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made of dread
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ESTÁS FEITA DE MEDO.
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madeofdread-blog · 6 years ago
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WE TWO GIRLS TOGHETHER CLINGING
Te habría gustado mucho estar ahí. Conmigo, o eso creo.
En un plano real, ese pueblo representó soledad, angustia y refugio. No me podía marchar, no podía estar ahí. Y mi mente estalló.
Finalmente me marché y no volví a mirar atrás, tampoco volví allí.
En otras ocasiones, ciertos lugares se habían convertido en el recreo de un trauma. Como una cicatriz que duele cuando llega la humedad. Esta vez no fue así: había salido de allí y ya no era la misma. Nada más importaba.
Últimamente no escribo. Sí pienso en ello. Me estoy bañando en el mar y relato. A veces, también pienso qué te escribiría y pienso en ti. Sobre todo, de noche, y no sé qué significa o si eso es bueno o malo.
Durante mucho tiempo me atormentaba no saber la proporción entre dosis de realidad y dosis de fantasía en todo esto. Ya no. Porque la vida corre, se impone. Y en parte, quizá una especie de hilo inapreciable una todo esto de una forma u otra. Porque dos años después aquí estamos. Yo escribiendo, tu leyendo.
En aquel sueño todo era bueno, agradable e inofensivo. Dicen que soñamos en blanco y negro, pero sin embargo, yo recuerdo color. Aunque tú ibas de negro.
Una atmósfera arena y ocre nos rodeaba, como cuando hace mucho calor y parece que todo está inmóvil. Pero nosotras nos movíamos cogidas de la mano. Recorríamos esa carretera nacional, que en mi sueño se había convertido en una especie de muralla china mediterránea. Caminábamos por ella como si algo nos esperara al final, emocionadas, sabiendo que siempre sería así de bueno, sabiendo que nos teníamos la una a la otra.
-Eso me recuerda al poema de W.W, we two boys toghether clinging-.
No llevábamos puestas nuestras mochilas, esas que son simbólicas. Tampoco había miedo de por medio, y eso era increíble.
No me gusta estar de cumple y nunca me gustó. Pero me gusta mucho felicitarte y que existas.
En la forma que sea, cuando sea, por lo que sea. Aquí estoy, escribiendo.
FEITA DE MEDO
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madeofdread-blog · 7 years ago
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Hueso de pollo.
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Creo que nunca había acabado de entender su problema, o quiza sí, y de ahí la razón de gran parte del dolor. 
Le gustaba llamarme hueso de pollo y tubo apestoso. Qué tipo de ser, sino excepcional, hablaría así a un niño?
Cuando encontré aquel vídeo en el Apolo en el que cantaba por tangos el Yeli, pensé en dos cosas: en que nunca mas podría volver a escuchar aquella canción del mismo modo y en lo vulnerable que era. Y en que por eso Potro de Rabia y Miel era su favorita, porque de alguna forma, ella era ese potro, una descarga eléctrica implacable, asustadiza y emotiva. Yo estuve tan enfadada, tan asustada. Yo habría cuidado de ti, a cuestas, te habría puesto ese disco y colocado flores en el pelo, pero es que tu no querías. 
Beli dijo una vez que no estabas hecha para esto. Yo también, cuando supe que te habías ido. Grité y sentí una punzada en la nuca, esa que se siente cuando sabes que alguien se fue. Creo que sí estabas hecha para este mundo, a tu manera, huyéndote y buscándote, perdiéndote y encontrándote, empachada y hambrienta de ti y de todo.
*Continuará 
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madeofdread-blog · 7 years ago
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LUR.
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Me esperaban, pero me costó viajar para reunirme con ellas. Había hecho la mejor maleta de mi vida y la agarré con mucha fuerza, como domando a un caballo desbocado que a veces me cuesta entender. Aquel día atravesé dos borrascas; una real y otra simbólica, y conseguí llegar. Imagino que eso es lo único que importa.
Realmente deseaba romper la espiral de la evitación y algunos días era más complicado que otros. Las abracé, dejé mis cosas en la cama de Marea y corrí hacia el salón. Me puse en bangarang en un intento de dejar de pensar en la vida y vivir. Y todo iba bien y fuimos a cenar como hacen las personas normales, pero un pánico repentino me devoró y empecé a sentirme muy lejos entre un baile de conversaciones inconexas. Creo que donde ellas veían cervezas, calamares y pulpo, yo, ensimismada, solo podía ver la insignificancia de lo que me rodeaba, mientras me ocupaba de lo verdaderamente importante: planificar mi huida.
No podía abandonar esa tasca sin explicarme, así que debía encontrar un modo de ilustrar lo que me estaba pasando sin asustarlas y sin asustarme. Tenía que edulcorar toda esa gran montaña de desasosiego y convertirla en un atractivo relato sobre la prodigiosa intensidad del ser. Tenía que viajar de vuelta sin interpretar el extraño episodio como una fatal derrota. Tenía que llegar a casa a las tantas, con la mejor maleta de mi vida sin deshacer, sin ropa que lavar. Tenía que articular de nuevo un discurso que ocultara lo muerta de miedo que estaba. Y lo peor de todo ello, tenía que explicar que no se trataba de un miedo a algo concreto: era un miedo aterrador, pero irracional y absurdo a partes iguales.
Montada en el tren hacia el delirio interior, hice un alto y recordé que podía bajarme. Me lo había enseñado recientemente aquella persona que me ayudó a recuperarlo todo. Y fue entonces cuando elegí recrearme en la insignificancia de las cervezas, de los calamares y del pulpo, empecé a bailar entre conversaciones inconexas y en realidad, eso era lo único que estaba transcurriendo.
Ocho horas más tarde estaríamos levantándonos para aprender a hacer surf con el amigo rubio de Marea, pero no llegamos a acostarnos del todo por culpa de los discretos -vasos de ginebra con apariencia de refresco-. El deseo de autocontrol asomaba de forma esporádica, pero eché de una patada a Margaret Thatcher y dejé entrar a Nancy Spungen.
Fue extraño. Al llegar a la escuela me lo presentaron y no reparé en él ni medio segundo. Era monitor y su nombre me resultó próximo, ¿quién se va a llamar Lur en Galicia?, pero lo obvié. Estaba demasiado enfrascada en mi lucha por sobrevivir a una gran resaca. En circunstancias diferentes, ese estado no me habría permitido girar mi cabeza ni medio milímetro y mucho menos, levantarme de cama para salir al mundo. Creo que haberme bajado de ese tren de los horrores y abrazar a Nancy Spungen me provocó cierta sensación de omnipotencia. Pocas veces corrí como aquella mañana.
Estaba profundamente sometida a aquel momento. Sin un antes ni un después. No podíamos dejar de reír mientras nos caíamos. Llovía mucho, las olas me envolvían y me tiraban, me golpeaban y eso hacía que todo fuera aún más vivo. Fui al pico con el amigo rubio de Marea y la situación se detuvo. Miré a Lur y una chispa atravesó mi cerebro. Pregunté: -¿Lur es de aquí?. Y él respondió: -No, es de Carnota, creo.
DIos, era él, Lur. Le gritamos y no entendió muy bien qué estaba pasando, hasta que salimos del mar y nos fuimos acercando el uno al otro, en la orilla, acelerados. Una vez cara a cara, nos miramos con extrañeza y de pronto, nos reconocimos y nos abrazamos.
La última vez que lo había visto tenía ocho años. Era verano, en Carnota y siempre que visitaba a mi prima la mística, tambien lo visitaba a él. Era el hijo mayor de una familia de yoguis veganos que horrorizaron al pueblo cuando se mudaron allí. Lur -realmente se llamaba así- tenía los ojos súper verdes y siempre estaba extrañamente contento, imagino que como todos los niños en verano. Mi prima se fue, vendimos su casa y no lo volví a ver. Nos conocimos antes de que pasaran muchas cosas, casi todo en realidad, y nuestras respectivas imágenes se guardaron en una cápsula del tiempo para abrirse de nuevo en aquella playa.
Veinte años después, Lur seguía siendo peculiar, tanto, que no encajaba bien entre los demás. Vestía una ropa excéntrica y no se expresaba de forma común, nos miraba fijamente y hacía demasiadas preguntas, incomodando a la mayoría. Sin embargo, a mí me parecía una persona sin procesar y eso resultaba excepcional.
Antes de despedirnos, hablamos durante horas sentados en la calle. Mientras volvía a casa de Marea pensaba que por momentos, había resultado desagradable manchar toda aquella inocencia hablando de nuestra realidad vivida. Más tarde entendí que toda esa vida, era lo verdaderamente extraordinario.
                                                                                             Feita de medo
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madeofdread-blog · 7 years ago
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She.
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madeofdread-blog · 8 years ago
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Al volver a casa
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Lo único que me gustó de la peli El Graduado es su secuencia final. En ella, Benjamin Braddock y Elaine Robinson se suben a un autobús después de abandonar el altar donde Elaine se casaría con su prometido ante la multitud. Con sus manos encadenadas, se precipitan hacia la huída, sudorosos y despeinados. Sus expresiones eufóricas e hilarantes comienzan a mutar cuando, ya sentados en el interior del autobús, la realidad se impone.
Las interpretaciones sobre los semblantes de los protagonistas, en especial el de Ben, señalan en su mayor parte al arrepentimiento y al desagrado como origen. A la decepción, a la contrición. Yo, al contrario, siento que sus miradas perdidas no se deben a la desesperanza ni al desaliento. Veo magia y profundidad. Donde muchos advierten el fin, yo percibo un principio.
Ben y Elaine acaban de dejar algo atrás, han decidido, se han revelado, han cambiado. Y todo aquello que es nombrado siempre implica algo de convulsión. Como escribió Jorge Martínez, libérate aunque algo tenga que morir.
Cuando salí de allí aquella mañana recordé esa secuencia. Las secuelas de una noche impetuosa empezaban a manifestarse. Me despedí de Besa y arranqué el coche. Empecé a cambiar la música de forma compulsiva sin atender demasiado a lo que hacía. Sonaba el Romance del Amargo, de Camarón, y yo afrontaba sentimientos antagónicos.
Conduje cansada hacia casa mientras el deseo de olvidar y el de recordar se entretenían turnándose y haciéndome revivir los fragmentos de las últimas horas. Al llegar, Not ya no parecía enfadado y me recibía somnoliento. Apoyé mi cabeza en su pecho y cerré los ojos, me quedé unos segundos ahí sin querer saber demasiado sobre pasado ni futuro. A veces tengo la sensación de que yo estoy más viva y que él está más equilibrado.
Mi madre acostumbra a decir que somos dos controladoras. Le gusta establecer paralelismos entre nuestros estados psíquicos, vinculándonos en comparaciones que acarician lo tortuoso. Con el tiempo aprendí a desoír sus plurales y a desligarme de toda esa carga, aunque en ocasiones tenga razón. El control entraña una seguridad cautivante que te garantiza que todo seguirá en su lugar a la mañana siguiente y que no quedarás expuesta.
Aquel día, en medio de todo aquel Vietnam predominaba una sensación: descontrol, con todo lo que eso implica. Ese descontrol que lo desordena todo y que provoca que a la mañana siguiente no encuentres nada. Ese descontrol que te regala la huella de las palabras y las revelaciones, la estela de los saltos, de los rugidos, de la intensidad y de los besos torpes, del Jevi enredado en cables tendido sobre el suelo, de las manos entrelazadas. 
Todo fue bien al bajar de ese autobús amarillo, estoy segura.
                                                                                         Feita de medo
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madeofdread-blog · 8 years ago
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Conocerla fue la hostia
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Conocerla fue la hostia. Marea me había hablado de ella. Una chica agitaba su mundo desde el verano, en un inicio apareciendo como una persona de espíritu atrayente y convirtiéndose meses más tarde en una enamorada en la que no dejaba de pensar. Estaban empezando una historia explosiva.
Fui a ese cumpleaños y hablamos durante un rato antes de saber que se trataba de ella, de Sora. Llegó a la plaza en la que todos esperábamos y como dos imanes, desde el primer saludo, nos abstrajimos de la conversación de los demás. Yo parecía el gato de Alicia en el País de las Maravillas, con espirales en los ojos, flotando en plan Lucy in the sky with diamonds y disimulando mi fascinación en mi constante intento de no parecer rara. Eso solo me había pasado en otra ocasión, con otra persona fulgurante.
Me preguntó sobre mi ciudad y eso nos llevó a su trabajo y a los oficios femeninos. Se sorprendió porque mi abuela hubiera sido lavandera en el Espiño y le gustó ver la foto de una nómina de mediados de siglo, de la época en la que lavaba equipaciones de fútbol y machacaba sus manos artríticas. Cuando volvimos al mundo exterior, un gesto de Marea me hizo saber que ella era Sora, esa famosa chica. Gesticulando, me preguntó qué me parecía. Yo, sorprendida y satisfecha, respondí abriendo los ojos y repetí bien, bien, muy bien, dios.
Hacía poco que mi amiga me hablaba de forma abierta de aquello. Había conseguido verbalizar que ya no le gustaban los chicos y esa energía masculina que siempre había percibido por parte de ella cobraba sentido. Nombraba sus afectos, se liberaba y ahora nuestra amistad era mucho más profunda y emocionante.
Sora tenía una relación monógama y heterosexual desde hacía casi una década con un hombre abierto e inteligente. Mientras tomábamos una cerveza después de aquel concierto, Marea me contó la historia. Se reencontraron en su pueblo de origen y la relación empezó a germinar. Se escribían, se veían y hacían planes bajo un manto de aparente fraternidad. Sus conversaciones virtuales y sus quedadas se convirtieron en una especie de adicción y una noche, después de beber y salir se despidieron en la plaza del pueblo. Pero mi amiga se arrepintió y corrió hacia el coche donde Sora esperaba a que el ciego le bajara para poder conducir. Estaba amaneciendo y dentro, empezaron a hablar de los cambios, del aprecio mutuo. De repente se estaban besando.
Conocerla fue la hostia. No creo que la razón residiera en una atracción sexual, física o en ningún tipo de pálpito amoroso. O sí, no lo creo. Conocerla fue la hostia porque pude ver y tocar a una especie de unicornio. No vi miedo extremo ni desolación en ella. Vi futuro. Su actitud no era la de una tía bloqueada, dañada, víctima, regocijándose jodida por el mundo y por los hombres, chocando contra las paredes de su pecera. En ella no había enfoques trágicos y dramáticos.
Ella es una de esas mujeres sensibles, centelleantes, recias, inteligentes, conscientes. Una de esas mujeres que están cambiando el mundo y que nos cambian a las demás provocando que abandonemos viejas versiones de nosotras mismas, catapultándonos a dimensiones vivas y excitantes.
La noche en que la conocí continuamos la conversación hasta las tantas. Fue perturbador nombrar ciertos temas, darme cuenta de que esos castigos de silencio por parte de él no eran normales ni sanos. Hablamos sobre la diferencia entre estar sola y estar desolada y sobre la violencia emocional. Fue duro y a la mañana siguiente, cuando volvía en tren a casa, me movía entre el rechazo y el deseo, como cuando sabes que algo importante está cambiando dentro de ti.
Fue la hostia conocerla, fue la hostia conocerte.
                                                                                                      Feita de medo
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madeofdread-blog · 8 years ago
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No quise arrancarle el corazón a él
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El conflicto había empezado mucho antes. Si intentara remontarme a su verdadero origen, tendría que emprender una ruta con parada en cada una de las relaciones maternofiliales y paternofiliales de la familia hasta llegar a la primera bacteria. Esta vez, el foco más visible de la pelea era el habitual: el divorcio. El jodido divoricio.
El mundo celebraba el Día Internacional de la Mujer. Desde el alba, los virales se sucedían. Felicitaciones, citas, frases, titulares amarillistas, etiquetas. Ilustraciones, símbolos, viñetas. Fotos de hermanas, de amigas. Y fotos de madres y de abuelas. 
Y entonces recibí esto:
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“Creo que las mujeres están locas si pretenden ser iguales a los hombres. Son bastante superiores y siempre lo han sido. Cualquier cosa que des a una mujer, ella lo hará mejor. Si le das esperma, te dará un hijo. Si le das una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. Si le das una sonrisa, te dará su corazón. Engrandece y multiplica cualquier cosa que le des. Si le das basura, ¡prepárate a recibir toneladas de mierda!”.
Leer esa bazofia me produjo una punzada en el pecho que me acompañó durante todo el día y que se agravó con todo lo que pasó después.
A mediodía, durante la comida, tres generaciones de mujeres sentadas a la mesa de mármol de la abuela compartíamos impresiones sobre la celebración. En el telediario, un tío pateaba a una chica en Benidorm. Mi abuela Cielo, enfurecida, reprochaba que la agredida corriera de forma conciliadora tras su pateador después del ataque. Mi madre, pícara, le peguntaba por la razón de su asombro.
Casi todas conocíamos esa faceta del abuelo. Aquella que décadas atrás había conducido a su compañera a comenzar a auto lesionarse de forma intermitente. Él sufría de alcoholismo y de celotipias. Problemas que la mayor parte del tiempo lo convertían en un hombre paranoico, violento y despiadado. Ella solía contar cómo a menudo, cuando llegaba a casa, todos corrían hacia las ventanas para bajar las persianas: mi abuelo sospechaba de un romance secreto con el vecino. Un cortejo a través del patio interior que solo transcurría en su cabeza celotípica.
Mi madre le guardaba rencor, entre otras muchas razones, por no haberse defendido en la forma en que ella consideraba que debería de haberlo hecho. En cierto modo, la culpaba por haber expuesto a sus hijas y nietas a los disparos de una relación disfuncional y extraña. La metralla seguía en los corazones de cada una de nosotras como los soldados cuando vuelven de la guerra.
Al desafío de mi madre producido durante la comida, respondió explicando: 
“-Nunca me tocó. Solo era de palabra. Si el me hubiera pegado así lo habría matado.”
Y entonces bromeó recordando una historia:
“-¿Sabes los candelabros del pasillo? A veces, cuando se ponía a reprochar y a vociferar, no paraba. Era insoportable. Yo le gritaba a mi madre: ¡Mamá, dalle co candelabro na crisma que a ti non te levan presa.”
Mi bisabuela Canto ya había estado presa en los años 40. Fue acusada de robar una cabra y pasó varios meses en los sótanos de la cárcel de la Plaza del Hospital. Sus tres hijas, que no compartían padre y eran criadas en exclusividad por ella, se enteraron por un vecino que las informó al percatarse de que su madre tardaba en volver a casa. Era el día antes de la Primera Comunión de mi abuela y la ceremonia terminó celebrándose en prisión. Aún guardamos una foto del acontecimiento. Mi abuela vestía un traje y un velo enormes, sostenía un ramo de flores desproporcionado y miraba a la cámara con un gesto desencajado. Bajo ese velo se advertía una cabellera oscura y despeinada, como la de las gitanas del Somorrostro. Exhalaba pobreza por todas partes. Es la niña con los ojos más tristes que he visto nunca.
A la bisabuela le gustaba anunciar que no existía un hombre bueno y siempre aseguraba no haberse casado para no tener que soportar a ninguno. También decía que antes de haber tenido que aguantar los golpes de un hombre, lo habría asesinado y cuando la situación se encrudecía entre su hija y su yerno, fantaseaba con envenenar su comida y cargárselo.
Durante la conversación en la cocina, critiqué con rabia las citas de Goding y S. Gray. También expliqué a mi madre y a mi abuela que me molestaba ver fotos de madres y abuelas en Instagram. Intentando ilustrar que, más allá de los lógicos afectos familiares, necesitábamos romper con la asociación de nuestro valor como personas al del mito maternal, al de ser extraordinario. No era el día de la madre. Era el día de la mujer.
Argumentaba que no se trataba de crear cosas buenas, mágicas y elevadas a partir de la mediocridad. Que se trataba de ser igual, con derecho a crear mierda u oro, con independencia de para qué uses tus manos, tu cabeza, tu corazón o tu útero. Y el diálogo interno producido en mi cabeza a lo largo de toda la mañana propició que continuara desbarrando hasta que mi madre me interrumpió:
“-La sociedad siempre nos exigirá más. Todos nos piden más que a ellos.”
Cuando cocinaba un comentario ácido durante la conversación, la cara de mi madre empezaba a mutar. Sus cejas se afilaban y su boca sorbía saliva apretando los dientes, emitiendo un sonido sutil desquiciante. Su expresión mezquina advertía una palabra hiriente y la lava comenzaba a brotar de su boca apretada. 
Desde el divorcio de mis padres, me invadía una sensación de vulnerabilidad y de soledad, de indefensión, de desesperanza. El estado psíquico de mi madre era un Vietnam constante y yo había aprendido a advertir las granadas que se avecinaban. Esta vez no había podido esquivarlas:
“-Mírate a ti, en el divorcio me exigiste mucho más que a tu padre.”
Ka-Boom! El reproche asomaba de nuevo en la relación y su visión quimérica sobre lo que había pasado era mucho más de lo que mi cabeza podía soportar. Otra vez me rompía el corazón. Yo, que había perdido tanto, mucho más que a un padre y a una madre funcionales, la había decepcionado. Y quise correr, como siempre, lanzada por un instinto de huída raro. Quise deshacerme de todos, provocar un cataclismo, arrancarme el corazón o arrancárselo a ella. ¿Por qué no quise arrancárselo a él?
                                                                                                                                                                                                        Feita de medo
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