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#cauro
artisamaptothejourney · 8 months
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Cauro Hige
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creativespark · 1 year
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Cauro Hige, Koi Pond
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natyshaw · 3 months
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Day four: Happiness El capitulo 111 del manga es de mis capítulos favoritos. Me hizo caer sus lagrimitas porque fue emocionante ver felices a estos cauros. Dejo los chibis aparte bajo el corte.
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pasitamay · 2 years
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Los cauros
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loshijosdebal · 7 months
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Capítulo VII: La visión de Idgrod
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Alicent, Joric e Idgrod se reunieron tras el aserradero al caer la tarde, cuando ya habían cumplido con sus quehaceres. Habían pasado unas tres semanas desde el Festival de la Bruma y, pese al mal presagio, las cosas seguían igual en Morthal. 
Casi todas, pensó Idgrod al reparar en que Alicent miraba una vez más en dirección al camino que unía el aserradero con el pueblo, mientras apretaba ansiosa la falda de su vestido con una mano. Siguió su mirada y la esperanza de su amiga le produjo ternura; la densa niebla ya había caído sobre la comarca y era casi imposible ver nada que no estuviera en un radio de tres metros a la redonda.
—¿Habéis quedado otra vez? 
A Alicent se le escapó una sonrisa y asintió. Desde el festival, cada vez que Seth visitaba Morthal buscaba un rato que pasar con ella. Aunque al principio no le había hecho gracia la idea, su presencia había ayudado a su amiga a sobrellevar el hecho de no haber podido hacer su ofrenda anual.
—Pasó antes por la tienda para preguntar por los huevos de cabro. —Idgrod apretó los labios para no reír por la forma en que Alicent llamó a los cauros. Pero no dijo nada, para no avergonzarla—. Se fue rápido, pero prometió que luego vendría a buscarme.
Idgrod miró a su hermano de reojo, notando que apretaba los puños con un enfado que se reflejaba en su mandíbula tensa.
—De verdad que no sé qué le ves, Ali. Da miedo, con esa mirada fría parece que te quiere robar el alma. —Su expresión se tornó teatral, y un escalofrío fingido recorrió su espalda—. Y esa sonrisita falsa —siguió—, me pone de los nervios. Ese tipo no es trigo limpio, escuchad lo que os digo.
Idgrod vio como su amiga se ponía a la defensiva. Ahí van otra vez.
—Para ya de hablar mal de él, Joric —protestó Alicent en un tono infantil—. Solo intenta ser amable y hacer amigos, ¡no te ha hecho nada!
—Por su culpa no pudimos hacer nuestra ofrenda, ¿¡te parece poco!? 
Idgrod intervino antes de que volvieran una vez más sobre el mismo tema. Habían discutido aquello al menos siete veces desde el festival.
—Chicos, parad de una vez. De verdad, empiezo a no saber cuál de los dos está más obsesionado con Seth.
Ambos se cruzaron de brazos y desviaron la mirada, cada uno a un lado. Se formó un silencio incómodo que se prolongó varios minutos. Entonces tuvo una idea. Quizá no era la mejor broma del mundo dado el contexto, pero no pudo resistirse.
Quedó inmóvil, como paralizada. Tensó los músculos de su cuerpo y entrecerró los ojos, haciendo todo lo posible por dejarlos en blanco antes de romper a temblar, como si hubiera caído en trance. Su interpretación debió de ser lo bastante creíble, ya que no tardó en sentir que alguien a su espalda la sostenía por los hombros.
—Tranquila, estoy aquí —murmuró su hermano con tono protector.
Se sintió un poco culpable por lo que estaba haciendo, pero ya no tenía sentido echarse atrás. Empezó a hablar con voz trémula.
—Alicent, te veo cruzando el templo de Mara. Y ahí está Seth junto al altar, esperándote. Pero, ¡oh no! Joric irrumpe en el templo, espada en mano, listo para desafiar a Seth por tu mano.
Relajó la mirada, curiosa por ver sus expresiones. No pudo ver a Joric, que seguía a su espalda, pero Alicent la miraba con el ceño fruncido y los labios entreabiertos, confundida. Aquello le arrancó una carcajada que fue incapaz de contener. 
Joric la soltó de golpe al escuchar su risa, y cuando se giró vio el reproche en su expresión dolida. 
—No tiene gracia, idiota —masculló con la voz ronca—. ¿Sabéis qué? Me vuelvo a casa. Tengo que hacer algunas cosas. 
—Oh, vamos Joric. No seas enfadica. 
Joric se limitó a alzar una mano reafirmando su despedida, antes de perderse entre la niebla. Idgrod intercambió con Alicent una mirada cargada de remordimiento. 
—¿Crees que me he pasado?
Alicent no sabía mentir y desvió la mirada.
—Sí… pero creo que yo también. No debería hablar de Seth cuando estamos con Joric…, ¿verdad?
Idgrod se acercó para abrazarla; Alicent era la persona más dulce y empática que conocía. Incluso en aquella situación, no podía evitar sentirse mal por herir los sentimientos de Joric a pesar de que este no tenía ningún reparo en intentar boicotear su relación con Seth.
—A Joric le gustas mucho, Ali —confesó sin romper el abrazo—. Vas a tener que ser paciente con él. 
—Pero a mi me gusta Seth —replicó Alicent con un tono cargado de culpa, alejándose un poco para hacer contacto visual. 
Sus manos quedaron sobre los hombros de Alicent y rodó los ojos.
—No me digas. No lo había notado.
En ese momento, una figura cobró forma entre la niebla. Idgrod afinó la mirada con la esperanza de ver volver a su hermano pero, en su lugar, vio llegar a Seth Athan. Intentó avisar a Alicent con un gesto mudo.
—¿Interrumpo algo? —preguntó al llegar hasta ellas. Seth tenía una sonrisa apretada, como si algo le estuviera haciendo gracia. Por un momento, Idgrod dudó si habría escuchado algo de lo que hablaban. 
Dejó caer las manos de los hombros de Alicent al tiempo que esta giró como un resorte para saludar a Seth.
—No —se apuró a decir, sin quitarle la vista de encima. Sonreía como no lo había hecho en toda la tarde—. Te estaba esperando. 
Seth, por su parte, destensó la sonrisa al escucharla y le tendió el brazo a Alicent. Aquella situación la hizo sentir incómoda. Alzó la mano para saludar a Seth, pero también dispuesta a despedirse de ambos. Cuando su amiga vio su gesto, abrió mucho los ojos y miró a Seth, haciendo uno de sus pucheros. Siempre ponía esa expresión cuando quería algo.
—Seth, ¿qué te parece si hoy nos quedamos con Idgrod? Así os podéis conocer mejor, aprovechando que no está Joric.
Seth asintió sin necesidad de pensarlo, como si la idea le pareciera estupenda. Idgrod sintió cierto alivio ante la oportunidad que se abría. Tenía sus reservas sobre la relación de Seth y Alicent; ella era dulce y un poco ingenua. Le preocupaba que él pudiera aprovecharse de eso. Con un poco de suerte, aquella tarde podría salir de dudas. 
Seth tomó asiento en uno de los troncos y Alicent no tardó en ir a su lado. Ella, por su parte, se quedó de pie, frente a ambos.
—¿Qué tal estás llevando todo lo del festival? —empezó Idgrod. 
Seth la miró como si no supiera a qué se refería. 
—¿Lo del festival?
—La gente sigue hablando de lo que pasó. Y de ti. Imagino que no están siendo muy amables —se explicó.
—Ah, eso. Sí, pero mientras Ali y tú no hagáis caso de lo que digan, todo irá bien.
Idgrod se volvió hacia Alicent, que seguía sin apartar los ojos de Seth. Desde que había llegado parecía como si para ella no hubiera nadie más que él. Podía entenderlo; Seth no solo era atractivo, sino que también cuidaba mucho su apariencia. Joric tenía un punto en lo referente al peinado; de algún modo Seth conseguía estar siempre impoluto, incluso tras haber cabalgado a Morthal desde el Cerro.  
—Sigo pensando que es muy injusto —intervino Alicent—. Tú tampoco pudiste hacer tu ofrenda.
Tras el comentario, se formó un silencio que cayó con tanta pesadez como lo hacía la bruma sobre Morthal. Idgrod pensó en su hermano y en su amiga, en el peligro que se cernía sobre ambos. Comprendió por la expresión de Alicent que ella estaba pensando en lo mismo.
Seth rompió el silencio.
—¿De verdad os sentís tan inseguras por ello? 
—Los ritos son importantes por algo. No cumplir con ellos trae consecuencias. Siempre lo hace, ¿por qué si no iba a haber tanta literatura al respecto?
Seth resopló. 
—Lo sé, pero… ¿no os parece sospechosa la fecha del festival? 
—¿Qué le pasa a la fecha? —preguntó Idgrod.
—Coincide con el día de Mephala —explicó él.
—¿Mephala? —repitió Alicent. 
—Es la daedra de las mentiras, los secretos y las conspiraciones —respondió Idgrod, todavía mirando a Seth contrariada—. Pero eso no tiene sentido… 
—Si lo piensas bien, al hacer la ofrenda revelas parte de tus temores. Cualquier seguidor de Mephala encontraría muy interesante esa información. 
Buscó la forma de rebatir su tesis, pero no se le ocurrió nada. Seth tenía razón. No sabía cómo se le había podido pasar por alto aquello. Lo miró impresionada. Tener a alguien en el grupo que compartiera sus intereses intelectuales era algo nuevo y estimulante.
—Pues es verdad —admitió Idgrod.
—Seth sabe mucho sobre daedras —dijo Alicent inocentemente. 
—¿Lo hace? —Idgrod intercaló una mirada entre su amiga y Seth, quien sonrió.
—Mi tutor me enseñó todo lo que consideró necesario para poder desenvolverme en el mundo. 
—¿Y entre esas cosas había todo un capítulo sobre daedra?
Seth se encogió de hombros, restándole importancia.
—Y aedra. 
—¿Cuál es la diferencia? —quiso saber Alicent. 
La pregunta consiguió irritar un poco a Idgrod. Seth se dio cuenta y se adelantó. 
—Daedra lleva una d al principio y aedra no lleva nada —comentó en broma, arrancándole una sonrisa a Alicent—. No, pero, hablando en serio, podría decirse que la diferencia fundamental es que, mientras que los aedra no suelen intervenir directamente en el mundo, a los daedra les encanta entrometerse en la vida de los mortales. 
Aquello hizo sentir a Idgrod un poco más cómoda. Tal vez se había preocupado por nada y a Seth realmente le gustaba Alicent, dedujo por la paciencia y la forma en que se lo había explicado. Además, Alicent le estaba prestando atención, algo que ni ella misma había conseguido. Quizá Seth fuera una buena influencia después de todo. 
—Pero Akatosh se manifestó durante la crisis de Oblivion —apuntó Alicent. 
Su comentario, exacto y oportuno, sorprendió a Idgrod. Seth también la miró con curiosidad, como si no se creyera que ella hubiera dicho aquello. 
—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Idgrod. 
—Por un cuento. Mi padre me lo contaba cada noche antes de dormir —respondió Alicent ofendida, probablemente porque parecieran tan extrañados de que ella también supiera cosas. 
Idgrod intercambió una mirada perpleja con Seth. No conocía ningún cuento sobre aquel hecho histórico. 
—¿Recuerdas cómo se llama? —preguntó.
—Qué va. ¿Nunca os lo han contado? —Idgod y Seth negaron a la vez—. Qué raro… ¿A vosotros qué cuentos os contaban? 
—Pues… Sobre todo de Hermaeus Mora —respondió Idgrod—. Por las visiones.
Seth, que había estado escuchando en silencio, la miró de pronto con súbito interés. 
—Hablando de eso, Idgrod…, la visión que tuviste el día que nos conocimos ¿podría estar relacionada con lo que pasó durante el festival?
Idgrod miró hacia Alicent instintivamente. Su amiga la miraba con curiosidad, y también con un ligero reproche. No le había hablado de aquella visión. No porque le gustara guardar secretos, sino porque no había querido asustarla. No pudo evitar lanzar una mirada cargada de reproche a Seth, que alzó ambas manos.
—Discúlpame si he hablado de más. Imaginaba que se lo habrías contado. 
Idgrod negó con un suspiro, restándole importancia al asunto. Hundió los hombros y cerró los ojos, buscando la mejor forma de compartir con ellos lo que había visto. Ya no tenía sentido seguir ocultándolo. 
—El mes pasado tuve una visión, Ali. No te lo había contado porque la visión no es del todo clara y no te quería preocupar —se justificó.
Alicent asintió y miró a Seth de reojo con nerviosismo, pero él no se dio cuenta. Tenía los antebrazos sobre las pantorrillas, y la miraba con sumo interés.
—¿Qué viste? —preguntó él.
—Como decía, fue algo confuso. Mi madre insistió en que probablemente no sería nada pero… había fuego, gritos y magia —tragó saliva y desvió la mirada un instante, antes de clavar los ojos en los de Seth—. Magia negra. 
A Alicent se le escapó un gritito de horror y se tapó la boca con ambas manos. 
—Nigromantes —dijo en un susurro lo bastante alto como para que ambos pudieran oírlo. Idgrod asintió lentamente y Alicent volvió a hablar, ahora en un tono más alto— ¿Por qué no dijiste nada antes?
—Me imagino que la jarl querría mantener la información en secreto para no alarmar al pueblo —intervino Seth. 
Quiso dedicarle un gesto de gratitud, pero él había pasado un brazo por los hombros de Alicent y ambos intercambiaron una mirada; la de ella, asustada, contrastaba con la seguridad de la de él. A Idgrod le dio la impresión de que estaban teniendo una conversación sin necesidad de intercambiar palabras. Que Alicent se relajara un poco en lugar de romper a llorar se lo confirmó.
En cuanto pareció más calmada, Seth la soltó para volver a centrarse en el tema. 
—¿Cómo puedes estar tan segura de que era magia negra? —preguntó con seriedad.
Idgrod apretó los labios. Había evitado a propósito el detalle más escabroso de la historia, pero Seth no parecía dispuesto a pasar nada por alto. Quizá sea la actitud más adecuada si queremos estar preparados para lo que viene.
—Los padres de Agni estaban allí. Pero… No estaban como siempre. Estaban reanimados, lo sé. 
—¿Reanimados? —preguntó él.
—Era como si sus ojos no tuvieran vida. Daban miedo. 
Recordar aquello le provocó un escalofrío. Seth entrecerró los ojos, su expresión seguía cargada de interrogantes.
—¿Viste algo más? ¿Algún detalle que nos pueda ser de ayuda? 
Idgrod se esforzó por hacer memoria, repasando una vez más el batiburrillo de imágenes que habían asaltado su mente en aquel día. Al forzarse a recordar, cayó en algo en lo que no había reparado antes y abrió mucho los ojos.
—¡La nieve! —exclamó mirando a Seth— La nieve empezaba a fundirse, pero todavía cubría el suelo. Eso solo puede significar que ocurrirá…
—Justo después de mi cumpleaños —la cortó Alicent con un hilo de voz. Idgrod la miró y notó que temblaba. En aquel rato, sus ojos se habían empañado—. Yo no quiero que un nigromante me robe el alma, Seth. No quiero que mi alma vaya a Puerto Gélido.
Idgrod frunció el ceño, preguntándose qué clase de historias le había contado Seth. No obstante no le dio más importancia de la cuenta. Él había demostrado cierta pasión por la mitología, así que supuso que le habría hablado de Molag Bal tras el festival. Sin embargo, no le terminó de gustar que le hubiera hablado de aquello a Alicent. Mucho menos, después de lo ocurrido. Claro que Seth no la conocía como ella lo hacía. Quizá debería intercambiar con él unas palabras si aquel par pretendía seguir compartiendo tiempo.
Entre tanto, Seth había tomado el mentón de Alicent, que ahora lo miraba con las emociones a flor de piel aunque intentando reprimir el llanto.
—Shh, Ali, ¿qué te he dicho yo? —preguntó con un tono firme.
 Ella intentó responder, pero se le quebró la voz. Necesitó un segundo intento.
—Que no me pasará nada mientras estemos juntos.
Seth cabeceó secamente, como afirmación.
—Morir a manos de un nigromante es una de las cosas más horribles que te podrían pasar, ¿crees que dejaría que te ocurriera algo así?
Idgrod frunció el ceño. Aunque las intenciones de Seth fueran buenas, su elección de palabras había sido terrible. Le bastó una mirada para confirmar que habían asustado a Alicent más de lo que la había aliviado. Tanto que la joven finalmente rompió a llorar. Fue a abrazarla por instinto, pero Seth se adelantó. Alicent buscó refugio en su pecho.
—Lo siento, no quería asustarte —se disculpó él, acariciando su espalda.
Idgrod se quedó ahí sin saber qué hacer además de luchar contra la estúpida sensación de celos que le había entrado al sentirse desplazada por él. Así que empezó a caminar de un lado a otro, inquieta. 
—Ali, ninguno dejaremos que te pase nada malo. Encontraremos el modo de que estés a salvo —prometió, intentando ayudar.
 —Además, las visiones de Idgrod no siempre tienen que cumplirse ¿verdad?
Seth la miró fijamente, esperando su respuesta. Idgrod dejó de caminar y desvió la mirada. No tenía sentido mentir. No cuando Alicent ya sabía la verdad de primera mano. 
—Siempre lo hacen —respondió Alicent, aún con la voz cortada.
—Siempre hay una primera vez para todo. No pienso permitir que un puñado de nigromantes tome Morthal.
La voz de Seth fue seca, tajante. Tanto que a ella misma le sorprendió. Era como si aquello le hubiera afectado de un modo personal. Volvió a mirarlos a tiempo de ver a Seth de pie y a Alicent con los brazos todavía alzados hacia al chico.
Seth se alejó unos pasos en dirección al camino que bordeaba el aserradero antes de volverse hacia ellas. Idgrod escrutó su expresión; era seria y estaba llena de determinación. También había algo más. Parecía molesto. O enfadado. Pero aquello no tenía demasiado sentido; a fin de cuentas, acababa de mudarse al pueblo, ¿por qué le habría de afectar aquello tanto? 
—Tengo que irme —se intentó despedir él.
Pero Alicent se levantó y fue tras él, volviendo a abrazarlo.
—Quédate un rato más, por favor.
Él la separó, tomándola de los hombros. La miró a los ojos, sin ablandarse. 
—No puedo. Lo siento. Hay algunas cosas que debo hacer. 
Tras estas palabras, soltó a Alicent y, por último, miró a Idgrod y se despidió con un cabeceo antes de girar sobre sí. Echó a caminar e, igual que había llegado, Seth Athan desapareció entre la niebla.
En un claro de bosque bañado por la luz crepuscular, tres jóvenes se encuentran en medio de una reunión secreta. La escena se centra en Idgrod, una joven con expresión intensa, ojos cerrados y manos levantadas como si recibiera mensajes del más allá. A su alrededor, Alicent y Joric observan con una mezcla de asombro y escepticismo. La atmósfera es tensa, cargada de expectativa. A pesar de la seriedad del momento, un atisbo de sonrisa juguetona se asoma en los labios de Idgrod, insinuando que todo es parte de una elaborada broma. El entorno está envuelto en una tenue niebla, añadiendo un aire de misterio y anticipación. Esta imagen debe capturar el momento justo antes de que Idgrod revele la verdad, jugando con la dualidad entre lo sagrado y lo profano, lo místico y lo mundano.
Imagina una escena de tarde, tras el aserradero de una villa medieval a orillas de un río cenagoso, donde una chica adolescente de piel blanca, pelo castaño oscuro y lacio, cara larga y ojos pequeños está de pie y finge tener una premonición. Pone los ojos en blanco, finge temblar y parece estar en trance. A su espalda, su hermano varón la sujeta por los hombros, preocupado por su hermana.
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margari41 · 1 year
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Cauros no kiero ir al liceo, ta terrible toxsico todo ahí
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serenityblood1 · 3 days
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malditoportal · 1 month
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FRIKIANA ADICCIÓN: DÍA DEL CAURO Q… NIÑO
BLOOD TEA AND RED STRING (2006), ONE NIGHT IN ONE CITY (2007), CORALINE (2009), DANTE'S INFERNO (2010), WHERE THE DEAD GO TO DIE (2012), POS ESO (2015), TO YOUR LAST DEATH (2019), MAD GOD (2021)
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ricitosblog · 1 year
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EXTRACTO: BOOMBARRIO - CHYSTEMC | RIMAS ANALIZADAS
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Full respect a cada ser humano del barrio
Amigos y hermanos, incluso los cauros que nos trompeamos
De todos aprendí algo, no puedo olvidarlo
Sin ser el del medio, aquí de kid me sentí Malcolm
Extraño estar con los fellas en la banca
Aquí en la fila del banco repaso cantos
que van con
Contenido franco, ya no competimos tanto
Lo que por dentro es negro ¿qué te propones con teñirlo blanco?
Corazón de indio de campo, somos todos primos hermanos
Ya no escribo mambo, activo el hipocampo invocando el hip-hop más pro
¡Capo!, como noble niño el Torres vino por el torbellino
Con el objetivo claro
Qualité de un raperazo de verdad.
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juanenunblog · 1 year
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Me cansa
La pena
Me cansa
Me cansa
La tristeza
Me cansa
Me cansa
El llanto
Me cansa
Disculpen
Soy de los ochenta
Hagamos el amor en la barricada
Decia aquel rock hediondo a ron.
Nuestro lenguaje era conspiranoico
La caleta y El estopin
El manto y la leyenda.
El Grupo de choque y
El grupo de contención
Puros cauros choros
Pura pobla
Nuestro lenguaje era pulento
La pitufa la mata gato y la grana
La molotov El Miguelito y El bombazo.
10% de Carbón vegetal
20% de Salitre y
Ud ya sae...
Nuestros sueños olían a pólvora
Y venganza
Eran de Manuga a Masalla
Los discursos no eran lo nuestro
Eran los actos.
Los actos de amor infinito
Regalando la vida en un calle de mierda
Balaeados por pacos de mierda
Quemados por milicos de mierda
¿Quien quiere mirarnos el rostro ahora?
Me cansa el llanto
Por Allende
Me cansa
Baleados en una calle de mierda en los ochenta
Mueren Juan y Pedro
con las armas en la mano
Dando cara a los perros del tirano
Nadie llora por ellos
Porque ahora su recuerdo incomoda
Me cansa
El llanto pacifista
De una izquierda nostálgica
Sin conciencia de clase
Me cansa
11 de septiembre
2023.
Juan Barria
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an-onyx-void · 1 year
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I traced images from Bearutus by Cauro Hige so that I could have horny embroidery all over my home. 😈
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19blogmk · 1 year
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How Migrants Flown to Martha’s Vineyard Came to Call It Home
On a sprawling Martha’s Vineyard estate not far from the seashore, Deici Cauro adjusted a baseball cap to keep the burning sun at bay. She was crouching to pull weeds with her bare hands when a familiar voice called out from the other side of the yard. “Pots!” her employer called, and she motioned for Ms. Cauro to follow her to another garden nearby. “¿Vamos?” Ms. Cauro replied in Spanish,…
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18blogmk · 1 year
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How Migrants Flown to Martha’s Vineyard Came to Call It Home
On a sprawling Martha’s Vineyard estate not far from the seashore, Deici Cauro adjusted a baseball cap to keep the burning sun at bay. She was crouching to pull weeds with her bare hands when a familiar voice called out from the other side of the yard. “Pots!” her employer called, and she motioned for Ms. Cauro to follow her to another garden nearby. “¿Vamos?” Ms. Cauro replied in Spanish,…
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17blogmk · 1 year
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How Migrants Flown to Martha’s Vineyard Came to Call It Home
On a sprawling Martha’s Vineyard estate not far from the seashore, Deici Cauro adjusted a baseball cap to keep the burning sun at bay. She was crouching to pull weeds with her bare hands when a familiar voice called out from the other side of the yard. “Pots!” her employer called, and she motioned for Ms. Cauro to follow her to another garden nearby. “¿Vamos?” Ms. Cauro replied in Spanish,…
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XIII: El Cerro Pedregoso pt. II
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La despertaron los rayos de sol atravesando la ventana. Seth estaba sentado a su lado en la cama, leyendo. Alicent parpadeó, aturdida. Miró a su alrededor, sin reconocer el lugar. ¿Cómo he llegado aquí? Tardó unos segundos en comprender la magnitud de la situación. Estaba en una cama, con Seth. Se puso roja de la cabeza a los pies mientras trataba de hacer memoria de lo ocurrido. 
Miró hacia el frente, hacia la pequeña elevación que representaban las puntas de sus pies bajo la pesada manta. Las respuestas llegaron a su mente por fascículos, como un puzzle que no fue capaz de resolver hasta que las tuvo ya todas. Recordó la cueva, los huevos de cauro, el falmer que la había atacado, los chillidos de los skeever, tan desesperados como ella por salir de sus celdas, y el rescate. También el beso. Se detuvo ahí, tensando los hombros. Seth la había besado. 
Empezó a temblar por los nervios y Seth se volvió hacia ella, confundido, haciendo que se congelara. Avergonzada movió el cuerpo con rapidez en su dirección, escondiendo la cara contra sus costillas. No quería que viera lo roja que estaba, por miedo a que descubriera por qué era y tuvieran que hablar de ello. 
—¿Ali? —Seth bajó una mano para apartarla. La empujó suavemente pero con firmeza—. ¿Qué estás…? —Se quedó a medias. Torturada, Alicent se había levantado y sentado sobre su regazo, de manera en que pudo ocultar la cara en su cuello. 
Seth soltó un resoplido que sonó como una risa, y ella sintió las vibraciones en su mejilla. Dejó el libro a un lado sobre la cama y Alicent cerró los ojos cuando empezó a acariciar su pelo. Lo hacía con tanto cuidado que, una vez se le pasó el susto, estuvo a punto de quedarse otra vez dormida.
—Antes estaba pensando en lo que dijiste en la cueva —dijo Seth de la nada, pasado un rato—. Entonces, ¿sabes hacer pociones?
Alicent asintió de manera tirante, volviendo a abrir los ojos para tratar de desperezarse.
—Sí —susurró al fin, mientras los frotaba con las mangas. Apoyó la sien en el hueco de su clavícula y respiró hondo antes de bostezar. Al hacerlo, sus pulmones se llenaron del aroma de su piel; incluso con todo lo ocurrido seguía oliendo bien. Y sin necesidad de un baño—. Empecé a ayudar a mamá cuando era pequeña, así que tengo mucha práctica —compartió, sin levantar la voz—. En realidad, muchas de las pociones de la tienda hace ya tiempo que las preparo yo sola. Mamá solo me supervisa. 
—¿Y te gusta hacerlo? 
—Mucho —confesó—. Es como cocinar, pero más mágico. 
Desvió la mirada hacia la pared frente a ella, contra la que estaba el cabecero de la cama. Era de la misma piedra que el resto de la casa. Alicent la miró con un poco de envidia. La suya era de madera ya vieja. En ocasiones, sobre todo en las épocas más frías, el viento se colaba por alguna abertura ocasionada por el desgaste que acompañaba al paso del tiempo, helando la casa por completo. Allí seguro que eso no pasaba ni en invierno, cuando llegaba a caer tanta nieve que el Cerro quedaba incomunicado. 
Algo se movió a su izquierda, llamando su atención. Abrió los ojos con sorpresa. Sin que se diera cuenta, Seth la había apartado de su cuello y en esos momentos sus caras estaban a solo unos centímetros de distancia. Adivinó que le había preguntado algo por cómo la miraba.
—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz. 
—Que si te gusta la magia —respondió Seth con paciencia.
Asintió, apenada. 
—Pero… nunca tuve mano para ella.
—Está claro que la tienes —respondió Seth, con una sonrisa discreta—, solo que no de la manera en la que te gustaría. Nunca hubiera imaginado que pudieras hacer una poción de invisibilidad efectiva tú sola —completó, dejándola perpleja. 
—¿Cómo…?
—La reconocí en uno de los frascos que tiraste al suelo mientras buscabas la poción para el frío. —Alicent lo miró impresionada. Se acordaba. 
En realidad no, no recordaba qué frascos había sacado de la bolsa, pero sí que había sacado unos cuantos. Seth es increíble. Incluso en una situación como la que habían vivido, en vez de centrarse únicamente en salir de la cueva cuanto antes, Seth había estado atento a todo, por muy tonto que fuera el detalle. Ella no habría podido.
—¿Qué más cosas te gustan? —preguntó Seth. 
Alicent se bloqueó, sin saber qué decir. De pronto quiso ser un poco más interesante, como Idgrod. Contarle que era aficionada a la lectura, a la historia y demás cosas que en realidad no le importaban demasiado pero que suponía que a él sí que le gustaban. 
—Viajar —respondió pasados unos segundos, creyendo que esa parte de ella sí le agradaría—. Nunca he podido hacerlo, pero siempre he querido. ¿Tú lo has hecho?
Se sintió estúpida nada más hacer la pregunta. Claro que lo había hecho. Morthal en sí ya era un viaje; él era originario de Markarth. Y había estado también en Soledad, junto a su familia. Alicent hundió un poco sus hombros. Lo más cerca que había estado ella de Soledad había sido al estar en el pantano. 
Seth asintió, como si la pregunta le pareciera válida. Entonces, empezó a hablar de ellos. No solo conocía Markarth, Soledad y Morthal, sino que también Lucero del Alba, Carrera Blanca e incluso Riften. Alicent lo escuchó con atención y con los ojos bien abiertos, sobre todo cuando mencionó Riften. Los rumores de que la ciudad estaba llena de ladrones llegaban incluso hasta Morthal, pero Seth se mostró una vez más impresionante cuando compartió que a él no habían logrado robarle ni una sola vez. 
Seth se detuvo de golpe, sin venir a cuento. Alicent lo miró con confusión y la inquietud la inundó por completo cuando notó cómo sus ojos bajaban hacia su boca. Comprendió por fin la posición en la que se encontraban; seguía sentada sobre él, con su vestido tirante debido a sus piernas abiertas, cada una a un lado de la cintura de Seth.
Él lo había notado también, y en esos momentos ya tenía las manos apoyadas en sus caderas. ¿Cómo no se había dado cuenta? Ahora que las veía y era consciente de ellas, las sentía tan calientes a través de la tela que no concebía cómo lo podía haber pasado por alto antes. 
Subió la mirada, con un pequeño mohín en la boca. Estaba decidida a pedirle perdón cuando Seth acortó la distancia, pegando los labios a los suyos. A diferencia de las veces anteriores, Seth empezó a moverlos y a ella se le hizo natural seguir su gesto. Cuando él se apartó poco después, lo hizo dejándola con el cuerpo cargado de frustración. 
El deseo de volver a besarlo desencadenó un impulso. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia adelante y volvió a juntar sus bocas. Sin tanta soltura como lo había hecho él, pero con más ímpetu, durante apenas un segundo antes de retirarse y volver a juntarlos. Repitió el gesto varias veces hasta que Seth no permitió que se alejara de nuevo, empezando él también a besarla. Sus labios eran esponjosos y se movían sobre los suyos, animándola a imitarlo. Mientras se besaban sintió como se aferraba con un poco más de fuerza a su cintura, enviando una descarga extraña a su bajo vientre. 
Quería… algo. Pero no entendía el qué. 
Minutos más tarde Seth rompió el beso y, todavía con la respiración acelerada, ambos compartieron una mirada. Lo contempló aturdida, con el corazón retumbando en el pecho, sin saber qué pensar y mucho menos qué decir. Seth volvió a inclinarse sobre ella y besó su mandíbula para morderla a continuación. Aquello la desconcertó, pero cuando bajó un poco más y le mordió el cuello lo olvidó por completo.
Seth siguió con el juego de besos y mordiscos y Alicent no tardó en hacer lo mismo con gestos más suaves. Sonrió contra la piel de su cuello al escuchar cómo se reía, y se dejó hacer cuando Seth la apartó con una mirada traviesa. 
—Te vas a enterar —amenazó con tono juguetón, haciendo que la sonrisa de Alicent se ampliase. 
Seth la empujó hacia atrás mientras él se echaba hacia adelante, hasta terminar tumbado sobre ella. Sus cuerpos se amoldaron.
Alicent miró a su alrededor, respirando de manera superficial. No tenía forma de escapar, pero tampoco motivos para hacerlo. ¿O sí? Pensó en su madre, en que si ella la viera así lo más suave que haría sería castigarla de por vida. Pero su madre estaba muy lejos y no sabía que ella estaba allí. A salvo. Esa idea hizo brotar la culpa en su pecho. 
—Ali.
Su voz la hizo volver en sí. Suspiró bajo su cuerpo. 
—Perdón. Pensaba en mamá. ¿Sabe ella  que estoy aquí?
Seth apretó los labios y sus fosas nasales se abrieron; estiró una sonrisa. La volvió a besar con ternura.
—Te llevaré pronto —prometió, rozando sus labios con cada palabra—. No pienses en eso ahora.
Sentía una fracción de su peso sobre ella y el calor de su cuerpo era agradable. También su olor. 
—Vale —accedió, rendida al momento y con la tranquilidad de saber que pronto estaría en casa.
Seth la volvió a besar. Estuvieron así un buen rato hasta que empezó a acariciar su cuerpo sobre la ropa. Una de sus manos se abrió camino entre ambos cuerpos hasta llegar a su pecho y lo empezó a magrear. Deslizó la otra mano entre su trasero y el colchón y agarró una nalga. La situación la empezó a agobiar: no sabía si debía acariciarle acariciarlo también, tampoco dónde de ser el caso. 
Intentó frenar el ritmo y volver a cómo estaban antes, así que le empezó a hacer cosquillas. Seth cedió y siguió el juego, pero igual que la vez anterior, no la tardó en derrotar. La atrapó de las muñecas y las levantó hasta apoyarlas en el colchón por encima de su cabeza. Ese movimiento repentino de los músculos de la espalda y el hombro le arrancó un quejido. Seth paró en el acto. 
—¿Estás bien, Ali? 
Alicent lo miró, angustiada. Su expresión se mostraba tan preocupada que sintió el impulso de restarle importancia.
—No ha sido nada —aseguró, ignorando la sensación tirante que le iba desde el cuello hasta el omóplato.
—No ha sido nada —aseguró, ignorando la tirantez y el escozor entre el cuello y el omóplato.
Seth dudó unos segundos antes de sonreír otra vez y volver a besarla. No lo hizo con tanta pasión como antes, pero sus labios seguían moviéndose firmes contra los suyos. Alicent cerró los ojos y se dejó hacer, notando como hurgaba en su vestido, deshaciendo los nudos que lo mantenían firme a su cuerpo. Apretó los labios, incómoda, y Seth dejó de mover los suyos al darse cuenta. Cuando abrió de nuevo los ojos, Seth tenía el ceño fruncido y la miraba con una expresión indescifrable. 
—Enséñame la herida.
Asintió tímidamente, sin atreverse a negarse. Si eso era lo que necesitaba para estar más tranquilo, se lo podía conceder. 
Ambos se incorporaron y se sentaron en la cama. Seth hizo caer nuevamente el vestido y ella intentó cubrirse el pecho, ruborizada.
—¿Qué haces? —El tono que usó Seth, como si hubiera hecho una estupidez, hizo que se tensara—. Ya te dije que no debes tener vergüenza conmigo. A fin de cuentas, ahora eres mi chica, ¿o no? Mira —se llevó las manos al cuello y se desabotonó la camisa. Se la quitó, quedando con ella en la mano—. Yo tampoco la tengo contigo. 
Alicent clavó la mirada en el pecho de Seth, viendo como subía y bajaba al ritmo de su respiración. Dejó caer los brazos a los lados de su cuerpo, todavía sin decir nada. Aquello era tan vergonzoso como lo fue antes de dormir. Incluso más, porque él también estaba semidesnudo. 
No se parece en nada a Benor, notó. No era que Alicent fuera una experta en el cuerpo de Benor, y menos sin ropa, pero había sido justo ese año, durante la época más calurosa, cuando lo había visto casi desnudo en el río una tarde especialmente sofocante. Donde Benor tenía una gruesa capa de pelo oscuro que impedía ver bien su pecho, Seth no tenía nada. 
Como si hubiera recibido una nueva descarga eléctrica, algo se activó en su cerebro, logrando que volviera los ojos hacia los de Seth y lo mirara con sorpresa. 
Ella. La chica de Seth Athan. No lo podía creer.
El siguiente beso que le dio Seth consiguió sentirse raro incluso entre la niebla que espesaba su mente en ese momento. Seth la apretaba con tanta fuerza contra él que podía notar los latidos de su corazón contra su propia piel. Sintió cómo movía las manos por su cuerpo, ascendiendo lentamente por sus costados al mismo tiempo en que se retiraba un poco, sin dejar de besarla. Alicent creyó, por la manera en la que subía directo a esa zona, que le iba a tocar los pechos. Pero Seth se separó, a solo unas pulgadas, y le dedicó una pequeña sonrisa. 
Gran parte de ella estaba aliviada, pero otra, terriblemente decepcionada. 
—Ahora sí —dijo Seth—. Veamos cómo está tu espalda. 
La rodeó, y Alicent aprovechó eso para intentar recomponerse. Se cubrió el pecho con una mano, incómoda. No tanto por el frío, algo mitigado por el fuego de la chimenea calentando la habitación, ni por la presencia de Seth en sí, sino por la falta de costumbre. 
Cerró los ojos, sintiendo los dedos de Seth recorriendo su espalda, siguiendo lentamente con sus yemas lo que supuso que era el trazo de la herida. A medida que empezó a describirla, ella fue sintiéndose cada vez más ansiosa. Sonaba como algo demasiado aterrador para lo poco mal que se sentía en esos momentos. Cuando Seth llegó a la mitad de la columna reabrió los ojos y se atrevió a girar por fin la cabeza para echar un vistazo. 
Se quedó sin aliento. Seth había sido bastante amable con sus palabras; la herida se veía espantosa. Alicent no entendía cómo, con ese aspecto, había podido siquiera pensar en besarla. 
Como si hubiera oído sus pensamientos, Seth aún detrás de ella le apartó el pelo de su hombro hasta dejarlo caer por su espalda y besó su cuello lastimado. Alicent cerró de nuevo los ojos, mordiendo su labio inferior al sentir como sus labios se deslizaban hacia abajo por su piel hasta llegar a su clavícula. Los abrió otra vez al darse cuenta de que intentaba quitarle una manga del vestido.
—¿Qué haces? —susurró, turbada. 
Sus labios deshicieron el camino y subieron por su cuello. 
—Confía en mí —susurró en su oído. Un escalofrío agradable la recorrió por dentro y tensó los hombros. Giró la cabeza, buscándole. Se encontró con sus labios; él sonreía. Luego buscó sus ojos y encontró una mirada cargada de decisión—. Te va a gustar.
Asintió, muda ante sus palabras. No tenía claro qué era eso que le iba a gustar, pero la situación tenía algo de prohibido. Mientras Seth le terminó de quitar la otra manga, en su interior se libraba una guerra. Por un lado, las caricias y los besos de Seth eran algo nuevo y despertaban sensaciones tan agradables que una parte de ella no quería que aquel momento terminara nunca. Por otro lado, todo estaba pasando tan rápido que la otra parte estaba asustada por la circunstancia y solo quería parar de inmediato.
Seth apoyó las manos en su cintura y la levantó hasta sentarla de nuevo en su regazo, a horcajadas. Terminó de quitarle el vestido y volvió a besarla, separándose en varias ocasiones, con el ceño ligeramente fruncido. Aunque lo hacía sin decir nada, a Alicent le pareció que era porque esperaba que ella buscara otra vez sus labios, como antes. Pero la desnudez la cohibía, así que tenía que ser él quien lo hiciera. Poco a poco, los besos fueron ganando intensidad y sus manos fueron ganando terreno. Ahora, mientras se besaban, él acariciaba sus pechos. Empezó con suavidad, pero cada vez los amasaba con más ansia.
Seth se apartó de sus labios para mirarla y acarició un par de veces sus pezones con los pulgares, antes de pellizcarlos entre dos dedos y apretarlos varias veces. El gesto la cogió por sorpresa y se le escapó un gemido. Una vez más, descubrió una reacción inesperada de su cuerpo y la guerra se intensificó en su interior. 
Él la miró divertido. Intentó bajar la mirada, pero él sostuvo su barbilla y lo impidió. 
—¿Te  gusta cómo se siente? —Alicent abrió los labios y los cerró, buscando la mejor forma de expresar que, aunque le gustaban aquellas sensaciones, tenía miedo. Pero Seth la espoleó—. ¿No dices nada?
Alzó ambas cejas, parecía expectante. Desbordada, se limitó a asentir. Se sentía perdida, sin saber si aquello era lo normal, si sus nervios estaban justificados o si ella lo estaba exagerando todo. El miedo a estropear las cosas con Seth la amordazó.
Tras su gesto, él la volvió a besar y esta vez se fue inclinando sobre ella hasta quedar tumbados. Seth hizo que lo rodease con ambas piernas mientras descendía a besos por su cuello, hasta que sus labios atraparon uno de sus pezones. Con la ausencia de ropa, cada vez que Seth se movía sobre ella, Alicent lo sentía como una descarga de gusto entre las piernas. Pero cada una de estas descargas aumentaba su ansiedad.
Pasó un rato hasta que él se separó de su cuerpo. Cuando lo hizo, empezó a bajar sus bragas. Aquello fue demasiado y la protesta salió sola de sus labios. 
—No, Seth… 
La mirada que le lanzó el chico la dejó muda. 
—Dijiste que harías lo que fuera por mí, ¿no? ¿O estabas mintiendo? 
Negó. Seth sonrió.
—Entonces hazlo por mí —susurró, al mismo tiempo en que terminó de quitarle la última prenda que le quedaba.
—Seth…
La mano del chico se coló entre sus piernas arrancándole un nuevo gemido de sorpresa. Cuando la sacó, abrió los dedos frente a ella. Sus propios fluidos envolvían sus dedos como una membrana transparente.
—¿Ves esto? Es que te está gustando, Ali. Confía en mí.
Sus palabras sonaron como una exigencia. Alicent cerró los ojos y, aunque volvió a asentir, la reticencia de él por parar agravó su incomodidad. Seth volvió a besar sus labios, pero nada volvió a ser como antes. En su estómago se formó un nudo que logró amargar las sensaciones que, hasta el momento, habían sido agradables. 
Mientras se besaban, Seth coló su brazo entre ambos cuerpos. Tras una maniobra, Alicent sintió algo duro golpear su vientre; eso mismo que antes había sentido duro bajo la tela de sus pantalones. Seth atrapó su mano y la guió hasta hacerla agarrar su miembro. Con su mano sobre la de ella, empezó a dirigir sus movimientos. 
Alicent se alzó un poco para poder ver lo que pasaba entre sus cuerpos. Seth pareció notar su curiosidad y se incorporó hasta quedar arrodillado entre sus piernas, para dejarla ver. Ella terminó sentada y abierta de piernas, expuesta ante él. Seth apretó más la mano intensificando el movimiento, entreabrió los labios y gimió. Cuando lo miró a los ojos, vio en estos el hambre, el deseo de más. Justo entonces, soltó su mano. Alicent la retiró con alivio; el agarre y aquellos movimientos habían sido algo bruscos. Entonces lo sintió. Bajó la mirada y comprobó que él estaba pasando su miembro por entre sus piernas, frotando con su cabeza toda la extensión de su intimidad. 
Aquel gesto fue como una revelación. De pronto, Alicent comprendió sus intenciones, en qué terminaría aquella situación. Me lo va a meter. La sola idea la aterró. El nudo de su estómago creció hasta volverse insoportable. Su respiración se agitó hasta hacerla hiperventilar. Intentó separarse, pero él no la dejó. Seguía frotando su miembro contra ella, deteniéndose cada vez más en su entrada.
Las lágrimas se desbordaron de sus ojos y rodaron por sus mejillas. Se apoyó en la cama para ganar impulso y, esta vez sí, se logró alejar. Él alzó la mirada lentamente; su ceño estaba fruncido y sus ojos exigían una explicación. 
—Para… Seth, para… por favor. No me siento bien… 
Seth se detuvo y se quedó en silencio un rato, sin cambiar la mirada. Finalmente, su boca se frunció en una expresión de ira y desagrado. Guardó el miembro en los pantalones y los empezó a anudar con parsimonia, sin quitarle la mirada de encima. Avergonzada, no pudo soportarlo; la culpa por haber arruinado la situación vino a sustituir al nudo de su estómago. Intentando evadirse, buscó las bragas por la cama y se las puso tan pronto las localizó. No se dio cuenta hasta ese momento de lo mucho que estaba temblando. 
—Ya veo… —Con las lágrimas todavía en las mejillas, Alicent lo miró en silencio al escuchar la decepción en su voz. Lo siguiente que dijo Seth consiguió hundirla un poco más—. Eres igual que Alva. Solo quieres jugar con la gente. 
—Eso no es… 
—Eso no es qué, ¿verdad?—la cortó. Estaba muy enfadado—.  ¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Tenerme detrás como a Joric? Porque, por si no te has dado cuenta, eso es exactamente lo que hace Alva con Benor. 
Aquella acusación empeoró su llanto e hizo temblar su labio. Sentía que lo había decepcionado por completo.
—No estás siendo justo —se atrevió a decir. Solo estaba asustada y nerviosa. Tal vez si no quisiera ir tan rápido… 
—Tú eres la que no es justa conmigo. Te he salvado la vida, dado pociones, asilo, y mira cómo me lo pagas. 
Alicent se encogió en el sitio. Tenía razón. Agachó la mirada, con las manos hechas puños sobre las piernas. 
—Seguro que, en realidad, ni siquiera quieres ser mi novia—dijo Seth, tras soltar una risa incrédula. 
—¡Pues claro que quiero! —protestó de inmediato, con desconsuelo.
—¿De verdad? 
Alzó la vista para reafirmarse, pero, al hacerlo, notó que Seth tenía una mano en su pantalón, sobre su entrepierna. Su mirada firme unida a su gesto dejó claro lo que implicaban sus palabras. Negó sin ser consciente de que el gesto se podría malinterpretar. 
Seth se quedó de piedra, mirándola. Ninguno dijo nada durante por lo menos un minuto, hasta que Seth le dio la espalda y empezó a ponerse la camisa. Alicent bajó de nuevo los ojos hacia la manta, sin poder creerse lo que acababa de pasar. Quiso levantar la voz y decirle que sí, que quería estar con él; pero no así, al menos no por el momento. Pero, por mucho que lo intentó, las palabras no salieron de su garganta. 
—¿A qué esperas? —preguntó él de malas formas, sin girarse—. Vístete. Nos marchamos. 
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16blogmk · 1 year
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How Migrants Flown to Martha’s Vineyard Came to Call It Home
On a sprawling Martha’s Vineyard estate not far from the seashore, Deici Cauro adjusted a baseball cap to keep the burning sun at bay. She was crouching to pull weeds with her bare hands when a familiar voice called out from the other side of the yard. “Pots!” her employer called, and she motioned for Ms. Cauro to follow her to another garden nearby. “¿Vamos?” Ms. Cauro replied in Spanish,…
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