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Here comes Madrid...
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Lucia. Argentina. Fanfics are in NAVIGATE ---->
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Note
SSSSSSSSSSSSI. Volviste. Entre tanta depresión por la salida de Gonzalo del Madrid me hizo bien tu capítulo. Acá siempre. Claire
Gracias, Claire. Sí, yo también siento mucha tristeza... creí que les haría bien. Intentaré subir el siguiente pronto. Un beso!
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sos una GENIA! me encantó!!!!! jaja, bueno, te pido que no pares con la novela porque está buenísima! beso!
Gracias, corazón! No, no voy a parar. A veces tengo problemas para subirla, pero no dejaré de hacerlo. Beso grande!
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Can't Buy Me Love - Parte 17
Can’t Buy Me Love - Gonzalo Higuain fanfic
Parte 17. Esta es la versión en español de Can’t Buy Me Love. Espero que les guste y me digan qué piensan por el askbox! :)
17
Después de escuchar a Marcia, miré por la ventana, pensando en muchas cosas a la vez. Ese día había decidido ir a darle el sí en cuanto a la misión en El Congo. Sentí cosquillas en todo mi cuerpo al pronunciar esas palabras. Tonta idiota sensible, me reprendió mi fuero interno.
—El lunes recibiré más novedades—me contó, y tomó un sorbo de café—. Y el miércoles me enviarán los formularios y fichas de salud—me sonrió. Luego se inclinó y me tomó gentilmente de la mano—. Me alegra mucho que hayas aceptado, Vicky. Sos muy valiente.
Le devolví la sonrisa, pero en mi interior pensé en lo incompatible que era la palabra “valiente” con mi persona.
—Necesitaría también que de hoy en adelante pases más tiempo en el Hospital—dijo—. Vas a tener que desviarte un poco de lo que es tu trabajo en el Centro.
Asentí, comprendiendo. Ya me lo imaginaba.
—No hay problema, Marcia. Tengo que estar preparada—afirmé.
—Muy bien, querida. A lo largo de la semana irás conociendo a los colegas que también nos acompañarán. Te van a encantar. Ya sabes que todos ustedes fueron elegidos por razones en articular, razones que los hacen especiales—alegó Marcia, y yo sentí un ardor en las mejillas—. Ya te vas a ir enterando.
Volví a asentir. Había mucho qué hacer y mucho en qué mentalizarse.
___________________________________________________________
A la mañana siguiente, decidí ir primero al Centro para hablar con el Doctor Mendez sobre los acontecimientos futuros. Sabía que él no tendría ningún problema, ya que cuando le mencioné lo de la misión no había hecho otra cosa que sentirse orgulloso, pero tenía que organizar lo que sucedería con mis pacientes. Mi trabajo en el Centro también era primordial, por muy prometedores que fueran mis demás proyectos, ya que con el mismo, en realidad, había ganado todo mi prestigio médico. No podía desligarme de él así porque sí.
—Deportóloga y próximamente una cirujana pediátrica con todas las letras, ¿cómo se le ocurrió semejante combinación? —me preguntó el Doctor, riéndose.
Yo también me reí.
—Jamás lo había pensado—admití— ¿Está seguro que no quiere que me busque yo misma un suplente?
—Usted no se preocupe, querida. El Doctor Gorey ya accedió a tomar sus pacientes. Muy bien le viene al amateur—señaló, con tono irónico.
—No sea malo—dije, pero también me tuve que reír.
Así que ya estaba todo arreglado. De todos modos, no dejaría de ir al Centro hasta el día del viaje. Encontraría la manera de hacerme algún tiempo entre las residencias interminables en el Hospital. Simplemente me resultaba inevitable. El Centro era mi templo y siempre lo sería.
Saliendo del despacho del Doctor Mendez, me encontré con Mónica. Nos saludamos animadamente.
—Ya casi ni nos vemos—señaló ella—. Pero bueno, eso es lo que pasa cuando tenemos a alguien que nos pase a buscar…
—Callate, tonta—espeté, muerta de vergüenza—. No estoy siendo muy indiscreta, ¿o sí?
Mónica me palmeó el hombro, riéndose.
—No te preocupes—miró a su alrededor—. Todos siguen pensando que sos una oruga asexuada.
Estallé en risas.
—Perfecto—reconocí, sin poder dejar de reír.
— ¿Qué? ¿No sos más una oruga? —me cuestionó, entrecerrando los ojos maliciosamente.
—Ya no sé ni lo que soy, amiga—expresé, sin más.
Mónica ladeó la cabeza, contrarrestando lo que dije.
—Todas somos mariposas alguna vez—alegó, queriendo sonar seria, pero terminó riéndose.
—No tenés remedio, Mónica—proclamé, y me incliné para saludarla—. Me tengo que ir. Nos vemos.
—Cualquier cosa que pase, te aviso. Y por cierto, por favor preguntale a tu sumiso si no tiene algún amigo para mí…—dijo, y me guiñó el ojo.
Me reí.
—No le voy a preguntar nada a… ¿cómo le dijiste? —inquirí, ya algo retraída.
—No seas egoísta. Con un Sergio Ramos me conformo…—expresó, risueña, al mismo tiempo que la saludaba con un beso en la mejilla.
¿Sergio Ramos? ¿Y ese quién era?, me pregunté. Tendría que investigar al respecto. Es decir googlear. Mientras me alejaba, negué con la cabeza. Sólo yo me relacionaba con gente tan extravagante.
Salí del Centro extrañando mi camioneta. No la tendría conmigo hasta quién sabe cuando. Resignada, recorrí la avenida principal camuflada entre el tumulto de gente anónima que invadía la ciudad. Cuántos problemas, cuántos embrollos mentales, cuánto estrés debe haber solo en esta cuadra, consideré. En sí, la gente me agobiaba, pero también me preocupaba.
Mientras caminaba plácidamente por una galería, a la cual no le presté la más mínima atención, escuché el quejido de una voz. Por instinto, me di vuelta automáticamente y divisé a lo lejos a un niño que estaba tosiendo. Por la forma en que lo hacía, comprendí que se había ahogado. Estuve a su lado en menos de lo que canta un gallo.
En un apretón rápido y conciso, logré que devolviera el enorme caramelo que se había tragado. Mi instinto animal de reacción no me había permitido escuchar los gritos de su madre hasta ese momento.
— ¡Oh, por el amor de Dios, caíste del cielo! —oí que gritó no supe bien a quién, pero supuse por la cercanía de su voz que se había dirigido a mí.
Yo me enfoqué en el niño.
— ¿Estás bien, corazón? —le pregunté, agachándome a su altura y mirándolo a los ojos por primera vez. Entonces lo reconocí.
Y creo que él también.
—Te conozco—murmuró en voz muy baja.
Le sonreí.
—Yo también—le dije—. Pero que sea nuestro pequeño secreto, ¿eh? No llamemos mucho la atención—sugerí, y le guiñé el ojo.
El niño se rió y asintió, divertido.
—Muchas gracias, señorita—me agradeció la madre.
Me reincorporé otra vez y le sonreí.
—No es nada, señora—esclarecí, apenada—. Pero tengo que pedirle que por favor vigile los caramelos que le da a su hijo…
Antes de que pudiera terminar, ambos se echaron a reír.
— ¡Pero qué decís! ¡Es mi abuela! —exclamó el niño, sin parar de reír.
Sentí que el rubor invadía mis mejillas. La señora también lo notó.
—No te preocupes, querida, es el mejor halago que me hicieron en la vida… Gracias por eso también—dijo, y se rió.
Volví a sonreír, más apenada todavía. Pero queriendo ya irme, el niño me delató:
— ¡Chau, doctora Casti!
Caminé más rápido, haciendo de cuenta que no lo había escuchado, y una vez lejos, suspiré de alivio. Cerré completamente mi conciencia. No quería ni imaginar quién era esa mujer. Aunque de todos modos ya me lo imaginaba. Ya lo sabía, en realidad.
Sacudí mi cabeza, desechando esa certeza tan chocante, y proseguí con mi camino. Eclipsé mi mente porque sino la misma no haría otra cosa que colapsar. Las casualidades no significaban otra cosa que problemas.
Crucé la calle hacia la plaza, la cual estaba repleta de gente. Sonreí amargamente. Pensar que hacía unos días había estado allí con… sacudí de nuevo la cabeza. Me dispuse a recorrerla lo más rápido posible. Aunque para ello haya tenido que pasar justo al lado de aquella maldita fuente. Mierda.
Enojada debido a alguna extraña e inexplicable razón interior, caminé rápidamente, cegada de cualquier percepción exterior. Sin embargo, como siempre sucedía, algo iba a interrumpir mi cometido.
Aunque estaba cegada, ya lo había vislumbrando por el rabillo del ojo. Lo que me faltaba en ese insólito día.
— ¡Vicky! —exclamó, con esa voz que yo tanto odiaba, tan gruesa, tan desafinada y tan poco armoniosa. Me detuve en seco, resignada. Que alguien me mate, imploré—. ¡Vicky! —volvió a llamar.
Me di vuelta. No soy sorda, imbécil, quise decir, pero no lo expresé en voz alta.
Estaba sentado en la fuente. Al verme reaccionar, se reincorporó con ese ademán inútil y tan poco agraciado, propio del hombre desgarbado que no practica deportes, y me miró con esa expresión de perro lazarillo que yo tanto recordaba y odiaba. Se me acercó.
—Pensé que no me habías escuchado, Vicky—dijo, y me sonrió tontamente.
Intenté esbozar una sonrisa. Me salió tan falsa que la deshice enseguida.
—Franco—lo reconocí, e instantáneamente se desvaneció de mi persona cualquier voluntad de entablar una conversación.
— ¿Cómo estás? —me preguntó. Se me hacía imposible mirarlo a los ojos sin sentir desprecio. Bueno, en realidad cualquier mujer lo hubiera encontrado bastante atractivo. Aunque era alto y desgarbado, su rostro y porte estaban dotados de cierta belleza mundana. Llevaba el cabello oscuro un poco largo, peinado en un jopo, y sus ojos verdes chispeaban al encontrarse con los míos. Suspiré. Tenía que evitar ser tan aprensiva. Sí, él era Franco Niggel. Pero seguía siendo sólo un ser humano.
—Bien—respondí. Nos quedamos mirándonos. Oh, mierda, cierto que tengo que mostrar interés, recordé, y amplié mi respuesta—: Yendo a trabajar. ¿Y vos?
—Yo también, ¿vas al Garrahan?
Cómo carajo sabés que trabajo en el Garrahan.
  —Sí.
—Ah, bueno, porque yo tengo que ir al profesorado que queda para ese lado. Vayamos juntos—propuso.
No sabés qué placer me genera tu propuesta. Si es que con placer nos referimos a ganas de tirarse de un barranco al mar.
  —Claro.
—Hace mucho que no te veía. ¿Cómo va eso de la cirugía pediátrica? —me preguntó, mientras empezábamos a caminar.
Qué te importa.
  —Bien, estoy haciendo la residencia. ¿Vos?
—Ya sabés, estoy haciendo el profesorado de Geografía… me cuesta bastante, no soy tan genio como vos…—se río—... pero bueno, de algo se tiene que vivir…
Suspiré. Esto sería una tortura.
Franco me atosigó de preguntas durante todo el trayecto. Por suerte, eran preguntas que se podían responder con monosílabos, por lo que decidí empezar a responder al azar para ocupar ese tiempo en pensar en cosas más importantes. Como por ejemplo, en nada.
En ese momento, justo cruzamos la calle que se desviaba al medianamente conocido por mí “barrio de los rascacielos ricachones”. Mientras Franco me preguntaba si sabía algo de alguno de nuestros ex compañeros de curso, noté bastante alboroto en lo que era la esquina de esa calle. Varias personas se acercaban, murmurando entre sí, curiosas. Fruncí el ceño. Divisé a lo lejos una patrulla de policía. ¿Qué pasó?, me pregunté.
Justo en ese momento, en medio de aquella reunión de voces que murmuraban al unísono, se distinguió una en particular:
— ¡La puta madre! ¿Y ustedes qué miran?
Oh, mierda.
  —Vicky, ¿a dónde vas? —oí preguntar a Franco, pero ni me molesté en contestarle. Ya me había adentrado en aquel disturbio de gente curiosa.
Me abrí paso entre la multitud, hasta que me encontré con el escenario del hecho: frente a mis ojos había un Audi completamente abollado en el frente al cual lo estaban separando de una camioneta Ford que había quedado casi totalmente destruida.
Lo busqué con la mirada. Vislumbré que un policía lo estaba ayudando a salir del auto, a él y a su acompañante, que era un hombre joven.
Quise acercarme, pero otro policía me detuvo.
— ¿A dónde cree que va, señorita? —me preguntó—. Es un choque. ¡No puede acercarse!
Aunque era corpulento, me animé a apartarlo de mi camino.
— ¡Soy médica! ¡Córrase, por favor! —le insté.
El policía suspiró y me dejó pasar. Me acerqué corriendo al auto, que empezaba a largar humo, y vi que ya estaba fuera. De todos modos, me abrí paso entre los policías y me planté frente a él.
— ¿Estás bien? —le pregunté.
Gonzalo se percató de mi presencia, y al verme, abrió los ojos como platos.
— ¿Qué hacés acá? —me preguntó, malhumorado.
Fruncí el ceño.
—Montaste un espectáculo en medio de la calle, ¿cómo querés que no me de cuenta? —le cuestioné, ya perdiendo la paciencia desde el primer instante. Lo tomé por los brazos, examinándolo— ¿Estás bien? ¿Recibiste algún impacto? ¿Por qué no tomás asiento?
Él se apartó de mí y me miró soberbiamente.
—Qué importo yo, ¡mirá cómo quedó mi coche! —exclamó, y le echó una mirada lastimera al vehículo.
Lo miré totalmente indignada.
—No puedo creer que te preocupes por esa mierda ahora, ¡te podrías haber matado!
— ¡No fue culpa mía! ¡Fue el idiota de la camioneta! —gritó, señalándolo vehementemente.
Miré al conductor de la camioneta y volví a mirarlo a él, llena de rabia.
— ¡Es un pobre anciano, pedazo de inconsciente!
— ¡Y entonces qué carajo hace manejando un auto!
— ¡Ey, ey! Dejen de pelear, fue un accidente—interrumpió su copiloto. Lo miré. A diferencia de Gonzalo, se encontraba bastante calmo. Me pregunté quién sería. Luego desvié la mirada.
Toda la multitud nos estaba mirando atónita. Nos habían escuchado. Sentí un ardor en las mejillas.
— ¡Es esta ilusa, que prefiere defender a ese maldito viejo que casi nos mata! —impugnó Gonzalo, sin calmarse ni un poco. Volvió a echarle un vistazo al vehículo accidentado— ¡Mi auto! —volvió a exclamar, y creí por un momento que se largaría a llorar.
—Tranquilo, flaco, es sólo un coche—intentó tranquilizarlo su acompañante—. Ya lo vamos a arreglar…
Gonzalo lo miró con ira.
— ¡Sí, decís eso porque no es tuyo, boludo!—arremetió— ¡No digas huevadas!
El chico se impuso ante Gonzalo, mirándolo con arrebato. Ese gesto sólo podía demostrar que él era mayor.
—Bueno, a mí me bajás el tonito, pendejo, ¿eh? Que enseguida te bajo los humos de un saque…
— ¡Bueno, basta! —les pedí. Después lo miré especialmente a Gonzalo—. Y vos calmate un toque, ¿escuchaste? Alterás a todo el mundo.
El chico se echó a reír.
—Este es un pelotudo—dijo, acercándose a mí—. Creo que no la saludé, doctora. Soy Federico—se presentó, y se inclinó a saludarme.
—Un gusto, Fede—lo saludé amigablemente; no supe por qué, pero me inspiraba confianza. También me pregunté cómo sabría quién era yo— ¿Estás bien?
—Sí, no nos pasó nada—miró a Gonzalo—. Aunque me parece que éste se golpeó bastante la cabeza…
Gonzalo lo miró con mala cara.
—Se llevan bastante mal para ser amigos—comenté curiosamente.
Federico se echó a reír. Gonzalo se limitó a fruncirme el ceño.
— ¿Amigos? Ojalá—dijo éste primero—. Así tal vez no me lo tendría que fumar tanto. Lamentablemente salimos de la misma placenta.
Levanté las cejas, sorprendida. Ese día no acertaba ninguna.
— ¿Es tu hermano? —le pregunté a Gonzalo.
Él asintió de mala gana. Para ser tan simpático, era bastante malhumorado también.
En medio de aquel lío, pensé en todo lo que me había pasado en esa escasa hora. Necesito mi camioneta otra vez, pensé. Caminar por el mundo, mezclándome con todos, no era lo mío. Simplemente no podía creer en todas esas casualidades. Así que decidí denominar aquel trayecto como “el camino de las tragedias”.
  —Qué pena que no me conozca, doctora—dijo Federico—. Este rufián me vive hablando de usted pero no le debió decir un pepino de mí.
Gonzalo puso los ojos en blanco y se alejó de nosotros, destilando cólera y murmurando una maldición.
Me reí entre dientes.
—No te equivocas—afirmé, algo ruborizada por lo que el hermano había revelado.
— ¿Cómo hace para aguantarlo? Es el ser más denso sobre la Tierra—me preguntó Federico.
—Por favor, me podés tutear si querés—le pedí—. Y en cuanto a lo otro… diría que no tengo ni idea—me reí.
Él también se rió.
—No, igual tengo que ayudarlo en esto…—consideró—. No es tan malo como pinta, solamente que tiene un carácter de mierda a veces—dijo, riéndose—. Igual yo ya te conozco de antes. Atendiste a mi compañero de equipo Matías Sánchez.
Entrecerré los ojos, buscando en mi mente.
—Creo que lo recuerdo… ¿del Colombus Crew? —le pregunté.
—Exactamente—afirmó—. Me acuerdo que se había venido hasta acá destruido, incluso bastante deprimido, y volvió en menos de un mes como nuevo. Hacés maravillas.
—Gracias. En parte es la innovación médica que supone el Centro, que es realmente la solución del deportista moderno—especifiqué, orgullosa de mi trabajo— ¿Cómo se encuentra él?
—Está muy bien. Ahora lleva una nueva vida, y al verlo tan bien se me ocurrió preguntarle de quién había sacado esos consejos. Y me contó de vos y el Centro, y bueno, tuve que ayudar a alguien—le echó un vistazo a su hermano, que estaba hablando con un policía y mirando a su auto con tristeza. Miré a Federico, entrecerrando los ojos. Me sonrió— ¿Quién crees que le recomendó tu ayuda a Gonzalo?
Me le quedé mirando. Luego asentí, comprendiendo.
—Guau, Federico. Sos el culpable de toda mi desgracia—confesé, y me reí. En verdad lo era, corroboré mentalmente.
Se río.
—Perdón por eso. En serio—dijo, y volvió a mirar a su hermano—. Mejor voy a ayudar a ese chiflado. Ya vengo.
Le sonreí y lo observé alejarse. Ese día iba a llegar a su fin sin dejar de sorprenderme.
Hablar con el hermano de Gonzalo me había tranquilizado un poco, pero antes de que pudiera confirmar aquel estado, Franco apareció a mi lado.
— ¿Qué fue todo eso? —me preguntó, alarmado.
—Nada, no pasa nada—le aseguré, fastidiada, y me percaté de que a mi alrededor ya se estaba calmando el asunto. Ya no había tanta gente.
— ¿Quién es ese chabón? ¿Lo conocés? —volvió a preguntar en tono acusativo, como siempre lo hacía cada vez que me veía con un hombre.
—No molestes, Franco, no es de tu incumbencia, ¿por qué no te vas al profesorado? —le sugerí, entrada en enojo.
—No hasta que me digas quién es. De algún lado lo tengo…—volvió a mirar a Gonzalo, entrecerrando los ojos.
Resoplé, impaciente.
— ¿Podrías irte? ¿No ves que estamos en medio de un accidente?
— ¿Y vos qué tenés que ver con eso? ¿Acaso es tu novio? —me cuestionó, mirándome con mala cara.
Los ojos casi se me salen de la cara.
—Escúchame una cosa, pelotudo ambulante: no tenés ningún derecho de meterte en mi vida, y mucho menos de faltarme el respeto así. ¡Así que alejate de mi vista, no te quiero ni ver!
Me tomó del brazo posesivamente.
— ¿Qué? ¿Vos te olvidás de todo?—me preguntó, y para mi propio espanto, me guiñó el ojo—. Algún derecho debo tener después de lo que vivimos… Además dije que te iba a acompañar al Garrahan…
— ¡No quiero que me acompañes una mierda! ¡Soltame! —le insté desprendiéndome de él, tal vez exagerando un poco ya que no me estaba maltratando, pero ese idiota sólo me provocaba violencia.
—Pero vos... —empezó a decir, pero una voz lo interrumpió:
—Creo que la señorita dijo que la sueltes.
Franco y yo nos dimos vuelta. La expresión de Gonzalo no podía expresar más desprecio, sumándole el hecho de que ya estaba de mal humor.
Le dedicó a Franco una mirada antagónica.
— ¿Quién mierda sos vos? —le preguntó severamente, con una voz que causaba miedo.
Supe que en ese estado de ira él sería capaz de cualquier cosa, así que para evitar un conflicto me interpuse entre ambos.
—No, Gonzalo, no vale la pena…—le murmuré.
—Ah, ¿lo conocés a este boludo que no sabe ni manejar? —alegó Franco, bruscamente.
— ¡¿CÓMO ME DIJISTE, HIJO DE PUTA?! —insultó Gonzalo, totalmente fuera de sí, y se abalanzó sobre él.
— ¡BASTA! —grité, desaforada, y con una fuerza sobrehumana que no sé ni de dónde saqué, tomé a Gonzalo por los brazos y lo detuve. Él me lanzó una mirada asesina, pero luego de unos escasos instantes, en el que ambos nos hundimos en una sola mirada, percibí que suavizó, aunque muy levemente, el semblante, y resopló, como conteniéndose. Él mismo me lo había dicho: siempre necesitamos que alguien nos sostenga para no caer en la locura. Percibiendo que su respiración se calmaba, volteé el rostro, y me dirigí a su contrincante—: Andate, Franco.
—Sí, antes de que vomite—dijo Franco, muy cruelmente—. La verdad es que me decepcionas muchísimo, Victoria. Pensaba que no eras una cualquiera.
Y dicho esto, se fue, resoplando de fastidio.
Me volví hacia Gonzalo.
—Calmate…—le pedí, lo más delicadamente que pude, para lograr convencerlo de ello.
Me miró durante unos segundos, en el que le empezaron a brillar los ojos, e inesperadamente, puso su mano en mi mejilla. Luego abrió la boca, como queriendo decir algo.
—No, no digas nada—le ordené—. No hasta que te tranquilices.
Se río suavemente entre dientes y me sonrió, con esa sonrisa torcida que calaba hasta lo más profundo.
—Ya estoy tranquilo—aseguró. Sin embargo, de repente, su sonrisa se desvaneció y retiró su mano de mi mejilla. Yo, intimidada por su distanciamiento, lo solté— ¿Quién era ese estúpido? —me preguntó.
Los nervios me invadieron. Tragué saliva.
—Es un ex compañero de curso—expliqué.
— ¿Y qué es eso de que “tiene algún derecho después de lo que vivieron”? —masculló, frunciendo el ceño.
Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Mi mente ya no daba más.
—Mira, no es importante, en serio…—intenté decir.
—Victoria—sentenció él—. Decime quién es y qué tiene que ver con vos.
Lo fulminé con la mirada.
— ¡En todo caso no te importa! —exclamé. Toda mi paciencia se había acabado ya— ¡No tenés derecho a pedirme explicaciones!
Él se acercó a mí, mirándome con vehemencia.
— ¿Qué? ¿Él tiene más derecho que yo? —cuestionó.
Toda su tranquilidad se fue por la borda. Y la mía también.
— ¡Por el amor de Dios, déjenme en paz!—proferí— ¡Franco, vos, y todo el mundo, DÉJENME EN PAZ!
Gonzalo se acercó a mí y me sostuvo de la misma manera que yo lo había hecho hacia unos instantes.
—Victoria—volví a decir—. Contestame eso y te dejo en paz—lo miré, arrebatada, buscando compasión—. Contestame o no te vuelvo a habl…
—Fue un compañero de escuela con el cual tuve algo, ¿está bien? —interrumpí rudamente—. Y lo odio con todo mí ser porque una vez se aprovechó de mí, estando yo en estado de ebriedad, y me besó a la vista de todo el mundo—tomé un respiro; estaba hablando muy rápidamente—. Desde ese día se piensa que tiene algún tipo de poder sobre mí, ¡pero no! ¡No lo tiene! ¡Y nadie tiene ningún poder sobre mí, ¿sabes?! ¡Nadie! ¿Eso es lo que querías saber?
Respiré con dificultad durante unos momentos. Él apretó los labios y bajó la mirada.
—Tendría que haberlo golpeado—susurró. Movió la cabeza de un lado a otro, meditabundo—. La sola idea de que estés con otro hombre me enferma…
Volví a respirar con dificultad. Estaba al borde de las lágrimas.
— ¡No tiene por qué enfermarte!—puntualicé.
— ¡Bueno, pero me enferma igual!—exclamó él— ¿Qué querés que haga, Victoria? ¡Decime qué querés que haga!
— ¡Ya te lo dije! ¡Que me dejes en paz! —arremetí.
— ¡Por Dios, no dejan de pelear un segundo!—interrumpió Federico, que recién había aparecido—. Si siguen así, se van a terminar casando…
Gonzalo y yo lo fulminamos con la mirada.
— ¡CALLATE! —gritamos los dos al mismo tiempo.
Federico levantó las manos, en señal de paz, y retrocedió unos pasos.
—Está bien, está bien…—murmuró—. Estos están todos locos…
—No importa, yo ya me voy—aclamé, determinante.
—Bueno, te veo mañana—dijo Gonzalo.
Abrí los ojos como platos.
— ¿Qué?
—Como escuchaste.
— ¡No, no te quiero ni ver!
—Bueno, pero yo sí.
— ¡Me importa un cuerno!
—Nos vemos, Victoria.
— ¡Andate a la mierda!
—No puedo, ni siquiera tengo coche.
—Entonces no podrás ir—sonreí maliciosamente.
—Ya buscaré la manera.
— ¡Bien! —farfullé, con un bufido.
— ¡Bien! —bromeó él.
— ¡No te burles de mí!
—Tranquilizate, Victoria.
— ¡Estoy muy tranquila! —dije y lo pasé de largo, acercándome a Federico.
— ¿No me vas a saludar? —preguntó Gonzalo.
—No—respondí secamente. Me incliné a darle un beso en la mejilla a su hermano—. Chau, Fede. Un gusto conocerte. Me alegra que la estupidez no sea genética.
Federico se echó a reír.
—Me caes bien—admitió, sin dejar de reírse—. Nos vemos, Becky.
  Le sonreí y me volví, ya yéndome. Al hacerlo, me choqué con Gonzalo pero no me importó y seguí.
—Nos vemos—dijo él, divertido. Me enfermaban sus rotundos cambios de humor.
En sí, él me enfermaba.
________________________________________
Me fui a dormir inquieta, con esa sensación extraña que sentía a veces sobre que ésa era la última noche de algo. Era muy difícil de explicar. Era tan difícil de explicar como todo lo que había ocurrido ese día.
Las casualidades, los infortunios, los hechos sin explicación… constituían en verdad grandes problemas. No supe cómo tomármelos. Tal vez eran una especie de advertencia. O tal vez mis miedos los convertían en advertencias. O quizás era común que esas cosas pasen, ya que la vida no es perfecta.
Al fin y al cabo, salir al mundo significaba eso, ¿no? Tener problemas.
Ya recostada en mi cama, me sentí distinta. ¿Qué pasaría mañana?, me pregunté. Temblé de frío. O temblé de miedo. Tenía que relajarme un poco. ¿Pero cómo?, me volví a preguntar.
Justo en ese momento, mi celular vibró en la mesita de luz. Esto ya es demasiado, pensé. Pero luego recordé que nunca nada es demasiado.
Tomé el celular. Era un mensaje de texto, proveniente de… oh, mierda.
Que conste que nada fue mi culpa. Bueno, tal vez un poco sí, pero eso no importa. La cosa es que mañana nos vamos a ver y sólo quería desearte buenas noches. Aunque la verdad es que no puedo dormir. Pero bueno, eso tampoco importa. Lo que importa es que lo voy a lograr, ¿sabés por qué? Porque siempre lo hago. Y a pesar de todo, aunque a veces no sepa ni cómo comenzar, ni cómo seguir, ni cómo terminar, nunca en tu vida olvides que siempre encuentro la manera. Siempre. GH
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I heard great stuff about your stories but I cant find them anywhere...:-( wheres the link please? :-)
Here you have: http://gonzaintheskywithdiamonds.tumblr.com/tagged/cantbuymelovefanfiction
Enjoy! hope you like my story.
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Chapter 16 was perfect! You're a great writer my dear! Can't wait til you upload chapter 17!
Thank you so much! Soon, don't worry ;-)
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Hola! Me gusta mucho tu fanfic, y además es el único que he podido encontrar (bien escritor) de Higuaín. Conocés algún otro sobre él que me puedas sugerir?
Muchas gracias! Sinceramente no, perdón por no poder ayudarte. Las mejores están escritas en inglés. Una que me gusta mucho es "The only exception" escrita por fridayfirst.tumblr.com, si podés llegar a leerla te la recomiendo. Lamento no poder ayudarte mejor, un beso!
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heeey where are you??? hope you're doing great. I can't live without your story. when are you going to update it?:)
I just updated chapter 16. Enjoy!
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¿Sos de Argentina y no te gusta Messi? Guau, ¿qué tipo de jugadores te gustan? ¿Cuál es tu favorito?
Messi me parece un grandísimo jugador, una leyenda existente. Pero bueno, el estereotipo de ser argentino y amarlo con locura no me describe. Gonzalo Higuaín y CR7 son mis jugadores favoritos. Soy madridista e hincha de River Plate. Por ahí eso responde a tu pregunta :)
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I love your Gonzalo fanfic! It's the best I've ever read; good grammar, nice flow and simply an awesome story! Patiently waiting for more :)
Thank you SO MUCH for your words. This means a lot to me. You can now read chapter 16... if you still think the same about my fanfic ;-) jajajaja
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Quiero el capitulo 17!!!!! estoy en plena agonía(? porfa!! subi un capitulo, solo unito! ja
Hoy a la noche subo :)
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Can't Buy Me Love - Part 16
Can't Buy Me Love - Gonzalo Higuain fanfic
Part 16. Read and tell me what you think! :) There's algo a spanish version.
16
Lourdes Mario and approached us. Gonzalo got up and offered me his hand so I did the same too.
  “Hey! You don’t meet a footballer every day!” cheered my best friend's boyfriend, outlining his perfect smile. Mario was tall, athletic and with tanned skin, due to long hours in the sun of the deserts. His Arabic features gave him a quite exotic and unique air. It was amazing the beautiful couple he made with Lourdes, as if their beauty was coordinated to perfection.
  Once with us, Gonzalo offered his hand to him and greeted amicably.
  “Gonzalo, nice to meet you, che.” He introduced himself.
  “Yeah, we really know who you are.” said Mario, laughing.
  “Gonzalo, she's my best friend Lourdes and he’s her boyfriend and my friend too, Mario.” I duly presented, pointing to each.
  “Enchanted.” Lourdes greeted him, giving him a kiss on the cheek. “Vicky told me much about you.”
  Gonzalo raised his eyebrows in surprise and smiled. I started to feel the typical burning in my cheeks. I gave a stern look to Lourdes.
  “Except the most important thing.” intervened Mario, becoming offended “How didn’t you tell us that he was the Pipa Higuain? That’s not okay. I would have brought my t-shirt.”
  “You have a Messi t-shit.” I reminded him. We all laughed. “Why do we owe the pleasure of your visit?” I asked the couple.
  “Simple, we were shopping and smelled your cupcakes.” Lourdes said with a laugh. “And well, we missed you. I hope we’re not interrupting anything...” She elbowed Mario and they looked each other as accomplices.
  “Not at all.” said Gonzalo quickly. “What is more... maybe you can help me to snatch her a couple of cupcakes. She refused all afternoon to give me one.”
  Mario and Lourdes laughed. The very friendly guy was starting to gain them.
  “That's impolite, Victoria Castell.” Lourdes chided me while she was heading into my house. “Right now I'm going to steal them.”
  “I agree.” said Mario and followed her.
  Before going too, Gonzalo gave me a smile.
  “Your friends have spoken.”
  “Is that they’re not ready yet.” I argued in my favor, and shut the door behind me.
  “That’s true.” said Lourdes from the kitchen. She and Mario returned to the living room. “We declare you innocent.”
  I rolled my eyes.
  “Thanks!” I exclaimed.
  “What were you drinking?” Mario asked, taking a seat at the table in the living room.
  Gonzalo also sat down.
  “Mate” He replied. “If the lady is about to heat more water, I make some to you, if you want.”
  “What kind.” Lourdes flattered. “You heard your guest, Vicky. C'mon, I’ll help you.”
  She took me by the hand and led me into the kitchen.
  “And, Gonza?” I heard Mario said. Judging by the noise, I think he gave him a friendly pat on the shoulder. “When will you return to play? I heard you injured your knee or something.”
  “Well, yesterday they told me that next week I can return to the team.” told Gonzalo very friendly; as if he did not care about the fact that a complete stranger had a prior idea about him. “So I’ll train a lot to be for El Clasico.”
  “What a match, huh? But you’ll win for sure, Barcelona isn’t the same now...”
  And so they kept talking very animatedly about guy stuff. There would not have any problem between them, because they both were very outgoing.
  As I put the kettle on, Lourdes pushed me with the waist.
  “Mmm...” She murmured, mockingly.
  “What?” I asked indignantly.
  “I'm going to pass over the fact that you didn’t tell your best friend that Gonzalo was actually Gonzalo Higuain if you stop making the silly and confess that you like this guy more than breathing.”
  I opened my eyes widely.
  “Shhhhh!” I urged her to shut up. “Lourdes, are you fucking crazy?”
  “You're crazy.” She said. “For him.”
  I shook my head.
  “That’s not true.” I countered firmly. “By no means.”
  “Oh, for the love of God, Victoria!” yelled Lourdes, totally outraged. Again I reminded her to lower the voice. “Well, excuse me.” She whispered. She approached me. “Don’t deny it. You can’t lie to me. I saw how you looked at him. And I put my hands on fire that he looked at you in the same way. Moreover, you don’t imagine how cute you look together...”
  “You're talking bullshit.” I argued, already angry.
  “Please, Vicky... It's the first time you live this, my friend. I wanna help you.”
  “You help me so much not saying much bullshit.” I attacked again. “I won’t be with him just because you think ‘we look cute together’.”
  Lourdes sighed.
  “Don’t lock yourself into a Chinese wall. If I didn’t know that you like him, I wouldn’t bother you. I know a lot of this, Vicky, and...”
  “Well, but I don’t know anything!” I interrupted annoyed, and went to the kitchen cabinet.
  Lourdes sighed again. After a few moments, while I was looking for a packet of sugar in the cupboard, I noticed her footsteps behind me. I felt she hugged me.
  “Do you know how good it would be for you to open your heart at least once?” She said quietly. I surrendered to her affection, and feeling the first tears in my eyes peeking, I accepted her hug and put my hands over hers, which were tenderly around me. “It would end the sadness, Vicky, that damn sadness that haunts you day to day and makes you decay, obscuring the beautiful person you are...” She passed her head gently on my back and placed a kiss on my shoulder. “I'm not saying this guy is the love of your life, Vicky. Maybe he won’t be anything for you. But don’t close yourself, my dear. Someday you have to give life a chance; you have to allow yourself to be loved... You might think that love is very overrated, but tell me, an empty life, so empty of it, would be more worthwhile than try it at least once?”
  “I can’t, Lourdes.” I expressed in a weak voice. “Simply I can’t.”
  “You're denying, as always. Today I observed you carefully. I noticed how you looked scary at Gonzalo, with that face you always make when someone tells you you're doing something wrong, or when you looked for me in the classroom, at school, do you remember? You looked for me from the other side of the room, quite far because the teacher separated us, because you felt bad and needed me. You look at Gonzalo in the same way.”
  “I'm not ready, Lourdes. I'll try it someday, when I grow up or when I simply overcome all my problems, but not yet. Much less with Gonzalo.”
  “Seriously, my love. Don’t feel that I'm pushing you with this. I just want to stop seeing that sad look on your face. I swear that it gets me sicker every day; I suffer horrors every time I look at you. If you don’t like this guy, I understand. Maybe I'm wrong. But I hate that you're always sad. You are like this since I've known you, a thousand years ago. I want to come here and see that you look at Gonzalo or any other boy with alight eyes, carefree... And you have beautiful eyes, my friend. Stop locking yourself in you. Stop hiding what you feel. Love, affection, cute things exist; they’re not an invention of the books that you read so much. Seriously, I repeat: this is not about the guy who is talking to my boyfriend out there. But it’s likely that perhaps in the depths of your soul you like him and you’re repressing that, because you’re a masochist, like you’re just in love with your sadness. Enough, Vicky.”
  I nodded, understanding.
  “When I’m ready.” I said, not wanting to reveal much. It was hard for me to navigate with ease in these personal situations, like I was the only human being unable to express her feelings.
  “Well, that’s enough for me. For now.” She emphasized and gave me a slight pat on the face. “Anyway, you progressed a lot. You let him come into your house.”
  I laughed bitterly.
  “Did you see? I'm not so bad.” I commented, approaching the oven. The cupcakes were ready. When they got to the surface, they flooded the atmosphere with an exquisite aroma. Hope this make me wanna eat something, I thought.
  “That's good. To invite a man to your place isn’t indiscreet, my friend. Unless that, well... you know.” She laughed.
  I had to laugh too. Tears drained into my eyes again, keeping themselves for another opportunity.
  “That will be a real dilemma.” I said, with double intention, and trying not to think about it.
  “You’re still a little girl. You’re developing. The first thing now is that you stop being afraid of people, mostly men.”
  I sighed, wishing a different life.
  “The first thing now is these cupcakes.” I said, determined to end the debate on my emotional life.
  Lourdes helped me to carry the famous cupcakes and everything needed to continue drinking mate to the living room table, where the gentlemen present were chatting as if they knew each other from all life long.
  “... And then I told Favalli <<because of that boomerang-shaped bone shit you found while you were drunk you made us come to the ass of the world thinking that we would find a dinosaur and we come to find out that it's actually an old rhino horn, go and fuck yourself, man…” told Mario, laughing.
  Gonzalo burst out laughing.
  “What the fuck? Have you gone to Africa only for a horn? I would send him to hell.” He muttered, laughing.
  What gentlemen, I thought.
  “Seriously, man. It was a wasted trip, and we were so excited and all...” Mario became aware of our presence and smiled at his girlfriend. “I had to get away from my sweetie almost a month because of a delirious drunk, I should have killed him...” He extended his hand to her, inviting her to come, and Lourdes inclined to give him a brief but tender kiss on the mouth. Diuuu, I hated mentally, upset about that flashiness. I took a brief look at Gonzalo, who rolled his eyes but did not seem uncomfortable. “At least he was fired.” added Mario, and we all laughed.
  Gonzalo was sitting in the end of the table as if he was the house owner, for my own annoyance, Mario was in the left side and Lourdes in the right. Well, they are more interested in talking to him, I thought, and resigned, I sat next to Mario, as far as possible.
  “How crazy that palaeontology thing.” said Gonzalo while he prepared the first mate. “You might meet with many disgusting bugs... I'd rather run a thousand minutes before that...”
  Mario and Lourdes laughed. They looked fascinated. Surely they already loved him.
  “At first it's horrible, you suffer hunger, cold, you're in the middle of nowhere... but then a prehistoric skeleton or an unidentified fossil appears you manage to reveal things from the past of humanity and well... that's priceless.” said Mario, proud of himself. “Must be the same as you feel when you're in a stadium full of people who yells at you.”
  “Sometimes they yell ugly things at me.” stressed Gonzalo, wincing.
  “What ungrateful people.” said Lourdes. “You are there running like crazy men, and they insult you as if there was no tomorrow, but of course... then you make a goal and for them you are the geniuses, the idols...”
  “The story of my life!” said Gonzalo, and they made a “gimme five” affably. Mario laughed.
  “Don’t believe her! She actually hates football and if she knows something, it’s because she has to put up with me every Sunday watching the thousand hours of Futbol para todos*...” (Note:* <<Futbol para todos>> is an Argentinean tv section where everyone can watch all the football matches of the Argentinean league for free).
  “Yeah, it makes me sick.” said Lourdes, biting her lip with nuisance. “It seems that he loves Ramon Diaz more than me...”
  “Are you a River fan?” Gonzalo asked, surprised. Mario nodded, pleased. “Awesome.” He said and they made a “gimme five” too.
  I looked at my hands. I had nothing to offer in that lovely group.
  “The first mate is for the hostess and exemplary cook, Victoria Castell...” Gonzalo said and handed me a mate.
  I took it without making any comment.
  “Don’t get ahead.” said Mario. “We haven’t tried her creations yet...” Then he took a cupcake and brought it to his mouth. “Mmm... Excellent, my friend! The best thing I ate in years...”
  “Hey, yesterday I made lasagna...” recalled Lourdes, pretending to be offended. “But yes, they are delicious, Vicky. I want a dozen for my birthday, okay?”
  “All right.” I said, speaking for the first time since I sat down, and tried to smile. I also took one to distract myself. I glanced that Gonzalo was testing one.
  “Mmm...” He savoured, deliberating. “Well, it was worth the visit...”
  Mario and Lourdes laughed with amusement. Yeah, they love him, I thought bitterly.
  “Che, Gonza, in which part of Madrid do you live? Because my parents also live there.” Lourdes asked.
  “In La Moraleja. But I’m going to move away, so I don’t know where I'm going to stop.” said Gonzalo, laughing at the end.
  “Ah, yes, I know where that is.” Lourdes nodded. “Rich are, huh?” She looked at my direction. “You rub shoulders with wealthy people, Vicky...” She said, and laughed.
  I dedicated her only a crooked smile.
  “Madrid just lacks a sea to be a perfect city.” said Mario.
  Gonzalo nodded.
  “So true.” He agreed. “Although it’s not a good place to go for a refuge. You live quite piled there.”
  “You know what place is good? Ibiza!” exclaimed Lourdes, laughing.
  The other two laughed, with those faces of complicity that only lucky people know to sketch. I leaned back a little in the chair. Simply I had nothing to say. As usual, I was the scum of the sociable time. But on the other hand, I was happy that at least they could get on well.
  Mario, Lourdes and Gonzalo kept talking about different parts of the world, among which I could rescue Mexico City, Milan, London, Miami, Paris, New York and others, because I was not paying much attention. I devoted myself to drink mate, immersed in my own thoughts. If I was going to Congo, I would leave the country for the first time in order to help humanity. Even in the travel aspect I abstained myself to enjoy. Instead they travelled for pleasure, because they wanted to, because they could. Because of their jobs, in the worst case. In Congo I would get rid of any kind of satisfaction. I can not get satisfaction from the misfortune of others. I go because it was my duty, my primary concern as a human being. I feel so overwhelmed, too different from those three people sitting at my table. I wanted to have that unconcern they had. While I had the instinct of duty, they spent their time looking for the personal enjoyment, the good time, the delight. The life.
  I sipped the mate bulb quite absorbed. Stop thinking like a lunatic, my gut told me, you're as insignificant as them.
  I laughed at my own cruelty. No, they were not insignificant. They were great human beings. Their lives were great.
  “Before you leave, Gonza, you should come to dinner with us.” invited Mario, who then turned to me. Oh, no, don’t involve me in this, man. “Take him home on Friday, Vicky.”
  Too late.
  “Well...” I began. Before I could answer something coherent, I felt the pain of a kick under the table. I looked at Lourdes, who looked at me pretending to be indifferent, and containing the pain I finally answered: “Sure, no problem.”
  Mario smiled.
  “Awesome.” He glanced at his watch. “It's late, isn’t it, my love? We have to go.”
  The couple stood up, but before going to the door, they said goodbye to Gonzalo.
  “Nice to meet you, Gonza.” Lourdes said, greeting him with a kiss on the cheek.
  “The same to you.” He answered. Then he turned to Mario and he greeted him with a friendly handshake. “Nice to meet you, che.”
  “See you on Friday, huh? Don’t let us down, champion.” Mario said, laughing.
  I accompanied them to the door. I greeted them both, and before leaving, Mario whispered to me:
  “Take care of yourself, huh?”
  I looked at him with a bad face and hit him on the shoulder.
  “Get out, you fool.” I said, and I could not help laughing.
  I had not closed the door when I found myself suddenly with Gonzalo in front of it.
  “I have to go too.” He said. He gave me a crooked smile, my favorite. “Thanks for the cupcakes. You were really quiet, though.”
  I rolled my eyes. Then I realized that we were too close to each other.
  “You all are too nice for me.” I said, and smiled.
  He stepped closer. I had him only a few centimetres away.
  “You're too perfect for me.” He said and put his hand on my cheek, stroking.
  I shook my head. I did not like to hear that.
  “Don’t say that.” I put my hand over his hand, intending to remove it, but unconsciously I left it there.
  “I see you, then.” He recalled, and his eyes sparkled.
  “Yeah, I have to take you...” I nodded, with feigned reluctance.
  He laughed musically. His voice detonated parameters of what male and beautiful it was.
  He leaned over to greet me with a kiss on the cheek, which lasted perhaps more than it should. Itself penetrated my skin and slid down my body, making me feel the most perplexing tickle of my life.
  I sighed, expressing him to stop, and he obeyed without complaint. We looked at each other for a moment.
  “Bye, Gonzalo.” I said and opened the door.
  “Bye, sweetie.” He said, and walked out the door laughing.
  I shook my head in disbelief.
  “What an idiot...” I muttered, but surely he did not hear me.
  _________________________________________________________
    I decided to go to bed early, to mitigate the nerves. If I kept ignoring my state I would probably end in another relapse. I sighed. Why did everything have to be so complicated in my life?
  I pulled out of the closet my pink nightgown. I laughed alone. I could not believe I was still using that awful and virginal pyjama. Then, in that moment, I realized something startling: that damned nightgown had witnessed most of my relapses. I did not need it at all. I looked at it with contempt and threw it to the floor. You had enough, I thought.
  I went to the closet and pulled out a narrow box that was still wrapped in its gift package. It had an inscription that read: <<For special occasions ;-) Love, your friend, Lourdes >>.
  I almost had a fit of laughter. I had completely forgotten about that gift. I opened it, finally. It had a giant and bright Victoria's Secret embodied in the box. Inside of it, there was a delicate black silk garment. Yes, it was a pyjama. Lustful as hell.
  I looked at it stunned a few minutes. Put it before you regret, my gut told me. I obeyed and ran immediately to bed, shivering. How could women be provocative, with the cold that is in the world? I wondered.
  Once sheltered in the warmth of my bed, I laughed again at my stupidity. I had been fighting with inanimate objects again. Anyone who witnessed my personal stage would think I'm senile. Well, at least I'm aware of that.
  I searched my music player and my headphones on the bedside table. I needed to relax. Too much had happened. So much human relations disturbance had stifled me a little. Being with Lourdes was my well-being and my condemnation at the same time. She was my ground wire. But sometimes rediscover the reality is not as good as it looks.
  I wondered if I would have to pay more attention to her. After all, Lourdes was a woman of the world, opened to any experience, knowing almost everything. What could be more sensible to pay attention to her, who knows what it's feels like to live really, or to me, who only lives, if I can still use that verb in myself, to see how the hours pass? I was not filled with anything. How could I give the reason to a person so empty, even if that person is myself?
  Stop. The idea was to stop thinking. I took the music player and put it on random. I want something to surprise me, I thought. Well... although much had surprised me that day.
  I started listening to "Make it wit chu" by Queens of the Stone Age. I had not listened to it for a long time. I knew it was a good song, but I had never paid much attention to it. I devoted myself to listen:
  You wanna know if I know why? I can't say that I do Don't understand the evil eye Or how one becomes two I just can't recall what started it all Or how to begin in the end I ain't here to break it Just see how far it will bend Again and again, again and again
  I wanna make it, I wanna make it wit chu (Anytime, anywhere)
I wanna make it, I wanna make it wit chu… Sometimes the same is different But mostly it's the same These mysteries of life That just ain't my thing If I told you that I knew about the sun and the moon I'd be untrue The only thing I know for sure Is what I won't do Anytime, anywhere and I say I wanna make it, I wanna make it wit chu (Anytime, Anywhere)
I wanna make it, I wanna make it wit chu…
  Wow. What a complicated and distressing song, I thought. It has a disturbing feeling of doubt, but that "I wanna make it with you" uncovers an undeniable determination, an irreproachable need, instinctive, urgent, without explanation. However, in all its complexity, I found it beautiful.
  I sighed. It was hard to admit I felt quite identified with the song. Maybe too much. Maybe Lourdes was right.
  "I would never get involved with someone like you," I thought again. And again I sighed.
  As I succumbed to the sound of the guitar solo, I closed my eyes and went to sleep, thinking about how changes may offer new realities and certainties that we did not have before and how I remembered him in songs now and anything that got in my way.
  And in that moment, then, I was certain of two things: first, that Lourdes was right. And second, I was in love with Gonzalo. Maybe too much.
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"Y segundo, que yo estaba enamorada de Gonzalo. Tal vez demasiado". Dicen que admitirlo es el primer paso... Hola Lu :), como siempre, me encantó el capítulo. No puedo esperar por el próximo. Saludos, Claire
Hola, Claire! Sí, tenés razón, admitirlo es muy importante, y más aún en una chica tan particular como lo es Vicky... gracias por leer! Saludos!
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Hay me encanto me levantaste por un momento el animo!!! pero con el final de este capi quede re enterncida!!! Cada dia esta mejor espero que subas , mass!! muchos mas porque esta muy buena!!!
Subiré hasta el final! Me alegra que te haya subido el ánimo, que te haya enternecido... estos dos loquillos lo ameritan (?) JAJAJAJA un beso, querida!
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awww me encanta leer lo que publicas no dejes de hacerlo :) muy bueno
No dejaré de hacerlo, claro que no :) Muchas gracias!
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Can't Buy Me Love - Parte 16 (Versión en español)
Can’t Buy Me Love - Gonzalo Higuain fanfic
Parte 16. Esta es la versión en español de Can’t Buy Me Love. Espero que les guste y me digan qué piensan por el askbox! :) 
        16
      Mario y Lourdes se acercaron a nosotros. Gonzalo se reincorporó y me ofreció su mano para que yo también lo hiciera.
  — ¡Eh! ¡Uno no se encuentra a un jugador de la Selección todos los días! —aclamó el novio de mi amiga, esbozando su sonrisa perfecta. Mario era alto, atlético y de piel tostada, debido a sus largas horas bajo el sol de los desiertos. Sus rasgos árabes le otorgaban un aire bastante exótico y particular. Era increíble la hermosa pareja que hacía con Lourdes, como si sus respectivas bellezas se coordinaran a la perfección.
Una vez con nosotros, le ofreció su mano a Gonzalo y se saludaron amigablemente.
  —Gonzalo, un gusto, che—se presentó él mismo.
  —Sí, sabemos muy bien quién sos—dijo Mario, entre risas.
  —Gonzalo, ella es mi mejor amiga Lourdes y él, su novio y también amigo mío Mario—presenté yo debidamente, señalando a cada uno.
  —Encantada—lo saludó Lourdes, dándole un beso en la mejilla—. Vicky me habló mucho de vos.
  Gonzalo levantó las cejas, sorprendido, y sonrió. Yo empecé a sentir el típico ardor en las mejillas. Le lancé una mirada consternada a Lourdes.
  —Menos lo más importante—intervino Mario, haciéndose el ofendido— ¿Cómo no nos dijiste que era el Pipa Higuaín? Eso no se hace. Hubiera traído mi camiseta.
  —Tu camiseta es de Messi—le recordé. Los cuatro nos reímos— ¿A qué se debe el placer de su visita? —le pregunté a la pareja.
  —Simple, andábamos de compras y olimos tus cupcakes—respondió Lourdes, soltando una carcajada—. Y además, te extrañábamos. Esperamos no haber interrumpido nada…—le dio un codazo a Mario y se miraron cual cómplices.
  —No, en absoluto—respondió rápidamente Gonzalo—. Es más… tal vez me ayudan a sonsacarle un par de cupcakes. Se negó toda la tarde a convidarme uno.
  Mario y Lourdes se rieron. El muy simpático ya estaba empezando a ganárselos.
  —Eso es de mala educación, Victoria Castell—me reprendió Lourdes, al mismo tiempo que se dirigía al interior de mi casa—. Ya mismo voy a robártelos.
  —Estoy de acuerdo—dijo Mario y la siguió.
  Antes de entrar también, Gonzalo me dedicó una sonrisa.
  —Tus amigos han hablado.
  —Es que aún no están listos—argumenté a mi favor, y cerré la puerta tras de mí.
  —Es verdad—dijo Lourdes desde la cocina. Ella y Mario volvieron al living—. Te declaramos inocente.
  Puse los ojos en blanco.
  — ¡Gracias! —exclamé.
  — ¿Qué estaban tomando? —preguntó Mario, tomando asiento en la mesa del living.
  Gonzalo también tomó asiento.
  —Mate—respondió—. Si la señorita se dispone a calentar más agua, les hago a ustedes, si quieren.
  —Qué divino—halagó Lourdes—. Ya escuchaste a tu invitado, Vicky. Vamos, yo te ayudo.
  Me tomó de la mano y me condujo hacia la cocina.
  — ¿Y, Gonza? —escuché decir a Mario. A juzgar por el ruido, creo que le dio una palmada amistosa en el hombro— ¿Cuándo volvés a jugar? Escuché que te lesionaste la rodilla o algo así.
  —Y mirá, ayer me dijeron que la semana que viene ya puedo volver al equipo—contó Gonzalo muy amigablemente, como si no le incomodara que un completo desconocido tuviera una idea previa sobre él—. Así que espero entrenar y ya estar para El Clásico.
  —Qué partido, ¿eh? Igual seguro que ganan ustedes, lo veo medio distinto al Barcelona…
  Y así siguieron hablando muy animadamente, sobre cosas de hombres. No habría ningún inconveniente entre ellos; ambos eran muy extrovertidos.
  Mientras ponía el agua a calentar, Lourdes me empujó con la cintura.
  —Mmm…—murmuró, burlonamente.
  — ¿Qué? —inquirí, indignada.
  —Voy a dejar pasar el hecho de no haberle contado a tu mejor amiga que el tal Gonzalo era en realidad Gonzalo Higuaín si dejas de hacerte la tonta y me confesás que este chico te gusta más que respirar.
  Abrí los ojos como platos.
  — ¡Shhhhh! —le incité a callarse— Lourdes, ¿estás loca?
  —Vos estás loca—dijo ella—. Por él.
  Negué con la cabeza.
  —No es verdad—contradije firmemente—. De ninguna manera.
  — ¡Ay, por el amor de Dios, Victoria! —vociferó Lourdes, totalmente indignada. Otra vez le hice una seña para que bajara la voz—. Bueno, perdón—susurró. Se acercó a mí—. No me lo niegues. A mí no me podés mentir. Vi cómo lo mirabas. Y pongo las manos en el fuego de que él te miraba de la misma manera. Además, ni te imaginás qué linda pareja hacen…
  —Ya estás diciendo boludeces—alegué, ya enojada.
  —Por favor, Vicky… Es la primera vez que vivís esto, amiga. Te quiero ayudar.
  —Me ayudás mucho no diciendo boludeces—volví a arremeter—. No voy a estar con él solo porque a vos te parece que hacemos “una linda pareja”.
  Lourdes suspiró.
  —No te encierres en una muralla china—pidió—. Si supiera que él no te gusta, no te rompería las pelotas. Sé mucho de este tema, Vicky, y…
  — ¡Bueno, pero yo no sé!—interrumpí fastidiada, y me dirigí hacia un armario de la cocina.
  Lourdes suspiró otra vez. Luego de unos instantes, mientras yo seguía buscando un paquete de azúcar en el armario, percibí sus pasos detrás de mí. Sentí que me abrazó.
  — ¿Sabés lo bien que te haría abrir tu corazón al menos una vez? —me dijo en voz baja. Me rendí ante su afecto, y sintiendo las primeras lágrimas asomándose en mis ojos, acepté su abrazo y puse mis manos sobre las suyas, que me rodeaban tiernamente—. Se acabaría la tristeza, Vicky, esa maldita tristeza que te atormenta desde siempre y que te hace decaer, que oscurece esa personita hermosa que sos…—pasó su cabeza suavemente por mi espalda y me depositó un beso en el hombro—. No estoy diciendo que este chico sea el amor de tu vida, Vicky. Tal vez ni siquiera llegue a ser nada. Pero no te cierres, amiga. Algún día tenés que darle una oportunidad a la vida, tenés que permitirte ser amada… Quizás pienses que el amor está muy sobrevalorado, pero decime, ¿una vida vacía, tan vacía de él, valdría más la pena que intentarlo al menos una vez?
  —No puedo, Lourdes—expresé con un hilo de voz—. Simplemente no puedo.
  —Te estás negando, como siempre. Hoy te observé bien. Vi cómo mirabas a Gonzalo con esa carita de miedo que siempre ponés cuando alguien te dice que estás haciendo algo mal, o cuando me buscabas en el salón, en la escuela, ¿te acordás? Que me buscabas con la mirada desde el otro lado del salón, bien lejos porque nos separaban, porque te sentías mal y me necesitabas. Así mirás a Gonzalo.
  —No estoy lista, Lourdes. Algún día me voy a permitir un intento, cuando crezca o cuando simplemente pueda superar todos mis problemas, pero todavía no. Y mucho menos con Gonzalo.
  —En serio, mi amor. No quiero que sientas que te estoy presionando con esto. Simplemente quiero dejar de ver esa mirada triste en tu rostro. Te juro que cada día que pasa me enferma más, sufro horrores cada vez que te miro. Si no te gusta este chico, lo entiendo. Tal vez me esté equivocando. Pero detesto que siempre estés triste. Estás así desde que te conozco, hace mil años. Yo quiero venir y ver que mirás a Gonzalo o a cualquier otro chico con ojos iluminados, despreocupados… Encima que tenés unos ojos preciosos, amiga. Dejá de encerrarte tanto en vos misma. Dejá de esconder tanto lo que sentís. El amor, el afecto, las cosas lindas existen, no son un invento de los libros que tanto lees. En serio, repito: esto no tiene nada que ver con el chico que está hablando con mi novio ahí afuera. Pero es muy probable que tal vez en el fondo de tu alma te guste y lo estés reprimiendo, por mera masoquista que sos, como si sólo estuvieras enamorada de tu tristeza. Basta, Vicky.
  Asentí, comprendiendo.
  —Cuando esté lista—dije simplemente, sin querer revelar mucho. Me costaba mucho transitar con naturalidad estas situaciones tan personales, como si yo fuera el único ser humano incapaz de expresar sus sentimientos.
  —Bueno, con eso me alcanza. Por ahora—enfatizó y me dio unas leves palmaditas en la cara—. De todos modos, ya avanzaste bastante. Lo dejaste entrar a tu casa.
  Me reí amargamente.
  — ¿Viste? No estoy tan mal—inquirí, acercándome al horno. Los cupcakes ya estaban listos. Cuando los saqué a la superficie, inundaron la atmósfera de un exquisito aroma. Espero que esto me de ganas de comer, pensé.
  —Eso es bueno. Invitar a un hombre a tu casa no es indiscreto, amiga. A menos que, bueno… ya sabes—se rió.
  Tuve que reírme también. Las lágrimas se escurrieron hacia el interior de mis ojos otra vez, guardándose a ellas mismas para otra ocasión.
  —Eso sí que será todo un dilema—repuse, con doble intención, y procurando no pensar mucho en ello.
  —Aún sos una niña en desarrollo. Lo primero ahora es que le dejes de tener miedo a la gente, principalmente a los hombres.
  Suspiré, deseando que la vida fuera diferente.
  —Lo primero ahora son estos cupcakes—comenté, decidida a dar por finalizado el debate sobre mi vida afectiva.
  Lourdes me ayudó a llevar los afamados pastelitos de nombre inglés y todo lo necesario para seguir haciendo mate a la mesa del living, donde los caballeros presentes seguían charlando como si se conocieran de toda la vida.
  —… y entonces le dije a Favalli: “por culpa de ese hueso de mierda con forma de boomerang que encontraste estando borracho nos hiciste venir al culo del mundo pensando que nos encontraríamos con un dinosaurio y nos venimos a enterar que en realidad es un cuerno de rinoceronte gastado, pero andá a la concha de tu madre…”—relató Mario, risueño.
  Gonzalo estalló en carcajadas.
  — ¡No me la contés! ¿Se fueron hasta África por un cuerno? Yo lo cago a trompadas—masculló sin poder dejar de reírse.
  Vaya caballeros, pensé.
  —En serio, boludo. Fue un viaje perdido, y nos ilusionamos y todo…—Mario se percató de nuestra presencia y le sonrió a su novia—. Estuve alejado de mi cosita casi un mes por culpa de un borracho delirante, tendría que haberlo matado…—extendió la mano hacia ella, invitándola a acercarse, y Lourdes se inclinó a darle un fugaz pero tierno beso en la boca. Diuuu, aborrecí mentalmente, disgustada por aquella cursilería ajena. Le eché un breve vistazo a Gonzalo, que puso los ojos en blanco pero no pareció incómodo—. Al menos lo despidieron—agregó Mario, y los cuatro nos reímos.
  Gonzalo estaba sentado en la punta de la mesa como si fuera el dueño de casa, para mi propio fastidio, Mario de su lado izquierdo y Lourdes del derecho. Bueno, ellos tienen más interés en hablar con él que yo, pensé, y resignada, me senté al lado de Mario, lo más alejada posible.
  —Qué loco eso de la paleontología—comentó Gonzalo al mismo tiempo que cebaba el primer mate—. Te debes encontrar con cada bicho asqueroso… Prefiero correr mil minutos antes que eso…
  Mario y Lourdes se rieron. Lo miraban fascinados. Seguramente ya lo amaban.
  —Al principio es horrible, sufrís hambre, frío, estás en medio de la nada… pero después aparece un esqueleto prehistórico o un fósil no identificado, conseguís revelar cosas del pasado de la humanidad y bueno… eso no tiene precio—dijo Mario, orgulloso de sí mismo—. Debe ser lo mismo que sentís vos cuando estás en un estadio lleno de gente que te grita.
  —A veces me gritan cosas feas, eh—recalcó Gonzalo, torciendo el gesto.
  —Qué gente desagradecida—dijo Lourdes—. Ustedes están ahí corriendo como locos, y los insultan como si no hubiera un mañana, pero claro… después hacen un gol y son los genios, los ídolos…
  — ¡La historia de mi vida!—exclamó Gonzalo, y ambos chocaron los cinco. Mario se río.
  — ¡No le creas nada a esta arpía! En realidad odia el fútbol y si sabe algo, es porque tiene que soportarme a mí todos los domingos mirando las mil horas de Fútbol para todos…
  —Sí, ya me tiene harta—declaró Lourdes, mordiéndose los labios del fastidio—. Parece que lo ama más a Ramón Díaz que a mí…
  — ¿Sos de River? —le preguntó Gonzalo, sorprendido. Mario asintió, complacido—. Qué capo—dijo, y ambos chocaron los cinco también.
  Me miré las manos. No tenía nada que aportar en ese simpático grupo.
  —El primer mate es para la anfitriona y cocinera ejemplar, Victoria Castell…—dijo Gonzalo y me pasó el mate.
  Lo tomé sin emitir ningún comentario.
  —No te adelantes—advirtió Mario—, que aún no probamos sus creaciones…—luego, tomó un cupcake y se lo llevó a la boca—. Mmm… ¡excelente, amiga! Lo mejor que comí en años…
  —Ey, ayer te hice lasaña…—recordó Lourdes, haciéndose la ofendida—. Pero sí, están riquísimos, Vicky. Quiero una docena para mi cumpleaños, ¿eh?
  —Está bien—dije, hablando por primera vez desde que me había sentado, e intenté sonreír. Yo también tomé uno, para distraerme. Miré de reojo que Gonzalo estaba probando uno.
  —Mmm… —saboreó, deliberando—… bueno, valió la pena la visita…
  Mario y Lourdes se rieron, divertidos. Sí, ya lo aman, pensé amargamente.
  —Che, Gonza, ¿en qué parte de Madrid vivís? Porque mis viejos también viven por ahí—preguntó Lourdes.
  —En La Moraleja. Igual estoy en plenos trámites de mudanza, así que no sé a donde voy a ir a parar���respondió Gonzalo, riéndose al final.
  —Ah, si, ya sé dónde queda—asintió Lourdes—. Zona de ricachones, ¿eh?—miró hacia mi dirección—. Te codeas con gente pudiente, Vicky…—dijo, y se río.
  Sólo le dediqué una sonrisa torcida.
  —A Madrid sólo le hace falta un mar para ser una ciudad perfecta—opinó Mario.
  Gonzalo asintió.
  —Muy cierto—coincidió—. Aunque no es un buen lugar para ir a refugiarse. Se vive muy amontonado.
  — ¿Saben qué lugar está bueno? ¡Ibiza! —exclamó Lourdes, entre risas.
  Los otros dos también se rieron, con esas caras de complicidad que sólo las personas afortunadas saben esbozar. Me recliné un poco en la silla. Simplemente no tenía nada que decir. Como siempre, yo era la escoria del momento sociable. Aunque por otro lado, me alegró que al menos ellos pudieran llevarse bien.
  Mario, Lourdes y Gonzalo siguieron hablando de lugares del mundo, entre los cuales pude rescatar Ciudad de México, Milán, Londres, Miami, Paris, Nueva York, entre otros, ya que no les estaba prestando mucha atención. Me dediqué a tomar mate, sumergida en mis propios pensamientos. Si se consumaba lo de la misión al Congo, yo saldría del país por primera vez con el propósito de ayudar a la humanidad. Hasta en el aspecto de viajar me privaba a mí misma de disfrutar. Ellos, en cambio, viajaban por placer, porque querían, porque podían. Por trabajo, en el peor de los casos. En El Congo me libraría de cualquier tipo de satisfacción. No se puedo conseguir satisfacción de la desgracia ajena. Yo iría porque era mi deber, mi preocupación primordial como ser humano. Me abrumó demasiado sentirme tan distinta de aquellas tres personas que estaban sentadas en mi mesa. Deseé tener esa despreocupación que ellos tenían. Mientras yo tenía el instinto del deber, ellos se ocupaban del goce personal, de pasarla bien, del deleite. De vivir.
  Sorbí la bombilla del mate algo absorta. Deja de razonar como una lunática, me pidió mi fuero interno, sos igual de insignificante que ellos.
  Me reí ante mi propia crueldad. No, ellos no eran insignificantes. Eran tres seres geniales. Sus vidas eran geniales.
  —Antes de que te vayas, Gonza, tendrías que venir a cenar con nosotros—lo invitó Mario, quien luego se volvió hacia mí. Oh, no, no me involucres en esto, amigo—. Llevalo a casa el viernes, Vicky.
  Demasiado tarde.
  —Bueno…—empecé. Antes de que pudiera contestar algo coherente, sentí el dolor de una patada por debajo de la mesa. Miré a Lourdes, que a su vez me miró haciéndose la indiferente, y conteniendo el dolor, finalmente contesté—: Sí, claro, no hay ningún problema.
  Mario me sonrió.
  —Buenísimo—le echó un vistazo a su reloj—. Ya es tarde, ¿o no, mi amor? Tenemos que irnos.
  La pareja se reincorporó, pero antes de dirigirse a la puerta, se despidieron de Gonzalo.
  —Un gusto conocerte, Gonza—dijo Lourdes, saludándolo con un beso en la mejilla.
  —Igualmente—contestó él. Luego se volvió a Mario, con quien se saludó de un amigable apretón de manos—. Un gusto, che.
  —Nos vemos el viernes, ¿eh? No nos falles, campeón—le dijo Mario, riéndose.
  Los acompañé a la puerta. Los saludé a ambos, y antes de irse, Mario me susurró al oído:
  —Te cuidás, ¿eh?
  Lo miré con mala cara y lo golpeé en el hombro.
  —Andate de una vez, hincha pelotas—le dije, y no pude contener la risa.
  Ni había cerrado la puerta que me encontré bruscamente con Gonzalo en frente de la misma.
  —Yo también me tengo que ir—dijo. Me dedicó una sonrisa torcida, mi favorita—. Gracias por los cupcakes. Estuviste muy callada, por cierto.
  Puse los ojos en blanco. Luego me di cuenta que estábamos demasiado cerca.
  —Ustedes son muy simpáticos para mí—afirmé, y le sonreí.
  Se acercó un poco más. Lo tenía casi a centímetros.
  —Vos sos muy perfecta para mí—dijo y puso su mano sobre mi mejilla, acariciándola.
  Negué con la cabeza. No me gustaba oír eso.
  —No digas eso—puse mi mano sobre la suya, con la intención de sacarla, pero inconscientemente la dejé allí.
  —Nos vemos, entonces—recordó, y los ojos le chispearon.
  —Sí, tengo que llevarte yo…—asentí, con fingido desgano.
  Soltó una risa musical. Su voz detonaba parámetros de lo masculina y preciosa que era.
  Se inclinó para saludarme con un beso en la mejilla, el cual tal vez duró más de lo que debería. El mismo penetró en mi piel y se deslizó por mi cuerpo, haciéndome sentir las cosquillas más desconcertantes de mi vida.
  Suspiré, expresándole que se detuviese, y él me obedeció, sin quejas. Nos miramos un instante.
  —Chau, Gonzalo—me despedí y le abrí la puerta.
  —Chau, cosita—dijo él, y salió riéndose por la puerta.
  Negué con la cabeza, sin poder creerlo.
  —Qué boludo…—murmuré, pero seguramente él no me oyó.
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    Resolví irme a dormir temprano, para mitigar los nervios. Si seguía ignorando mi estado probablemente terminaría en otra recaída. Suspiré. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado en mi vida?
  Saqué mi camisón rosado del armario. Me reí sola. No podía creer que aún siguiera usando ese horroroso y virginal pijama. Entonces, en ese preciso momento, me di cuenta de algo alarmante: ese maldito camisón había presenciado la mayor parte de mis recaídas. No necesitaba eso para nada. Lo miré con desprecio y lo tiré al piso. Ya tuviste suficiente, pensé.
  Volví al armario y saqué una caja angosta que aún estaba envuelta en su paquete de regalo. Tenía una dedicatoria que rezaba: <<Para ocasiones especiales ;-) Te quiere, tu amiga Lourdes>>.
  Casi tuve un ataque de risa. Me había olvidado completamente de ese regalo. Lo abrí, finalmente. Había un Victoria’s Secret gigante y brillante plasmado en la caja. Adentro de la misma, había una delicada prenda de seda color negro. Sí, era un pijama. Atrevido como el mismísimo infierno.
  Lo miré atónita unos minutos. Ponetelo antes de que te arrepientas, me aconsejó mi fuero interno. Me lo puse y corrí inmediatamente a la cama, tiritando de frío. ¿Cómo hacen las mujeres para ser reveladoras, con el frío que hay en el mundo?, me pregunté.
  Una vez refugiada en el calor de mi cama, me reí nuevamente de mi estupidez. Otra vez había estado peleándome con los objetos inanimados. Cualquiera que presenciara mi escenario personal pensaría que estoy senil. Bueno, al menos soy consciente de ello.
  Busqué mi reproductor de música y mis auriculares en la mesita de luz. Necesitaba relajarme. Habían pasado demasiadas cosas. Tanto revuelo de relaciones humanas me había sofocado un poco. Estar con Lourdes era tanto mi bienestar como mi condena. Ella era mi cable a tierra. Pero redescubrir la realidad a veces no es tan bueno como parece.
  Me pregunté si tendría que hacerle más caso. Al fin y al cabo, Lourdes era una mujer de mundo, abierta a cualquier experiencia, conocedora de casi todo. ¿Qué podía ser más sensato, hacerle caso a ella, que sabe lo que es vivir y a lo que se enfrenta uno al hacerlo, o a mí, que simplemente vivo, si es que aún puedo emplear ese verbo en mi persona, para ver pasar las horas? Yo no estaba llena de nada. ¿Cómo podía hacerle caso a una persona tan vacía, aún mientras esa persona se tratara de mí misma?
  Basta. La idea era dejar de pensar. Tomé el reproductor de música y lo puse en aleatorio. Que algo me sorprenda, pensé. Bueno… aunque mucho me había sorprendido ese día.
  Me tocó “Make it wit chu”, de Queens of the Stone Age. Hacía mucho que no la escuchaba. Sabía que era una buena canción, pero jamás le había prestado demasiada atención. Me dediqué a escucharla:
  Make it wit chu, Queens of the Stone Age: http://www.youtube.com/watch?v=0wTxqHbJOzg
  Quieres saber si sé el por qué?
No puedo decir que en verdad lo hago
No comprendo el mal de ojo
Ni cómo uno se puede convertir en dos
Y justamente no puedo recordar cómo todo comenzó
O cómo empezar en el final
Pero no estoy aquí para romper con todo eso
Sino para ver qué tan lejos puede llegar
Una y otra vez, una y otra vez…
  Yo quiero hacerlo, quiero hacerlo contigo
(Cuando sea, donde sea)
Yo quiero hacerlo, quiero hacerlo contigo…
  A veces lo mismo es diferente
Pero casi siempre es lo mismo
Esos misterios de la vida
No son para mí
Si te digo lo que sé acerca del sol y la luna,
No sería verdadero
La única cosa que sé de seguro, es lo que no voy a hacer…
Cuando sea, donde sea, lo que digo es que…
  Yo quiero hacerlo, quiero hacerlo contigo…
(Cuando sea, donde sea)
Yo quiero hacerlo, quiero hacerlo contigo…
  Guau. Qué canción tan complicada y angustiante, pensé. Derrocha un inquietante sentimiento de duda, pero con ese “quiero hacerlo contigo” saca a relucir una determinación innegable, una necesidad irreprochable, instintiva, urgente, sin explicación. Sin embargo, en toda su complejidad, la encontré hermosa.
  Suspiré. Me costaba admitir que me había sentido muy identificada con la canción. Tal vez demasiado. Tal vez Lourdes estaba en lo cierto.
  “Jamás me involucraría con alguien como vos”, volví a pensar. Y volví a suspirar.
  Mientras me sucumbía en el resonar del solo de guitarra, cerré los ojos y me dispuse a dormir, pensando en cómo los cambios a veces ofrecen nuevas realidades y certezas que antes no teníamos y en cómo ahora lo recordaba a él en las canciones y en cualquier cosa que se interpusiera en mi camino.
  Y en ese momento, entonces, tuve la certeza de dos cosas: primero, que Lourdes tenía razón. Y segundo, que yo estaba enamorada de Gonzalo. Tal vez demasiado.
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