndole comer el amague al universo. En estas ocasiones los obreros ya no taladraban, porque el teléfono descansaba en el colchón junto a mí. Horacio se desvanecía en el aire mientras susurraba “necesitamos veredas, muchas y buenas”. 
Con una fuerza de voluntad suprema me puse una remera vieja, short y zapatillas: la pilcha de correr. Eché agua fría sobre mi cara dormida y me bañé en Off. Me calcé los auriculares, todavía sin música, y caminé los primeros metros de la huella, el tramo menos transitado por los vehículos y por ese motivo el único tramo cubierto por la gramilla. Cada paso que daba inflaba una nube de mosquitos, la cual me acompañaba acercándose todo lo que el repelente le permitía. Son los dementores de Harry Potter, pensaba, aunque estos bichos son más molestos que tenebrosos. Como quien se saca una curita, puse play y arranqué.
La tierra avanzaba debajo de mis pies. Había niebla, a tal punto que el cielo no se ponía de acuerdo en dónde apoyarse. Los eucaliptos se veían, a lo lejos, celestes, blancos o grises. Y por más que corría en su dirección, ellos siempre se alejaban un poco. Parecían gigantes peregrinando, vestidos de tul. Dejé de perseguirlos a la tercera o cuarta canción, cuando llegué al último guardaganado y di la media vuelta para deshacer el camino.
La mañana ya había arrancado bastante rara y desayunaba en la cocina en el momento de la aparición. Mis hermanos dormían porque todavía era temprano. No era un fantasma propiamente dicho, era un recuerdo, era una tarde de diciembre. Fue por eso que no me molesté en ofrecerle un café. Los recuerdos, al igual que los niños, no tienen permitido tomar café.
Diciembre recién empezaba. Nos habíamos quedado a solas, cosa que no pasaba seguido. Lo más común era que hubiese alguien por ahí dando vueltas. La charla rondaba entre libros, escritura, cosas más o menos personales y alguna que otra trivialidad, como corresponde. Ella tenía la virtud de sonreír todo el tiempo y me gustaba su sonrisa, más si era yo el que la causaba. Me colgaba viéndola hablar y viendo sus gestos y miraba su pelo cuando noté algo ahí.
— Tenés algo en el pelo — observé.
— ¿Dónde?
Señalé el lugar pero ella no lograba dar con la partícula que gambetea sus dedos.
— A ver — Estiré mi brazo derecho y con relativa facilidad alcancé aquello que descansaba en un mechón. Volví mi mano hacia mí y la sacudí contra mi jean. Me preguntó qué era, pero justo pasamos a hablar de otros asuntos, por lo que no llegué a responder.
La conversación siguió un rato más y poco a poco se fue desvaneciendo, de la misma forma que lo hizo el Larreta de las veredas. De nuevo era marzo y estaba desayunando solo en la cocina. El fantasma se había ido así nomás, sin mucho preámbulo. Es sabido que los recuerdos y los fantasmas son un tanto inoportunos.
De fondo la pava se puso a susurrar, el agua estaba a punto. Medité sobre los acontecimientos ocurridos unos instantes, con la solemnidad que imparten los primeros mates del día. Este tipo de apariciones tienen siempre que ver con algún asunto pendiente. Tras unos minutos de reflexión concluí que nunca tuve el valor suficiente para confesarle la verdad: que esa tarde de su pelo saqué un moco.
3 notes · View notes
fsiutti · 4 years
Text
Suizos
La pareja de suizos entró en el barcito de Patagonia, ahí en Distrito Arcos. Lindo lugar para sentarse, sacar el cuaderno y jugar un rato al escritor. Canillas cromadas montadas en tubos dorados de esos que parecen cañerías de un submarino ruso. Un pizarrón con los destacados del día escritos con estilo, rodeados por las marcas de un trapo que arrastró el polvo de tiza blanco, amarillo, rosa y celeste. Piso, banquetas y mesas de madera con bulones robustos y planchas de acero. Una barra rústica con el borde sin emprolijar, exhibiendo nudos, irregularidades y cachos de corteza que supo tener en sus años de árbol. En los estantes, las copas panzonas, pintas finas y largas, pintas tradicionales y medias pintas que, como un hermano menor, imitan el estilo de las grandes. Los barriles vacíos a la vista, listos para ser retirados y volver recargados. Colgando del techo, esas lámparas de filamentos que son más cancheras que luminosas. Sobre el mostrador, un pequeño stand con papitas cool y maníes para acompañar la eventual bebida. Las papitas cool son como las papitas comunes pero orgánicas, con menos sodio y sabores muy rebuscados. En cuanto a los maníes, no hay mucha forma de maquillarlos. Como último detalle, sonaba reggae de fondo, el reggae monótono y funcional que escuchan las personas de oídos indiferentes. El ambiente gritaba cerveza, no literalmente, porque los ambientes no gritan. A menos que se trate de un bar embrujado y sediento. Y este, que yo sepa, no era el caso.
En ese contexto los extranjeros no tuvieron mejor idea que pedirle al barman un frasco de dulce de leche. El barman los miró con cierto asombro. Los suizos miraron al barman expectantes y semisonrientes como niños suizos. Las canillas, los tubos de bronce, los pizarrones con manchas de tiza, las mesas, los bancos con bulones oxidados, la barra rústica y sus cachos de corteza, las copas, pintas, medias pintas, luces de filamentos y barriles vacíos también miraron a los suizos. Las papitas cool no miraron porque cuando se es cool corresponde no mostrar interés donde todos se interesan. El barman abrió la boca imitando la geometría de una media luna o luna menguante, dejando ver sus dientes protagónicos (creo yo que ensayando una sonrisa) y contestó con cordialidad que solamente vendían cerveza. Al oír esto, la pareja se desilusionó como quien abre la heladera en busca de la única milanesa que sobró de la noche anterior y en su lugar encuentra un plato vacío, tristemente decorado por fragmentos de rebozado frito y medio limón desnutrido. No se la vieron venir aparentemente. Era inconcebible que no vendieran dulce de leche en ese lugar. Así que insistieron un poco, capaz que aquel hombre en realidad escondía celosamente el elixir argentino de las manos extranjeras. Buscaban dulce de leche marca “Patagonia”. Nuevamente el barman hizo un esfuerzo por mostrarse comprensivo, aclaró la confusión y sugirió que probaran visitar el local de Havanna. Aunque no quedaron del todo convencidos, agradeciéronle y partieron. 
La pareja se fue perdiendo entre la gente, deteniéndose con duda frente a los negocios equivocados y haciendo un pequeño amague antes de decidirse a seguir de largo. Me pregunté si en algún punto de su recorrido terminarían en un local de Patagonia, la indumentaria de montañismo, pero me decepcionó el recordar que no hay tal marca en los arcos.
Se me ocurre una que otra metaforita sobre el hecho de buscar en los lugares equivocados, sobre insistir donde el panorama no da una mano, sobre ser un extraño en tierras lejanas, pero opacaría el hecho de que un par de personas pidieron dulce de leche en una cervecería. Tenés que darte cuenta, mein freund.
8 notes · View notes
fsiutti · 4 years
Text
Claromecó
Primero hay que entender que uno nunca se fue del todo, que el primer día pasó en realidad hace muchísimo, cuando uno era un ser que se arrastraba en cuatro patas y no tenía dimensión de los acontecimientos primeros. Darse cuenta que de alguna forma estás en casa.
Primero hay que perder la dignidad con ese trote ridículo que busca evitar la arena caliente. Para tener una idea, se trata del mismo trote que usamos para perseguir colectivos, pero persiguiendo algo más noble y teniendo la certeza de que lo vamos a alcanzar. No es un dato menor esto último que digo, porque al colectivo no siempre lo alcanzamos. La orilla, en cambio, sabe esperar.
Es importante también ser revolcado por una ola y chocarse algún viejo. Ser revolcado por mil olas y chocarse unos cuantos viejos. Es importante que los viejos te miren con cara de culo, como si a ellos nunca los hubiese revolcado una ola. Hay que dormirse al sol y despertar bordó al menos una vez en la vida. Prometerse no dormir nunca más al sol para al año siguiente romper la promesa. Hay que tener una opinión formada en materia de helados de agua. Saber si uno se pone la casaca del Torpedo de limón o la del Torpedo de frutilla. Sin grises, sin “me da lo mismo”. Hay que creerse bueno en al menos un deporte playero. Hay que saberse malo en un montón de deportes playeros. Ganar, perder y dejarse ganar, que es una forma más compleja de ganar. Hay que abrigarse en la arena tibia cuando empieza a oscurecer. Hay que elegir, de vez en cuando, apartarse del grupo y caminar solo. Hay que perderse. Hay que encontrarse. O ser encontrado.
Una vez hecho todo esto, puede uno quedarse a mirar el mar por última vez en la temporada, grabarlo bien para repetir en loop cuanto sea necesario el resto del año. Sentir esa cosa hipnótica al contemplar las olas en la orilla con el agua trepando hasta los tobillos y dejando pocitos abajo de los talones cuando retrocede a buscar otro envión que la lleve más alto y más lejos. Ver el atardecer con el sol salpicando cobre, plata y oro al sumergirse un poco tímido, casi inseguro, como tanteando que el agua no esté demasiado fría. Quedarse un cacho más y experimentar la atracción hacia la inmensidad que hay a un par de rompientes, a la línea azul que se funde con el cielo y ahí nomás, a unos pasos, la luna asomándose a veces llena, a veces disfrazada de uña, a veces ausente. Es entonces cuando uno está habilitado a pegar media vuelta, caminar hacia el auto, sacudirse negligentemente los pies y calzarse las alpargatas con medio médano adentro, sabiendo que todas las huellas que quedaron en el camino se borran eventualmente. Que algunas las tapa el mar y que a otras las vuela el viento. Sabiendo también que sin importar cuánto tiempo pase sin volver, uno siempre va llevar encima algo de arena y sal.
15 notes · View notes
fsiutti · 5 years
Text
Perro II
República de la India y Libertador. Un día tipo nueve menos veinte, pedaleando al laburo.
Espero el semáforo mientras examino el racimo de perros. Destaca uno. Está sentado sobre sus patas traseras, expresión solemne, cabeza robusta y pelaje corto y dorado. Mira fijo un tacho de basura, como los próceres contemplan el horizonte en las plazas.
Hay dos señoras también, quejándose de cosas pero sobre todo disfrutando quejarse de cosas. No prestan atención a la mañana fresca de verano, ni a las dos o tres nubes que pasean solitarias por el cielo, ni al sol dorado ni al perro dorado que mira con gravedad un tacho de basura gris.
El paseador calma a los animales más impacientes y da palmaditas en la cabeza a los que con su hocico buscan su mano. Les habla un poco y algunos le contestan con la mayor cordialidad. Al igual que las señoras, pero por motivos más nobles, tampoco presta atención al perro de la cabeza robusta y mirada solemne.
Yo lo sigo viendo, pero ahora no lo miro. Me acuerdo del perro de mis viejos, que se murió en año nuevo o por ahí, cuando se fue de joda al pueblo. Siempre volvía de sus giras todo mordido y roto, papá lo cocía, le daba analgésicos y antibióticos y a los dos días Buba estaba nuevo y listo para emprender otra caravana. En año nuevo no apareció y lo buscamos dos semanas hasta que lo encontramos. La realidad es que lo veía poco, pero me gustaba saber que si viajaba a mis pagos, iba a estar el perrito esperando.
Las señoras revolean quejas, el paseador se ocupa de que sus paseados no paseen, yo estoy andá a saber dónde. El prócer se volvió invisible. Aprovecha su momento y salta en una explosión hacia su objetivo. Orejas tiradas hacia atrás, ojos entrecerrados, asoman los colmillos. Vuela como una flecha con olor a perro. Sus patas llegan a arañar el borde pero un tirón de correa lo devuelve a tierra y a su posición de bronce. Silencio. Miro al perro y miro al paseador. El paseador me mira y el perro mira al tacho.
- Lo rescaté de la calle hace un tiempo, todavía le queda el reflejo - me dice.
- Parece un buen perro - contesto.
- Es un buen perro - sonríe.
El semáforo se pone verde y el tiempo vuelve a correr. Las señoras se indignan por la espera que tuvieron que pasar. El paseador arranca, el perro es arrastrado con el resto de la patota y por fin sale de su trance para convertirse en perro común. Tanteo que la alforja no se haya aflojado y pedaleo despacio para poder saludarlos. El paseador me devuelve el saludo, el perro me ignora. Va mirando otra cosa pero no llego a ver qué.
8 notes · View notes
fsiutti · 6 years
Text
Shopping
Entré al shopping de libros que, como el hábil lector podrá figurarse, es una especie de shopping especializado en libros. Si bien el comercio está rotulado como librería, me parece más acertado el término shopping. Shopping de libros y afines.
No era un lugar ruidoso, pero faltaba silencio. Y el silencio es indispensable. Un salón amplio, elegante y ante todo aséptico, con asistentes por doquier y muchas cajas donde pagar. Estantes y estanterías sobre otros estantes con estantes y dentro de ellos, apoyados los libros y los libritos, historietas y cosas de colores, promociones y ofertas, discos de vinilo, discos de no vinilo (pero por supuesto no discos de arado zunchados aptos para la churrasqueada) y folletos con instrucciones sobre cómo ser un tipo feliz, inteligente, creativo y genial. Miré por arriba a ver si tenían alguno que enseñara a mover objetos con la mente pero no había. Calculé yo que se habrían vendido todos o bien alguien los habría escondido (con su mente).
Me encontré con cosas cuidadosamente no pensadas, como la sección Religión junto a Erotismo. Por ahí era para salvar al pérfido y corromper al creyente. O acaso estaban dispuestas en un orden alfabeto-disléxico. Ambos escenarios resultan igualmente maquiavélicos.
Había mucha gente y debo decir que también había personas. Algunas leían en el café, porque los shoppings ofrecen ese tipo de comodidades. Otros se ubicaban en el piso sentados como indios. No obstante, es sabido que no es posible aguantar más de diez minutos leyendo en esa posición. Es estético leer así, definitivamente fotografiable, hasta en algún punto romántico. Puedo conceder eso, puedo conceder muchas cosas. Pero la realidad es que pasado un tiempo sentado de esa forma empieza uno a anhelar el más grande avance jamás desarrollado por el hombre: el sillón. Así que los miré con la desconfianza de quien no suele ser desconfiado.
Y me perdí en el lugar, que es muy distinto que perderse en los libros. En tales casos, lejos de buscar asistencia, actúo como si no estuviera perdido. Entonces recorro pensativo el lugar poniendo cara de interés y frunciendo el ceño hasta darme cuenta que estoy en la sección de niños. Lo curioso es que ahí sólo hay padres. La ausencia de peloteros lo dice todo.
Después de vagar un rato cual barrilete sin hilo entendí por qué la sensación de shopping. No tenía que ver con la magnitud del lugar, ni su café, ni sus gentes y vendedores. Ni su formas maquiavélicas. Obviamente no competen los peloteros. No, amigazo. El problema era la falta de olor a libro, que además de ser una de las mejores esencias del planeta (debajo del pasto recién cortado y la tierra que moja la lluvia), es la característica sustancial de toda librería. Entonces abandoné. Aunque me tiente decir que me fui a modo de protesta, la realidad es que no encontré el libro que buscaba. O el libro no me encontró.
2 notes · View notes
fsiutti · 6 years
Text
Croto
Nota del autor:
No sé si se dedican las notas de autor, pero la siguiente va dedicada a mi prima Juanita.
A menudo se encontrará uno frente a situaciones en la vida que por un motivo u otro no catalogaron como anécdota y sabe que, al narrarlas, dejará al espectador esperando un remate, algo que convierta la sonrisa en risa. Sabiendo que el proceso consiste en tirar y tirar de una soga sólo para mostrar orgulloso un extremo deshilachado, uno decide contar la historia de todas formas. Porque estas no anécdotas tienen cierto encanto. A continuación va una que alegró un poco una tarde de mi vida.
Salí de la oficina hacia el chino. Mientras avanzaba, mi cabeza iba flotando por ahí. Porque en general, cuando se está solo pasa eso, el cerebro agarra y entra a bailar como esos muñecos inflables de los estacionamientos. Cada tanto rodaba por mi mente el tomate que estaba yendo a comprar. Sí, me dirigía a adquirir una única unidad tomateica. Los individuos del supermercado suelen cobrar hasta veinticinco pesos por esta fruta con delirios de verdura. Es un asunto fascinante la identidad del tomate. Pero me estoy yendo de tema, tomando el rumbo de los tomates.
Estaba a media cuadra de mi destino oriental cuando noté a este croto. Realmente un croto de manual: barba y pelo enmarañados, varias capas de ropa, voz de caño de escape picado y la patente sonrisa rea. Ah, y una piel tostada de la que uno no podía precisar si era el sol o la falta de higiene o ambos.
Como regla universal, es imposible saber la edad del croto. A simple vista aparentaba unos cincuenta años, pero bien podría haber tenido treinta o acaso ochenta. El universo croto es muy extenso y no es el fin de esta historia abordar la materia.
- ¿Me das una moneda?
Frené y saqué mi billetera y por suerte tenía algo de cambio. Me dispuse a darle la cantidad suficiente como para ser propietario de un tomate pero el tipo ignoró mi mano extendida y prosiguió:
- Me regalaron estos libros.
Tenía una bolsa llena de libros grandes y viejos como tomos de enciclopedia que arrastraba por el piso. Contesté algo del estilo de “mire usted”, con interés y cordialidad suficientes.
- Son libros muy antiguos. - continuó.
Otra vez di una respuesta genérica. Extendí mi brazo con los billetes y aparentemente eran invisibles.
- TIENEN VEINTE MIL AÑOS DE ANTIGÜEDAD. - insistió. El hombre mostraba un sincero entusiasmo de niño.
- ¡Qué bárbaro! - repliqué.
No quería dejarlo hablando solo pero necesitaba volver al trabajo así que se lo expliqué como pude e insistí con el dinero. Volvió a ignorarlo.
- ¿VOS LEÉS?
- No suelo leer.- contesté y mentí.
- ¿QUERÉS LEERLOS? - Y con ganas señaló su bolsa arrastrada por el piso. Oh, un tesoro milenario a mis pies. Sin embargo decliné la tentadora oferta.
- MIRÁ QUE SON LIBROS MUY ANTIGUOS.- los ojos oscuros centellearon como bolas de fuego.
Ante mi nueva negativa, el señor mostró su descontento y en un tono fino blend de indignación y la frustración me dijo:
- Vos te lo perdés.- y acaso tenía razón.
Al fin logré que agarrara la plata y mientras la sostenía en sus manos, me miró y formuló su pregunta.
- ¿Me das un beso?- sonrió croto. Parecía estar exigiendo afecto, como quien pide un abrazo. O capaz me encontró buen mozo. No descartaría opciones.
Descolocado por el extraño pedido, reí y le dije que no.
Avanzaba hacia mi destino cuando escuché a lo lejos:
- Qué, ¿vas a arrugar?
Volví a reírme y entré al supermercado.
Un cacho después salí con mi tomate y crucé a un croto sentado leyendo libros. Libros muy antiguos.
6 notes · View notes
fsiutti · 6 years
Text
Perro
Subo al 34 y pido hasta La Pampa. No me gusta decirle Pampa porque soy de allá y la provincia no se llama así de la misma forma que La Rioja no es Rioja y Don Diego de la Vega no es Zorro. La edad me encuentra cascarrabias y aspiro a que un día me encuentre viejo cascarrabias.
Me siento al fondo y examino a la gente. Veo a un señor de bigotes abundantes y blancos, de avanzada edad pero que ostenta un físico deportista. Siento que esos viejos deportistas sólo juegan tenis o corren y que usan “pantalón de buzo”. De la mano, una mano grande y fuerte, lleva a su nietita. El contraste de tamaños hace de la pareja un paisaje acogedor. Ella tiene el pelo atado con dos colitas y lleva su mochila rosa y es feliz. Los dos son felices. Van a bajar en GEBA. Él a jugar tenis o a correr con pantalón de buzo y ella a flotar en el agua en supervisión de seres supervisores. Me pregunto si a su edad tendré una nietita también y si tendré bigotes y pantalón de buzo. Espero.
Después, en otro asiento está esta muchacha. Tiene el pelo castaño y lacio, su piel es dorada como la arena y lleva ropa blanca y ligera como esas nubes macanudas de los días soleados. Tiene un tatuaje en su muñeca. No llego a ver si es algún símbolo o figura geométrica o símbolo geométrico, pero seguramente ella y sus amigas se hicieron todas el mismo tatuaje durante unas vacaciones muy significativas. Me da la impresión de que su único objetivo en la vida es viajar y que probablemente su bronceado provenga de algún destino exótico. Diría también que su mantra es “Soltar”. No sé bien qué es mantra, pero me suena a que es una palabra que ella usa.
Y veo la mucha gente que hace ruidito con los auriculares. La realidad es que son inocentes. La culpa es de la calidad de los auriculares y de la decadencia musical característica del final de los tiempos.
Los más extraños son los seres que van con ese sospechoso buen humor y hablando a los gritos y riendo. Nadie está tan contento un lunes a las 8:30. Después pienso que por ahí su día arrancó hace varias horas y que a esta altura ya están sus almas despiertas, gritonas y alegres. No sé. Un lunes no sé.
Es probable que mis conjeturas sean todas erróneas. No soy un gran entendedor de la gente. Con los perros me llevo bien. No porque sea un mérito o algún tipo de don, sino porque es fácil llevarse con un perro. No conozco a nadie que se lleve mal con ellos. Son seres simples de emociones simples.
Ya estoy en la calle y me encuentro a una paseadora con un montón de canes elegantes. Pero me conmueve el que no es de raza, que está medio apartado. No porque no tenga raza me conmueve, sino por su soledad. Es negro, mediano y de pelo corto. Como el modelo base de los perros. Sin aire acondicionado probablemente. Me mira, lo miro. Y aunque no está solo, está solo. ¿Corresponde ir por la vida acariciando perros? Sí, es deber. Entonces acerco mi mano cuando automáticamente el tipo pega un salto hacia atrás y empieza a ladrarme. Perro de mierda.
3 notes · View notes
fsiutti · 6 years
Photo
Tumblr media
1 note · View note
fsiutti · 6 years
Photo
Tumblr media
1 note · View note
fsiutti · 7 years
Quote
I love sleep. My life has the tendency to fall apart when I’m awake, you know?
Ernest Hemingway (via goodreadss)
16K notes · View notes
fsiutti · 7 years
Text
La francesa
Podría decir que sus ojos eran de algún color frío pero su mirada era cálida y que cuando sonreía se detenía el tiempo, pero toda descripción es un recorte y no haría justicia a su perfección ni a su imperfección.
La biblioteca es un buen lugar para estudiar pero lo es aún mejor para no estudiar. Es más probable que ahí preste más atención al cielo raso que en cualquier otro edificio o me concentre en las expresiones de las personas que juegan contra un libro a ver quién pestañea primero. En general pierde el libro.
Fue en una de mis excursiones visuales donde me topé con la francesa. Estaba sentada a una mesa de distancia y parecía tan despreocupada que desentonaba con el paisaje. En general, las gentes de la biblioteca tienen cierta oscuridad en su mirada. Con sólo ver su cara me di cuenta de su nacionalidad, nada tuvo que ver el hecho de que estuviera hablando en francés con sus compañeros.
En estas situaciones es responsabilidad de todo hombre no quedarse de brazos cruzados, a menos que sea el superman de la serie de los noventa que se la pasaba cruzado de brazos tirando facha.
Pero poco pude haber hecho: En un momento le dio un pico al muchacho que estaba sentado a su lado, lo cual me hizo pensar que era su novio o bien le gustaba darle besos a la gente que se sentaba al lado suyo. De ser cierta la segunda suposición, me hubiese gustado estar sentado a su lado.
De todas formas me ahorró el estrés de juntar fuerzas para ir a hablarle y después no animarme y más tarde sentir culpa por no haberme animado.
8 notes · View notes
fsiutti · 7 years
Photo
Tumblr media
Este está a medio hacer y es probable que siempre esté a medio hacer. Como todos nosotros
5 notes · View notes
fsiutti · 7 years
Photo
Tumblr media
De esto que dibujé hace algunos años, acabo de notar que el primer pez está por morder un anzuelo sin carnada. Acaso lo haga para arruinarle la existencia al pez que se lo está por comer, y el pez que se lo está por comer por ahí está haciendo lo mismo y así y así. La venganza es un plato que se sirve frío, como el vitel toné. Me preguntaron por el melón con jamón, pero no tengo información sobre el carácter agridulce de la venganza como para tomar una postura.
13 notes · View notes
fsiutti · 7 years
Photo
Tumblr media
Si pudiera ser un árbol y tener muchas ramas, y si esas ramas fueran tan fuertes que el viento no las moviera, entonces vendrían los pájaros a buscar reparo. Y yo les diría “salgan de ahí carajo”, pero no me darían pelota. Porque en general los pájaros hacen lo que se les canta. Y los árboles no se quejan.
3 notes · View notes