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#Enredadera del Mosquito
sporadiceaglecloud · 2 years
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Enredadera del Mosquito - usos y propiedades medicinales
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agoniasprematuras · 3 years
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te trago la tierra y la melancolía
donde el sol retrocede
dejas que tu alma se vaya, caiga
donde nace la enredadera nocturna
la que a veces llamas cama.
no se escuchan grillos, ni cuervos
ni autos, ni perros
solo la gran soledad en rugidos
contenidos, estrechos.
despertado, por los vidriosos ruidos
de inoportunos recuerdos
penetrando agudos como el puto martirio
de el zumbido del indeseable mosquito despierto
en medio desvelo
una moto furiosa a lo lejos
y, en ocasiones, el crujido de tus propios huesos
despabilan recordando que bajo ningún manto
hay escapatoria para estos aires fríos.
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landchilan · 3 years
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Tlahuelpuchi
Lentamente movió aquella puerta tan pesada tras hacer el esfuerzo por girar su perilla atascada por culpa de una escarcha que comenzaba a formarse en sus mecanismos internos, dispuesto a salir corriendo hacia la recepción del piso e informar a la primer persona que estuviese ahí de todo lo que había pasado. Pero cuando miró la oscuridad tan profunda que tenía de frente, supo que aquello jamás sucedería; sintiendo de inmediato la brutal corriente de aire caliente que se coló hacia su habitación, y que al chocar con el clima ártico detrás de él, se condensó rápidamente en un agua que le empapó de pies a cabeza. El niño intentó retroceder por miedo a lo que asechase más adelante, pero el estruendo del ventilador finalmente cayendo sobre la cama con tal violencia que terminó despedazándola le hizo dar varios pasos hacia adelante y cerrar la puerta con un grito de espanto, así sintiendo cómo se sumergía hasta los tobillo de un líquido pantanoso.
Como si se tratase de una bienvenida, empezaron a parpadear intermitentemente las luces que antes iluminaban el pasillo con una luz tan blanca que resultaba increíblemente molesta e invasiva, ahora tan solo siendo capaces de lanzar un tenue brillo al cosmos extraño en el que se hallaba Javier. Así era imposible distinguir cuáles eran las ilusiones y qué era lo real en aquel mundo oscuro, todavía más oculto a causa de la niebla púrpura que no permitía respirar al niño sin quemarle un poco las vías respiratorias; observando a continuación que aquel pantano estaba repleto de extraños hongos, musgos, flores y helechos rosados que proliferaban tanto en los oscuros bordes de las paredes como en pequeñas islas de pasto violeta donde creían plantas turquesa que crecían pulsando a cada instante, las cuales flotaban sin rumbo en las aguas incómodamente calientes donde el niño tenía sumergido los pies.
Durante mucho tiempo permaneció temblando en medio de aquel pantano silencioso y oscuro que alguna vez fue el piso de un hospital, apenas alcanzándose a ver lo que uno tenía de frente a causa de la densa niebla rosada que salía expulsada junto con aguas viscosas de colores similares de las paredes hinchadas, incapaz de moverse por culpa del intenso terror que hacía a sus vísceras repicar tan fuerte como la hacía su estresado corazón. Javier permaneció sin hacer nada más que contemplar con miedo el horizonte violeta que tenía de frente, cada vez más oscuro conforme las patéticas luces se internaban en la niebla hasta llegar al negro final del pasillo, tan solo quedándole el deseo de que al abrir los ojos todo volvería a la realidad; muchas veces lo intento, y en cada ocasión fracasó, siempre regresando a aquel pasillo. Las ásperas enredaderas de afiladas espinas, que emergieron debajo del niño para abrazar sus tobillos en un intento por retenerlo ahí durante toda la eternidad, finalmente lo obligaron a moverse entre gritos y patadas a causa del asco, miedo y dolor que sintió cuando estas comenzaron a hacer presión y liberar de sus interiores renacuajos amarillos en búsqueda de piel qué morder.
— ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor, mamá! — gritó mientras avanzaba rápidamente hacia donde recordaba que se hallaba la recepción, sintiendo que no debía gritar porque algo podía estar escuchándolo, pero siendo incapaz de no hacerlo ante la desesperación.
Avanzando tan rápido como las aguas empantanadas se lo permitían, teniendo que hacer a un lado una niebla tan espesa que no era posible mirar qué se tenía delante de uno sin estar constantemente moviendo los brazos hasta terminar con las fosas nasales quemadas y empapado con la una mezcla de sudor y líquidos violetas que salpicaban por todas partes al condensarse, comenzó a percatarse que aquel pasillo se hallaba colmado con más de aquella vida fantasmal de la que pensó inicialmente. Todas las plantas soltaban una centella púrpura que bailaba por los aires hasta extinguirse en las cálidas aguas del suelo para después esconderse nerviosamente cuando Javier pasaba junto a estas; mientras que los hongos parpadeaban destellos índigos en sincronía con las lámparas del techo, indiferentes del andar del niño pero a la espera de que un helecho se acercase lo suficiente para adosarlos con esporas cristalina.
Dándose cuenta con asco que los renacuajos continuaban siguiéndole para nadar alrededor de sus piernas, empezó también a notar que se hallaba rodeado con extrañas formas que apenas parecían tener apariencia animal. Mientras se acercaba a la recepción, observó que las apariciones que antes solamente podían distinguirse como sombras en el horizonte empañado por la niebla comenzaban a distinguirse cada vez más, pronto haciéndose presentes de la nada en los alrededores del pasillo transitado por el atemorizado niño. Esferas de gusanos amatista compactados en aquella forma rodaron a gran velocidad a sus lados, algunas cambiando de dirección y estrellándose contra una pared sin romper la estructura en la que estaban unidos, muchas tan pequeñas que estaban sumergidas mientras que otras tan grandes que le llegaban al pecho del niño, quien no tuvo reservas en apartarse cuando las veía cruzar el mismo camino que él; enormes lagartos compuestos de flores amarillas que perezosamente descansaban en las paredes o flotando en las aguas sin ninguna otra preocupación que evitar moverse mucho para no deshacerse y alimentarse lo suficiente de todos los mosquitos de madera lavanda que flotaban en pequeñas nubes cerca de las islas de pasto, ignorando al niño tanto como él evitaba acercarse a estos; siendo las creaturas que más asustaban al niño los gigantescos sapos, tan grandes como él y muchas veces más anchos, hechos de millones de convulsivas arañas negras que se mantenían en unidad por medio de lianas con flores rojas.
Todos los seres se hallaban atendiendo sus asuntos sin hacer caso de la presencia del niño, casi como si este fuese apenas un transeúnte extranjero que no volverían a ver jamás y al que apenas le dirigieron una mirada de espectral monotonía, la cual indicaba una inteligencia curiosa pero apática que Javier era incapaz de tolerar por más de unos instantes antes de tener que desviarla hacia otra parte. No deseaba nada que no fuese hallar la ayuda que tanto necesitaba y por la que murmuraba con una voz tartamuda, teniendo como mayor fantasía escapar de aquel lugar en donde la mera presencia de sapos hechos de arañas y flores que danzaban al ritmo de sus pasos le hacían temblar del miedo. Grande fue la decepción que sintió tras quedarse sin aliento por correr con todas sus fuerzas tras distinguir su figura, incluso sabiendo en el fondo que así sería, cuando llegó a la recepción y no encontró más que un mueble golpeado por la humedad, tapizado con musgo y siendo hogar de ranas hechas con trozos de diversos metales; anteriormente el mueble donde enfermeras se reunían para impedir que la burocracia del hospital colapsase, ahora eran tan solo un escenario más de aquella selva pesadillesca.
Pero las lágrimas que soltó cuando terminó comprendiendo que se hallaba en una situación desoladora, un mundo solitario en el que incluso sus habitantes eran burdas imitaciones sin alma de la realidad que vivían apaciblemente en un universo diseñado para ser incómodo, no fueron suficientes para cegarlo a las luces rosadas que se distinguían muy cerca de la recepción, provenientes de la única puerta en todo el piso, escapándose con gran intensidad a través de las comisuras de esta. Javier contempló durante unos minutos sus alternativas, y a pesar de que sentía náuseas por la incertidumbre de lo que podía esperarlo al abrir la puerta, su mente infantil prefería mantener la esperanza de que quizás se hallase la salvación detrás de esta; lentamente caminando hacia esta, observó con miedo cómo los animales en la periferia se sumergían en las aguas hasta desaparecerse, plantas apagándose y quedando mustias, mientras este giraba la perilla.
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miboligrafo · 5 years
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Tünümükü I.
... Vengo de un barrio muy pobre de Caracas, Venezuela y ahora vivo en Frogner un distrito muy colorido y acomodado en Oslo, Noruega, soy profesora de español y directora de una fundación que ayuda a los pueblos indígenas más necesitados de latinoamerica, vivo con mis hijas y mi esposo en un pequeño barrio cercano al parque Vigeland, donde suelo sentarme a leer y meditar, a través de mi existencia siempre me he balanceado entre extremos, la vida y la muerte, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, no sé mucho sobre matices, he vivido siempre entre el blanco y el negro, desde niña viví como mujer y ahora como mujer esa niña vive más latente que nunca en mi. A lo largo de mi vida he nacido, “muerto y revivido” muchas veces. He resurgido de situaciones que no imaginaba superar y he aprendido a vivir un día a la vez. He vivido en muchas ciudades del mundo y he conocido muchas personas.Me gusta sentir que cada nueva cultura me ha acercado más a mí misma.
Dicen que la juventud de un ser humano no se mide por los años que tiene, sino por la curiosidad que almacena, esa curiosidad la he tenido desde pequeña. Mis recuerdos más lejanos se remontan a un viaje que marco mi vida, con dos personas que nunca olvidaré, ellos me enseñaron que el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados y mi memoria siempre viaja de vuelta a aquella selva tropical con todos sus bloques de árboles de metros y metros de altura, sus hojas frondosas, troncos anchos de madera y copas en forma de paraguas. Imagino la poca luz solar que arropaba su suelo húmedo y creaba sombras de todos los tamaños. Aún puedo oler las orquídeas, las bromelias, las especies de enredaderas, la vid, el mimbre y lianas. Aún, también, en mis memorias, puedo oír los insectos, mariposas, mosquitos y las colonias de hormigas, con sus colores brillantes, aún oigo las ranas, jaguares, leopardos, osos perezosos y osos hormigueros gigantes, así como mi corazón latiendo mientras escuchaba atenta las sabias historias de mis guías, un piasán y una hechicera, mis compañeros de viaje.
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bookaneer · 6 years
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Había una vez, en el antiguo Bagdad...
Había una vez, en el antiguo Bagdad —dijo Blue Yasmeen frente al micrófono—, una casa muy muy alta, una casa que parecía un bulevar vertical, rematada por el observatorio de cristal desde el que su dueño, un hombre muy rico, contemplaba los diminutos y abarrotados hormigueros humanos de la gigantesca ciudad que se extendía muy por debajo de él. Era la casa más alta de la ciudad, construida sobre la colina más alta, y no estaba hecha de ladrillo, de acero ni de piedra, sino del orgullo más puro. Los suelos eran de baldosas de orgullo reluciente que jamás perdían su pátina, las paredes estaban hechas de la altivez más noble y de las lámparas de cuentas pendía arrogancia de cristal. Por todos lados había majestuosos espejos bañados en oro, que no reflejaban a su dueño en plata ni en mercurio, sino en el más adulador de los materiales reflectantes, que es el amor propio. Tan grande era el orgullo que sentía el dueño por su nuevo hogar que se lo contagiaba misteriosamente a todos los que tenían el privilegio de visitarlo allí, de tal manera que nadie criticaba jamás la idea de haber construido una casa tan alta en una ciudad tan baja.
Pero después de que el hombre rico y su familia se mudaran allí, empezaron a sufrir el acoso de la mala fortuna. Se rompían el pie por accidente, se les caían jarrones valiosos y siempre había alguien enfermo. Nadie dormía bien. Los negocios del hombre rico no llegaron a verse afectados, porque nunca los llevaba a cabo allí, pero el gafe que sufrían los ocupantes de la casa llevó a la esposa del hombre rico a llamar a un experto en los aspectos espirituales del hogar, y cuando se enteró de que alguien había lanzado una maldición permanente de mala fortuna sobre la casa, probablemente un yinni amigo de la población de los hormigueros, la mujer hizo que el hombre rico y su familia, junto con sus mil y un subalternos y sus ciento sesenta automóviles, abandonaran la casa alta y se mudaran a una de sus muchas residencias bajas, construidas con materiales normales y corrientes, y allí vivieron felices para siempre, incluso el hombre rico, aunque el orgullo herido es la herida de la que más cuesta recuperarse; una fractura en la dignidad y la autoestima de un hombre es mucho peor que un pie roto y tarda mucho más en curarse.
Después de que la familia del hombre rico se marchara de la casa alta, las hormigas de la ciudad empezaron a trepar por sus paredes, las hormigas, los lagartos y las serpientes; la naturaleza salvaje de la ciudad invadió los espacios habitables de la casa, las enredaderas se enrollaron en torno a las camas con dosel y a través de las alfombras de Bujara de valor incalculable comenzaron a crecer las hierbas pinchudas. Hormigas por todas partes, adueñándose del lugar, hasta que el tejido mismo del lugar empezó a verse desgastado por el avance, la codicia, y la presencia en sí de las hormigas, mil millones de hormigas, más de mil millones, y la arrogancia de las lámparas de cristal se hizo añicos bajo su peso colectivo, y los pedacitos de arrogancia se desplomaron sobre los suelos cuyo orgullo ahora estaba sucio y deslustrado, ya que el tejido mismo del orgullo del que estaban hechas las alfombras y los tapices había sido erosionado por aquel millar de millones de patitas, desfilando, desfilando, robando y robando, y simplemente estando presentes, existiendo, estropeando el sentido mismo del orgullo del edificio alto, que ya era incapaz de negar su existencia y se estaba viniendo abajo bajo el hecho de aquella existencia, de sus mil millones de patitas diminutas, de su hormiguidad. La altivez de las paredes se vino abajo, se desprendió como si fuera yeso barato, dejando al descubierto lo endeble que era la estructura del edificio; y los espejos de amor propio se resquebrajaron de lado a lado, y todo quedó en ruinas, el glorioso edificio de antaño se convirtió en agujero de gusano, en insectario, en hormiguería. Y, por supuesto, se acabó derrumbando, se deshizo como si estuviera hecho de tierra y fue barrido por el viento, y, sin embargo, las hormigas siguieron viniendo, igual que los lagartos, los mosquitos y las serpientes, y también siguió con su vida la familia rica, todo el mundo siguió con sus vidas, todo el mundo siguió igual, y muy pronto todo el mundo se olvidó de la casa, hasta el mismo hombre que la había construido, y fue como si no hubiera existido nunca, y nada cambió, nada había cambiado, nada podía cambiar, nada cambiaría nunca.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.
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