Deň 23
Tak pekne. V noci tlačil betón, zima ani moc nebola.
Aj som si prispal - vyrazil som o 9. A hneď mimo trasu - a hovorím si, tou dolinou dole zas nepôjdem, a na kopci som dlho nebol - tak som si to šupol cez Pic de Les Fons, 2759 mnm. Vlastná varianta :)
Hore ma dobehol dedko, tak 67 mohol mať, ale do kopca bežal tak že čakatelia z horskej by sa nestačili ani pozerať (prepáčte, mládež, máte viac behať a menej chlastať ;) )no, asi mojim tempom, ale bez zastávok :) tak sme sa pustili do reči, vymenoval mi všetky vrcholy dokolečka co sme videli a to katalánske, andorské aj francúzske, dal prednášku z dejín Andorry a z jej ekonomického systému :) parádny človek.
Tak foto a potom dole a napojil som sa zas na klasiku hrp.
V Llorts som si dal kafíčko, a potom pri pochode po asfaltke od rána nachystanú bagetku. No a potom zas do kopca, dnes rekordné stúpanie - ináč sa moc nedeje, hore hrozila búrka ale nejak sa to rozpadlo :)
Zajtra opustím už Andorru napevno, prešiel som ju celú :) a je dobrá. A je tu spústa skvelých chát zadarmo a v dobrom stave - aˇnapr táto v ktorej budem spať - Cabana Coms de Jan - tu stojí od roku 1979. A stále v skvelom stave, s plnou lekárničkou, čistá, s krbom ... keby to tak u nás mohlo byť ... a tu ich je takých spústa, a aj tie čo sú platené majú priestory zdarma.
Na štát čo má rovnú daň 10% a žiadnu inú neuveriteľné!
Tak teraz večera - výnimočne píšem mimo postele, a spať.
Dnes bol krásny deň, cítil som sa šťastný a silný, bez ohladu na otlaky.
Zajtra má byť ešte pekne, v nedeľu dážď a v noci na pondelok sneh - tak uvidím či tomu utečiem :)
V Cabana Coms de Jan, 1.10.2021
31T 388380 471933
Dnes do kopca 2532 m a na dĺžku len 17 km . Holt Androrra - aspoň viem kde to ten dedo natrénoval.
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SOBRE EL HORMIGÓN COMO ARMA DE CONSTRUCCIÓN MASIVA DEL CAPITALISMO
Peio Aguirre
Según se deduce de la lectura de este libro [Béton. Arme de construction massive du capitalisme, Éditions L’Échappée, 2020], el mundo construido tal y como lo conocemos estaría a punto de desmoronarse al fallar la materia sustancial y omnipresente que la compone: el hormigón. El origen de este trabajo de Anselm Jappe, teórico experto en la cuestión del valor, se encuentra en el desmoronamiento en Génova del puente Morandi el 15 de agosto de 2018 y que causó decenas de muertos. Diseñado por el ingeniero civil Riccardo Morandi, este puente inaugurado en 1967 se consideró en su día una infraestructura “de autor” que incorporaba soluciones tectónicas poco habituales. La investigación que siguió al derrumbe no pudo sin embargo dictaminar un único y claro motivo que explicara el colapso, abriéndose una serie de hipótesis: defecto en el cálculo de la estructura; o que tal vez sus responsables estimaron erróneamente el envejecimiento del material; o tal vez se debiera a la pobreza de éste, fruto de la especulación, la corrupción política y mafiosa, etc. Finalmente, el puente fue demolido y reinaugurado el año pasado. Renzo Piano se hizo responsable de su ejecución y, en lugar de hormigón, el puente es ahora de acero. Este acontecimiento le sirve al autor para lanzar una serie de interrogantes sobre un material, el hormigón, el cual, pasado medio siglo desde su fabricación, comienza a ofrecer síntomas de deterioro y necesita de un mantenimiento constante.
De acuerdo a este dictamen, polémico y discutible, un escenario distópico se abriría paso, en donde las infraestructuras de ingeniería civil y la arquitectura erigida estarían actualmente en un punto crítico, pues el uso masivo de hormigón armado se dio inmediatamente después de final de la Segunda Guerra Mundial. Esto no pillará desprevenido a arquitectos e ingenieros, pues es sabido que las grandes masas de hormigón encuentran, a medio plazo, problemas de conservación y se deterioran por efecto de la lluvia, el frío y la humedad. El acero se corrosiona e infla, agrietando los muros que estaban destinados a durar más tiempo. Cuando se trata de módulos prefabricados, estos se contraen o expanden debido al calor, generándose fracturas. El hormigón armado está ahora monitorizado, aunque los costes de su vigilancia parecen invisibles. Sin embargo, no existe actualmente una conciencia de sus efectos nocivos sobre el planeta, como por ejemplo sí la hay sobre el plástico. Quizás esto se deba a una discreta labor persuasiva del lobby industrial del cemento, un material que está por todos lados pero que pasa desapercibido.
De entrada, cemento y hormigón no son lo mismo, aunque el segundo no existiría sin el primero. La etimología se presta a la polisemia y a la confusión. Betón en francés, cemento u hormigón en español, concrete en inglés, concreto en portugués y en Latinoamérica… La etimología del cemento nos llevaría al ciment, al “cimiento”, en tanto asentamiento o consolidación de una base. Jappe expone con no pocos argumentos el carácter nocivo del hormigón armado. El examen no es tanto al cemento, el cual, como explica, ha venido utilizándose desde la época romana, y el Panteón mismo está levantado a partir de una mezcla muy similar (de cemento no armado). Desde la antigüedad se ha utilizado siempre diferentes aglutinantes para asociar de manera estable elementos de construcción, principalmente agregados de minerales y tierras cocidas. Más bien, su crítica se dirige al hormigón armado, pues casi la totalidad de las construcciones que hoy en día llamamos de cemento poseen en su interior armaduras de hierro o acero. Jappe sitúa de ese modo el origen del conflicto en el siglo xix con la introducción en la construcción de las armaduras en hierro. En efecto, su mayor debilidad o punto débil está en la corrosión potencial de sus armaduras de hierro. Escribe: “Es el empleo masivo de cemento bajo su forma armada la que causa esos daños. Los horrores de la arquitectura de hoy en día y sus construcciones modernas son la consecuencia de la combinación de cemento y acero”. (1)
La historia de un material
El autor traza entonces una historia del cemento y el hormigón desde la antigüedad, centrándose en el siglo de la gran industrialización, cuando comienzan a utilizarse por primera vez los moldes para fabricar “piedras artificiales” (no todavía para levantar edificios, sino para decorarlos). Describe así el origen en Inglaterra del “cemento Portland” (que recibe su nombre debido a la semejanza en aspecto con las rocas que se encuentran en la isla de Portland, en Dorset). A partir de la segunda mitad del xix, se abren fábricas de cemento por toda Europa y el material pasa de ser un elemento decorativo a devenir estructural, alimentando incluso la utopía de que gracias a su empleo masivo se podría proceder a la regeneración de barrios pobres y proporcionar a los obreros, por un precio inferior, alojamientos más alegres y saludables. El bajo coste del hormigón fue visto con desdén y sospecha por parte de la burguesía, que lo empleaba en las partes menos visibles de sus casas. Durante mucho tiempo no se consideraba el hormigón suficientemente “bello” y se recubría con materiales más “nobles”, incluido ladrillos. Lo que planteaba la siguiente pregunta ¿es el cemento proletario?
El carácter “interclasista” del cemento fue abriéndose paso y, con el ascenso del Movimiento Moderno, otra pregunta era formulada: ¿es el cemento vanguardista? El constructivismo, la sanción a todo ornamento de Loos y la célebre “máquina de habitar” de Le Corbusier fueron, como se sabe, determinantes en la promoción de una nueva manera de construir que abolía el viejo mundo. Jappe recuerda entonces los alojamientos en masa como los impulsados por Ernst May en Fráncfort. La izquierda vio en el higienismo y en la economicidad (la prefabricación y la estandarización de la producción) más ventajas que inconvenientes, y en los años veinte los gobiernos socialdemócratas de Alemania y los Países Bajos recurrieron al hormigón en programas de vivienda pública. Con el racionalismo y sobre todo con el funcionalismo, el hormigón armado fue perdiendo su estatus un poco marginal hasta el punto de preguntarse ¿es el cemento fascista? ¿Acaso es estalinista? (En la Unión Soviética durante los años cincuenta el uso de hormigón armado prefabricado permitía triplicar el ritmo de producción de viviendas prefabricadas a escala masiva). Los totalitarismos hicieron del hormigón un fetiche y un símbolo. Que el hormigón armado pudiera servir al mismo tiempo al capitalismo y al comunismo da cuenta de su propia naturaleza fluida y, tal vez, dialéctica.
Este trabajo de Jappe ha de enmarcarse dentro de una crítica a la modernidad, pues el hormigón fue todo un símbolo de la construcción durante un siglo. Esta crítica incide en la modernización y el mito del progreso. En ese sentido, la arquitectura moderna no sale bien parada. La figura del último Le Corbusier es altamente problemática para el autor. La Cité Radieuse marsellesa en manos de los discípulos del suizo produjo estragos en todo el mundo, por no mencionar Chandigarh. La lista de pecados de Le Corbusier son múltiples: los parámetros uniformadores del “modulor”; la implantación universal de sus preceptos (los “cinco puntos de la arquitectura moderna” sin importar el contexto; el funcionalismo como prolongación de un modo de vida que pertenece al capitalismo, al trabajo; la imposición de la arquitectura sobre los sujetos… a la que sumar su más que demostrado pasado colaboracionista. Esta crítica a la arquitectura moderna se contradice más tarde, cuando afirma que el hormigón armado no es idéntico a la arquitectura moderna, y que solo una parte de este material ha sido efectivamente empleado en arquitectura, pues son las obras de ingeniería civil, las presas, pero también los puentes y las carreteras, las grandes infraestructuras, las que consumen la mayor parte.(2) Pero para entonces, la impugnación de la arquitectura moderna es total, especialmente el funcionalismo asociado al cemento, el cual proporcionó ciertas ventajas al principio, por ejemplo a las clases populares que vivían en condiciones insalubres, para a continuación convertirse en otra clase de miseria en las barriadas periféricas de vida insoportable. En su recorrido urbano, Jappe también se detiene en los Situacionistas y en Debord, pero sobre todo en los proyectos utópicos de Constant quien, para el autor, bebe todavía demasiado de Le Corbusier.
Los estragos de un material
Siguiendo con su argumentación, el Empire State, terminado en 1931, se erigía sobre una estructura de acero recubierta de distintos materiales. En los años treinta los estadounidenses se dieron cuenta que el hormigón contribuía a aumentar el producto interior bruto más que ningún otro elemento. Ejemplo de aquel hallazgo fue la presa Hoover, obra emblemática y símbolo del New Deal en la que se vertieron 3,3 millones de metros cúbicos y un novedoso sistema de fraguado. La carrera internacional del hormigón despegó después de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, China es el mayor gran productor y consumidor de hormigón junto con los Estados Unidos. La presa de las Tres Gargantas es la construcción en este material más grande del mundo. Su implantación conlleva el éxodo masivo de millones de personas y la transformación a una escala inimaginable de toda una región. Los daños sobre el medio ambiente son cuantiosos. Cuarenta mil millones de toneladas de arena y de escombros son extraídos cada año en el mundo destinados la mayor parte a la producción de hormigón. En treinta años, la demanda se ha triplicado. Los argumentos en contra son numerosos: extractivismo, contaminación, problemas sanitarios, especulación, mafias, etc. Allí donde hay hormigón hay corrupción, lobbying y capitalismo salvaje. De hecho, cuando en España hablábamos del “boom del ladrillo”, ¿acaso no nos estaríamos refiriendo al hormigón?
De todos estos “problemas” tal vez el más decisivo sea el de su rápido envejecimiento. Basta con echar un vistazo a muchos proyectos urbanos de vivienda social. Por otra parte, los productos de la era industrial tienen una corta vida y secuelas casi eternas. A diferencia de la piedra, que una vez en ruina se metamorfosea y camufla en la naturaleza, no sucede lo mismo con los materiales modernos sintéticos (hormigón, acero, vidrio, y otros derivados plásticos). Estos no retornan ni se integran jamás en la naturaleza de la que han nacido, Lo que plantea la pregunta por las ruinas modernas y el legado industrial. Jappe pasa un tanto de puntillas por el estilo arquitectónico del brutalismo, con apenas alguna mención a renovadores de la vivienda social como Alison y Peter Smithson. En el fondo a Jappe le cuesta asumir que el brutalismo cuente con adeptos, después de décadas denostado, considerado como el principal culpable de la fealdad de muchos lugares. Según el autor, se ha practicado cierto greenwashing del hormigón por parte de promotores que se esfuerzan en disociarlo del brutalismo.
No hace falta sin embargo ser un fundamentalista del hormigón armado para apreciar la creatividad e imaginación tectónica del brutalismo. En la llamada “trilogía de cemento” de J. G. Ballard (Rascacielos, La isla de cemento, Crash), el escritor británico denunciaba la alienación de la tecnología y la vida moderna transmitiendo al mismo tiempo cierta belleza y un sentirse a gusto en medio de ese paisaje industrial. Una vez más, la ambivalencia del hormigón. Brutalistas son muchas ruinas del futuro que el pasado nos legó. La reciente demolición del complejo Burroughs Wellcome, de Paul Rudolph, uno de los iconos brutalistas y futuristas de finales de los sesenta en los Estados Unidos, es un claro ejemplo de la controversia suscitada por la obsolescencia de un material y la importancia de su preservación en tanto legado cultural de la modernidad.(3)
Crítica del valor y alternativas a la construcción
Junto a toda esta reflexión sobre la arquitectura, hay en este libro una clara voluntad de releer a Marx. El autor utiliza el juego de palabras del hormigón como concrete, en inglés “concreto”, para trazar una analogía de los aspectos concretos y abstractos del trabajo, argumentando que el hormigón es la materialización perfecta de la lógica del valor:
Representa por excelencia el lado concreto de la abstracción mercantil. El concreto es la cara visible de la abstracción. Es un material sin límites propios (líquido al inicio), amorfo, polimorfo y que puede verterse no importa en qué molde. Anula todas las diferencias y es casi siempre el mismo (menos cuando su mezcla está mal dosificada). Se adapta a todos los climas, a todas las circunstancias. No tiene ninguna forma propia, pero puede cogerla. No existe en ninguna parte en su estado natural, pero se ha convertido en omnipresente. Es lo mismo para el valor: puede cambiar de forma, ser dinero, convertirse en mercancía, ser dinero de nuevo, pasar por una serie de metamorfosis hasta el punto de ser irreconocible –cuando se encarna en un valor de uso– y retoma de nuevo su forma inicial. El valor capitalista ha abolido todas las particularidades locales, todas las tradiciones, y se ha impuesto como la única ley hasta en los últimos rincones del planeta, en las cuales la vida social obedecía anteriormente a leyes fuertemente diferentes según las regiones; de la misma manera, el cemento ha extendido su reino monótono al mundo entero homogeneizando por su presencia todos los lugares. (4) […] La crítica de la arquitectura, y del hormigón en particular, constituye el punto de unión ideal entre la crítica del capitalismo, en tanto que sistema económico y social, y la crítica de la sociedad industrial. (5)
Sin embargo, siguiendo una argumentación marxista, el autor podría incorporar, ya de paso, cierta imaginación dialéctica por la que, una misma cosa, en este caso el hormigón, podría ser considerado al mismo tiempo como bueno y malo, positivo y negativo, recomendable y desaconsejable, etc. Esto es, esa contradicción inherente al capitalismo que analizara Marx por la que una misma cosa puede de entrada incorporar beneficios que a la larga se convierten en problemas. Quizá, sin complejizar tanto, tal vez el problema principal del hormigón armado sería de escala; cuando su aplicación excede ciertos umbrales.
En cualquier caso, Jappe ofrece más problemas que soluciones o alternativas, estimulando que cada cual saque sus conclusiones. Su incitación a construir sin hormigón, la vindicación de las arquitecturas tradicionales, la artesanía y las construcciones levantadas por la gente, como las catedrales y los núcleos urbanos de las viejas ciudades europeas, en la línea inaugurada por Bernard Rudofsky y su Arquitectura sin arquitectos, (6) resulta bienintencionada, hasta idealista, aunque no tan sencillo de llevar a la práctica. Lo mismo sucede con la autoconstrucción, la cual defiende, aunque alerta de sus peligros pues estas son grandes consumidoras de hormigón (señala además que el sur de Italia y Grecia están repletos de autoconstrucciones, muchas de ellas sin terminar o en situaciones de edificación abusiva, caótica y sin regulación).
El capítulo de elogio a William Morris tampoco ofrece respuestas “materiales”, concretas, a los problemas planteados por la edificación actual, para la cual resulta anacrónico eludir muchas de las enormes ventajas (técnicas) incorporadas por la modernidad y la arquitectura del siglo xx. Aunque el libro comienza con un puente, luego es la arquitectura, y no la ingeniería civil, el objetivo de su impugnación. La “arquitectura feliz” de Morris no tiene nada que ver con la ingeniería, la cual, sin el cemento y el hormigón, difícilmente hubiera podido desarrollarse tal y como hoy la conocemos. Es el sino del capitalismo actual, que facilita enormemente la vida a muchas personas, mientras empobrece y dificulta a otras tantas, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Sin duda, este libro acontece en una coyuntura en la que se debate una arquitectura contemporánea más “sostenible”. En cualquier caso, la solución tal vez se encuentre de nuevo en Marx, pues su sociedad comunista no emergería de la nada, mucho menos de la erradicación de la producción industrial, sino de la incorporación y reintegración de los beneficios tecnológicos producidos por un capitalismo que, en lugar de destruirse a sí mismo, sirve para levantar una sociedad más justa e igualitaria.
Anselm Jappe, Béton. Arme de construction massive du capitalisme, Éditions L´Échappée, París, 2020, p. 23. Todas las traducciones del francés son del autor.
Ibid., pp. 112-113.
Otro caso parecido fue la demolición en 2017 del Robin Hoods Garden en el este de Londres, un complejo de viviendas sociales de Alison y Peter Smithson construido en 1972 y considerado como un punto de referencia para la arquitectura brutalista.
Ibid., p. 186.
Ibid., p. 193.
Ver Bernard Rudofsky, Arquitectura sin arquitectos, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2020.
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